Lecturas
1.
Proverbios
8: 22-31
2.
Salmo
8: 4-9
3.
Romanos
5: 1-6
4.
Juan
16: 12-15
Una afirmación-convicción central de la fe cristiana es que
Dios es una comunión de personas:
-
Padre,
creador y dador de vida, comprometido incondicionalmente con la felicidad de
sus creaturas, principio y fundamento de todo ser, plenitud de lo humano,
misericordioso, implicado en nuestra realidad, enamorado de toda la humanidad,
un Dios que todo lo apuesta por nosotros. Cada ser humano es la opción
preferencial de Dios.
-
Hijo,
expresión plena del amor paternal de Dios,revelador de su rostro, en quien el
Padre explicita en qué consiste la genuina humanidad, asume en todo nuestra
condición menos en el pecado, proximidad comprometida de Dios con todas las
causas humanas de felicidad y dignidad, Dios-con-nosotros,entre nosotros, para
nosotros, por nosotros, desde nosotros.
-
Espíritu,
que nos dota de inteligencia y sabiduría para comprender la divinidad y, al hacerlo,
comprender nuestra humanidad, comunicador de la vitalidad de Dios para cada ser
humano, configurador de la personalidad “teologal” en nosotros.
Y entre ellos , un dinamismo de amor permanente e inagotable:
esta es la comunión trinitaria. Dice Jesús a sus discípulos : “Todo
lo que tiene el Padre, también es mío; por eso les he dicho que todo lo que el
Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí” (Juan 16: 15).
El Dios que se nos
revela en Jesús, gracias a la acción del Espíritu, es un Dios relacional, que
continuamente sale de sí mismo y se manifiesta vitalmente, amorosamente. Y esto
es todo para el ser humano, para su plenitud, para la realización máxima de nuestras aspiraciones de felicidad.
Este Dios trinitario es también un Dios que se hace parte de
nuestra realidad encarnándose en el Hijo y asumiendo todo lo humano, sufriendo
como nosotros, amando como nosotros, dejándose sensibilizar por todos nuestros
dramas y fragilidades, apropiándoselos para redimirlos, cargando sobre sí el
aspecto pecaminoso de nuestro ser para hacerlo nuevo en el amor salvador del
Padre. Es , en definitiva, un Dios que camina con nosotros, que se empeña en
estar siempre presente en nuestra historia, dando vida y sentido,haciendo
posible nuestra trascendencia hacia El y hacia los hermanos.
Por eso, podemos afirmar que toda la realidad del ser humano
y de su historia es materia del acontecer salvador-liberador de nuestro Dios.
En el texto de Proverbios se nos dice que la sabiduría es
inherente al ser y al quehacer de Dios, aspecto esencial de su personalidad,
también facilitando que cada ser humano se beneficie de ella: “El
Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas . Fui
formada en un pasado lejano, antes de los orígenes de la tierra”
(Proverbios 8: 22-23).
Sabiduría, en la
cultura bíblica, es tener sentido de Dios, disposición para captar y vivir lo
esencial, apertura a la trascendencia, actitud libre para dejarse asumir por
El. El humanismo que se expresa en los textos bíblicos es de corte netamente sapiencial,
continuamente vemos alusiones a esta realidad, porque es sustancial para la
comprensión del hombre-mujer en la tradición hebrea, en expresiones como “Al
ver el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, qué es
el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que cuides de él? Lo
hiciste apenas inferior a un dios, coronándolo de gloria y esplendor ;le diste
poder sobre la obra de tus manos , todo lo pusiste bajo sus pies”
(Salmo 8: 4-7).
La sabiduría se traduce en un ser humano abierto a Dios,
dotado – por participación – del ser mismo divino, con sentido de
trascendencia, y con una manera de vivir que expresa en todo su conciencia
teologal. Tal es el ser humano ideal según la Biblia: “Señor, quien se hospedará en tu
tienda? Quien habitará en tu monte santo? El que procede con rectitud, se
comporta honradamente, y es sincero en su interior; el que no calumnia con su
boca, no hace daño a su prójimo, y no agravia a su vecino, y honra a quienes
respetan al Señor” (Salmo 15: 1-4).
Esto último lo podemos apreciar en los ricos contenidos de la
literatura sapiencial bíblica: Eclesiástico y Eclesiastés, Proverbios y Job,
Sabiduría y Salmos, todos ellos abundantes en la filosofía existencial de los
israelitas, de clarísima raigambre teologal: el saber vivir con sentido desde
la perspectiva del amor de Dios.
La dinámica trinitaria también tiene una particularísima
concreción en la justicia que viene de Dios, según lo refiere el texto de
Romanos. La salvación no se obtiene por méritos propios y autojustificación, es
don de Dios, gratuidad pura, y es el Espíritu el que nos permite participar de
este beneficio: “Así pues, quienes mediante la fe estamos recibiendo la salvación,
vivimos en paz con Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo. Por la fe en
Cristo hemos llegado a obtener esta situación de gracia en la que vivimos y de
la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios” (Romanos
5: 1-2).
Esto genera en el creyente una conciencia de amor gratuito,
gracioso, y nos mueve a responder a la iniciativa de Dios , amándolo, y
proyectando todo esta gracia en la relación con los demás hermanos, con la
creación, con la vida, con la realidad. La gracia trinitaria re-encanta la
vida, dota a cada ser humano que la vive de la condición de bienaventurado,
establece la fraternidad-projimidad como forma habitual de relación, cuida de
la vida en todas sus manifestaciones, transforma la historia para hacerla
ámbito de justicia, de libertad, de dignidad.
Podemos, entonces, afirmar, que la vida de la trinidad se
manifiesta en un ser humano a-graciado, gestor de una historia igualmente
saturada de la vitalidad del Padre, del Hijo y del Espíritu. Grande y definitiva esperanza para todos!
Una consecuencia clara de este quehacer del Dios trino en
nosotros ha de ser el de interesarnos amorosamente por transformar las
realidades injustas que afectan a tantos hermanos nuestros, la gracia tiene
junto , con su manifestación en cada persona, una inevitable dimensión social e
histórica. Es nuestra responsabilidad de creyentes trabajar por este nuevo
mundo, extensión felicísima de la comunión trinitaria.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento