Lecturas
1.
1
Samuel 16: 1.6-7 y 10-13
2.
Salmo
22: 1-6
3.
Efesios
5: 8-14
4.
Juan
9: 1-41
La propuesta de la Palabra de este domingo contiene un avance
cualitativo en nuestra dinámica de conversión a Dios y a la humanidad, siempre
con la referencia central de Jesús como la “cualidad esencial” de Dios y del
ser humano. Quien acepta la oferta de la fe-confianza en Dios asume entrar en la novedad de la iluminación de su ser y
de su quehacer. Esto es lo que nos plantea el hermoso relato del ciego de
nacimiento, contenido del evangelio de hoy.
Jesús y sus discípulos se encuentran con este hombre, ellos
le preguntan: “Maestro, por qué está ciego? , por pecado de él o de sus padres”
(Juan 9: 2) y El les responde: “Nos es ni por pecado de él ni de sus
padres. Es para que ustedes conozcan a Dios por lo que va a hacer con este
hombre. Mientras sea de día, tengo que hacer el trabajo que el Padre me ha
encomendado. Ya se acerca la noche, cuando no se puede trabajar. Pero mientras
yo esté en el mundo, yo soy la luz del mundo” (Juan 9: 3-5).
La pregunta de los discípulos revela la habitual mentalidad
religiosa de castigo merecido y de Dios castigador, la respuesta de Jesús es
fiel lenguaje de su misión, gratuidad de Dios hacia el ser humano, luminosidad,
novedad de vida y de ser. Esto es esencial en el ministerio de Jesús. Y el
ciego acepta esta presencia iluminante.
Desde ya, vale la pena que nos insertemos en el relato y que
sintamos como propias las palabras y actitudes que allí se evidencian. En qué
somos como los discípulos que no aciertan a captar la iniciativa gratuita del
Padre? Cuáles son nuestras oscuridades y cegueras? Como este hombre, estamos dispuestos a dejar
que la luz entre definitivamente en nosotros? Nos sentimos – como Jesús –
hombres y mujeres de la luz?
Esta narración es una clarísima y contundente alusión
bautismal, teniendo presente que el
bautismo es la configuración esencial del creyente con el Señor Jesús, con su
muerte, con su vida total, con su pascua.
Ser bautizado es
adquirir en nosotros el ser de Jesucristo, la impronta teologal, y asumir la
luminosidad que nos proviene de aquí. Así, este ciego de nacimiento es una
figura de la humanidad que se abre a este don: “Al decir esto, hizo un poco de
lodo con tierra y saliva. Untó con él los ojos del ciego y le dijo: Anda a
lavarte en la piscina de Siloé (que quiere decir El Enviado). El ciego fue, se
lavó y cuando volvió, veía claramente” (Juan 9: 6-7) . Conviene recordar que, en los primeros siglos de la historia
cristiana , el bautismo era llamado “iluminación”.
También podemos hablar aquí de la dialéctica luz – tinieblas
como una estrategia propia del evangelio de Juan, que también nos ofrece los
contrastes muerte – vida, hambre – alimento, sed – bebida, para destacar
pedagógicamente la luminosidad y la vitalidad de las que es portador Jesús.
Vivir en tinieblas es tener oscurecidos el sentido de la
vida, la conciencia del propio ser, la posibilidad de trascendencia, es afirmar
con arrogancia el ego, desconocer al Otro y a los otros, sumergirse en la
autorreferencialidad, para usar palabras de Francisco, Obispo de Roma,
absolutizar los medios convirtiéndolos en fines, como dice Pablos a los
Efesios: “Les digo, pues, y con insistencia los invito en el Señor, a que no
vivan como lo hacen los paganos. Estos, porque no tienen luz en su mente, se
dejan guiar por juicios falsos. El endurecimiento interior les impide recibir
la verdad y compartir la vida de Dios” (Efesios 4: 17-18).
Conviene tener en cuenta que la expresión paulina de
“paganos” no alude a los no creyentes en Jesucristo sino a las personas de vida
injusta, desordenada, violenta, egoísta.
Cuáles son nuestras oscuridades y cegueras? Creemos tener
claridad sobre las cosas de la vida y hacemos vanidosa gala de este
autoconvencimiento? Imponemos a los demás estas “visiones” egoístas,
excluyentes, injustas? Cómo se dan en nuestro entorno social estos
oscurecimientos? Cuáles son las cegueras dominantes en Colombia? Nuestra
experiencia espiritual y religiosa nos ilumina o – al contrario – contribuye
más a profundizar las tinieblas?
Pablo invita a los Efesios y a nosotros a vivir en la novedad
de Jesús: “Pórtense como hijos de la luz: los frutos que produce la luz son la
bondad, la justicia y la verdad bajo todas sus formas” (Efesios 5: 9). Así es la nueva manera de ser que ha adquirido
el ciego, gracias al ministerio de Jesús él es un testigo de la luz, a pesar
del recelo, envidia, intransigencia moralista, con la que es recibido por los
fariseos, cuando se dan cuenta de que este pecador - para ellos – e invidente , ha adquirido la
visión y se experimenta ahora como un hombre libre y renovado.
El relato quiere ser enfático en el contraste que se
explicita en el ministerio sanador – iluminador del Maestro, en la indigencia
gratamente sorprendida del ahora vidente, y del legalismo y egoísmo profundo de
los fariseos, incapaces de comprender los prodigios de la gratuidad de Dios: “Los
fariseos volvieron a llamar al hombre que había sido ciego y le dijeron:
Proclama la verdad. Nosotros sabemos que este hombre que te sanó es un pecador”
(Juan 9: 24) .
La conversación se torna extremadamente tensa, entre el
hombre que da cuenta del prodigio obrado en él, aún perplejo y confundido, pero
testigo en su propio de esa maravilla, signo de salvación, de restauración de
la dignidad perdida, de luminosidad, y la rabia farisaica que no soporta a
Jesús, que obra con la libertad de Dios, por eso ellos rematan diciendo al
hombre: “Desde tu nacimiento estás en pecado y vienes a darnos lecciones a
nosotros? Y lo expulsaron” (Juan 9: 34).
Este es un comportamiento habitual en quienes se sienten
dueños y administradores de la verdad, de la religión, de la moralidad, es una
actitud que penosamente ha florecido en ambientes religiosos, observantes, pero
simultáneamente oscuros, enceguecidos, porque su confianza no está en el Dios
vivo revelado por Jesús sino en un establecimiento de rituales, normas,
prescripciones milimétricas. Ni ellos ni estas minucias están convertidos al
Señor, por eso son ciegos requeridos de redención y de luz.
Esto ya lo sabemos, pero bien vale la pena reiterarlo: se
trata de dos lógicas diferentes y opuestas. Una es la de la luminosidad
liberadora de Jesús plasmada en el ciego – vidente y otra la de la soberbia que
se siente autojustificada por el cumplimiento estricto de la ley. En qué
postura estamos nosotros? En la vanidad religiosa de los fariseos? O en la
humildad agradecida de aquel hombre
beneficiado por Jesús?
Este último llega a una nueva manera de ser humano porque –
partir de esta experiencia de curación, adquiere conciencia de quien es Dios
como Padre amoroso, desbordado de gracia, incondicional, de quien es Jesús como
portador sacramental de este don, y de quien es él mismo, como hombre nuevo
según el modelo que el Espíritu nos ofrece en la Buena Noticia. Esta es la
auténtica luminosidad del ser.
Cabe aquí pensar en la gran crisis del mundo occidental, su
cultura instrumental y eminentemente productiva, su ciencia y tecnología sin
humanismo que castiga la convivencia humana y destruye los recursos naturales
haciendo del hábitat un infierno, sus muchas guerras y luchas desaforadas de
poder, su sacrificar la originalidad de las personas en aras de la eficiencia,
su inmensa soledad.
Así las cosas, es imperativo buscar la luz esencial. Esa
visión nueva de todo, esa experiencia liberadora que nos hace pasar de las
tinieblas a la luz, ese despojo consciente de tanta oscuridad, para vivir en la
nueva óptica del Espíritu.
El “orden” luminoso no se restaura con más determinaciones
impuestas, con indicadores de rendimiento, con más consumo y bienestar material
a toda costa, inequitativo y contaminante.
La “calidad de vida”
se rescata con el asumir
responsablemente la sabiduría de vivir, la libertad de espíritu, el aprecio
comprometido por todos los seres humanos, el cuidado de todas las formas de
vida, la convivencia respetuosa y tolerante, la ausencia de fundamentalismos,
la vivencia creativa del humanismo y de la espiritualidad.
Dejemos que Jesús provoque en nosotros la misma crisis que
suscitó en los fariseos y en el ciego de nacimiento. A ellos porque les puso en
tela de juicio su suficiencia moral y religiosa, su falta de perspectiva para
captar la lógica sanadora de Dios, y a este , porque gratuitamente lo bendijo
con la luz de sus ojos y del ser, dándole la conciencia de esa realidad feliz,
ilimitada, del amor del Padre que en su Hijo nos regala toda la gracia
requerida para “ver”, para vivir siempre con dignidad.
Es este un Dios que no se fija en apariencias, sino que
penetra en la verdad de cada persona, por eso ante El no es posible aparentar,
ir vestidos con los trajes de gala, disfrazados de lo que no somos, tal como lo
refiere el texto de 1 Samuel 16, cuando
están en el trance de escoger un sucesor para el fallido rey Saúl: “Yavé
dijo a Samuel: no mires su apariencia ni su gran estatura, porque lo he
descartado. Pues el hombre mira las apariencias, pero Yavé mira el corazón” (1 Samuel 16: 7). Están fijándose en los
candidatos, Samuel mira apariencias, Yavé el ser mismo.
Finalmente, eligen al menor de los aspirantes, al más joven e
inexperto. Qué lección nos transmite esta historia? Es para nosotros una simple
anécdota o un relato revelador de la luz teologal que no nos escoge por ser
ricos, famosos, poderosos, llamativos, de rancio abolengo, importantes, muy
religiosos y cumplidores, sino que entra en el santuario de nuestra intimidad y
allí nos descubre con límites, fragilidades, ideales, grandezas, en el ser
desnudo, sin adornos.
Y aquí es donde sucede esa luminosidad que nos lleva a la
nueva visión!
Alejandro Romero Sarmiento
- Antonio José Sarmiento Nova,SJ