domingo, 26 de abril de 2015

COMUNITAS MATUTINA 26 DE ABRIL IV DOMINGO DE PASCUA “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Juan 10: 11)

Lecturas
1.   Hechos 4: 8 – 12
2.   Salmo 117: 1; 8 – 9; 21 – 23;26 y 28 – 29
3.   1 Juan 3: 1 – 2
4.   Juan 10: 11 – 18
Este IV domingo de Pascua es conocido tradicionalmente como el del Buen Pastor, y en él se hace un especial reconocimiento a quienes desempeñan el ministerio pastoral en la Iglesia: el Papa, los obispos, los presbíteros, los diáconos. Si bien es esta una loable intención parece que conviene – siguiendo el espíritu de estos textos bíblicos – hacer extensiva la consideración a la “pastoralidad” de toda la Iglesia, de todos los integrantes de la misma, y esto en la clave del “cuidado de las ovejas”.
El mismo Juan nos brinda el marco de referencia: “Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mì, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a esas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un sòlo rebaño con un sòlo pastor” (Juan 10: 14 – 16).
El evangelista refiere la responsabilidad de este cuidado al mismo Señor Jesùs, ese es el fundamento de su misión, garantizar la plenitud vital de las ovejas que le han sido confiadas, dedicar la totalidad de su ser y quehacer a ellas, velar por las alejadas o extraviadas, crear las mejores condiciones para la vitalidad del rebaño, dar la vida por ellas, no reservarse nada para sì mismo, la razón de ser de sì mismo y de su ministerio es este cuidado exquisito, fino, delicado, altamente comprometido y misericordioso.
Esta es tarea de la Iglesia que – por supuesto – tiene unas figuras de servicio fundamental en los ministros ordenados que son los pastores que trabajan para que este cuidado sea asumido responsablemente por cada bautizado. Es esencial ,en este carisma ministerial, promover equitativamente la capacidad de cada cristiano para el pastoreo, que no es otra cosa que el servicio del cuidado de cada “oveja” en nombre de Jesùs, según su estilo de solidaria projimidad.
Es preciso revisar el esquema predominantemente clerical del pastoreo, para dar el paso cualitativo a la corresponsabilidad pastoral – ministerial de cada seguidor de Jesùs en la Iglesia universal y en cada comunidad particular de creyentes.
 Un obispo autèntico, un presbítero autèntico, con el carisma de presidir cada comunidad, es el que sabe – con inteligencia evangélica – promover, formar y facilitar la iniciativa de los laicos en esta perspectiva del pastoreo corresponsable, concentrando el esfuerzo evangelizador y pastoral en la totalidad de cada iglesia particular, cediendo humildemente el relevo para dejar atrás el protagonismo de los clérigos, que tiende a subdesarrollar y a subestimar el vigor de los laicos.
Jesùs se presenta como el verdadero pastor de su pueblo. Saca a sus ovejas fuera del recinto del judaísmo para constituir un nuevo rebaño, la comunidad de los definitivos tiempos mesiánicos. El es la puerta que da acceso a la novedad de la salvación plenamente universal, 100 % incluyente, incondicional, desbordante de generosidad, cuidadora de la vida de cada oveja y persuasiva para atraer a las descarriadas, el buen pastor que comunica la vida  de Dios en abundancia.
Todas las ovejas son posesión de Jesùs, estas le han sido dadas por el Padre, la realidad esencial de este nuevo rebaño consiste en las nuevas relaciones que se establecen entre el Pastor y las ovejas, surgen vínculos de mutuo conocimiento, donación de la vida, comunión: “Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos” (1 Juan 3 : 1).
Frente a las graves y escandalosas exclusiones que se vivìan en tiempo de Jesùs, y a los descuidos y desprotecciones por parte de la institución religiosa oficial y del imperio romano, Jesùs marca el contraste radicalmente innovador, y propicia con este pastoreo una amorosa dedicación a aquellos tradicionalmente desconocidos por el sistema, se empeña en recoger esas ovejas para reconocerlas en su dignidad y manifestarles con hechos muy concretos de servicio y solidaridad la cercanìa y la compasión del Padre hacia ellos, poniendo una “banderilla” muy severa y crítica a los que el evangelio llama mercenarios y asalariados.
Asì los señala: “El asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas” (Juan 10: 12 – 13).
Dura referencia para nuestra burocracia religiosa que se fija màs en las normas y reglamentos, en la multiplicidad de requisitos, y en el estilo rìgido y autoritario antes quienes humildemente demandan los beneficios pastorales de la Iglesia.
Este comentario no quiere poner en detrimento la organización de los servicios pastorales de la Iglesia, pero sí llamar la atención con alerta evangélica para transformar con calidad del Espíritu  eso que se podría llamar una institución prestadora de servicios religiosos, estricta, cuadriculada, alejada de las necesidades reales de la humanidad, para dar paso a la comunidad del cuidado, del buen pastoreo, del servicio esmerado a los creyentes y a todos – sin excepción! – a todos los que se acerquen a ella en pos de la gracia, del beneficio sacramental, del reconocimiento, de la compasión y de la misericordia.
Buenas preguntas de confrontación surgen  aquí para quienes ejercemos el ministerio y el liderazgo, en materia de cercanìa, encarnaciòn, amor pastoral, entrega a las personas, coherencia ética y evangélica, como que la ordenación nos refiere de modo indispensable a comunidades concretas de seres humanos que aspiran a vivir en el espíritu de la Buena Noticia.
Pensemos con talante autocrítico en nuestras cerrazones eclesiales, en nuestras lejanías clericales, en algunos formatos intransigentes que todavía subsisten, en ese estilo de funcionarios eclesiásticos sin sabor a Jesùs y a ser humano, y dejémonos envolver por el Espíritu para que el Padre sea todo en nosotros y nuestra identificación sacramental – existencial con el Señor determine la totalidad de lo que somos y hacemos.
Desde este ministerio implicado encarnatoriamente surge el buen cuidado, la pastoralidad esperanzadora, el cuidado sanador y protector, estimulante de la nueva humanidad de la que es portador para nosotros el Señor Jesùs.
Veamos asì el testimonio que da Pedro en el relato de la primera lectura: “Conste a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre ha sido sanado en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitò de la muerte. Gracias a El este hombre està sano en presencia de ustedes. El es la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular” (Hechos 4: 10 – 11).
El cuidado pastoral tiene como misión fundante y fundamental comunicar la plenitud de vida que el Padre nos trae a través de Jesùs, en El se restauran las ovejas, ingresan al redil, encuentran satisfacción, plenitud y bendición, su existencia se replantea, su humanidad adquiere sentido pascual, se reivindica en salvación y libertad lo que el descuido pecaminoso ha desprotegido.
Esto , que es exigencia principal para obispos, presbíteros, diáconos, debe ser rasgo definitorio de cada comunidad de bautizados, no como un “ghetto” de perfectos,  élite desbordada por su arrogancia religiosa y moral, sino como el espacio de la fraterna acogida, del gozo de vivir en perspectiva de comunión y participación: “Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta que, cuando aparezca, seremos semejantes a él, y lo veremos como él es” (1 Juan 3: 2).
Para hacer más denso y existencial el significado de estas consideraciones podemos fijar nuestra atención en eso que en el mundo del humanismo se llama la ética del cuidado, tendencia que surge en medio de este mundo desalmado, desatento, insolidario, desentendido de los clamores de los seres humanos vulnerados en su dignidad y en sus posibilidades de reconocimiento.
Un ser humano que cuida es alguien comprometido con la plenitud humana de aquellos a quienes orienta sus servicios y su capacidad de protección, y esto debe afirmarse con todo vigor y a contracorriente de esta seudocultura competitiva e individualista, que piensa de modo egoísta en el libre desarrollo egoísta de unos sujetos que no saben del nosotros, afanosos de bienestar y de una libertad no referida a la solidaridad.

Esto conecta perfectamente con el cuidado y pastoreo evangélico de cada oveja, de cada ser humano, sin establecer barreras que impidan el diálogo, los vínculos profundos, la comunicación generosa, siempre disponiendo el talante de la inclusión, del crear espacios de vida plena donde cada persona cuidada se sienta con el pleno derecho a su filiación divina y a su humanidad: “Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para recobrarla después. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para recobrarla después. Este es el encargo que he recibido del Padre” (Juan 10: 17 – 18). 

domingo, 19 de abril de 2015

COMUNITAS MATUTINA 19 DE ABRIL III DOMINGO DE PASCUA “El Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte; en su nombre se predicaría penitencia y perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Ustedes son testigos de ello” (Lucas 24: 45 – 47)



Lecturas
1.   Hechos 3: 13 – 15 y 17 – 19
2.   Salmo 4: 2 – 9
3.   1 Juan 2: 1 – 5
4.   Lucas 24: 35 – 48
El tema que ofrece la Palabra de este domingo sigue siendo Jesús el viviente, el comunicador de la Vida plena en Dios, y esta se refleja en las tres lecturas como conversión y perdón,  el gran beneficio pascual!
El pecado es la única muerte a la que se debe tener miedo, a la que se debe tener como inaceptable, porque aniquila la verdadera vida, va en contra de la plenitud y realización del ser humano, es la libertad desordenada que rompe el vínculo fundante con Dios y  va en contra del mismo que la ejerce, en contra de los prójimos, en contra de la creación.
-      La primera dice: “Arrepiéntanse y conviértanse para que se les borren los pecados, y así reciban del Señor tiempos favorables y les envíe a Jesús, el Mesías predestinado” (Hechos 3: 19).
-      La segunda dice: “ Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero si alguien peca, tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo, el Justo” (1 Juan 2: 1).
-      La tercera dice: “Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito, que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén” (Lucas 24: 45 – 46).
Es clarísimo el común denominador: con Jesús llega de modo definitivo la vitalidad de Dios, el paso de la muerte a la vida, la superación de la posibilidad de quedar sumergidos en el desamor, la injusticia, el caos y desorden, la muerte y frustración que implican el romper la relación fundante con Dios.
Es indudable que hay que purificar la conciencia de pecado, superando el sentimiento enfermizo de culpa y la obsesión por etiquetar como tal muchos comportamientos que realmente no lo son, pero también poniendo una pregunta crítica al relativismo moral que deriva en tantas conductas destructivas, desafortunadamente muy frecuentes en nuestras días, como el desprecio por la vida, manifestado en tantos asesinatos y violencias, en abortos irresponsables, en el desconocimiento de la dignidad de la niñez y de los ancianos; en las múltiples y escandalosas prácticas de corrupción, como las que conocemos en Colombia; en el facilismo con el que tantas personas se toman la vida, degenerando en una existencia vacía y carente de valores.
La novedad pascual apunta justamente a una nueva creación, a una nueva humanidad, redimida y restablecida por la eficacia de la pasión y muerte de Jesús, y legitimada por su resurrección.
La comunidad de los discípulos,  y demás integrantes de este grupo cristiano original , vive con inmenso gozo – también con estupor – esta certeza de constatar que el crucificado es ahora el Viviente, garante pleno de su esperanza: “Estaban hablando de ello, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero él les dijo: por qué están turbados? Por qué se les ocurren esas dudas? Miren mis manos y mis pies, que soy el mismo. Toquen y vean, que un fantasma no tiene carne y hueso, como ven que yo tengo” (Lucas 24: 36 – 39).
Imaginémonos la situación de estos primeros seguidores del Señor, primero confundidos y derrotados, ahora sorprendidos con esta revelación, desconcertados porque no acertaban a confirmar  su presencia viva en medio de ellos, y ahora  empiezan a crecer de manera inusitada y maravillosa, descubren que es una feliz y realísima verdad, y deben enfrentarse a la incredulidad y animadversión del ambiente social y religioso en el que vivían.
Entonces toman en serio con sus vida lo que el mismo Jesús les dice: “Ustedes son testigos de ello” (Lucas 24: 48), y vuelven historia y realidad la condición de ser enviados a comunicar esta Buena Noticia. Es su manera de ser y de proceder, ahora también resucitada, la que va a ser el argumento contundente para testimoniar al Viviente, es la nueva vida de los convertidos, profundamente humana y evangélica, esperanzada y audaz, saturada de sentido y de vitalidad, la que se hace el más apasionante relato pascual, para transmitir a otros la verdad de este acontecimiento, que es mucho más que una anécdota puntual, literal, un cuento piadoso: es el mismo Dios el que articula novedosamente la historia de la humanidad con la resurrección de Jesús.
En este contexto cabe preguntarnos si esta Pascua 2015 ha sido eficaz en nosotros, si los núcleos de pecaminosidad detectados durante la cuaresma están empezando a superarse, si estamos pasando verdaderamente de la muerte a la vida, si en nosotros sucede lo que dice Juan: “Pero quien cumple su palabra tiene realmente colmado el amor de Dios. En eso conocemos que estamos con él. Quien dice que permanece con él ha de proceder como él procedió” (1 Juan 2: 4 – 6).
Cómo reflejar en la sociedad colombiana las consecuencias de la Pascua? Tenemos grandes cuentas pendientes para tornarlas de muerte e injusticia en vida nueva y resurrección,  constantes y crecientes:
-      El muy injusto sistema socioeconómico que hace de Colombia uno de los países más desiguales del mundo, con un 64 % de pobreza y – dentro de esta – con un 32 % de la población en situación de miseria. Esto – tal como lo han señalado Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco, y nuestros obispos – es una “situación de pecado  que clama reconocimiento, vida nueva, dignidad.
-      El crimen cometido esta semana contra once jóvenes soldados, dejando también heridos a 22 de ellos, y sumidos en una inmensa tristeza a sus familiares, es expresión de la demencia de quienes lo cometieron, realidad que viene maltratando a los colombianos desde hace varias décadas, asesinatos cometidos por paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes, falsos positivos de los que son responsables agentes del estado, no contiene acaso un clamor de Dios que es también clamor de humanidad, una demanda por una nueva manera de coexistencia social, la adquisición pascual de un exquisito respeto por la vida en todas sus manifestaciones?
-      La aberrante corrupción en muchos ámbitos del estado, los jueces venales, los contratistas de obras públicas que – asociados con gobernantes – disponen a su antojo de miles de millones de pesos que son propiedad de los contribuyentes, los propietarios de empresas de inversión que pierden el norte ético con el dinero de los ahorradores.
-      El silencio e indiferencia de una ciudadanía que no se organiza para indignarse y ejercer presión en clave de cambio , de justicia, de dignidad,  muchos de inmensa mayoría católica y cristiana!
Esta es la contextualización de las expectativas pascuales en Colombia, al mismo tiempo herida pero deseosa de un nuevo orden de convivencia, de un nuevo modelo de sociedad, de unas mentes y corazones definitivamente orientados hacia la solidaridad, hacia la projimidad, hacia la justicia y la fraternidad.
Jesús resucitado nos participa de su vitalidad y nos promete el Espíritu para vivir siempre en esta novedad: “Yo les envío lo que el Padre prometió. Ustedes quédense en la ciudad hasta que desde el cielo los revistan de fuerza” (Lucas 24: 48), palabras cuyo significado no es otro que la dotación con la que el Señor nos configura para una existencia siempre resucitada, siempre renovada.
 Cómo incidir decisivamente con esto en  un país de mayoría cristiana y católica , orientado a la justicia, al reconocimiento de la dignidad de todos, al respeto del orden institucional en clave de bien común, a la honestidad como proyecto de vida, a la exquisitez  ética y moral?
Jesús anima a cada cristiano, a cada comunidad de creyentes, a la humanidad toda, El está en medio de nosotros transmitiendo la vitalidad del Padre, pero nos requiere para ser “testigos” haciendo eficaz la superación del viejo orden de pecado y de muerte, y ordenando todo lo social y lo histórico en perspectiva de Pascua.
Como en la arenga de Pedro a los judíos, referida hoy en la lectura de Hechos: “Israelitas, por qué se asombran y  se quedan mirándonos como si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o religiosidad? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús…..Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello” (Hechos 3: 12-13 y 15), tenemos un requerimiento que proviene del mismo Dios, también de la humanidad doliente, y es el de ponernos a caminar por la historia en seguimiento de Jesús para resucitar de tanta des – gracia y traer a nuestro mundo la gracia de la nueva vida.

domingo, 12 de abril de 2015

COMUNITAS MATUTINA 12 DE ABRIL DOMINGO II DE PASCUA



“Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están consignadas en este libro. Estas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de El”  (Juan 20: 30 – 31)

Lecturas:
1.   Hechos 4: 32 – 35
2.   Salmo 117: 2 – 4 y 16 – 24
3.   1 Juan 5: 1- 6
4.   Juan 20: 19 – 31
Como ya lo hemos sugerido en otros momentos de Comunitas Matutina, bien vale la pena que al leer los textos bíblicos nos fijemos con detenimiento en sus pre – textos y en sus con – textos, y – a continuación – hagamos lo propio con nuestro relato vital. El cotejo historia de Israel – historia de Jesús – historia nuestra,  es fundamental para comprender la Palabra de Vida que nos comunica la vitalidad definitiva de Dios.
 Los hechos de Pascua referidos en los evangelios son más que propicios para este ejercicio que, con toda seguridad, derivará para nosotros en una existencia transformada y resucitada.
Entonces, empecemos advirtiendo que el relato de Juan es profundamente sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús Resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma, recupera el aliento perdido en la tarde dolorosa de la crucifixión, desaparecen sus temores e inseguridades, los invade una alegría novedosa, distintísima de los contentos efímeros que son flor de un día, también experimentan sobre sí mismos el aliento vital del Señor y abren las puertas – antes cerradas por físico miedo – porque se sienten enviados a vivir la misma misión que El había recibido del Padre.
Toda esta maravilla es la que nos ofrece este relato de Juan : “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas , por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos, y les dice: la paz sea con ustedes. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: Paz con ustedes. Como el Padre me envió, yo los envío a Ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo” (Juan 20:19 – 22).
Un juicioso seguimiento del escrito joaneo nos permite detectar y comparar con nuestra vida:
-      El miedo de los discípulos, comprensible después de los hechos trágicos sucedidos, a Jesús lo han condenado por blasfemo y contrario a la religión de Israel, es fácil entender que sus seguidores pueden correr la misma suerte. Además, casi todos ellos son galileos, muy mal vistos en Jerusalén. A este propósito: cuáles son nuestros miedos con respecto a la vida, a las decisiones que hemos de tomar, a las opciones fundamentales, a los riesgos que esto implica, desconfiamos de Dios, del amor de las personas, de las posibilidades liberadoras que El y ella nos ofrecen?
-      La Paz con Ustedes, el saludo de Jesús. Los exegetas bíblicos nos hacen caer en la cuenta que, si bien este es un tipo de saludo que puede parecernos común, no lo es tanto. Lo más frecuente es que Jesús no salude, así consta en varias escenas pascuales. En cambio, en este pasaje repite tres veces esta expresión, como haciendo énfasis en su contenido y evocando aquello que les dijo en la última cena: “La paz les dejo, les doy mi paz, y no la doy como la da el mundo. No se turben ni se acobarden” (Juan 14: 27). En estos momentos, tan extremadamente duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que El mantuvo durante su vida y que lo acompañó tan intensamente durante la experiencia límite de su pasión. Perdemos fácilmente la serenidad, nos desasosegamos ante cosas fútiles e intrascendentes, dejamos que la realidad nos altere negativamente disminuyendo nuestra posibilidad de don y entrega? La angustia nos limita y esconde lo mejor de nosotros?
-      Las manos, el costado, las pruebas y la fe, son asuntos recurrentes en los relatos de las apariciones del Resucitado, con recursos muy distintos en cada uno de los cuatro evangelios. Todas estas concreciones quieren dejar en claro que El no es un fantasma, una visión de personas trastornadas, que su presencia es real y viviente, resucitada y transformadora, todo esto se inscribe en el argumento supremo de la resurrección. Y esto se manifiesta particularmente ante la incredulidad de Tomás: “Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré” (Juan 20: 25). Señal inequívoca de que, a pesar de haber sido su discípulo y de haber accedido a su enseñanza sobre el Padre, sobre el reino, sobre las bienaventuranzas, sobre la nueva vida en el Espíritu, sus condicionamientos personales no le habían llevado a entenderlo en totalidad. En contrapartida, el evangelista pone en boca de Jesús: “Dichosos los que creerán sin haber visto” (Juan 20: 29). A la luz de esto, estamos siempre requeridos de pruebas y demostraciones, de evidencias, no somos capaces de correr el riesgo de la fe? El racionalismo y la desconfianza nos ganan la partida? Estamos siempre en búsqueda de seguridades? Nos olvidamos de estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre” ?(Juan 11: 25 – 26). Qué estamos esperando para tener la osadía creyente de los grandes testigos de la fe?
-      La alegría de los discípulos, es ahora la certeza de que esa esperanza no concluyó dramáticamente en la tarde del viernes santo, la seguridad de que el Viviente lo será para siempre, animando la vida de estos desconcertados hombres y mujeres, extendiéndose a toda la humanidad , a la Iglesia, a la multitud de comunidades cristianas que descubren en El el centro de su ser, es el reencantamiento total de la existencia, el replanteamiento radical del pesimismo y de la tristeza, el gozo definitivo de la Pascua. Somos gente de esperanza? La mantenemos a pesar de todas las contradicciones que son inevitables en nuestra humanidad? O nos dejamos deprimir y decaer con facilidad, porque olvidamos  el vigor de la expresión paulina “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”? (Filipenses 4: 13).
-      La misión, con diferentes formulaciones todos los evangelios nos refieren la tarea esencial  que el Resucitado confía a los suyos: “Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Juan 20: 21). Hay que seguir con esta faena apostólica, teniendo en cuenta un elemento fundamental que la saca de la simple repetición: esta proviene de una cadena que tiene su origen en el Padre, es El quien origina la intención de enviar a muchos para comunicar la Buena Noticia, para ser instrumentos del pleno sentido de la existencia que surge de aquí. En el estado de vida que hemos escogido, en nuestro trabajo, profesión, estudio, nos sentimos enviados a ser testigos de este acontecimiento original y originante de nuestra fe? O más bien,  estamos tan domesticados por el sistema productivo y utilitario , que todo lo entendemos como un sombrío “cargar ladrillos” al pragmatismo reinante, sin visión de futuro, sin perspectiva de esperanza, sin horizonte pascual?
-      El don del Espíritu y el perdón, de entrada Juan refiere esta capacidad del Espíritu al perdón de los pecados y a la reconciliación, como una referencia clara al bautismo, a la configuración sacramental con Jesús Resucitado, con todo lo que esto trae de beneficioso y liberador para el ser humano que recibe esta oferta teologal y cristocéntrica, es la nueva vitalidad de Dios a través de Jesús con la que se capacita esencial y existencialmente al bautizado para ser testigo y comunicador eficaz de esta nueva humanidad que es, en Jesús, simultánea divinidad. A este propósito: es nuestro cristianismo una pobre inercia sociocultural, un modo de ser aceptado en sociedad, una imposición de otros, una costumbre y una rutina? O sentimos un vigor inusitado, desbordante, trascendente, que re-significa plenamente todo nuestro ser y todo nuestro quehacer?
Esta constatación pascual está toda ella orientada a una nueva manera de vivir que tiene como referente esencial a Jesús, con una evidencia peculiar como la que presenta Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un alma y un corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común” (Hechos 4: 32), en este caso la experiencia comunitaria, los vínculos fraternos, la generosidad y la solidaridad son una clara consecuencia del hecho pascual. Pasa hoy lo mismo en muchos ambientes eclesiales, genuina comunidades de fe, de mesa, de solidaridad, de eucaristía, o son unas pobres entidades repartidoras de servicios religiosos sin evangelización, sin conversión, sin espíritu?
Y el feliz remate viene de la 1 de Juan, cuando nos inserta en la realidad del amor del Padre y del Hijo, y hace posible que nosotros nos insertemos en ese misterio de Vida y Pascua permanentes: “Todo el que cree que Jesús es el Mesías es hijo de Dios y todo el que ama al Padre ama también al Hijo” (1 Juan 1), este es un condensado de la visión cristiana del ser humano en clave pascual, estamos habitados por el Amor del Padre que se hace sacramento y gracia en el Resucitado. Cierto que son estas las mejores razones para vivir con sentido e ilusión?

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