Lecturas
1.
Hechos 4: 8 – 12
2.
Salmo 117: 1; 8 – 9;
21 – 23;26 y 28 – 29
3.
1 Juan 3: 1 – 2
4.
Juan 10: 11 – 18
Este
IV domingo de Pascua es conocido tradicionalmente como el del Buen Pastor, y en
él se hace un especial reconocimiento a quienes desempeñan el ministerio
pastoral en la Iglesia: el Papa, los obispos, los presbíteros, los diáconos. Si
bien es esta una loable intención parece que conviene – siguiendo el espíritu
de estos textos bíblicos – hacer extensiva la consideración a la “pastoralidad”
de toda la Iglesia, de todos los integrantes de la misma, y esto en la clave
del “cuidado
de las ovejas”.
El
mismo Juan nos brinda el marco de referencia: “Yo soy el buen pastor: conozco a
mis ovejas y ellas me conocen a mì, como el Padre me conoce y yo conozco al
Padre; y doy la vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no pertenecen a
este corral; a esas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un
sòlo rebaño con un sòlo pastor” (Juan 10: 14 – 16).
El
evangelista refiere la responsabilidad de este cuidado al mismo Señor Jesùs,
ese es el fundamento de su misión, garantizar la plenitud vital de las ovejas
que le han sido confiadas, dedicar la totalidad de su ser y quehacer a ellas,
velar por las alejadas o extraviadas, crear las mejores condiciones para la
vitalidad del rebaño, dar la vida por ellas, no reservarse nada para sì mismo,
la razón de ser de sì mismo y de su ministerio es este cuidado exquisito, fino,
delicado, altamente comprometido y misericordioso.
Esta
es tarea de la Iglesia que – por supuesto – tiene unas figuras de servicio
fundamental en los ministros ordenados que son los pastores que trabajan para
que este cuidado sea asumido responsablemente por cada bautizado. Es esencial ,en
este carisma ministerial, promover equitativamente la capacidad de cada
cristiano para el pastoreo, que no es otra cosa que el servicio del cuidado de
cada “oveja” en nombre de Jesùs, según su estilo de solidaria projimidad.
Es
preciso revisar el esquema predominantemente clerical del pastoreo, para dar el
paso cualitativo a la corresponsabilidad pastoral – ministerial de cada
seguidor de Jesùs en la Iglesia universal y en cada comunidad particular de
creyentes.
Un obispo autèntico, un presbítero autèntico,
con el carisma de presidir cada comunidad, es el que sabe – con inteligencia
evangélica – promover, formar y facilitar la iniciativa de los laicos en esta
perspectiva del pastoreo corresponsable, concentrando el esfuerzo evangelizador
y pastoral en la totalidad de cada iglesia particular, cediendo humildemente el
relevo para dejar atrás el protagonismo de los clérigos, que tiende a
subdesarrollar y a subestimar el vigor de los laicos.
Jesùs
se presenta como el verdadero pastor de su pueblo. Saca a sus ovejas fuera del
recinto del judaísmo para constituir un nuevo rebaño, la comunidad de los
definitivos tiempos mesiánicos. El es la puerta que da acceso a la novedad de
la salvación plenamente universal, 100 % incluyente, incondicional, desbordante
de generosidad, cuidadora de la vida de cada oveja y persuasiva para atraer a
las descarriadas, el buen pastor que comunica la vida de Dios en abundancia.
Todas
las ovejas son posesión de Jesùs, estas le han sido dadas por el Padre, la
realidad esencial de este nuevo rebaño consiste en las nuevas relaciones que se
establecen entre el Pastor y las ovejas, surgen vínculos de mutuo conocimiento,
donación de la vida, comunión: “Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el
Padre que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos” (1 Juan 3 :
1).
Frente
a las graves y escandalosas exclusiones que se vivìan en tiempo de Jesùs, y a
los descuidos y desprotecciones por parte de la institución religiosa oficial y
del imperio romano, Jesùs marca el contraste radicalmente innovador, y propicia
con este pastoreo una amorosa dedicación a aquellos tradicionalmente
desconocidos por el sistema, se empeña en recoger esas ovejas para reconocerlas
en su dignidad y manifestarles con hechos muy concretos de servicio y
solidaridad la cercanìa y la compasión del Padre hacia ellos, poniendo una
“banderilla” muy severa y crítica a los que el evangelio llama mercenarios y
asalariados.
Asì
los señala: “El asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir
al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como
es asalariado no le importan las ovejas” (Juan 10: 12 – 13).
Dura
referencia para nuestra burocracia religiosa que se fija màs en las normas y
reglamentos, en la multiplicidad de requisitos, y en el estilo rìgido y
autoritario antes quienes humildemente demandan los beneficios pastorales de la
Iglesia.
Este
comentario no quiere poner en detrimento la organización de los servicios pastorales
de la Iglesia, pero sí llamar la atención con alerta evangélica para
transformar con calidad del Espíritu eso
que se podría llamar una institución prestadora de servicios religiosos,
estricta, cuadriculada, alejada de las necesidades reales de la humanidad, para
dar paso a la comunidad del cuidado, del buen pastoreo, del servicio esmerado a
los creyentes y a todos – sin excepción! – a todos los que se acerquen a ella en
pos de la gracia, del beneficio sacramental, del reconocimiento, de la
compasión y de la misericordia.
Buenas
preguntas de confrontación surgen aquí
para quienes ejercemos el ministerio y el liderazgo, en materia de cercanìa,
encarnaciòn, amor pastoral, entrega a las personas, coherencia ética y
evangélica, como que la ordenación nos refiere de modo indispensable a
comunidades concretas de seres humanos que aspiran a vivir en el espíritu de la
Buena Noticia.
Pensemos
con talante autocrítico en nuestras cerrazones eclesiales, en nuestras lejanías
clericales, en algunos formatos intransigentes que todavía subsisten, en ese
estilo de funcionarios eclesiásticos sin sabor a Jesùs y a ser humano, y
dejémonos envolver por el Espíritu para que el Padre sea todo en nosotros y
nuestra identificación sacramental – existencial con el Señor determine la
totalidad de lo que somos y hacemos.
Desde
este ministerio implicado encarnatoriamente surge el buen cuidado, la
pastoralidad esperanzadora, el cuidado sanador y protector, estimulante de la
nueva humanidad de la que es portador para nosotros el Señor Jesùs.
Veamos
asì el testimonio que da Pedro en el relato de la primera lectura: “Conste
a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre ha sido sanado en
nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitò
de la muerte. Gracias a El este hombre està sano en presencia de ustedes. El es
la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en
piedra angular” (Hechos 4: 10 – 11).
El
cuidado pastoral tiene como misión fundante y fundamental comunicar la plenitud
de vida que el Padre nos trae a través de Jesùs, en El se restauran las ovejas,
ingresan al redil, encuentran satisfacción, plenitud y bendición, su existencia
se replantea, su humanidad adquiere sentido pascual, se reivindica en salvación
y libertad lo que el descuido pecaminoso ha desprotegido.
Esto
, que es exigencia principal para obispos, presbíteros, diáconos, debe ser
rasgo definitorio de cada comunidad de bautizados, no como un “ghetto” de
perfectos, élite desbordada por su
arrogancia religiosa y moral, sino como el espacio de la fraterna acogida, del
gozo de vivir en perspectiva de comunión y participación: “Queridos, ya somos hijos de Dios,
pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta que, cuando
aparezca, seremos semejantes a él, y lo veremos como él es” (1 Juan 3:
2).
Para
hacer más denso y existencial el significado de estas consideraciones podemos
fijar nuestra atención en eso que en el mundo del humanismo se llama la ética
del cuidado, tendencia que surge en medio de este mundo desalmado,
desatento, insolidario, desentendido de los clamores de los seres humanos
vulnerados en su dignidad y en sus posibilidades de reconocimiento.
Un
ser humano que cuida es alguien comprometido con la plenitud humana de aquellos
a quienes orienta sus servicios y su capacidad de protección, y esto debe
afirmarse con todo vigor y a contracorriente de esta seudocultura competitiva e
individualista, que piensa de modo egoísta en el libre desarrollo egoísta de
unos sujetos que no saben del nosotros, afanosos de bienestar y de una libertad
no referida a la solidaridad.
Esto
conecta perfectamente con el cuidado y pastoreo evangélico de cada oveja, de cada
ser humano, sin establecer barreras que impidan el diálogo, los vínculos
profundos, la comunicación generosa, siempre disponiendo el talante de la
inclusión, del crear espacios de vida plena donde cada persona cuidada se
sienta con el pleno derecho a su filiación divina y a su humanidad: “Por
eso me ama el Padre, porque doy la vida, para recobrarla después. Nadie me la
quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para recobrarla
después. Este es el encargo que he recibido del Padre” (Juan 10: 17 –
18).