“Entonces
Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo
mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron”
(Juan
6: 11)
Lecturas:
1.
2 Reyes 4: 42 – 44
2.
Salmo 144: 10 – 18
3.
Efesios 4: 1 – 6
4.
Juan 6: 1 – 15
Cómo es la lógica de
cierto mundo predominante en todos los tiempos de la historia? Cómo es la que Jesús
propone en su anuncio del reino de Dios y su justicia? Dónde se marca el
contraste radical y cualitativo entre las dos perspectivas? Qué es lo que
determina que el asunto cristiano, el original de Jesús, sea mucho más que una religión?
Proponemos estas
preguntas a nuestros lectores con la intención de que las lecturas de este
domingo, y las reflexiones con las que las acompañamos, sean un sincero
esfuerzo de respuesta a las mismas, sabedores de que siempre – humildemente –
estamos tratando de atinar con el talante original de la Buena Noticia.
Siempre el pecado
individual y el social excluyen a las personas, les niegan los derechos
fundamentales propios de su dignidad, las maltratan, crean clasificaciones
abiertamente injustas, promueven la escasez – en abierta contradicción con la
abundancia de la creación - , hacen de
la desigualdad la ley imperante, justifican con ideología este desorden,
favorecen todo tipo de indignidades.
Por feliz
contrapartida, lo de Jesús es abundancia, comunión, inclusión, mesa servida
para todos, reconocimiento y participación, como subyace en el espíritu del
pasaje del capítulo 6 de Juan, evangelio de hoy: “Entonces Jesús tomó los panes, dio
gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los
pescados, dándoles todo lo que quisieron “ (Juan 6: 11).
Este relato se inscribe
en el famoso episodio de la multiplicación de los panes, que siempre ha gozado
de gran popularidad entre los seguidores de Jesús, porque con seguridad les
conmueve que este hombre de Dios, preocupado de alimentar con la mayor
generosidad a una muchedumbre, se ha quedado sin lo necesario para él,
significando con esto la mesa del banquete del reino, la abundancia de los
dones del Padre, la comunión como signo privilegiado del nuevo orden de vida
que viene con El, la actitud de
entregarse totalmente hasta el don de su misma vida: todo esto es lo que podemos apreciar en el texto
siguiente.
“Levantando la vista, y viendo el gentío
que acudía a Él, Jesús dice a Felipe: dónde compraremos pan para darles de
comer? Lo decía para ponerlo a prueba porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe
le contestó: doscientas monedas no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. Uno de los
discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice: aquí hay un muchacho que
tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero, qué es eso para tantos? Jesús
dijo: hagan que la gente se siente. Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los hombres eran cinco mil”
(Juan 6: 5 – 10).
Jesús piensa con
compromiso y responsabilidad en las necesidades básicas del ser humano, en su
integralidad. Felipe le hace ver que carecen de dinero, todos ellos son pobres
de verdad. Nos viene a la mente recordar que la mayoría de los que poseen
dinero jamás aportarán de su ser y de su
tener para resolver las carencias de la humanidad, se necesita algo que es
mucho más que esto. El estar sumergidos en el mundo de la abundancia
insensibiliza, hace perder la sintonía con estas precariedades de la pobreza.
A cambio, Jesús les
ayuda a vislumbrar que hay un camino diferente y liberador. Es indispensable
que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay tantos que pasan necesidades.
Sus discípulos deben aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que
posean, así sea poco; en la escasez florece una especial generosidad humana y
evangélica.
La actitud de Jesús es
la más elemental y elocuente. Quien nos va a enseñar a compartir si sólo
sabemos gastar y consumir? Quien nos va a liberar de la indiferencia ante los
pobres del mundo? Hay algo que nos pueda hacer definitivamente humanos? Cómo
producir el milagro de la solidaridad?
Jesús piensa en Dios
que es su Padre, y en esta multitud de prójimos que son sus hermanos, para
ellos toma el pan, para calmar su necesidad, para crear comunión, para romper
la maldición del egoísmo y de la acumulación pecaminosa de los bienes, para
implantar una nueva señal desde la paternidad de Dios significada en una
fraternidad real y posible.
Los primeros
cristianos, cuando compartían la eucaristía, se sentían genuinamente alimentados
por el Resucitado, y esto los llevaba a compartir sus bienes con tantos
hermanos que clamaban pan y dignidad. Verdaderamente eran los unos para los
otros, consecuencia clara del Espíritu
de Jesús.
Cómo se da esto hoy en
la Iglesia y en la sociedad? Marcados por la competencia individualista, el
cruel estilo del “sálvese quien pueda”, todo sucumbe a las leyes del mercado,
de las transacciones utilitarias, el tener por encima del ser, realidad
severamente fustigada por los padres de la iglesia, por el pensamiento social
cristiano, por muchos humanistas, por movimientos sociales.
Es el espíritu
competitivo una garantía de convivencia digna para los humanos? Es una
alternativa de bienestar, de calidad de vida, de dignidad? Tenemos a la vista
dos textos rigurosos que hacen camino en el mundo contemporáneo: “El
capital en el siglo XXI” del francés Thomas Piketty, y “El
malestar en la globalización” del norteamericano Joseph
Stitglitz, ponen el dedo en la llaga acerca de las graves
inconsistencias morales y sociales del modelo neoliberal, con la objetividad
propia del análisis económico evidencian la grave falla del sistema dominante
en el mundo justamente en materia de inclusión y de posibilidades para todos.
Desde la perspectiva de
Jesús, y en la clave de este capítulo 6
del evangelio cómo nos situamos antes estas realidades? Descubrimos allí uno de
los rasgos que deciden la novedad de vida que irrumpe con Él? Estamos
dispuestos a dejar que el esquema habitual vigente en la sociedad y en muchos
ámbitos de iglesia siga vigente, manteniendo el aislamiento y el
individualismo? La compasión de Jesús por las necesidades de la gente y el
gesto de multiplicar los panes y los peces nos hacen vislumbrar un nuevo estilo
de vida, el de compartir, el da dar vida en abundancia?
Jesús no solo
distribuye la comida, sino que preside una comunidad de mesa. Es descrito como
el Señor del banquete y los beneficiarios como convidados – una muchedumbre en
expectativa - , con una imagen que prefigura la eucaristía, don sobreabundante
y permanente, que significa, con la eficacia propia del sacramento, que Jesús está
presente, dándose El mismo como alimento para la nueva vida, que es histórica y
trascendente al mismo tiempo, fraternidad y comunión reales, justicia y
solidaridad, pan compartido para la vida de todos, pero también trascendencia plena y eterna al
recibir el don de Dios , cuando pasemos esta frontera de la historia hacia
Dios, para quedar insertos en el alimento interminable de su amor.
El capítulo 4 del libro
2 de los Reyes – relación de los milagros del profeta Eliseo – fortalece esta
propuesta: “Uno de Baal – Salisà vino a traer al profeta el pan de las primicias,
veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: dáselos a
la gente que coman. El criado replicó: qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió: dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor:
comerán y sobrará. Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como
había dicho el Señor” (2 Reyes 4: 42 – 44).
Este relato es una manera
de ilustrar acerca del Dios vivo comprometido con la vida, el alimento
inagotable para todos cuando se pone en común lo poco que se tiene. Respuesta
profética a una necesidad extrema, ante la que una sociedad compuesta de
acaparadores y codiciosos no puede responder. La orden de Eliseo es evidencia
de la soberanía de un Dios que, a toda costa y en contravía del egoísmo vigente
en muchos medios, quiere apostarlo todo por las personas en necesidad,
valiéndose del signo concreto del pan, como sacramento compartido, generador de
comunión y de hambre saciada.
No es un rollo
ideológico ocasional el constituido por la insistencia cristiana en la unidad,
en la mesa común, en la apertura fraterna a todos, en la convivencia saludable
en medio del natural pluralismo social, también religioso y cultural. En este sentido, hoy tenemos una invitación
concreta en el texto de la carta a los Efesios, que viene como segunda lectura
de este domingo: “Yo, el prisionero del Señor, los exhorto a vivir de acuerdo con la
vocación que han recibido. Sean humildes y amables, tengan paciencia y
sopórtense unos a otros con amor, esfuércense por mantener la unidad del
espíritu con el vínculo de la paz” (Efesios 4: 1 – 3).
La capacidad de Jesús
de captar amorosamente las necesidades humanas, del cuerpo y del espíritu, traducida en el gesto de
multiplicar los panes, como señal que indica donación de vida, y pan servido
para calmar a una multitud, es un gesto que se convierte en imperativo para
todo el que quiera comprometerse juiciosamente en este camino del evangelio. En
este contexto, entendemos también la invitación de Pablo a los Efesios. Un
cristiano no puede ser factor de escándalo y división.
De lo que se trata es
de marcar una huella provocadora de sentido, de esperanza, de fraternidad, de
tal fuerza que marque un contraste con esa tendencia egoísta a desconocer al
hermano y a ignorar sus carencias,
fracturando la comunidad. El gesto de Jesús, la orden de Eliseo al
criado, la invitación paulina, están enlazadas por este común denominador.
La soberanía unificante
de Dios, en las palabras de Pablo, es
determinante para este proyecto del nuevo ser humano que surge entre nosotros,
gracias al Padre de Jesús: “Uno es el cuerpo, uno el Espíritu, como una
es la esperanza a que han sido llamados, un sólo Señor, una sola fe, un sólo
bautismo, uno es Dios, Padre de todos, que está sobre todos, entre todos, en
todos” (Efesios 4: 4 – 6).