Lecturas
1. Eclesiástico 3: 3 – 7 y 14 – 17
2. Salmo 127: 1 – 5
3. Colosenses 3: 12 – 21
4. Lucas 2: 22 – 40
En la “lógica” encarnatoria de Dios
El asume todas las realidades humanas , las de plenitud y felicidad , también las de dolor y sufrimiento, siempre
con la intención de hacer de ellas lugares de su acontecer salvífico y
liberador, fortaleciendo e incrementando
las primeras y re-significando las
segundas, para hacer de estas útimas ámbito de sentido, transformando lo
trágico en experiencias de crecimiento y de esperanza.
Una de estas – privilegiada por
cierto! – es la familia, a la que se consagra este primer domingo posterior a la navidad.
En la cultura de la sociedad hebrea, y con
clara inspiración religiosa y teologal, la familia es escenario fundamental
de crecimiento humano y espiritual, como
lo expresa la primera lectura de este
domingo: “El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que
respeta a su madre amontona tesoros; el
que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado;
quien honra a su padre tendrá larga vida, quien obedece al Señor honra a su
madre”(Eclesiastico 3: 3 – 6).
En una sociedad que daba tanta importancia a la estructura
familiar es evidente que se requiriera
respeto y veneración hacia los padres, quienes para ellos eran una representación del señorío de Dios, también
en ella se reflejaba la estructura
social dominante, desde donde se proyectaban a la interacción con la gran
comunidad en sus diferentes papeles y compromisos.
Se trataba de una cultura patriarcal,
en la que la figura del varón padre de familia era dominante, el primero en el
orden piramidal, y ,en consecuencia, la esposa y los hijos totalmente sometidos a sus
determinaciones.
Este tipo de orden familiar es el que
hay que replantear, según Jesús de Nazareth, si se quiere ser verdadero
discípulo suyo: “Si alguien viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, a su
mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no
puede ser mi discípulo. Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo”
(Lucas 14: 26 – 27).
No se trata aquí de desprecio hacia la familia por parte de Jesús
ni de la invitación a un voluntarismo ascético, en esa perspectiva de
sacrificio superyoico que tanto dominó cierto tipo de práctica cristiana, sino
de la saludable capacidad para relativizar con libertad ese ámbito original del ser
humano para que el discípulo se pueda
dedicar al reino de Dios y su justicia,
a construír un modelo distinto de sociedad, fraterna, solidaria, incluyente,
donde cualquier estructura –incluída la familia – esté al servicio de esta
novedad cualitativa, querida por el mismo Dios, como parte esencial de su
proyecto de plenitud para la humanidad.
El ser humano responsable y adulto,
que surge de una familia armónica y bien configurada, es autónomo, apto para
tomar decisiones constructivas, fundamentadas en valores éticos y en el sentido
de la trascendencia, humanista, debidamente configurado con sus referentes
masculino paterno y femenino materno, en
cuanto dimensiones integrales y
complementarias de su humanidad.
Contribuír a esta cabal integración
de matrimonios y familias es parte
esencial del ministerio
apostólico de de Pablo, expresión inequívoca de la nueva manera de vivir en
Jesucristo: “porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras para
revestirse del hombre nuevo, que por el conocimiento se va renovando a imagen
de su creador” (Colosenses 3: 9 – 10).
En este contexto les hace unas
recomendaciones existenciales y pastorales ordenadas al buen vivir, todas ellas
de sentido común, y ahora asumidas por la vida según el Espíritu, genuina sacramentalidad en quienes se acogen al beneficio
de vivir según el estilo de Jesús: “Por tanto, como elegidos de Dios,
consagrados y amados, revístanse de sentimi entos de profunda compasión, de amabilidad, de
humildad, de mansedumbre, de paciencia;
sopórtense mutuamente, perdónense si alguien tiene queja de otro, ; el Señor los ha perdonado,
hagan ustedes lo mismo. Y por encima de todo el amor, que es el broche de la
perfección” (Colosenses 3: 12 -14).
Un comportamiento auténticamente
cristiano es el resultado de una transformación interior que determina al creyente en sus dimensiones
individuales y sociales ,lo que San
Pablo llama el despojarse de lo viejo, que es el talante egocéntrico,
competitivo, autosuficiente, arrogante, para acceder al estilo evangélico
y humano de comunión y participación, de
diálogo y respeto, de tolerancia y recíproco acatamiento, de fidelidad y
reconocimiento, de espiritualidad y
confianza en Dios, nueva vida en Cristo que favorece en las mejores condiciones
el surgimiento de óptimos seres humanos.
No nos podemos reducir al lugar común
de afirmar que la familia es célula de la sociedad y , en el caso cristiano y de las tradiciones
religiosas, también núcleo de la fe y de la formación espiritual. La existencia cotidiana, las buenas prácticas
famiiares, las ciencias sociales y
humanas, las comunidades sanas e
integradoras, la vitalidad de las iglesias fraternas y acogedoras, son el mejor
sustento para estas afirmaciones.
Esto nos lleva a ratificar en COMUNITAS
MATUTINA nuestra profunda estima por la realidad familiar,
formulada en el ideal paulino, definitiva para la comprensión cristiana de la
existencia.
No está de más advertir críticamente
sobre los factores que afectan
negativamente la dinámica familiar: la dificultad en ciertos ambientes
postmodernos para vivir compromisos de largo alcance, la sociedad del consumo y
del espectáculo, la ligereza de muchos ante la dignidad humana, los fanatismos
religiosos y políticos, las sectas manipuladoras, los modelos distorsionados de
ser humano que se ofrecen en los medios masivos de comunicación, la mentalidad
“light”, las precariedades de muchos
ámbitos en materia de espíritu y de moralidad, también los graves
problemas de tipo social y económico.
Sobre todo esto conviene mantener una
vigilancia desde la inteligencia critica y desde el más profundo respeto por el
ser humano, por su dignidad, por la
vida.
En cuanto seguidores de Jesús estamos llamados
a favorecer en todo las mejores condiciones de formación, mantenimiento y
protección de las familias, interés manifestado frecuentemente en el
magisterio de los papas y de los obispos, como la exhortación apostólica
de Juan Pablo II “Familiaris Consortio”, el capítulo familiar de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia
en el Mundo Moderno Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, los contenidos y orientaciones del reciente sínodo de la familia convocado
por el Papa Francisco, las innumerables realizaciones pastorales como los
equipos de Nuestra Señora, el Encuentro Matrimonial, el Movimiento Familiar
Cristiano, lo mismo que el juicioso trabajo de teólogos y teólogas, también
pastoralistas y científicos sociales y educadores, todos ellos y ellas con el
noble propósito de aportar a familias felices, dialogantes, integradas, como
que ellas son garantía de una mejor humanidad.
José y María con su hijo Jesús
constituyen el más hermoso relato de
Dios en clave familiar, en el que se viven con creces todas estas virtudes, en
un ambiente de discreta austeridad, de trabajo, de oración y discernimiento, de
amoroso cuidado de los padres por su hijo, de sólida religiosidad, de generosa
irradiación a su comunidad, legítimo sacramento en el que el don de Dios se
constituye en el relato prototípico de la familia creyente .
Son ellos tres seres humanos bienaventurados y
perfectamente modelados por el amor del Dios Padre y Madre: “ Había
en Jerusalén un hombre llamado Simeón, honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el
Espíritu Santo………Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con
él lo mandado en la ley , Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor,
según tu palabra, puedes dejar que tu servidor muera en paz porque mis ojos han
visto a tu salvación , que has dispuesto ante todos los pueblos como luz para
iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2: 25
y 27 – 32).
Con este testimonio el relato de
Lucas proclama , más allá del cumplimiento religioso de José y de María, buenos
creyentes judíos, el decisivo
significado de Jesús para el pueblo, en cuanto pleno salvador y liberador. Y es
Siméon en quien se condensa esta convicción creyente, propia de las comunidades
cristianas primitivas.
Jesús de Nazareth, en quien
reconocemos la completa definición de Dios para dar sentido al ser humano,
expresa con la mayor elocuencia el tipo de ser humano que El quiere hacer,
asumiendo que el medio familiar, así
como lo hemos referido, es el ideal para
este propósito.