domingo, 29 de mayo de 2016

COMUNITAS MATUTINA 29 DE MAYO Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi)



“Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los fue dando a los discípulos para que, a su vez, se los sirvieran a la gente”
(Lucas 9: 16)
Lecturas
1.   Génesis 14: 18 – 20
2.   Salmo 109: 1 – 4
3.   1 Corintios 11: 23 – 26
4.   Lucas 9: 11 – 17
Dice  el teólogo español José María Castillo , a propósito de la teología de los sacramentos, lo siguiente: “La Iglesia es fiel a Jesús cuando celebra, por la fuerza del Espíritu, los mismos gestos simbólicos que realizó Jesús: cuando se adhiere a su destino y comulga con su vida, cuando perdona los pecados y libera a los hombres de las fuerzas de esclavitud y muerte que operan  en la sociedad, cuando sana las raíces del mal y del sufrimiento que oprimen a todos los crucificados de la tierra. Cuando todo eso no son palabras, sino experiencias reales y concretas, vividas cada día en cada comunidad de fe, entonces cada una de esas comunidades expresa auténticamente tales experiencias mediante los símbolos fundamentales de nuestra fe a los que llamamos sacramentos” (CASTILLO, José María. Símbolos de libertad: teología de los sacramentos. Ediciones Sígueme. Salamanca, 1982; página 458).
En este contexto de reconocer y celebrar hoy el sacramento eucarístico, esta referencia nos ayuda a situar el correcto sentido y práctica de los sacramentos y, en particular, de este, al que llamamos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta claridad es esencial porque desafortunadamente estamos cayendo a menudo en la tentación de hacer de los sacramentos unas prácticas rituales desconectadas de la historia real de las personas y, lo que es más grave aún!, - de la realidad de Jesús y del significado original y originante de su sacramentalidad.
En muchos casos hemos convertido la eucaristía en un culto de adoración, desprovisto de fraternidad, de servicio, de comunión y  de participación, desconociendo así el proyecto de Jesús, que le da pleno sentido a la cena del pan y del vino como compartir fraterno.
 Recordemos que la eucaristía es un sacramento, que es la unión de un signo con una realidad significada: “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en memoria mía. Pues cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que venga” (1 Corintios 11: 25 – 26). Vivir en memoria de Jesús es reproducir en nosotros los rasgos constitutivos de su existencia: la amorosa referencia al Padre y al prójimo.
La realidad histórica de Jesús, su pasión, su muerte, su cruz, constituyen el lenguaje por excelencia del amor de Dios a la humanidad, tal donación es la que da sentido y salva, recrea y redime, y propone como proyecto de vida a quien aspire a seguirlo, configurarse con El y hacer de la propia vida una amorosa ofrenda, en los mismos términos en los que El lo hizo. Este es el contenido central de este sacramento y el que le confiere significado existencial y transformador.
El primer signo es el pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. La clave de esto no reside en el pan como cosa, sino  en el hecho de que está partido y  dispuesto para ser compartido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era: la vida del Padre Dios que a través de la mediación salvadora y liberadora de Jesús se hace vitalidad, transformación, plenitud, para quienes se benefician de este don.
El segundo signo es la sangre derramada, teniendo presente que para los judíos la sangre es la vida misma, esta hace alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás, preferentemente para los pobres, los condenados morales, los sin nombre, los humillados, los desconocidos, los ignorados.
Esta feliz constatación tiene implicaciones éticas y existenciales definitivas para la existencia cristiana. Si bien  los sacramentos tienen un aspecto ritual celebrativo, es preciso ir al fondo de la cuestión para captar y asumir vitalmente el contenido del sacramento: Jesús que se parte y se comparte para darnos la vida del Padre, involucrando a quien lo recibe en su misma perspectiva de vida: entregarse a la causa del reino de Dios y su justicia, reconocer afectiva y efectivamente a cada ser humano como prójimo, generando un nuevo tejido de relaciones determinado por el espíritu de las bienaventuranzas, construyendo una lógica de fraternidad, de servicio y de solidaridad.
En ese contexto, entendemos la significación del relato de Lucas, que la Iglesia nos propone este domingo, la multiplicación de los panes y de los peces.
Nos pone a consideración de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca al antiguo Israel, en su marcha de Egipto a Canaán, camino de la libertad, peregrinación hacia la tierra de la promesa, cuando es socorrido en su hambre y en su sed gracias a la intercesión de Moisés.
Jesús se preocupa sinceramente por quienes le siguen, y así pide a sus discípulos que hagan todo lo necesario para proveer a la muchedumbre: “El les dijo: denles ustedes de comer. Pero ellos respondieron: no tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente. Jesús dijo entonces a sus discípulos: hagan que se acomoden por grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así y acomodaron a todos.” (Lucas 9: 13 – 15).
Aquí la misericordia, la compasión de Jesús quedan subrayadas de forma absoluta. En lo que fue El durante su vida podemos descubrir la presencia de Dios como don. Por eso, cuando celebramos este sacramento tomamos conciencia de la realidad divina en nosotros. Esta toma de conciencia debe llevarnos a vivir esa realidad tal como la vivió Jesús.
Quiere decir todo lo anterior que el sacramento eucarístico no es una realidad en sí misma, sino una realidad ordenada a la Iglesia, que es la comunidad de los discípulos de Jesús, para significar con eficacia todo eso que llamamos Evangelio, Buena Noticia: que todos los seres humanos somos acogidos por la paternidad misericordiosa de Dios, que desde ahí se configura una comunidad en la que todos entran en igualdad de condiciones, que la dignidad humana brilla con luz propia, que el poder, el dinero, y demás ídolos, no son realidades centrales en la vida de los seres humanos, y que la projimidad es la nueva categoría que tiene como aval al mismísimo Padre de Jesús.
En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el amor. El amor que es Dios manifestado en el don que de sí mismo hizo Jesús durante su vida. Esto somos nosotros en esta nueva perspectiva: don total, amor total, sin límites. Al comer y beber el pan y el vino consagrados, estamos completando el signo. Lo que equivale a decir que hacemos nuestra su vida y nos comprometemos a identificarnos con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando “como” a Jesús, sino cuando me dejo comer, como hizo él.
Se trata de liberarnos del ego religioso y moral, que presume de bueno y superior a los demás, autocomplaciente y lejano de las necesidades de los prójimos, para ingresar en el camino del nosotros, de la fraternidad sin reservas, del apropiarnos de los dolores y de los gozos de ellos, dando paso a la sustancia del sacramento, que es la mesa servida por el mismo Jesús, por nosotros con El, para hacer efectiva en la práctica cotidiana esa nueva manera de ser. Comulgar significa asumir libremente el compromiso de hacer nuestro todo lo que es y hace Jesús.
Esta significación es de extrema abundancia y generosidad, ilimitada como el amor de Dios, como la ofrenda de Jesús: “ Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los fue dando a los discípulos para que, a su vez, se los sirvieran a la gente. Comieron todos hasta saciarse, y se recogieron doce canastos con los trozos que les habían sobrado” (Lucas 9: 16 – 17).
La realidad esencial es el amor de Dios presente en nosotros. Los signos sacramentales son medios para llegar eficazmente a la realidad significada, y vivirla. Si esto hacemos nuestro verdadero ser ya no será el nuestro sino El en nosotros, y nosotros en los prójimos amados y servidos.
 Este sacramento es, así, una significación eficaz de la nueva vida que se ha de consumar en la plenitud cuando pasemos la frontera de la muerte hacia la Vida, pero que desde ya se ha de anticipar en todas las prácticas de nuestra cotidianidad, negando la prelación al poder y a la exclusión, abriendo siempre la posibilidad real de que cada hombre y cada mujer sean reconocidos en su dignidad y en su projimidad.

domingo, 22 de mayo de 2016

Algo para pensar y orar en esta semana.

Un ramo de flores
Dios y yo hemos tenido conversaciones inesperadas en mi vida diaria, especialmente en el supermercado. Dios se me acerca en la entrada, en el pasillo de los productos enlatados, sobre los alimentos congelados; en la última semana, en el patio de estacionamiento. Ayer yo volvía a mi automóvil, tratando de ignorar el día gris y deprimente, uno más de una larga fila de fríos días del inicio de la primavera. Con las semanas de Pascua dejadas atrás, todos esperamos el calor, las flores y la promesa de la nueva vida que nos trae la primavera. 
Mientras empujaba el carro del supermercado hacia mi auto, me sorprendí al ver un ramo de flores en el parabrisas. ¡Flores! Preciosos capullos primaverales sujetos con una cinta azul brillante. Ahí estaban, esperando que la dueña volviera y los encontrara.
¿De quien eran? ¿Para quién eran? Manejé de vuelta a casa, imaginando la alegría de la persona que había comprado el ramo y lo había dejado ahí. ¿Estaría en un auto cercano, esperando observar mi reacción? ¿Habría una nota en el ramo, una disculpa, o quizás una declaración de amor? Podía imaginar la alegría, y el sentirse amada, que la persona sentiría al volver a su vehículo en este frío y nublado día, y encontrar esta sorpresa primaveral.
 
Estoy siempre buscando una comunicación más directa con Dios, como una llamada telefónica, o una carta que me diga cuán amada soy, o qué debiera hacer con ese problema. Llegué a casa deseando que Dios enviara flores, y me di cuenta, por supuesto, que lo hace. Ellas están en el supermercado, en mi parabrisas, y ahora en mi jardín, desde allí observándome a través de las ventanas.

Maureen Mc Cann

COMUNITAS MATUTINA 22 DE MAYO SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD



“Cuando venga El, el espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa”
Juan 16: 13

Lecturas
1.   Proverbios 8: 22 – 31
2.   Salmo 8: 4 – 9
3.   Romanos 5: 1 – 5
4.   Juan 16: 12 – 15

Una consideración inicial para reflexionar y orar hoy sobre esta realidad de Dios que es el al mismo tiempo tres personas – Padre , Hijo y Espíritu Santo – es la de hacer el esfuerzo de despojarnos de preconcepciones complicadas que tengamos en este sentido, fruto de nuestra formación religiosa tradicional, no porque ellas sean erradas sino porque el acceso a la realidad de Dios se hace en las más absoluta simplicidad, simplemente con apertura al misterio feliz de nuestra plenitud, así como lo han vivido con extraordinaria sencillez místicos como Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Carlos de Foucauld, y tantos otros que, en una muy evangélica disposición de humildad,  se dejaron  asumir amorosamente por esta realidad de bienaventuranza para encontrar en ella el sentido total de la existencia.
Los primeros esfuerzos de formulación sobre el Dios trinitario se hicieron en los cauces de la muy compleja filosofía griega (sustancia, naturaleza, persona), terminología en exceso compleja para la humanidad de hoy. Debemos volver al talante escueto del lenguaje evangélico y utilizar la parábola, la alegoría, el ejemplo que ilustra, la comparación, como hacía Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla” (Mateo 11: 25).
Dios en sí mismo, también hacia nosotros, hacia la creación, hacia toda la realidad, es una relación, una comunión de amor:
-      Un Dios que es Padre, origen de la vida, principio de todo, cuyo único interés es nuestra plenitud y felicidad
-      Un Dios que se hace uno de nosotros, el Hijo, y que asume nuestra condición humana, que se implica en todo lo nuestro, aún en sus aspectos más dolorosos y dramáticos
-      Un Dios que se identifica con cada uno de nosotros , el Espíritu, el que nos concede el don de la fe, el de la esperanza, el del amor
Esto nos habla de que nuestro Dios no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo El mismo. El pueblo judío no tenía en su cultura el estilo conceptual y filosófico de los griegos, ellos eran vitalistas, experienciales, vivenciales, concretos. En ese orden de cosas Jesús nos enseñó que para experimentar a Dios, el ser humano debe aprender a mirar su interior (Espíritu), mirar amorosamente a los demás (Hijo), mirar confiadamente lo trascendente (Padre).
Esto quiere decir que la Trinidad de Dios tiene una implicación directa en la vida del ser humano haciéndonos portadores de vida, servidores de todos los humanos, cuidadores de la creación, constructores de comunidad, hijos y hermanos, y creyentes confiados y humildes en una plenitud que nos proviene de ese principio y fundamento al que llamamos Dios.
Esto a propósito de recordar que la opción preferencial de Dios es el ser humano. Lo que también nos lleva a desmontar ese tinglado de falsas imágenes de El que sólo han servido para dominar, alienar, angustiar, a millones de seres humanos, y también para justificar mil y mil arbitrariedades de poderes religiosos y políticos, ese Dios pretendidamente legitimador de sistemas e ideologías, de situaciones de injusticia, de desgracias para la humanidad, Dios absurdo totalmente reñido con el verdadero y amoroso que se nos ha revelado plenamente en la persona de Jesús, este sí, un Dios descalzo dispuesto a caminar con nosotros para llevarnos hacia El  con todos nuestros hermanos.
Este Dios que es sabiduría para captar lo esencial de la vida y constituirse en su soporte, Dios dador del ser, especialista en vida y comprometido a mantener a sus creaturas en esa perspectiva, no escatimando esfuerzos para que seamos siempre vivos, creativos, honestos, aún a pesar de los muchos esfuerzos contrario de algunas libertadas desvinculadas de su amor fundante: “Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano; cuando sujetaba las nubes en lo alto, cuando afianzaba las fuentes del abismo, cuando marcaba su límite al mar para que las aguas no desbordaran sus orillas; cuando asentaba los cimientos de la tierra” (Proverbios 8: 27 – 29).
Admirar la realidad creada, la perfección de la vida, su asombrosa variedad, la armonía que la articula, su belleza innata que no requiere de artificios ni aditamentos, su capacidad de seguir transmitiendo vida, es  todo ello un sacramento de ese amor desbordante, ante el que cabe la más profunda actitud de reconocimiento y adoración, como también de cuidado y de honda responsabilidad , siguiendo la inspiración del Papa Francisco en su reciente carta “Laudato Si: sobre el cuidado de la  común”.
La dignidad humana y la de todas las  formas de vida encuentran en la Trinidad su argumento determinante. Todo lo salido del amor de Dios es bello, armonioso, merecedor de respeto, de protección, de conservación en su realidad original: “Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que pusiste, qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y esplendor; señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Salmo 8: 4 – 7).
El grande y definitivo beneficio de que todo nuestro ser y quehacer no se trunque en la muerte y en el vacío viene decidido por la iniciativa salvadora y liberadora de esta Dios trinitario, siempre empeñado en que todos los suyos no se pierdan. Dios es amor incondicional y lo es para todos, sin excepción. No nos ama porque seamos buenos sino porque El es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que El quiere sino siempre, de modo ilimitado. Ni siquiera rechaza a los que libremente se apartan de El en sus proyectos de vida.
Así lo testimonia Pablo, en la primera lectura de este domingo, tomada de la carta a los Romanos: “Así pues, una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia, en la que nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de participar en la gloria de Dios” (Romanos 5: 1 – 3), y más adelante: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5: 5).
Esto ratifica lo ya dicho: que la “agenda” de Dios es el ser humano, la vida, la felicidad, la armonía de todo lo que salido de su iniciativa amorosa y salvadora, esfuerzo permanente y creciente para que todo ese dinamismo se haga pleno y definitivo, y la muerte y el pecado no sean – de ninguna manera !– los portadores de la última palabra .
Un Dios condicionado a lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea de que Dios nos quiere solamente cuando somos buenos, repetida durante tres mil años, ha sido de las más útiles – penosamente útiles!! – a la hora de conseguir el sometimiento de los humanos a intereses de grupos de poder, incluyendo los religiosos.
Esta idea, radicalmente contraria al evangelio, ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Dios, felizmente, es por el contrario, fuente de sentido, garantía de dignidad, aval de la vida, certeza de la verdad que salva. Gracias al Espíritu tenemos la misma vida de Jesús: “Cuando venga El, el espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les explicará lo que ha de venir” (Juan 16: 13)
A propósito de amor incondicional, recuerdan ustedes la película del director Tim Robbins (1995), “Dead Man Walking”? (versión en castellano “Pena de Muerte”).  En esta,  la protagonista – Susan Sarandon – caracteriza a una religiosa católica, asistente espiritual de un condenado a muerte (Sean Penn), expresando eso que es tan decisivo en el ser y proceder de Dios, la misericordia, la fuerza restauradora del amor, el empecinamiento teologal de que nada ni nadie debe perderse: eso es el Padre, el Hijo, el Espíritu, trabajando relacionalmente para que la intención original siga vigente!.

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