domingo, 22 de febrero de 2015

COMUNITAS MATUTINA 22 DE FEBRERO I DOMINGO DE CUARESMA



Lecturas
1.      Gènesis 9: 8 – 15
2.      Salmo 24: 4 – 9
3.      1 Pedro 3: 18 – 22
4.      Marcos 1: 12 – 15

Experimentar tentaciones! Algo propio del ser  humano.  Jesùs las vive en carne propia, tal como lo refiere el evangelio de este domingo: “Inmediatamente el Espìritu lo llevò al desierto , donde pasò cuarenta días y fue tentado por Satanàs” (Marcos 1: 12) , realidad también referida por los relatos paralelos de Mateo y de Lucas. El hecho de ser hijo de Dios no lo exime de esta prueba, muy dura, exigente, inherente a su encarnaciòn, a su humanidad, “semejante a nosotros en todo , menos en el pecado”, como se afirma en la tradición cristiana.
En esta experiencia del desierto, austera, dramática, solitaria, El vive la presión de esas realidades que se pretenden  ídolos de hombres y mujeres de todos los tiempos de la historia y de los diversos contextos sociales y religiosos:
-          Absolutizar las cosas, el tener, el poseer, y depositar en ellas el sentido de la vida y de la felicidad. Hipotecar la libertad y la dignidad a estos fetiches.
-          Confundir la fe con pruebas evidentes, racionales, empìricas, al estilo de Tomàs, el apóstol incrédulo. Fruto esto de la mentalidad positivista, apostar a la fe en Dios si El nos hace favores y beneficios, comprobables por los sentidos, el consabido mercantilismo religioso.
-          Buscar la espectacularidad, el prestigio, la fama, el poderío, siguiendo el modo de los famosos del mundo, demostrar que se es alguien por la capacidad de “resultados”, logros como se dice ahora en los ambientes empresariales y educativos, y plegarse al talante competitivo de la cultura neoliberal, utilitaria y pragmática.
-          Què ser humano no ha vivido la tentación del poder y del dominio? Somos capaces de negociar nuestro ser con el diablo, con las oscuras fuerzas del mal, de modo maquiavélico afirmamos con nuestro proceder que el fin justifica los medios, todo con tal de triunfar y ser aplaudidos. Es acontecimiento diario, no sòlo en los espacios de la política, también en la iglesia, en el  mundo cristiano, en las familias, en colegios, escuelas y universidades, en los medios académicos, en la gran sociedad.
Què nos plantea la conducta de Jesùs ante el tentador y ante las tentaciones? : “Cuando arrestaron a Juan, Jesùs se dirigió a Galilea a proclamar la Buena Noticia de Dios. Decìa: se ha cumplido el tiempo y està cerca el reino de Dios. Arrepièntanse y crean en la Buena Noticia” (Marcos 1: 14 – 15).
 El escueto relato de Marcos no hace referencia a los detalles del  combate espiritual de Jesùs con estas propuestas mundanas y ajenas a su vivencia profunda del amor del Padre y de los hermanos, sino que  pasa a un hecho que da por supuesto su victoria ante el asedio de estos ídolos y lo presenta ya en el ministerio de anunciar la vida nueva de Dios, generando esperanza y adhesión, e invitando a cambiar totalmente de vida y a unirse a este proyecto apasionante de vitalidad y de libertad.
Seguir el camino de Jesùs es una iniciativa contundente, seductora, estupenda en el mejor sentido en que algo puede serlo, en la perspectiva de hacernos libres de estas propuestas tentadoras, disfrazadas de “angel de luz”, como llamaba San Ignacio de Loyola a estas incitaciones del mal espíritu. La jugada maestra es – como la de Jesùs – la soberanía ante los poderes que pretenden desposeernos de nuestra autonomía y de nuestra dignidad.
Cuàl es el equipaje con el que contamos para este trabajo de liberación?  Es el mismo Espìritu de Dios, su vitalidad personal y amorosa que se nos participa sin reservas y que asume nuestra libre respuesta, el binomio maravilloso: El Padre dando gracia a través de Jesùs y nosotros dejando que la misma asuma nuestro ser, nuestras motivaciones y prioridades, nuestras actitudes y nuestras actuaciones: “Porque Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos para llevarlos a ustedes a Dios: sufrió muerte en el cuerpo , resucitò por el Espìritu y asì fue a proclamar también a las almas encarceladas….” (1 Pedro 3: 18 – 19).
Es providencialismo o ingenuidad religiosa en esta cultura tan racionalista y tan amiga de los indicadores y de la productividad? Còmo vivir con sentido esa  realidad de gracia  en estos tiempos tan lejanos de Dios? Còmo dejarnos seducir por   esa confianza en la Providencia que nos hace conscientes de las  “provocativas” esclavitudes para luego llevarnos al desierto, a la confrontación, al cuestionamiento profundo, también a la autocrìtica siempre con la sana intención de hacer de nosotros hombres y mujeres libres al estilo de Jesùs?
Entra en juego, como respuesta fundamental, el talante del que se nos provee en el bautismo, la nueva personalidad teologal que se produce en nosotros cuando recibimos el sacramento, la identificación ontológica y existencial con el Señor Jesùs (conocimiento interno de Jesùs en el lenguaje ignaciano), hecho sacramental que nos dota de un nuevo ser y de la capacidad para emprender un nuevo quehacer, inspirado en el modo de las bienaventuranzas.
 Aquì es donde vivimos la posibilidad de esa soberanía que nos permite tomar distancia de las insinuaciones que nos vienen de la fama, de la egolatría, del culto al dinero y al poder, de la espectacularidad, del apetito desordenado por ser aplaudidos y reconocidos, realidades a las que Jesùs se negó enfáticamente en la soledad del desierto: “Para ustedes todo esto es símbolo del bautismo que ahora los salva, que no consiste en lavar la suciedad del cuerpo , sino en el compromiso con Dios de una conciencia limpia; por la resurrección de Jesucristo, que subió al cielo y està sentado a la derecha de Dios después de poner bajo su dominio a los àngeles, a las potestades y a las dominaciones” (1 Pedro 3: 21 – 22).
El tiempo de cuaresma es una poderosa invitación para vivir en plenitud este acontecimiento fundante del bautismo, del que sabemos que no se reduce a un rito puntual, tenido por muchos como requisito jurídico o expresión cultural, sino como la presencia en nosotros de la determinación salvadora y liberadora del Padre para que vivamos al estilo de Jesùs, para que seamos como El, para que actuemos como El, animados por el Espìritu, de donde se deriva la nueva humanidad.
Cuàles son esas realidades màs evidentes a las que el talante bautismal nos invita a rechazar? Es el tiempo – este cuaresmal – de hacer balance y evaluación -  examen de conciencia decimos en lenguaje tradicional -  para constatar cuàles son los puntos críticos en los que bajamos la guardia y nos dejamos encantar por la apariencia atractiva de esas seducciones:
-          Esta sociedad del espectáculo que nos presiona a ser personajes, famosos, triunfadores, competitivos, afanados por el rendimiento y las utilidades, llenos de indicadores externos para el correspondiente reconocimiento social.
-          Esta subcultura de la banalidad, de lo trivial, que le da tanta importancia a los asuntos que no son esenciales y los maquilla para hacerlos aparecer como claves para la vida humana: el reduccionismo del amor a una sexualidad vivida sin sentido de trascendencia y comunión,  con el pretexto de la libertad; la creación de falsas necesidades por parte de la sociedad de consumo, que minimiza la austeridad saludable y liberadora; las tonterìas en las que se desenvuelven las vidas de las gentes de farándula, obligándonos a ser espectadores envidiosos (?) de esos escenarios de superficialidad.
-          El desprecio por lo débil, por lo que no es exitoso, con el consiguiente desahucio de los ancianos y de los enfermos, de los que no son productivos ni bonitos, también  el increíble abuso e irrespeto que lleva a manipular el carácter sagrado de la vida y a considerar que hay personas desechables, porque no cumplen con los requerimientos de aceptación social que demanda esta sociedad utilitaria.
-          La precariedad en materia de solidaridad, la escandalosa indiferencia ante los grandes dramas que aquejan a miles de millones de seres humanos, en Haitì, en Siria, en Somalìa, en Sudàn, en Ciudad Bolìvar, en las comunas de Medellìn, en el lado doloroso de las grandes urbes del capitalismo.
-          La tendencia a excluìr y a etiquetar a las personas porque son ateas, agnósticas, de religión diferente a la nuestra, homosexuales, pobres, librepensadores, alternativos, junto con tantos otros argumentos de exclusión que se suelen inventar en los medios que se dicen observantes de la moral y de la religión, de las buenas costumbres y de la tradición.
Solemos pensar que por ir a misa, rezar novenas y rosarios, hacer parte de grupos piadosos, ya estamos justificados y que, por tanto, estas pecaminosidades no nos afectan porque ya la gracia de Dios terminò su trabajo y nos dejó listos para una feliz eternidad. Y a eso se añade la voraz tentación de la arrogancia religioso – moral, propia del fariseísmo de todos los tiempos de la historia. Si estamos persuadidos de esto último parece que “vamos perdiendo el año”, como dicen nuestros jóvenes en su informal y elocuente lenguaje.
Por tal razón, la primera lectura de hoy (Gènesis) nos recuerda, para empezar con firmeza el período de cuaresma, que Dios ha tomado una iniciativa graciosa y gratuita, que llamamos alianza, para involucrarse definitiva y liberadoramente  en nosotros, en todos los seres humanos, con el empeño resuelto y principal de hacernos libres, felices, bienaventurados, en la medida en que le “cojamos el guante” a ese compromiso que nos propone – siempre ofrecido, no impuesto! - : “Dijo Dios a Noè y a sus hijos: Yo hago una alianza con ustedes y con sus descendientes, con todos los animales que los acompañaron, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago alianza con ustedes: el diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que destruya la tierra” (Gènesis 9: 8 – 11).
El relato del diluvio universal, al que se refiere esta lectura, es un símbolo de la destrucción que trae consigo el pecado, la ruptura de la relación con Dios y con los hermanos, la negativa del ser humano a su realización y plenitud. Y la incondicionalidad del Padre se hace patente en la alianza y en la promesa de vida, de razones esenciales para la misma, de horizontes de futuro, liberados del dominio del mal.
 Es esto, amigos-as de Comunitas Matutina, un imposible, una quijotada sin fundamento, o – al contrario – la gran posibilidad de liberación, de autonomía, de felicidad, en la que es el mismo Dios el que se nos ofrece en la persona de Jesùs?

domingo, 15 de febrero de 2015

COMUNITAS MATUTINA 15 DE FEBRERO VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Levìtico 13: 1 – 2 y 44 – 46
2.      Salmo 31: 1 – 11
3.      1 Corintios 10: 31 a 11: 1
4.      Marcos 1: 40 – 45
Hoy abordamos el asunto gravísimo de la exclusión y condenación de las personas por razones religiosas y morales, sociales y económicas, culturales y étnicas. Para esto, los textos de Levìtico y de Marcos nos ponen frente a la impureza decretada formalmente por la institución religiosa judía con respecto a los leprosos, símbolo para aquella cultura de la “maldición de Dios”, reflejo según ellos de su pecado y de su distanciamiento deliberado de  El.
En el capìtulo 13 de Levìtico se tratan las diversas enfermedades de la piel, y a todas ellas – con la designación genérica de lepra – se les atribuye la condición de castigo divino por causa del empecinamiento pecaminoso de quienes la padecen.
 En consecuencia, estas personas son declaradas impuras por los sacerdotes, y quedan automáticamente excomulgadas de la comunidad humana y creyente: “ El sacerdote lo declararà impuro por lepra en la cabeza. El que ha sido declarado enfermo de lepra andarà harapiento y despeinado, con la barba tapada e irà gritando: Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirà impuro. Vivirà apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Levìtico 13: 44 – 46).
En varios lugares del Antiguo Testamento encontramos relatos que refieren esta situación, y en todas ellas , invariablemente, se manifiesta la impureza moral y ritual, también social, que conlleva esta patología asociada a la condena religioso – moral.
 Quien es vìctima de esto debe presentarse ante el sacerdote, único autorizado para “certificar” que la persona està enferma y, declarada oficialmente impura , debiendo separarse totalmente del culto, de la comunidad , de su familia, de todo vìnculo social, situación que sòlo podrá superar cuando cesen los efectos del mal, y sea incluìdo de nuevo, mediante la acreditación pública de pureza por parte del sacerdote: “ El Señor dijo a Moisès y a Aaròn: cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel que parezca lepra, será llevado ante Aaròn, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. ….Despuès de examinarlo, el sacerdote lo declararà impuro” (Levìtico 13: 1- 3)
En línea con la función sacerdotal de separar lo sagrado de lo profano, lo puro de lo impuro, mentalidad tìpicamente maniquea y dualista, estamos ante un hecho que desafortunadamente sigue presente en muchos contextos religiosos y sociales. Es la estigmatización, la condena, que se realizan con intransigencia y fundamentalismo, con rigidez inmisericorde, acudiendo a Dios como legitimador de tal excomunión.
Pensemos en toda esta problemática de señalamiento de aquellos a quienes unos criterios religiosos y morales etiquetan como malos, disfuncionales, deshonestos, impuros, herejes, puestos públicamente como vergonzantes. Vienen a la memoria los condenados por su conducta sexual, por discrepar del sistema establecido, los que se equivocan y quieren redimirse, los atacados con virulencia por los guardianes de la religión y por los “dueños” de la moral y de las costumbres.
Què pensar y sentir ante esto?  El relato de Marcos lo aclara con la sencilla narrativa del encuentro entre Jesùs y el leproso. Donde nos situamos: en la condena farisaica? En la humilde conciencia de quien se siente necesitado de salvación? En la solidaridad sanante del Señor? Hagamos el ejercicio de responder honestamente cada una de las tres preguntas.
El enfermo se aproxima con  la esperanza de ser curado, y no se atiene a la rigurosa ley que le prohíbe acercarse a otras personas; se arrodilla ante Jesùs en señal del màs profundo respeto y confía plenamente en su poder sanador; todo depende de que quiera, no de que pueda: “ Se le acercò un leproso y arrodillándose le suplicò: si quieres, puedes sanarme” (Marcos 1: 40).
 Es muy fuerte en el contexto contemporáneo de Jesùs la mentalidad que hace ver a estos enfermos como muertos vivientes, totalmente despreciados  y alejados de toda posibilidad de relación y de aceptación. Los responsables de tal legislación estaban firmemente convencidos de  que con esta medida protegían la pureza de toda la comunidad!
Pero la fe del leproso y el amor de Jesùs  desbordan con creces estas circunstancias, hacen realidad la Buena Noticia del reino de Dios, porque también El siente como propio el dolor de este prójimo, a quien ve como tal y no como un condenado y excomulgado, experimentando  honda compasión: “El se compadeció, extendió la mano, lo tocò y le dijo: lo quiero, queda sano. Al instante se le fue la lepra y quedó sano” (Marcos 1: 41 – 42).
Tres verbos muestran la cercanìa de Jesùs con los marginados: compadecerse, extender la mano y tocar. No se conforma con estar cerca sino que transforma la realidad de marginación sanando al leproso, lo restablece física y espiritualmente. He aquí una de las grandes señales del reino de Dios y su justicia traducida en el ministerio misericordioso y liberador  de Jesùs.
Recordamos las angustias extremas vividas en el confesionario cuando el sacerdote se ponìa iracundo y condenatorio ante las “lepras” morales de quienes iban allì, como el leproso, con la expectativa y la confianza de ser perdonados y restituìdos en su integridad. Muchos no encontraron aquí el ejercicio de la misericordia sino la implacable dureza de un tribunal desconocedor de la compasión .
 Sucede esto aùn? Si sigue pasando , debemos ponernos en alerta y generar un movimiento de indignación evangélica, al estilo de Jesùs, para volver por los fueros de la comprensión de la fragilidad humana y de la terapéutica sacramental que es salud , solidaridad, reivindicación, perdón, redención.
Luego, Jesùs ordena al curado: “Cuidado con decírselo a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de la sanación establecida por Moisès” (Marcos 1: 44) .
 Cabe recordar un elemento central en  Marcos que los estudiosos del texto bíblico llaman el “secreto mesiánico”, asunto que atraviesa todos los relatos de este evangelio y que se entiende como la intención de Jesùs de pasar desapercibido, hoy conocido por nosotros como el “bajo perfil”, cuya comprensión se completa en la experiencia pascual, cuando los discípulos abatidos por la muerte de Jesùs, ahora viven una transformación radical, un novedoso entusiasmo apostólico, desde el cual desvelan el secreto y captan que esa discreción del Maestro era una estrategia para permitir llegar a la cabal inteligencia de su resurrección.
El leproso desobedece, no hace caso, ni se calla ni acude al sacerdote: “Pero al salir, aquel hombre se puso a proclamar y a divulgar màs el hecho, de modo que Jesùs ya no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares despoblados. Y aùn asì, de todas partes acudìan a èl” (Marcos 1: 45).
 Es decir, el ahora curado se convierte en un evangelizador que propaga las acciones liberadoras de Jesùs, con su clamor testimonia el inmenso beneficio que le ha sido dispensado, recordando aquello de la filosofía tomista: el bien es difusivo de sì.
Valoremos el contraste entre la declaración de impureza, con la maldición y la condena que acompañan esta circunstancia, totalmente determinada  por una actitud lejana del genuino amor de Dios, y la disposición de Jesùs que se compadece, toca y sana, entra en contacto con el excluìdo, no se detiene ante la prohibición, con el peligro de ser también reconocido como impuro, y comunica a este hombre la vitalidad de Dios, rehacièndolo en su dignidad y dándole la posibilidad de retornar al encuentro amoroso con El, con sus semejantes, dejando atrás los efectos del anatema y de la maldición.
Vayamos entonces a la carga simbólica de los relatos evangélicos, que siempre quieren que nos identifiquemos con ellos. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarnos a admitirlo, escondiendo la cabeza y eludiendo la aceptación de la responsabilidad; o podemos reconocerlo y acudir humildemente a Jesùs, al ministerio eclesial, con la misma certeza de aquel hombre: “ si quieres, puedes sanarme” (Marcos 1: 40), confiados en que en El encontramos la salud y la novedad cualitativa que nos reconcilia y nos incluye en la comunión con Dios y con la humanidad.
No es Dios quien excluye sino nuestras leyes e instituciones; no es Dios quien margina, sino nosotros; tal vez es esto una proyección neurótica, una obsesión con la pureza de los demás porque la nuestra propia es bastante turbia e impresentable? Todos esos predicadores que condenan muy seguramente esconden  en sì mismos realidades  de dudosa ortografía moral, e, incapaces de aceptarlas, adoptan el modelo de jueces de vidas y conciencias, totalmente olvidados de la amorosa cercanìa del Padre y de la exquisitez de Jesùs en su trato con los condenados de la tierra, El siempre en plan de incluir, de sanar, de liberar, de redimir.
Seguirle   significa no escandalizarnos ante las impurezas humanas, y practicar siempre la acogida y la misericordia, dando prioridad ,  como El, a la persona por encima de la norma, asumiendo que esta es al servicio del ser humano, y no al revés, ganando siempre en compasión y en solidaridad, dando a todos , en nombre del Padre, las mejores y màs contundentes razones para la esperanza.
Traigamos a la mente el testimonio de esas personas que ofrecen apoyo y amistad incondicionales a prostitutas, a indigentes, a enfermos de sida, a abandonados y humillados por la pretendida “moralidad” de la sociedad y también, en no pocos casos, de la religión. Estos hombres y mujeres viven con toda intensidad aquello de que en el corazón de Dios caben todos, El buen Dios  primero  presente en los hermanos sufrientes y humillados, cultivando en estos la conciencia de dignidad, del amor del Padre, de su cercanìa redentora. Este asunto es normativo e indispensable para quien quiera tomar en serio el proyecto de Jesùs!

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