domingo, 29 de diciembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 29 DE DICIEMBRE DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH



Lecturas
1.      Eclesiástico 3: 2-6 y 12-14
2.      Salmo 127: 1-5
3.      Colosenses 3: 12 a 4: 1-12
4.      Mateo 2: 13-15 y 19-23
La celebración de Navidad ha pasado a ser un hecho sociocultural, trascendiendo los límites del cristianismo, y convirtiéndose en patrimonio de la humanidad. Sin embargo, cabe preguntarnos si en todos esos ambientes se está festejando lo mismo, si es el mismo contenido o si son de distinta naturaleza y visión de la vida.
Está claro que para la fe cristiana el motivo fundamental es aquello de que “La Palabra se hizo hombre  y acampó entre nosotros” (Juan 1: 14), es la presencia encarnada del Verbo que se hace historia en Jesús de Nazareth, Dios que se implica en la humanidad para dar a cada ser humano, a toda nuestra existencia, un sentido definitivo en clave salvífica y liberadora. Por consiguiente, un hecho que, desde la fe misma y desde la experiencia histórica, se convierte en el motivo principal de nuestra esperanza.
Pero en muchos contextos  se da una celebración de despilfarro y derroche, de fiesta por sí misma, de costosos regalos, de carencia total de humanismo y espiritualidad, de lejanía de las realidades humanas dramáticas y dolorosas, vacía de trascendencia.
Más allá de esta óptica reduccionista, sí es sano apreciar todo el conjunto de bellas tradiciones que se dan en este tiempo del año, manifestaciones de la creatividad  espiritual de tantas gentes buenas y de sus respectivas comunidades de fe.
 El encuentro de las familias, el rezo de la tradicional novena, o “las posadas” en México y Centroamérica, los villancicos, los valores que se explicitan de paz y armonía, también los alimentos que se preparan con afecto para servir mesas alegres y fraternas, el pesebre que es pedagogía concreta de la fe porque nos permite visualizar los escenarios originales de Jesús, de María y de José.
 Todo esto constituye una estética evangélica de mucho sentido para las comunidades cristianas católicas, evangélicas, reformadas, ortodoxas: “ Había unos pastores que velaban por turnos los rebaños a la intemperie. Un ángel del Señor se les presentó. La gloria del Señor los cercó de resplandor y ellos se atemorizaron. El ángel les dijo: no teman, les doy una buena noticia, una grande alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías y Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2: 8-12).
Es posible que en otras culturas  y religiones se presenten algunos significados particulares en este mes final del año, profundamente respetables en una visión ecuménica y dialogante de nuestras convicciones creyentes.
 Lo que se impone destacar es la trascendencia del ser humano hacia Dios, la dignidad de cada persona, la apasionante realidad  - genuino misterio de salvación! – del Dios que se encarna, que se hace historia, que asume todo lo nuestro, y también las necesarias consecuencias éticas que se desprenden de esta bienaventuranza, el respeto hacia cada hombre y cada mujer, la conciencia de projimidad, la creación permanente de las mejores condiciones para hacer posible la convivencia de todos, la asunción de la solidaridad como parte sustancial de nuestras opciones y proyectos de vida.
Lo que sí nos suscita una postura crítica es la Navidad entendida como bacanal y frenesí egoísta, sin  mesas compartidas, sin prójimo, sin futuro definitivo.
En el misterio de la Encarnación, Dios ha expresado su modo de ser y de proceder, su talante que asume lo humano, lo real, lo histórico, como sacramento de sí mismo, para comprometerse con nosotros a partir de su hijo, el Señor Jesús. Esto nos recuerda el original carácter histórico-existencial y encarnado de nuestra fe, lo que tiene consecuencias totales para la iglesia, para las diversas comunidades cristianas, para cada seguidor de Jesús.
Si Dios se insertó amorosamente en nuestra realidad esto ha de traducirse en que la Iglesia toda debe proceder de la misma manera, implicándose en todo lo humano, para anunciar allí la Buena Noticia de salvación, para estar siempre dignificando la humanidad, para erradicar todo lo que contradice este proyecto liberador, el pecado individual y social, con sus múltiples evidencias y consecuencias.
El énfasis de Francisco, Obispo de Roma y pastor de la catolicidad, en una iglesia que debe dejar der anunciarse a sí misma – autorreferencial llama el papa a  esta condición – y renunciar a privilegios, parte del misterio del Verbo encarnado. El “olor a oveja” para obispos y sacerdotes, la cercanía al mundo de los pobres y abandonados, el modo constante y  creciente de servicio humilde, el hablar y vivir con un lenguaje y estilo de proximidad humana, realista, son imperativos que nos hace nuestro  pastor para vivir coherentemente con el Dios nacido pobre para nuestra salvación.
Un modo particular de la encarnación que la Iglesia quiere destacar en este domingo es de la familia, ámbito original de los seres humanos, espacio del acontecer de Dios y de la buena humanidad.
 Jesús vive con sus padres María y José la sencillez del hogar, la sobriedad propia de su pobreza, la laboriosidad, todos los valores propios de una familia bien constituída: “Bajó con ellos, fue a Nazareth y siguió bajo su autoridad. Su madre lo guardaba todo en su interior. Jesús progresaba en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres” (Lucas 2: 51-52).
Las palabras del Eclesiástico, texto de la primera lectura de este domingo, contienen recomendaciones sabias a los hijos: “El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; quien honra a su padre tendrá larga vida, quien da descanso a su madre obedece al Señor” (Eclesiástico 3: 3-6). Esto  nos remite a un gran ideal humano, también asumido por el cristianismo, que es el de una vida familiar amorosa, cuidadora de la vida que se le confía, generadora de humanismo y espiritualidad, abierta a la acción de Dios, propiciadora de la dignidad de cada uno de sus integrantes.
Pero al mismo tiempo es imperativo que hagamos consideración de tantos factores que afectan negativamente a las familias, unas procedentes de la misma sociedad  y de sus sombras, otras del propio núcleo.
 La deficiente preparación emocional , espiritual, humana, de muchas personas , para abordar los compromisos serios de la condición conyugal y paterno-materna, la pobreza y carencia de oportunidades, la mentalidad consumista y facilista, políticas de algunos gobiernos que no fomentan con juicio y seriedad la armonía familiar, el desacato de la sabiduría de los mayores o el autoritarismo de los padres, la precariedad de procesos educativos, son, entre muchas causas, aspectos que determinan la crisis de la familia, que se traduce , consecuentemente, en notables deficiencias en el crecimiento y maduración de muchos y muchas en nuestro mundo.
Que esta conciencia creyente del hogar de Nazareth sea un acicate para dar lo mejor de nosotros en orden a la constitución de familias buenas, saludables, integradas, dignas, ámbito de una evolución ideal de esposos y padres, de hijos y hermanos. De allí es de donde surge la gente responsable, honesta, afectuosa, con la disposición de proyectarse con lo mismo a la gran sociedad, a la iglesia y a cada comunidad de fe en particular.
Pablo en su mensaje a los cristianos de Colosas, dice: “Por lo demás, hermanos, les pedimos que el modo de proceder agradando a Dios que aprendieron de nosotros y ya practican, siga haciendo progresos……. Esta es la voluntad de Dios: que sean santos” (Colosenses 4: 1 y 3). Tomemos, como una de las más destacadas evidencias de la coherencia de nuestra fe, este compromiso de construír familias en esta clave de Dios y de lo más exquisitamente humano, y preocupémonos por participar en entidades y grupos que trabajen para la cabal integración de la familia, en sus dimensiones emocionales, espirituales, educativas, éticas.
 Trabajar por la familia es una apuesta por un mejor futuro para cada sociedad, para la iglesia, para las diversas tradiciones religiosas.
Lo que relata el texto de Mateo nos pone de presente el aspecto dramático de la encarnación, y nos conecta con tantas familias que viven situaciones adversas: “Cuando se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: levántate, toma al niño y a la madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mateo 2: 13).
 También Jesús y sus padres fueron desplazados por la violencia, como ha sucedido y sigue sucediendo a  tantas familias en nuestro país y en muchos lugares del mundo. Es el pecado que se origina en unas intenciones y corazones perversos, afirmación de vanos poderes e injusticias, descargando la saña criminal en seres inocentes.
 Recordamos las escenas dolorosas de la película “Hotel Ruanda”, que revive la cruel guerra de exterminio étnico en Ruanda y Burundi a mediados de los años noventa, cuando la etnia hutu se ensañó contra los tutsi, con cerca de un millón de asesinatos, o el absurdo del poder nazi empeñado en desaparecer todo vestigio de la raza judía. Vergüenza para la humanidad y reto a nuestra conciencia y sensibilidad para afirmar lo exactamente contrario: el valor sagrado de la vida en todas sus manifestaciones!
Jesús de Nazareth, viviendo con la mayor sencillez en ese poblado de Galilea, atento siempre a las señales del Padre en su vida, acatando a José y a María, conoció de cerca estas realidades que desde siempre maltratan a tantos seres humanos; encarnado en una familia del común, sintió como propios estos dolores; asumió en sí  mismo el  valor de la austeridad, lo que le permitió vivir en la perspectiva de lo esencial, de lo decisivamente teologal. Este es un dato contundente de la encarnación que no puede pasar desapercibido a la hora de configurar nuestras opciones inspiradas en el Evangelio!

Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro  Romero  Sarmiento

domingo, 22 de diciembre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 22 DE DICIEMBRE DOMINGO IV DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Isaías 7: 10-14
2.      Salmo 23: 1-6
3.      Romanos 1: 1-7
4.      Mateo 1: 18-24
Una vez más, es fundamental destacar el carácter coherente de toda la historia bíblica, esto en la perspectiva de la historia humana que es asumida por Dios como el escenario de su intervención salvadora y liberadora a favor de toda la humanidad. Por eso cada relato y cada contexto que allí se presenta hay que interpretarlo desde esta clave teologal determinante.
Así mismo, la fe de los israelitas y de las comunidades cristianas primitivas, desarrolla ese fino sentido de discernimiento para detectar las manifestaciones de Dios en su experiencia cotidiana y en la totalidad de su desarrollo histórico. Esta disposición es el paradigma para nuestra vida de creyentes: sabemos leer todos los hechos de nuestra vida desde esta óptica? Tenemos la mirada de fe requerida para detectar las señales de Dios en nuestro acontecer?
Los profetas del Antiguo Testamento fueron los grandes maestros que enseñaban a la comunidad esta dinámica del discernimiento, inculcando a los creyentes la capacidad de aprender a ver las manifestaciones del Señor en los acontecimientos concretos de su vida.
Uno de los desarrollos esenciales del Concilio Vaticano II y de la teología que ayudó a prepararlo y que después lo configuró, fue justamente esta mirada creyente para mirar los signos de los tiempos, y para leerlos en clave de salvación-liberación.
 De ahí nacen las tendencias teológicas y pastorales comprometidas con las realidades humanas, encarnadas en la historia, como la teología del desarrollo, la teología de las realidades terrenas, la teología de la liberación, la teología de lo político, la teología feminista, para sólo mencionar algunas de las más destacadas e influyentes. Unas teologías de claro corte histórico y antropológico-existencial.
 Aquí lo que se privilegia es que la Palabra de Dios se implica encarnatoriamente en el ser humano, en su existencia, en los hechos de su vida, y que la sensibilidad de la fe desarrolla en los sujetos creyentes esa capacidad de ver a Dios actuando a su favor en todo ese tejido de acontecimientos con las señales que lo manifiestan.
Adviento es precisamente  un tiempo de esperanza, un tiempo para leer los signos del Dios que viene para transformar todo lo nuestro, para liberarnos del desencanto, de los ídolos vanos que nos seducen y esclavizan, del vacío de sentido, del ser dominados por el pecado, el egoísmo, la injusticia.
La expectativa mesiánica en el Antiguo Testamento es el gran contenido de la fe y de la esperanza de los israelitas. Dios se manifiesta incluso a pesar de nuestra dureza de corazón y de nuestra ceguera, que no nos facilita ver sus señales. El se empeña a toda costa en dar un significado trascendente y definitivo a la humanidad, a cada ser humano en particular, aunque a menudo nuestra actitud no sea la mejor y la más saludable. Es el santo empecinamiento liberador de nuestro Dios!
A esto se refiere Isaías cuando dice: “Pues el Señor, por su cuenta, les dará una señal: Miren, que la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” (Isaías 7: 14). La gran evidencia que anuncia Isaías es frágil, pasa por la debilidad de una jovencita discreta y pobre, no se vale el Señor de lo espectacular y poderoso, sino de la sobriedad de un ser humano despojado de galas, humilde, de bajo perfil. Esta es una tendencia determinante en la revelación bíblica, y orienta nuestra fe con este criterio fundamental: Dios no sucede en el poder y en la grandeza sino en la vida simple, oculta,austera, silenciosa.
 Dios está con nosotros – eso es lo que significa el nombre Emanuel – en lo último del mundo! Y nos invita a asumir esta postura como elemento esencial de nuestra identidad cristiana y creyente. Asunto decisivo para la credibilidad de la Iglesia toda y de cada creyente en particular. Cuando recientemente el Papa Francisco llamó la atención con severidad al obispo de Limburg (Alemania) por estar construyendo una casa episcopal costosísima y lujosa, lo hizo inspirado por esta clave de austeridad, de alejamiento del vano honor del mundo, de sobriedad evangélica.
De ahí que un aspecto para considerar en este Adviento sea el de nuestro estilo de vida, sobre las motivaciones y los valores que lo modelan, si estamos seducidos por el consumismo y el despilfarro, si los pobres están ausentes de nuestras preocupaciones, si la justicia y la solidaridad no hacen parte de nuestro proyecto de vida. Y también si nuestras mentes y corazones endurecidos no son aptos para ver a Dios en las debilidades humanas, en la pobreza, en la precariedad.
Los grandes testigos de la fe – como Luther King, Teresa de Calcuta, Francisco de Asís, Monseñor Romero – han sido notables por esta sutileza evangélica de comprometerse con los hermanos más afligidos por la pobreza y el desconocimiento de su dignidad, por saber ver  en ellos el lugar privilegiado de la acción salvadora y liberadora que el Padre Dios nos revela plenamente en el Señor Jesucristo.
Nuestra Señora, la virgen madre, es testigo privilegiado de esta historia, personaje central del Adviento, de la feliz espera que ella sabe respaldada por el mismísimo Dios, quien la ha querido hacer el medio que hace posible la humanidad del Salvador: “María, estaba prometida a José, y antes del matrimonio, resultó que estaba encinta, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era honrado y no quería infamarla, decidió repudiarla en privado. Ya lo tenía decidido, cuando un enviado del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuya, pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo” (Mateo 1: 18-20).
 Esta joven mujer hebrea, limpia e inmaculada en todo  su ser, y totalmente abierta a la acción de Dios, es  el ámbito de la encarnación de la Palabra definitiva que salva y libera a la humanidad de los falsos dioses e ídolos. Ella, en su condición materna,  también en su humilde y generoso acatamiento del querer del Padre, es lenguaje sacramental  que ella misma ratifica incondicionalmente: “Aquí tienes a la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (Lucas 1: 38).
Cómo la biografía de María puede ser también la nuestra? Porque también nosotros, los humanos, estamos llamados ser “recipientes de Dios”. El sucede en nosotros cuando nos hacemos libres del vano honor del mundo, de la absolutización de las riquezas y del poder, de la competencia social, de la autosuficiencia, y cuando dejamos que El  mismo nos modele como nuevos seres humanos según el Señor Jesús, y nos disponga para ejercer como prójimos de todos los seres humanos, cuando la solidaridad y el servicio determinen todo nuestro ser y nuestro quehacer, cuando todo en nosotros sea aceptación gozosa, sin reservas, del querer de este Dios que se dice a sí mismo en la nueva humanidad. Así como el FIAT  - hágase en mí según tu Palabra – de Nuestra Señora.
Pablo, el hombre que mejor captó la lógica de Dios en Jesús, es en sí mismo un relato de esta manera de proceder. El, fariseo riguroso y pagado de sí mismo con la vanidad religioso-moral propia de esta secta judía, intransigente al perseguir a los primeros discípulos del crucificado, un buen día es confrontado y toda su soberbia se desvanece al encontrarse personalmente con Aquel a quien  perseguía y rechazaba. Y en adelante adopta vigorosamente el modo de ser de Jesús, se identifica con El, y dedica toda su vida restante al ministerio de anunciar la Buena Noticia, de enseñarla con la sabiduría de la cruz, y de inspirar a muchos hombres y mujeres para que se conviertan en señales de este nuevo proyecto de humanidad.
Esto nos permite entenderlo mejor cuando dice: “Por medio de El recibimos la gracia del apostolado, para que todos los pueblos respondan con la fe en su nombre; entre los cuales se cuentan también Ustedes, llamados por Jesús Mesías”  (Romanos 1: 5-6).
 El ministerio paulino es prototípico para toda comunidad cristiana, porque es plenamente consciente de haber recibido el don gratuito de ser su apóstol, su divulgador, y de referir todo su ser a la nueva identidad que le viene de Jesús, carisma de tal intensidad que lo hace dejar todo lo precedente para entregarse de lleno a esto, añadiendo la pasión de presentar la Buena Noticia para que muchos de sus contemporáneos fueran también beneficiarios de ellas, como lo hizo fundando  y animando las comunidades cristianas en Corinto, Galacia, Efeso, Tesalónica, Colosas, a las que dirige sus cartas, y en las que se siembran los gérmenes de la Iglesia.
Un aspecto para subrayar es el de ser “llamados”, Pablo lo dice de sí mismo y lo refiere a aquellos a quienes se hace el anuncio del reino. Dios, en Jesús, se interesa plenamente por el ser humano y lo convoca a participar en totalidad de sí mismo, de su reino y de su justicia, del nuevo orden de vida que se llama Evangelio, del sentido definitivo que aquí se contiene, de la superación de todo lo frustrante que es el pecado, el desamor,la injusticia, de todas las razones de desencanto y pesimismo. Hay una esperanza que nos convoca, que nos llama a ser hijos de Dios, prójimos todos con todos, a reconocer en cada ser humano una señal de la vitalidad que no se termina.
Adviento enfatiza esta llamada y nos hace preguntas de fondo, si tomamos en serio el talante de todos los contenidos espirituales de esta época. Somos nosotros señales de Dios? Nuestra manera de vivir persuade a otros a seguir este camino? Estamos en proceso de despojarnos de vanidades y materialidades? Desarrollamos el sentido de discernimiento para leer evangélicamente los “signos de los tiempos”? Como María, dejamos que Dios sea todo en nosotros? Como Pablo, nos sentimos llamados en esperanza a hacer parte de este nuevo modo de vida que nos trae Jesús? Nuestra vida es testimonio de la pasión del reino y de su justicia?

Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro Romero Sarmiento

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