Lecturas
1. Ezequiel 18: 25 – 28
2. Salmo 24: 4 – 9
3. Filipenses 2: 1 – 11
4. Mateo 21: 28 – 32
Dice el teólogo español – vasco José
Antonio Pagola, refiriéndose a la actitud de Jesús ante la institución
religiosa judía y su rigurosa normativa ritual y legal:
“Probablemente sorprendió mucho su libertad
ante el conjunto de normas y prescripciones en torno a la pureza ritual. La
mayor parte de las “impurezas” que podía contraer una persona no la convertían
en un “pecador”, moralmente culpable ante Dios, pero, según el código de
pureza, la apartaban del Dios santo y le impedían entrar en el templo y tomar
parte en el culto. Al parecer, en tiempos de Jesús se vivía con bastante rigor
la observancia de la pureza ritual…….Jesús, por el contrario, se relaciona con
total libertad con gente considerada impura, sin importarle las críticas de los
sectores más observantes. Come con
pecadores y publicanos, toca a los leprosos y se mueve entre gente indeseable.
La verdadera identidad no consiste en excluír a paganos, pecadores e impuros.
Para ser el “pueblo de Dios”, lo decisivo no es vivir “separados”, como hacen
en buena parte los sectores fariseos, ni aislarse en el desierto, como los
esenios de Qumrán. En el reino de Dios, la verdadera identidad consiste en no
excluír a nadie, en acoger a todos y, de manera preferente, a los marginados”
(PAGOLA,José Antonio. Jesús: aproximación histórica. Páginas 250 – 251).
Con esta extensa cita queremos explicitar
uno de los núcleos centrales del ministerio de Jesús: su cuestionamiento a la
religión judía por su énfasis en el cumplimiento riguroso de la ley mosaica –
la Torah – y por su observancia obsesiva
de todo el conjunto de normativas de purificación ritual, sin hacer la misma
insistencia en la conversión del corazón. Acerca de esto, la Palabra nos viene hablando hace varios
domingos, una insistencia que indica el carácter esencial de esta preocupación
y desafío del Señor.
El desnuda todo lo nuestro de ropajes
vanos y de apariencias, de formalidades externas, y llega a la profundidad del
ser para preguntarnos sin rodeos por la sinceridad de nuestras intenciones, por
la verdad de lo que somos y hacemos, por las prioridades que orientan nuestra
conducta, esto con una pedagogía exigente
- muy exigente! - que aspira a provocar en nosotros el mayor nivel
posible de rectitud, de veracidad, de transparencia.
Para el judaísmo contemporáneo de
Jesús, la santidad consistía en el acatamiento y práctica de todo este conjunto
de determinaciones, asunto más bien de realizaciones exteriores, exactamente como
asistir a misas, a estar en celebraciones de sacramentos, a cumplir con
devociones individuales, sin respaldar eso con el contenido de una vida que se
esfuerza por vivir honestamente las implicaciones del Evangelio.
En el mundo genuinamente cristiano la
relación culto – vida es indispensable. Si celebramos nuestra fe en las
diversas manifestaciones litúrgicas, especialmente en la Eucaristía, asumimos
el compromiso de llevar una existencia coherente con ese carácter celebrativo.
Lo que se significa en el rito se debe llevar
a la vida cotidiana : en la relación de pareja, en la familia, en la formación
de los hijos, en el trabajo y en la vida profesional, en la participación
ciudadana, en el impecable comportamiento individual y colectivo, en el
ejercicio y configuración de nuestra sexualidad, en la atención solidaria a los
pobres y marginados, en el reconocimiento respetuoso de las diferencias, en el
cuidado del hábitat, en la defensa y promoción constantes de la dignidad
humana, en los criterios con los que manejamos el dinero y los recursos
materiales, en la manera como orientamos los estudios, en nuestra postura ante
el poder , en el estilo que tengamos
para asumir los medios de comunicación y la tecnología, y tantos otros influjos
de la sociedad.
En definitiva, en todos los ámbitos de nuestro
desempeño humano y cristiano. Tales son los lugares concretos en donde debe
suceder la coherencia vital, la que nos califica como hombres y mujeres
asumidos por el dinamismo liberador de Dios.
Vale decir que lo que se expresa en el culto
debe tener decisivas implicaciones en una nueva manera de ser y de vivir,
modelada según el proyecto original de Jesús.
Los judíos radicales,
fundamentalistas, despreciaban a quienes no vivían en esta perspectiva del
ritualismo externo , considerándolos – como lo señala Pagola – impuros y
pecadores.
Este es
el punto central que desata la muy severa crítica por parte de Jesús, elemento
esencial de su predicación y de su capacidad para transformar de raíz el
paradigma de la relación entre los seres humanos y Dios, dejando atrás el
esquema de la mediación ritual para dar paso al adorar al Padre en espíritu y en
verdad, es decir, al hacer de la vida el culto verdaderamente agradable
a El, el nuevo talante humano que es inherente a la lógica del Reino : “Pero
llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al
Padre en espíritu y en verdad. Porque esos son los adoradores que busca el
Padre. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en
verdad” (Juan 4: 23 – 24).
Con esto nos conecta el texto de
Mateo, cuando se refiere a las actitudes de los dos hijos, ante la invitación
que les hace su padre a trabajar: “Un hombre tenía dos hijos. Se dirigió al primero y le dijo: Hijo, quiero
que hoy vayas a trabajar a mi viña. El hijo le respondió: no quiero; pero luego
se arrepintió y fue. Acercándose al segundo, le dijo lo mismo. Este respondió:
ya voy, pero no fue” (Mateo 21: 28 – 30).
Es claro que Jesús se está refiriendo
a los judíos, por su dureza de mente y de corazón para acoger la propuesta del
reino. Son los religiosos observantes , estrictos participantes en ceremonias y
ritos, aceptan formalmente la invitación de Dios, pero su vida, sus hechos, sus
prioridades, están totalmente distantes de El. En qué aspectos concretos nos toca esta
exigente alusión del Señor? Suscitan estas palabras en nosotros un denso examen
de conciencia?
Y, en abierto y profético contraste,
son los alejados de la religión los que sí se disponen para la Buena Noticia y se dejan moldear por ella:
“Les
aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas entrarán antes que
ustedes en el reino de Dios. Porque vino Juan, enseñando el camino de la
justicia, y no le creyeron, mientras que los recaudadores de impuestos y las
prostitutas le creyeron. Y ustedes, aún después de verlo, no se han arrepentido
ni le han creído” (Mateo 21: 31
– 32).
Pensemos en la honestidad de algunos
agnósticos y ateos: su manera de ser y
de vivir cuestiona tantas religiosidades
y moralidades, rituales desconectados de la historia real de la humanidad,
posturas verticales y autoritarias de ministros religiosos, manipulaciones de
la realidad de Dios, interpretaciones sesgadas del Evangelio, actuaciones
incompatibles con la misericordia anunciada por Jesús , interrogantes de fondo al exceso de soberbia
en no pocos creyentes, que en sus actuaciones externas parecieran aceptar el
mensaje, llevando en realidad una vida
distante del amor misericordioso del Padre.
También corramos el riesgo de dar una mirada cercana,
comprensiva, abierta, a ese universo de personas que la sociedad – tal vez
nosotros, también? – considera indeseables: los condenados morales, las chicas
que se ven obligadas a comerciar con su cuerpo para no morir de hambre –
humilladas y ofendidas por hombres “respetables” (?????) - , tantos jóvenes
carentes de oportunidades que se venden al mejor postor en la guerrilla, en el
sicariato, en la intensa y dramática experiencia de vivir en la calle, sin la
protección del hogar ni la calidez de la
vida familiar, sin la referencia de una
identidad paterna y materna que estructure en ellos una humanidad saludable.
Encontramos en estas personas una manifestación de Dios, una necesidad de
El, un clamor de dignidad, un deseo urgente de ser reconocidos como humanos,
merecedores de afecto y de respeto? Su
condición nos interpela y nos pone en trance de autenticidad, de examen
profundo de nuestra conciencia? Se nos mueve la sensibilidad para entenderlos y
asumirlos con los mismos sentimientos con los que el Señor Jesús se aproximó y
se sigue aproximando a ellos?
El Evangelio siempre nos trae
novedades y posibilidades de crecimiento y de conversión. Ya sabemos que este tema planteado hoy es antiguo, muy antiguo,
pero su trasfondo siempre susceptible de
un proceso permanente de configuración con la persona de Jesús, con el proyecto
del Padre, para que hagamos siempre “control de calidad” a nuestra condición de cristianos : si lo
somos sólo por conveniencia social, por inercia de la costumbre, por aparentar,
o si en nuestro interior alientan la pasión por la verdad, por la existencia
auténtica, por la rectitud en todo lo que somos y hacemos.
Para eso, estamos invitados a
considerar estas palabras de Pablo, contenido central de la segunda lectura de
este domingo: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien a
pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se
vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los
hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la
muerte, y una muerte de cruz” (Filipenses 2: 5 – 8).
Golpe certero a todas las
presunciones humanas de vanidad, a las arrogancias que provienen del poder, a
los talantes de soberbia y superioridad, sugerencia liberadora para bajar el perfil,
haciéndonos discretos, humildes, negándonos al vano honor del mundo,
descubriendo que la legítima felicidad reside en dejarnos saturar de Dios en
esta configuración con la credibilidad del amor que se expresa eficazmente en
la persona de Jesús.
En este apasionante Señor,
crucificado, vilipendiado, escarnecido por la soberbia humana, está patente,
con intensidad salvadora y sacramental, la fuerza liberadora del amor del
Padre. Es El quien nos redime del culto
a la personalidad, de los orgullos mal entendidos, de los egos desaforados, de
las formalidades religiosas sin conversión del corazón. En El somos
verdaderamente!