Lecturas
1. 1 Reyes 3: 5 – 12
2. Salmo 118
3. Romanos 8: 28 – 30
4. Mateo 13: 44 – 52
Al comenzar la reflexión de este
domingo queremos proponer a nuestros lectores que hagan conciencia de la gran
tragedia humanitaria que se vive en la franja de Gaza, la población palestina
que habita este pequeño territorio -
1.800.000 personas ! – expuesta al bombardeo sistemático por parte del ejército
de Israel, sin tener ellos responsabilidad en las iniciativas guerreras de los
grupos que quieren emprender una confrontación con Israel.
Cuántos inocentes han caído, como suele
suceder en estas absurdas guerras, cuánta inestabilidad! Cuánta inaceptable beligerancia, cuánta
angustia y sufrimiento. Qué dicen los grandes centros de poder del mundo: Casa
Blanca, Kremlin, Elíseo?
También la tragedia de los dos
aviones de Malaysia Airlines, el uno desaparecido en forma misteriosa hace
varios meses, el otro abatido por un misil, probablemente ruso. Igual situación:
los ciudadanos de bien caen víctimas de
las intolerancias de los poderosos. Cuáles son los criterios y las motivaciones
que inspiran las decisiones de estas personas constituídas en poder: sí les
alcanzan la mente y el poder para pensar en el bien común, para ejercer el
mismo en aras del respeto a cada persona, caben en ellos los grandes requerimientos de
la dignidad humana?
En nuestro país, la reciente jornada
de elecciones presidenciales fue penosa, los candidatos se descalificaron
mutuamente, su campaña careció de grandeza, era una tensión entre dos posturas
de poder igualmente desatinadas en la inmensa mayoría de sus decisiones y
realizaciones. Pareciera que las implicaciones de la sabiduría y de la
sensatez, de la justicia y la ecuanimidad no tuvieran que ver con ellos.
En el texto de la primera lectura se
refiere a los dones que Dios concede al gobernante para el ejercicio pulcro y
acertado de su misión, y lo personifica en el rey Salomón, quien demanda al
Señor: “Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir
entre el bien y el mal; si no, quien podrá gobernar a este pueblo tuyo tan
grande?” (1 Reyes 3: 9).
Este rey es consciente de la inmensa
exigencia contenida en esta misión, y por eso sabe que por sus propias fuerzas
no podrá cumplir cabalmente lo que se le ha asignado. En esta feria de egos
desmedidos que se vive en el mundo del poder habrá espacio para invocar este
don de discernimiento inspirador de las mejores y más justas decisiones? Qué
dirán a esto los habitantes de la franja de Gaza, los familiares de las
víctimas de los dos accidentes aéreos, los ciudadanos de bien en Colombia, los
pobres e indefensos desplazados por la violencia?
Pero estas reflexiones no se pueden
limitar a personas y hechos que están fuera de nosotros, también el
discernimiento y la sabiduría nos implican personalmente porque todo ser humano está llamado a una vida sabia
y responsable. Vale la pena que en este momento pensemos en tantas decisiones
que se toman simplemente por impulsos, por una especie de dinámica instintiva,
por gustos e intereses excesivamente subjetivos y egoístas, por deseos de
autosatisfacción, prescindiendo de los retos de lo social, del reconocimiento
de los demás en la propia vida.
Cuánta injusticia, cuánto egoísmo se
derivan de aquí. Cómo acceder a este espíritu sabio, capaz de ponderar en un
ejercicio de estimativa moral las diversas alternativas que se nos ofrecen cuando
estamos en trance de decidir? Cómo formar hombres y mujeres en esta clave de
una opción fundamental estructurante de todo el proyecto de vida de quienes se
comprometen en esta perspectiva?
La sabiduría para vivir y decidir es
don de Dios: “Por haber pedido esto, y no haber pedido una vida larga, ni haber
pedido riquezas, ni haber pedido la vida de tus enemigos, sino inteligencia
para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: una mente sabia y
prudente, como no la hubo antes ni la habrá después de ti” (1 Reyes
3: 10 – 12).
La gracia que proviene de El – lo sabemos bien
– siempre se traduce en evidencias de mejor humanidad, de mayor rectitud, de
bienaventuranza, de pasión por la dignidad de los seres humanos, de compromiso
con la justicia, de sensatez en la toma de decisiones, de criterios ponderados
para valorar a las personas y a las manifestaciones de la vida, de sentido
trascendente de la existencia, de honestidad a prueba de fuego.
Qué grato es encontrarse con personas
que son y viven así, qué apasionante es dejar que en nosotros sucedan estas
realidades de trascendencia, dejando atrás esa vida “domesticada” a la que nos
someten las presiones sociales, los imaginarios, las dinámicas impuestas por
los medios de comunicación, y todo esto sin presumir, ausentes de la
vanagloria, en el mejor estilo de humildad propio de los hombres y mujeres que
se saben inscritos en el amor de Dios y beneficiados gratuitamente por el
mismo.
Esta bienaventuranza halla cabal
expresión en este salmo: “Dichosos
los de conducta intachable, que siguen la voluntad del Señor. Dichosos los que
guardan sus preceptos y lo buscan de todo corazón, los que, sin cometer
iniquidad, andan por sus caminos” (Salmo 118: 1 – 3).
Cuántas veces el ser humano se
quiebra la cabeza y la vida misma persiguiendo la felicidad, inventando
paraísos artificiales, absolutizando realidades que apenas son medios y, por lo
mismo, relativas; y también, cuántas frustraciones, vacíos y fracasos,
sufrimientos y experiencias amargas!
Cómo trabajar para la auténtica felicidad, la que se arraiga en la
sabiduría teologal, la que nos hace felizmente conscientes de nuestros límites
y nos dota de un sano realismo para disfrutar de la vida, amar apasionadamente
a Dios y a la humanidad, y apostarlo todo por la dignidad y la transparencia?
La carta de Pablo a los Romanos
contiene respuestas a estas inquietudes fundamentales cuando se empeña en
hacernos conscientes de que Dios es el arquitecto, el constructor de esta nueva
manera de ser humanos que tiene su referencia esencial en la persona del Señor
Jesucristo: “A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su
Hijo, de modo que fuera El el primogénito de muchos hermanos. A los que había
destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los
glorificó” (Romanos 8: 29 – 30).
Con esto podemos afirmar, con gran
esperanza, que la humanidad toda y cada hombre – mujer en particular, es la
opción preferencial de Dios. A El sólo le interesa nuestra plena realización en
cuanto humanos configurándonos con su Hijo Jesús, en quien El nos revela
justamente la mejor definición de humanidad. Dios se dice a sí mismo en
Jesucristo y en cada persona que se deja modelar por El.
No queremos hacer una afirmación triunfalista y excluyente
de que sólo en lo cristiano se da la verdadera plenitud humana. Quien se toma
en serio como seguidor de Jesús necesariamente se hace persona abierta,
dialogante, reconocedora de lo diverso y respetuosa de esta plural abundancia
de manifestaciones de la verdad, de la bondad, de las mejores cualidades que
nos han de adornar y – sin sacrificar la identidad específica del cristianismo
– ingresa feliz en un mundo de comunión, de apertura, de encuentro gozoso con
la diversidad de convicciones espirituales y religiosas, de énfasis
antropológicos, siempre en esa entrañable perspectiva de lo auténticamente
humano y divino.
Este es el caldo de cultivo del reino
de Dios y su justicia, del nuevo orden de cosas del que es portador Jesús para
dar esperanza y sentido, presentando de tal manera el carácter definitivo de su
valor que suscita gente como la que presenta una de las parábolas de este
domingo: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: lo
descubre un hombre , lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus
posesiones para comprar aquel campo” (Mateo 13: 44).
Cuáles son aquellas realidades que
nos entusiasman tanto hasta el punto de transformar nuestra vida, que cambian
nuestra escala de valores y prioridades, que nos llenan de un sentimiento y
convicción de satisfacción, que nos mueven a ser extremadamente generosos, a no
escatimar esfuerzos para dar realidad a estos nuevos motivos liberadores y
re-significadores de nuestros relatos de vida?
Pensamos que este conjunto de parábolas,
tan sencillas y elementales en su formulación, nos dan para descubrir con
ilusión que la existencia cristiana, el seguimiento de Jesús, no es la adhesión
a una institución que nos impone rituales, doctrinas, normas, y que nos asusta
con el castigo si no cumplimos totalmente estas exigencias. El sendero
cristiano es la adhesión enamorada a Jesús, y a la totalidad de lo que es El,
lo que San Ignacio en el texto de los Ejercicios Espirituales llama el “conocimiento
interno”, que no es otra cosa que configurar todo nuestro ser y
quehacer con El mismo Señor.
Bueno, digamos que Dios
es como estar enamorado. Cuando los humanos nos sentimos así nos
experimentamos mejores, sanos, libres, surgen en nosotros las mejores virtudes,
entendemos y aceptamos a los demás, nos comprometemos con seriedad en nobles
ideales, el espíritu de ayuda y de solidaridad florecen espontáneamente, la
honestidad se convierte en un componente esencial de nuestras biografías, nada
nos produce reticencia, estamos resueltos a vivir con el mismo ánimo que
estimuló con tantísima pasión la vida de Pedro, de Pablo, de María Magdalena,
de los primeros discípulos, ellos que dejaron todo lo suyo para seguir este
apasionante programa de vida.
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio
José Sarmiento Nova,SJ