domingo, 25 de diciembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 25 DE DICIEMBRE SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DEL SEÑOR

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad”
(Juan 1: 14)
Por el carácter prioritariamente solemne de la Navidad, la Iglesia propone tres grupos de lecturas bíblicas que corresponden a tres eucaristías distintas pero coincidentes en lo que celebran: eucaristía de la noche, eucaristía de la aurora, eucaristía del día 25. Relacionamos las lecturas a continuación, para que se orienten según la misa en la que participen,  advirtiendo que el comentario versará sobre las del día 25.
-      Primera lectura: Isaías 9: 1-3 y 5-6 (Eucaristía de la noche del 24)
-      Salmo 95: 1-3 y 11-13
-      Segunda lectura: Tito 2: 11-14
-      Evangelio : Lucas 2: 1-14
-      Primera lectura: Isaías 62: 11-12 (Eucaristía de la Aurora)
-      Salmo 96: 1.6 y 11-12
-      Segunda lectura: Tito 3: 4-7
-      Evangelio: Lucas 2: 15-20
-      Primera lectura: Isaías 52: 7-10 (Eucaristía del día 25)
-      Salmo 97:1-6
-      Segunda lectura: Hebreos 1: 1-6
-      Evangelio: Juan 1: 1-18

Fuegos fatuos, sociedad de consumo desenfrenada, multitudes en los centros comerciales comprando sin medida, gastos excesivos, despilfarro, celebraciones sin sentido de trascendencia, olvido de las grandes pobrezas que afligen a millones de seres humanos….. Qué iban a imaginar aquellos humildes esposos José y María, discretos, amantes de Dios y de la humanidad, en lo que se iba a convertir la conmemoración del nacimiento de  su hijo Jesús,  muchos siglos después!
Una cultura del mercado, donde domina el tener sobre el ser, que todo lo mide en resultados “útiles”, en productividad económica, en rendimientos materiales, precaria en espiritualidad y en sentido de lo humano, ha vaciado de contenido el misterio del amor, del sentido último de la vida, y se ha centrado en este  decadente narcisismo que pretende comprar la felicidad con dinero.
Este comentario puede parecer el de un profeta de desgracias, aguafiestas, pero  debemos decir que es imposible  callar cuando se oscurece el significado original de estos días de Navidad, el propósito del Dios que ha decidido ser con nosotros, para nosotros, dentro de nosotros, asumiendo toda nuestra condición humana en su dramatismo y dolor, también en sus posibilidades y valores, haciéndose uno de nosotros y adoptando el modo pobre y discreto de estos esposos y de su pequeño Jesús.
Es conmovedor en el más alto sentido en que algo puede serlo contemplar este misterio del Dios humanado, sucedido en pobreza, a las afueras de Belén, en una pesebrera, después de haber deambulado inútilmente pidiendo posada digna para que María diera a luz su niño.
 Qué se trae Dios con esta pedagogía de lo oculto? Qué mensaje nos está comunicando? Aquí se imponen el fino ejercicio de la fe y del discernimiento para seguir desentrañando esta realidad maravillosa y seductora.
Son muchos los contenidos humanos y espirituales del felicísimo misterio del nacimiento de Jesús. Uno de ellos es el de la paz, anunciada por Isaías con estas palabras: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: ya reina tu Dios!” (Isaías 52: 7), lenguaje  que sabemos inscrito en la expectativa mesiánica con la que los profetas animaban al pueblo hebreo a salir de su postración para vislumbrar un nuevo tiempo en el que la coexistencia fraterna y solidaria sería el gran indicativo de la presencia decisiva de Dios en su historia.
Las lecturas de estos días precedentes del Adviento nos han ayudado a hacer conciencia de este don, los hechos actuales de la historia de nuestro país y de otras regiones del mundo lo ratifican, haciéndonos conscientes del carácter esencial del buen vivir como hermanos, en el rico diálogo dentro de la diferencia, en la convergencia de todos en el bien común, en la búsqueda concertada de soluciones para las naturales urgencias de cada sociedad. Sea esta Navidad de 2016 una antesala del nuevo país en el que todos estamos empeñados!
Este niño de los mil rostros es un reflejo de la identidad de la humanidad entera, en El se juega el misterio mismo del ser humano, su apasionado camino de sentido y de libertad, su tarea infatigable por configurar una humanidad creadora, feliz, emancipada de sumisiones indignas, la seducción que en él opera el dinamismo del amor, la búsqueda del ser y de la verdad, su capacidad de asombro ante lo nuevo, y su sed de eternidad.
Reconocemos en este infante el descubrimiento decisivo de lo que somos como humanos? Esta certeza impacta nuestra historia, nuestras decisiones, nuestra comprensión de la existencia? Buena respuesta a estas cuestiones ha de ser la apertura al misterio seductor  que se nos aproxima, y el silencio profundo que reconoce allí  - en adoración y esperanza – la implicación existencial, histórica, encarnada, del Dios-con-nosotros, que nos saca de la cerrazón del egoísmo y de las vidas de autómatas para abrirnos al presente y al futuro en términos de la mayor libertad y dignidad que se pueda conferir a los humanos.
Dios no ha venido armado de poder para imponerse a nosotros, para someternos , sin contar con nuestra capacidad de opción, El se abaja, se anonada, se empequeñece, se niega al esplendor, y en el niño de Belén se torna totalmente accesible, recordando que el único interés que lo mueve es el de nuestra felicidad, el de nuestra salvación, el de nuestro sentido definitivo de la vida, y lo hace sin violencia, ofreciéndose a nuestra libertad.
La historia de Dios con nosotros no es una relación de proezas y grandiosidades, la suya es una manifestación en los hechos de la vida cotidiana, en la experiencia existencial, en el acontecer de personas y de comunidades, siempre diciéndose a sí mismo como salvador y liberador: “Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo, por quien creó el universo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser y sustenta todo con su palabra poderosa” (Hebreos 1: 1-3).
Esta afirmación del autor de la carta a los Hebreos nos parece crónica de algo remoto, inaccesible para nuestro conocimiento, la acatamos por inercia de una religión sociocultural, nos parece lenguaje arqueológico, de baja relevancia para nuestros proyectos de vida?  Sepamos que quien las escribió no lo hizo por casualidad ni por consideraciones piadosas, en el texto vibra una experiencia fundante de fe, una apertura al don de Dios en las mediaciones de la historia, en la palabra de los profetas, una certeza que supera los habituales modos humanos de demostración.
El evangelio de este domingo de Navidad es un poco complejo en su formulación, es el  capítulo 1 del evangelio de Juan, conocido como el prólogo de este relato, en el que el autor designa a Jesús como la Palabra, creadora de vida y luminosa para el ser humano que se acoge a ella, Palabra que se hace carne y habita en nuestra historia: “La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad” (Juan 1: 14).
Es esto optimismo ingenuo, o realismo mágico? Nos conmueve y llega a lo más hondo de nosotros mismos? Moviliza nuestra esperanza? El vigor salvífico de esta presencia entre nosotros es la respuesta plena a nuestra búsqueda del sentido de la vida?
En Jesús Dios se manifestó decisiva y definitivamente, El es el relato prototípico, es  el Dios encarnado, que nunca podrá dejar de encarnarse porque esto es inherente a su ser, abierto para implicarse encarnatoriamente en cada ser humano, Dios que se identifica con nosotros  para dotar nuestra existencia de un significado total.
 Un Dios que no tiene nada de autorreferencial, para usar esta palabra tan propia del Papa Francisco, con la que indica la salida amorosa de sí, la disposición para no estar en ningún lejano pedestal, su compromiso sin reservas en la comunicación de su vitalidad: “De su plenitud hemos recibido todos” (Juan 1: 16).
Es profundamente navideño recordar que Dios se hizo humano entre los que no contaban nada para la sociedad, entre los pobres, como lo eran José y María, y todos los que los rodeaban, tipificados en los pastores, de lo que nos dan cuenta varios relatos evangélicos,  lenguaje contundente que marca la intencionalidad divina relativa a lo que en lenguaje de hoy llamamos el “bajo perfil”, que en palabras más tradicionales conocemos como humildad.
Tal  sensibilidad la expresa bellamente María en el canto conocido como el Magnificat: “Su poder se ejerce con su brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lucas 1: 51-53).

Hoy, 25 de diciembre de 2016, siguen millones de seres humanos padeciendo las injusticias decididas por gobiernos y modelos económicos que no trascienden en la dignidad de la persona; en Siria, en Iraq, y en muchos países, el absurdo de la guerra sigue su ruta desastrosa de muerte y de afirmación de unos poderes que no saben de humanismo; pero también no podemos olvidar que hay muchos hombres y mujeres que hacen del amor y de la solidaridad la esencia de sus decisiones y de sus conductas, movilizando grupos y organizaciones que se dan generosamente a los afectados por estas adversidades, y, que entre esos muchos, los hay a montones que lo hacen inspirados en el camino trazado por el humilde niño de Belén.

domingo, 18 de diciembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 18 DE DICIEMBRE DOMINGO IV DE ADVIENTO



“Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo , y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”
(Lucas 1: 22 – 23)
Lecturas:
1.   Isaías 7: 10 – 14
2.   Salmo 23: 1 – 6
3.   Romanos 1: 1 – 7
4.   Mateo 1: 18 – 24
Nunca está de más recordar el contexto sociocultural y lingüístico en el que surgen los textos bíblicos, muy distante de nosotros en el tiempo y también con una mentalidad totalmente diferente de la occidental, caracterizada esta última por sus definiciones conceptuales y por sus articulaciones racionales, mientras que el mundo bíblico es experiencial y existencialista, de pensamiento concreto y, en materia religiosa, dispuesto a descubrir a Dios en las narrativas de su realidad vital.
El Dios que se testimonia en la Biblia es un Dios que se dice a sí mismo en los relatos de la comunidad de Israel, en los hechos de su vida. Allí es donde la fe ejerce el apasionante ejercicio del discernimiento, que es distinguir y luego asumir la intervención de Dios en su historia!
Esta aclaración inicial nos ayuda a ponernos de frente a los textos de este domingo, de sus contextos y de su pre-textos, verdaderas joyas de teología narrativa.
Propongámonos hoy hacer una comparación y correlación entre las señales de la inminencia de Dios en los tres textos que nos propone la Iglesia este domingo y las señales de esto mismo que vemos en nuestra existencia, en el mundo de hoy.
Aquí la señal es claramente indicadora de esperanza, superando el escepticismo de Ajaz, en la lectura del profeta Isaías: “Volvió Yahvé a hablar a Ajaz en estos términos: pide para ti una señal de Yahvé tu Dios, bien en lo más hondo del Seol, o arriba en lo más alto. Respondió Ajaz: no la pediré, no tentaré a Yahvé. Dijo Isaías: escucha, pues, heredero de David, les parece poco cansar a los hombres que cansan también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les va a dar una señal: miren, una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7: 10 – 14).
Desarrollemos aquí una fina sensibilidad espiritual para captar la sutileza de esta escena. Lo que se quiere decir es que, a pesar de la resistencia de Ajaz, Dios se mantiene en su empeño de bendecir a Judá, y lo hace a través de la promesa de un heredero de David. Esto no es literatura fantástica, hace parte de las certezas de fe de los israelitas, que pudieron comprobar esto en su historia, justamente haciéndose hombres y mujeres aptos para discernir los signos de Dios en su experiencia cotidiana.
Volvemos así con la expectativa mesiánica de este pueblo de creyentes, esperanza que es esencial en la configuración de su vida. Qué nos dice esto a nosotros? Dejando de lado los mensajes religiosos simplistas y desconectados de la historia, sabemos detectar a Dios en el devenir de nuestra humanidad? La lógica de la revelación no está en acontecimientos extraordinarios sino en el mismo acontecer humano, aquí es donde Dios se evidencia.
Constatamos con sentido crítico todo lo que aflige al ser humano y lo hace fracasar en sus deseos de felicidad y de realización, lo repetimos aquí hasta la sociedad: exclusiones, violencias, pobrezas, vacíos, frustraciones, humillaciones, indignidades, todo esto causado por el empecinamiento maligno de unos seres humanos en contra de otros, y esto sucediendo con una frecuencia alarmante y dolorosa.
Cómo florecen aquí las señales de Dios? Donde residen las razones para la esperanza? Dónde está el prometido Emmanuel? Sucumbimos al escepticismo como el de Ajaz, o nos dejamos tomar por  la gratuidad de Dios para ingresar en su proyecto de salvación y de liberación? Sabemos que la imagen de esa  doncella en  la dulce espera de su hijo es el indicativo de un Dios incondicional y siempre comprometido con su tarea de llevarnos por los caminos de la plenitud?
Los cristianos estamos en la historia para contagiar de sentido y de razones – las mejores y más decisivas – para la esperanza, no para imponer un sistema religioso rígido, lleno de minucias legales y de pesadeces institucionales. Es decir, que nuestra tarea es la de comunicar vitalmente esta feliz realidad del Dios con nosotros, para nosotros, entre nosotros: “La promesa era relativa a su Hijo, Jesucristo señor nuestro, descendiente de David según la carne, pero constituído Hijo de Dios con poder; según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Romanos 1: 3 – 4).
Esta es la Buena Noticia de Jesús, imperativo que nos exige purificar nuestra fe de tantas contaminaciones, de tantos lenguajes y contenidos que no se compadecen con su proyecto original, de tantas imposiciones agobiantes, de ese estilo autorreferencial y distante, y aprender así a transitar por las señales de felicidad, que en buen lenguaje evangélico llamamos bienaventuranzas.
La pasión por la justicia, el cuidado de la vida, el compromiso constante con la dignidad humana, el cultivo de la vida en el Espíritu, el sentido de comunidad y de solidaridad, el talante de servicio, la decidida inclusión de los pobres en el proyecto de la justicia, el humanismo trascendente que se desprende del Evangelio, el reconocimiento maravillado de lo que es distinto de nosotros, la comunión y la participación, la Iglesia servidora de todos, la perspectiva de futuro, son – entre muchas – las gozosas señales del Dios con nosotros, del Emmanuel , que es la respuesta del Dios fidelísimo a todas nuestras expectativas.
Esto es lo que nos transmite el hermoso relato de Mateo, estremecedor por su profunda sencillez y por su nitidez teologal: “El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido, José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mateo 1: 18 – 20).
Sabemos que los evangelios no son crónicas biográficas en el sentido en el que entendemos hoy tales  escritos, son  de interpretaciones teológicas en las que la comunidad que da origen a cada relato evangélico da testimonio de su fe en Jesús y lo reconoce como Hijo de Dios, procedente de El y encarnado en la humanidad, como el modo propio de asumir nuestra historia y existencia en perspectiva de redención y de salvación. Esta es la señal de Dios por excelencia!
Los evangelistas hacen teología narrando el acontecer de Dios en la vida de las comunidades, y refieren como acontecimiento prototípico de lo mismo  este hecho: “Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 21).
Fijémonos en los protagonistas del relato: Dios, tipificado en la figura del angel, expresión de origen bíblico que se refiere al mismo Yahvé, a su presencia anunciadora de vida y de señales esperanzadoras; María, el medio humano que hace posible la implicación histórica y existencial de Dios en la persona de su hijo Jesús, bien conocida por el acatamiento incondicional de la invitación que Dios le hizo; José, el hombre justo y prudente, que quiere seguir lo determinado por la ley judía siempre inspirado por su fe profunda, condición que le permite descubrir la señal  del Espíritu en el embarazo de su esposa.
Ellos, gente pobre y anónima, como millones en el mundo, son el recurso por el que Dios opta para hacerse presente de modo decisivo en la historia de la humanidad. No hay aquí nada portentoso ni llamativo, ni representativo de interés para los cronistas de las hazañas de los poderosos. Así se ratifica ese proceder de Dios en pequeñez, en abajamiento, en discreción y total humildad, señalando que su lógica no es la del poder sino la de la amorosa y humilde inserción en la realidad de los humanos que son así, como José y como María.
No es en el ámbito de los lujos y de las riquezas,  ni en el refinado egoísmo de los salones suntuosos, ni en las entidades que deciden las políticas de gobierno y de economía, ni en las multinacionales que globalizan su desmedida ambición de dinero, donde sucede Dios.
 El acontece en los hombres y mujeres que carecen de arrogancia y que no hacen del poder y del dinero sus ídolos, en los que – como María – dicen sí sin reservas a su invitación, en los que – como José – tienen cultivado el don de la prudencia teologal, en los que hacen del amor y del servicio la consigna determinante de sus decisiones y de sus conductas.
El asunto clave aquí es si – en la perspectiva de esta Palabra – sabemos detectar los signos de Dios entre nosotros, si nuestra religiosidad es mucho más que una formalidad y una inercia sociocultural, si acertamos con captar el proyecto de Dios en la dulce espera de María y de José, si el inminente niño de Belén conmueve nuestros esquemas egocéntricos y nos saca a las calles de la vida para darnos a todos, sabiendo siempre que los primeros aquí son los últimos.
Cuáles son las señales de Dios en tu vida? En nuestra vida? En la Colombia y en el mundo de hoy? Estamos atentos a descifrarlas, sabedores de que ellas contienen salvación, plenitud, liberación, nueva humanidad? Vivimos este Adviento en esa clave?

domingo, 11 de diciembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 11 DE DICIEMBRE DOMINGO III DE ADVIENTO



“Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”
(Lucas 11: 4 – 5)
Lecturas:
1.   Isaìas 35: 1 – 6 y 10
2.   Salmo 145: 7 – 10
3.   Santiago 5: 7 – 10
4.   Mateo 11: 2 – 11

Uno de los aspectos màs notorios que encontramos en los evangelios es la capacidad que tiene Jesùs para desconcertar las expectativas de sus contemporáneos judíos, entre los que se cuentan los dirigentes religiosos y también sus propios discípulos. Al hacerlo, Jesùs no se quiere limitar al efecto sorpresa sino que se dedica a orientar mentes y corazones hacia  lo esencial que el Padre Dios quiere comunicar a través de El, hacia lo que es verdaderamente liberador y esencial para una vida humana con sentido.
Esta afirmación no solamente fue vàlida para aquellos tiempos, también tiene plena vigencia en los nuestros. Las lecturas de este domingo, principalmente la de Isaìas y el texto de Mateo, nos van a ayudar en este propósito.
Para los judíos había algo fundamental que era la expectativa mesiánica, esto sustentaba su fe y articulaba su religiosidad. Bien conocemos todas las adversidades vividas por ellos, sus crisis, la decepción ante no pocos de sus dirigentes, la pèrdida de su importancia social y religiosa, la invasión de poderes extranjeros, y la profunda tragedia que representò el exilio. En estas desgracias se empieza a cultivar la esperanza en una promesa de Dios que les ofrece un Mesìas que los ha de liberar de todas estas calamidades, tal es el espíritu del texto de Isaías.
La primera gran deportación fue sufrida por los israelitas el año 720 antes de Cristo, esta junto con las sufridas a comienzos del siglo VI a.c. fueron las mayores tragedias padecidas, pèrdida de su autonomía, afrenta a sus símbolos religiosos, cautividad en tierra extraña, humillaciones y vejaciones de toda índole.
Constatar estas adversidades nos permite entender mejor el jùbilo que se vive después del exilio, cuando retornan a su tierra de origen y recuperan todos los elementos de su identidad sociocultural y religiosa, ven en este retorno la mano de Dios, que hace decir a Isaìas expresiones como esta: “Los redimidos de Yahvè volverán, entraràn en Siòn entre aclamaciones: precedidos por alegría eterna, seguidos de regocijo y alegría. Adiòs, penas y suspiros!” (Isaìas 35: 10).
El profeta anima con bellas palabras al pueblo que sale de la cautividad y regresa a la tierra de sus mayores: “Que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de jùbilo. Le va a ser dada la gloria del Lìbano, el esplendor del Carmelo y del Saròn. Podrà verse la gloria de Yahvè, el esplendor de nuestro Dios” (Isaìas 35: 2).
Esta felicidad tiene su correspondencia contemporànea cuando vemos a comunidades desplazadas por los violentos y por los despojadores retornar a su hábitat, a sus condiciones de libertad y de dignidad, dejando atrás los vestigios de la muerte y ganando de nuevo la plenitud de sentirse dueños de su territorio, de su cultura, de sus valores, de sus tradiciones,  a sabiendas de que todavía  hombres y  mujeres de diversos lugares del planeta, en cantidad no despreciable, andan errantes demandando justicia, acogida, reconocimiento.
En este Adviento de 2016 , vinculándonos con esa alegría de los israelitas que volvían su hogar original, la Palabra nos llama a hacernos conscientes del drama que aflige a varios millones de prójimos, migrantes, refugiados, desplazados, desposeídos. Es el aspecto dramático de la fe que nos exige la màs profunda responsabilidad frente a los condenados de la tierra y la suficiente indignación para movilizarnos en contra de quienes deciden tales injusticias.
Còmo canalizar, desde la fe cristiana, este sentido de solidaridad? Còmo no hacer lejanos estos clamores? Còmo traerlos a nuestro proyecto de vida? Como integrar en nuestras màs serias preocupaciones este desafío de projimidad?
 Es una de las grandes preocupaciones pastorales y humanitarias del Papa Francisco, materia de sus homilías y catequesis, de sus alocuciones en los viajes apostólicos, que resuena con expresiones similares a esta: “Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluìdos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral” (Encìclica Laudato Si, número 49).
En qué consiste la esperanza cristiana? No se nos olvide que los maestros de la sospecha han cuestionado fuertemente al cristianismo  porque hemos incurrido en la tentación de poner  todo el sentido de la vida en un más allá de la muerte, predicando en muchos casos resignación fatalista ante las pobrezas, injusticias y carencias de este mundo, de ahí viene el pensamiento de Marx que habla de la religión como opio del pueblo, alusión bien directa al cristianismo, que fue la religión que pudo ver más de su cerca durante los años de su vida.
Veamos que nos dicen al respecto Jesús y Juan el Bautista: “Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a preguntarle: Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? Jesús les respondió: Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva….Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!” (Mateo 11: 2 – 6).
La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. El esperaba un Mesías que vendría a implantar el juicio riguroso de Dios en contra del pecado del mundo, y lo que se encuentra es un Mesías entregado de lleno a curar heridas, a aliviar sufrimientos, a reivindicar cobradores de impuestos y prostitutas, a defender a los pobres, a denunciar las inconsistencias de la religión, a ejercer la misericordia a diestra y a siniestra, a dar el mensaje de que los favoritos de Dios son los excluídos, sin mayores asomos de promover cumplimientos de ritos y de normas religiosas tan estrictas como las que se promulgaban en el judaísmo de esos tiempos.
Jesús no se siente enviado por un juez implacable a condenar al mundo, eso explica que no invada de temor a la gente con gestos justicieros sino que ofrece grandes novedades esperanzadoras como las que se anuncian en el texto de Lucas, con el que inicia su ministerio público: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva , me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4: 18 – 19).
Con su sorprendente respuesta a los discípulos de Juan, Jesús desarma el imaginario colectivo de un Mesías reformador religioso  - moral, o de un poderoso vengador de todas las afrentas que se hacen a Dios, y se presenta como un restaurador del ser humano en toda su integridad, dando a entender que el proyecto de Dios es la plenitud de la humanidad aquí en este historia concreta y, por supuesto, proyectada a la trascendencia y consumación definitivas cuando pasemos la experiencia de la muerte para vivir en la vitalidad inagotable del Padre.
Con esto, empezamos a recibir el genuino contenido de la esperanza cristiana, que tiene incidencia directa en la transformación de las condiciones de opresión y de injusticia que padecen millones de seres humanos, que asume una responsabilidad particular con la dignidad de toda persona, con la protección de la vida en sus variadas y ricas manifestaciones, que propende por un mundo incluyente y equitativo, anticipando así en bienaventuranzas históricas las que han de ser las definitivas en ese futuro  decisivo que nos inserta eternamente en el misterio maravilloso del amor de Dios.
También, siguiendo el texto de Mateo, cabe advertir la alusión que hace Jesús a Juan el Bautista: “Qué salieron a ver en el desierto? Una caña agitada por el viento? Qué salieron a ver, si no? Un hombre elegantemente vestido? Sepan que los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, a qué salieron? A ver un profeta? Sí , les digo y más que un profeta” (Mateo 11: 7 – 9).
No se olvide que los profetas bíblicos no eran funcionarios oficiales de la religión judía, sino – en nombre de Dios – sus más severos críticos, siempre inquietos por la autenticidad de la vida de los creyentes y preocupados por la formalidad vacía de una religión exterior sin conversión del corazón. Jesús reconoce en el Bautista al hombre de Dios, austero, coherente, movido por una total sinceridad teologal.
Y más que un profeta” porque es el que dispone el terreno para Jesús, para la Buena Noticia, para anunciar la cercanía de esa novedad radical de vida que se contiene en la predicación y comienzo de la realización del Reino de Dios y su justicia.
Cómo nos llega el reino en este Adviento? Captamos a Jesús, estamos abiertos a dejarnos conmover y remover por El, por su anuncio, listos para eliminar nuestras concepciones y prácticas religiosas formales, dejando que el Espíritu nos invada para ser libres en una conversión que nos haga más humanos, misericordiosos y sensibles a esta humanidad de Dios que se hace patente en los últimos del mundo?

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