domingo, 24 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 24 DE AGOSTO DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaías 22: 19 – 23
2.      Salmo 137: 1 – 8
3.      Romanos 11: 33 – 36
4.      Mateo 16: 13 – 20
En su bello y profundo libro “Imágenes deformadas de Jesús”, el teólogo jesuita francés Bernard Sesboüé se dedica a estudiar con rigor las respuestas a la pregunta que el mismo Jesús formula a Pedro y a los discípulos: “Quien dice la gente que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16: 13), ratificada con esta más directa: “Y ustedes, quien dicen que soy”? (Mateo 16: 15).
No se trata de una disquisición teológica para eruditos. Es una cuestión  de fondo que se  dirige de modo central a cada creyente con el fin de hacer control de calidad a la propia fe:
-          Si estamos llevados simplemente por una inercia sociocultural, en la que la adscripción al cristianismo es uno más de los elementos de identidad social; es como decir “en nuestra sociedad estamos acostumbrados a ser católicos” porque esto nos brinda la facilidad de ser aceptados y reconocidos por el medio, pero sin conmover con pasión evangélica a la persona que se define así.
-           Si nuestro cristianismo se inclina por definiciones incompletas de Jesús, mucho más divino que humano, tanto que esto último se diluye casi por completo; un Jesús milagrero, con características de extraterrestre, vidente con respecto al futuro, y desentendido de todas las implicaciones de la humanidad, especialmente de sus aspectos dramáticos y dolorosos.
-           También es muy frecuente el caso de un cristianismo   marcado por una religiosidad  triste y trágica que se fija demasiado en el aspecto sufriente del Señor, el escarnecido y humillado, el crucificado, con la abundante expresión de estas percepciones en la imaginería popular y en las devociones correspondientes: el Señor Caído de Monserrate, el Milagroso de Buga, muy populares por cierto, pero sin asomo de vitalidad pascual, de esperanza y de sentido trascendente de la existencia.
-          O un Jesús melifluo y sentimental, demasiado ingenuo, sin perspectiva crítica para captar las complejidades de la vida de hombres y mujeres, sus contradicciones y vacíos, que deriva en unas prácticas religiosas muy aisladas de la realidad y del carácter dialéctico de la historia.
-          También es preciso advertir sobre el volver a Jesús solamente como un caudillo y revolucionario social, identificándolo con unas determinadas tendencias políticas, y convirtiéndolo apenas en el gestor que impulsa hacia reivindicaciones de justicia, realidades que de entrada son legítimas pero que no agotan todo lo que la auténtica tradición cristiana cree sobre la totalidad del misterio del Señor Jesucristo.
Altamente recomendado para quienes se interesan en cultivar una fe inteligente y seria, este libro  de Sesboüé hace un recorrido juicioso por este universo de interpretaciones  deformadas, con la sana intención de purificar la práctica cristiana y de rescatar y explicitar los aspectos esenciales de la fe en Jesucristo, tal como fue vivido y proclamado por las comunidades del Nuevo Testamento y por los sucesivos momentos de definición de la fe en los primeros tiempos de la historia de la Iglesia, particularmente en los Concilios de Nicea (año 325) y de Calcedonia (año 451).
Que sean estas reflexiones un llamado sensato para volver al diálogo que nos propone el texto de Mateo que proclamamos en este domingo .  Que su inspiración provoque en nosotros preguntas serias a nuestra fe, a la manera como asumimos a Jesús, a nuestras respuestas espirituales y religiosas y a las formas concretas como esto influye en nuestras actitudes,  opciones y actuaciones, en todos los elementos que constituyen nuestro estilo de vida, el modo  como estamos insertos en la dinámica de la sociedad y  en los criterios con los que orientamos todas nuestras actividades, tanto en la vida personal como en la profesional y ciudadana.
Pongamos en nuestra mente, boca y corazón las palabras de Pedro, que habla por él mismo y por los discípulos, y digamos sentidamente  la respuesta a la cuestión que el Maestro les planteó: “ Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16: 16), escueta pero densa profesión de fe que expresa las convicciones creyentes de la primera comunidad cristiana, y que luego vendrá a hacerse evidente en la vida y testimonio heroico de esas cristiandades originales, fundacionales, en muchos casos acreditada con el martirio y la persecución.
Cómo se da  el binomio de esa pregunta – respuesta entre nosotros hoy? Corremos el apasionante riesgo de vivir la fe en el Señor Jesús con todas las implicaciones de su divinidad y de su humanidad? Se refleja eso en nuestro ser cotidiano, en las diferentes dimensiones que configuran nuestra integralidad: racionalidad y capacidad de conocimiento, sexualidad y afectividad, participación social, trabajo y compromiso con la justicia, vida de hogar, amistades, postura crítica ante las presiones de los medios de comunicación, disfrute de la vida  desde la libertad, la alegría y el juego, espiritualidad y membresía en la comunidad de fe, valores éticos y opción por una vida responsable y honesta?
Porque la realidad divina y humana de Jesús, comprensión completa de la fe de la Iglesia y de todas las comunidades cristianas, respuesta genuina a la pregunta que el Señor hace a Pedro y a nosotros, es para que cada hombre y cada mujer que optan por esta alternativa sean plenamente divinos y plenamente humanos, en la feliz simultaneidad  que se da en la persona adorable del Señor, Jesús el Cristo.
Creer en Jesús, seguir a Jesús, no es un asunto que se queda para los momentos rituales, litúrgicos, la pretensión es que todo lo que constituye a un ser humano que libremente decide seguir este camino esté permeado por El hasta configurar una nueva manera de ser, saludable, integrada, realista, un verdadero relato de Dios, cimentado en el original  que es Nuestro Señor Jesucristo.
 Esto es exactamente lo que San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales llama el “conocimiento interno de Jesús”,  lo expresa el santo en la tercera petición preparatoria de la oración de la segunda semana  de los ejercicios(etapa, digamos para mejor comprensión) : “….demandar lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (Texto de los Ejercicios de San Ignacio, No 104). Dicho en lenguaje más llano, pero no por ello menos claro y demandante: se trata de que todo lo que somos como seres humanos se deje configurar por la persona de Jesús, y esto en el mayor nivel posible de apasionamiento y de amor.
Y hay algo más. Por eso vamos a fijarnos con detalle  en la segunda parte del texto de Mateo: “Jesús le dijo: dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra constituiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá” (Mateo 16:  17 – 18).
Jesús se propone construír una comunidad nueva, en la que se viva plenamente la Buena Noticia que El anuncia y vive, una comunidad que permanezca en el tiempo, que sea sacramento de su presencia eficaz en la historia humana, para ello requiere que esta esté cimentada sobre una piedra fundamental, el sillar o la roca en la que se asienta el edificio, entendiendo como tal a la comunidad de discípulos de Jesús, que tiene su punto de partida en Pedro – Piedra y en sus  compañeros, testigos originales de la vida y ministerio del Señor en su existencia histórica, ahora cualificados y redimensionados por la experiencia de la Pascua que los ha transformado cualitativamente del temor y el sentimiento de fracaso al coraje apostólico y a la disposición de apostar toda la vida a esta causa.
Este es el origen de lo que llamamos el ministerio petrino y la sucesión apostólica. Comprender esto es clave para una cabal vivencia de nuestra condición cristiana. Pedro es una figura vinculante, en cuanto en él se condensa el ser humano creyente, con todas sus virtudes y también límites y deficiencias, como lo testimonian los mismos relatos evangélicos, especialmente  en aquel de la negación, cuando Jesús es prendido por los enviados del sanedrín y del sumo sacerdote (Mateo 26: 69 – 75).
 Pero este mismo Pedro, temeroso y cobarde, como muchas veces nos sucede, es después cabeza de los discípulos y el más entusiasta testigo de Jesucristo.  El mismo lo afirma: “Bendito sea Dios, padre de Nuestro Señor Jesucristo que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, a una herencia que no puede destruirse , ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo” (1 Pedro 1: 3 – 4).
Pedro, pastor de la primera comunidad de cristianos de Roma,  es la roca en la que se afianza la solidez de la Iglesia. El mismo, el negador, es ahora el afirmador del Señor Jesús, y lo hace también martirialmente, avalando con su sangre que aquello que profesa y vive con los primeros discípulos es la más poderosa razón para vivir en plenitud de sentido y esperanza.
Esto es lo que da significado al ministerio del Obispo de Roma, el ministerio petrino. El Papa es sucesor de Pedro en este servicio apostólico: “A  ti te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 16: 19).  Es su condición de hombre privilegiado amigo personal de Jesús, que fue iniciado por El en los misterios del reino de Dios y su justicia, testigo primigenio de los hechos con los que surge el cristianismo, lo que lo hace acreedor a este ministerio y a ser el comienzo de la sucesión apostólica, que da validez sacramental al devenir de la Iglesia en el paso de los siglos.
Tengamos claro que no se trata de un poder del mundo – aunque algunos papas se desorientaron y se dejaron llevar por esto último – sino de una capacidad sacramental conferida por Jesús a Pedro, en cuanto este  lleva en sí toda la Iglesia, y en ello se incluye la respuesta a la pregunta “Quien dice la gente que soy yo?”, respuesta completa que asume conscientemente la plena divinidad y la plena humanidad del Señor , en la que estamos involucrados todos los cristianos.

domingo, 17 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 17 DE AGOSTO DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      Isaías 56: 1 y 6 – 7
2.      Salmo 66: 2 – 8
3.      Romanos 11: 13 – 15 y  29 – 31
4.      Mateo 15: 21 – 28
Páginas oscuras de la historia de la humanidad son aquellas en las  que se discrimina con violencia a los seres humanos por razones religiosas, étnicas, socioeconómicas, culturales, políticas. Desafortunadamente no son pocas estas circunstancias de exclusión y segregación, reveladoras de egoísmos profundos, individuales y sociales, y de configuraciones fundamentalistas, con pretensiones absolutistas y convencimiento de que sus verdades son las únicas valederas, considerando que las convicciones de los demás son equivocadas y que, en consecuencia, deben ser castigadas y eliminadas.
Hace menos de un siglo se desató la barbarie del régimen nazi, en Alemania, presidido por la demencial figura de Adolfo Hitler, quien convenció a gran parte de los ciudadanos de este país de la superioridad de su raza y del peligro que representaban los judíos para la estabilidad germana y del mundo, argumento con el que emprende el exterminio de esta importante comunidad étnico – religiosa, con las brutales consecuencias de todos conocidas.
 Su propósito era extirpar del planeta a todos los descendientes de Abraham: seis millones murieron en este período 1939 – 1945, sacrificados por la perversidad criminal de este dictador y de quienes se dejaron obnubilar  por su discurso racista y antisemita. Los nombres siniestros de Dachau y Auschwitz, Treblinka, entre otros,  evocan esos campos de concentración con sus cámaras de gas, hornos crematorios, y la diversidad de torturas e ignominias, brutales, desalmadas, inclementes,  a las que fueron sometidos varios millones de seres inocentes, en una tragedia que sigue siendo vergüenza de la humanidad.
Recordemos también cómo el imperio romano perseguía con furia a los primeros cristianos porque se negaban a adorar como Dios al emperador, afirmando con sus vidas lo que Pablo llama la “locura de la cruz” (1 Corintios 1: 17 – 25), reconociendo en el Señor Crucificado al único absoluto liberador y dignificante del ser humano.
 Para el mundo romano, universo de vanagloria y de poder, era imposible aceptar que un grupo de seres humanos no quisiera transitar por estos caminos y que, por contraposición, se empeñaran en afirmar una sabiduría de amor, de donación de la vida, de despojo de vanidades, teniendo como aval a un Dios cuya absolutez no residía en la fuerza del poder sino en el desasimiento total del mismo , en el vaciamiento de toda razón de prepotencia para dar espacio a la plena credibilidad del amor   revelado en el Señor Jesucristo, con todo lo que esto implica de honestidad, de existencia solidaria, de comunidad fraterna, de servicio y de generosidad.   Por esto fueron discriminados y perseguidos hasta el martirio.
En los tiempos de Jesús eran los sacerdotes del templo, los fariseos y los maestros de la ley, los promotores del desconocimiento de los llamados por ellos “paganos”, condición que, en esta mentalidad, no los hacía merecedores de los beneficios de Dios. La estrechez mental y el narcisismo religioso son aquí penoso testimonio de los alcances de esta carencia de miras y de apertura, indiscutible pobreza de espíritu y de mapas mentales distorsionados por una soberbia enfermiza!
Para afirmar con esperanza lo que es exactamente contrario – felizmente contrario ! - el texto de Isaías que se nos propone como primera lectura de este domingo , inicio de la tercera parte de este escrito profético , es una invitación a la esperanza y a la certeza de que, desde la iniciativa universal del amor de Dios, todos los seres humanos tenemos cabida en sus intenciones salvadoras y liberadoras, sin reparar en las etiquetas que nos clasifican en unos grupos o en otros: “Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56: 7).  
Dios es, sin excepción, para todos los seres humanos, en El no hay restricciones para acoger, para reconocer y amar lo propio de cada uno, para inclinarse con lo suyo propio, que es la misericordia, ante cada persona, cristiano o musulmán, judío o budista, creyente o no creyente: nosotros somos el único y prioritario interés de Dios! Dios es ilimitado, sobreabundante, desmedido, es de su propio ser la inclusión, el promover la comunión de todos los humanos, y el amar apasionadamente la diversidad nuestra, surgida justamente de su amor creador.
Esta tercera parte de Isaías está marcada por  la esperanza, luego del retorno de los israelitas del duro destierro en Babilonia, en el que vivieron todas las humillaciones y desconocimientos. El profeta se siente llamado a infundir en su pueblo un nuevo sentido de vida, inspirado en el mismo Dios: “ Así dice el Señor: observen el derecho, actúen con rectitud, pues ya llega mi salvación y va a manifestarse mi liberación” (Isaías 56: 1).
Nos dejamos tocar la mente y el corazón por esta intencionalidad universal de nuestro buen Dios? Estamos dispuestos a revisar críticamente nuestros esquemas  de grupo cerrado, el rechazo que tenemos hacia otras personas o las prevenciones con las cuales resolvemos que no podemos tener trato con ellos, o – más grave aún – el convencimiento arrogante de que nuestras verdades son las únicas vigentes?
Para mejorar nuestra comprensión de este apasionante universalismo teologal vayamos al episodio de la mujer cananea , no judía, pagana y, por tanto, no merecedora, según los judíos, del favor de Dios,  tal como lo refiere Mateo en el evangelio de hoy.  Tras los clamores de angustia de la cananea, que reclama a Jesús una intervención sanadora para su hija – expresión que surge de su fe y de la pureza de su corazón maternal - , se entabla un diálogo entre Jesús y ella, en presencia de los discípulos, quienes querían deshacerse de lo que para ellos era presencia inoportuna e intrusa.
El relato , si lo leemos “en crudo”, nos puede resultar desapacible y contradictorio. Nos extraña ver a Jesús, siempre tan dispuesto para la acogida y la misericordia, objetando la aspiración de la cananea.  De ahí que se imponga una lectura más sutil: los impedimentos  de Jesús a la mujer son en realidad los prejuicios de los discípulos y de la primera comunidad cristiana que no acababa de digerir que hubiese seguidores del Maestro provenientes del paganismo.
 Mateo pone en boca de Jesús las reticencias de estos primeros creyentes originarios del judaísmo, que no terminaban de comprender la radical diferencia entre el antiguo orden religioso del judaísmo ortodoxo y cerrado y la novedad sustancial de salvación que Dios nos entrega con Jesús, dispuesta para todos, ecuménica, abierta, excesivamente  generosa en su ofrecimiento.
Es lo mismo que sucede cuando en nuestros imaginarios tenemos determinado que sólo las personas pertenecientes a grupos privilegiados son las únicas con derecho a tener buenos y satisfactorios logros en la vida, o cuando creamos ámbitos demasiado selectivos y, en la misma medida, cerrados al ingreso de quienes no poseen los requisitos de riqueza, posición social, apellidos, y demás razones vanas que todavía se cultivan en muchos medios de nuestra sociedad.
Es clarísimo que en la nueva “lógica” del reino de Dios y su justicia estos indicadores de “status” no tienen cabida. Al decir Jesús a la mujer: “Mujer, qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos” (Mateo 15: 28),  está señalando la nueva comunidad universal que El  ha venido a inaugurar, como alternativa liberadora a todos los exclusivismos y cerrazones de su tiempo y de nuestro tiempo.
Esto es lo que debe inspirar a cada  ser humano que se precie de ser ciudadano del mundo y creyente sincero de una fe :  su disposición para reconocer en las diversas convicciones espirituales y religiosas, en las igualmente plurales posturas humanistas, también en los que rectamente se profesan agnósticos, las manifestaciones de la verdad fundamental , donde se generan la sabiduría, la vida honesta, la limpieza de conciencia, la transparencia del ser, todo esto sin sacrificar los valores que nos identifican como partícipes de este o aquel credo.
Quien se dispone al diálogo ecuménico e interreligioso ha de estar consciente de su propia identidad espiritual , sólo así podrá aportar desde lo suyo propio y también podrá aceptar con gratuidad el don que le hacen los creyentes de otras tradiciones.
Lo avala el ministerio de Pablo , quien en el pasaje de Romanos se dirige a los cristianos provenientes del paganismo, poniendo en tela de juicio la suficiencia excluyente del judaísmo conservador: “Ahora me dirijo a ustedes, los paganos: dado que soy apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio, para dar celos a mis hermanos de raza y salvar así a algunos” (Romanos 11: 13).
Sus palabras expresan con renovado énfasis que en el proyecto de Jesús no caben los sectarismos, que la revelación que El nos hace del Padre – Madre  Dios tiene como uno de sus presupuestos básicos el reconocimiento amoroso de cada ser humano, sin contemplar los límites establecidos por determinaciones religiosas o raciales, considerando de manera contundente que  todas las gentes tienen derecho al don de Dios,  generando así un signo anticipado del reino futuro donde todos seremos uno en la bienaventuranza paterna.
Si algo puede hacer antipática la fe cristiana es el mal testimonio de esos que presumen de buenos observantes de la fe, haciendo hincapié en los cumplimientos rituales y en el inaceptable complejo de superioridad moral y religiosa. Exactamente iguales a los sacerdotes y fariseos fustigados por Jesús! Trabajemos con denuedo evangélico para extirpar esta patología de nuestra Iglesia!
El imperativo para quien se diga sincero y comprometido seguidor del Evangelio es el dejarse asumir por el Espíritu para que se genere un talante de apertura, de encuentro fraterno, de diálogo respetuoso, de recepción de las cosas bellas y saludables que nos ofrecen nuestros hermanos que transitan hacia el mismo Dios por caminos diferentes del nuestro pero con la mirada puesta en el final del camino, felizmente igual para todos!


Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ

domingo, 10 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 10 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      1 Reyes 19: 9 – 13
2.      Salmo 84: 9 – 14
3.      Romanos 9: 1 – 5
4.      Mateo 14: 22 – 33
El profeta Elías, protagonista de este relato, emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando con ello la vuelta a los orígenes de Israel :  la fidelidad al único y verdadero Dios, pactada en la alianza, y el modo de vida honesto y responsable como reciprocidad de los creyentes  hacia Yavé, quien se ha desbordado con  beneficios y predilecciones hacia este pueblo, demostrando con esto que su definitivo  interés es la plenitud y felicidad del ser humano, evidenciado aquí en los israelitas.
Esta  dignidad de Israel se ha visto mancillada por la inconsistencia del rey Acab y por la perversidad de su esposa Jezabel, quien  desata su ira contra Elías persiguiéndolo con el deseo de darle muerte , como venganza por la entereza con la que él ha denunciado la introducción de los cultos idolátricos y con ello la desarticulación de todo el proyecto de vida fundamentado en la rectitud y la justicia (para ello les sugerimos tomar la lectura desde el versículo 1 de este capítulo 19 y también verificar las notas explicativas de pie de página).
El ideal de Elías es rescatar la originalidad de esta fe en un Dios único que favorece un ser humano también único y digno, sin esclavitudes, sin su libertad deshecha por los cultos idolátricos y  por el estilo de vida vano y superficial que contenido en esto.
Leamos esto desde nuestra biografía: cómo se dan en nosotros las contradicciones entre el bien y el mal? En qué se manifiesta este último en nuestras vidas: tal vez en una vida encantada con los bienes de consumo, con la ambición del dinero, de la figuración social, del hacer parte de esta sociedad del espectáculo que sólo favorece a los famosos y a los poderosos? O también en una vida frívola y desinteresada de los asuntos esenciales del humanismo y de la sabiduría? Indiferente con respecto a los grandes problemas que afectan a tantos en el mundo?
Veamos en los  ídolos que confronta Elías a los Baales de nuestro tiempo: todo aquello que va en contra de la realización plena del hombre – mujer como ser trascendente: la existencia sin ideales, el inmediatismo, la cultura del pragmatismo y la eficiencia, el valorar a las personas sólo por su status social y su capacidad económica, el poder, el sexo que se olvida de la complementariedad de lo masculino y de lo femenino y se torna simple satisfacción de instintos egoístas, la prepotencia de los países poderosos y de sus fuerzas económicas, productivas y militares que atentan contra el equilibrio del planeta y contra la convivencia armónica de la humanidad, y tantas otras realidades absolutizadas que van en contra del proyecto de Dios .
El talante de este profeta se plasma en muchos hombres y mujeres apasionados por la causa de la justicia, que han confrontado – y siguen haciéndolo – los poderes siniestros de la muerte, del capital, del mercado desalmado, de la carrera armamentista, siempre invocando el rescate de lo esencial humano: el derecho a la felicidad, el disfrutar de la libertad, el compartir equitativamente los bienes de la naturaleza, el ejercer plenamente el derecho a ser hombres y mujeres sin las restricciones que nos imponen estos ídolos.
Por eso, estamos invitados a caminar con Elías en esta peregrinación de vuelta a los orígenes y en  búsqueda del Dios verdadero, no en los tumultos y en las espectacularidades de los poderosos, ni en los esplendores artificiales de este mundo de brillos sin fondo, sino en la discreción y  en el silencio del encuentro contemplativo con el Misterio de Dios, en el que reside el legítimo principio y fundamento  de una vida libre y feliz.
Que estas palabras de nuestro hombre sean estímulo para animar en nosotros la pasión teologal que nos conduce a la nueva humanidad: “Y el Señor le dirigió la palabra: Qué haces aquí Elías? Respondió: Me consume el celo por el Señor, Dios todopoderoso,  porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado   tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo y me buscan matarme” (1 Reyes 19 : 9 – 10).
Sentimientos similares han alimentado los relatos vitales de muchos que han vivido con extrema generosidad su dedicación al reino de Dios y su justicia, entendiendo esta última como la plena reivindicación de la dignidad de cada persona, desde la clave de ser cada uno imagen del Creador.
 Así, los mártires del cristianismo primitivo que no se doblegaron ante las pretensiones absolutistas del imperio romano; así, Tomás Moro, que no cedió a los caprichos del rey de Inglaterra; así  este grupo de estupendos ejemplares humanos y evangélicos que en los años de la II Guerra Mundial pusieron en tela de juicio el absolutismo de Hitler y de Stalin, de sus ignominioso regímenes, llegando la mayoría de ellos al martirio en los campos de concentración ; así también los cristianos profetas que asumieron una postura valiente ante las dictaduras militares de los años setenta y ochenta, en América Latina. Es el Dios salvador y liberador el que inspira y orienta el heroísmo evangélico de estos testigos de la fe y del humanismo!
Y cuál es la espiritualidad que inspira estas determinaciones? Veámosla: “El Señor le dijo: Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. El va a pasar! Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro  con el manto, salió afuera  y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía: Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:  11 – 13).
No es en lo espectacular ni en la evidencias de poder, ni en las galas de la riqueza, ni en los alardes de soberbia y vanidad donde está Dios. Es en la “brisa tenue”, en el silencio y en la discreción, en el bajo perfil, en la modestia y la humildad, donde se alimenta una vida limpia y transparente, capaz de vigores proféticos como el de Elías.
Qué nos dice esto a nosotros que vivimos embebidos en la velocidad urbana y en las mil ocupaciones que no facilitan la riqueza interior y el encuentro íntimo con Dios y con nosotros mismos? Muchas gentes en nuestro tiempo sienten gran temor del desierto, de esta soledad fecunda, porque intuyen que allí serán interrogados por asuntos fundamentales, los que son verdaderamente importantes y esenciales, corriendo el riesgo de que se desvelen sus supuestas seguridades.
Nos vamos llenando de miedos, desconfianzas y prevenciones, alimentados externamente con el rostro de la suficiencia, arrogantes y presumidos, disfrazados de una felicidad sin asidero espiritual, maquillados por esta sociedad que es maestra en apariencias sin fondo real, deleznables  e inconsistentes, triste sociedad del espectáculo y de la moda, olvidada de la plenitud metafísica y de la trascendencia teologal.
Cómo vamos por la vida? Envueltos en frágiles protecciones disimulando que tenemos pánico a lo esencial?  Si nos sentimos convocados por algo superior, por algo que nos supera y nos hace libres,  sigamos el bello relato de Mateo, y vayamos haciendo relación entre lo que allí sucede con la manera como llevamos nuestros temores o nuestras confianzas: “La barca se encontraba a buena distancia, sacudida por las olas, porque tenía viento contrario. Ya muy entrada la noche Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Al verlo caminar sobre el lago, los discípulos se pusieron a temblar y dijeron: Es un fantasma! Y gritaban de miedo. Pero Jesús les dijo: Anímense! Soy yo, no teman”. (Mateo 14: 24 – 27).
Sea el momento de hacernos conscientes de la turbulencias que alteran nuestra existencia, las relaciones afectivas malsanas, tormentosas, la adicción obsesiva  al trabajo que nos impide disfrutar de la belleza del hogar y de los seres queridos, el afán por producir, por ganar dinero, por “cumplir metas”, el hacerle juego a las presiones sociales,  las máscaras que maquillan esos vacíos interiores, y el miedo que los acompaña.
 Por qué no correr el riesgo de Dios, de la maravillosa oferta de sentido que El nos comunica en Jesús, en la que nos invita a volver por los fueros de lo auténtico, del ámbito en donde genuinamente se valida nuestra dignidad humana? Donde se disipan miedos y turbulencias para acceder al despojo liberador, dejando en el camino el ego y las caricaturas de ser humano para dejar el espacio libre a la sabiduría del Espíritu!
En este relato del “Soy yo, no teman”  podemos establecer hondas relaciones con las narraciones de la transfiguración y de la experiencia pascual, manifestaciones de la identidad profunda de Jesús como Señor y Salvador, el que infunde serenidad y confianza, sacramento de la cercanía de Dios que se inserta en nosotros para saturarnos de esperanza y de una ilusión que supera los límites de nuestra fragilidad, redimensionando todo lo que somos y hacemos.
Tal el caso de Pedro, en quien nos vemos reflejados: “ Pedro saltó de la barca y comenzó a caminar por el agua acercándose a Jesús; pero al sentir el fuerte viento, tuvo miedo, entonces empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame! Al momento Jesús extendió la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, por qué dudaste?” (Mateo 14: 29 – 31).  Pedro no se llena de miedo porque se está hundiendo, se hunde porque el miedo lo domina, tal como nos sucede cuando el temor y  la desconfianza nos dominan.
Es indudable que en nuestras vidas se dan situaciones que nos ponen en los límites: la enfermedad, los fracasos emocionales, las rupturas con personas a quienes teníamos como garantía de felicidad, el desencanto que nos viene cuando realidades que teníamos absolutizadas se vienen al piso. Si no nos hemos dejado asumir por la gracia de Dios, si no hemos inscrito en esta nuestra libertad, el derrumbe es seguro; pero si, en medio de esta inmensa fragilidad, podemos decir con San  Pablo: “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13), entonces tenemos la certeza de que El viene a nuestro encuentro, nos integra en El, y adquirimos la  garantía decisiva, la de una vida en perspectiva de trascendencia.
Y esto nos lleva al feliz ejercicio de relativizar todo estas adherencias y a la certeza de que esa Presencia es siempre incondicional y nos acompaña hasta que crucemos la frontera de la vida hacia la Vida!

Alejandro Romero Sarmiento -  Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

domingo, 3 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 3 DE AGOSTO DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaías 55: 1 – 3
2.      Salmo 144: 8 – 18
3.      Romanos 8: 35 – 39
4.      Mateo 14: 13 – 21

Como lo hemos propuesto con frecuencia en estos comentarios de COMUNITAS MATUTINA, Dios es  por excelencia el dador de la vida, y esto lo hace sin establecer límites, siempre en una dinámica de abundancia y desmesura. Que sea esta una convicción fundante de nuestra opción creyente!
 Con esta certeza podemos conectar con los legítimos deseos humanos de amor, de felicidad, de total realización de aquellos ideales que nos conducen a ser mejores personas y a lograr plenamente todo aquello en lo que tenemos cifrada nuestra plenitud. Este ejercicio lo hacemos para comparar todas estas válidas ambiciones con la maravillosa y desbordante gratuidad que procede del Creador.
 El no tiene límites en materia de vitalidad, eso es lo suyo propio y es lo que manifiesta el texto de Isaías, primera lectura de este domingo: “ ¡Atención, sedientos! , vengan por agua, también los que no tienen dinero: vengan, compren trigo, coman sin pagar, vino y leche gratis” (Isaías 55: 2).
 Estas palabras tienen su contexto en la expectativa que tiene Israel con respecto a una nueva época en la que todos – sin excepción -  tendrán derecho a la participación justa y equitativa en los bienes de la vida, como una de las más notables señales de la era mesiánica, tiempo de vida inagotable y de plenitud.
 Dios responde a todas nuestras búsquedas de felicidad, y esto lo hace sin calcular un término, porque todo lo que viene de El es ilimitado. Ojalá cada uno de nosotros haga un silencioso ejercicio orante para constatar todas sus desbordantes  bendiciones en nuestras vidas.
Cómo presentar este mensaje en medio de tantas mezquindades que generamos los humanos? Cómo contrastar con vigor el carácter gratuito de Dios con estas milimetrías del capital, desmedido para unos pocos, negando a la inmensa mayoría el sustento digno, la mesa bien servida, las posibilidades de participar con justicia en aquello a lo que se tiene derecho , pero limitado por el egoísmo de las estructuras socioeconómicas y por las decisiones de poderosos comprometidos con una economía desalmada?
La invitación del profeta marca una oposición que pone en tela de juicio el pecado de Israel, olvidado  de Dios y de las personas más débiles, magnificando su poder, su bienestar, sus riquezas, tal como sucede hoy en los ámbitos de la sociedad de consumo, anestesiada en su mar de comodidades, en su individualista cultura de bienestar, en sus intereses inmediatistas, utilitarios, totalmente desconocedora de la dimensión de lo gratuito, esta última sí  donde se genera la mejor y más auténtica humanidad.
Estamos invitados por el mismo Señor a tener la osadía de desbordar tales  fronteras  para recuperar estos olvidados aspectos, comunes a las tradiciones religiosas, sapienciales, humanistas, incluyendo la nuestra de raigambre cristiana, y con ello decidirnos a dejar una huella que re-signifique este mundo en el que se siguen dando realidades tan abominables como el ataque a la población civil inocente en la franja de Gaza, como las hambrunas excesivas en muchos de los países africanos, como  el escándalo de estos centros comerciales convertidos en santuarios de lo inútil, con sus rituales vacíos de sentido, con sus sonrisas ficticias y su agresiva campaña de creación de necesidades, que no son ciertamente las esenciales que requerimos para vivir con dignidad.
A la luz de esto, cabe una lectura sentida, interiorizada, del muy conocido relato  de la multiplicación de los panes y los peces, que trae hoy el Evangelio  de Mateo.
Dice que : “Jesús desembarcó y, al ver a la gran multitud, se compadeció y sanó a los enfermos” (Mateo 14: 14). Recordamos que en la versión griega de este texto el verbo con el que se refiere a “se compadeció” es “splagnizomai”, que literalmente quiere decir que se le revolvieron las entrañas al constatar el hambre y la necesidad de ese gentío  , hizo suyo el dolor de esas personas, le entró a lo más íntimo de su ser. Y esto es lo que le mueve al ejercicio de la solidaridad, de la comunión, de la misericordia, tal como lo describe Mateo.
Cómo es nuestra sensibilidad ante el dolor y las carencias de tantas personas?  Sentimos como propios los sufrimientos de otros? Salimos del paso haciendo ofrendas y limosnas de ocasión? Tranquilizamos la conciencia dando cosas sin comprometernos? Nos limitamos a la piadosa frase “pobrecitos”? Y seguimos dedicados al cultivo de nuestros intereses? Nos parece que la pobreza es algo natural que necesitan las mismas estructuras de la sociedad para mantener el equilibrio de la economía? Qué pensamos del despilfarro, de esta sociedad que produce deshechos a montón, golpeando también la madre naturaleza y desperdiciando con el más alto nivel de irresponsabilidad?
El gesto de Jesús es uno de los indicativos del reino de Dios y su justicia, que se inaugura con El mismo: es la mesa servida para todos en igualdad de condiciones, ilimitada, generosa, sobreabundante, sin reservas, acogiendo a cada persona en esta maravillosa lógica de bienaventuranza que se desprende del amor del Padre.
Pensemos en las muchas injusticias que hoy se cometen, las entidades financieras que devoran a sus clientes con créditos e intereses impagables, los organismos internacionales que deciden las reglas del juego económico sin tener en cuenta los requerimientos básicos de las mayorías de la humanidad, los migrantes forzosos que van desde sus países sin oportunidades a los llamados paraísos  (????) del primer mundo, donde van a ser sometidos a más humillaciones , las filas interminables de personas entregando hojas de vida para aspirar a míseras oportunidades laborales, y tantas otras manifestaciones de este mundo desconocedor del carácter gratuito y original de los dones con los que el buen Dios nos ha querido adornar.
En el relato hay una clarísima alusión a la sacramentalidad eucarística, el pan que congrega en una misma mesa a los hombres y mujeres entendidos y asumidos como hermanos, la vida eterna contenida en este don, que es el mismo Señor Jesús, no se puede completar si no está referida a la justicia, al reconocimiento del derecho  que tienen todos al sustento que les corresponde como integrantes de la humanidad.
Cómo son nuestras eucaristías, nuestras celebraciones de la Cena del Señor? Vacíos rituales estereotipados, con fórmulas repetidas de memoria y miradas ausentes, ignorantes de los retos de la projimidad? Cómo ganar para ellas la actitud limpia de la mesa servida en torno a su centro – El Señor Jesús – y cómo hacer que lo que allí se celebra se traduzca en una manera de vida, fraterna, de comunión y participación, en la que los principios de la solidaridad y del servicio sean centrales en nuestros proyectos de vida? Cómo impregnar de vida la Eucaristía y como hacer que esta se manifieste en todos los actos de nuestra vida, preferentemente en los que se refieren a la relación con el prójimo?
Qué tal que en una sesión de los directivos del Fondo Monetario Internacional se leyeran estas palabras, en lugar de los fríos informes económicos? :” Después mandó a la multitud sentarse en la hierba, tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos, ellos, a su vez, lo dieron a la multitud. Comieron todos, quedaron satisfechos, recogieron las sobras y llenaron doce canastos” (Mateo 14: 19 – 20).
Qué dirían los sesudos economistas, los sofisticados gestores de las finanzas mundiales, los representantes de las multinacionales y de los países potentados , ante esta escandalosa simplicidad de Jesús? Dejamos la pregunta para que sea respondida en la oración de quienes quieran acogerse a estas sugerencias.
La extrema sencillez de esta narración es intencional y es mucho más que una anécdota puntual, para ingresar en el mundo de la significación que aspira a cambiar el corazón de los humanos en la perspectiva de Dios, a quien no podemos pertenecer si no pertenecemos a la gente, a la sufrida gente, a la que tiene hambre, a la que desplazan, a la que no  pagan lo justo y lo debido, a la que se subestima  y maltrata, a la que siempre lleva las de perder, los favoritos del Señor.
Estas propuestas evangélicas sólo pueden ser interiorizadas y asumidas si tenemos el vigor que quiere expresar Pablo a propósito del cambio radical de orientación que experimentó su vida luego del encuentro con Jesús: “Quien nos apartará del amor de Cristo? Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? Como dice el texto: por tu causa somos entregados continuamente a la muerte, nos tratan como a ovejas destinadas al matadero. En todas esas circunstancias salimos vencedores gracias al que nos amó” (Romanos 8: 35 – 37).
Conocemos bien el estilo paulino, recio, apasionado, intenso, condiciones que no son otra cosa que consecuencias de su total enamoramiento de la persona de Jesús y de su compromiso radical con la causa del Evangelio, a la que ofreció todo su ser. A propósito de las consideraciones planteadas en la reflexión de este domingo pensamos que todo eso que tiene que ver con la gratuidad de Dios y de sus dones, con la mesa generosa que Jesús y los discípulos sirvieron a la multitud después de multiplicar los alimentos, sólo puede ser posible si en nosotros anida un apasionamiento como este del recio Pablo de Tarso.
Se trata de trabajar para salir del cristianismo ritual, de prácticas formales, a una existencia configurada con el Señor Jesús, siguiendo el cauce que San Ignacio llamó el Dios siempre mayor, el Dios que nos plantea el desafío de ser radicalmente hijos para ser radicalmente hermanos.

Alejandro Romero Sarmiento   -  Antonio José  Sarmiento Nova,S.J.

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