“Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y
gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ànimo y levanten
la cabeza, porque se acerca su liberación”
(Lucas 21: 27 – 28)
Lecturas
1. Jeremìas 33: 14 – 16
2. Salmo 24: 4 – 14
3. 1 Tesalonicenses 3: 12 a 4: 2
4. Lucas 21: 25 – 28 y 34 – 36
El
pueblo de Israel vivió toda su historia en tònica de continua espera,
también en la comunidad cristiana vivimos en la expectativa del
advenimiento del reino de Dios y su justicia. Por esto, encontramos en
el Antiguo y en el Nuevo Testamento un acopio de textos bellísimos que
tienen como común denominador la esperanza en Aquel que ha de venir para
nuestra salvación y liberación.
Este es el espíritu del tiempo
de Adviento, y eso es lo que significa este tèrmino que identifica la
etapa previa a la Navidad.
El lenguaje de la mente oscila
siempre entre el pasado y el futuro, evocaciones, recuerdos , planes,
ideales , proyecciones. Esto hace que estemos en ese permanente vaivén,
vueltos hacia atrás, con una memoria rumiante, o proyectados hacia
adelante, para forjarnos la esperanza de algo mejor que lo presente.
Tambièn
los creyentes estamos en un proceso similar, celebrando el pasado o
aguardando el futuro. Esto hace que sea necesario entrar en un silencio
creativo, acallando tanta sonoridad, para percibir que el único lugar de
la vida es el presente. Y que este, vivido en profundidad, es el
espacio de la plenitud. Por eso, lo que llamamos “venida-adviento” ya
es “llegada”, està sucediendo ahora. Este es el tiempo de Dios, aquí y
ahora.
Clarìsimo que no se puede reducir a un simple acontecer
cronológico, paso de un momento a otro en el sentido escueto del devenir
del tiempo. Este PRESENTE no es movimiento permanente del almanaque, es
aquello que contiene el tiempo! : “En aquellos días y en aquella sazòn
harè brotar
para David un germen justo, que practicarà el derecho
y la justicia en la tierra. En aquellos días estarà a salvo Judà, y
Jerusalèn vivirà en seguro. Y asì se la llamarà: Yahvè, nuestra
justicia” (Jeremìas 33: 15 – 16).
Podemos asì distinguir entre
“cronos” , que es el tiempo cronológico, y “kairòs”, que es el tiempo de
salvación, el presente que trasciende las limitaciones espacio –
temporales donde Dios sucede creando, recreando, salvando, liberando.
Son tiempos no contradictorios, en el sentido de que lo divino no es
distinto de lo humano ni superior a èl, la historia de los seres
humanos, nuestros relatos vitales, son el ámbito donde Dios sucede,
transformando el “cronos” en “kairòs”. El hace que deje de ser sucesión
de acontecimientos para convertirlo en historia con perspectiva de
trascendencia, con sentido.
Dios es el futuro del ser humano, es
su plenitud, su principio y fundamento, su sentido de vida, incluso
para aquellos-as que libremente no lo aceptan como rector de sus
biografías. Siempre los seres humanos aguardamos algo definitivo como
significado pleno de todo lo que somos y hacemos, para muchos es Dios
explícitamente, para otros muchos es un Dios anónimo que se traduce en
la justicia, la dignidad humana, la solidaridad.
Còmo cultivar
esta lógica del adviento, de Aquel que siempre està viniendo para
salvar, en este mundo de tragedias y desafueros? En Mali y Nairobi y
Beirut y Parìs, en esta Colombia nuestra con tantas víctimas, en los 43
jòvenes desaparecidos y asesinados en Mèxico en 2014, en el brutal drama
de Siria e Iraq, en las pobrezas sin lìmite de Haitì y Centro Amèrica,
del Africa subsahariana y de los multitudinarios asentamientos de
pobreza en las grandes ciudades? Còmo significar con eficacia, amor,
solidaridad, la real posibilidad de este Dios que se hace historia y
carne humana, pesebre y cruz, para salvar, redimir y transformar?
Estas
preguntas son orientadas directamente a nosotros como acicate para
nuestra responsabilidad humana y creyente, cuestión radical donde se
combinan en saludable interacción la iniciativa gratuita de Dios con el
ejercicio de nuestra libertad comprometida.
Este tiempo nos
invita a estar en vigilante espera y también a prepararnos dignamente
para el acontecimiento de Navidad, trascendiendo la puntualidad
cronológica para sumergirnos en el Presente del Dios que se inserta en
la humanidad inculcando la novedad del reino, la llegada de ese nuevo
orden de vida, en el que se cambia la lógica del poder, del
individualismo, por la del servicio y la solidaridad, personificando
esta irrupción en la persona del Señor Jesùs.
“En cuanto a
ustedes, que el Señor los haga progresar y sobreabundar en el amor mutuo
– y en el amor para con todos – como es nuestro amor para con ustedes.
De ese modo se consolidaràn sus corazones con santidad irreprochable
ante Dios, nuestro Padre, de cara a la venida de nuestro Señor
Jesucristo, con todos sus santos” (1 Tesalonicenses 3: 12 – 13), es el
deseo de Pablo para esta comunidad de cristianos de Tesalònica, en el
que es transparente la esperanza de una humanidad nueva, la que llega
con el esperado de los tiempos.
Cuàntas veces en cuàntos y muy
diversos momentos de la historia los seres humanos hemos esperado
mesìas, salvadores, redentores, de todo tipo, políticos, religiosos,
económicos, étnicos, sociales, y cuàntas veces también hemos vivido
decepciones profundas con consecuencias fatales para todos. Desfilan
Alejandro Magno, los emperadores de Grecia y Roma, Carlomagno,
Constantino, Carlos V, Luis XIV, Hitler, Mussolini, los zares de Rusia,
Stalin, los deprimentes dictadores latinoamericanos, los habitantes de
la Casa Blanca, del Elìseo, del Palacio de Buckingham. Idolos con pies
de barro!
Tema denso para reflexionar sobre los lìmites de la
pretendida grandeza de los poderosos, cuyo contenido – es de esperar –
ha de llevarnos a vivir en una saludable relatividad y a enfocar
nuestras expectativas en otras referencias mucho màs definitivas y
trascendentes.
Los judíos esperaron durante largos siglos la
liberación. Y cuando llegó Jesùs con su oferta de salvación lo
rechazaron, lo juzgaron, lo condenaron, lo asesinaron, porque no
coincidìa con su mesianismo. Les escandalizò su pobreza, su estar pobre
con los pobres, su desposesión, su confrontación del establecimiento
religioso y legal, su solidaridad con los pecadores, su negativa al
poder, su comunicación de Dios como padre cercano y misericordioso.
Jesùs los defraudò!
Nos pasa esto a los cristianos? En quièn
esperamos? A quien esperamos? Seguimos con la ilusión del poder
triunfante, del Dios jerárquico y jerarquizante, como alguien que viene
de afuera, o estamos abiertos a comprender que el reino ya llegó, que El
està aquí generando la novedad de lo divino y de lo humano, modificando
de raíz nuestros esquemas anti bienaventuranzas, nuestros criterios de
santidad, de superioridad moral y religiosa?
Buena y profunda
cuestión para orar y discernir en este Adviento de 2015., conscientes de
que el Dios que llega con Jesùs nos desinstala, deja atrás el modelo
del milagrero, o del iracundo ídolo que se estremece vengativamente con
nuestros pecados y miserias, frustrador de nuestra felicidad con
prohibiciones de imposible cumplimiento, para dar paso al Dios con
nosotros – Emmanuel causa de felicidad y plenitud, de sentido y de
vitalidad
– implicado, encarnado, solidario, todo para nosotros, todo misericordia, todo amor, todo cercanìa.
Don
del Espìritu es la capacidad de discernir, de interpretar los signos de
los tiempos en los que asoma este advenimiento: “Habrà señales en el
sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, naciones
angustiadas, trastornadas por el estruendo del mar y de las olas” (Lucas
21: 25), dejando atrás el lenguaje que atemoriza vamos a fijarnos en el
contenido y a pensar si esta humanidad de la que hacemos parte es capaz
de estremecerse con indignación profética por los gravísimos males que
los humanos nos infligimos unos a otros.
Este estremecimiento
nos inserta en el espíritu del que viene para salvar y replantear de
raíz estas condiciones de muerte y nos compromete para trabajar junto a
El en la construcción del nuevo ser humano asumido por Dios, dignificado
por El, en un proyecto de justicia, de bienaventuranza, de solidaridad,
de dignidad humana? Esta pregunta viene de Dios – en vivo y en directo –
para todos nosotros.
La alerta a la que invita el evangelio de
hoy es constructiva, creadora, encarnada, histórica y trascendente:
“Cuiden que no se emboten sus corazones por el libertinaje, la
embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga aquel dìa de
improviso sobre ustedes, como un lazo; porque vendrà sobre todos los que
habitan la faz de la tierra. Estèn en vela, pues, orando, en todo
tiempo, para que tengan fuerza, logren escapar y puedan mantenerse en
pie delante del Hijo del hombre” (Lucas 21: 34 – 36).
Dios es
salvación y ya està en nosotros. Lo que hay de El en cada uno es nuestro
verdadero ser. Tenemos que salir del engaño que somos esto o aquello –
las arrogancias del ego – para descubrir esta sustancia teologal, raíz
de sentido y de libertad. El no nos salva como “premio” por nuestros
merecimientos, el nos salva haciéndonos nuevos, solidarios, honestos,
fraternos, solidarios, serviciales, como Jesùs.
Vamos de los
ídolos – incluidos los religiosos – a la libertad que proviene de Dios,
en la que hallamos nuestra genuina identidad, donde se juega la
autenticidad de todos los seres humanos. Dejar la màscara, el personaje,
la colección de títulos, las bellezas efìmeras, los poderes alienantes,
los prestigios y los aplausos, para desnudarnos ante Dios y ante el
prójimo, como Jesùs, totalmente desposeído, y pleno de Dios y de
humanidad. Esto es lo que siempre està viniendo de parte de Dios, y es
el màs legìtimo presente con perspectiva de futuro.
“Muèstrame
tus caminos, Yahvè, ensèñame tus sendas. Guìame fielmente, ensèñame,
pues tù eres el Dios que me salva. En tì espero todo el dìa, por tu
bondad, Yahvè” (Salmo 24: 4 – 5).
En el trajín de la gran ciudad: transmilenio, medios de comunicación que nos saturan, preocupaciones personales, la dura realidad que a menuda nos abruma, cabe esta pregunta: ¿hundo la cabeza en la arena como el avestruz para evadir? ¿qué hago?
domingo, 29 de noviembre de 2015
domingo, 22 de noviembre de 2015
COMUNITAS MATUTINA 22 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
“Mi
reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis soldados
habrían peleado para que no me entregaran a los judíos. Pero mi reino no es de
aquí”
(Juan 18: 36)
Lecturas:
1.
Daniel 7: 13 – 14
2.
Salmo 92: 1 – 16
3.
Apocalipsis 1: 5 – 8
4.
Juan 18: 33 – 37
Es el último domingo
del año litúrgico, tiempo de recapitulación, de discernimiento y confrontación
evangélica de nuestra vida, de definiciones y rupturas, de mirar nuestra
historia en clave de la plenitud
contenida en Jesucristo para toda la humanidad, para cada uno en particular,
para tì, para mì, para nosotros.
Las palabras de Daniel,
aùn en medio de su lenguaje apocalíptico que resulta extraño a nuestra cultura,
nos ayudan a interpretar nuestros relatos vitales: “Seguì mirando, y en la visión
nocturna vì venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercò al
anciano y fue presentada ante èl. Le dieron poder real y dominio: todos los
pueblos, naciones y lenguas lo respetaràn. Su dominio es eterno y no pasa, su
reino no tendrá fin” (Daniel 7: 13 – 14).
Es una “figura
humana”, lenguaje relevante para nosotros, con plena fuerza
significativa, capaz de hacer inteligible lo que pretende decirnos porque es
nuestro lenguaje nuestro estilo, pero, además, porque es un nuevo paradigma de
humanidad, un referente modélico que viene a dar sentido pleno a todo lo que
somos y hacemos, a la totalidad de la historia humana.
Recordamos el asunto de
los modelos de identidad, que se nos proponen en la vida de familia, en la
escuela, en los ámbitos donde nos formamos como personas. Se trata de gente que
es referencia para por encarnar en su
ser valores y elementos configuradores de lo mejor de nosotros mismos, en
términos de equilibrio emocional, de juicio y racionalidad, de eticidad y
compromiso solidario, de transparencia y pulcritud, de creatividad y
disposición para transformar constantemente el mundo.
Recordamos lo dicho
tantas veces aquí: que Dios es un experto en vida, El la crea y la mantiene en
su dinamismo, y que de todas esas creaturas el varòn y la mujer son los que
tienen maravillosamente la primigenia riqueza de la fuerza creadora de Dios: “Y
dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gènesis 1:
26); “Y creò Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creò , varòn y
mujer los creò” (Gènesis 1: 27).
Esta referencia bíblica
es fundante para la concepción del ser humano en el cristianismo, somos
partìcipes del mismo ser de Dios, que nos ha dado la vida, asì como nosotros
participamos del ser de papà y mamà, porque ellos nos han engendrado. En la
antropología teológica, que es la disciplina que estudia al ser humano en clave
de Jesucristo, esta es la afirmación central de la dignidad humana. Dios, el
especialista en vida, se manifiesta en su plenitud creadora en el varòn y en la
mujer, somos la expresión culminante de esta experticia dadora de vida. Nuestra
humanidad es de naturaleza teologal.
Por eso, toda la
historia de Dios tal como se manifiesta en la historia bíblica, en Israel y en
las comunidades cristianas, es un relato del empeño de El por mantenernos
siempre en la línea de la vida, conscientes de la radical precariedad contenida
en nuestro ser y en la posibilidad que tenemos de ejercer la libertad en contra
de Dios.
Este apasionante Dios
es, entonces, un especialista en construir seres humanos de primera categoría.
Cuando leemos los relatos bíblicos: Abraham, Moisès, Esther, Rut, Jeremìas,
Amòs, Ezequiel, Isaìas, los hechos colectivos, Marìa, Pedro, Pablo, los discípulos, nos encontramos con
seres humanos concretos, de carne y hueso decimos en lugar común, y percibimos
en ellos grandezas y debilidades, exactamente igual a nosotros. Què se trae
Dios con acontecer en ellos? Y en nosotros? Cual es su propósito? Pues generar
con su gracia y con la respuesta de nuestra libertad gente de primera, de lo
mejor en términos de amor, libertad, servicio, honestidad.
Es lo que describe el
salmo 92: “El justo florecerà como palmera, crecerà como cedro del Lìbano,
plantado en la casa del Señor, crecerà en los atrios de nuestro Dios. Aùn en la
vejez darà fruto, estarà lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es
recto: Roca mìa en quien no hay falsedad” (Salmo 92: 13 – 16) .
Un ser humano asì es el
màs excelente resultado de la experticia divina, es relato de Dios, llevado por
El a su momento y proceso de máxima definición en la persona histórica de Jesùs
de Nazareth, en quien los cristianos reconocemos al Señor Jesucristo, plenitud
de la historia, consumación de todo el proyecto salvador del Padre.
Còmo lo hace? Es muy
saludable recordar de entrada que la realeza de Jesùs, su condición de rey, no
tiene nada que ver con los criterios y determinaciones humanos de poder y de
dominación: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis
soldados habrìan peleado para que no me entregaran a los judíos. Pero mi reino
no es de aquí” (Juan 18:36), es la respuesta de Jesùs a Poncio Pilato,
cuando le llevan ante èl los judíos, acusándolo de subversivo, usurpador,
blasfemo, hereje.
Durante el tiempo histórico conocido como
régimen de cristiandad la Iglesia entendió que su misión la llamaba a estar
presente en todo con un estilo de autoridad mundana, en clara alianza del trono
y del altar, haciendo alianzas políticas y militares, adquiriendo grandes
privilegios, incluidos los económicos, influyendo en el nombramiento de reyes y
poderosos, mandando en la conciencia de los individuos, disfrutando de
posesiones temporales. Todo esto, gracias a Dios, se ha ido superando aunque
todavía quedan permanencias de esa mentalidad, totalmente antievangélica,
diametralmente opuesta al proyecto de Jesùs.
Jesùs anuncia el reino,
y empieza a realizarlo. Este es un nuevo orden de vida fundamentado en Dios,
inspirado por su gran proyecto que reside en el espíritu de las
bienaventuranzas, exalta el servicio, la solidaridad, el trabajo por la paz, la
dignidad de los pobres, la pasión por la justicia, la negativa al vano honor
del mundo, la vida humilde y sencilla, la construcción de un mundo fraterno e
incluyente, el sentido de las trascendencia de los seres humanos hacia el
Padre, y de este hacia los humanos, encarnando este dinamismo en su persona,
sin vanagloria, sin destellos de espectáculo pomposo, en cruz y en humillación.
Eso es lo que significa
la expresión “mi reino no es de este mundo”, programa que se deshace del prestigio
entendido mundanamente, y adopta la pequeñez, el abajamiento (kenosis en San
Pablo), la desposesión, la entrega total de la vida, el ser pobre con los
últimos del mundo. Propuesta que para muchos resulta escandalosa, contrastante,
y que muy a menudo en ámbitos de la iglesia misma ha sido rechazada y
escarnecida.
En el crudo
interrogatorio que hace Pilatos a Jesùs surge el asunto crucial de la verdad: “Le
dijo Pilato: entonces, tù eres rey? Jesùs le contestò: tù lo dices. Yo soy rey:
para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la
verdad. Quien està de parte de la verdad escucha mi voz. Le dice Pilato: què es
la verdad?” (Juan 18: 37 – 38).
Es la verdad de Dios en
el ser humano, en su dignidad, en su condición de creatura necesitada de un
significado definitivo, en la grandeza con la que Dios se expresa en cada
persona. Asì , recordamos la encíclica programática de Juan Pablo II, a los pocos meses de iniciado
su ministerio de Obispo de Roma, “Redemptor Hominis”, en la que el
papa Wojtyla formulò la antropología teológica y el humanismo caracterìsticos del servicio evangelizador de
la Iglesia y de su pastoreo, en los crudos contextos de la guerra fría, del
capitalismo salvaje, de la carrera armamentista, de la demencia del mercantilismo
y de la economía que supedita al hombre, de la barbarie de las interminables
guerras en las que el mundo siempre se està implicando, en ejercicio de la
pecaminosa demencia del poder.
Esta es la verdad de la que Jesùs es el
testigo mayor, la verdad de su realeza y de su reinado.
Tal es la plenitud de
la historia en la revelación cristiana, hecho que no es algo que empieza
después de la muerte física. Està inaugurado por Jesùs en este tiempo de
salvación, que designamos con la palabra griega “kairòs”, con la que se designa
la intervención salvadora y liberadora de Dios en la persona del Señor
Jesucristo, y cuando muchos seres humanos libremente deciden acoger tal oferta
como estructurante esencial de su vida.
Asì son los que viven
evangélicamente, humanamente, los que luchan por la afirmación del ser humano
digno y libre, los que trabajan por la paz y por la justicia, los que no se
dejan seducir por los halagos del dinero y de la soberbia, los que construyen
comunidad y fraternidad, los que se entregan misericordiosa y solidariamente al
servicio de los hermanos, los que restituyen su valor a los humillados por los
vanos ajetreos de poderes y poderosos.
Y, en ese dinamismo
histórico, està contenida la gran proyección de eternidad que es reconocida por
el autor del Apocalipsis: “Y de parte de Jesucristo, el testigo
fidedigno, el primogénito de los muertos, el señor de los reyes del mundo. Al
que nos ama y nos librò con su sangre de nuestros pecados, e hizo de nosotros
un reino, sacerdotes de su padre Dios, a El la gloria y el poder por los siglos
de los siglos.Amèn” (Apocalipsis 1: 5 – 6).
En este orden de cosas
estamos llamados a vivir con esperanza, y a construir la historia con
perspectiva de eternidad, siguiendo a Aquel que dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice
el Señor Dios” (Apocalipsis 1: 8).
domingo, 15 de noviembre de 2015
COMUNITAS MATUTINA 15 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
“El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Marcos
13: 31)
Lecturas
1.
Daniel 12: 1 – 3
2.
Salmo 15: 5 – 11
3.
Hebreos 10: 11 – 14 y 18
4.
Marcos 13: 24 – 32
La promesa de Dios para
la humanidad es plenitud, cielo nuevo y tierra nueva, sentido total de una vida
con significado, salvada, redimida, liberada, re-creada. Dios restaura al
hombre y a su historia desde la raíz, en El se superan la esclavitud del pecado
y de la muerte. Aquì reside la esperanza, la gran posibilidad de salir adelante
al absurdo y a la tragedia: “Luego vì un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe
ya. Vì también la ciudad santa, la nueva Jerusalèn, que bajaba del cielo, junto
a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Apocalipsis
21: 1 – 2).
Estamos ante la màs
profunda y esperanzadora teología de la historia, en la que se combinan en feliz complementariedad el presente y el futuro. El
primero, porque Dios no espera a que nos suceda la muerte, y por eso
empieza en esta vida nuestra, en este mundo nuestro, su trabajo de
resignificaciòn, evidente en la gloriosa
plenitud del Señor Resucitado, salvación que ya se ha iniciado en nuestro
presente, las primicias de la novedad teologal que El quiere realizar para que
superemos el drama del vacío y nos situemos en el camino de la vida. A esto nos
llevan las lecturas de este domingo, ya en la perspectiva de la conclusión del
año litúrgico, y esto es lo segundo.
Desde luego, esta
claridad supone una revisión total de nuestra vida, una valoración de la misma
en términos de su realización en el amor, en la libertad compartida, en la
fraternidad, en la vida solidaria, en el servicio, en la sabiduría de lo
esencial: “Muchos de los que duermen en el polvo despertaràn; unos para vida
perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillaràn como el fulgor
del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas,
por toda la eternidad” (Daniel 12: 2 – 3).
Los textos de este
domingo nos pueden resultar extraños en su lenguaje. Por eso, es conveniente
decir algo breve sobre el tipo de gènero literario y mentalidad teológica que
se expresan allì. Dos palabras, igualmente complejas pero susceptibles de una
sana comprensión y posterior aplicación, nos van a ayudar a esto: escatologìa
y apocalipsis.
Se trata de un modo de expresión que
corresponde a un modo mìtico de ver a Dios, al mundo, al ser humano. El que sea
mìtico no significa que sea falso, es el resultado de una cultura, de una
sensibilidades, con unas particularidades simbólicas que debemos estudiar.
Esto lo captamos mejor
si advertimos que estamos a punto de concluir el año litúrgico, y la catequesis
de la Iglesia con la asignación de estas lecturas nos pone en alerta sobre la
definitividad de la vida y sobre nuestra expectativa de futuro y plenitud. Los
textos bíblicos que la Iglesia señala cada dìa no están puestos al azar, tienen
un pretexto y un contexto, bien definidos. El de este domingo XXXIII nos
recuerda al pueblo de Israel y a las primeras comunidades de cristianos
volcadas al porvenir, en tensión hacia la salvación que ha de venir: “Seràn
tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora.
Entonces se salvarà tu pueblo: todos los inscritos en el libro” (Daniel
12: 1).
Cuando escribimos estas
líneas tenemos presente que en estos días hacemos memoria de sucesos trágicos
en la historia de Colombia: treinta años de la masacre en el Palacio de
Justicia, acción criminal por parte de unos guerrilleros y unos militares;
treinta años de la avalancha de Armero, màs de veinticinco mil muertos; y hoy,
estremecidos con los crímenes sucedidos este viernes 13 de noviembre en Parìs.
Còmo hablar ahì de
salvación, de futuro esperanzador? Còmo conciliar los ideales humanos de
felicidad, de vida plena, la pasión creyente por el futuro con este dramatismo
doloroso , causado en su mayor parte por la perversidad de otros hombres?
Solemos decir: esperar
contra toda esperanza, y hacemos asì el recuerdo de la manera como muchas
personas y colectivos han reaccionado ante la adversidad. Nuestros desplazados
y víctimas que regresan a sus lugares de donde fueron desarraigados, para emprender
nuevas y felices maneras de vivir; los judíos, los mayores afectados por la II
guerra mundial, decididos a no sucumbir ante la monstruosidad de Hitler y de
los nazis; tantos y tantas en el mundo que, habiendo vivido situaciones lìmite
del mayor dramatismo, se convierten en lenguaje de vida y de dignidad.
Es esto ingenuo,
idealista en extremo, imposible de convertirse en realidad? Admirarlo y
preguntarlo no ignora en lo màs mínimo la crudeza y el realismo ante lo que
sucede, ni la responsabilidad ética y social que nos corresponde cuando estos
hechos nos interpelan y, para los creyentes en Dios, nos pone de frente a la
mayor responsabilidad en cuanto gentes de fe, y en cuanto humanos también.
Evocamos a los profetas
bíblicos que fueron los encargados de mantener viva esa expectativa de
salvación total. Eso es lo que significa lo escatológico, es la posibilidad de
que el mundo, la humanidad, la historia , serán consumados, no destruìdos: “En
aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la
luna no darà su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos
celestes temblaràn. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con
gran poder y majestad; enviarà a los àngeles para reunir a sus elegidos de los
cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo” (Marcos
13: 24 – 27).
Lo escatológico procede
de la palabra griega “esjaton”, que significa lo último, lo definitivo. Quiere
decir que el futuro està en manos de Dios, que llegarà como una progresión del
presente, y que es positivo, feliz, a pesar de estas muertes, de estos dolores,
de la hondura trágica de estos dramas. Dios reserva una plenitud de sentido
para toda la creación, y esta realidad ya se ha iniciado.
Por su parte, el
apocalipsis, la apocalíptica, se refiere a desvelar el significado decisivo de
la vida, de los hechos históricos, de nuestras biografías, de todo. Escudriña
el futuro partiendo de la palabra de Dios. En principio, nos da la impresión de
una visión pesimista de las cosas, de que nada tiene arreglo, pero lentamente,
eso sì con un estilo muy fuerte y de alta confrontación, nos va introduciendo
en la nueva creación, que sustituye a lo dramático. El objetivo es alentar al ser humano para que asuma con entereza
todo lo contenido en estos dolores de parto y en estos sufrimientos. La
salvación comienza aquí y ahora. Es Dios, dueño de la vida, señor de la vida,
dador de vida, en combate con el carácter trágico y mortal de la historia.
“El cielo y la tierra pasaràn ,
pero mis palabras no pasaràn” (Marcos 13: 31), dice Jesùs en el
evangelio, llamando a la confianza. Y se refiere a la caída del mundo viejo y
al surgimiento de la gran novedad que tiene sabor de
primavera, una actitud vital que aspira a arraigarse totalmente en los seres
humanos para superar el sentimiento trágico de la vida. La permanencia de Dios
en Jesucristo es la permanencia del ser humano en sus mejores y màs definitivas
razones de significado, de sentido, de
felicidad, de trascendencia.
Vale la pena advertir,
en beneficio de la claridad y salud del mensaje, que con mucha frecuencia se ha
hecho mal uso de este lenguaje, con el tema del juicio final, del Dios terrible
que juzga de modo implacable, del triunfalismo de Dios sobre los pecados y
corrupciones del mundo, y del cataclismo final que castigarà esta malignidad. Muchos predicadores,
contenidos, acciones pastorales, han estado marcadas por esta mentalidad,
acudir a la confrontación final para que la gente se porte como Dios manda. Es
la tentación del milenarismo, propia de los profetas de desgracias. Por eso,debemos
decir con toda nitidez: esa no es la interpretación propia de la originalidad
cristiana!
Al final del relato de
la creación dice que: “Viò Dios cuanto había hecho, y todo estaba
muy bien” (Gènesis 1: 31). Es absurdo pensar que la creación le salió
mal al Creador y que ahora tiene que recurrir a esta estrategia catastrófica y
castigadora para remediar el mal. Lo que se impone es asumir nuestra propia
responsabilidad gestora y emprendedora ante la historia, en la clave de la
liberación y de la salvación; Dios no es una figura paternalista que dispensa
al ser humano de este compromiso, considerándolo inferior e incapaz de
transformar la realidad.
En los tiempos de Jesùs
dominaba la idea de que esta intervención era inminente, y para eso se utilizò
un lenguaje como el del apocalipisis, que nos resulta sobrecogedor y generador
de gran temor. Poco a poco se dieron cuenta esas comunidades de cristianos que
esto no iba a ser asì, cambia de signo su actitud, descubriendo que siempre hay
que vivir una tensión dialéctica entre la esperanza de ese futuro pleno y la
condición de la vida presente, con el imperativo de que hay que preocuparse con
seriedad de esta vida. Aquí reside la sustancia de esta teología de la historia
que es, por supuesto, una antropología encarnada, existencial, histórica,
comprometida.
Quiere decir que
debemos prepararnos siempre para la permanencia y para la trascendencia. Los
seres humanos somos el producto de un pasado, construimos un presente y nos
proyectamos a un futuro. Entonces, la escatologìa – esperamos que se haya
destrabado la comprensión de esta palabra – resulta asequible porque nos pone
ante nosotros mismos, ante nuestros relatos vitales con todas las pretensiones
– legìtimas por cierto – de que todo tenga un sentido último y bienaventurado.
Estas convicciones se
resumen muy bien en la segunda lectura de hoy, de la carta a los Hebreos: “Tambièn
el Espìritu Santo nos lo atestigua. Porque, después de haber dicho: Esta es la
alianza que harè con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondrè mis
leyes en sus corazones, y en su mente las grabarè, y añade: Y de sus pecados e
iniquidades no me acordarè ya” (Hebreos 10: 15 – 17).
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