Lecturas
1. Daniel 7: 13-14
2. Salmo 92: 1-5
3. Apocalipsis 1: 5-8
4. Juan 18: 33-37
Con este domingo concluye el año
litúrgico (el próximo ya es primero de adviento, preparación a la Navidad).
Esto del año litúrgico, valga la pena recordarlo, no es una simple formalidad
eclesiástica, tiene un sentido profundo y es proponer a lo largo del año las grandes etapas de lo que
llamamos historia de salvación, la intervención liberadora de Dios en la
realidad del ser humano para llevarlo a su plenitud trascendente.
Antes de entrar en la materia propia
de hoy, veamos un sencillo esquema del año:
1. Adviento, tiempo de
esperanza y preparación para la venida de Aquel que viene enviado por Dios para
ser nuestro salvador y liberador.
2. Navidad, el Mesías ya está
entre nosotros, se ha insertado en la realidad humana, en nuestra carne e
historia.
3. Tiempo ordinario, ocupa la
mayoría del año. Una primera parte tiene lugar después de Navidad hasta
Cuaresma; una segunda parte después de Pascua hasta Adviento. Es la
cotidianidad asumida por Dios y vivida por nosotros como el tiempo en el que El
interviene como sólo lo sabe hacer: salvando y liberando.
4. Cuaresma, tiempo de
revisión profunda de la vida, de hondos cuestionamientos, de disposiciones para
la conversión, de preparación para la Pascua. Nos pone frente al drama de
Jesús, perseguido, humillado, ofendido, juzgado, crucificado, muerto por la
ignominia del pecado.
5. Pascua, el Crucificado es
ahora el Resucitado! Dios ha legitimado
toda su historia, incluída su dolorosa cruz, poniéndolo a su diestra como Señor
de la historia.
Las lecturas que se proclaman en la
Eucaristía son escogidas con ese mismo criterio, lo propio de cada tiempo y el
sentido pleno del acontecimiento de Jesucristo. En el domingo hay una lectura
del Antiguo Testamento, el salmo, otra del Nuevo Testamento y, siempre, como es
lógico, el relato evangélico. Todo tiene una conexión y si lo examinamos en su
totalidad podremos apreciar la coherencia general de todo el año.
Y ahora sí vamos a lo de hoy. En
Jesús , Dios Padre se ha pronunciado decisivamente sobre el sentido de la
historia de la humanidad y nos lo ha puesto a El mismo como sentido y plenitud.
A esto se refieren todos los escritos del Nuevo Testamento y esta es la
realidad que da coherencia y unidad a todas las comunidades del cristianismo
primitivo que dan origen a estos escritos, y es lo que se transmite a la
iglesia de todos los tiempos para mantener vigente esa totalidad de sentido.
Si comparamos a Jesús con los
poderosos de este mundo: Alejandro Magno, Ciro, rey de Persia, Carlomagno,
Carlos V, Luis XIV,Napoléon, Bolívar, Washington, Hitler, Mussolini, Somoza,
los dictadores militares latinoamericanos, Amin Dada, etc., qué encontramos? En
unos probablemente hubo justicia y rectitud en el manejo del poder, en los más,
arbitrariedades, opresión, autoritarismo, tiranía, sojuzgamiento violento del
pueblo y en definitiva concluímos que ni el poder ni los poderosos salvan ni son portadores de un sentido trascendente
para el ser humano y para su historia.
En un determinado momento son
acatados, temidos, reverenciados, pero pasan, son efímeros, no trascienden, no
constituyen una alternativa de significado pleno para la humanidad. En cambio
sólo el amor es digno de fe. La manera como los israelitas entienden y viven a
Dios es en su realidad concreta, en las experiencias cotidianas, y lo perciben
fiel, amoroso, comprometido, en medio del pueblo. Los profetas bíblicos tienen
como misión anunciar a este Dios y denunciar lo que no está de acuerdo con sus
determinaciones de justicia, de misericordia, de amor.
Los cristianos primitivos, personas
sencillas, pescadores, agricultores, seducidos por Jesús y por el Dios que El
les presenta, encuentran a hora a una Padre totalmente volcado a la felicidad
del ser humano, particularmente misericordioso con el pecador hasta el punto de
reintegrarlo plenamente a la vida, solidario con los pobres y miserables,
cercano, cálido, Dios de todas las horas, que se hace humanidad en la historia
de Jesús, que no tiene nada de rey ni de poderoso señor de este mundo.
La profecía de Daniel – primera
lectura de este domingo – lo vislumbra así: “su dominio es eterno y no pasa,
su reino no tendrá fin” (Daniel 7: 14). Su eternidad no le viene de ser
de estirpe imperial sino de ser la evidencia con la que Dios apuesta para
siempre por la felicidad humana, de tal manera que ninguna realidad de este
mundo puede impedir que se realice esta intencionalidad liberadora de nuestro
Dios.
Recordemos, por ejemplo, a aquellos
hombres y mujeres que, en nombre de su fe en Jesucristo, han sorteado
situaciones de extrema dificultad, persecuciones, cárcel, torturas,
humillaciones de todo tipo, pérdida de sus derechos, muerte martirial, y
constatemos la reciedumbre de su
actitud. Es claro que esto no puede provenir de una motivación humana, hay allí
una realidad operante que da sentido a la vida y a la muerte de estos
crucificados, porque su esperanza está más allá del horizonte. Así cobran
sentido algunos de los testimonios que en COMUNITAS MATUTINA hemos puesto a
consideración de sus integrantes como el Padre Maximiliano Kolbe, Santa Edith
Stein, Monseñor Romero, y tantos otros con sus cruces inscritas en la del Señor
Jesús.
El Apocalipsis, que es un escrito de
esperanza plena en Dios, dice así: “Yo soy el alfa y la omega, el que es y era
y será…..” (Apocalipsis 1: 8). En esta sencilla frase hay un condensado
teológico de primera categoría: Jesús es la síntesis de la historia humana,
porque en El Dios configura salvíficamente
la totalidad de todo lo creado.
Pero recordemos que esa plenitud
realizada en Jesucristo ha estado precedida por una vida de anonadamiento, de
vaciamiento de sí mismo, de total abnegación, de misericordia y compasión, de
acercamiento a todas las pobrezas humanas, de reivindicación del ser humano, de
rechazo al poder, de la soberbia
religiosa y moral, de servicio y solidaridad, de ir descalzo por las calles de
la vida. Este es nuestro rey y esa es su lógica, y es fundamental para
comprender y vivir por qué El es Señor de nuestra historia.
Así se expresa en el texto que Juan
nos trae este domingo: “Mi reino no es de este mundo; si fuera de
este mundo mi reino, mis servidores habrían peleado para que no me entregaran a
los judíos. Ahora bien, mi reino no es de aquí” (Juan 18: 36). Por
“mundo” el evangelio de Juan entiende lo que es contrario al proyecto de Dios:
el desamor, el pecado, la injusticia, el poder, la injusticia, el
desconocimiento de la dignidad humana, etc. Con tal lenguaje Jesús está
explicitando que su reino es el de la donación de la vida hasta la muerte, el
del amor sin límites, el de la pasión por el ser humano, el del servicio, el de
una existencia libre de ídolos y de razones
para la arrogancia.
Este es el remate del año litúrgico.
Estamos invitados, en nuestra oración de este domingo, a hacer un análisis de
nuestra vida a la luz de esta “realeza” de Jesucristo.
-
Cuáles son los núcleos arrogantes de mi ser y de mi quehacer?
-
Soy proclive al poder, a los aplausos, al prestigio?
-
Lo que piensan y deciden los poderosos configura mis
criterios para pensar y decidir?
-
Soy resistente al servicio y a la solidaridad porque pienso
que eso me rebaja?
-
Mi concepción de la relación con Dios es jerárquica, lejana,
fundamentada en categorías de poder?
-
Llevo una vida de derroche y
de gastos excesivos sin pensar en que esos bienes tienen una hipoteca
social, como afirmó Juan Pablo II?
-
Jesús me seduce y propuesta es para mí la más seria
alternativa para vivir con sentido?
Antonio José Sarmiento Nova,SJ
Alejandro Romero Sarmiento
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