domingo, 30 de junio de 2013

COMUNITAS MATUTINA 30 DE JUNIO DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      1 Reyes 19:  19-21
2.      Salmo 15: 2-11
3.      Gálatas 5: 1 y 13-18
4.      Lucas 9: 51-62
El asunto del seguimiento es una constante en el proyecto de Jesús, vislumbrado también en la vocación de los profetas de Israel. Es lo que proponen hoy los textos de 1 Reyes y de Lucas. El seguimiento supone rupturas y un gran ejercicio de libertad para acoger todas las exigencias del  camino por el que se opta.
La cristología y la espiritualidad posteriores al Concilio Vaticano II recuperaron esta categoría central : seguir a Jesús es identificarse con El, asumir como propio su proyecto, afrontar la cruz y todas las contradicciones que se derivan de este “escándalo evangélico”, renunciar a privilegios y comodidades, tener claro que no se trata de una carrera para ascender en un escalafón jerárquico, optar por el espíritu de las bienaventuranzas, salir de la zona de  confort, tener efectiva y afectivamente  un afecto por la austeridad, ponerse del lado de los humildes, hacerse libre de las seducciones del poder, hacer que la solidaridad y el servicio sean determinantes en el modo de vida de quien lo sigue.
En definitiva, vivir según el estilo de Jesús ,o – en el lenguaje de San Ignacio de Loyola – es “tener conocimiento interno de Jesús”.En sus ejercicios espirituales, cuando se entra de lleno en la segunda etapa de los mismos, una vez allanados los afectos desordenados  y en plan de disponer al ejercitante para configurarse con Jesús, San Ignacio señala esta petición constante antes de cada secuencia de oración: “El tercero,demandar lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (Ejercicios Espirituales # 104).
De aquí en adelante, esta petición aparecerá siempre en los preámbulos de las propuestas ignacianas para la oración, justamente porque el gran propósito de los ejercicios es apasionarse por Jesús, comprometerse con su causa, dejar que El se constituya en la norma definitiva de nuestra existencia. Esto es lo que hizo Ignacio, también Francisco Javier, Pedro Claver,  y muchos-as más que han vivido inspirados por esta escuela de espiritualidad.
Seguir a Jesús demanda una nueva manera ser, siendo el Evangelio la sustancia que define este cambio: nuevas motivaciones, nuevas prioridades, renuncias amorosas, libertad para decidir, capacidad de riesgo, donación de la vida sin reservas, disposición para la cruz y la contradicción, vida según el Espíritu. No se trata de ser un “cristiano tranquilo y adaptado al sistema”  sino – con el Señor – decidirse a trabajar por el reino de Dios y su justicia, con la idea de crear un nuevo orden de vida y sentido, fundamentado en el Padre.
La escena que refiere 1 Reyes es elocuente cuando al joven Eliseo se le plantea seguir el camino de su maestro, el profeta Elías. Eliseo vacila entre ir a despedirse de sus padres o acatar la invitación de su maestro, al final  entiende que debe dejar su vida anterior y finalmente da el paso, emprende el modo propio del profeta: “siguió a Elías y se puso a su servicio” (1 Reyes 19: 21).
Sabemos bien que en el Antiguo Testamento el ministerio de los profetas está fuera del sistema religioso oficial, es un compromiso directo con Dios y con la comunidad, dedicado a anunciar que quien siga los designios divinos se encontrará en el camino de la verdadera justicia , y a denunciar con severidad lo que es contrario a esta intención. Por esto último los profetas siempre resultaron incómodos para la dirigencia religiosa y por lo mismo fueron perseguidos y  a menudo excluídos de la comunidad . Un requerimiento como este exige una libertad de espíritu por encima de lo común, y una actitud como la que designamos cuando decimos “jugarse el todo por el todo”. Así también es la invitación de Jesús.
En el relato de Lucas 9:51-62, Jesús interpela la mentalidad y estilo de sus discípulos, cuando ellos intentan venganza contra quienes no los recibieron: “Así que envió mensajeros por delante, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada ……. (recordamos la radical rivalidad entre judíos y samaritanos)…..Pero no lo recibieron, porque tenía intención de ir a Jerusalén. Ante la negativa, sus discípulos Santiago y Juan dijeron : Señor, quieres que mandemos bajar fuego del cielo y los consuma? Pero Jesús se volvió y les reprendió; y se fueron a otro pueblo” (Lucas 9: 52-56).
Con esto queda claro que el “triunfo” del proyecto de Jesús no tiene nada que ver con la mentalidad humana de retaliación, casi instintiva, ni con demostrar a los contradictores el poder, ni la afirmación violenta sobre ellos, así no estén en disposición de acoger el mensaje.
 La lógica de Jesús es radicalmente diferente, es humilde, desarmada : esto debe ser asumido por quien se empeñe en asumir esta manera de ser y de vivir. Por eso no tienen cabida aquí el estilo triunfalista, la afirmación de privilegios para la iglesia y para los cristianos, la expectativa de recibir aplausos y homenajes o reconocimiento social. Ser despojados, humildes y serviciales son  condiciones esenciales para la autonomía profética de quien sigue estos senderos de Dios. Esto es lo que da plena credibilidad a la Buena Noticia y a quienes son sus mensajeros.
En lo que sigue del relato, ante la intención de dar marcha atrás de algunos de los suyos, Jesús les dice tajantemente: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lucas 9: 62).  Con este se refiere a todo lo que nos ancla en un pasado egoísta, los apegos que impiden la libertad, los motivos que no permiten entrar al Señor en nuestra vida, el mundo de ídolos que frenan la generosidad y disponibilidad exigidas para este camino.
Una advertencia importante: las renuncias tal como se entienden aquí no son expresiones de desamor a los seres queridos, a la familia, ni desprecio por realidades que son bellas y legítimas, ni son para generar en el seguidor de Jesús una angustia permanente por todo lo que quedó atrás.
Todo esto se da en el clima del mayor amor, del Dios cuya voluntad es que haya más y más  humanismo, dignidad, respeto, libertad,  constantes exigencias del Evangelio!. De modo que estas invitaciones participan del  mismo talante del amor ilimitado, como el de Jesús, que se ofrenda totalmente al Padre y a los hermanos, asumiendo que aquí es donde reside la genuina felicidad, que en nosotros se entiende como la bienaventuranza, bella palabra que expresa todo el contenido de la vida misma de Jesús y de lo que El nos propone como auténtica realización de todo lo humano.
La carta a los Gálatas, en el pasaje leído este domingo, nos ofrece la lógica del seguimiento: “Para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gálatas 5: 1) y  “Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no tomen de esa libertad pretexto para la carne; antes, al contrario, sírvanse unos a otros por amor. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5: 13-14) .
El ser humano que resulta del seguimiento de Jesús es libre en el amor y para el amor. Esta libertad es don del Espíritu : la vida nueva de los creyentes alcanza su plenitud en el amor, que es una ley cualitativamente nueva y produce los frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí. No hay ley que condene tales cosas. Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gálatas 5: 22-24). Esta es la verdadera libertad, la que vive Jesús, la que nos ofrece como alternativa de realización. El hombre-mujer nuevo que surge de aquí  es profundamente libre de todo el universo de afectos desordenados.
Para ayudar a una mejor comprensión de estas afirmaciones se impone tener alerta crítica con algunos modelos que pretenden ser el ideal de cristianismo, y que distorsionan la originalidad del proyecto:
-          Los que se quedan en el fanático cumplimiento de reglas y normativas, con una actitud más neurótica que amorosa.
-          Aquellos que defienden doctrinas con talante fundamentalista.
-          Los desencarnados que desconocen los gozos legítimos del bello mundo creado por el Padre.
-          Los virtuosos que, a fuerza de serlo tanto, se deshumanizan y pierden el encanto propio de la buena condición humana.
-          Los envanecidos por la propia superioridad moral y religiosa (¿???) que desprecian a los demás por considerarlos pecadores y equivocados.
El seguimiento de Jesús está comprometido con un ser humano normal, muy normal, profundamente humano, consciente de sus límites y fragilidades, respetuoso con toda la realidad, implicado encarnatoriamente en ella, humilde, sereno, sobrio, apto para generar felicidad en su medio, comprensivo con las debilidades de sus prójimos, siempre dispuesto al ejercicio de la misericordia, a la cercanía amorosa con todos.

Antonio José Sarmiento Nova S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

domingo, 23 de junio de 2013

COMUNITAS MATUTINA 23 DE JUNIO DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Zacarías 12:10-11 y 13:1
2.      Salmo 62: 2-9
3.      Gálatas 3: 26-29
4.      Lucas 9: 18-25
La pregunta y planteamiento que hace Jesús a sus discípulos en el texto de Lucas nos ponen frente a  elementos sustanciales del proyecto cristiano. Quién es Jesús para sus discípulos y para nosotros? Qué implicaciones tiene la respuesta que damos a tal interrogante?
La inercia sociocultural en la que se ve envuelto el cristianismo hace que este se “acomode” al tejido social y se convierta en algo común y corriente, una práctica ritual, unas determinadas costumbres, unas creencias no procesadas reflexiva y críticamente, una manera “tranquila” de vivir esta fe.
Así como en el mundo árabe la inmensa mayoría de la población es musulmana, entre nosotros, cultura occidental, América Latina, la mayor parte de la población es cristiana, y, específicamente católica, como consecuencia de la conquista y colonización hecha por parte de España y Portugal, reinos  en su momento de mayoría católica, convencidos de que su verdad religiosa debía estar de la mano de la implantación de su verdad política.
Esto se vive como la pertenencia a una institución que presta servicios religiosos y que brinda un tipo de seguridad, tanto en el plano de la identidad personal y colectiva, como en el de la respuesta a las preguntas que suscita el asunto clave de la muerte. Sin embargo,  no impacta el cambio de la sociedad, en términos de una mayor autenticidad, de más coherencia en todos los planos del diario vivir,de una humanidad definitivamente trascendente, solidaria, y comprometida con el  proyecto de vida  que se propone en los textos bíblicos y en la revelación judeocristiana, en el ministerio público  de Jesús.
Ordinariamente se asocia el ser buen cristiano con personas de conducta adaptada al sistema, no problemáticas, soportes del orden y del sistema establecido, juiciosas, cumplidoras del deber, sumisas. Mucho de este estilo de práctica cristiana se queda en el simple nivel de lo religioso, sin tener una genuina experiencia de Dios o una dinámica espiritual que cambie cualitativamente la vida de  quienes están involucrados en estas realidades.
En otros casos, el silencio u omisión de los cristianos, ha servido de respaldo a sistemas y situaciones de injusticia, convirtiéndose en cómplices de sistemas y organizaciones contrarios a los valores del Evangelio. En todas estas actitudes están comprensiones deficientes de  Jesús, de su misión, de su identidad, de su ministerio. De ahí que se imponga una constante revisión del significado del Señor, dejando que sea El mismo quien nos interpele, provocando el saludable discernimiento que se requiere para acceder a su verdad esencial.
Aquí es donde puede entrar con fuerza la cuestión de Jesús: “Quién dice la multitud que soy yo?” (Lucas 9: 18), o “Y Ustedes, quién dicen que soy yo?” (Lucas 9: 20).
 La pregunta que les-nos hace no es  asunto casual, desconectado de una intención, se trata de escudriñar el tipo de lógica y actitud con las que estamos captándolo a El y a su propuesta de vida, si es una versión acomodada a nuestros intereses, a determinada mentalidad que distorsiona su intención original, o si corresponde con lo que el Padre Dios plantea, derribando  nuestro imaginario de “tranquilidad religiosa”.  Cuestión  que confronta y provoca rupturas porque remite a lo fundamental  de su ser y de su misión.
A lo largo de estos veinte siglos de historia cristiana muchas interpretaciones se han dado sobre la persona de Jesús,  su ser, su identidad. Muchas de ellas incompletas o sesgadas, lo que llevó a la Iglesia de los primeros siglos a pronunciarse magisterialmente , de modo particular en los concilios de Nicea y Calcedonia, para definir su realidad como verdaderamente Dios, verdaderamente humano, saliendo al paso a las presentaciones incompletas, unas demasiado espiritualistas, otras excesivamente reduccionistas y simplificadoras, como muchas que se ven con alta frecuencia en nuestros días, en los grupos de gran entusiasmo emocional, con sus prédicas exaltadas, su interpretación literal de la Biblia y  su talante fundamentalista, tanto en la iglesia católica como en muchos grupos de inspiración pentecostal y carismática.
Veamos lo que dice Jesús a sus discípulos, a propósito de sus respuestas: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y maestros de la ley, tiene que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Y a todos les decía: El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. El que quiera salva su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará. De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él?” (Lucas 9: 22-25).
Seguir a Jesús – lo hemos dicho con reiterada frecuencia – es contracultural. No es por los lados de la vida fácil, del poder, del prestigio social, de la comodidad material, de los beneficios del dinero, del cumplimiento ritual, de la ausencia de solidaridad, del acatamiento de los mínimos religiosos, como se lo sigue a El y a su invitación, claramente definida en las palabras referidas de Lucas.
Jesús salva y da sentido desde la donación de su vida, y esta es cruenta, exigente, extrema, dolorosa, crucificada, sin poder mundano, en perspectiva de servicio, del amor máximo, de la pasión total y profunda por el ser humano y por la reconstrucción de todo lo suyo, en la clave del Padre y de los hermanos.
El demanda la totalidad de lo que somos para quienes deseamos seguir su camino, y este no es fácil ni de privilegios, aquí se renuncia al vano honor del mundo y se empeña todo de uno mismo, no en vano autocastigo  masoquista sino en la máxima ofrenda del amor para dar sentido a la vida de los demás, para rescatar el sentido de lo esencial de Dios que es al mismo tiempo lo esencial de la humanidad que se despoja de arrogancias y poderes. Tal es la sabiduría de la cruz, en palabras de San Pablo.
El nos deja claro que su misión es “desempoderada”, si se mira desde la óptica humana de escalafones y jerarquías; de vaciamiento de sí mismo, de renuncia a toda pretensión de afirmarse sobre los demás; de servicio humilde para destacar que lo que nos hace auténticamente humanos y nos remite a Dios es convertirnos en servidores de una mejor y más excelente humanidad, cuyo diseño se ofrece en el Evangelio. Humanidad llamada a consumarse plenamente en el amor del Padre y en la construcción de vínculos fraternales, bajo la inspiración del Espíritu.
Consideremos la densidad de este texto paulino: “Tengan entre Ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz .Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y el abismo; y toda lengua confiese : Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2: 5-11). Aquí reside la esencia del señorío de Jesús.
Este tipo de lógica fue  la que inspiró vidas como las de  Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Laura Montoya, Carlos de Foucauld, Monseñor Romero, el Padre Arrupe,  quienes con su relato vital expresan con elocuencia el alcance liberador y amoroso de estas afirmaciones.
 Evangélicamente hablando la vida vale la pena si se la apuesta a este ideal y  si se entiende y asume que el mismo conlleva despojarse de lo superfluo, de lo que es motivo de vanidad, de lo que desconoce la entrega a los mínimos del mundo, crucificándose con El y como El para ser don y ofrenda de esperanza y de sentido.  Sólo el amor es digno de fe!
Y es también, siguiendo el espíritu del texto de Gálatas, una oferta incluyente, que integra fraternalmente las diferencias, que no clasifica ni etiqueta, que acoge a todos en la comunión gozosa de los hijos de Dios: “Por la fe en Cristo Jesús todos Ustedes son hijos de Dios. Los que se han bautizado consagrándose a Cristo se han revestido de Cristo.  Ya no se distinguen judío y griego,esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos Ustedes son uno con Cristo Jesús” (Gálatas 3: 26-28).
En el seguimiento de Jesús también se compromete el reconocimiento de  la diversidad que es propia de todos los humanos, la riqueza étnica y cultural, la diversidad de caminos espirituales y religiosos, el patrimonio humanista y sapiencial, los múltiples aportes para construír la sociedad, los desarrollos de las ciencias y las artes, la inmensa creatividad de las comunidades, realidades todas que expresan la multiforme acción del Espíritu y que invitan a tejer lazos, a crear vínculos y encuentros, cercanías y projimidades.  El Evangelio es por definición dialogante, comunitario, fraterno, promotor del abrazo y la comunión.
Este mismo Espíritu que cruza fronteras , inspira el diálogo, nos abre a lo diverso, nos congrega y hace posible la experiencia de unidad en la pluralidad. Ecumenismo, diálogo interreligioso, multiculturalidad,  apertura de mente y corazón, elementos que identifican al auténtico seguidor de Jesús y a una humanidad que trasciende de sí misma hacia Dios y hacia todos los hermanos.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

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