Lecturas
1. Génesis 15: 5-12 y 17-18
2. Salmo 26: 1.7-9 y 13-14
3. Filipenses 3: 17 a 4:1
4. Lucas 9:28-36
La palabra ALIANZA está plena de significado en la Biblia. Expresa la
particular relación de Dios con su pueblo, resultado de la opción que El hace
por los israelitas y por todos los seres humanos, y esto en términos de
donación total de sí mismo, de vitalidad y de sentido, de plenitud y de
liberación.
El relato del texto de Génesis, primera lectura de este domingo,
hace referencia a esta realidad fundamental, nos recuerda que las alianzas de
Dios con Abrahán y, posteriormente, con Moisés, ayudaron a los hebreos a
configurarse como pueblo, le dieron identidad y cohesión, y permitió que
asumieran a Yavé como principio y fundamento de su existencia individual y
colectiva. Este es el eje estructurante de la historia de Israel.
La Alianza también implica bendición,
favor de Dios, abundancia de sus dones:”Después lo llevó afuera y le dijo: levanta
la mirada al cielo y cuenta, si puedes las estrellas. Y añadió: así será tu
descendencia” (Génesis 15: 5) y “Aquel día hizo el Señor una alianza con
Abrahán en estos términos: A tu descendencia daré esta tierra,desde el torrente
de Egipto hasta el gran río, el Eufrates” (Génesis 5:18). Bien se ve
que el compromiso de Yavé es bendecir a todas las generaciones que se
desprenden de este primer patriarca bíblico; es decir, el amor fiel de Dios se
explicita en dar vida y plenitud a todos los descendientes de Abrahán.
Naturalmente, Yavé, espera ser
correspondido por una vida en fidelidad, recta, generosa, solidaria, siempre
atenta a su proyecto con la humanidad. Qué nos dice este texto? Entendemos
nuestra relación con Dios como una alianza? Todas nuestras intenciones,
decisiones y actuaciones están ordenadas en esta perspectiva? O esto nos trae sin cuidado?
Es también muy conocido que, en la
mentalidad bíblica, el ser humano justo es el favorecido por el amor de Dios,
con expresiones como esta: “Señor, quién se hospedará en tu tienda?
Quién habitará en tu monte santo? El que procede con rectitud, se comporta
honradamente, y es sincero en su interior” (Salmo 15: 1-2). La buena
humanidad, la dignidad en la conducta, la vida pulcra, la generosidad y el
espíritu de servicio, el sentido de justicia, son expresiones de esta bendición
de Dios a quienes desean que su vida esté totalmente inspirada por El.
Denso mensaje este para tiempos en
los que la liviandad en materia de compromisos, la corrupción y otros manejos
oscuros, están a la orden del día y se infiltran con sorprendente facilidad en
muchos ámbitos de la vida. En nuestro trabajo espiritual sintamos como
imperativo el ser fieles a Dios, amorosamente, libremente, sin reservas, y
asumamos nuestro proyecto de vida como alianza con El, en el mejor estilo y
disposición de Abrahán.
La bendición por excelencia es el
mismo Señor Jesús, implicación total y radical del Padre en la historia de la
humanidad, en quien nos dice en qué consiste ser auténticamente humano, y en
quien se nos manifiesta próximo, encarnado, totalmente para nosotros: “El
transformará nuestro frágil cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo, en
virtud del poder que tiene para someter todas las cosas” (Filipenses 3:
21).
Esta realidad adquiere una elocuencia
definitiva en el relato de la TRANSFIGURACION que nos trae hoy el
evangelio de Lucas. Este texto es fruto
de la experiencia pascual de la comunidad que da origen a este evangelio, ellos
han vivido claramente la novedad de vida en Jesucristo y han experimentado
todas las consecuencias de la resurrección, son ahora hombres y mujeres libres,
con vidas cargadas de sentido y esperanza de trascendencia, conscientes de que
Dios ha sido todo para ellos en la revelación de Jesús.
Los seres humanos somos frágiles y
deleznables, por nosotros mismos, aún a pesar de loables esfuerzos y
realizaciones, estamos abocados a la disolución. Esta no es una constatación
pesimista sino realista. Y hace parte de nuestra permanente pregunta por el sentido de la vida.
Justamente Dios se nos revela como el configurador de la existencia con
significado, trascendente, en la que se disipa el peligro del final sin futuro,
del vacío y del absurdo.
En este relato lucano se pone de
presente la gloria de Jesús, que es también gloria de la humanidad que sigue su
camino hacia el Padre: “Mientras oraba, cambió el aspecto de su
rostro y su vestidura se volvió de un blanco resplandeciente” (Lucas 9:
29). Esta es una clara imagen de la nueva humanidad de la que Jesús es pleno
portador y comunicador y ella , si bien se consuma cuando pasemos la frontera
de la vida y de la muerte, se empieza a anticipar en esta historia en la que
vivimos.
Cuando hay violencia, injusticia,
pecado, egoísmo, podemos hablar de una humanidad desfigurada. Cuando hay encuentro, perdón, solidaridad, amor,
justicia, podemos hablar de una humanidad configurada y transfigurada. Y esto,
en el ámbito cristiano, es posible gracias a la novedad radical que el Padre
nos ofrece en Jesús. La expresión de complacencia: “Este es mi Hijo elegido,
escúchenlo” (Lucas 9: 35) es la ratificación del proyecto del Padre
para que nos fijemos en Jesús y lo asumamos como la alternativa que hace de
nosotros hombres y mujeres plenamente humanos y plenamente divinos.
Dicho en otras palabras, Jesús es la
estética de Dios, la belleza del Padre, la belleza del ser humano. La fealdad
que se genera en el desacatamiento de Dios y del hermano se transfigura en la
hermosura del nuevo ser humano que accede a configurarse con Jesús para salir
de sí mismo hacia la plenitud teologal y fraternal.
Antonio José Sarmiento Nova,SJ
Alejandro Romero Sarmiento