1. Números 11: 25-29
2. Salmo 18: 8-14
3. Santiago 5: 1-6
4. Marcos 9: 38-43.45.47-48
Con relativa frecuencia escuchamos –
en el lenguaje de las homilías y de otras reflexiones cristianas – la mención
de la palabra “profético”, que tiene varios significados, los principales son
los que se refieren a la misión de aquellos hombres del Antiguo Testamento como
Isaìas, Jeremìas, Ezequiel, Oseas, Amòs y otros, que hablaban al pueblo de
Israel en nombre de Dios, confrontando frecuentemente sus infidelidades e
idolatrìas, también anunciando el “tiempo de Yahvè” como era de paz, de
armonía, de misericordia.
Tambièn se asigna el sentido de
profeta a personas o comunidades que con su estilo de vida “relatan”
a Dios, justamente por la fidelidad y coherencia de sus vidas, por la condición
testimonial-teologal de todo lo que dicen y hacen. Asì, por ejemplo, decimos
que Monseñor Romero, el mártir obispo salvadoreño, fue un profeta porque en las
dramáticas circunstancias de los años setenta en aquel país centroamericano,
portò la cercanìa de Dios para el pueblo maltratado por la injusticia del
régimen de ese tiempo, porque denunciò el desorden establecido, porque fue
portavoz de los oprimidos, porque todo su ministerio lo orientò a la defensa de
sus gentes hasta dar la vida martirialmente por ellos.
Pues bien, el relato de hoy del libro
de los Nùmeros refiere un hecho relativo a lo profético. A las palabras de
Josuè, escandalizado porque otros profetizaban, tal vez porque le parecía que
no eran dignos, Moisès le responde: “Tienes celos por mì? Ojalà que todo el
pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu” (Nùmeros
11: 29).
Todo creyente, toda comunidad, están
llamados a una existencia de talante profético. Esto se da cuando la vida es
pulcra, honesta, digna, solidaria, justa, cuando Dios es principio y fundamento
de todo lo que se es y asì su manera de vivir es lenguaje que comunica
eficazmente el amor de Dios, su justicia, su voluntad salvadora y liberadora.
Esto nos remite a una pregunta de fondo: còmo ser profetas en medio de la
sociedad excluyente, inequitativa? Còmo hablar de Dios a una cultura facilista,
cómoda, despreocupada del sufrimiento de tantos seres humanos? Còmo profetizar
en el mundo del consumo y de los estilos de vida ligeros e irresponsables?
A este propósito el texto de la carta
de Santiago contiene advertencias de la mayor severidad cuando confronta la
insensibilidad de los ricos y su desinterés por la suerte de los prójimos. Màs
de uno las considerarà desfasadas y agresivas. “Miren, el jornal que ustedes han
retenido a los trabajadores que cosecharon sus campos està clamando, y los
gritos de los cosechadores llegan a oìdos del Señor todopoderoso……. Han
condenado, han asesinado al inocente….” (Santiago 5: 4.6).
Del ministerio de los profetas y del
Señor Jesùs proviene una predilección por los màs afectados por la pobreza y
por la injusticia, no por causa de una conmiseración denigrante sino por un
compromiso con su dignidad de seres humanos. A los ojos de Dios el maltrato a
la humanidad, su explotación y manipulación, el enriquecerse a su costa, y el
dar la espalda a estos hermanos, es un pecado de máxima gravedad porque
desordena la originalidad de la creación que es la vida misma y, dentro de
ella, la dignidad de cada ser humano.
Por eso las palabras de Santiago no
son suaves, suenan brutales, intransigentes, fortísimas. No se trata de una
agresividad fundamentalista sino de un exigentìsimo llamado de atención a
quienes sòlo piensan en su propio bienestar, en su ganancia, olvidando el
imperativo ètico de la projimidad. Què pensar y sentir ante esto en el mundo
del capitalismo neoliberal, de la
desaforada economía de mercado, del desmedido enriquecimiento de los
grupos financieros?
El texto de Marcos vuelve a
conectarnos con las implicaciones de una vida “profética” cuando Jesùs dice a
sus discípulos, y a nosotros, sobre el peligro de ser causa de escándalo: “Al
que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mì , màs le
valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo echaran al mar”
(Marcos 9: 42).
Es Jesùs un asustador de mentes
incautas poseído por la intransigencia religiosa y moral? O màs bien es la
expresión definitiva de Dios que provoca en nosotros la autocrìtica para
remitirnos a una vida leal, sincera, limpia, inspirada en el Padre, apasionada
con su Evangelio, decidida a toda costa a construir en esta historia un mundo
digno, humano, que anticipe la plenitud definitiva?
Por eso a la inquietud que le
manifiesta Juan en el relato de hoy, el maestro le responde: “No se
lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar
mal de mì. Pues el que no està contra nosotros està a favor nuestro”
(Marcos 9: 39-40). Esta es otra insistente invitación a la profecía.
Que esto nos haga preguntarnos si
nuestra vida es una cómoda repetición de actos habituales, un anodino “marcar
tarjeta”, si nuestra religiosidad es una anquilosada pràctica de ritos sin
pasión, si nos sentimos – como los fariseos – gentes de “buena conciencia” sin
la urgencia moral del prójimo que nos demanda justicia y solidaridad.
Antonio Josè Sarmiento Nova,SJ
Alejandro Romero Sarmiento