“Juan
le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y
tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros. Jesùs contestò: No se lo
prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal
de mì”
(Marcos
9: 38 – 48)
Lecturas:
1.
Nùmeros 11: 25 – 29
2.
Salmo 18: 8 – 14
3.
Santiago 5: 1 – 6
4.
Marcos 9: 38 – 48
El Espìritu no tiene
limitaciones, su acción es desbordante de amor, de creatividad, de innovación,
no puede ser encasillado por los estrechos lìmites que solemos imponer los
humanos, ni monopolizarlo en unos determinados ámbitos institucionales,
desconociendo las infinitas posibilidades de su actuar. El Espìritu sopla donde
quiere, y causa alarma e inquietud a los guardianes del orden establecido,
pretendidos concesionarios exclusivos de Dios y de sus dones.
Esto es lo que
pretenden hoy los textos de la primera lectura, libro de los Nùmeros, y el
evangelio de Marcos, cuando dice el primero, a propósito de los celos de Josuè
porque otros distintos de ellos estaban profetizando, este demanda a Moisès: “Moisès,
señor mìo, prohìbeselo. Moisès les respondió: Estàs celoso de mì? Ojalà todo el
pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”
(Nùmeros 11: 28 – 29).
De entrada vienen a la
mente nuestras propias intransigencias, sectarismos, celos enfermizos,
integrismos y fundamentalismos, lo mismo que las muchas evidencias de esto en
religiones, partidos políticos, sectas, camarillas de elegidos, grupos que se
sienten propietarios de las verdades de salvación, todos culpables de falso
mesianismo.
Pan nuestro de cada dìa
que desafortunadamente ha ocupado muchos escenarios de nuestro mundo religioso,
descalificando, condenando y excomulgando a los que son distintos de nosotros
en pràcticas y convicciones.
Asì mismo están procediendo los discípulos de Jesùs, en
la referencia de Marcos: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba
demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros”
(Marcos 9: 38).
La invitación es a “leer”
sutilmente el relato evangélico, dejando que interrogue nuestras vidas,
nuestros modos de pensamiento, nuestros estilos de proceder, si nos arraigamos
en posturas inamovibles, considerándolas universalmente vàlidas y condenando a
quienes no las comparten, juzgándolos como errados, desorientados, perdidos.
Esa sutileza es la que
se descubre en la fuerte y constante actitud de Jesùs ante este tipo de
mentalidad, sigue El empeñado en corregir este afán de superioridad, ese deseo
desordenado de ellos de controlar el naciente movimiento en torno suyo. Con el
pretexto de celo buscan afianzar privilegios, olvidando que todo lo que nos
hace diferentes como individuos es accidental y anecdótico. Unirnos a un grupo
con la intención de ser superiores y màs fuertes es una penosa ampliación del
ego.
Algo de esto se
transparenta con fuerza en las palabras de Santiago, segunda lectura de este
domingo, cuando hace sus advertencias a los ricos: “Sus riquezas están podridas; sus
ropas, comidas por la polilla. Su oro y su plata se han enmohecido, y ese moho
será una prueba contra ustedes y los destruirà como fuego” (Santiago 5:
2 – 3).
Son palabras de
indiscutible severidad, con ellas no se anda con rodeos para denunciar un
fundamentalismo, una pretensión arrogante de desconocer a los últimos y
excluìdos, un argumentar que los bienes materiales son criterio de dominio
sobre otros, incluidos el desprecio y el maltrato.
Y entre líneas se descubre un elemento central
del mensaje cristiano: ningún ser humano es superior a otro, no hay razones
vàlidas para afirmar algo asì. Tampoco las creencias religiosas nos erigen como
personas mejores con respecto a quienes
no las profesan, o a quienes viven en caminos religiosos distintos de los nuestros,
la dignidad humana es un asunto fundante y fundamental en términos de equidad y
de valoración de cada persona, independientemente de sus títulos, riquezas,
etnia, cultura, origen social, convicciones religiosas o políticas.
Esto es un embate
riguroso contra el espíritu de secta y contra el rechazo de las posibilidades
liberadoras, transformadoras que podemos tener todos los seres humanos para
diseñar un mundo màs saludable y ecuánime, màs amable y justo, sobre la raíz de
una excelente humanidad, realidad que puede estar presente entre creyentes y no
creyentes, en la diversidad de tradiciones religiosas y de posturas humanistas
y filosóficas. El bien es un asunto universal. En esto Jesùs es enfático y
contundente!
Con exquisitez pero con
no menor espíritu de profecía y confrontación, Jesùs responde a sus
discípulos:” No se lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre, podrá
luego hablar mal de mì. El que no està contra nosotros, està a nuestro favor.
Cualquiera que les dè a ustedes aunque solo sea un vaso de agua por ser ustedes
de Cristo, les aseguro que tendrá su premio” (Marcos 9: 39 – 41). Este
texto contiene una preciosa afirmación ecuménica, los dones de Dios no son
exclusividad de este o de aquel grupo, El y ellos son de todos y para todos.
En cambio, encerrarnos
en una secta, en un grupo aislado y soberbio con respecto a los demás, es
idolatrìa. Del reino no se excluye a nadie, la libertad de Dios y de su amor es
común denominador que se extiende a todos los ámbitos de buena voluntad que se
dan y pueden darse entre los seres humanos. No se nos olvide que monopolizar a
Dios es negarlo. La pretensión de exclusividad ha hecho trizas las mejores
iniciativas religiosas de todos los tiempos.
Considerar absoluta
cualquier idea de Dios como si fuera definitiva e imponerla a otros a la fuerza
es la mejor manera de entrar en el integrismo, fanatismo e intransigencia.
Poner lìmites al amor de Dios es ridiculizarlo. A veces, cuando nos da por este
espíritu de secta, nuestra pretendida defensa de Dios equivale a defender
intereses mezquinos y profundamente egoístas.
Entre el episodio de la
primera lectura (Nùmeros) y el que nos narra Marcos hay doce siglos de distancia, pero la actitud es idéntica.
Seguimos excluyendo al que piense o actùe diferente, mirándolo con rabia, con
sospecha, y con disposición para excomulgarlo.
Podemos decir que en no
pocas ocasiones el teísmo a ultranza, con todas sus versiones de
fundamentalismo y vanidad religiosa , es mucho màs perjudicial que el ateísmo.
Grandes barbaridades en la historia se han cometido en nombre de Dios:
anatemas, inquisiciones, cruzadas, condenas. Ese tipo de Dios es un ídolo, y
claramente estamos llamados a ser ateos de esa figura, ese no es el Padre de Jesùs!
Jesùs no es patrimonio
exclusivo de los cristianos y de sus muchas iglesias y denominaciones. Si bien
estas asumen , cuando están evangélicamente orientadas, el dinamismo del
evangelio y el talante cristocèntrico que les es inherente, el Señor Jesùs es
patrimonio de toda la humanidad. Su gran intención y praxis està determinada
por la cercanìa misericordiosa del Padre a todos los humanos.
Budistas, musulmanes,
animistas, brahmanes, judíos, cristianos en sus múltiples identidades y
versiones doctrinales y eclesiales, si asumen su espiritualidad, su fe, su
sentido de trascendencia, con raíces de diálogo y apertura, son incuestionables
evidencias y sacramentalidades del Espìritu.
Atenciòn a las palabras
del Papa Francisco, el jueves 24 de septiembre, en el Congreso de los Estados
Unidos: “Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquietante
situación social y política de nuestro mundo. El mundo es cada vez màs un lugar
de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso
en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna
religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo
ideológico. Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de
fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia
perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema
económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las
ideas, de las personas, requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que
trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de
prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en
buenos y malos; permítanme usar la expresión: en justos y pecadores”.
La sòlida identidad de
una determinada creencia religiosa debe ser siempre ecuménica y dialogante, ese
es el gran signo de salud espiritual. El ecumenismo y el diálogo interreligioso
son hoy imperativos porque nos llevan a descubrir los valores y la sabiduría de
las diferentes tradiciones de fe y de caminos hacia Dios, haciéndonos
conscientes de las convergencias y búsquedas del bien para todos los humanos,
sin sacrificar los aspectos propios de cada tradición.
En la segunda parte del
texto de Marcos Jesùs advierte a los discípulos sobre el escàndalo, y lo hace
de manera didáctica, fuerte y severa, con algunas comparaciones de este tinte,
y concluye: “Porque todos serán salados con fuego. La sal es buena, pero si deja de
estar salada, còmo podrán ustedes hacerla útil otra vez? Tengan sal en ustedes
y vivan en paz unos con otros” (Marcos 9: 49 – 50).
Escandaloso es excluìr,
condenar, desconocer las bondades de los otros, afirmar con arrogancia la
propia supremacía o la del grupo de pertenencia. Constructivo, humanizante,
evangelizador, es propiciar la comunión y la participación, sabedores de que
todos venimos de Dios y a El vamos por diversos caminos con esperanzas comunes!