Lecturas
1.
Hechos
14: 21-27
2.
Salmo
144:8-13
3.
Apocalipsis
21: 1-5
4.
Juan
13: 31-35
El texto del evangelio se inscribe en el ámbito de la última
cena de Jesús con sus discípulos (todo el capítulo 13 de San Juan), en el que
El manifiesta su testamento y destaca cuál debe ser el distintivo que los
identifique como sus seguidores. Esto, lo sabemos bien, puede quedarse en un
lugar común y convertirse en bonitas
frases sin incidencias de cambio en la vida de las personas, como es tan
penosamente fercuente.
Por eso, qué significa “Les doy este mandamiento nuevo: que se amen
unos a otros como yo los he amado. Sí, ámense unos a otros. En esto reconocerán
todos que Ustedes son mis discípulos: si se aman unos a otros” ?(Juan
13: 34-35) Es un slogan para salir del paso y añadirlo al universo de las
retóricas religiosas o su densidad genera en nosotros una nueva manera de ser?
Qué movió a Jesús a asumir el drama de su pasión con esa
inmensa cuota de sufrimiento y humillación?
Y a quienes se han señalado en su seguimiento qué es lo que ha decidido
sus vidas hasta el punto del martirio y
del heroísmo? Porque el amor no es cualquier capricho subjetivo o el
sometimiento indigno a la manipulación de otros. Quien ama es capaz de vaciarse
de sí mismo, despojándose de apegos y haciéndose libre para dar sentido a la
vida de las personas amadas.
Esta identificación en el amor no es como una convivencia
anodina basada en aquello que se suele decir de “sociedad de elogios
mutuos” sino en la disposición
incondicional para dotar de significado trascendente a las personas constituídas en prójimos, en la capacidad de
renunciar a la propia comodidad para hacer posible que otros superen
situaciones de extrema dificultad, penurias, soledades, impactos negativos en
su autoestima, carencias de ilusión, etc.
Aunque parezca muy trajinado, lo que queremos decir y preguntar es si
–como Jesús – estamos dispuestos a jugarnos la vida por amor a personas
concretas.Esto es lo que nos hace creíbles, no la belleza física, ni los
títulos académicos, ni el éxito social, ni otras razones mundanas : sólo el
amor es digno de fe! Y esto es lo que Dios Padre realiza en la historia de
Jesús.
En la iglesia el prestigio no se decide por la importancia
institucional, ni por la solemnidad de la liturgia, este se hace efectivo
cuando hay hombres y mujeres que se configuran con Jesús en esta determinación
del amor desmedido, sobreabundante, radical, para que otros tengan acceso a la
vitalidad del Padre y al ejercicio concreto de su dignidad.
En esta honda crisis que afecta a la Iglesia Católica, por
los muy conocidos escándalos, se impone que volvamos por los fueros de este
legado del Señor: visibilizar la solidaridad, hacernos presentes en las crudas
realidades de la pobreza y marginalidad, acompañar a los abandonados, ser
instrumento de Dios para transmitir su vitalidad, renunciar a privilegios,
dejar de lado vanidades y autosuficiencias. Las diversas intervenciones del
papa Francisco tienen una clarísima dirección en este sentido.
Por otra parte, la lectura de Hechos de los Apóstoles
evidencia aplicaciones particulares de todo esto: con verdadero celo misional
los primeros discípulos fundan comunidades de creyentes y se dedican a su
cuidado y formación, las dotan del ministerio de los presbíteros para su
presidencia y pastoreo, ayudan a generar en ellas las condiciones de la fe
adulta y propician también la apertura – como ya se indicaba el domingo
anterior – a nuevos cristianos procedentes del mundo que no era judío, en una
clara señal que acredita la intención universal e incluyente del proyecto del
Padre Dios: “animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les
decían: nos es necesario pasar por muchas pruebas para entrar en el reino de
Dios. En cada Iglesia designaron presbíteros y después de orar y ayunar, los
encomendaron al Señor en quien habían creído” (Hechos 14: 22-23).
Una nota que identifica el genuino ser de la Iglesia es su
capacidad para engendrar nuevas comunidades de cristianos, donde el asunto
clave no está en los aspectos simplemente numéricos, sino en la calidad de la
evangelización, en la sinceridad de su vida espiritual, en el conocimiento
cabal del Evangelio, en la celebración litúrgica debidamente preparada y
participada, en la práctica de la vida comunitaria y en la proyección de
servicio y fraternidad.
Por eso, las diócesis
y parroquias no se pueden reducir a la administración eclesiástica o a ser
centrales prestadoras de servicios religiosos, su verdadero ser y quehacer
radica en su dinamismo de comunión y participación en torno al Señor Jesús y en
su real capacidad para formar seres humanos plenamente configurados con El.
La Iglesia está presente en la historia humana para
significar con eficacia a Jesucristo, y para ser portadora sacramental de la
salvación-liberación que el Padre Dios nos comunica a través de El. Esto tiene
relación directa con la generación del mayor sentido y esperanza para vivir,
asumiendo como propios los aspectos dolorosos de la condición humana, y
transformándolos en oportunidad de vida y trascendencia. No en vano dice el
Apocalipsis: “Después, tuve la visión del cielo nuevo y de la nueva tierra. Pues el
primer cielo y la primera tierra ya pasaron….” (Apocalipsis 5: 1), y
más adelante:” esta es la morada de Dios entre los hombres, fijará desde ahora su
morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios con
ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo,
ni gemidos, ni penas, porque todo lo anterior ha pasado” (Apocalipsis
5: 3-4).
Son palabras que testifican la conciencia que tuvo la
comunidad cristiana primitiva de la radical novedad acontecida en Jesucristo y
del asumir al ser humano y a su historia para garantizar que su vida no está
expuesta a la frustración definitiva, sino remitida siempre al futuro pleno de Dios.
Esto, lo sabemos, llega a su plenitud cuando pasemos la
frontera de la vida-muerte hacia la bienaventuranza eterna, pero se empieza a
construír en esta historia nuestra de cada día en la que vamos realizando
signos evangélicos que anticipan esa consumación.
Cuando amamos y somos amados, cuando trabajamos con pasión por
la justicia, cuando nuestra vida es creíble por el amor, cuando portamos
sentido y razones de vida para otros, cuando somos honestos e impecables,
estamos significando el reino definitivo. Y esto es posible gracias a Aquel que
todo lo hace felizmente nuevo.
Antonio José Sarmiento Nova,SJ
Alejandro Romero Sarmiento