Lecturas
1.
Isaías
50: 4 – 7
2.
Salmo
21: 8 – 24
3.
Filipenses
2: 6 – 11
4.
Marcos
14: 1 a 15: 47
Llegó semana santa 2015, ¿será una más entre las muchas que
hemos vivido, una nueva colección de ceremonias y aglomeraciones religiosas,
con ningún o escaso impacto en nuestras vidas?
¿Una temporada de alta intensidad ritual y ceremonial sin consecuencias existenciales? Será un tiempo religioso – cultural, propio
de nuestra sociedad latino católica que
no se traduce en transformaciones humanas, evangélicas, ¿pascuales? ¿Después de
estos días la corrupción y la injusticia seguirán con su vergonzosa vigencia?
Con estas preguntas los estamos invitando a la confrontación,
al examen riguroso de la conciencia y también de este tipo de prácticas
religiosas, lo mismo que a la correlación religión-sociedad, e individuo – religión,
mirando a Jesús en su tiempo, mirando a
Jesús en el nuestro contemporáneo, para verificar si estamos dando el paso
cualitativo del rito intenso a la existencia convertida y resucitada, en el
plano individual y en el plano social.
De acuerdo con esto, contrastemos el “paquete” de lecturas
que la Iglesia nos propone en este domingo de Ramos:
-
Un fragmento de Isaías que nos propone lo que
los estudiosos de la Biblia llaman el tercer canto del servidor de Yahvé.
-
Un
salmo, el 22 (21), que podemos equiparar
a la oración de Cristo en la cruz.
-
Un
texto de Filipenses que nos presenta el anonadamiento – vaciamiento de Jesús
(en griego kenosis).
-
El relato de la pasión según Marcos, el más
escueto de los cuatro evangelios,
clásico en los contenidos fundamentales de la crisis del Señor, de su juicio y
condenación, el entorno que lo rodeó desde las autoridades políticas y
religiosas, desde el pueblo que una vez lo siguió y después lo condenó, desde
su madre y sus discípulos, ella, en incondicional fidelidad al pie de la cruz y
ellos, confundidos y temerosos, y el abandono supremo que expresó en su clamor:
“Llegado
el mediodía, se oscureció todo el país hasta las tres de la tarde y a esa hora
gritó Jesús con voz fuerte: Eloí, Eloí, lamá Sabactani? , que quiere decir:
Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Marcos 15: 33 – 34).
Empecemos recordando y reconociendo que Jesús contó con la posibilidad de un final
violento, como también nuestro Monseñor Romero en medio de la profecía que él
vivía en el cruento conflicto salvadoreño. No era un ingenuo, sabía a qué se
exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios y su justicia.
Era imposible buscar
con tanta radicalidad una vida digna para los pobres, una inclusión para todos
los marginados, la misericordia para los pecadores, un cuestionamiento tan
frontal al establecimiento religioso y político, sin provocar la violenta
reacción de aquellos que no estaban interesados en que las cosas cambiaran.
Es también clave explicitar que Jesús no fue un demente
masoquista o suicida que se buscó unos problemas de tal densidad, ni fue ni es
su proyecto exaltar el sufrimiento por sí mismo. Justamente toda su vida se
dedicó a erradicar las causas de tal desorden, evidentes en la pobreza, en la
enfermedad, en el pecado, en la manipulación religiosa, en el desencanto.
El no persigue la
muerte pero tampoco se echa atrás cuando ella se presenta inminente y
dramática: “El, que era de condición divina no se aferró celoso a su igualdad con
Dios, sino que se aniquiló a sí mismo tomando la condición de esclavo, y llegó
a ser semejante a los hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló
obedeciendo hasta la muerte, y muerte en cruz” (Filipenses 2: 6 – 8).
Qué significado vital, existencial, tiene esto para los
hombres y mujeres de 2015? Para las víctimas y familiares del Airbus 320 caído
esta semana en territorio francés? Para los familiares de los asesinados por
Estado Islámico? Para la población de Haití, constituida por pobres en un 95 %?
Para el 64 % de colombianos que viven en pobreza? Para los inmigrantes ilegales
en Estados Unidos y en Europa Occidental? Para la inmensa cantidad de mujeres
que cada noche salen a vender su cuerpo por física hambre? Para nosotros, que
podemos estar anestesiados por un cristianismo ritualista, sin conversión a
Dios y al prójimo? Para los desfalcadores de Interbolsa, para los
multimillonarios indiferentes ante el sufrimiento de la mayoría de la
humanidad, para los vacíos personajes del jet – set?
Preguntas, preguntas y más preguntas, siempre severas y de
altísima exigencia, formuladas por el mismo Señor a través de estas realidades
de cruz sin esperanza, de agudos sufrimientos, de indignantes miserias. Qué
quiere decir, en 2015: “Pero, Jesús, dando un fuerte grito, expiró”?
(Marcos 15: 37).
Seguirá acogiendo a pecadores y excluídos aunque su actividad
irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un
delincuente y blasfemo, hereje y contrario a las tradiciones religioso - morales de Israel, pero su muerte
confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total y absoluta en un Dios
que no excluye a nadie de su perdón, que no discrimina, que no condena ni
hunde, que siempre tiende la mano y es causa de la mayor esperanza para quien
se acoge a El.
Hay intuiciones proféticas en el Antiguo Testamento que
delinean un “perfil ideal” del esperado Mesías: “El Señor Yahvé me ha concedido el
poder hablar como su discípulo. Y ha puesto en mi boca las palabras para aconsejar
como es debido al que está aburrido, Cada mañana, El me despierta y lo escucho
como lo hacen los discípulos. El Señor Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me
resistí ni me eché atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban y mis
mejillas a quienes me tiraban la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias
y los escupos” (Isaías 50: 4 – 6).
A la luz de este texto cabe destacar que no se trata de un
Mesías espectacular, poderoso, portador de fama y de éxito mundano, sino de uno
que habla como discípulo, que vive en plenitud la sabiduría de Dios, contraria a la lógica del personaje famoso,
expuesto siempre a afrentas y
humillaciones.
A este perfil
corresponde Jesús de Nazareth, proclamado por la primera comunidad cristiana y
por nosotros, como el Cristo de Dios, el ungido, el que fue hasta las últimas
consecuencias en la cruz, el que no se echó atrás ante su tragedia: “Por
eso, Dios lo engrandeció y le concedió un nombre que está sobre todo otro
nombre. Para que ante el nombre de Jesús todos se arrodillen en los cielos, en
la tierra y entre los muertos. Y que toda lengua proclame que Cristo Jesús es
el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2: 9 – 11).
El extremo y redentor sufrimiento de Jesús se identifica
plenamente con las expresiones del salmo 22, como esta: “Yo soy como el arroyo que se
escurre, todos mis huesos se han descoyuntado. Mi corazón se ha vuelto como
cera, dentro de mis entrañas se derrite….La jauría de perros me rodea, un grupo
de malvados me acomete. Han traspasado mis manos y mis pies” (Salmo
22: 14 y 16).
Quien escribe y siente un texto así está viviendo un dolor
supremo, consciente de lo que vive, haciendo frente al desafío de hacer de este
dolor una ofrenda de amor, una dolorosa donación de sí mismo, extrema, para que
la vida de muchos se cargue de dignidad, de sentido, de esperanza. Cómo vamos
nosotros en esta perspectiva?
Aquí caben con total carta de ciudadanía evangélica esos
relatos mayores de hombres y mujeres que con frecuencia hemos referido aquí en Comunitas
Matutina, como seguidores de Jesús, legítimos, generosos, capaces de ir
como El hasta las últimas consecuencias, para redimir a sus hermanos del
dominio del pecado y de la muerte:
-
Oscar Arnulfo Romero y Galdámez (1917 – 1980), Arzobispo de San Salvador, mártir de
la justicia, asesinado por odio a la fe y a esa justicia derivada de ella,
profeta de los pobres de su país, será beatificado en la ciudad sede de su
episcopado, el sábado 23 de mayo.
-
Jesús Emilio Jaramillo (1916 – 1989), Obispo de Arauca en Colombia, asesinado por
guerrilleros del ELN en octubre 1989 por no pemitir que el fanatismo de ese
grupo infiltrara la educación de los pobres de su diócesis.
-
Laura Montoya Upegui (1874 – 1949) religiosa, educadora, promotora de la dignidad
de indígenas y afromericanos en Colombia, se dio toda para reivindicar a los
integrantes de estas comunidades excluídas.
-
Pedro Arrupe Gondra (1907 – 1991), jesuita, misionero en Japón en tiempos de la
bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, superior general de la Compañía de Jesús
(1965 – 1983), hombre que en la Iglesia de la segunda mitad del siglo XX fue
voz que articuló una existencia religiosa consagrada al servicio de la fe y a
la promoción de la justicia; en su dolorosa enfermedad de 8 años vivió la
incomprensión de algunos importantes de su propia Iglesia.
Y así tantos relatos de hombres y mujeres identificados hasta
el máximo con su Señor, en quien descubrieron el genuino rostro de Dios, el
genuino rostro del hermano, viviendo en grado de heroísmo superlativo la
donación redentora, salvadora, re – creadora, liberadora, como Jesús el Cristo.
Estamos dispuestos en serio a este seguimiento, a esta
pasión, a esta cruz? Tenemos la firme convicción de que esta es redención,
sentido definitivo de la vida, viviendo con creces aquello de que “sólo
el amor es digno de fe”?