domingo, 27 de octubre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 27 DE OCTUBRE DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


Lecturas
1.      Eclesiástico 35: 15-17 y 20-22
2.      Salmo 33: 2-3;17-19 y 23
3.      2 Timoteo 4: 6-8 y 16-18
4.      Lucas 18:9-14
Cuál es nuestra actitud ante Dios y ante los demás: la del envanecimiento porque nos sentimos santos, perfectos, virtuosos, superiores a nuestros prójimos  en este sentido, reclamando honores y poniéndonos como medida moral de todos? O humildes, con el sentimiento de la indigencia radical, conscientes de nuestros límites, necesitados de Dios y de su misericordia, abiertos siempre a los caminos de la conversión, en evolución permanente, y compartiendo con muchos esta dinámica teologal, discreta, sobria, lejanos de todo tipo de vanidad moral y religiosa?
Estas son las preguntas que nos propone la Palabra de este domingo, enmarcadas en la exigente actitud de Jesús ante la soberbia de los sacerdotes del templo, maestros de la ley, fariseos y demás personajes religiosos de su tiempo, que se sentían justificados ante Dios por considerarse rigurosos observantes de la minuciosa ley del judaísmo  y, en consecuencia, merecedores del favor divino, con su correspondiente actitud de desprecio de los llamados por ellos pecadores públicos, de los últimos, de los pobres, generando un estilo religioso-moral de profunda y escandalosa  arrogancia.
La parábola de Lucas es bien elocuente al respecto, contrastando dos estilos: “El fariseo, de pie, hacía interiormente esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese que recauda impuestos para Roma…….. Por su parte, el recaudador de impuestos, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lucas 18: 11 y 13).
Dónde nos encontramos?  Se impone una autocrítica concienzuda, y una revisión de ese estilo católico moralista e intransigente que se ha cultivado en muchos ambientes hispano y latinoamericanos, partiendo de la presunción de ser poseedores de la única verdad de salvación, subestimando otras opciones creyentes y etiquetando a los que resolvemos llamar malos porque piensan distinto, llevan estilos de vida diferentes que se nos antojan contrarios a nuestras “verdades” y, por tanto, heterodoxos, herejes,  y excluidos de “nuestra” salvación.
Las llamadas gentes de bien a menudo incurren en este talante fariseo. Delante de Dios, en un ejercicio de la mayor sinceridad, interroguémonos si este es nuestro talante, y dejemos que El provoque en nosotros la alternativa de la humildad, la de sentirnos necesitados de su gracia y de su salud, poniéndonos hombro a hombro con la mayoría de la humanidad en disposición de bajo perfil, como el cobrador de impuestos de la parábola lucana.
Cabe también una reflexión detenida sobre eso que llamamos fragilidad humana. “Errare humanum est”, dice el adagio latino en frase escueta que reconoce esta condición que nos es inherente a todos. Cómo vivimos nuestras debilidades y cómo estas nos hacen conscientes de las de los demás?  Sabemos que esta realidad hace parte esencial de nuestra humanidad? Buscamos un modo profundo, interior, responsable,  para apropiarnos de esta radical precariedad  y ello nos lleva a un sentido de sensatez, de aceptación de esta inevitable realidad?
Esto, por contrapartida,  está asociado con algo que llamamos fundamentalismo religioso y moral, también político y social. Ha sido muy determinante en la configuración de nuestra sociedad colombiana, por otra parte tan católica (?). Es la tentación de las mayorías que se sienten poseedoras de verdades absolutas (?), descalificamos lo divergente, rechazamos como perversa la postura de los que viven, sienten y piensan distinto, y esto en todos los ámbitos de la realidad.
Cabe preguntarnos si en la raíz de tanta violencia no estará presente este espíritu fundamentalista, el que llevó a liberales y a conservadores a tan sangrienta y absurda confrontación, el que propició actitudes “católicas” de condena y excomunión, el que hizo posible el nacimiento de  paramilitarismo y guerrillas, cada una sintiéndose portadora de un modelo de sociedad y acudiendo a las más inaceptables manifestaciones de sevicia y criminalidad para destruír al adversario?  Y esto con la anuencia silenciosa de muchas gentes de bien!
 Con escandalosa autosuficiencia hacemos cacería de brujas invocando la defensa de la “civilización occidental cristiana”, otro ente ideológico bien lejano del Evangelio de Jesús!
No es lugar común afirmar que la lógica de Dios rompe estos esquemas humanos de superioridad y se decide contundentemente por la humildad, como bien lo expresa el texto de la primera lectura de hoy: “La oración del humilde atraviesa las nubes y no para hasta alcanzar su destino” (Eclesiástico 35: 17), deja claro que lo agradable a Dios es el corazón que asume sus fragilidades y se inscribe en la reconstrucción de su ser y de su hacer sin juzgar ni condenar a los demás.
Cuando recorremos la vida de hombres y mujeres que han tomado en serio a Jesús y a su Evangelio lo que podemos constatar es una hondísima humildad, una conciencia realista sobre la propia fragilidad, una “osadía de dejarse llevar” como dijera nuestro querido Padre Arrupe, una mirada siempre respetuosa sobre la vida de los demás seres humanos, y un trabajo espiritual explícito de madurez y conversión. Esto descansa  en la base de lo que se entiende por genuina santidad, por el esfuerzo honesto de configurar la propia vida con el proyecto de Jesús.
Y también esto mismo nos abre a experimentar la misericordia del Padre, esa fuerza reconstructora del ser humano que se nos comunica gratuita e incondicionalmente: “El Señor está cerca de los que sufren y salva a los que están desconsolados” (Salmo 33: 19).
Pensemos , por ejemplo, en el sufrimiento de la mujer que se tiene que prostituir para llevar el pan a sus hijos, en los muchísimos condenados morales incomprendidos y maltratados por la intransigencia de los “buenos”(?), el drama relatado por Víctor Hugo en “Los Miserables”, cuando su protagonista Jean Valjean tuvo que padecer la más humillante persecución y posterior condena por haber robado un poco de pan para llevar sustento a su familia. Con este escrito el autor confrontó la hipocresía de la sociedad francesa de su tiempo, pagadísima de sí misma y con el mismo complejo farisaico de superioridad moral.
En una bella homilía de esta semana, el Papa Francisco contrapone ideología a fe, “Discípulos de Cristo y no de la ideología”, pronunciada el jueves 17 de octubre en su eucaristía diaria de la casa de Santa Marta, dice entre otras cosas: “El Papa centró su homilía en el pasaje evangélico de Lucas (11:47-54), que relata la advertencia de Jesús a los doctores de la ley – Ay de ustedes que se han apoderado de la llave de la ciencia, ustedes no han entrado y a los que intentaban entrar se lo han impedido - , asociando a ello la imagen de una “iglesia cerrada” en la que la gente que pasa delante no puede entrar, y de donde el Señor que está dentro no puede salir. De aquí la referencia a esos cristianos que tienen en su mano la llave y se la llevan, no abren la puerta, o peor, se detienen en la puerta y no dejan entrar . Tenemos el atrevimiento de sentirnos los concesionarios exclusivos de Dios para decidir con arrogancia quien entra y quien se queda afuera?
Tanto la Palabra de este domingo como la reflexión de Francisco nos llevan a interrogarnos si somos cristianos de ideología como en esas intransigentes épocas del franquismo en España, como la alianza de iglesia y un determinado partido político en Colombia, en franco estilo inquisitorial, o si de modo sincero nos dejamos llevar por el Espíritu para vivir la experiencia liberadora de Jesús, como lo sigue proponiendo Pablo a su discípulo Timoteo: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe” (2 Timoteo 4: 6), palabras que testimonian que su fe no la ha vivido por participar del poder de un grupo religioso sino por saberse arraigado en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo: “El Señor estuvo a mi lado y me fortaleció…” (2 Timoteo 4: 17).
Todas estas crisis que hemos vivido recientemente en el seno de la Iglesia, los escándalos de pedofilia protagonizados por sacerdotes y religiosos, el silencio de omisión de algunos obispos, los manejos inadecuados de las finanzas vaticanas, la cerrazón a corrientes renovadoras en la teología y en la pastoral, el secretismo en algunos procedimientos eclesiásticos, la tentación de hacer del ministerio una carrera de poder, son una extraordinaria oportunidad para ejercer la humildad, para reconocer sin rodeos que somos pecadores, para volver a lo esencial del Evangelio, para deponer el poder católico y acceder al mismísimo Señor: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…” (2 Timoteo 2: 8).
El Espíritu de Dios siempre sopla vientos de novedad, de frescura teologal y humana, de apasionantes sorpresas, de rescate de lo esencial, para que volvamos por los fueros del genuino humanismo que se deduce de la Buena Noticia de Jesús.
 No seamos inferiores a estos llamados del Señor que se nos hacen clamores en la situación de tantos seres humanos que buscan el verdadero sentido de la vida, en el trabajo infatigable y comprometido de quienes quieren hacer del mundo un escenario de auténtica humanidad, en el sincero diálogo ecuménico e interreligioso, en la lucha apasionada por la justicia y por la dignidad humana, en el bajarnos de los pedestales para caminar con el ser humano, el del día a día, el de a pie, el del que no sabe de vanidades sino de amor y solidaridad. Como el Señor Jesús !


Antonio José Sarmiento Nova , SJ – Alejandro Romero Sarmiento

domingo, 20 de octubre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 20 DE OCTUBRE DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      Exodo 17: 8-13
2.      Salmo 120: 1-8
3.      2 Timoteo 3: 14 a 4:2
4.      Lucas 18: 1-8
Cómo hacer compatibles la más profunda confianza en Dios con la capacidad humana de tomar decisiones y de transformar favorablemente las realidades de la historia? Este interrogante surge como pregunta clave a partir de lo que nos proponen los textos de Exodo y del Evangelio de Lucas, propuestos por la liturgia de la palabra de este domingo.
En nuestro propósito de revisar críticamente algunos  aspectos ingenuos de la práctica religiosa debemos advertir algunas actitudes que merecen una revisión de fondo:
-          Declinar toda responsabilidad humana para dejar que sea Dios el único actor de la historia, dando paso a eso que llamamos providencialismo.
-          Hacer descansar la relación con Dios sólo en la demanda de favores, milagros, beneficios.
-          Tener la idea de que Dios es el gran operador que resuelve todos nuestros problemas de modo mágico.
-          Desarrollar una concepción minimizante del ser humano, que al lado de Dios es ínfimo e incompetente para emprender proyectos de vida responsables y autónomos.
Esta advertencia es para someter a proceso crítico las mentalidades que están detrás de estos modos religiosos, con el fin de superarlos y de evolucionar hacia una fe activa y comprometida.
 La mejor y más saludable tradición cristiana nos dice algo parecido a aquello del refrán  “A Dios rogando y con el mazo dando”, donde podemos descubrir el sentido genuino de la confianza en la gratuidad de Dios – siempre dispuesto a dar todo de sí mismo para nuestra plenitud – y las posibilidades del ser humano que – en ejercicio de su libertad – piensa, discierne, decide y actúa para hacer de la historia el escenario de su realización. Esto es lo atinado para hablar de gracia de Dios y  de libertad humana, realidades que se implican mutuamente.
En el relato del Exodo hay una situación problemática, como tantas que  se nos presentan en la vida (no hagamos el énfasis de la lectura  en la batalla que va a terminar con vencedores y vencidos, probablemente con muertos y otros reveses, veamos más bien  el aspecto de reto y compromiso).  Cómo afrontan estos israelitas tal  circunstancia? :” Y sucedió que mientras Moisés tenía las manos arriba , se imponía Israel, pero cuando las bajaba, se imponían los amalecitas. Se le cansaron los brazos a Moisés , entonces tomaron una piedra, y sentaron a Moisés sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así Moisés mantuvo sus brazos alzados hasta la puesta del sol” (Exodo 17: 11-12).
Que este relato y el ingenio manifestado en él nos lleve a constatar cómo actuamos en las situaciones límite de la vida: el sufrimiento, las frustraciones afectivas, las enfermedades, los problemas económicos, el desempleo, los vacíos existenciales: nos abandonamos al fracaso? Adoptamos una actitud providencialista y milagrera? Bajamos la guardia?  Abjuramos de la fe en Dios? O – mejor – hacemos recurso a nuestra iniciativa-temple-creatividad y confiando en este Dios,  absolutamente comprometido con nuestra felicidad,  ejercemos nuestra responsabilidad afrontando constructivamente la adversidad?
Todo indica que el camino adecuado transita por la respuesta a este último interrogante.
Cuando los llamados “maestros de la sospecha” – Feuerbach, Nietszche, Marx,Freud – plantean desde sus horizontes de comprensión unos interrogantes severos a las creencias y prácticas religiosas , lo hacen porque ven a una humanidad que ha hipotecado su libertad y su dignidad a una realidad llamada dios y se han convertido en seres incapaces de autonomía, transfiriendo toda responsabilidad y sentido a eso que está más allá, hombres y mujeres pusilánimes, que no acometen la tarea de decidir por sí mismos. A la luz de esto debemos aceptar que hay mentalidades y estilos religiosos que son claramente alienantes y que, en el caso cristiano, desdicen del proyecto liberador de Jesús.
Veamos las cuestiones que nos proponen estos pensadores no creyentes como intervenciones del Espíritu (recordemos que la lógica de Dios deshace la nuestra) que provocan purificaciones de la mentalidad providencialista, de la religión de sólo milagros y favores, de las falsas imágenes de Dios que minusvaloran al ser humano, y pongámonos en trance de un cristianismo adulto, en el que gracia de Dios y emprendimiento humano se combinan sabiamente como orientación fundante y fundamental de nuestros proyectos de vida.
El relato de Lucas es elocuente en este sentido : se trata de orar sin desanimarse, dándonos plenamente a Dios Nuestro Señor en un ejercicio de confianza radical, de abandono en sus manos, de amorosa insistencia, explicitando en ello nuestra certeza  de que sólo en El reside nuestra esperanza: “ Y el  Señor dijo: Dios no les hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche, mientras demora en escucharles? Pues les aseguro que Dios hará justicia en favor de ellos, y lo hará rápido” (Lucas 18: 7-8).
En este orden de cosas, miremos lo que sucede con el proceso de paz en nuestro país, para poner un caso bien cercano a nuestra cotidianidad. Es una dinámica llena de ambigüedades, altamente crítica y difícil, pues conocemos bien esta larga y dolorosa historia; negociaciones anteriores que fracasaron, manejos maquiavélicos de parte de los guerrilleros, situaciones de pobreza extrema, inhabilidad del gobierno y de los empresarios para implementar un modelo económico humanista e incluyente, presencia de otros grupos armados intolerantes – paramilitares,Bacrim - y de alta crueldad en sus manejos.
 Definitivamente es una realidad muy compleja, pero no por ello debemos dejar de afrontarla. Qué retos plantea esto a nuestra sensibilidad evangélica en la  perspectiva de confiar en Dios y tomar decisiones sabias y constructivas?
 Está clarísimo que hay que confiar en Dios y desplegar las mejores herramientas de la fe para demandar de El gracia y sensatez que inspire a los directamente implicados en las negociaciones, pero al mismo tiempo se impone el desarrollo de todo el talento de sabiduría , de sentido humano, de diálogo responsable, de civilidad, con la intención de que se logre el acuerdo que permita una convivencia pacífica de todos los que vivimos en Colombia, con las debidas y muy exigentes condiciones de justicia y de equidad social.
En Colombia,  la mayoría de sus pobladores nos decimos cristianos, seguidores de Jesús, los más  en la comunidad católica, y un número bastante  significativo en las denominaciones surgidas de la  reforma protestante. Esto, impacta constructivamente el tejido social colombiano? Los valores del Evangelio se traducen en prácticas de equidad, de respeto a la dignidad humana, de promoción de los derechos humanos? Estamos suficientemente involucrados en el proceso de paz? Los gobernantes y empresarios, muchos de ellos creyentes, hacen una apuesta en su gestión para superar definitivamente estas gravísimas patologías?
Porque nunca debemos olvidar que, si bien la fe cristiana nos remite a una plenitud que se consuma más allá de la historia, esta misma confianza en el Dios revelado en el Señor Jesucristo nos exige construír un mundo de projimidad, solidario, fraterno, humano, equitativo. Esto es esencial y definitivo para una cabal comprensión y vivencia de la fe en Jesucristo.
En COMUNITAS MATUTINA trabajamos para inspirar un cristianismo serio, juicioso, fiel al Señor y a la humanidad, conectado con la historia, abierto a los signos de los tiempos, con raíces profundas en lo mejor de la tradición cristiana, de la interpretación bíblica, del magisterio eclesial, de la buena teología, de la espiritualidad saludable.
 Esto nos lleva a escuchar con atención las sabias recomendaciones que hace Pablo a Timoteo, ambos fieles testigos de la mayor seriedad en materia de vida según el Evangelio, que desde hace varios domingos estamos recibiendo como segunda lectura: “Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste. Recuerda que desde niño conoces las sagradas Letras; ellas pueden proporcionarte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3: 14-15).
La palabra de Dios es el mismo Señor Jesucristo, en quien El Padre se ha expresado decisiva y definitivamente en orden a nuestra plenitud de sentido, a nuestra salvación. El testimonio original de las primitivas comunidades cristianas marca un derrotero para los creyentes de todos los tiempos de la historia en lo tocante a lo original de nuestra fe.
Cómo marca eso nuestra espiritualidad, nuestros estilos de vida, nuestras decisiones, todos los ámbitos de nuestra existencia? Atender a esa Palabra, vivida por cristianos concretos en circunstancias concretas , nos garantiza el mayor nivel de seriedad en nuestra manera de asumir el Evangelio, también con la intención de salir adelante a interpretaciones fundamentalistas y a modos de cristianismo “light”, superfluo, trivial, como suele suceder en muchos de los llamados movimientos de renovación, bastante entusiastas desde el punto de vista emocional, y poco densos en su conexión con la realidad y con la Palabra original y originante.
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir, y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra religiosamente maduro y preparado para toda obra buena” (2 Timoteo 3: 16-17). Esta referencia clave que hace Pablo a Timoteo también vale para nosotros, el relato bíblico es fundante porque testimonia  “en vivo y en directo” los acontecimientos en los que Dios se nos revela progresivamente hasta su manifestación plena en la historia de Jesús, que es la Palabra por excelencia. Tal  es el contenido principal de la recomendación paulina a Timoteo, una juiciosa invitación a la seriedad cristiana.


Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro Romero Sarmiento

domingo, 13 de octubre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 13 DE OCTUBRE DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      2 Reyes 5: 14-17
2.      Salmo 97: 1-4
3.      2 Timoteo 2: 8-13
4.      Lucas 17: 11-19
Para una cabal comprensión del texto contenido en  2 Reyes cabe advertir dos elementos importantes:
-          Todo este libro pertenece a una tradición bíblica llamada la tendencia deuteronomista (del griego deuteros: segunda y nomos: ley, la segunda ley). Su intencionalidad es la de generar una renovación profunda de la religiosidad y espiritualidad de los israelitas recuperando los elementos originales de su fe, especialmente en el aspecto de hacer que el culto sea desde la propia vida (adorar al Padre en espíritu y en verdad, dice Jesús en el evangelio de Juan) y hacer que la dinámica religiosa no sea la de una institución formal sino la de un estilo de vida compatible con el proyecto de Dios, especialmente en materia de projimidad, de solidaridad, de justicia y atención comprometida a los pobres y humillados. El culto verdadero a Dios es el que se ejerce desde la vida dedicada a su voluntad :  este es el eje de la teología deuteronomista.
-          El segundo aspecto es el de destacar la universalidad del Dios de Israel, es un Dios que supera las fronteras nacionales y religiosas y se abre a toda la humanidad para explicitar su iniciativa de salvación, incluyente, ecuménica. También manifiesta que la lógica de Dios no funciona a través del poder y de los poderosos, valiéndose – por el contrario -  de instrumentos frágiles y de “bajo perfil”. Conviene leer el capítulo 5 desde el versículo 1 hasta el 27 para captar bien la historia de Naamán, el  sirio, y percibir todos los matices allí contenidos.
Este general, que es un extranjero y , por lo mismo, no hace parte de la comunidad de fe de Israel,  está en búsqueda de su salud ,  desea curarse de la lepra que padece, y es una persona humilde la que le sugiere: “En una incursión, una banda de sirios llevó de Israel a una muchacha , que quedó como criada de la mujer de Naamán, entonces ella dijo a su señora: ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaría; él lo libraría de su enfermedad” (2 Reyes 5: 2-3).
 Naamán recibe la sugerencia pero acude a su prestigio y a su poder, consiguiendo una recomendación de su rey que lo remite directamente al de Israel, dentro de la mentalidad habitual en este tipo de ambientes en el que se considera que sólo las personas “importantes” son las que pueden solucionar problemas y tomar decisiones dignas de ser tenidas en cuenta; en esta lógica lo pequeño y frágil no tiene cabida, es insignificante y despreciable.
 Pero………………bien sabemos que la mente  de Dios no es la de la humanidad! Vale decir que El suele darnos sorpresas, desarmando esquemas y seguridades adquiridas y enrutando las dinámicas de la vida por caminos contradictorios que derivan en realidades de bienaventuranza y de libertad.
El Dios bíblico interviene en la historia no como el gran ordenador sino como el liberador que decide la historia por caminos a menudo en contravía de los razonamientos habituales de muchos de nosotros.
La pompa y ostentación de Naamán, como la de todo ese universo que Ignacio de Loyola llamó el “vano honor del mundo” , no cuenta para Dios, cuyo proceder salvador y liberador sucede desde el reverso de la historia, desde lo humilde, sorprendiendo así a quienes se envanecen con razones de poder y de riqueza.
 La Buena Noticia de Jesús es liberadora porque se inserta en las realidades de debilidad  (el nacimiento en extrema pobreza, el dramatismo de la cruz) y las convierte en instrumentos de salvación, dando a toda la humanidad un mensaje a contracorriente, provocador y profundamente profético.
Esta mediación se explicita en la sencillez y transparencia del profeta Eliseo, cuyo servicio hace exclamar a Naamán: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor. Eliseo contestó: Por la vida del Señor a quien sirvo, no aceptaré nada! Y aunque le insistía, lo rehusó” (2  Reyes 5: 15-16). El talante de quien se sabe fundamentado en Dios no acude a la voluntad de poder, se siente modesto instrumento y deja brillar la gratuidad e incondicionalidad de la intervención teologal.
Bello relato que pone en contraste dos mentalidades y estilos, con la intención de incitar al discernimiento. Dónde estamos: en la arrogancia propia de los poderosos? En el que cifra su valer en las riquezas y en su influencia? O en la historia del amor humilde que se esconde – discreto – para dejar que el amor de Dios cure, transforme, libere, sea plenamente salvador?
Partícipe de esta mentalidad es todo el conjunto de recomendaciones que Pablo hace a Timoteo, para que su ministerio sea verdaderamente portador de la gozosa y radical novedad del Señor Jesús: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de la muerte y descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, por la que sufro y estoy encadenado como malhechor, pero la palabra de Dios no está encadenada” ( 2 Timoteo 2: 8-9).
El ministerio de la Iglesia no es anunciarse  a sí misma ni reivindicar para sí una posición de prestigio social, ni consolidarse en privilegios. Lo propio, para toda la comunidad de los creyentes y para cada cristiano en particular, es que la propia vida se configure con Jesucristo y exprese en su mentalidad, en sus motivaciones, en sus determinaciones y actuaciones que esa lógica del amor de Dios revelada en El sea la norma determinante de la existencia. Aquí reside la mayor garantía de credibilidad.
Cuando el papa Francisco confronta a la Iglesia para que deje ser “autorreferencial”  , se despoje de su ropaje de poder y se baje a las calles de la vida , está haciendo recurso a un elemento claramente original e indispensable del mensaje de Jesús. La iglesia debe ser servidora, vivir como servidora y, para ello, está llamada a deshacerse de las contaminaciones mundanas. Este es requisito “sine qua non” para la consistencia  del mensaje evangélico.
Dicho de otro modo: no es el poder político o económico ni los abolengos sociales ni la fuerza de las instituciones lo que salva y da sentido a la humanidad. Lo que decide el significado de la existencia nuestra es el amor, el que no se reserva nada y lo entrega todo para que otros tengan vida en abundancia: “Nadie tiene amor mayor que el que es capaz de dar la vida por las personas que ama” (Juan 15: 13). Sólo el amor es digno de fe!
En el milagro de la curación de los diez leprosos, que refiere el texto de Lucas, vuelven a hacerse explícitos asuntos sustanciales del reino de Dios y su justicia: “Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Era samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: No recobraron la salud los diez? Y los otros nueve, dónde están? Ninguno volvió a dar gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo: ponte de pie y vete, tu fe te ha salvado” (Lucas 17: 15-19).
 Los primeros nueve eran judíos, del pueblo elegido y favorecido por Dios y, el único agradecido, samaritano, extranjero, detestado y segregado por los arrogantes de Jerusalem. Y es este marginal el que reconoce en su sanación el favor liberador del ministerio de Jesús.
Podemos preguntarnos si en el mundo católico nos sentimos demasiado seguros, con la comodidad que da la “buena conciencia”, con una religiosidad confortable e instalada, demasiado pagados de nosotros mismos, y convencidos de que somos los buenos, a quienes los demás deben mirar para saber qué es un buen ejemplo. Esta es una gran tentación: el sentirse merecedores de la gracia de Dios! Postura ciertamente vanidosa, soberbia y ajena a la “minoridad” de la estrategia del Señor.
Dónde nos vemos: en los nueve curados que se marcharon sin agradecer, sintiéndose que lo merecían? O en el mínimo samaritano que se conmovió en lo más hondo de su ser y expresó su gratitud, siguiendo la misma lógica de la gratuidad divina que no pondera méritos sino que derrama su justicia de modo ilimitado?
Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro Romero Sarmiento

domingo, 6 de octubre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 6 DE OCTUBRE DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Habacuc 1: 2-3 y 2:2-4
2.      Salmo 94: 1-9
3.      2 Timoteo 1: 6-8 y 13-14
4.      Lucas 17: 5-10
En las preguntas profundas que surgen cuando constatamos los efectos demoledores del mal  se presentan también crisis, hondas inconformidades, incluso rebeldías contra el mismo Dios. La filosofía de tendencia existencialista ha sido el espacio más crítico que en este sentido se ha desarrollado en el pasado siglo, particularmente después de los excesos vividos en la II Guerra Mundial. La capacidad destructora de seres humanos en contra de sus congéneres ha desbordado la capacidad de confianza y también de esperanza. Algunos han llegado a hablar de “ el silencio de Dios”.
Qué valoración damos a lo sucedido en los campos de concentración como Auschwitz, Dachau, Treblinka?  A los asesinatos masivos cometidos por el régimen de Pol Pot en Camboya?  A las desapariciones, secuestros, torturas y asesinatos cometidos por los regímenes militares del cono sur latinoamericano durante las décadas de los setenta y ochenta? A la sevicia de paramilitares y guerrilleros en nuestro país? A los falsos positivos, responsabilidad criminal de militares? A lo perpetrado por los escuadrones de la muerte en El Salvador?
Cómo confiar en Dios y en el mismo ser humano ante estos alcances de la barbarie pensados y ejecutados por seres que se suponen razonables y cuerdos?  A estos interrogantes y a la búsqueda de respuestas nos lleva la Palabra de este domingo, cuando escuchamos decir al profeta Habacuc: “Hasta cuándo, Yahvé, pediré auxilio, sin que tú escuches, clamaré a ti: violencia!, sin que tú salves? Por qué me haces ver la iniquidad, mientras tú miras la opresión? Ante mí hay rapiña y violencia, se suscitan querellas y discordias!” (Habacuc 1: 2-3).
Pensadores del siglo XX como Jean Paul Sartre (1905 – 1980)  y Albert Camus  (1913-1960) dedicaron su trabajo filosófico a escudriñar esta radical inquietud humana, con títulos como “La náusea”, “El ser y la nada”, “La peste”, expresando  un escepticismo radical frente a las posibilidades de la condición humana de llevar una existencia con significado . Canalizaron una tristeza individual y colectiva, se convirtieron en profetas de la gran desgracia, denunciaron sin esperanza los crímenes del nazismo y de los campos de concentración soviéticos, fueron la expresión de una generación desencantada.
 También en  los años anteriores a ellos , Miguel de Unamuno  ( 1864-1936) con su “Del sentimiento trágico de la vida” fue en el contexto hispano y latinoamericano otro vocero de este profundo desasosiego, búsqueda constante que halló lenguaje dramático en su conmovedora novela “San Manuel Bueno, mártir”, en la que crea la historia de un excelente sacerdote, queridísimo por su comunidad, que tenía un problema que atormentaba su vida: no tenía fe!, pero buscaba con pasión el poder beneficiarse de ese don, que se le mostraba esquivo.
El profeta Habacuc se queja ante Yahvé de las desgracias de su pueblo, por qué  El tolera el triunfo de los malvados, por qué los justos no tienen la razón?  Estas son las cuestiones que surgen cuando el mal nos aflige y parece deshacer nuestros proyectos de plenitud y felicidad. Qué hacer, cómo vivir, qué comunicar, cuándo la humanidad vive las consecuencias de tan graves azotes? Desarrollamos la mentalidad de que Dios nos castiga, de que esto es fruto de nuestras infidelidades y pecados? Dejamos que una concepción fatalista de la vida – más bien de la muerte – sofoque nuestras ilusiones e ideales de sentido y de razones para vivir?
La respuesta  se empieza a perfilar cuando escuchamos: “Porque tiene su fecha la visión, aspira a la meta y no defrauda; si se atrasa, espérala;pues vendrá, ciertamente sin retraso. Sucumbirá quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad vivirá” (Habacuc 2: 3-4). Es preciso que todos nos hagamos conscientes de que la respuesta de Dios -  que siempre es dadora de sentido aún en medio de las grandes contradicciones  - no acontece de manera mágica, como en la mentalidad milagrera que está detrás de muchas prácticas y estilos religiosos.
La biografía de Israel es más comprensible si hacemos un paralelo con la nuestra. Ellos viven la experiencia de un Dios que se inserta y revela en su historia, lo descubren en los hechos de la misma, aprenden a escrutar los signos de los tiempos, asumen un compromiso fundamental con El – la Alianza -, viven momentos de auténtica bendición y felicidad, pero también son sometidos a vejaciones y tragedias cuando potencias extranjeras los invaden y destruyen los elementos esenciales de su identidad espiritual.
También nuestros relatos de vida tienen los mismos elementos: legítimamente nos orientamos a la felicidad, diseñamos bellos proyectos de vida, nos enamoramos, prevemos el futuro con responsabilidad, nos apasionamos por nobles causas, construímos territorios afectivos, somos al mismo tiempo receptores y generadores de sentido, pero también sufrimos, lloramos, nos enfermamos, padecemos angustias, fracasamos, nos afligimos. Cómo hacernos conscientes de que la vida no es absurda, de que Dios sí es razón de nuestra esperanza en estas situaciones donde parece que se nos deshace la ilusión de vivir?
A este respecto hagamos presentes los contenidos de los salmos que evidencian con destacada elocuencia los estados de ánimo de nuestros padres en la fe: “Aplastan a tu pueblo, Yahvé, humillan a tu heredad. Matan al forastero y a la viuda, asesinan al huérfano” (Salmo 94:5). Expresiones de parecido tenor campean en la literatura bíblica, salmos y profetas especialmente, no son retóricas de ocasión, son lenguajes cargados de dolor, también de protesta y pregunta, y de búsqueda apasionada de una respuesta, que finalmente llega: “Pero Yahvé es mi baluarte, mi Dios, mi roca de refugio” (Salmo 94: 22).
En los ya lejanos e interesantes años de estudio de la teología, recordamos al maestro jesuita Carlos Bravo Lazcano (1916 – 1993), quien en su curso – estupendo, realista, rico en posibilidades de sentido – llamado “Marco antropológico de la fe”, nos introdujo con densa sabiduría y rigor académico en estas problemáticas: el mal, la soledad, el sufrimiento, el vacío existencial, la enfermedad, la frustración, la muerte, desfilaron en concienzudo análisis – siempre en un ámbito muy crítico y razonable – para llevarnos luego a la experiencia creyente, al ejercicio de una fe razonable, que no se niega a la fascinación ante el misterio insondable de Dios pero que se vive como un ejercicio de inteligencia trascendente.
De este sincero cristiano -  siempre riguroso y crítico – recordamos sus libros “El problema del mal” y “El marco antropológico de la fe”, textos siempre actuales y provocadores de procesos de superación de la mentalidad mágica hacia la fe madura, realista y esperanzada al mismo tiempo.
Estas reflexiones quieren suscitar en nosotros la posibilidad de una condición creyente realista, encarnada en la historia, consciente de nuestra radical precariedad, dispuesta a “leer” los signos de los tiempos, a no eludir la confrontación del mal, a rebelarnos contra todo lo que es indigno e injusto, abiertos a la gracia de Dios que suscita en nosotros la conciencia de su cercanía, de su total implicación en nuestra humanidad y nuestra historia, y de su decisión de dotar de sentido absoluto – decisivamente esperanzador, por lo tanto! – al ser humano de todos los tiempos de la historia, siempre en la perspectiva de que sea la libertad de nuestra parte la que acoja este don de trascendencia.
Así, resultan hondamente estimulantes las palabras de Pablo a Timoteo: “Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia, que nos concedió desde toda la eternidad en cristo Jesús” (2 Timoteo 1: 8-9). La realidad originante de nuestra fe, que es la historia del Señor Jesús, testimoniada por Pedro Pablo y por las comunidades del cristianismo apostólico, expresa con nitidez cómo se vive radicalmente la confianza total en Dios, la entrega total a El, y cómo esto hace posible que la cruz, las persecuciones, las contradicciones cambien su dimensión de tragedia y mortalidad en la perspectiva decisiva de la Pascua, de la vida inagotable, del sentido que rebasa las fronteras de la historia y se hace eternidad bienaventurada.
El testimonio de los cristianos recios ha de venir siempre a nuestra memoria creyente, para descubrir en ellos y ellas cómo Dios sí está de nuestra parte, y cómo la cruz no es la sede de la muerte sino la puerta de la vida.
Alfred Delp (1907-1945) es un típico exponente de esta reciedumbre cristiana, jesuita inconforme con la dictadura hitleriana y con la barbarie nazi, ejerce su ministerio en esos crudísimos años de la guerra europea, muy joven publica su libro “Tragic existence” (1935), se convierte en gran ayuda para muchos judíos que gracias a él pudieron escapar a Suiza y desarrolla una intensa actividad pastoral llevando fortaleza a muchos y también haciéndolos conscientes del absurdo de la Alemania hitleriana. Todo esto hace que le lleven a la prisión, lo juzguen y  ejecuten el 2 de febrero de 1945, cuando – presionado por sus verdugos – se le prometía que si abandonaba la Compañía de Jesús se le perdonaría, a lo que valientemente se resistió.
De él nos quedan “Escritos desde la prisión”, textos recogidos después de su muerte, en uno de cuyos apartes leemos :”Ahora veo por experiencia propia que me comportaba como un niño irreflexivo. He restado mucha fuerza y profundidad a mi vida, mucha fecundidad a mi trabajo, y he privado de muchas bendiciones a mis hermanos por no haber estado suficientemente abierto a las invitaciones de Dios a confiar en El aceptándolo en serio y de corazón. Fe, confianza y amor: eso es , ante todo, el hombre capaz de adivinar la dimensión del ser hombre desde la perspectiva de Dios” (obra citada, página 49. Editorial Sal Terrae.Santander,2012).
El texto de Lucas que se nos propone en este domingo aborda los alcances y la eficacia de la fe, en una lógica que no es la de la eficiencia humana sino la de la gratuidad que proviene de Aquel que la suscita en nosotros y que nos da los mejores y más determinantes  motivos para la confianza radical. La respuesta de Jesús a la inquietud de los discípulos revela este carácter: “De igual modo Ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les han mandado, digan: no somos más que siervos inútiles; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lucas 17: 10).
Cómo vivir con sentido definitivo y gratuito todos los hechos de nuestros relatos vitales? Cómo ser instrumentos de esperanza en un mundo tan agobiado por males e injusticias? Cómo hacer de nuestro ejercicio creyente la mejor práctica de sabiduría y trascendencia? Cómo salir al paso de la trivialidad ambiental que permea hasta la misma religiosidad, queriendo darnos unos contentillos “light” descuidando la solidez de la fe genuina?
Que estas preguntas sirvan de estímulo para nuestra oración de este domingo.
Antonio José Sarmiento Nova S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

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