domingo, 27 de septiembre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 27 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO



“Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros. Jesùs contestò: No se lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mì”
(Marcos 9: 38 – 48)

Lecturas:
1.   Nùmeros 11: 25 – 29
2.   Salmo 18: 8 – 14
3.   Santiago 5: 1 – 6
4.   Marcos 9: 38 – 48
El Espìritu no tiene limitaciones, su acción es desbordante de amor, de creatividad, de innovación, no puede ser encasillado por los estrechos lìmites que solemos imponer los humanos, ni monopolizarlo en unos determinados ámbitos institucionales, desconociendo las infinitas posibilidades de su actuar. El Espìritu sopla donde quiere, y causa alarma e inquietud a los guardianes del orden establecido, pretendidos concesionarios exclusivos de Dios y de sus dones.
Esto es lo que pretenden hoy los textos de la primera lectura, libro de los Nùmeros, y el evangelio de Marcos, cuando dice el primero, a propósito de los celos de Josuè porque otros distintos de ellos estaban profetizando, este demanda a Moisès: “Moisès, señor mìo, prohìbeselo. Moisès les respondió: Estàs celoso de mì? Ojalà todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor” (Nùmeros 11: 28 – 29).
De entrada vienen a la mente nuestras propias intransigencias, sectarismos, celos enfermizos, integrismos y fundamentalismos, lo mismo que las muchas evidencias de esto en religiones, partidos políticos, sectas, camarillas de elegidos, grupos que se sienten propietarios de las verdades de salvación, todos culpables de falso mesianismo.
Pan nuestro de cada dìa que desafortunadamente ha ocupado muchos escenarios de nuestro mundo religioso, descalificando, condenando y excomulgando a los que son distintos de nosotros en pràcticas y convicciones.
Asì mismo  están procediendo los discípulos de Jesùs, en la referencia de Marcos: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros” (Marcos 9: 38).
La invitación es a “leer” sutilmente el relato evangélico, dejando que interrogue nuestras vidas, nuestros modos de pensamiento, nuestros estilos de proceder, si nos arraigamos en posturas inamovibles, considerándolas universalmente vàlidas y condenando a quienes no las comparten, juzgándolos como errados, desorientados, perdidos.
Esa sutileza es la que se descubre en la fuerte y constante actitud de Jesùs ante este tipo de mentalidad, sigue El empeñado en corregir este afán de superioridad, ese deseo desordenado de ellos de controlar el naciente movimiento en torno suyo. Con el pretexto de celo buscan afianzar privilegios, olvidando que todo lo que nos hace diferentes como individuos es accidental y anecdótico. Unirnos a un grupo con la intención de ser superiores y màs fuertes es una penosa ampliación del ego.
Algo de esto se transparenta con fuerza en las palabras de Santiago, segunda lectura de este domingo, cuando hace sus advertencias a los ricos: “Sus riquezas están podridas; sus ropas, comidas por la polilla. Su oro y su plata se han enmohecido, y ese moho será una prueba contra ustedes y los destruirà como fuego” (Santiago 5: 2 – 3).
Son palabras de indiscutible  severidad, con ellas  no se anda con rodeos para denunciar un fundamentalismo, una pretensión arrogante de desconocer a los últimos y excluìdos, un argumentar que los bienes materiales son criterio de dominio sobre otros, incluidos el desprecio y el maltrato.
 Y entre líneas se descubre un elemento central del mensaje cristiano: ningún ser humano es superior a otro, no hay razones vàlidas para afirmar algo asì. Tampoco las creencias religiosas nos erigen como personas mejores  con respecto a quienes no las profesan, o a quienes viven en caminos religiosos distintos de los nuestros, la dignidad humana es un asunto fundante y fundamental en términos de equidad y de valoración de cada persona, independientemente de sus títulos, riquezas, etnia, cultura, origen social, convicciones religiosas o políticas.
Esto es un embate riguroso contra el espíritu de secta y contra el rechazo de las posibilidades liberadoras, transformadoras que podemos tener todos los seres humanos para diseñar un mundo màs saludable y ecuánime, màs amable y justo, sobre la raíz de una excelente humanidad, realidad que puede estar presente entre creyentes y no creyentes, en la diversidad de tradiciones religiosas y de posturas humanistas y filosóficas. El bien es un asunto universal. En esto Jesùs es enfático y contundente!
Con exquisitez pero con no menor espíritu de profecía y confrontación, Jesùs responde a sus discípulos:” No se lo prohíban, porque nadie que haga un milagro en mi nombre, podrá luego hablar mal de mì. El que no està contra nosotros, està a nuestro favor. Cualquiera que les dè a ustedes aunque solo sea un vaso de agua por ser ustedes de Cristo, les aseguro que tendrá su premio” (Marcos 9: 39 – 41). Este texto contiene una preciosa afirmación ecuménica, los dones de Dios no son exclusividad de este o de aquel grupo, El y ellos son de todos y para todos.
En cambio, encerrarnos en una secta, en un grupo aislado y soberbio con respecto a los demás, es idolatrìa. Del reino no se excluye a nadie, la libertad de Dios y de su amor es común denominador que se extiende a todos los ámbitos de buena voluntad que se dan y pueden darse entre los seres humanos. No se nos olvide que monopolizar a Dios es negarlo. La pretensión de exclusividad ha hecho trizas las mejores iniciativas religiosas de todos los tiempos.
Considerar absoluta cualquier idea de Dios como si fuera definitiva e imponerla a otros a la fuerza es la mejor manera de entrar en el integrismo, fanatismo e intransigencia. Poner lìmites al amor de Dios es ridiculizarlo. A veces, cuando nos da por este espíritu de secta, nuestra pretendida defensa de Dios equivale a defender intereses mezquinos y profundamente egoístas.
Entre el episodio de la primera lectura (Nùmeros) y el que nos narra Marcos hay doce siglos  de distancia, pero la actitud es idéntica. Seguimos excluyendo al que piense o actùe diferente, mirándolo con rabia, con sospecha, y con disposición para excomulgarlo.
Podemos decir que en no pocas ocasiones el teísmo a ultranza, con todas sus versiones de fundamentalismo y vanidad religiosa , es mucho màs perjudicial que el ateísmo. Grandes barbaridades en la historia se han cometido en nombre de Dios: anatemas, inquisiciones, cruzadas, condenas. Ese tipo de Dios es un ídolo, y claramente estamos llamados a ser ateos de esa figura, ese no es el Padre de Jesùs!
Jesùs no es patrimonio exclusivo de los cristianos y de sus muchas iglesias y denominaciones. Si bien estas asumen , cuando están evangélicamente orientadas, el dinamismo del evangelio y el talante cristocèntrico que les es inherente, el Señor Jesùs es patrimonio de toda la humanidad. Su gran intención y praxis està determinada por la cercanìa misericordiosa del Padre a todos los humanos.
Budistas, musulmanes, animistas, brahmanes, judíos, cristianos en sus múltiples identidades y versiones doctrinales y eclesiales, si asumen su espiritualidad, su fe, su sentido de trascendencia, con raíces de diálogo y apertura, son incuestionables evidencias y sacramentalidades del Espìritu.
Atenciòn a las palabras del Papa Francisco, el jueves 24 de septiembre, en el Congreso de los Estados Unidos: “Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquietante situación social y política de nuestro mundo. El mundo es cada vez màs un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico. Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas, requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos; permítanme usar la expresión: en justos y pecadores”.
La sòlida identidad de una determinada creencia religiosa debe ser siempre ecuménica y dialogante, ese es el gran signo de salud espiritual. El ecumenismo y el diálogo interreligioso son hoy imperativos porque nos llevan a descubrir los valores y la sabiduría de las diferentes tradiciones de fe y de caminos hacia Dios, haciéndonos conscientes de las convergencias y búsquedas del bien para todos los humanos, sin sacrificar los aspectos propios de cada tradición.
En la segunda parte del texto de Marcos Jesùs advierte a los discípulos sobre el escàndalo, y lo hace de manera didáctica, fuerte y severa, con algunas comparaciones de este tinte, y concluye: “Porque todos serán salados con fuego. La sal es buena, pero si deja de estar salada, còmo podrán ustedes hacerla útil otra vez? Tengan sal en ustedes y vivan en paz unos con otros” (Marcos 9: 49 – 50).
Escandaloso es excluìr, condenar, desconocer las bondades de los otros, afirmar con arrogancia la propia supremacía o la del grupo de pertenencia. Constructivo, humanizante, evangelizador, es propiciar la comunión y la participación, sabedores de que todos venimos de Dios y a El vamos por diversos caminos con esperanzas comunes!

domingo, 20 de septiembre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 20 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

“Si alguno quiere ser el primero, que se  haga el último de todos y el servidor de todos”
(Marcos 9: 35)

Lecturas:
1.   Sabiduría 2: 17 – 20
2.   Salmo 53: 3 – 8
3.   Santiago 3: 16 a 4:3
4.   Marcos 9: 30 – 37
En el contexto que propone hoy el evangelio de Marcos Jesús atraviesa Galilea, hacia Jerusalén, donde le espera la cruz. El relato dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque estaba dedicado a la instrucción de sus discípulos, en ese esfuerzo permanente y – a menudo – de pocos resultados con ellos, iniciándolos en la lógica del Reino de Dios y su justicia.
Es evidente que esa nueva enseñanza tiene como centro la realidad de la cruz, trata de convencerles de que no ha venido a realizar un mesianismo de poder sino de servicio a todos. Qué costoso resultó para El cambiar la mentalidad de quienes le seguían más de cerca!
A los discípulos no les pasa por su mente la perspectiva crucificada, dolorosa, dramática, desempoderada, que se vislumbra en el horizonte de Jesús; mientras él les habla de entrega y de cruz ellos están embebidos en sus ambiciones: “ Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús les preguntó: ¿ Sobre qué discutían por el camino? Ellos se quedaron callados, porque habían discutido entre ellos cuál era el más importante de todos” (Marcos 9: 33 – 34).
Esta simple escena es reveladora de esa viejísima tentación de la humanidad, la de buscar el brillo y el éxito individual, los aplausos, el poder, la cercanía de quienes los detentan, el concebir la vida como carrera de ascensos, el mapa mental de quienes imaginan la felicidad como un asunto de fama, riquezas materiales, comodidades, cargos de importancia, con el agravante de que no se integran los demás, los llamamientos de su dignidad, la solidaridad con los humillados, la justicia, la pasión del amor y del servicio.
Abrimos cualquier revista de famosos y poderosos, se registran paso a paso sus banalidades, sus máscaras, sus costumbres, la escandalosa mediocridad de las anécdotas con las que algunos periodistas quieren deslumbrar a su también banal y decadente público lector. Dónde hay allí espacio para las grandes preguntas del sentido de la vida, para dedicarse en serio a servir al prójimo, para escrutar los signos de los tiempos en clave de entrega fraterna? No es rentable, no da puntos, no interesa!!
Esto es lo que algunos estudiosos de la cultura llaman la sociedad del espectáculo, donde se juntan los interesados en el individualismo, en la religión del ego, en la competencia desaforada y malsana, los enfermos de aparecer en páginas sociales, los que usan a los pobres para su provecho y prestigio, los que no saben de amor sino de enfermiza autosatisfacción.
Pues Jesús reacciona al miedo de sus discípulos así: “Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos, y tomando a un niño, lo puso entre ellos , lo estrechó entre sus brazos y les dijo: El que recibe a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe no me recibe a mí, sino al que me envió” (Marcos 9: 35 – 37).
A propósito de esto dice el conocido teólogo José Antonio Pagola: “Una Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús”.
Jesús no nos pide que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser los primeros, pero a través de  un camino muy distinto al que ordinariamente nos apuntamos. La grandeza no la vamos a lograr dominando a los demás, utilizándolos como pantalla o pretexto para la fama, sino poniéndonos a su servicio.
Eso es lo que quiere decir con la escena del niño. En esos tiempos, los chiquillos no gozaban de consideración alguna, era instrumentos de los mayores que acudían a ellos como pequeños esclavos, estos últimos estaban en la escala más baja de los que se dedican a servir. El gesto es claro en la invitación que les está haciendo a identificarse con El. El que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, el utilizado y minimizado por todos, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad.
Esto se hace más radical con esta afirmación: el que se identifica con Jesús se identifica con el Padre Dios, aquí está la esencia del mensaje. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello.
Pero para muchos este asunto esencial , después de más de veinte siglos, sigue sin convocar, sin conmover, sin retar, sin interesar. Como los discípulos, muchos seguimos sin enterarnos, mejor: sin querer enterarnos, porque intuimos que las exigencias no responden a nuestras expectativas.
Muchos siguen enfrascados en la lucha del poder: cargos, títulos, carrera dentro de la iglesia y en la sociedad civil, encantados de ser llamados con denominaciones de alcurnia, de nobleza, de dominio sobre los demás, fascinados con ser “doctores”, “eminencias”, “señores”, “doñas”, “presidentes”, “comandantes”, “generales”, “excelencias”, “monseñores”, cuando la genuina nobleza evangélica es la de dar la vida sin reservas por amor a todos.
Esto lo reflejan con claridad meridiana las palabras de Jesús: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo van a matar; y a los tres días de muerto, resucitará” (Marcos 9: 31), con la consabida actitud de los discípulos: “Pero ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle” (Marcos 9: 32).
Vale la pena esclarecer que este servicio, este estilo de vida en cruz y entrega no es sometimiento servil, servidumbre indigna, aduladora, corte de elogios y alabanzas vana, con la que contrasta la dinámica de la iglesia primitiva que es  la diaconía, expresión que en el uso civil de la época significa servicio a la mesa, menester humilde, entrega a los más necesitados,  el que verdaderamente humaniza y da sentido de salvación y de liberación.
En la base de este amor se imponen sujetos saludables afectiva y espiritualmente, nada de masoquistas ni de ascetas voluntaristas en plan de autocastigo, ni de personas que se imaginan a un Dios antropomórfico, mezquino y humillante.
 El que se perfila aquí es el Dios siempre mayor de Ignacio de Loyola, el del señalamiento en el mayor amor del mundo, el que ha movido y sigue moviendo a los grandes y pequeños generosos de la historia, el que enamoró a Teresa de Jesús y a la de Calcuta, el que inspira a las buenas mujeres mexicanas que salen al paso de las caravanas de migrantes que van hacia Estados Unidos en búsqueda de mejores horizontes para vivir, el que hizo caer redondo a Francisco Javier a los pies del crucificado, el que sacó a Carlos de Foucauld de la vida vana y ligera para hacerlo el servidor de los tuaregs en el desierto argelino.
Estamos dispuestos a renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades? Queremos fijarnos amorosamente en los débiles, en los abandonados, en los pequeños, en los escarnecidos, en los solitarios, en los olvidados, y descubrimos en el camino de Jesús la gran alternativa de bienaventuranza y de significado trascendente para nuestros proyectos de vida?
Tengamos bien presente que al asumir este talante nos exponemos a la suerte del justo, contra el que traman y conspiran los perversos: “Comprobemos si lo que  dice es verdad y veamos lo que le sucederá al final. Si el justo es hijo de Dios, El le ayudará y lo librará de sus enemigos. Humillémoslo y atormentémoslo para conocer hasta qué punto se mantendrá firme y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte humillante, ya que, según él, Dios intervendrá en su favor” (Sabiduría 2: 17 – 20).

Justamente quienes andan enamorados del poder, y de la muy frecuente injusticia que lo acompaña, no soportan la rectitud de los justos e inocentes, de los que encarnan un modelo de vida diametralmente opuesto al suyo, porque los confronta, los desenmascara, y porque ponen en crisis su modelo egolátrico y carente de solidaridad. Así ha sucedido “por los siglos de los siglos”.
Vamos a poner cuidado en estos días siguientes al Papa Francisco, en su viaje pastoral a Cuba y a Estados Unidos, para volver a escuchar la palabra vibrante de su ministerio en estas materias evangélicas de servicio, de abnegación, de cruz y entrega de la propia vida, en dos sociedades, una el santuario del capitalismo neoliberal, y la otra el de un régimen que pretendiéndose igualitario y justo, ha desconocido libertades y dignidades. Qué brillen la profecía del Evangelio y la libertad de Jesús!
Recordemos así a esos cristianos raizales que en diversos tiempos de la historia y en diversas sociedades y contextos han dado testimonio supremo, cruento o incruento, de este despojo de vanas pretensiones y deseos de poder para significar con sus relatos vitales que Dios se hace Palabra cuando una persona se deja de sí misma para entregar todo su ser y su quehacer en aras del amor, de la vida y de la dignidad de los demás.

Como aquel sacerdote franciscano, Maximiliano Kolbe, que en el campo de concentración de Auschwitz, en medio de la ignominia de la II Guerra Mundial, ofreció su vida a cambio de la de un prisionero que iba  ser fusilado por los nazis!

domingo, 13 de septiembre de 2015

COMUNITAS MATUTINA 13 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.   Isaías 50: 5 – 9
2.   Salmo 114: 1 – 9
3.   Santiago 2: 14 – 18
4.   Marcos 8: 27 – 35
Una de las grandes manifestaciones del pecado es la de volvernos autorreferenciales, los seres humanos, las instituciones, las ideologías, las religiones, los paradigmas de esto o de aquello. Es la errada convicción de creer que somos la medida de todo, que nuestras verdades tienen que ser las de los demás, que  nuestra visión de la vida es la única válida, que nuestras decisiones y modos de proceder son los que pueden salvar al mundo, a la humanidad.
Así desfilan emperadores, reyezuelos, dictadores, tiranos, egos desmedidos, mentalidades exclusivas y excluyentes, fundamentalismos de todo tipo, arrogancias, soberbias, vanidades y demás universos encerrados en su profundo egoísmo, pretendiendo dominar sobre todo y sobre todos, realidades que al final resultan como dice dramáticamente el salmo 135: “Los ídolos de los paganos son plata y oro, hechura de manos humanas, tienen boca y no hablan, tienen  ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no respiran. Sean como ellos los que los hacen, cuantos confían en ellos” (Salmo 135: 15 – 18) .
También llamamos la atención sobre el espíritu de competencia individualista,  tan frecuente en muchos ambientes de la sociedad, incluídos los religiosos; el culto al ego manifestado en tantas evidencias de esta sociedad del espectáculo, el ámbito de los ricos y famosos, los triunfadores, las gentes del poder, los artistas , las modelos y reinas de belleza, la farándula, y tantos espacios en los que se magnifica a muchos porque son ricos, exitosos, bellos, apuestos, ganadores.
Viendo las cosas con sutileza podemos detectar que esto conlleva a definir que quienes no son así son los perdedores, los sin oportunidades, los fracasados, los seres humanos que no han logrado competir en esta atropellada carrera del éxito.
Constatación grave y dolorosa es la de muchos poderosos que han llevado sus sociedades, sus países, sus grupos, al fracaso y a la crisis. Adolfo Hitler que enalteció a los alemanes haciéndoles creer el mito de su superioridad racial hizo sucumbir a su país después de la hecatombe de la II Guerra Mundial, propiciada por él y por sus fanáticos y dementes seguidores; el Imperio Romano, centro de poder y de prestigio en la edad antigua también cayó, víctima de sus excesos y absolutismos.
Para marcar un contraste radicalmente revolucionario nos surge en la historia Jesús de Nazareth, el mesías crucificado, humillado y ofendido por esos pretendidos poderes salvadores, el religioso judío y el político romano. A esto va el evangelio de hoy, en consonancia con la primera lectura, del profeta Isaías.
El texto de Isaías, anticipo de este mesianismo crucificado transparenta esa ruptura que se hace explícita en Jesús, y que lleva por los caminos de la negativa al poder y al esplendor, exaltando algo que a la inmensa mayoría parece descabellado, totalmente en contravía de lo que piensan y creen las personas “sensatas”: “El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás, ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que me mesaban la barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos” (Isaías 50: 5 – 6).
En Isaías hay cuatro cánticos llamados del Siervo de Yahvé, en los que se delinea este servidor doliente, humillado, maltratado, crucificado, que contrasta escandalosamente con la expectativa de un Mesías victorioso y generador de “resultados” de éxito para quienes confían en él. Eso, lo repetimos, es abiertamente provocador para el habitual esquema de pensamiento y de conducta que cubre a muchísima gente en todos los tiempos de la historia.
De dónde sale esta lógica de muerte, de dolor, de cruz? Sigamos a Marcos: “Jesús emprendió el viaje con sus discípulos hacia la aldea de Cesarea de Filipo. Por el camino preguntaba a los discípulos: Quién dicen los hombres que soy yo? Le respondieron: unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que uno de los profetas. Y ustedes, quien dicen que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías.  Entonces los amonestó para que a nadie hablasen de ello” (Marcos 8: 27 – 30).
La escena parte en dos el evangelio de Marcos y pone de frente el gran asunto del “secreto mesiánico” y del “mesianismo crucificado”, núcleo esencial de este relato. Todo lo que sigue, hasta el capítulo 16 ratifica contundentemente esta perspectiva.
Quién es Jesús? La respuesta no puede venir por los lados de un complejo razonamiento científico o filosófico. El único modo atinado de responder a la cuestión que Jesús plantea a sus discípulos se da a partir de la honda vivencia interior de la fe, lo que San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales llama el “conocimiento interno de Jesús”,  el que se vive en la experiencia espiritual, en su seguimiento, en la configuración constante de nuestra vida con la de él, en la aceptación de su lógica de cruz y de donación de la vida.
Esa pregunta hecha así a los discípulos tiene “malicia”, consciente él de que al hacerla se está enfrentando con la mentalidad de triunfo y de gloria propia de Pedro y compañeros, y de todo el ámbito social y religioso en el que ellos vivían, y por el que estaban modelados, justamente para resaltar la clave de su mensaje: dejarse crucificar por amor, dejarse condenar hasta el extremo es más humano que dañar a alguien, que matar, que humillar, que destruír. Esta es la locura suprema de la cruz!
Debemos seguir siempre en  esta constante pregunta, de la respuesta depende la comprensión que tengamos de nosotros mismos, de nuestras opciones y determinaciones, de nuestras actuaciones, de todo nuestro ser y quehacer. Captar y asumir la identidad de Jesús es decisivo para captar y asumir la nuestra.
Somos buscadores de gloria, aplausos, riqueza, triunfos egoístas, dominación sobre los demás, honores del mundo? Estamos persuadidos de  que lo  nuestro es entrar a la galería de la fama? Nos sentiríamos frustradísimos si estos “ideales” no se logran? Nuestra felicidad depende de desempeñar cargos importantes, de tener gran capacidad adquisitiva y comodidades materiales? Nos cuidamos de comprometernos de denunciar lo que es deshonesto y malo? Por comodidad no nos involucramos en la solidaridad y en el servicio? Nos cuidamos siempre de no exponer la vida por causas e ideales nobles? Despreciamos a los “locos” y a los profetas que dan la vida, que no transan con el poder? Esta es una identidad, y no es  precisamente la de Jesús!
La contrapartida evangélica  está tipificada así: “Les hablaba con franqueza. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, viendo a los discípulos, dice a Pedro: retírate, Satanás! Piensas al modo humano, no según Dios” (Marcos 8: 32 – 33). Jesús confronta con gran severidad a Pedro, y en él a quienes participan de esta mentalidad, porque sabe que la actitud de Pedro y de muchos es la de que no se exponga, la de que se proteja, que no se enfrente al poder religioso judío y al poder político romano, que sea “prudente”, que no se crucifique, porque es locura e insensatez.
El lenguaje de Marcos es fuerte y quiere dejar claro cuál es el proyecto de Jesús, en el que juega su identidad y la de aquellos que se quieran implicar con él: “Quien quiera seguirme , niéguese a sí, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe en salvar la vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará” (Marcos 8: 34 – 35).
Jesús, un simple reformador religioso y moral? Un caudillo político, agitador de masas? El creador de nuevas instituciones, leyes y rituales? Un hacedor de milagros sin contenido? Alguien dulcificado por la piedad popular sin capacidad para el conflicto profético y para la denuncia en nombre de Dios? Probablemente un ser simpático y “chévere”, contemporizador con todo y con todos?
Hay muchas interpretaciones de Jesús, en las tradiciones orales, en la religiosidad popular, en la literatura y  en las artes, en los mapas mentales de los creyentes, en los énfasis de la multitud de denominaciones cristianas y de iglesias, en la filosofía y en la teología. Todos estos quieren tenerlo a su favor para que sea su gran legitimador, pero la mayoría se cuida de comprometerse con el escándalo del crucificado.
A raíz de la respuesta dada inicialmente por Pedro: “Tú eres el Mesías” (Marcos 8: 29), Jesús aclara con vigor: “Y empezó a explicarles que aquel Hombre tenía que sufrir mucho, ser reprobado por los senadores, los sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al cabo de tres días resucitar” (Marcos 8: 31). Pedro no soporta esto y por eso , escandalizado, lo increpa.
Dónde quedamos nosotros? Cuál es nuestra identidad? Cuál nuestra respuesta a la cuestión que él nos demanda, siempre cargada de “malicia mesiánica”? Estamos por la lógica del poder o por la del servicio? Por la del individualismo y la autorreferencialidad, o por la del amor que no contempla riesgos para entregarse y dar vida?

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