domingo, 26 de octubre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 26 DE OCTUBRE DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      Exodo  22: 20 – 26
2.      Salmo 17:  2-4; 47 y 51
3.      1 Tesalonicenses 1: 5 – 10
4.      Mateo 22: 34 – 40

Definitivamente es clarísimo que en la revelación cristiana la fe en Dios y el acatamiento a El  , siguiendo el proyecto de vida que nos propone como camino de plenitud,  tiene una relación directa y de mutua implicación con el reconocimiento del prójimo frágil, disminuido en su dignidad, lo mismo que con el ejercicio constante y creciente de la solidaridad hacia este, buscando siempre su reivindicación y promoción. Ya lo decíamos el domingo anterior, dar a Dios lo que es de Dios conlleva dar al prójimo lo que es del prójimo.
A esto nos remite el texto de Exodo 22: 20 – 26 que se nos propone hoy como primera lectura, escrito  que hace parte de una serie de mandatos en modo imperativo, en los que son esenciales los que están referidos al amor y la misericordia debidos al prójimo: “ No oprimiràs ni maltrataràs  al emigrante, porque también ustedes fueron emigrantes en Egipto. No explotaràs a viudas ni a huérfanos, porque si los explotas, y ellos claman a mì, yo los escucharè” (Exodo 22: 20 – 22).
Los israelitas comprenden y asumen que el Dios  que determina esta ética de la projimidad y del servicio se revela asì: “Si el pobre y el desvalido claman a mì, yo los escucharè, porque yo soy compasivo” (Exodo 22: 26). No es esta  una expresión ocasional o piadosa sino  la definición màs cabal  y elocuente de la personalidad de Yavè Dios, en la que sentir como propios los dolores y sufrimientos de los humanos es el aspecto que nos expresa mejor  su ser y su dedicación  prioritaria a la humanidad.
Digamos que la razón de ser de Dios somos los seres humanos, a El sòlo le interesan nuestra plenitud y realización, por eso todo su proyecto y pedagogìa están orientados a garantizar que, en libertad, acojamos su oferta de sentido superando los afectos desordenados, las esclavitudes, idolatrìas, todo lo que frustra en nosotros ese plan de salvación y de liberación.
La misericordia y la compasión teologales, en cuanto lenguaje de su total solidaridad con todos los humanos, son la clave de comprensión de sus intenciones salvíficas, siempre referidas a nosotros.
Estas consideraciones nos llevan a pensar cuàntas veces se ha deformado a Dios con proyecciones de nuestro egoísmo, presentándolo como inaccesible, demasiado sacral y solemne, iracundo y vengativo, hasta el punto de generar una religiosidad temerosa y sumisa, frecuentemente confrontada  con severidad por los críticos que estudian el fenómeno religioso, detectando si allì el ser humano es libre y digno o alienado y desposeído de su autonomía.
Por eso cabe preguntarnos si Dios, y la experiencia espiritual y religiosa que vivimos como vinculación con El, posibilita nuestra felicidad y nuestra libertad y nos remite al compromiso con nuestros hermanos como consecuencia lógica de esta disposición, o si, penosamente, nos hace inseguros, preocupados por cumplir milimétricamente normas de desmedida rigidez, ocupados màs de las formas exteriores que del crecimiento feliz de nuestra interioridad, desentendidos de la realidad y de la historia cotidiana, de sus dramas y conflictos, como suelen presentarse muchos grupos y personas que se dicen observantes de estos o aquellos caminos religiosos.
Preocupa seriamente que después de tantos esfuerzos de renovación en la acción pastoral, en la reflexión teológica, en la espiritualidad, se sigan dando modelos de relación con Dios descontextualizados de la realidad, de los grandes interrogantes de la humanidad, de las problemáticas que aquejan a millones de personas en el mundo, haciéndose eco de un fundamentalismo que desconoce al mismo ser humano y a su realidad.
Estas son las religiosidades verticales sin referencia existencial y con una débil o nula ética de la fraternidad y de la misericordia.
Pero, gracias a Dios y a la acción liberadora del Espìritu, Jesùs siempre nos conecta con los elementos que definen su misión, a eso nos remite el texto de Mateo, propuesto en este domingo: “ Al enterarse los fariseos de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron alrededor de èl  y uno de ellos le preguntò maliciosamente: Maestro, cuàl es el precepto màs importante de la ley? Le respondió: Amaràs al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el precepto màs importante, pero el segundo es equivalente: Amaràs al prójimo como a tì mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas” (Mateo 22: 34 – 40).
En esta sencillísima formulación està contenida la enseñanza fundamental de Jesùs: este doble y complementario amor es el indispensable principio unificador que elimina toda fractura y dispersión , criterio básico de discernimiento.
 Si no hay amor efectivo al prójimo, toda proclamación de amor a Dios es falsa, no tiene fundamento en la realidad , no se arraiga en la historia. Al colocar estos dos mandamientos como eje de toda la Escritura, Jesùs pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como las claves de la genuina religiosidad.
Asì lo vemos expresado por Juan: “ Quien dice que està en la luz mientras odia a su hermano , sigue en tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Quien odia a su hermano està en tinieblas, camina en tinieblas y no sabe adònde va, porque la oscuridad le ciega los ojos” (1 Juan 1: 9 – 11).
Tambièn el apóstol Santiago participa de esta convicción: “Una religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en cuidar de huérfanos y viudas en su necesidad y conservarse incontaminado del mundo” (Santiago 1: 27). El culto genuino a Dios, el “adorar al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4: 23), adquiere una forma concreta en la conducta honesta y en la opción preferencial por los pobres y últimos de la sociedad.
 Los elementos aquí propuestos son componentes esenciales de la oferta cristiana, podemos decir que suena a redundancia afirmarlos. En toda catequesis, en toda formulación de la teología, en las realizaciones del ministerio eclesial, siempre salen a relucir. Con esta insistencia podría pensarse que todos los cristianos los tenemos integrados en nuestro modo de proceder; sin embargo, son tales las injusticias de la sociedad, las inequidades, los maltratos a tanta gente, las vejaciones y ofensas a los humildes, y esto en sociedades que se dicen evangelizadas, que se hace imperativo volver constantemente por esta mutua implicación del amor al Padre Dios y a los hermanos que reclaman dignidad.
Cuando en el mundo cristiano reconocemos a algunos y algunas de los nuestros como destacados seguidores de Jesùs estamos explicitando en ellos la excepcional coherencia de su testimonio como hombres y mujeres amantes de Dios y de los hermanos, cultores de la solidaridad, comprometidos con la justicia y con la dignidad humana, volcados misericordiosamente a sus necesidades, en el mejor estilo de identificación con el proyecto original de Jesùs.
Creyentes como Martin Luther King, Madre Teresa de Calcuta, Monseñor Romero, San Alberto Hurtado, Dorothy Day, Dom Helder Càmara, Francisco de Asìs, Pedro Claver, son excepcionales en su vivencia del Evangelio justamente porque han combinado en equilibrio cristocèntrico la honda experiencia de ser hijos de Dios en Jesùs con el compromiso incondicional de servicio a los màs pobres, con la denuncia profética de las injusticias que los hacen víctimas y con la promoción de su humanidad.
Asì mismo, pensamos en tantos cristianos anónimos, hombres y mujeres de buena voluntad, que se dedican infatigablemente a este ejercicio de la projimidad sin buscar recompensas ni reconocimientos sociales. Es la silenciosa satisfacción de vivir en los caminos de Dios amando a sus hijos e inclinándose amorosamente ante ellos para bendecirlos restaurando su dignidad ofendida .
La malicia de la pregunta de los fariseos a Jesùs, buscándole alguna fisura con respecto a su observancia de la ley, encuentra aquí la mejor definición para un estilo de vida que trasciende esas minucias jurídicas y rituales y las supera en el ejercicio de la filiación y de la fraternidad.
El carácter absoluto de Dios no consiste en la demanda tiránica de una exclusividad y de un sometimiento servil. Tal  absolutez es para que seamos libres de todo poder humillante, de toda degradación e inequidad, de toda violencia, de todo ídolo que nos prive de nuestra dignidad.
Los hombres y las mujeres reflejamos el amor de Dios, somos relatos de El, cuando vivimos con todas sus implicaciones  lo filial y lo fraternal, tal como el Señor Jesùs, plenamente divino, plenamente humano, Hijo de Dios y hermano de todos.
Cuando adoramos a Dios estamos dando el máximo testimonio de libertad y de reconocimiento de la saludable relatividad de todas las cosas, que tienen sentido cuando nos remiten al fin para el que hemos sido creados.
 Desde esta experiencia podemos dar una mirada serena a todas las realidades, sin encadenarnos a ellas, valiéndonos de las mismas en cuanto posibilidades de vivir solidariamente, ubicándolas en su justo lugar de instrumentos para la dignidad y para la fraternidad.

La economía, los desarrollos de la ciencia y de la tecnología, los descubrimientos para mejorar la calidad de vida de las personas, el ordenamiento jurídico e institucional, las iglesias y las tradiciones religiosas, el amplio mundo del arte y de las humanidades, la academia, el ejercicio de la política, tienen sentido en la medida en que favorecen  el valor de cada ser humano, y lo hacen propiciando la vida fraterna y comunitaria, desde una pràctica de solidaridad, con la conciencia de que los bienes de la vida, los de la creación, son para ser compartidos por todos en igualdad de condiciones. 

domingo, 19 de octubre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 19 DE OCTUBRE DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaìas  45: 1 y 4 – 6
2.      Salmo 84: 9 – 14
3.      1 Tesalonicenses 1: 1 – 5
4.      Mateo 22: 15 – 21
Cuàles son las prioridades que orientan nuestra vida,  cuàles  los  valores que la determinan y le dan estructura y consistencia, o la desordenan y apartan de su plenitud? Dicho en términos de San Ignacio de Loyola, cuál es el principio y fundamento que decide  nuestro proyecto existencial?
 Esta es la gran cuestión a la que nos lleva el relato evangélico de hoy, en el que los líderes religiosos de Israel siguen asediando a Jesùs, con cuestiones como esta:  Entonces los fariseos se reunieron para buscar un modo de  enredarlo con sus palabras. Le enviaron algunos discípulos suyos acompañados de herodianos, que le dijeron: Maestro, nos consta que eres sincero, que enseñas con fidelidad el camino de Dios y que no te fijas en la condición de las personas porque eres imparcial. Dinos tu opinión: es lìcito pagar impuesto al cèsar o no?” (Mateo 22: 15 – 17).
Seguimos en la explanada del templo de Jerusalén, en medio de los enfrentamientos de diversos grupos con Jesús. En esta oportunidad, fariseos y herodianos lo van a poner en un serio compromiso preguntándole sobre la licitud del tributo al emperador de Roma. En ese tiempo – debemos recordar – además de los impuestos menores, que eran muchos, los judíos debían pagar el tributo mayor al César, que era la señal por excelencia de sometimiento y acatamiento a su poder imperial.
Los dos  grupos eran partidarios de pagarlo:  Los fariseos, porque al hacerlo los romanos les permitían seguir con sus prácticas religiosas;  los herodianos, clase dirigente del mundo judío, porque mantenían buenas relaciones con Roma y porque esto les facilitaba seguir con todos sus privilegios.
Sin embargo, otros judíos adoptaban una postura de oposición radical, basada en motivos propios de su estricta observancia religiosa. Para los zelotas, el grupo radical considerado abiertamente subversivo por el imperio, pagarlo era visto como pecado de idolatría, porque se interpretaba como rendir culto a un Dios distinto de Yavé, y porque se hipotecaba la dignidad del pueblo arrodillándose servilmente ante el emperador.
Con este presupuesto, se advierte que la pregunta que hacen a Jesús sobre la licitud de ese pago estaba claramente en función de detectar si El era respetuoso o no de las autoridades romanas. La cuestión formulada es insidiosa y maligna, como todas las tretas que le propusieron estos líderes religiosos, porque no se mueve en el plano de los hechos , sino en el de los principios, interrogándolo por la licitud o ilicitud de esta tributación.
 Evidentes triquiñuelas de “expertos” en amañar las leyes y sesgarlas según su conveniencia, como suele suceder en muchos de nuestros medios judiciales y jurídicos.
La respuesta del Señor es magistral y transparente: “Jesús, adivinando su mala intención, les dijo: Por qué me tientan, hipócritas? Muéstrenme la moneda del tributo. Le presentaron un denario. Y él les dijo: de quién es esta imagen y esta inscripción? Contestaron: del césar. Entonces les dijo: Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 18 – 21).
Una lectura sutil e interlineal del texto nos permite detectar que lo propio del César se limita al ámbito de su temporalidad y de su poder, recordando que la institución estatal, si sirve al bien común y es respetuosa de los derechos de todos, es deseable y respetable pero no tiene capacidad de agotar las grandes preguntas humanas por el sentido definitivo de la existencia, mientras que “lo que es de Dios” sí se sitúa claramente en este ámbito de lo que es decisivamente salvífico y liberador.
A Dios le importa lo esencial: la felicidad y plenitud de los humanos, la lógica del servicio y de la solidaridad como rasgos definitorios del Reino, la superación de la formalidad religiosa en aras de la conversión del corazón, la vida limpia y honesta, la promoción constante de la dignidad humana, el ejercicio de la misericordia, la opción preferencial por los últimos del mundo, la restauración de los corazones afectados por el pecado, el espíritu de las bienaventuranzas como impronta de la genuina felicidad, la negativa sistemática a la arrogancia del poder y del éxito material, la pasión por la justicia.
 Estas cosas no importaban a los insidiosos fariseos y herodianos, pero sí a Jesús y a aquellos a quienes El llegaba con su ministerio y con su revelación de la realidad amorosa y cercanísima del Padre – Abba. Exactamente en este sentido va la respuesta de Jesús!
Podríamos parafrasear el planteamiento de Jesús con  contrapreguntas como estas: Es lícito poner la ley por encima del ser humano? Es válido imponer a otros cargas pesadas e insoportables y luego no hacer nada, considerándose ya justificados y salvados? Tiene legitimidad entrar en discusiones sobre minucias jurídicas fijándose en la milimetría de la letra y no en la necesidad de vida y de sentido que tenemos la mayoría de los hombres y mujeres? Es correcto cumplir la ley al pie de la letra pero no practicar la misericordia, el perdón, la vida humilde y generosa?
Por aquí es por donde transita el apasionante estilo de vida que el Maestro trae en nombre del Padre  - Madre Dios,  es en este espacio donde se juegan el genuino sentido de la vida, la auténtica libertad, el talante que hace del ser humano alguien con trascendencia y significado. Dios es absoluto para que los humanos seamos libres y dignos, esto es esencial y de primerísima línea  en la misión del Señor Jesús.
Se pone así en tela de juicio un tipo de religiosidad basado solamente en rituales y cumplimientos exteriores, en formalidades doctrinales, en minucias disciplinarias, como camisas de fuerza obligatorias detrás de las cuales está la imagen de ese Dios neurótico, incapaz de gozar con la felicidad de la gente, siempre en plan de prohibir y de impedir el crecimiento armónico de todas las dimensiones de nuestro ser.
Este  asunto ha sido  tratado con severidad por los “maestros de la sospecha” Marx, Freud, Nietzsche, Feuerbach, y por otros pensadores críticos,  cuando  desde las ópticas propias de sus disciplinas, enfocan las alienaciones de la religión, señalando esas inconsistencias de un tal Dios que anula a los hombres en sus posibilidades de crecimiento y autonomía, haciéndolos sumisos, apocados, temerosos, poco arriesgados para vivir en libertad, y negados para disfrutar gozosamente de las maravillas de las demás personas y de la vida misma.
Por feliz oposición evangélica, dar a Dios lo que es de Dios equivale a dar al prójimo lo que es del prójimo. Y esto tiene su raíz en ese haberse manifestado El en la humanidad de Jesús, y en la humanidad de todos nosotros, porque entendemos, asumimos, vivimos a Dios a través de lo humano, y esto con rostro de hermano, de prójimo, de compañero de camino, de buscador de sentido, de reivindicador de dignidad, de constructor de vida y esperanza.
La hábil salida de Jesús a la cuestión planteada no se puede entender como la presencia de dos realidades separadas, incluso opuestas, el plano de lo divino-sagrado, lejano de la realidad, y el de lo humano-profano,  como un ámbito de segunda categoría. Esta no es la interpretación correcta y no se corresponde con la intencionalidad suya.
 Lo que El quiere poner de presente es la relatividad de los poderes temporales, a menudo tan frágiles unos y tan prepotentes y autoritarios otros, ambos sin capacidad de dotar de sentido pleno la historia humana, pero también  - y aquí viene el énfasis que es contundente en la revelación cristiana – destacar como central que el ser humano y su historia son el escenario sacramental de Dios, quien se implica en ellos a través de Jesús para superar esa dualidad y para implicar decisivamente la divinidad en la humanidad y esta en la divinidad.
Así el proyecto de Dios es dar  estatuto de legitimidad  a nuestras expectativas y búsquedas, a nuestros amores y felicidades, a nuestros proyectos de vida, a nuestras luchas por la dignidad y por la libertad, a nuestra creatividad y a la capacidad transformadora de la imaginación.
Es también una contestación profética a las idolatrías como la del mercado y del consumo, al que se le rinde tributo y pleitesía a costa de la dignidad de tantas personas, y junto con esta, a la moda, la competencia desleal, la búsqueda desmedida de un éxito individualista que no sabe de solidaridad, la carrera desaforada del poder, el deseo permanente de aplausos y reconocimiento, el desprecio por los más débiles.
Ante  todo esto Jesús nos pide mantener una conciencia libre, en permanente proceso de emancipación, dando a Dios el agrado de construír un mundo más humano, incluyente, reconocedor de las ricas diferencias de unos y otros, propiciador del sentido y de la trascendencia, siempre diseñando estrategias de felicidad, acogiendo a todos sin distingos, significando en todo la paternidad de Dios que es nuestro principio y fundamento y que se traduce en la maravillosa condición humana en la que todos nos sentimos hijos y hermanos.
Porque, en este bienaventurado contexto de vitalidad teologal y humanista: “El amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan; la verdad brota de la tierra, la justicia se asoma desde el cielo….La justicia caminará delante de El, la paz seguirá sus pasos” (Salmo 84 11 – 12 y 14).
Que pasemos por la vida dando lo mejor de nosotros en función de una ciudadanía responsable,  compartiendo  las semillas del Evangelio para que estas sociedades nuestras sean verdaderamente comprometidas con la dignidad de cada persona,  que nos insertemos con los hombres y mujeres de las diversas tradiciones religiosas y culturales en la construcción de un mundo en el que todo ha de estar en función de esta plenitud de la humanidad, sin agotarnos en tal o cual modelo sociopolítico o económico.
Esto es dar a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar (Fijémonos: este último va deliberadamente con minúscula!)

domingo, 12 de octubre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 12 DE OCTUBRE DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.    Isaías 25: 6 – 10
2.    Salmo 22 (23) : 6 – 10
3.    Filipenses 4: 12 – 14 y 19 – 20
4.    Mateo 22: 1- 14

La figura del banquete de bodas con invitados numerosos y generosas viandas y vinos exquisitos es utilizada con frecuencia en los escritos bíblicos para significar la iniciativa generosa del Padre  que convoca a toda la humanidad a una nueva manera de vivir en lo que llamamos el reino de Dios y su justicia,  es la lógica que El nos propone para una existencia animada por el Espíritu, plenamente incluyente, dotando de sentido a todos los humanos, participando de la abundancia y de la gratuidad que nos comunica a través de Jesús.
Los seres humanos somos eternos buscadores de significado para nuestras vidas, por eso concretamos estas aspiraciones en la infatigable búsqueda de felicidad, traducida esta, por ejemplo,  en el amor de pareja y en la fecunda proyección en los hijos, en el ejercicio de amistades profundas, en la construcción constante de una mejor sociedad, en las expresiones artísticas, en la generación de cultura, en la apasionante aventura del conocimiento y de la ciencia, en las profundidades del pensamiento filosófico y de las ciencias humanas, que intentan escudriñar e interpretar al mismo ser humano en la densidad de su psiquis, en las motivaciones de su conducta, en los dinamismos de las relaciones sociales, también en el aspecto festivo de la vida y en la celebración del gozo de vivir.
Las mediaciones religiosas y las tradiciones espirituales están comprometidas con la respuesta al sentido último de la vida, donde el ser humano se encuentra con el misterio de sí mismo y con las trascendencia, con aquello que llamamos el Totalmente Otro, Dios,  en quien encontramos la razón todo lo que somos y hacemos, asumiendo nuestros dramas, sufrimientos, crisis, vacíos, y transformándolos de experiencias de muerte en experiencias de vida, que – debidamente asumidas e integradas en la propia biografía – vienen a ser redentoras, liberadoras, sanadoras y portadoras de la esperanza que nos hace plenamente humanos y divinos, abiertos de modo definitivo a una existencia que se inserta en el misterio felicísimo de ese Dios inagotable en sus evidencias de amor y de generosidad.
A este Dios desmedido en gratuidad se refiere Isaías con estas palabras: “El Señor ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos. Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones, y aniquilará la muerte para siempre” (Isaías 25: 6 – 8).
Tal es la expectativa con respecto a la alegría final que, desde luego, se anticipa en esta historia nuestra cuando nos dedicamos a anticipar con señales de fraternidad y de justicia, de construcción de una humanidad digna, esa consumación gozosa en la que El será Todo en todos.
Podemos hablar así de la “globalización de Dios”, en quien se origina esta iniciativa que aspira a incluír a todos los seres humanos, sin establecer divisiones ni categorías de superiores e inferiores, de más y menos santos, decisión de universalidad que hace justicia al Padre que se nos ha revelado en Jesucristo y que tiene en cuenta la esperanza de los humanos de vivir en una interminable felicidad, a pesar de las precariedades que nos acompañan de modo inevitable durante nuestro tránsito por la vida.
Surge el interrogante de por qué en muchos ámbitos religiosos y sociales no se transmite esta realidad esperanzadora sino de la de un Dios policial, intransigente, justiciero, vengativo, lejano, culpabilizador, excluyente y agrio en sus relaciones con los hombres.
 Neurosis y proyecciones de hondos egoísmos son las inspiraciones desafortunadas de este tipo de grupos y líderes de creyentes que se obnubilan en un egoísmo enfermizo y quieren así proyectar a todos sus patologías y desenfoques , ciertamente distanciados de este seductor y amoroso Padre siempre empeñado en la realización plena de los anhelos de plenitud que nos deben acompañar como parte sustancial de la esperanza que El mismo deposita en nuestro ser.
Cómo traducir a nuestra cotidianidad existencial estas palabras?: “El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo” (Isaías 25: 8).  De acuerdo con esto, cómo vivir una espiritualidad de alegría contagiosa, históricamente responsable, encarnada, con sentido de presente y visión de futuro, que integre esta certeza teologal y asuma al mismo tiempo la lucha permanente por el reconocimiento de la dignidad humana, la edificación de una sociedad respetuosa de los derechos de todos, la reivindicación de los humillados y ofendidos del mundo, de tal intensidad  que haga posible entender todo lo humano como un sacramento de la divinidad, y todo lo divino como un sacramento de la humanidad?
El Dios que aquí se nos manifiesta es un Dios provocativo, seductor, enamorado, para quien nosotros somos el otro, receptores de sus amores y beneficios, de sus gracias y constantes entusiasmos, promotor de la abundancia, de quien podemos decir cabalmente: “El Señor es mi pastor nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por senderos oportunos haciendo gala de su oficio. Aunque camine por cañadas oscuras , nada temo porque Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan” (Salmo 23 (22): 1 – 4).
La religiosidad sombría y fatalista de los neuróticos, la que promueve el miedo y la angustia ante Dios, no tiene nada qué hacer ante esta perspectiva – esta sí la genuina, la legítima, la verdadera – del Dios absolutamente comprometido con la felicidad y la realización plena de la humanidad.
 Mensaje contundente para que las instituciones religiosas y sus ministros nos dejemos seducir hasta el punto de modificar estilos, mensajes, contenidos, organizaciones, de tal manera que todo se ponga a punto en esta clave del reino de la vida estimulante, del ánimo pascual, del Espíritu que nos mueve a todos a la bienaventuranza, la propia de esta historia nuestra que a su vez nos remite a la que viviremos definitivamente en las trascendencia.
En contraste, el texto de Mateo, propuesto hoy por la Iglesia, señala que hay quienes rechazan esta espléndida invitación al banquete nupcial: “El reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Despachó a sus criados para llamar a los invitados, pero estos no quisieron. Entonces despachó a otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: tengo el banquete preparado, los toros y novillos degollados y todo pronto, vengan a la boda. Pero ellos se desentendieron: uno se fue a su finca, el otro a su negocio; otros agarraron a los criados, los maltrataron y los mataron” (Mateo 22: 2 – 6).
Tengamos presente que estas palabras de Jesús son dirigidas a los sumos sacerdotes y a los senadores y maestros de la ley, aludiendo claramente a su arrogancia religioso  - moral y a su incapacidad para entender la lógica nueva, la del reino, de la que El es portador e iniciador, tema recurrente desde hace varios domingos, con el explícito énfasis de poner en cuestión a quienes se sienten salvados y justificados por sus propios méritos, con el corazón endurecido por su sentimiento de superioridad , por supuesto desatinada con respecto al espíritu propio de las bienaventuranzas, y a la humildad esencial que la ha de  acompañar.
Quienes rechazan la invitación son los poderosos y engreídos, los autosatisfechos,  los que no experimentan la necesidad de sentido y salvación, los que se sienten beneficiarios únicos de Dios, despreciando a los llamados por ellos paganos y también a los pobres y a los humildes, y  a quienes carecen de oportunidades para vivir en coherencia con su dignidad.
El mensaje de Jesús va en vía contraria, es un banquete al que son invitados todos y todas sin condiciones, con prioridad para los condenados de la tierra, con esa intención vigorosa del Padre de indicar que no es el ancestro social ni las riquezas materiales ni la belleza física ni los éxitos individuales los que habilitan a alguien para merecer a Dios, sino la simple y elemental condición de ser humanos, independientes de esos criterios a menudo tan injustos y tan desconocedores de la auténtica sabiduría existencial, esta última la que de verdadera esperanza para el buen vivir.
Hermosas y sabias las palabras de Pablo cuando agradece a su comunidad de Filipos un donativo que le han hecho para su sostenimiento: “Sé lo que es vivir en la pobreza y también en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado  a todo, a la saciedad y al ayuno, a la abundancia y a la escasez. Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas” (Filipenses 4: 12 – 13). Hermoso testimonio que pone en evidencia su conciencia de la gratuidad de Dios canalizada a través de estos hermanos suyos a quienes sirve infatigablemente en su ministerio.
El vestido adecuado para ingresar al banquete de bodas es este del que se siente envuelto felizmente en ese ámbito de la gracia, de los dones inmerecidos, de la necesaria libertad para dedicarse a la misión, del mirar a cada persona también con esta óptica de lo gratuito, significación elocuente de un Dios que no se cansa de servir la mesa en igualdad de condiciones para todos.

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