domingo, 30 de noviembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 30 DE NOVIEMBRE I DOMINGO DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Isaías 63: 16 – 17  y  64: 1 – 8
2.      Salmo 79: 2 – 3; 15 – 16  y  18 – 19
3.      1 Corintios 1: 3 – 9
4.      Marcos 13: 33 – 37
Este tiempo de Adviento, con el que hoy comenzamos el nuevo año litúrgico, pone sobre el tapete de nuestra vida el asunto central y definitivo de la esperanza cristiana, en el que se juega el sentido total de la humanidad  y de la historia.
 Por esto conviene revisar de nuevo la teología de la esperanza que, en los últimos años, ha hecho el esfuerzo loable de tomar en serio  la dimensión escatológica de nuestra fe, vale decir ese aspecto esencial por el que la existencia humana en su integridad se orienta  hacia el último y pleno futuro, la vida en Dios y con Dios, sin que esto signifique menoscabar la historia presente, en la que estamos inmersos, con toda su carga de realismo, de responsabilidad existencial, de exigencia de hacernos cargo de la misma, como decía tan contundentemente Ignacio Ellacuría.
El teólogo alemán Jürgen Moltmann (nacido en 1926)  es el pionero de la reflexión sobre estos contenidos en el mundo cristiano contemporáneo, con su obra ya clásica, “Teología de la Esperanza” , también con “Esperanza y planificación del futuro” lo mismo que con “El futuro de la creación”, todas ellas en versión castellana de las Ediciones Sígueme, de Salamanca, España.
Veamos algo de lo que nos dice este pensador, miembro de la Iglesia Evangélica Luterana de Alemania: “La esperanza cristiana se dirige a un novum ultimum, a la nueva creación de todas las cosas por el Dios de la resurrección de Cristo. Abre con ello un amplísimo horizonte de futuro, que abarca también la muerte, un horizonte en el cual puede y debe integrar también, suscitándolas, relativizándolas y reorientándolas, las esperanzas limitadas puestas en la renovación de la vida” (MOLTMANN,Jürgen. Teología de la Esperanza. Ediciones Sígueme, Salamanca, página 42).
Veamos  , para poner un ejemplo primario, la historia de Israel, paradigma y referente de nuestro caminar en la fe. Ellos vivieron siempre la tensión entre la promesa y el cumplimiento, todo su caminar, su experiencia, su descubrimiento de Dios en la cotidianidad, su organización social, sus plenitudes y sus fracasos, estuvieron orientados a la realización de ese compromiso teologal, futuro siempre abierto, dador de significado a todas las realizaciones de este pueblo, en lo  que vieron anticipada la fidelidad definitiva de Dios.
En esa historia del pueblo hebreo también podemos  leer y cotejar la propia nuestra,  conscientes de vivir  siempre en el contraste entre los deseos de plenitud, la pasión por la felicidad, la búsqueda apasionada de sentido y de  trascendencia, y las contradicciones y precariedades inherentes a nuestra condición: el mal en sus múltiples evidencias, el dolor y el sufrimiento, la posibilidad de fracasar,  la muerte.
 Este es el núcleo central de la cuestión, donde se hacen las preguntas fundamentales y donde se juega el sentido de la existencia. Tal  es la lógica que inspira el Adviento, que trae consigo la invitación a asumir con la mayor seriedad el  presente en perspectiva de futuro, integrando en ello nuestro pasado.
Para los creyentes, la historia siempre está abierta a algo nuevo, y Dios es así el Señor de un futuro felizmente imprevisible, en el que El mismo transforma el significado de muerte, de sufrimiento, de desencanto, en la real posibilidad de la misericordia, de la existencia con sentido que apunta a la plenitud, devolviendo al ser humano la expectativa gozosa de una historia inagotable, asumida y trascendida por su  iniciativa amorosa : “Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia, como leña que el fuego quema, o hace hervir el agua! Para mostrar a tus enemigos quien eres, para que se estremezcan ante ti las naciones, cuando hagas maravillas que no esperábamos. Jamás oído oyó ni ojo vió un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en El” (Isaías 64: 1 – 3).
Dejemos también sentado, por rigurosa fidelidad al Señor, a nosotros mismos, a la historia, al futuro prometido, que esta esperanza no se queda en un simple consuelo en el futuro, minimizando su impacto en la realidad presente.
 Esta consiste – nada menos ! – en la pretensión de transformar históricamente las relaciones entre los seres humanos, en superar las situaciones de injusticia y de exclusión, en dar a la fe una implicación política, en incidir significativamente con la inspiración del Evangelio en la configuración de la sociedad, como lo enseña el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno (Gaudium et Spes) y como lo trajeron al contexto de nuestro continente la II y III Asambleas Generales del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968) y Puebla (1979), la primera , inaugurada por Pablo VI, la segunda, por Juan Pablo II.
Quiere decir que a la historia se trae el influjo salvador y liberador del Señor Jesucristo, demandando a cada bautizado una inserción eficaz en la realidad con la semilla de la Buena Noticia: “El  testimonio sobre Cristo se ha manifestado en ustedes, por eso, mientras aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don espiritual. El los mantendrá firmes hasta el final  para que en el día de nuestro Señor Jesucristo sean irreprochables” (1 Corintios 1:  6 – 8).
Tarea cristiana es cuestionar la sociedad desde la clave de lo fundamental humano y evangélico, con advertencias como las que acaba de hacer el Papa Francisco al parlamento europeo, en Estrasburgo, el pasado martes 25 de noviembre: “ Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. El ser humano corre el riesgo de ser reducido a mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo - , cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, de los pacientes terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer”.
Conscientes de los fuertes cuestionamientos que se hicieron a las diversas tradiciones religiosas, en especial al cristianismo, por parte de aquellos maestros de la sospecha que fueron Nietzsche, Freud, Feuerbach, Marx – profetas del Espíritu sin saberlo! – poniéndonos preguntas de fondo al señalar la ahistoricidad de muchas expresiones religiosas, la incapacidad de encarnación en las realidades humanas, todo ello bajo la designación de la “religión opio del pueblo”, en la conocida expresión de Karl Marx,  los cristianos estamos llamados a recuperar este elemento original de la fe, la dimensión constitutiva de la esperanza, en su doble y complementario sentido de futuro que se consuma gozosamente cuando pasemos la frontera inevitable de la muerte  junto con el compromiso histórico decidido, la dotación de significado al compromiso con el bien común, con los derechos humanos, con la dignificación de los pobres, con las causas de justicia, con la superación del fundamentalismo consumista, con la construcción de una cultura más sobria y austera, en la óptica de la comunión y de la  participación.
El texto introductorio de este Adviento 2014, que nos propone la Iglesia en el evangelio de hoy, es altamente exigente y comprometedor: “ Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén atentos!” (Marcos 13: 37),  invitación que Jesús nos hace a una vigilancia creativa, encarnada, con la obvia implicación de una vida personal que se renueva en Dios, honesta, responsable, comprometida, pulcra, bondadosa, solidaria, traduciendo el impacto de esta a una sociedad en la que el humanismo esencial inspira todos los elementos de su organización,  de su institucionalidad, de  sus prácticas habituales, de  sus valores determinantes,  de sus imaginarios y sus convicciones, de su manera de relacionarse unos y otros, de las alternativas reales y eficientes de sentido y felicidad, de los desarrollos de la cultura, de los modelos educativos, de la construcción del conocimiento, de una economía de resuelta tendencia  humanizante.
Esta  vigilancia y atención que Jesús plantea, como precedente al advenimiento de la plenitud del Padre en El, no es -  de ninguna manera! – un requerimiento para la angustia enfermiza ni para el desprecio de las realidades del mundo, tampoco para desconectarnos de este apremio de construcción de la historia, como lo han pretendido algunas interpretaciones reduccionistas e incompletas de la fe, el “estén atentos porque no saben cuándo va a llegar el dueño de casa” (Marcos 13: 35), es al mismo tiempo histórico y trascendente, existencial y escatológico, presente y futuro articulados en bienaventurada combinación.
La referencia de Jesús en este texto: “será como un hombre que se va de su casa y se la encarga a sus servidores, distribuye las tareas, y al portero le encarga que vigile” (Marcos 13: 34),  tiene una clara connotación de responsabilidad para cada ser humano, porque   al no estar presente ese amo es tarea de nosotros mantener vigentes sus iniciativas saludables, su proyecto de sentido, su deseo de abundancia para todos, la permanencia de su intención de mantener al ser humano en la perspectiva de la libertad y de la plenitud, iniciadas aquí en la historia y llamadas a la consumación en la bienaventuranza definitiva.
 El buen Dios nos encomendó la historia, El se hace cargo de la trascendencia!

domingo, 23 de noviembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 23 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



Lecturas
1.      Ezequiel 34: 11 – 12  y  15 – 17
2.      Salmo 22
3.      1 Corintios 15: 20 – 28
4.      Mateo 25: 31 – 46
La parábola del “juicio universal”, que es el contenido del evangelio de este último domingo del año litúrgico, no pretende ofrecernos una visión anticipada de un imaginado final del mundo, con fenómenos fuera de la común, y manifestaciones prodigiosas unas y aterradoras otras, como algunos predicadores nos hicieron creer, reconociendo penosamente  que todavía en algunos ámbitos religiosos del mundo cristiano, católico y protestante, se siguen dando mensajes de este tipo, de fuerte carga alienante y ahistórica.
Es una parábola, lo que  quiere decir que no es posible hacerle una lectura literal;  se impone , entonces,  remitirnos  a la fuerza significativa de las imágenes que allí se contienen, deduciendo sus consecuencias para una vida digna, honesta, empeñada en la felicidad más profunda para todos y para todas, siendo el criterio fundante de la misma la dedicación incondicional a las personas caídas por la pobreza, por la enfermedad, por la injusticia, por el desconocimiento de sus derechos.
 En esta se nos plantea claramente el comportamiento adecuado aquí y ahora, en términos de la más radical ética de la projimidad, del reconocimiento  de los otros que son  débiles, condenados de la tierra, humillados, empobrecidos, maltratados, y se determina que el compromiso efectivo y afectivo con estas personas es la garantía de acertar en la vida, de desarrollar un proyecto existencial moral y espiritualmente válido.
Lo contrario, el egoísmo, la insolidaridad, la despreocupación por la suerte de estos hermanos últimos del mundo, según las desafortunadas clasificaciones sociales, es el criterio definitivo de una vida que se frustra, que se echa a perder, que no es meritoria a los ojos de Dios y de las gentes de buena voluntad.
La recompensa o castigo correspondientes no son el resultado de un dios exterior, sino el fruto de una determinada manera de vivir, lúcida y despierta, amorosa y  comprometida, si se transita por el camino de la solidaridad, o atascada en una ignorancia egoísta, de una indiferencia irresponsable,  en el caso de quienes viven despreocupados de los demás o que actúan en su contra, haciéndoles tortuoso su existir, con decisiones injustas o violentas.
De nuestra libertad, que acoge o rechaza la iniciativa gratuita de Dios, depende que la vida sea lograda, que tenga sentido, que accedamos a la genuina plenitud, o que la malbaratemos, en el derroche irresponsable de una biografía sin asomos de fraternidad y de cercanía comprometida con quienes claman dignidad. En lo uno y en lo otro está el premio, la satisfacción del deber cumplido, o el  castigo a quien lleva una vida sin interesarse por los demás.
Es muy elocuente que este sea el texto clave de este último domingo, en el que se sientan las bases de un riguroso control de calidad de lo que somos y hacemos,  afirmando con exigente nitidez esta invitación, reconocimiento a quienes se han esmerado por vivir con la mayor honradez el imperativo de la fraternidad y del servicio: “Vengan, benditos de mi padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me acogieron, estaba desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver” (Mateo 31: 34 – 36)
La pregunta millonaria es si en el año que termina nuestro logro mayor consistió en gastarnos y desgastarnos por los demás, apostando lo mejor de nosotros para transmitir dignidad y posibilidades reales de lo mismo a personas desfavorecidas, conscientes de que esto es mucho más que dar obsequios ocasionales, con compasiones que son momentáneas, o si , por el contrario, nos desentendimos totalmente de este desafío y nos dedicamos a la búsqueda de nuestros mezquinos intereses individuales, totalmente ausentes de la historia de dolor y de pobreza que afecta a tantos seres humanos en nuestro país y en el mundo.
Está claro, entonces, que el criterio decisivo para una vida lograda, según Jesús, no pasa por el acumulado de cumplimientos religiosos y rituales, presumiendo, como los fariseos y maestros de la ley, de justos y observantes, con el consiguiente sentimiento de superioridad y autosatisfacción que esto conlleva, actitud y conducta  que sabemos severamente fustigada por el Señor.
Según la lógica del Evangelio, de las bienaventuranzas de Jesús,  lo que decide la autenticidad de la vida de una persona es eminentemente ético, es un asunto de entrañas compasivas y solidarias, de misericordia y dedicación incondicional a cuidar de estos prójimos, a trabajar infatigablemente por un orden social justo, a cambiar simultáneamente corazones y estructuras, a implicarse en prácticas concretas que permitan evolucionar hacia una dinámica social en la que la dignidad de las personas sea el referente constitutivo de la misma.
De acuerdo con esto,  el mensaje de Jesús es fundamentalmente el de una ética al mismo tiempo humana y teologal, muy por encima de las piedades individuales, de las prácticas religiosas externas, tan a menudo carentes de genuina conversión y de espiritualidad, entendiendo esta última como la vitalidad de Dios aconteciendo en las personas, y configurándolas como hijas del padre común y hermanos de todos los humanos.
Eso que nos conmueve tan hondamente en personas como Monseñor Romero, como los mártires de la UCA, es justamente esto, su radical sentido de la projimidad y su disposición para llevar todo  hasta la entrega cruenta de la vida misma, como sucedió en el caso de ellos y en el de tantos que admirablemente han escrito con su propio ser  similares relatos de justicia.
El corazón compasivo vive la ayuda y el servicio desde la gratuidad. No lo hace para conseguir algo a cambio, un premio, un reconocimiento, sino para vivir a cabalidad esta opción fundamental de ser constructores permanentes y crecientes del valor de cada hombre, de cada mujer, llevando consigo el rechazo a las condiciones que causan la injusticia y la exclusión y denunciando con valor profético a quienes las promueven.
Hablando del contenido central de la liturgia de este domingo, la condición del Señor Jesucristo en cuanto rey del universo y de la historia, tiene aquí su más esencial elemento de significado para ser vivido y apropiado por quienes nos interesamos en esta propuesta.
 El señorío de Jesús no transita por los criterios de poder y vanagloria propios del talante del mundo, El no reclama para sí homenajes como los que se rinden a los poderosos y a los exitosos : quien se decide por El asume que el compromiso que define su seguimiento está en esta realidad de hacernos  solidarios, compasivos, misericordiosos, cuidadores y protectores de la vida en todas sus formas.
Jesús es rey para hacer vigente la dignidad de todas las personas, en nombre de la paternidad  - maternidad de Dios. Tal es la verdadera religión: el lugar privilegiado de la presencia de Dios es el ser humano, por esta razón de la mayor densidad teológica y antropológica, Dios se expresa decisivamente en la humanidad de Jesús hasta alcanzar esto categoría sacramental, realidad que no sólo es para El  en sí mismo sino para todos los humanos asumidos por El mismo en su propio ser salvífico y liberador. En esto consisten el señorío y la realeza de Jesús.
Cuando el Papa Francisco nos está diciendo en la Iglesia que debemos dejar de ser autorreferenciales e involucrarnos en las periferias, cuando nos cuestiona a obispos y sacerdotes por no oler a oveja, cuando  hace preguntas rigurosas al sistema económico mundial cuestionándole su inhumanidad y su pasión desordenada por la ganancia y la utilidad, cuando nos advierte sobre el tipo de ser humano endeble y superficial que se forma en la sociedad de consumo,  cuando se duele por los 43 jóvenes asesinados en México o por los ahogados de Lampedusa,  simplemente está echando mano de esta clave esencial de comprensión y asunción del proyecto de Jesús: o nos dedicamos a ser prójimos de nuestros prójimos, sin rodeos, decididamente, apasionadamente, o simplemente la vida no vale la pena.
Las bellas pero también fuertes  imágenes contenidas en el capítulo 34 de Ezequiel alimentan estas convicciones. Allí se nos habla de la indignación de Yavé contra los malos pastores, que descuidan a sus ovejas, en clara alusión a los sacerdotes indignos que buscan su bienestar, el conservar su posición de privilegio, y El mismo se ofrece para este servicio: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré sacándolas de todos los lugares donde se dispersaron un día de oscuridad y nubarrones” (Ezequiel 34: 11 – 12).
Dios es Padre, dador de vida y cuidador de este don que ha depositado en todos, su único y definitivo interés es la plenitud de cada ser humano, de ahí que su estrategia sea manifestarse en la historia, en las experiencias existenciales nuestras, en las de plenitud – felicidad y en las de dolor – sufrimiento, y en unas y en otras evidenciándose como un Dios cercano, solidario, comprometido, próximo, fortaleciendo y dando pleno sentido a todo, sin imponernos pesadas cargas y milimetrías rituales jurídicas. Es el Dios del amor que se ha dicho plenamente en la historia de Jesús, y en la de de cada hombre, de cada mujer, que quiera recibir generosamente esta gratuidad.

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