lunes, 30 de junio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 29 DE JUNIO SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS APOSTOLES PEDRO Y PABLO



Lecturas
1.      Hechos 12: 1 – 11
2.      Salmo 33: 2 – 9
3.      2 Timoteo 4: 6 – 8 y 17 -18
4.      Mateo 16: 13 – 19
En el comienzo mismo de la historia cristiana encontramos estas dos recias personalidades, a quienes podemos llamar fundadores de la Iglesia, fundamentados ellos mismos en el Señor, en quien la Iglesia está fundada.
El uno y el otro son vigorosos discípulos del Señor. Pedro, decidido, intenso, pero también frágil y temeroso: “En ese momento cantó un gallo y Pedro recordó lo que había dicho Jesús: antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Y saliendo afuera, lloró amargamente” (Mateo 26: 74 – 75).
 Pablo, por su parte, afirma: “Por último se me apareció a mí, que soy como un aborto. Porque yo soy el último entre los apóstoles y no merezco el título de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios “ (Hechos 15: 8 – 9).
De sus grandes fragilidades,  Dios hace surgir dos inmensas personalidades apostólicas, en las que se cimenta el cristianismo primitivo. Pedro falló en el momento crucial de la pasión de Jesús, negándolo; Pablo fue obstinado y fundamentalista fariseo, acérrimo perseguidor de los discípulos de Jesús.
 En estas humanidades surge un nuevo ser que hace de ellos los testigos primigenios del Evangelio: “El Señor, sí , me asistió, y me dio fuerzas para que por mi medio se llevase a cabo la proclamación, de modo que la oyera todo el mundo; así, el Señor me arrancó de la boca del león” (2 Timoteo 4: 17).
El cristianismo no nace en un medio privilegiado y poderoso, sino en la contradicción de la cruz, en la pobreza real de Jesús, en su cercanía a los excluídos, en su confrontación a los poderes judío y romano, en la difamación de su nombre, en la injusticia de la cruz, en la cruda y dolorosa soledad de su muerte, y en la fascinación que por El sintieron un grupo de hombres y mujeres pobres, marginales, sin ninguna importancia religiosa o social en la Palestina de aquellos años de ocupación romana.
Estas comunidades sienten en un primer momento lo que ellos consideran derrota y fracaso: “Ellos se detuvieron con rostro afligido, y uno de ellos, Cleofás, le dijo: eres tú el único forastero en Jerusalén que desconoce lo que ha sucedido allí estos días? Jesús preguntó: qué cosa? Le contestaron: lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel, pero ya hace tres días que sucedió todo esto” (Lucas 24: 17 – 21).
Esto es como si hoy dijéramos: una vez más los malos han ganado la partida. Entonces, cómo podemos determinar la calidad de lo acontecido en estas gentes deshechas que – de pronto – empiezan a experimentar que el crucificado está vivo, ahora con una presencia distinta, novedosa, resucitada, haciendo de ellos nuevas , valientes y testimoniales personas? Esta es la experiencia pascual, en la que Pedro y Pablo tienen el liderazgo clave para constituír la comunidad apostólica de los discípulos y seguidores de Jesús.
A Pedro dice un día Jesús, luego de la pregunta por su identidad y de la respuesta esclarecedora de este: “Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá” (Mateo 16: 18). Y Pablo testimonia: “En cuanto a mí, ha llegado la hora del sacrificio y el momento de mi partida es inminente. He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe. Sólo me espera la corona de la justicia, que el Señor como justo juez me entregará aquel día” (2 Timoteo 4: 6 – 7).
Tesalónica, Efeso, Jerusalén, Colosas, Corinto, Galacia, Roma, judíos y paganos convertidos a la nueva fe, el cuidado y la dedicación pastoral de ambos, la claridad de la doctrina, las recomendaciones para el buen vivir evangélico, las advertencias críticas, la capacidad para afrontar persecuciones y momentos dramáticos, la confrontación ante las autoridades judías y romanas, las incomprensiones de algunos de sus discípulos, la intensidad y la pasión con la que asumieron el anuncio de la Buena Noticia, la entrega total de su ser a esta causa, son el relato clarísimo de la radicalidad evangélica de estos dos configuradores del cristianismo naciente.
El ministerio de Pedro y de Pablo es referente para todo ministerio en la Iglesia, no entendido como poder y ascenso en el escalafón jerárquico, sino como lo que le es inherente: servicio apostólico, a tiempo y a destiempo, poniendo como garantía la disposición para la entrega de la propia vida, sin límites, sin reticencias.
Cómo no recordar, al lado de estos pastores principales, a hombres como Ambrosio de Milán, obispo de palabra recia y doctrina luminosa; al santo y humilde varón llamado Helder Pessoa Cámara, Obispo de Olinda-Recife, en los muy duros años de las dictaduras militares en Brasil; a nuestro inmenso Oscar Romero, de Salvador, voz de los sin voz, mártir en su propio altar eucarístico; a Leonidas Proaño de Riobamba (Ecuador), padre de los indígenas; al discreto y humano Pablo VI, Papa Montini, olvidado e incomprendido; al evangélico Juan XXIII, profeta del Vaticano II; al también mártir Aloysius Stepinac, de Zagreb (Croacia), sometido al silencio por el régimen comunista?
Y con ellos y como ellos, tantos otros que – mirando siempre al Señor Jesús y a los protoapóstoles Pedro y Pablo – asumen el ministerio como servicio, deponiendo intereses personales y carreras de privilegios, para hacerse en todo como El, en quien depositan la plena garantía de sus vidas.
En estos tiempos en los que el ministerio es vapuleado por unos y por otros, por la pedofilia y el silencio ante ella, por los escándalos financieros, por los estilos poco evangélicos, por la lejanía de la realidad, por el predominio de lo formal sobre lo profético, se impone tomar el cayado petrino y paulino para devolver al servicio sacerdotal y pastoral  su brillo original, y con ello destacar a la Iglesia como esta comunidad de hombres y mujeres que lo apuestan todo por esta causa trascendente y definitiva.
Qué podremos decir cuando hoy se nos pregunte: “Quien dice la gente que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16: 13) Diremos que es un hacedor de prodigios, un sabio metafísico o esotérico, un maestro del oriente, un caudillo subversivo, un lejano icono religioso, o un ser profundamente humano en quien la divinidad se insertó en la historia y en la condición humana para redimirla de pecados e inconsistencias, y para abrirla definitivamente a la plenitud de Dios?
Y podremos, entonces, responder como Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16: 16), uniéndonos así a la Iglesia entera, a sus múltiples denominaciones y tendencias, todas unificadas por el testimonio original de los dos apóstoles: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Filipenses 2: 5 – 8).
De la mano de Pedro y Pablo iremos seguros en la nave asistida por el Espíritu para depurar en la Iglesia todo lo que no es Jesús ni Evangelio, para hacerla descender del pedestal en el que algunos la han querido entronizar, para despojarla de accidentes históricos, descalzándola y llevándola siempre por las calles de la vida, por los vericuetos de la historia, en todas las culturas y sociedades.
Con ellos  anunciaremos  con serena y humildad y coherente testimonio que el destino final del ser humano no está en el consumo ni en el poder, tampoco en el frenesí de una libertad absolutizada ni en el decadente relativismo que pone en tela de juicio la plenitud de Dios y la dignidad humana, ni en el pasotismo que lleva a vivir sin sentido de futuro,  que en Jesús hay una propuesta que sigue teniendo plena vigencia para que haya respeto al ser humano, eticidad liberadora, comunidad incluyente, humanismo inspirador, que se concreta en un modo de vida teologal y humano, que celebra una fe plena de contenidos, que los comunica con gozo y nitidez, que se inclina misericordiosa ante la fragilidad de las personas, que dialoga con todos, que nos abre con esperanza a la paternidad – maternidad de Dios.
Francisco, Obispo de Roma, es hoy el sucesor de Pedro, ha conmovido al mundo con su estilo cercano, genuinamente petrino y paulino, su palabra, su cercanía, su intención de eliminar de la Iglesia prácticas antievangélicas, su apertura al pluralismo y al ecumenismo, su sentido de los pobres, su talante de diálogo interreligioso, son una esperanzadora actualización del ministerio de los Apóstoles Pedro y Pablo, dejando atrás las pompas paganas que en mala hora se infiltraron  en la Iglesia.
El tiempo de Dios no es de poder sino de servicio, no es de imposición sino de sentido y comunidad, no es de prohibición, sino de esperanza y de vida , no de quien habla más fuerte o manda más, sino de quien ama con mayor pasión y de quien tiene , en definitiva, la fuerza para hacer vigente aquello de que “Nadie tiene amor más grande que el que es capaz de dar la vida por las personas que ama” (Juan 15: 13).
Y esto, tal como el Señor Jesús, tal como Pedro y Pablo!

Alejandro Romero Sarmiento  -  Antonio José Sarmiento Nova,SJ

domingo, 29 de junio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 22 DE JUNIO SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO



Lecturas
1.      Deuteronomio 8: 2 -16
2.      Salmo 147: 12 – 20
3.      1 Corintios 10: 16 – 17
4.      Juan 6: 51 – 58
Todo lo que se origina en Dios es vida, salud, alimento. Por eso, el testimonio original de la fe de Israel es la certeza en un Dios creador, dador de vida, comprometido con su creatura, porque “El te afligió, haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná – que tu no conocías ni conocieron tus padres – para enseñarte que el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Deuteronomio 8: 3).
 Dios es sobreabundancia de vida y alimento, esto lo expresa con elocuencia esta solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, explícita referencia al sacramento eucarístico y a su esencial capacidad nutricia.
Como siempre, el esfuerzo es captar el sentido a través de un lenguaje muy humano, experiencial, cotidiano, no para sustraer la sacralidad del misterio sino para enfatizar su fuerza significativa, su sacramentalidad, su eficacia salvadora y liberadora.
El alimento es indispensable para todas las especies vivas. La madre naturaleza tiene esto tejido en su mismo ser y quehacer, a través de este dinamismo todos los vivos vivimos, si vale la redundancia. El cuerpo materno produce la leche para alimentar a los bebés en los primeros tiempos de su vida, el cuerpo humano es dador de esta y alimentador de la misma, y así los animales, las plantas, todas las especies. Qué apasionante constatación esta del misterio vital y alimenticio  en los orígenes mismos del ser!
El paso dramático de los israelitas por el desierto – durante 40 años – despojados de seguridades, expuestos a la ruptura y a la crisis, vivenciando las inmensas carencias de ese extenso espacio, es un prototipo de la experiencia humana. Salir de la comodidad, de la instalación, romper con las esclavitudes “confortables”, lanzarse a la aventura de un mundo promisorio pero de entrada incierto, correr el riesgo de la libertad, asumir las contrariedades, pero soñar siempre con esa tierra prometida , territorio de la nueva humanidad.
Quien puede decir que no ha vivido soledades, vacíos, hambres, carencias, desencantos, incluso desesperanzas? Quien no ha sido expuesto al dramatismo del desierto existencial? Quien no ha protestado ante Dios por esto?  Todo ello en esa intensa tarea humana que es la de encontrar sentido pleno a todo lo que se es y hace. Ese es el paradigma contenido en la gran travesía hebrea por el desierto.
Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, y ver si eres capaz o no de guardar sus preceptos” (Deuteronomio 8: 2), es este un texto de  memoria que propone al creyente israelita su propia biografía de prueba y crisis, para un permanente recuerdo liberador, en el que no ha de olvidarse lo pactado con Yavé Dios, un compromiso llamado alianza, en el que se vive la reciprocidad de este Dios fiel, incondicional, aguardando como respuesta la del creyente que modela su condición humana en la perspectiva teologal, es  decir, digno, honesto, pulcro, espiritual,ciudadano de la tierra prometida.
Quien nos alimentó cuando eramos niños dependientes? Quien nos mantuvo vivos, quien nos protegió, quien nos abrió a la vida, quien se preocupó por nosotros, de donde vino nuestra nutrición física, espiritual, emocional? En quienes descubrimos este sacramento fundante de nuestro ser? Papá y mamá, cuidadores, protectores, alimentadores, nutridores, amantes, son la hermosa expresión, cercana, directa, vinculante, de este amor original y originante.
Por eso es tan indignante e inaceptable constatar que muchos millones en la humanidad viven desnutridos, negados en su esperanza, excluídos del pan cotidiano, desprotegidos, humillados y ofendidos, huérfanos del afecto, de la dignidad, de la mesa bien servida. Esto – para quien se toma en serio como discípulo de Jesús – contiene una exigencia ética y eucarística de primer orden!
Si experimentamos la gracia y el beneficio de ser nutridos, sostenidos por el alimento, estamos también llamados a dar gratis lo que así hemos recibido: “Cuando el Señor tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y aguas profundas que manan en el monte y la llanura; tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granadas, tierra de olivares y de miel; tierra en que no comerás  medido el pan, en que no carecerás de nada……. Entonces, cuando comas hasta hartarte, bendice al Señor tu Dios, por la tierra buena que te ha dado” (Deuteronomio 8: 7 – 10).
Con esta invitación tan concreta, en la que las bendiciones se materializan en los dones del alimento y del bienestar, se invita a los creyentes israelitas – por supuesto, a nosotros también – a hacerse conscientes de la gratuidad de todo lo que proviene de Dios, cuya única intención es la de contribuír en todo a nuestra plenitud y felicidad.
El no es un suceso desvinculado del ser cotidiano de los humanos, El acontece dando vida y alimentando en estas evidencias de lo doméstico, de lo que da sentido en el día a día, de lo que configura coherentemente en términos de sentido la historia de cada persona, la biografía colectiva del género humano.
Recibido por vía gratuita, siempre desmedido por la abundancia amorosa de Dios, El aguarda de nuestra parte el compromiso igual de una fidelidad que se traduce en una humanidad también gratuita, solidaria, generosa, servidora de esa misma riqueza para todos en igualdad de condiciones.  Es esto  lo que nos corresponde en nuestra parte de la alianza, devolver a Dios teologalmente lo que El humanamente nos ha brindado.
Esto deja claro que la relación con Dios no descansa sobre un formalismo ritual, ni sobre una milimetría religiosa, sino sobre una existencia agradable, grata, gratuita, graciosa, agradecida. Una existencia que encuentra en el Señor Jesús su referente constitutivo.
 Y esto es lo que se hace contundente, clarísimo, en su santa persona, cuya sangre se derrama, cuyo cuerpo se inmola, para darnos en totalidad la vida de Dios, haciéndolo sacramento permanente, memoria de la radical donación de sí mismo, para que quienes lo seguimos, hagamos lo mismo: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” (Juan 6: 56 – 57).
El asunto eucarístico, el asunto de Jesús presente sacramentalmente en el pan y en el vino , no es magia ni esoterismo, ni cuestión de fugaces momentos litúrgicos, es una realidad totalizante, que asume toda la vida del creyente, implicándose en sus motivaciones, en sus intenciones, en sus actitudes, en sus actuaciones. Es el mismo Señor dándonos todo de El para nutrirnos de Evangelio y para llevarnos a vivir como El y de lo mismo que El!
Por eso Pablo, preocupado por la tentación de idolatría que acecha a los Corintios, les advierte acerca de este peligro, porque lo que se ofrece no son formas rituales, es el mismo Jesús el don alimenticio: “La copa de bendición que bendecimos no es comunión con la sangre de Cristo. El pan que partimos, no es comunión con el cuerpo de Cristo? Uno es el pan y uno es el cuerpo que todos formamos porque todos compartimos el único pan” (1 Corintios 10:  16 – 17).
En la fuerte película del director mexicano Carlos Carrera, “El crimen del Padre Amaro”, inspirada en la novela del mismo título del escritor portugués José María Eca de Queiroz, se plantea algo estremecedor, desafiante, exigentísimo. El joven sacerdote que enamora a la catequista hermosa, la embaraza, propicia el aborto, por el que la chica muere, y luego él mismo celebra el funeral y la eucaristía final: la escena es de una intensidad brutal, violenta, profética, el don de Dios prostituído por un administrador del mismo!!
La dimensión ético – existencial de la eucaristía es altamente comprometedora! Jesús habita en nosotros haciéndose nutrición para el buen vivir humano y evangélico, demandando de nosotros la mejor humanidad, corazón limpio, mente pura, vaso receptor de esta gratuidad, portador de bendición.
Toda la historia humana del Señor Jesús es la concreción del Dios que se hace realidad, historia, dolor, cruz, humillación, amor crucificado, salvador, redentor , re-creador, liberador, sirviéndose a sí mismo en la mesa de ese madero, dando todo de sí hasta no quedar nada de su humanidad, varón de dolores, para dar plenitud sentido a los seres humanos de todos los tiempos de la historia, llevándonos al Padre, sacándonos del absurdo de la muerte, redimiéndonos de la fatalidad del pecado y de la injusticia, haciéndose pan y bebida para adentrarse sacramentalmente en nuestro ser haciendo posible la nueva humanidad.
Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Juan 6: 54 – 55).  Así Jesús determina su presencia entre nosotros, y lo hace como alimento para el itinerario existencial.

Alejandro Romero Sarmiento  -  Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

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