domingo, 27 de julio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 27 DE JULIO DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      1 Reyes 3: 5 – 12
2.      Salmo  118
3.      Romanos 8: 28 – 30
4.      Mateo 13: 44 – 52
Al comenzar la reflexión de este domingo queremos proponer a nuestros lectores que hagan conciencia de la gran tragedia humanitaria que se vive en la franja de Gaza, la población palestina que habita este pequeño territorio  - 1.800.000 personas ! – expuesta al bombardeo sistemático por parte del ejército de Israel, sin tener ellos responsabilidad en las iniciativas guerreras de los grupos que quieren emprender una confrontación con Israel.
 Cuántos inocentes han caído, como suele suceder en estas absurdas guerras, cuánta inestabilidad!  Cuánta inaceptable beligerancia, cuánta angustia y sufrimiento. Qué dicen los grandes centros de poder del mundo: Casa Blanca, Kremlin, Elíseo?
También la tragedia de los dos aviones de Malaysia Airlines, el uno desaparecido en forma misteriosa hace varios meses, el otro abatido por un misil, probablemente ruso. Igual situación: los ciudadanos de bien  caen víctimas de las intolerancias de los poderosos. Cuáles son los criterios y las motivaciones que inspiran las decisiones de estas personas constituídas en poder: sí les alcanzan la mente y el poder para pensar en el bien común, para ejercer el mismo en aras del respeto a cada persona,  caben en ellos los grandes requerimientos de la dignidad humana?
En nuestro país, la reciente jornada de elecciones presidenciales fue penosa, los candidatos se descalificaron mutuamente, su campaña careció de grandeza, era una tensión entre dos posturas de poder igualmente desatinadas en la inmensa mayoría de sus decisiones y realizaciones. Pareciera que las implicaciones de la sabiduría y de la sensatez, de la justicia y la ecuanimidad no tuvieran que ver con ellos.
En el texto de la primera lectura se refiere a los dones que Dios concede al gobernante para el ejercicio pulcro y acertado de su misión, y lo personifica en el rey Salomón, quien demanda al Señor: “Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal; si no, quien podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?” (1 Reyes 3: 9).
Este rey es consciente de la inmensa exigencia contenida en esta misión, y por eso sabe que por sus propias fuerzas no podrá cumplir cabalmente lo que se le ha asignado. En esta feria de egos desmedidos que se vive en el mundo del poder habrá espacio para invocar este don de discernimiento inspirador de las mejores y más justas decisiones? Qué dirán a esto los habitantes de la franja de Gaza, los familiares de las víctimas de los dos accidentes aéreos, los ciudadanos de bien en Colombia, los pobres e indefensos desplazados por la violencia?
Pero estas reflexiones no se pueden limitar a personas y hechos que están fuera de nosotros, también el discernimiento y la sabiduría nos implican  personalmente porque  todo ser humano está llamado a una vida sabia y responsable. Vale la pena que en este momento pensemos en tantas decisiones que se toman simplemente por impulsos, por una especie de dinámica instintiva, por gustos e intereses excesivamente subjetivos y egoístas, por deseos de autosatisfacción, prescindiendo de los retos de lo social, del reconocimiento de los demás en la propia vida.
Cuánta injusticia, cuánto egoísmo se derivan de aquí. Cómo acceder a este espíritu sabio, capaz de ponderar en un ejercicio de estimativa moral las diversas alternativas que se nos ofrecen cuando estamos en trance de decidir? Cómo formar hombres y mujeres en esta clave de una opción fundamental estructurante de todo el proyecto de vida de quienes se comprometen en esta perspectiva?
La sabiduría para vivir y decidir es don de Dios: “Por haber pedido esto, y no haber pedido una vida larga, ni haber pedido riquezas, ni haber pedido la vida de tus enemigos, sino inteligencia para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: una mente sabia y prudente, como no la hubo antes ni la habrá después de ti” (1 Reyes 3:  10 – 12).
 La gracia que proviene de El – lo sabemos bien – siempre se traduce en evidencias de mejor humanidad, de mayor rectitud, de bienaventuranza, de pasión por la dignidad de los seres humanos, de compromiso con la justicia, de sensatez en la toma de decisiones, de criterios ponderados para valorar a las personas y a las manifestaciones de la vida, de sentido trascendente de la existencia, de honestidad a prueba de fuego.
Qué grato es encontrarse con personas que son y viven así, qué apasionante es dejar que en nosotros sucedan estas realidades de trascendencia, dejando atrás esa vida “domesticada” a la que nos someten las presiones sociales, los imaginarios, las dinámicas impuestas por los medios de comunicación, y todo esto sin presumir, ausentes de la vanagloria, en el mejor estilo de humildad propio de los hombres y mujeres que se saben inscritos en el amor de Dios y beneficiados gratuitamente por el mismo.
Esta bienaventuranza halla cabal expresión en este salmo:  “Dichosos los de conducta intachable, que siguen la voluntad del Señor. Dichosos los que guardan sus preceptos y lo buscan de todo corazón, los que, sin cometer iniquidad, andan por sus caminos” (Salmo 118: 1 – 3).
Cuántas veces el ser humano se quiebra la cabeza y la vida misma persiguiendo la felicidad, inventando paraísos artificiales, absolutizando realidades que apenas son medios y, por lo mismo, relativas; y también, cuántas frustraciones, vacíos y fracasos, sufrimientos y experiencias amargas!  Cómo trabajar para la auténtica felicidad, la que se arraiga en la sabiduría teologal, la que nos hace felizmente conscientes de nuestros límites y nos dota de un sano realismo para disfrutar de la vida, amar apasionadamente a Dios y a la humanidad, y apostarlo todo por la dignidad y la transparencia?
La carta de Pablo a los Romanos contiene respuestas a estas inquietudes fundamentales cuando se empeña en hacernos conscientes de que Dios es el arquitecto, el constructor de esta nueva manera de ser humanos que tiene su referencia esencial en la persona del Señor Jesucristo: “A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera El el primogénito de muchos hermanos. A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó” (Romanos 8: 29 – 30).
Con esto podemos afirmar, con gran esperanza, que la humanidad toda y cada hombre – mujer en particular, es la opción preferencial de Dios. A El sólo le interesa nuestra plena realización en cuanto humanos configurándonos con su Hijo Jesús, en quien El nos revela justamente la mejor definición de humanidad. Dios se dice a sí mismo en Jesucristo y en cada persona que se deja modelar por El.
No queremos  hacer una afirmación triunfalista y excluyente de que sólo en lo cristiano se da la verdadera plenitud humana. Quien se toma en serio como seguidor de Jesús necesariamente se hace persona abierta, dialogante, reconocedora de lo diverso y respetuosa de esta plural abundancia de manifestaciones de la verdad, de la bondad, de las mejores cualidades que nos han de adornar y – sin sacrificar la identidad específica del cristianismo – ingresa feliz en un mundo de comunión, de apertura, de encuentro gozoso con la diversidad de convicciones espirituales y religiosas, de énfasis antropológicos, siempre en esa entrañable perspectiva de lo auténticamente humano y divino.
Este es el caldo de cultivo del reino de Dios y su justicia, del nuevo orden de cosas del que es portador Jesús para dar esperanza y sentido, presentando de tal manera el carácter definitivo de su valor que suscita gente como la que presenta una de las parábolas de este domingo: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: lo descubre un hombre , lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo” (Mateo 13: 44).
Cuáles son aquellas realidades que nos entusiasman tanto hasta el punto de transformar nuestra vida, que cambian nuestra escala de valores y prioridades, que nos llenan de un sentimiento y convicción de satisfacción, que nos mueven a ser extremadamente generosos, a no escatimar esfuerzos para dar realidad a estos nuevos motivos liberadores y re-significadores de nuestros relatos de vida?
Pensamos que este conjunto de parábolas, tan sencillas y elementales en su formulación, nos dan para descubrir con ilusión que la existencia cristiana, el seguimiento de Jesús, no es la adhesión a una institución que nos impone rituales, doctrinas, normas, y que nos asusta con el castigo si no cumplimos totalmente estas exigencias. El sendero cristiano es la adhesión enamorada a Jesús, y a la totalidad de lo que es El, lo que San Ignacio en el texto de los Ejercicios Espirituales llama el “conocimiento interno”, que no es otra cosa que configurar todo nuestro ser y quehacer con El mismo Señor.
Bueno, digamos que Dios es como estar enamorado. Cuando los humanos nos sentimos así nos experimentamos mejores, sanos, libres, surgen en nosotros las mejores virtudes, entendemos y aceptamos a los demás, nos comprometemos con seriedad en nobles ideales, el espíritu de ayuda y de solidaridad florecen espontáneamente, la honestidad se convierte en un componente esencial de nuestras biografías, nada nos produce reticencia, estamos resueltos a vivir con el mismo ánimo que estimuló con tantísima pasión la vida de Pedro, de Pablo, de María Magdalena, de los primeros discípulos, ellos que dejaron todo lo suyo para seguir este apasionante programa de vida.


Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ

domingo, 20 de julio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 20 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Sabiduría 12: 13 – 19
2.      Salmo 85: 5 – 16
3.      Romanos 8: 26 – 27
4.      Mateo 13: 24 – 30
Cómo hacernos conscientes de la presencia del mal en nosotros?  Cómo asumir que Dios es el único que hace posible que nos liberemos de esta tendencia desordenada  que siempre tiene manifestaciones en nuestra vida? Cómo ser realistas en términos de advertir que en nosotros coexisten la cizaña y la buena hierba? Y cómo desarrollar, a partir de esta constatación, una visión siempre esperanzada de la condición humana, en la clave de un Dios que al mismo tiempo ejerce desmedidamente la misericordia pero que también confronta con severidad y nos propone altas exigencias?
Confiamos en que la Palabra que se nos propone este domingo ayude a hacer claridad en torno a estos interrogantes, cuyas respuestas atinadas ayudarán a un crecimiento sustancial de nuestra humanidad, y de sus correspondientes evidencias en unos estilos de vida densamente humanos, espirituales, éticos, solidarios.
La primera lectura se refiere a la historia de pecado de los israelitas, a la idolatría y absolutizaciones en que incurrieron , dando la espalda a Dios,  a sí mismos, a sus hermanos, realidades que van directamente en contra de lo pactado con Yavé como proyecto de vida.
Qué hace Dios ante esto? Hacer la vista gorda?  Entrar en una ira desaforada y vengarse de este pueblo desleal? O – mejor – dar de todo de sí mismo en el ejercicio de la misericordia, propiciando una conciencia crítica sobre la deshumanización que trae consigo el pecado, y creando las mejores y más saludables condiciones para una vida liberada de estos desacatos?
Tengamos  presente que este ejercicio lo podemos hacer con más sentido si inscribimos en él la historia de la humanidad y la nuestra propia, siempre afirmando que esta revisión del aspecto pecaminoso que nos acompaña no parte de una óptica pesimista, negativa, con un moralismo de talante fundamentalista, como desafortunadamente se ha filtrado en muchos ámbitos del cristianismo. Lo propio de nuestra fe es la esperanza que tiene su crédito en el mismo Dios que está  tendiendo permanentemente  a la humanidad su mano dotada de vitalidad y de constantes posibilidades de replanteamiento total de nuestros proyectos de vida. Es el empecinamiento optimista de este apasionante Dios nuestro!
Aquella marca original, testimoniada en el libro del Génesis, es esencial en el patrimonio de nuestra fe: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1: 26 – 27), desde ella estamos animados por una visión constructiva, saludable, positiva, del ser humano y de su historia, lo que no impide la conciencia crítica sobre nosotros mismos cuando verificamos los efectos de una libertad que no se inspira en el universo de la gracia de Dios.
En eso último encontramos las mejores condiciones para comprender  la figura de la cizaña que trae  el Evangelio de Mateo, y a la manera cómo Dios interviene para provocar cambios radicales, nuevas realidades, sin menoscabar la necesaria exigencia y severidad que deben acompañar el tratamiento de estos desafueros. Gracia, justicia y misericordia!
 Vemos en nuestro devenir grandes realizaciones, desarrollos de humanismo y espiritualidad, de vida éticamente valiosa, de creaciones culturales que hacen de nuestros escenarios auténticos ámbitos de dignidad, el apasionante mundo del conocimiento en el que nos embarcamos en la búsqueda de los misterios de la realidad y de la naturaleza con el fin de aplicarlos para una mejor calidad de vida y organización social, el sentido de justicia que favorece el reconocimiento de la dignidad humana, la capacidad de dar vida desde el amor, trascendiendo siempre en esas personas a quienes hacemos destinatarios de ese amor y de quienes recibimos también tantas razones para vivir con significado.
Pero…..  así  mismo,  cuántos  hechos  en la historia que dan una imagen altamente deteriorada de quienes las piensan y realizan! Las interminables narrativas de guerra, violencia, muerte, las grandes conflagraciones mundiales, la destrucción irresponsable de los recursos de la naturaleza, el rechazo de unos humanos hacia otros por razones políticas, religiosas, raciales, derivando en unas destrucciones absurdas, de las que especialmente el reciente siglo XX ha sido un espacio dramático, en contraste con las notables reivindicaciones de autonomía, de primacía de la persona, de derecho a la existencia digna y protegida.
Cómo procede Dios ante esto? : “Eres justo, gobiernas el universo con justicia y juzgas indigno de tu poder condenar a quien no merece castigo. Porque tu poder es el principio de la justicia y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos. Ante el que no cree en la perfección de tu poder despliegas tu fuerza, y confundes la imprudencia de aquellos que la conocen; pero tú, dueño de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia” (Sabiduría 12: 15 -18).  Estas palabras se fundamentan en ese aspecto definitivo del ser  de Dios que es la misericordia.
Una convicción sustancial de nuestra fe es la certeza que tenemos de Dios como dador y comunicador de vida, creador siempre comprometido con su creatura, garantizando para esta que permanezca  en ese dinamismo  y desarrollando una pedagogía en la que se articulan la severa confrontación, la denuncia del desorden que trae el pecado,  con la justicia misericordiosa que tiende la mano al ser humano para transformar su realidad, rompiendo así el habitual esquema de una justicia retributiva en la que se desconocen el concepto y la práctica de la gratuidad.
Cuando estamos escribiendo estas palabras participamos de un sentimiento creciente de indignación por parte de muchos hombres y mujeres: la inaceptable violencia que se origina en el estado de Israel para mantener acosados, humillados, ofendidos, a los habitantes palestinos de la franja de Gaza, una comunidad de casi dos millones de personas viviendo en hacinamiento, sometidos a bombardeos y vejaciones sin límite.
La gracia de Dios, la buena hierba que hay en nosotros nos lleva a ser conscientes de los alcances de esta tragedia? Nos implicamos en la capacidad restauradora que procede de El para participar en un reordenamiento de la historia y en una transformación de la interioridad, tales que se conviertan  en fuerza liberadora de desórdenes como este, claro escándalo que desdice de quienes lo respaldan y ejecutan?
Y así tantas depredaciones que surgen en intenciones explícitamente destructivas, saturadas de cizaña.  En esto hay claramente una enemistad con el reinado de Dios y su justicia, un deseo deliberado de que no sea Dios el ordenador de las relaciones humanas, una traba radical a la fraternidad y a la sana convivencia, un afectar con la mayor gravedad moral el proyecto del Padre para nosotros, pero también es la oportunidad para comprobar cómo El mismo ha depositado en nosotros el germen de esa nueva humanidad que se manifiesta en la persona del Señor Jesús.
El reino de Dios es como un hombre que sembró semilla buena en su campo. Pero, mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña” (Mateo 13: 25 – 26).  Sencilla imagen tomada de la vida agrícola en la que se nos quiere demostrar la coexistencia en el centro mismo de la persona de la gratuidad del don de Dios con los afectos desordenados y el abuso de la libertad, que se traduce en las intenciones, actitudes y hechos ya referidos, que hacen parte de nuestra realidad cotidiana.
Para ponernos en un contexto muy cercano a nosotros: cómo compaginar una justicia severa, fuerte, exigente,  con la posibilidad de la reconciliación y de la reconstrucción de nuestro tejido social ,  en esta expectativa que tenemos tantos en Colombia de un final de la guerra, de unos resultados exitosos en las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC? Cuál es el influjo cristiano en esta perspectiva?
 De qué manera la personalidad misericordiosa de Dios inserta en nosotros se hace relato de vida, de promoción de  condiciones de inclusión y dignidad para las víctimas, de generación de un desarrollo sostenible en el que se integren las dimensiones de la interioridad con los necesarios cambios de las estructuras sociales y económicas?
Cómo ser nosotros aquí relatos de ese amor definitivamente salvador y liberador? El trigo y la cizaña que crecen juntos es la mejor expresión de que la propuesta del nuevo ser humano que viene con Jesús debe realizarse bajo la conciencia de que en nosotros conviven estas alternativas, lo que no ha de convertirse en argumento para justificar el mal, sino justamente para abrirnos a la acción de Dios y a la gracia liberadora que portan consigo, en su nombre, tantos buenos hombres y mujeres que son concreción  histórica de estas esperanzadoras posibilidades.
Seamos conscientes de que Dios no funge como el implacable vengador que erradica sin más la cizaña maltratando las potencialidades del trigo, tengamos la suficiente sensibilidad para aprehender en nosotros  esa provocadora dimensión de misericordia, siempre empeñada en que nada de lo creado se pierda, se frustre, y – muy particularmente – hagamos el recuento de cuántas veces en nuestra historia personal y colectiva hemos recibido el beneficio transformador de este modo de proceder, que se opone – por supuesto – al instinto de venganza milimétrica que está en la base de tantos conflictos.
Conscientes de este don, agradecidos por recibirlo inmerecidamente, estamos llamados  – como correlato de la iniciativa teologal – a no dejarnos intimidar por esta contradictoria convivencia de cizaña y trigo y a trabajar desde el buen Dios revelado en Jesús para que la nobleza del trigo contenga y de las mejores potencialidades para un mundo bienaventurado, también gratuito como lo es la iniciativa que lo favorece.

Alejandro Romero Sarmiento -  Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

domingo, 13 de julio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 13 DE JULIO DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaías 55: 10 – 11
2.      Salmo 64: 10 – 14
3.      Romanos 8: 18 – 23
4.      Mateo 13: 1 – 23
La Palabra de Dios es viva, ella no es un simple vocablo dicho al azar, es capaz de fecundar, de engendrar y generar vitalidad de Dios en el ser humano, en la historia, en la dinámica social, en la creación, en toda la realidad. Y la fidelidad del creyente, atento a esta Palabra, se mide desde el criterio de “dejarse” llevar por la misma, ser recipiente fecundo, con la certeza de que allí no se le sembrarán cosas contrarias a su dignidad, a sus deseos de felicidad y de sentido. Es una Palabra esperanzadora, re-creadora, portadora del mismo ser creador de Dios.
Palabra , en el contexto bíblico, es Dios haciendo lo que El sabe hacer – lo único – crear, dar de su vida a la creatura, re – crear, salvar, redimir, liberar. La historia del pueblo hebreo está marcada por este Yahvé apalabrado, decidor y hacedor de vida, todo en un proceso que está en constante maduración y evolución, hasta que El se dice de modo pleno, definitivo, en la Palabra por excelencia que es el Verbo, el que se hace humanidad, historia, realidad existencial, el que se implica en todo lo nuestro, con amor total, también con dolor para ser re-significado: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1 : 14).
En hebreo se dice “dabar”, término que significa todo esto que acabamos de decir y mucho más, es la Palabra eficaz, en la que Dios se dice a sí mismo para infundirse vitalmente en las creaturas. Cuánto significado tiene esto en un mundo que intenta asfixiar y esterilizar, que no escucha, sólo atiende a lo productivo, a lo que da resultados palpables , financieros, laborales, tecnológicos, poniendo en un rincón la esencialidad del ser y de su posibilidad trascendente.
Cuál es nuestra tarea creyente? Cuál nuestro aporte a un mundo más fecundo, más capaz de vivir la explosión de la vida, más abierto a lo que definitivamente permanece superando la transitoriedad propia de tantas realidades humanas? Más dispuesto a la escucha fecunda?  Cómo aportar semillas que se traduzcan luego en cosechas de humanismo, de bienaventuranza, de salud emocional y espiritual, de compromiso solidario, de sentido decisivo de Dios y de la humanidad?
Cómo hacer vigentes en nuestros estilos de vida y realizaciones estas palabras?: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, así será mi Palabra, que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y hará mi encargo” (Isaías 55: 10 -11).
Es frecuente constatar el escepticismo que producen en muchos de nosotros las palabras de los gobernantes, de los políticos, de los candidatos a ser elegidos a lo que sea, de los empresarios, incluso de algunos líderes religiosos. Ante esto, cómo decirnos responsablemente, fielmente, comprometidamente, cómo dotar a nuestras palabras de contenido serio, cómo ser nosotros mismos palabra creíble?
 En nuestro medio latinoamericano nos referimos a esto como “carreta”, “rollo”, “cháchara”. Tantas promesas vanas, tantos compromisos hechos aprovechando el frenesí electoral, luego desechados cuando ya se está en el poder. Palabras vacías, estériles….. es como decir “te amo, eres mi vida” y luego vivir de modo contrario a lo proclamado!!!! Pero….. Dios no se anda con rodeos, el decirse de El siempre tiene implicaciones transformadoras, liberadoras, su Palabra es por sí misma dadora de vida y de razones para la esperanza, provocadora de cambios cualitativos en nosotros y en nuestro mundo.
En este mismo sentido viene el texto de Mateo, ampliamente conocido, la parábola del sembrador, una historieta cargada de la sabia pedagogía de Jesús para comunicar la nueva lógica vital, creativa, estimulante, del reino de Dios y su justicia. Es justamente la dramatización de las diferentes actitudes – fecundas, estériles, indiferentes, entusiastas al principio y luego nada de nada – que tenemos los humanos ante esta apasionante propuesta del Señor,  imágenes provenientes  de nuestra cotidianidad, nos pasan cada día, incluso sin que tengamos advertencia crítica sobre ellas.
Que esta Palabra nos induzca a hacernos un “test” para valorar nuestras disposiciones para la escucha, para ser tierra fértil.  Podemos incluír en esa autovaloración algunos de estos elementos:
-          Vivimos afanados por lo inmediato, por lo que está en la agenda y es impostergable, porque además nos produce buenos dividendos?
-          Cargamos ladrillos a esta cultura de la velocidad, del funcionamiento sin parar, intenso, extenuante, con eso que los norteamericanos llaman el “workholic”, trabajadores compulsivos que se olvidan de su propio ser, de los suyos, de sus responsabilidades esenciales?
-          Estamos inmersos en la cultura digital: siempre conectados a la red, i-pads, tablets, celulares de última generación, nos desesperamos si no tenemos esto a la mano, pero somos incapaces de la mirada frente a frente, del arriesgarnos a la comunicación profunda, al silencio, a la contemplación del Misterio?
-          Somos importantes y reconocidos, con agendas muy “serias”, nuestra pared llena de diplomas, nuestros curriculums saturados de logros, y el corazón, la escuela del afecto, Dios, los otros, la gracia de vivir: qué?
-          Dejamos de lado la gratuidad, los bellos amores inmerecidos, la libertad, la alegría, la fiesta, el juego?
Es muy conveniente dejar claro que esto de escuchar la Palabra no se queda en el   clásico estereotipo de los “convertidos” que se vuelven beatos , rezanderos, olorosos a sacristía. Tal  es una de las actitudes más reticentes a los estupendos resultados que puede causar en nosotros la semilla del reino de Dios y su justicia.
 Recordemos cuánto repugnaron al Señor Jesús los fariseos y los escribas, los sacerdotes del templo y los que presumían de ser muy santos y religiosos: “Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados : por fuera son hermosos, por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de inmundicia!” (Mateo 23: 27). Qué tal la severidad de estas palabras?
La apuesta es para que seamos unos maravillosos seres humanos, conscientes de nuestros límites y también de nuestras posibilidades, siempre abiertos a Dios, a las personas en sus muchas realidades y contextos, a los retos que nos invitan a salir de cerrazones y temores, a  las parálisis, a los golpes de la baja autoestima, al pesimismo, dejando de lado el obrar siempre guiados por reglamentos para acceder a una existencia llevada por el Espíritu.
 En definitiva para ser a carta cabal eso que decimos – tan sencillo en su formulación pero tan exigente en vivencia – buenas personas, buena gente, limpios, sin agendas ocultas, solidarios, comprometidos, transformadores, libres y liberadores, amorosos, con vigor y ternura simultáneos, serviciales, participativos, siempre creadores de nuevas posibilidades para todos. Este es el terreno apto para la semilla del Reino!
Tomemos literalmente el texto, sigamos atentamente cada una de sus partes, y hagamos una práctica de identificación con cada uno de los terrenos que allí se señalan. En cuál estamos? En la orilla del camino? En el pedregal?  En los espinos? O en la tierra fértil? Qué aspectos de nuestra vida nos tienen en uno o en otro? Qué nos impide la escucha fiel, la fecundidad? Qué la hace posible? La recomendación es tomar el cuaderno de reflexiones personales e ir escribiendo en columnas lo que esté en cada categoría, para al final tener una visualización objetiva de lo que somos y hacemos en este orden de cosas.
 Tengan la seguridad de que será un ejercicio muy práctico, esclarecedor, de insospechable crecimiento y luminosidad.
Los invitamos también a identificar personas conocidas por ustedes mismo-as,  como buenos referentes de identidad, de esos que viven libres, que se apasionan por la felicidad de los demás, que no son “fans” de ideologías, de fundamentalismos, que no andan lanza en ristre viendo a los otros como potenciales adversarios, que gozan con las cosas sencillas de la vida, que no andan matrículados en posturas furiosas e irascibles, que no son adictos a tecnologías, que viven en una saludable relatividad, sabiendo que el “principio y fundamento” está en OTRA PARTE, y que esta última sí es la decisiva.
Qué semilla siembran en nosotros estas bellas gentes? Qué germinalidad, qué fecundidad florece en nosotros? Somos buena cosecha? : “Otras cayeron en tierra fértil y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. El que tenga oídos que escuche” (Mateo 23: 8). Dónde están y cuáles son nuestros espinos, pedregales, arideces, las inútiles preocupaciones que no  nos dejan entrar en el gozo del Reino, en  la nueva manera de vivir que viene con Jesús? Qué favorece en nosotros la fertilidad humana y espiritual?
Todo esto viene a entenderse desde la perspectiva de eso que en los escritos paulinos se llama la VIDA EN EL ESPIRITU, asunto clave al que está especialmente dedicado el capítulo 8 de la Carta a los Romanos, del que proviene la segunda lectura de este domingo, ya iniciada el anterior.
Esta vitalidad consiste en que Dios habita en la persona agraciada por el don, que para nosotros tiene particular concreción en las BIENAVENTURANZAS (Mateo capítulos 5,6,7), podemos hablar así del perfil ideal de un ser humano según el proyecto de Jesús, realidad que es lograda gracias a la acción del Espíritu: “Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros. La humanidad aguarda ansiosamente que se revelen los hijos de Dios. Ella fue sometida al fracaso, no voluntariamente sino por imposición de otro; pero esta humanidad tiene la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8: 18 – 21).
Cuántos egoísmos vueltos fraternidad! Cuántos endurecimientos transformados en sensibilidad! Cuántos aislamientos hechos solidaridad! Cuántos consumismos convertidos en comunión! Cuántas cegueras vueltas luminosidad! Cuántas enfermedades trocadas en salud! Cuántos pesimismos re-significados en esperanza! Cuántas  vidas fracturadas, ahora articuladas y coherentes! Esta es la humanidad en la que es felizmente viable aquello de  poseer las primicias del Espíritu” (Romanos 8: 23)

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