domingo, 31 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 31 DE JULIO DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Guárdense muy bien de toda codicia, porque las riquezas no garantizan la vida de un hombre, por muchas que tenga”
Lucas 12: 15
Lecturas:
1.   Eclesiastés 1: 2 y 2: 21 – 23
2.   Salmo 94: 1 – 9
3.   Colosenses 3: 1 – 5 y 9 – 11
4.   Lucas 12: 13 – 21

Fue clásica en los remotos tiempos bíblicos la vigencia de la “doctrina de la retribución”, cuyo nombre indica que a cada persona le era dado en justicia lo que le correspondìa en coherencia con sus mèritos mayores o menores en lo tocante a observancia religiosa y moral o, si tal era el caso, el castigo atendiendo a sus pecados e iniquidades. Podemos decir que era el sentido común religioso verificar la acción de Dios en estos términos.
Sin embargo, en la misma experiencia de su vida, este esquema se fue desvirtuando, tema que es abordado con dramática profundidad por el libro de Job, que trata sobre las desgracias del inocente tipificado en este personaje, y por el libro del Eclesiastès, del que procede la primera lectura de hoy, texto de marcado escepticismo, expresado en palabras como estas: “Vanidad de vanidades! – dice Qohelet -, todo es vanidad!” (Eclesiastès 1: 2).
Què lleva al autor bíblico a dejar en su escrito esta huella escéptica y desconfiada de los logros del ser humano, aùn de los justos y moralmente acertados? Este libro pertenece al grupo de los llamados sapienciales, escritos que consignan la sabiduría de Israel, entendiendo esta como el cultivo del sentido profundo de la vida en clave de la confianza en Dios y de este como principio y fundamento de todo el proyecto vital de los humanos.
Una mirada a nuestra propia vida, cotejada con la de aquellos antiguos israelitas nos ayuda a intentar  la respuesta al interrogante que se plantea en torno a la aparente inutilidad de los esfuerzos humanos por lograr la justicia: “Entonces, què le queda al hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigò bajo el sol? Pues todos sus días son dolorosos y su oficio penoso; y ni aùn de noche descansa su mente. Tambièn esto es vanidad” (Eclesiastès 2: 22 – 23).

Este sabio filòsofo israelita ha reflexionado profundamente sobre la pequeñez  de las mayores realizaciones y logros de nuestra vida. Nos remite simultáneamente a las evidencias de nuestra inevitable precariedad, a lo frágil de nuestra existencia, y a todo aquello que desarrollamos con empeño para que todo nuestro ser y quehacer en los años que nos sea dado vivir no sea en vano. Es un contraste real y doloroso que nos pone de frente a la mayor tarea existencial que es la de la búsqueda del sentido de la vida.
A los israelitas se les quebrò este esquema cuando empezaron a constatar que no todos los logros meritorios eran recompensados justamente, formulación dolorosa que se expresa en el libro de Job. En particular, ellos vivieron una de las experiencias màs trágicas de toda su historia con el exilio y la cautividad en Babilonia, cuando se vieron sometidos al poder extranjero, perdiendo su territorio, su templo, y demás elementos de arraigo e identidad. En este contexto surge la reflexión de Eclesiastès, que también tiene vigencia para nosotros hoy.
Còmo conciliar estos deseos apasionados de justicia, dignidad, autonomía, con tantas tragedias que afectan severamente a la humanidad?  Còmo hablar honestamente de sentido y de  esperanza en este universo de masacres a lo largo y ancho del planeta, de millares de refugiados africanos, sirios, iraquíes, cubanos, haitianos, buscando con desespero los países del tercer mundo para huìr de la pobreza y de la guerra?
Ayer – 29 de julio –  los medios de comunicación nos facilitaron asistir conmovidos a la visita del Papa Francisco a los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, recorriendo en silencio respetuoso aquel escenario que es símbolo  de una de las mayores barbaries cometidas por seres humanos en contra de sus semejantes, principalmente judíos y gitanos, en los años siniestros de la II guerra mundial.
Vuelve la  pregunta :  todo es vanidad de vanidades? Còmo afrontar con responsabilidad creyente y moral estos hechos, producto de la maldad y la perversión encarnadas en seres humanos que desconocen la gratuidad del compartir entre prójimos para constituirse en amos violentadores de la felicidad y del encuentro sereno y fraternal?
No son hechos lejanos, no pueden serlo porque  todo lo que se haga contra seres humanos en cualquier rincón del mundo afecta a la humanidad entera, y debe  hallar en cada persona  sensata  y comprometida un caldo de cultivo para la reflexión sobre el significado de la vida, con sus correlativas implicaciones de humanismo, eticidad y, en muchos casos, de religiosidad y espiritualidad.
Al mirar nuestras crisis, fracasos, sufrimientos, vacìos, realidades que por supuesto no son deseables, estamos llamados también a no pasar de largo ante este aspecto limitado de nosotros mismos, y a encarar con entereza la contradicción, con saludable autocrìtica – similar a la que nos propone Eclesiastès – para no sentirnos merecedores de premios. Auschwitz, Dachau, Haitì, Iraq, nuestras selvas y campos colombianos, son recuerdos exigentìsimos, que han de provocar en nosotros la acogida del don de Dios combinado con el “escepticismo positivo” de Eclesiastès, para estar cada dìa en la apasionante faena de construir la existencia sin pasar cuentas de cobro ni a Dios ni a los demás.
El evangelio de hoy, de Lucas, viene como anillo al dedo en esta perspectiva de la relatividad de todo lo que hacemos, somos y poseemos, ambientadas en las densas palabras de Jesùs: “Guàrdense muy bien de toda codicia, porque las riquezas no garantizan la vida de un hombre, por muchas que tenga” (Lucas 12: 15).
Verificar estadísticas en materia de distribución de la riqueza y de los bienes produce escalofrìo, y debe marcar una huella profunda en nuestra sensibilidad ética y espiritual: El 1 % màs rico del planeta posee la mitad de los activos personales totales; el 8 % de los màs ricos obtienen hasta el 50 % de los ingresos mundiales; 85 personas en el mundo tienen un patrimonio equivalente al patrimonio de la mitad pobre de la humanidad.
Hay codicia personal y codicia estructural, individuos con afección desordenada por la ganancia y el consumo, y modelos de sociedad y de economía que están estructurados en torno a esto. Recordamos el fuerte llamado de atención del Papa Pablo VI en su encíclica “Populorum Progressio” (1967), en la que estudiò los temas del desarrollo y advirtió sobre la dramática pobreza de millones en el mundo. Casi cincuenta años después la leemos de nuevo y la encontramos de dramática actualidad.
Tambièn Juan Pablo II y Francisco han tenido este asunto como prioritario en su magisterio y en su ministerio. De igual manera, recordamos a los obispos de Amèrica Latina cuando en su II Asamblea General en Medellìn (agosto de 1968), denunciaron el pecado de las estructuras y la violencia institucionalizada presente en el continente, de mayoría católica y de mayoría pobre, un contraste brutal sin lugar  a dudas, que sigue presente en el inequitativo tejido social de estos países!
El salvajismo de quienes decidieron y deciden  todas las muertes y crímenes en Auschwitz-Birkenau, en nuestras calles y campos colombianos, en Iraq, Orlando, Niza, Haitì, Bagdad, Parìs, Munich, Siria, Sudàn, Africa, lo mismo que el enriquecerse a costa de la pobreza de las mayorìas,  està determinado por una incapacidad radical para comprender y asumir la dignidad igual de todos los hombres y mujeres, lo mismo que para captar el mensaje liberador de la gratuidad, de la austeridad y de las mesas compartidas. Hay un empecatamiento en el corazón de individuos y estructuras que hace evidente la presencia del mal, que nos llama a rechazar tales realidades y a actuar a contracorriente, con el mismo estilo de Jesùs, de Romero, de los profetas, de los genios èticos y espirituales que hacen lucir la genuina esencia del ser humano.
La verdadera vida està en el ser , no en el tener, tampoco en el acumular bienes mèritos, se trata de ir por otra escala de valores, que es la de Jesùs en el Evangelio, y la de tantas comunidades , principalmente de pobres, que con elocuencia y rectitud nos hablan de la posibilidad de vivir en eso que aquí hemos llamado el desafío de la projimidad.
La reflexión de Jesùs en el relato evangélico es clarísima, cuestionando al que dijo: “Demolerè mis graneros y edificarè otros màs grandes; almacenarè allì todo mi trigo y mis bienes, y me dirè: Ahora ya tienes abundantes bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe y banquetea” (Lucas 12: 18 – 19), la respuesta del Maestro relativiza toda acumulación indebida y toda irresponsabilidad con las necesidades del prójimo: “Què necio eres! Esta misma noche te reclamaràn la vida. Para quien será entonces todo lo que has preparado? Asì es el que atesora riquezas para sì y no se enriquece en orden a Dios” (Lucas 12: 20 – 21).

El reto es a dar sentido humano y teologal a nuestra contingencia, promoviendo la vida digna de todos en igualdad de condiciones, vivir felizmente en tònica de gratuidad,  apropiarnos de la riqueza que viene de lo trascendente, y tomar en serio las palabras de Pablo, en la segunda lectura de hoy: “No se mientan unos a otros, pues se han despojado del hombre viejo, con sus obras, y se han revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Colosenses 3: 9 – 10). 

domingo, 24 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 24 DE JULIO DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Yo les digo: pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá”
Lucas 11: 9

Lecturas:
1.   Génesis 18: 20 – 32
2.   Salmo 137: 1 – 8
3.   Colosenses 2: 12 – 14
4.   Lucas 11: 1 – 13
Las lecturas que se nos proponen este domingo hacen una invitación a mirar la propia vida, individual y comunitaria, como un proceso constante y creciente de confianza en Dios a partir de la experiencia de la oración. Advertimos para empezar que no se trata de un piadoso lugar común, sino de una vigorosa realidad en la que adquirimos plena conciencia de nuestro propio ser  y del ser de Dios actuando en nosotros para hacernos el obsequio de una vida con sentido y esperanza.
Los seres humanos siempre tenemos la tentación de confiar excesivamente en nosotros mismos, cada época de la historia va superando a la anterior en este modo que con frecuencia se reviste de vanidad, soberbia, arrogancia.
Podemos examinar los logros del conocimiento, los desarrollos de la ciencia y de la tecnología,  que nos van confiriendo seguridades y nos van dado la certeza de las capacidades inagotables de nuestra inteligencia. Aspecto plenamente legítimo que debe dar satisfacción cuando es vivido con humanismo y dignidad.
Tal  constatación debe llevarnos a pensar, de una parte, que es bueno y saludable el esfuerzo humano por avanzar para hacer el mundo más habitable y equitativo; pero, de otra parte, también nos hace una señal de alerta para mirar con espíritu crítico estas posibilidades cuando pierden su referencia humanizante, de tal manera que no sucumbamos en una humanidad engreída y desconocedora de su inevitable contingencia.
El siglo XX y lo que va corrido del XXI son escenario privilegiado para verificar estas realidades. Los mayores desarrollos científicos, los avances de la medicina para controlar y erradicar enfermedades, aumentando el promedio de vida, el prodigio de la tecnología informática y digital que hacen del mundo una aldea global, como hace cuarenta años lo indicara el teórico de la comunicación Marshall Mc Luhan, el cultivo de las ciencias humanas para favorecer la emancipación de hombres y mujeres de toda tutela esclavizante, son, entre muchos ejemplos, indicadores de los logros del ser humano para comprenderse  a sí mismo, el mundo, la naturaleza, desarrollando un poder transformador de la misma.
Pero también este mismo escenario de la historia ha sido el ámbito de los mayores crímenes e ignominias en contra de la humanidad.  Como resultado tenemos las  dictaduras del nazismo y del comunismo, las guerras mundiales y los reiterados conflictos en uno y otro lugar del planeta con su dolorosa carga de víctimas que se pueden contar por millones, los modelos económicos y políticos que no se fundamentan en la dignidad humana sino en el incremento del poder y del capital, y las interminables alienaciones que hipotecan la libertad y la felicidad de los humanos.
Ante esto, qué decir desde la fe en Dios, asumida y vivida como confianza radical en una realidad que tiene toda la capacidad de dar pleno sentido a nuestra existencia, habilitándonos para emprender la vida como proyecto de salvación, de liberación, de plenitud, aquí en esta historia y en este diario acontecer, proyectándonos hacia el futuro definitivo de la trascendencia en la que vivir será  bienaventuranza inagotable en el amor de ese Dios?
La primera lectura, mediante el regateo entre Abrahán y Yahvé a propósito de los escándalos de dos ciudades, presenta el contraste entre las fuerzas del mal, favorecidas por el mismo ser humano que no logra presentar el resultado de  hombres justos, y la bondad y la misericordia de Dios, dispuesto a sanar, a perdonar, a reconciliar, a crear posibilidades de sentido y de esperanza. Sodoma y Gomorra son prototipos del mundo desordenado por el egoísmo y por la injusticia, carentes de solidaridad y de apertura a Dios y al prójimo.
Abrahán caracteriza al creyente sincero, que confía sin reservas en su Dios, sabedor de que este es justo y misericordioso: “Abrahán lo abordó y le dijo: Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. Vas a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes . Va a fallar una injusticia el juez de toda la tierra?” (Génesis 18: 23 – 25).
Este texto es un testimonio de que el mal y las desgracias no proceden de Dios sino del ser humano que se vuelve sobre sí mismo de modo arrogante y emprende la destrucción en contra de sus semejantes y del mundo creado originalmente en armonía. Filósofos y pensadores han dedicado notables esfuerzos al planteamiento de la pregunta por el sentido de la vida ante la realidad del mal, muchos de ellos concluyendo en un sentimiento de absurdo y de tragedia, con marcada desconfianza hacia el mismo ser humano.
Nuestra postura es la de inclinarnos  esperanzada y confiadamente en el Dios que está totalmente de nuestra parte, a quien sólo le interesa nuestra felicidad, y por eso se empeña en dotarnos del Espíritu para estar en un dinamismo constante de vitalidad y re-creación. Tal es el Dios confiable que se nos revela en Jesús, y a quien nos dirigimos en el diálogo orante para encontrar siempre los mejores caminos para el buen vivir.
El Padre Nuestro, primera parte del evangelio de hoy, es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo, de la humanidad. En esta oración,  que es identidad del  cristiano, se nos hace evidente la gloria de Dios, principio y fundamento del ser humano, siguiendo las palabras de San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales, gloria que tiene su mejor manifestación en el ser humano que vive de una manera digna de ese Dios,  sustento amoroso de su realidad.
Esta plegaria está estructurada en varias peticiones, todas ellas orientadas a la configuración teologal de la humanidad, para que venga un reino en el que la projimidad y la justicia tengan plena vigencia, en el que las relaciones entre las personas estén mediadas no por el poder y la codicia sino por el reconocimiento de la dignidad  de cada uno y por el ejercicio de la fraternidad: “Jesús dijo a sus discípulos: cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación” (Lucas 11: 1 – 4).
La expresión hebrea utilizada por Jesús para designar a Dios es Abba, que es el tratamiento que un hijo amante y agradecido da a su padre, expresándole su mayor ternura y haciéndose consciente de ser creatura necesitada de un amor fundante y liberador, como el niño pequeño que se arroja confiado en brazos de sus padres, en quienes vive la certeza de ser cuidado y amado.
Una experiencia de oración como esta  es uno de los modos contundentes que tiene nuestra fe cristiana para ir en contravía profética de ese mundo vanidoso al que nos referíamos al principio, brindándonos también los elementos para hacer una crítica a las falsas imágenes de Dios – justiciero, vengativo, vigilante, intransigente, policía – que conllevan falsas imágenes del ser humano – sometido, indigno, egoísta, miedoso, desconfiado - , imaginarios que son incompatibles con la originalidad liberadora de la experiencia de Jesús y del modo como El nos lleva al Padre y al hermano.
Cuando decimos Padre Nuestro estamos interrogando con rigor evangélico las Sodomas y las Gomorras en las que se deshace el ser humano en un maremágnum de injusticias y desamores, y al mismo tiempo  aceptamos  constituír un mundo en clave de reino de Dios, afirmando como valores constitutivos los que Jesús propone en las bienaventuranzas.
La oración en cuanto   experiencia explícita de nuestra relación con el Padre, es a tiempo y a destiempo, ilustrada por Jesús con el ejemplo del amigo inoportuno, segunda parte del texto de Lucas, con la invitación que el mismo Señor nos hace: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, le abrirán” (Lucas 11: 9 – 10).
Pedir es experimentarnos contingentes y necesitados, genuino ejercicio creatural; buscar es movilizarnos para buscar el Reino y su justicia, haciéndolo efectivo en nosotros; llamar es clamar denunciando la injusticia y demandando el acontecer de Dios para que esta se trueque en el mundo de prójimos querido por El.
El salmo 137 es un hermoso testimonio del creyente que se reconoce acogido y escuchado por Dios: “Te doy gracias por tu amor y tu verdad, pues tu promesa supera a tu renombre. El día en que grité me escuchaste, aumentaste mi vigor interior” (Salmo 137: 2 – 3).
El llamamiento que se nos hace es a ser testigos de esta vitalidad desbordante que vivimos en una intimidad como la que Jesús vivía con el Padre, contemplando el gozoso misterio que es sustancia de nuestro ser y sintiéndonos enviados a configurar un tejido de buenas noticias y realizaciones, de mesas servidas para todos, de dignidades siempre reconocidas, de reivindicaciones atendidas, de comuniones interminables.

Hacer un alto en el camino de cada día para el encuentro orante es garantía de una humanidad fecunda en el amor de Dios, pidiendo, buscando, llamando!

domingo, 17 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 17 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


“Marta, te preocupas y agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Marìa ha elegido la mejor parte que no le será quitada
(Lucas 10: 41 – 42)
Lecturas:
1.   Gènesis 18: 1 – 10
2.   Salmo 14: 2 – 5
3.   Colosenses 1: 24 – 28
4.   Lucas 10: 38 – 42
Comenzamos esta reflexión de hoy con la indignación y el inmenso dolor que nos causan los trágicos hechos de las últimas semanas: un joven campesino colombiano muerto por un proyectil “perdido” (?) durante las manifestaciones del paro de camioneros en el departamento de Boyacà, màs de 300 muertos en Bagdad, 49 en Orlando, 84 en Niza (Francia), la geografía del horror se esparce por todo el mundo, cruzada brutal de la intolerancia y del deseo perverso de ensañarse con la humanidad inocente.
Aspiramos a que la respuesta cristiana sea pertinente, liberadora, capaz de sanar tantos dolores y maltratos, y para ello hemos de acudir a aquellos elementos màs originales de  nuestra identidad que, por supuesto, son propios del proyecto de Jesùs.
Se trata de escuchar a Dios en las realidades de la historia, de contemplar su misterio salvador en los contextos de nuestra existencia, de cultivar en El el sentido sagrado de las creaturas, de la vida, y de comprometernos responsablemente en el cuidado y defensa de la misma.
Segùn la revelación bíblica, la escucha de Dios se practica en la historia, en la experiencia de individuos y comunidades. Desde los tiempos del Concilio Vaticano II y de las nuevas tendencias de la teología y de la pastoral, se acuñò la expresión “signos de los tiempos” para expresar aquellas evidencias màs constantes en las que se perciben las  tendencias  dominantes de la humanidad en determinados momentos de la historia.
Para señalar un ejemplo elocuente, este tèrmino hallò especial carta de ciudadanía en la II Asamblea General de los Obispos de Amèrica Latina, en Medellìn (agosto de 1968), inaugurada por el Papa Pablo VI, en la que se examinaron con òptica creyente las situaciones de pobreza, injusticia, marginalidad, como desafíos prioritarios para proponer un nuevo modo de pràctica eclesial en nuestro continente.
 Asì surge la  Teologìa de la Liberaciòn, con formulaciones conceptuales e implicaciones pastorales de opción preferencial por los pobres, fundamentándose en las raíces bíblicas de la liberación, acudiendo a la mediación de las ciencias sociales, y proponiendo una acción pastoral promotora de la dignidad humana y de la inclusión social en clave evangélica, sin desconocer en lo màs mínimo la trascendencia definitiva del ser humano en Dios.
Hoy les proponemos mirar en el relato de Genèsis 18 y en el de Lucas 10, una invitación a escuchar a Dios en estos clamores de vida, de justicia, de dignidad, que se manifiestan en estas continuas e inaceptables tragedias de la reiterada marginación de millones de seres humanos en el mundo, de migración forzada en búsqueda de mejores oportunidades, de brutales asesinatos como los que suceden a menudo en Amèrica Latina y en Africa, las dolorosas realidades de Bagdad, Orlando, Niza, Estambul, y demás lugares donde se atenta contra la vida de tantos hermanos nuestros.
Una explicación, que se puede asignar a todos los tiempos de la historia, es la del hondo vacío espiritual y humano que afecta a muchos sectores de la sociedad mundial. Consumismo desmedido, cultura del bienestar, afección desordenada al poder, fundamentalismo político – religioso, intolerencia y desconocimiento de lo diferente, absolutización perversa de algunas pretendidas “verdades”, son síntomas de lesiones gravísimas en el corazón humano, carente de interioridad, de sentido de la compasión y de la solidaridad, del respeto por la vida en todas sus formas.
Muchos de los ámbitos del mundo moderno tienen experiencia de intenso trabajo y productividad, de ganancia del dinero y consumo enloquecido como vano intento de una felicidad que no viene con esto, de vida fácil  temerosa de la abnegación y el sacrificio, de desconfianza de los grandes relatos constitutivos de los ideales de la humanidad , ausencia de Dios y del prójimo, sustituìdos por tantas y tan precarias idolatrìas.
El genuino sentido de la escucha de Dios no es, como se suele creer en tantos medios sociales, una renuncia a la libertad y a la dignidad, o el ingreso en un modo de vida timorato y retraìdo de la historia. Escuchar a Dios equivale a escuchar lo màs profundo y decisivo de la condición humana.
El relato de la teofanìa (manifestación de Dios) de Mambrè – que nos trae la primera lectura de hoy  -  es elocuente en este sentido,  presentándonos  el saludable afán de Abrahàn y  de su esposa Sara por acoger con delicadeza a Yahvè y a sus enviados: “Señor mìo, si te he caìdo en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor. Que traigan un poco de agua, se lavan los pies y se recuestan bajo este árbol. Yo irè a traer un bocado de pan; asì repondrán las fuerzas. Luego ya seguirán su camino, que para eso han acertado a pasar a la vera de este camino” (Gènesis 18: 3 – 5).
La gratuita retribución para esta hospitalidad se traduce en una bendición de Dios, que es la fecundidad para Abrahàn y Sara, expectantes de un hijo: “Volverè sin falta a tì, pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo” (Gênesis 18: 10). En el Antiguo Testamento, señal privilegiada del favor de Dios era la llegada de los hijos, considerados las mayores bendiciones del Señor. Escuchar a Dios, hace acreedor a quien lo practica, de una vida digna, fértil, amorosa, feliz, libre, sana, fraternal, solidaria.
Por la anterior razón, encontramos tan bellamente pertinente lo que dice el salmo 14: “Yahvè, quièn vivirà en tu tienda? Quièn habitarà en tu monte santo? El de conducta ìntegra que actùa con rectitud, que es sincero cuando piensa y no calumnia con su lengua; que no daña a conocidos ni agravia a su vecino” (Salmo 14: 1 – 3).
El texto de Lucas, la escena de Jesùs con las hermanas Marta y Marìa, se ha tomado como argumento evangélico para contraponer la vida activa y la vida contemplativa, dando la prioridad a esta última. Esto es totalmente ajeno a la mente de Jesùs. El relato està enmarcado en el contexto del viaje a Jerusalèn, que intenta determinar el perfil de aquellos que deseaban seguir a Jesùs, y marca la  intención de còmo El quiere formar a sus discípulos y a todos los interesados en su mensaje.
En los primeros siglos de la historia cristiana,  una fuerte tendencia afirmó que la perfección del seguimiento de Jesùs se daba viviendo fuera del mundo, negando el mundo, la encarnaciòn en el mismo, ahì surgieron los anacoretas y los ermitaños. Debemos afirmar que, inspirados en el Evangelio, este no es el propòsito de Jesùs, desde El estamos llamados a insertarnos en la realidad, a tener un compromiso que  se traduzca en una transformación de lo injusto, egoísta y pecaminoso, para que brille el espíritu de projimidad, de vida justa, de bienaventuranza, de acogida de los unos por los otros, de convivencia dentro de un saludable pluralismo, de vida con espíritu.
Cuando Jesùs dice, viendo el trajín domèstico de Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Marìa ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lucas 10: 41 – 42), està queriendo decir que la vida activa, el ejercicio de la misión, el apostolado, el servicio, se alimentan en la màs densa contemplación, escuchar a Dios en el silencio de la oración y del discernimiento, pero no desprecia en lo màs mínimo el carácter generoso de Marta, que està evidenciado su sentido de la acogida, tan cercano a los afectos de Jesús.
No puede haber autèntica contemplación que no se implique en la acción y que no se alimente de esta, ni aquella que alimente toda la misionalidad y acción pastoral, la solidaridad en sus muchas expresiones, las pràcticas para hacer del mundo el mejor lugar para todos. Ni espiritualismo desencarnado, ni activismo desaforado!
Pablo vive con bastante plenitud esta experiencia de misión y existencia contemplativa, como nos lo comunica en la segunda lectura: “Ahora me alegro de los padecimientos que he soportado por ustedes, y completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia. De ella he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en favor de ustedes: dar cumplimiento a la palabra de Dios, al misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos” (Colosenses 1: 24 – 26).
En medio de este mundo tan pagado de sì mismo, vanidoso y arrogante, arrodillado indignamente ante el dinero y el poder, despectivo con la vida libre y justa, ignorante de los apremios de tantos hombres y mujeres que reclaman su legìtimo derecho a la dignidad, escuchar a Dios en la densidad del misterio contemplativo es capacitarse para las mejores y màs comprometidas acciones de justicia, de solidaridad, de misericordia y acogida, uniéndonos creyentes y no creyentes, con talante ecuménico, para significar que ni el oro ni el poder nos llenan, que nuestra vida tiene sed de Dios, que es – inevitablemente – sed de humanidad. 

domingo, 10 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 10 DE JULIO DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

Cuàl de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la ley contestò: el que tuvo compasión de èl. Jesùs le dijo: pues ve y haz tù lo mismo”
(Lucas 10: 36 – 37)
Lecturas:
1.   Deuteronomio 30: 10 – 14
2.   Salmo 18: 8 – 11
3.   Colosenses 1: 15 – 20
4.   Lucas 10: 25 – 37
Uno de los asuntos cruciales en la humanidad y particularmente en el ámbito de las convicciones religiosas es la relación entre las leyes que proceden de las mismas y la libertad para vivir en el amor de Dios y en el de los prójimos, vìnculo que a menudo se manifiesta como oposición en la medida en que muchos consideran que el cumplimiento de las normas visto escuetamente se puede convertir en impedimento para que florezca la libertad autèntica que Dios propicia en sus creyentes.
Este tema es núcleo del libro bíblico del Deuteronomio, del que procede la primera lectura de este domingo, integrante del conjunto llamado Pentateuco (Gènesis, Exodo, Levìtico, Nùmeros,Deuteronomio), que articula los relatos originales de la fe de Israel con el corpus legislativo de la misma, conocido entre ellos como la Torah.
La palabra Deuteronomio significa segunda ley, es un texto que se produce dentro de un gran esfuerzo de los profetas por renovar la vida espiritual de los israelitas, anquilosada por la cantidad de preceptos y observancias rituales vividas de modo exterior sin comprometer ni la conversión del corazón ni la apertura solidaria  a los requerimientos del prójimo necesitado e injustamente tratado por los mismos practicantes de esa normativa.
Central en el mensaje de este quinto libro del Pentateuco es la ley  que està inscrita  por Dios en nosotros, invitándonos a  un discernimiento juicioso que nos llevarà a descubrirla y a apropiarla para orientar nuestra conducta.
Esta sucinta contextualización nos ayuda a entender mejor el espíritu de la primera lectura: “Este mandamiento que hoy les doy no es demasiado difícil para ustedes, ni està fuera de su alcance…” (Deuteronomio 30: 11), y “Al contrario, el mandamiento està muy cerca de ustedes; està en sus labios y en su pensamiento, para que puedan cumplirlo” (Deuteronomio 30: 14).
Quiere decir el texto que la voluntad de Dios no es un reglamento  propuesto desde fuera, extraño al ser humano, determinado por una autoridad distante y – si se quiere – antipática y onerosa. Està grabada por el Espìritu en el corazón de las personas, y cuando estas se hacen conscientes de ella y la asumen con plena responsabilidad deviene en un despliegue del autèntico ser humano.
Queremos subrayar este último  aspecto, porque aquí reside la clave de un cambio sustancial de actitud ante las formulaciones legales, y  ante las determinaciones que nos comprometen como creyentes, y es, en síntesis, la gran posibilidad de asumirlas desde nuestra interioridad cambiándoles la pesadez del mandato exterior por la convicción vivida en amor y libertad.
Si vamos a los profetas de aquel  tiempo,  encontraremos plasmada esta mentalidad, a menudo revestida de una gran severidad por parte de ellos cuando confrontan las pràcticas religiosas de sus contemporáneos como vacias de contenido existencial, de sentido de justicia y de referencia al prójimo: “Cuando ustedes levantan las manos para orar, yo aparto mis ojos de ustedes; y aunque hacen muchas oraciones, yo no las escucho. Tienen las manos manchadas de sangre. Làvense, lìmpiense! Aparten de mi vista sus maldades! Dejen de hacer el mal! Aprendan a hacer el bien, esfuércense en hacer lo que es justo, ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda” (Isaìas 1: 15 – 17).
Son palabras de una dureza fuera de lo común, en las que brilla la indignación de Dios mediada en sus profetas, y la invitación a referir  esa religiosidad al prójimo requerido de reconocimiento en su dignidad.
Una consideración asì  nos entronca con la cuestión  capciosa que plantea un maestro de la ley a Jesùs, con la que empieza el evangelio de Lucas, propuesto por la Iglesia para este domingo: “Un maestro de la ley fue a hablar con Jesùs, y para ponerlo a prueba le preguntò: Maestro, què debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesùs le contestò: Què està escrito en la ley? Què es lo que lees? El maestro de la ley contestò: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a tì mismo. Jesùs le dijo: has contestado bien. Si haces eso, tendràs la vida. Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesùs: Y quièn es mi prójimo?” (Lucas 10: 25 – 29) . La respuesta certera de Jesùs es la parábola del Buen Samaritano,  núcleo de nuestra reflexión de hoy.
La projimidad incondicional es el criterio de religiosidad que Jesùs plantea en esta parábola, poniendo en tela de juicio el judaísmo milimétrico de aquellos tiempos, que disponía de 613 mandamientos, de los que 365 eran prohibiciones y  248 preceptos, dato que expresa con elocuencia los extremos legalistas a los que habían llegado, convirtiéndose en verdadera carga , reveladora de total estrechez y nula percepción del amor liberador de Dios.
No basta con ser religioso, el autèntico contenido de esto es practicar el amor al prójimo hasta los últimos extremos que se nos pidan, incluyendo el de dar la vida de manera cruenta. Cabe recordar que en el Antiguo Testamento sòlo se tenìan como prójimos a los del propio pueblo, los demás eran o enemigos o simplemente extraños, y no merecían el beneficio de la solidaridad. La pregunta maliciosa del maestro de la ley està impregnada de esta pobre mentalidad!
Pero no hagamos de esto un asunto de arqueología bíblica, vayamos a nosotros, a nuestras realidades de hoy. Por ejemplo, cuando nos limitamos a la caridad asistencial, a dar cosas que ya no utilizamos, a menudo en muy mal estado, porque “como son para pobres” no importa.
Este asistencialismo elude la responsabilidad del compromiso con el prójimo. Cuàntas rifas, banquetes, donaciones, limosnas, que se realizan simplemente para lavar la conciencia, sin rostros reales de prójimos que esperan el reconocimiento de su dignidad y de sus derechos! Cuàntas misas y devociones vacìas de fraternidad! Cuànto fariseísmo en todo esto!
Jesùs rompe con tal esquema en su parábola del Buen Samaritano. Para el sacerdote y el levita que pasaron de largo la primacía de su vida està en el riguroso cumplimiento de sus leyes y de su culto, por eso dieron un rodeo y siguieron adelante, evadiendo por completo el ejercicio de la misericordia.
En feliz y comprometida oposición, el samaritano revela que su prioridad es el servicio al prójimo caìdo, sin reservas ni medidas de ninguna clase, es el amor hasta el extremo: “Pero un hombre de Samaria, que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercò a èl, le curò las heridas con  aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevò a un alojamiento y lo cuidò” (Lucas 10: 33 – 34).
Este samaritano lleva la ley escrita en su corazón, y la vive desmedidamente, pero sus contemporáneos judíos lo tienen por maldito y excomulgado del culto oficial de Israel, porque no cumple con las formalidades emanadas del templo de Jerusalèn y de las sinagogas. Escandaloso contraste: los religiosos “oficiales”, que están en regla con la ley y con el culto, evaden al prójimo malherido,  pero este hombre, que no es formalmente religioso según ellos, actuó como Dios: con compasión y con misericordia!
El prójimo se nos impone dramáticamente, es el que nos necesita, y tiene rostros y demandas muy concretos. Con èl se rompen las programaciones y los mandamientos legales, y se abre el camino del servicio, de la solidaridad como proyecto de vida, del inclinarse amorosamente para servirlo, reconstruìrlo, reconocerlo, brindarle esperanza, afecto, cercanìa, dignidad.
La creación y las creaturas son la sacramentalidad de Dios. El prójimo es presencia de Dios, genuino camino hacia El. Dejemos de lado las religiosidades verticales, sin amor ni conversión, para relacionarnos con tantos seres humanos humillados y ofendidos como producto de las injusticias de muchos hombres y mujeres, a menudo profundamente religiosos y precariamente fraternales.
 Como Jesùs, amamos al Padre  en la medida en que amamos a sus creaturas, viviendo la ética del cuidado, como lo hizo el samaritano, y como lo hacen en nuestros días tantas personas, unas creyentes, otras no, movidas por el màs exquisito humanismo, garantía de confianza en las posibilidades de la genuina humanidad, no la que se mueve en la abundancia egoísta, sino la que se despoja de su comodidad para hacerse próxima de los millones de gentes afectadas por las determinaciones políticas y económicas de gobiernos y empresas, àvidos de poder y de ganancia, perdedores en materia de solidaridad.
La ética de la projimidad define el comportamiento de Jesùs y es imperativa para quien se tome en serio su seguimiento. Ante esto,  damos rodeos ante el dolor ajeno? Con nuestra habitual sofisticación argumentativa, evadimos con justificaciones “bondadosas” el clamor de los pobres del mundo? Nos preciamos de buenos cristianos por unos donativos ocasionales que hacemos sin estar referidos a prójimos reales?
La herencia de la vida eterna no la vamos a lograr con el cumplimiento de intrincadas normas, de proliferación de piedades individuales, de rezos sin amor. Es el hermano doliente, en quien Dios nos reclama el culto y la ley verdaderas, y los inscribe en nuestro corazón, donde està la garantía de la trascendencia, del paso a la plenitud.

En Colombia, país donde la mayoría de sus habitantes son cristianos, viene un proceso de paz, de reconciliación, que tiene en el carácter esencial de la projimidad al estilo de Jesùs un reto en el que se va a jugar la legitimidad de nuestras convicciones, si somos hijos y hermanos simultáneamente, aptos para hacer viable una sociedad justa, incluyente, en la que seamos humildemente “sal de la tierra y luz del mundo”. 

domingo, 3 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 3 DE JULIO DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO



Sanen a los enfermos que haya allì y díganles: El Reino de Dios ya està cerca de ustedes”
(Lucas 10: 9
Lecturas:
1.   Isaìas 66: 10 – 14
2.   Salmo 65: 1 – 7, 16 y 20
3.   Gàlatas 6: 14 – 18
4.   Lucas 10: 1 – 9
Dice el teólogo español Josè Antonio Pagola: “La iglesia debe responder al deseo original de Jesùs de ser un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envìo”, frase que expresa con elocuencia el espíritu que nos propone el texto del Evangelio de Lucas que se proclama este domingo, Jesùs enviando en misión a setenta y dos discípulos, relato programático que define el deber ser constante y creciente de la comunidad de sus seguidores.
Desde siempre, en nuestra formación cristiana, hemos escuchado esto de iglesia misionera, de discípulos enviados, con el peligro de que  se torne lugar común y no impacte el ser y el quehacer eclesiales, como tantas frases elaboradas, proclamaciones de principios sin fuerza para transformar la realidad.
 Por eso, demandemos al Espìritu la posibilidad real de pasar de la retòrica a los hechos coherentes  de nuestra vida que se quieren identificar con la voluntad del Señor y con la esperanza de la humanidad que aguarda las mejores y màs definitivas razones para vivir con esperanza y con sentido.
Si damos un repaso a los medios de comunicación,  los encontramos plagados de malas noticias: masacre en Orlando, asesinato masivo en el aeropuerto de Estambul, también en Bangladesh; congresistas colombianos que se aprueban un alza escandalosa en su salario, en abierta contradicción con la precariedad de su desempeño y de su moralidad, bofetada a las necesidades de la mayoría de la población colombiana; delitos, muertes, injusticias sociales, decisiones injustas de gobiernos, políticas económicas excluyentes, vacìos de sentido de la vida.
 Què hacer ante esto? Còmo responder de modo consistente  a la infatigable búsqueda de significado existencial del ser humano? Què desafíos plantean estas violencias e ignominias  a la Iglesia, a cada cristiano en particular?
En el tiempo de Jesùs también se vivìan grandes desasosiegos y frustraciones, profundos desencantos: una religión rìgida e intransigente que no favorecía la acogida generosa , asentada en su mentalidad legalista y ritual, lejana de los corazones en expectativa, desconocedora de la misericordia; un imperio romano dominador, autoritario, preocupado por extender sus posesiones, sin compasión por la inmensa mayoría de pobres que poblaban aquel pequeño país de Palestina; una imagen de Dios justiciero y vengativo; multitud de seres humanos abandonados a su suerte y al sentimiento trágico de la vida.
En este contexto es  en donde surge Jesùs con un estilo a contracorriente de estas penosas realidades,  pobre con los pobres, desposeído de ambiciones humanas de poder y de riqueza, anunciando la cercanìa de un Dios misericordioso, reivindicador de los últimos del mundo, solidario con la felicidad de todos, lejano de jerarquías y poderosos, provocador de una corriente de vitalidad y de sentido como nunca se había visto en aquellas tierras, de tal intensidad estas novedades como para apropiarse   de las palabras estimulantes y gozosas de Isaìas: “Alègrense con Jerusalèn, llénense de gozo con ella todos los que la aman; unànse a su alegría todos los que han llorado por ella; y ella, como una madre, los alimentarà de sus consuelos hasta que queden satisfechos” (Isaìas 66: 10 – 11).
Palabras que  reflejan con exactitud lo que se vive siglos después con la misión de Jesùs, cuya lógica es la de anunciar una Buena Noticia en nombre del Padre Dios, llegando a todos los abandonados, entristecidos, humillados, ofendidos, condenados morales, excluìdos, desconocidos en su dignidad, desechados por los poderosos del mundo. La misión de Jesùs es re-encantar la historia de la humanidad y abrirla de modo definitivo a la perspectiva de su sentido definitivo en el amor del Padre  Dios.
Tal  es la razón de ser  de la misión a la que El envía a sus discípulos:” Cuando entren en una casa, saluden primero, diciendo: Paz a esta casa. Y si allì hay gente de paz, su deseo de paz se cumplirá……” (Lucas 10: 5), y: “…sanen a los enfermos que haya allì, y díganles: El reino de Dios ya està cerca de ustedes” (Lucas 10: 9).
Es decir, con sus intenciones y con sus actos indiquen que ha empezado el tiempo nuevo de la bienaventuranza, dando a entender  que para Dios lo màs entrañable es la felicidad humana, el rescate de la muerte y de las consecuencias del pecado y de la injusticia, el restablecimiento de la dignidad de las personas, el comienzo de una época en la que El  abre sus brazos de Padre – Madre para acoger misericordiosamente a todos los que habían perdido la ilusión de una existencia feliz.
Nuevamente volvemos sobre los énfasis de Francisco, pastor de la Iglesia universal y Obispo de Roma, que se siente en total conexión con las intenciones de Jesús, y plantea retos de esta naturaleza a la Iglesia toda:
-       Vida coherente , evangélica, solidaria, servicial, transparente, misericordiosa, como elemento de persuasión apostólica y de eficacia misional.
-      Universalidad del mensaje, globalización de la Buena Noticia, llegada a los últimos rincones del planeta, no en plan de proselitismo fundamentalista o de adoctrinamiento masivo, sino de anuncio de la esperanza que es viable para todos los humanos, porque procede de un Dios que no escatima esfuerzos para incluír y para transformar lo que se ha perdido por el egoísmo de los mismos hombres y mujeres que se ensañan con sus prójimos.
-      No se trata de doctrinas incomprensibles ni de reglamentaciones exhaustivas para agobiar conciencias y corazones, es la comunicación de un orden de vida que garantiza eso que en el Evangelio se llama bienaventuranza, en el que el mismo Dios se hace don a través de Jesucristo para llenar de significado y de razones para la esperanza la existencia de todos los destinatarios del mensaje.
-      Iglesia que no se fija en sí misma, que no persigue posiciones de poder, que es profética porque anuncia la intención de Dios de propiciar la plena realización y salvación del ser humano, y denuncia con vigor lo que es incompatible con este proyecto fundamental
Si repasamos atentamente el contenido del relato evangélico de este domingo lo encontraremos preñado de estos significados, con las recomendaciones que Jesús hace a los discípulos para que su misión sea eficaz:
-      Itinerancia, salida del mundo de las seguridades, renuncia a la instalación, capacidad de peregrinaje por el mundo: “Y los mandó de dos en dos delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir” (Lucas 10: 1).
-      Conciencia de las dificultades y de las incomprensiones, el evangelio es una propuesta que va en contra de la mayoría de mentalidades dominantes, esto acarrea persecuciones, somos, como Jesús, signo de contradicción: “Miren que los envío como corderos en medio de lobos” (Lucas 10: 3).
-      Pobreza, testimonio de austeridad, no depositar la eficiencia del mensaje en seguridades de tipo material: “No lleven dinero ni provisiones ni sandalias” (Lucas 10: 4)
-      Sean portadores del don de la paz, Shalom, don de Dios que contiene todas las posibilidades para la plenitud humana: “Cuando entren en una casa, saluden primero diciendo: Paz a esta casa” (Lucas 10: 5).
-      Humildad, sintonía con las personas y  con sus realidades, encarnación en el mundo, comunión con la gente y con su historia: “Al llegar a un pueblo donde los reciban, coman lo que les sirvan” (Lucas 10: 8).
-      Realicen las señales de vida, sanen las dolencias, curen los corazones afligidos, devuelvan el encanto de vivir: ”Sanen a los enfermos que haya allí, y díganles: el Reino de Dios está cerca de ustedes” (Lucas 10: 9).
-      Nada de discursos moralizantes , de cargas que aflijan a las personas, hagánles saber que Dios está entre ellos, que es todo para ellos, que su razón de ser es la humanidad feliz y liberada.
Cuando muchos en el mundo hacen confrontaciones fuertes y severas al cristianismo y a la Iglesia están pensando en el mensaje original de Jesús, aquí delineado a grandes rasgos, y nos  demandan coherencia en el más alto nivel en que algo debe llegar a serlo.
Por eso nos interrogan por exceso de seguridades materiales, por posturas cerradas que no captan los signos de los tiempos y las grandes cuestiones del ser humano que busca sentido definitivo de vida, por desmesura en la autoprotección institucional que se silencia ante escándalos financieros o conductas pecaminosas de sus ministros.
Para vivir en estado de misión es imperativo reconocer con humildad estas manifestaciones del mal espíritu, y asumir con responsabilidad una tarea evangélica de purificación y penitencia, de tal manera que logremos el nivel deseado de fuerza testimonial, fundamentando esta en palabras como las que Pablo dice a los Gálatas: “En cuanto a mí, de nada quiero gloriarme sino de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Pues por medio de la cruz de Cristo, el mundo ha muerto para mí y yo he muerto para el mundo” (Gálatas 6:14).
El esfuerzo martirial de tantos hombres y mujeres que en estos veinte siglos de historia cristiana han dado su vida por el reino de Dios y su justicia, el ímpetu evangelizador de aquellos que en condiciones adversas han llevado a muchos pueblos la luz del Evangelio, la oblación de muchas vidas que han servido sin descanso a sus hermanos más desfavorecidos, son lenguaje que se alinea con las intenciones misionales de Jesús y nos invita a permanecer siempre en ese estado de envío, de anuncio esperanzador de la Buena Noticia.

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