Lecturas
1. Jeremìas 31: 7-9
2. Salmo 125: 1-6
3. Hebreos 5: 1-6
4. Marcos 10: 46-52
Còmo se hace efectiva la esperanza en
Dios? Còmo esta llena de sentido la vida de las personas y se traduce en un
estilo realista, conectado con la historia y proyectado a la trascendencia?
Empezamos esta reflexión de hoy con
tal pregunta porque constatamos que a menudo los mensajes religiosos en
contextos de sufrimiento, en crisis y vacìos, en frustraciones y soledades,
suelen ser ambiguos, acrìticos, inviables, verdaderos “paños de agua tibia” que
no se convierten en alternativas para dar a estas situaciones un significado de
transformación.
La primera lectura de hoy, del
profeta Jeremìas, es un reconocimiento del acontecer salvador y liberador de
Dios: “Digan: el Señor ha salvado a su pueblo, el resto de Israel” (Jeremìas
31:7b), el autor escribe esto en un contexto muy real, el del retorno de Israel
a su tierra luego del exilio, en este hecho gozoso ellos ven la intervención de
Dios, siempre favorable a la felicidad humana.
Al ver tantos y tan dramáticos
dolores de multitudes de hombres y mujeres en el mundo: los desplazados por la
violencia, los solitarios y rechazados, los que carecen de oportunidades, las
víctimas de tantas guerras, los excluìdos a causa de la pobreza, còmo presentar
a un Dios que es verdadera experiencia
de salvación y plenitud?
Este es un interrogante personal para
cada creyente, comunitario para toda la Iglesia. Siguiendo aquel refrán que
dice “obras
son amores y no buenas razones” estamos
llamados a revisar nuestro estilo pastoral, el lenguaje, el modo còmo nos
encontramos con las preguntas de sentido que hace la humanidad; es fundamental
preguntarnos si tenemos autèntica experiencia de Dios, si superamos el plano
del ritualismo religioso para vivir en el clima del Espìritu, donde surge la
realidad de este Dios implicado en nuestra historia con el propósito de hacerla
una narrativa de esperanza.
Aquellos israelitas retornados del
exilio pudieron constatar que Dios dijo e hizo para ellos: “Yo los traerè del país del
norte, los reunirè de los extremos de la tierra: entre ellos hay cojos, ciegos,
mujeres embarazadas y a punto de dar a luz; retorna una gran multitud. Regresan
entre llantos de alegría” (Jeremìas 31: 8-9a ).
Cuando se da el salto cualitativo de
la pràctica religiosa hecha por inercia social a la experiencia del Dios vivo
revelado en Jesùs se da la condición fundamental para la esperanza, porque deja
de ser un “rollo muerto” para explicitarse como verdad dadora de vida, de
dignidad, de sentido. Esto impone muchas rupturas y una apertura fundamental a
la acción del Espìritu.
Que esta experiencia de nuestros
lejanos antepasados de Israel nos estimule para reconocer a Dios en nuestra
historia, y que también esto nos lleve a desarrollar una sensibilidad por
encima de lo común ante los dramas humanos donde parecerìa que la esperanza se
ha ausentado para siempre. Esto es propio de la lógica encarnatoria, del Dios
que se hace humanidad entrando a lo màs profundo de nuestros vacìos y dolores
para transformarlos en clave de la vitalidad que nunca se termina.
Este carácter lo capta el autor de la
carta a los Hebreos cuando, refiriéndose a Jesùs como sumo sacerdote, lo
presenta no como el constituìdo en jerarquía y poder, sino en donación
salvífica de todo su ser , de toda su vida, tal es el autèntico sacerdocio. Esa
mediación de Jesùs es la que hace posible nuestro reencuentro con el Padre, la
que supera todo lo limitado y precario que hay en nosotros, la que nos abre a
la plenitud definitiva, la que nos hace experimentar que nuestra historia no es
una tragedia sino un relato de plenitud.
Para esto el sumo sacerdocio de Jesùs
se ha vivido en la pobreza, en el anonadamiento, en el contacto ìntimo con el
dolor, en el abandono de la cruz, tomando sobre sì todo pecado, y ofreciéndose
como redención, como liberación, como salvación, como nueva creación. En El
Dios se nos revela como el que nos retorna del exilio, suscitando en nosotros.
Esto lo podemos entender mejor si nos
vemos en el ciego Bartimeo, del relato evangélico de hoy, este hombre clama: “Hijo
de David, Jesùs, ten compasión de mì” (Marcos 10: 47). Hagamos aquí el
elenco de todas nuestras búsquedas de sentido, de nuestros interrogantes, de
nuestros deseos de realización.
La figura del ciego es de
sencillísima metáfora, no ver en este sentido es carecer de la luminosidad del
amor, de la trascendencia, de la sabiduría, de las razones para vivir,
verificando que la respuesta no procede de sì mismo sino de alguien que procede
de una realidad que es superior a èl y que se le aproxima portando la luz, la
nueva manera de ser. Bartimeo confía sinceramente en Jesùs y sabe que El es la
posibilidad de visión, por eso el Maestro le dice: “Vete, tu fe te ha salvado”
(Marcos 10: 52).
Què nos impide ver? Cuàles son esas
realidades que nos enceguecen? Còmo deshacernos de tantos imaginarios que
obstaculizan nuestro acceso a la luz? Hay en nosotros confianza como la de
Bartimeo para arriesgarnos a que Jesùs nos devuelva la vista de lo esencial, de
Dios, de la vida digna, de la solidaridad, del amor, de la rectitud?
Antonio Josè Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento