domingo, 28 de agosto de 2016

COMUNITAS MATUTINA 28 DE AGOSTO DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO



“Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”
(Lucas 14: 11)
Lecturas:
1.   Eclesiàstico 3: 19 – 21 y 30 – 31
2.   Salmo 67: 4 – 11
3.   Hebreos 12: 18 y 22 – 24
4.   Lucas 14: 1 y 7 – 14

El ser humano solamente es capaz de abrirse a la revelación de Dios y a la del prójimo cuando se baja de sus grandezas y vanaglorias y reconoce gozosamente sus lìmites;  tal es el contenido central de la Palabra que la Iglesia nos ofrece en este domingo.
 Esta afirmación es esencial para “desarmar” las posibles interpretaciones erróneas a que se puede dar pie con las advertencias que hace Jesùs en el evangelio a propósito de minimizarse al máximo para ser màs queridos y aceptados. Esto último es astucia humana y no humildad evangélica!
En la lógica misma del proceder de Dios con la humanidad està definido este estilo de abajamiento, de anonadamiento, de vaciamiento de sì mismo, que en la versión griega del Nuevo Testamento se expresa con la palabra kenosis, que significa despojo total de sì mismo, renuncia a toda pretensión de grandeza, y donación amorosa de todo lo que se es, como lo dice con tanta densidad el texto clásico de Filipenses: “Tengan entre ustedes los mismo sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina no codiciò el ser igual a Dios, sino que se despojò de sì mismo tomando la condición de esclavo” (Filipenses 2: 5 – 7).
El contexto del relato evangélico es muy claro: los judíos principales del tiempo de Jesùs  tenìan la costumbre de dar un banquete los sàbados, con el fin de afianzar su importancia social y de ganar reconocimiento y aplauso, y lo realzaban invitando a alguna persona destacada, asì como se hace en nuestros días con la infinidad de eventos para rendir homenajes, hacer premiaciones, inaugurar determinadas realizaciones, y darse postín con la nòmina de invitados de alta sociedad.
Es de admirar la libertad de Jesùs cuando se dirige al anfitrión, proponiendo uno de los màs determinantes criterios evangélicos: “Notando còmo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro màs distinguido que tù y, viniendo el que te invitò a tì y a èl, te diga: deja el sitio a este, y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto” (Lucas 14: 7 – 9).
Es simple estrategia, habilidad para luego ganar prestigio y aplauso con una humildad aparente? Què pretende Jesùs con esto? El aconseja no buscar los honores  ante los demás, como medio para hacerse valer. El examen atento de este relato evangélico nos pone en guardia ante las tentaciones del ego, unas por el lado de la soberbia, y otras por el de la falsa humildad, ambas igualmente reveladoras de arrogancia.
Toda vanagloria es diametralmente opuesta al proyecto de Jesùs. Este criterio ha de ser motivo de un constante examen de conciencia individual y eclesial para detectar en saludable discernimiento la presencia del mal espíritu que nos lleva a hacer carrera en búsqueda de posiciones de poder, a esgrimir cualquier título o condición social para enseñorearnos sobre los demás, a dejarnos seducir por la mentalidad de ascensos en un orden jerárquico, a olvidar el talante de servicio y de despojo de los intereses personales.
Por eso, en la segunda parte de su intervención en el ya referido banquete, dice: “Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lucas 14: 11), como una de las frases que resumen con mayor elocuencia profética el talante suyo que quiere hacer extensivo a todos los que se interesen por segur su mismo camino.
El quiere trastocar comportamientos y estilos que tenemos como normales para entrar en una dinámica nueva en la perspectiva del reino de Dios y su justicia, en la que la “minoridad” es definitiva, siguiendo también su propio imperativo de acoger con misericordia a los pobres, a los desheredados, a los desconocidos, a los solitarios, a los condenados morales.
Vale la pena que nos detengamos un poco en la falsa humildad porque esta es una màscara de la vanidad, una manera de buscar ser legitimados por los demás, que también es llevar a tal punto el desprecio de sì mismo que incurrimos en eso que se llama hoy baja autoestima, pusilanimidad, apocamiento. Ni lo uno ni lo otro hacen parte del proyecto de Jesùs, justamente porque su deseo  es infundir en sus seguidores una humanidad saludable, apta para lo que venimos llamando como projimidad.
Ser humildes es reconocernos en nuestro verdadero ser, sin màs ni menos: “Cuanto màs grande seas, màs debes humillarte, y alcanzaràs el favor del Señor. Porque grande es el poder del Señor, pero son los humildes quienes le glorifican” (Eclesiàstico 3: 18 – 20).
 Se trata de conocer la verdad de lo que somos,  de asumirla con entereza y realismo y  de vivir siempre en ese proceso de autoconocimiento, en el que identificamos con claridad lo  que San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales llama el “subjecto”, tarea que nos permite asumir con paz nuestras fortalezas, cualidades, valores, alcances, junto con nuestras deficiencias y lìmites, y configurar allì el sujeto que es apto para apropiar coherentemente el estilo de Jesùs
En la Iglesia penetrò el espíritu jerárquico del imperio romano, junto con la mentalidad griega de categorías y escalafones de mayor a menor, estableciendo también personas de mayor y de menor valor. Dònde està eso en el evangelio, en la pràctica del cristianismo primitivo, en el proceder del Señor Jesùs?
No hay ningún fundamento bíblico para fundamentar tal jerarquización, porque: “Saben ustedes que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser asì entre ustedes, pues el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes , que sea su esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20: 25 – 28).
Durante el Concilio Vaticano II un grupo de obispos de diversos lugares del mundo firmaron un documento  llamado El Pacto de las Catacumbas en el que se comprometieron a llevar un estilo de vida sencillo y austero, a despojarse de todo símbolo externo de poder, y a servir preferencialmente a los màs pobres.
Entre ellos recordamos a figuras de decidido estilo evangélico como Dom Helder Càmara (Brasil), Luigi Betazzi (Italia), Manuel Larraìn (Chile), Vicente Zazpe (Argentina), Leonidas Proaño (Ecuador), Sergio Mèndez Arceo (Mèxico), y a otros que con sus vidas fieles hasta el final avalaron la responsabilidad adquirida en este pacto, llamando la atención con prudencia cristiana a sus hermanos obispos para dejar de lado toda pretensión de primacía y superioridad.
Sea este recuerdo una invitación para que nuestro crecimiento cristiano se oriente en una perspectiva semejante , renunciando con libertad a todo lo que oscurezca en nosotros la cercanìa de Dios y de los hermanos.
Tambièn, en el mismo texto de hoy, Jesùs alude,  con el ejemplo de invitar al banquete a familiares y amigos, al interés humano de buscar apoyo para soportar privilegios: “Cuando des una comida o una cena no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. Asì seràs dichoso, porque, al no poder corresponderte, seràs recompensado en la resurrección de los justos” ( Lucas 14: 12 – 14).
Quiere decir Jesùs que en ese tipo de invitaciones no vamos màs allà de un egoísmo amplificado a los que están de nuestra parte. El amor que èl nos pide debe trascender nuestros intereses personales,  buscar el bien de los demás sin esperar nada a cambio, experimentando la felicidad silenciosa de la entrega, de dar vida y dignidad a los demás, de contribuir discretamente a su humanización.
En definitiva, humildad es aceptar que somos creaturas, feliz resultado de un amor siempre mayor que nos considera a todos iguales, sustancial en el espíritu de las bienaventuranzas, que nos propone un modo de vida construido a partir de esa gratuidad original, deponiendo la desconfianza y el deseo inveterado de dominar o utilizar a los otros.
Dice el salmo de hoy: “Padre de huérfanos, tutor de viudas es Dios en su santa morada; Dios de un hogar a los desvalidos, abre a los cautivos la puerta de la dicha” (Salmo 67: 6 – 7), como un reconocimiento de que en la identidad de Dios està la protección de los débiles, la compasión con su sufrimiento y la decisión de reconstruìrlos en su dignidad y en su integridad.
No es la arrogancia el camino para lograr una humanidad nueva, es el modo humilde, discreto, amoroso, el que hace posible construir la comunión, el respeto a lo diferente, la inclusión, la restauración de las víctimas, como la tarea que nos espera en Colombia con este deseado proceso de paz.

domingo, 21 de agosto de 2016

COMUNITAS MATUTINA 21 DE AGOSTO DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO



“Pues hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos”
(Lucas 13: 30)
Lecturas:
1.   Isaìas 66: 18 – 21
2.   Salmo 116: 1 – 2
3.   Hebreos 12: 5 – 7 y 11 – 13
4.   Lucas 13: 22 – 30
Las lecturas de hoy nos ponen frente a la realidad de eso que en lenguaje religioso tradicional llamamos la salvación eterna. Quiènes se salvaràn? Còmo nos salvaremos? Què debemos hacer para salvarnos? Estas inquietudes son las que están contenidas en el relato evangélico correspondiente a este domingo, a las que Jesùs responde con lenguaje enigmático y sorprendente: “Esfuèrzense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos pretenderán entrar y no podrán” (Lucas 13: 24).
Ya sabemos muy bien que la lógica de Dios hace trizas nuestros esquemas humanos, esto se ha hecho evidente en el ser y en el quehacer de Jesùs cuando somete a crìtica profunda y rigurosa el establecimiento religioso judío, y con esto también a las mentalidades similares de todos los tiempos de la historia humana.
Tal intención del Señor  se hace clarísima con las conocidas palabras: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrarà en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que està en los cielos” (Mateo 7: 21), expresión de Jesùs incluìda en el contexto amplio del espíritu de las bienaventuranzas, cuando èl propone su programa de sentido y  de acatamiento a  Dios y al hermano,  trascendiendo en el amor y en el servicio màs allà de las simples pràcticas religiosas y cultuales.
Volviendo  a Lucas, vemos que este pone a Jesùs “caminando hacia Jerusalèn”, tèrmino frecuente en los evangelistas que alude al encuentro de Jesùs con su destino definitivo, con las consecuencias de su misión, con la definitividad de su tarea de manifestar a los humanos el amor universal del Padre, su misericordia, la inclusión de los últimos del mundo, y la radical pròjimidad como dato ètico esencial en su predicación.
Jesùs anuncia constantemente que Dios es un padre bueno que acoge a todos, siempre tendiendo la mano amorosa y dando mil oportunidades a todos para vivir una humanidad plena, servicial, solidaria. Esto es motivo de gozo para muchos, especialmente para aquellos que ordinariamente no son tenidos en cuenta porque se les considera religiosa y moralmente inferiores, mensaje sorprendente que incluye a prostitutas, cobradores de impuestos, pecadores públicos. Ante esto algunos de sus contemporáneos se preguntaron: no està abriendo el camino hacia una relajación de las costumbres, inaceptable planteamiento para los conocidos y rìgidos guardianes de la moral y  de la religión?
Las respuestas de Jesùs enfocan el asunto en otra dirección que no tiene que ver con el cumplimiento de ritos, normas, disciplinas, minuciosidades jurídicas, obligaciones, para èl la clave està en una actitud lùcida que acoge a ese Dios misericordioso como gracia, como don que justifica no por la acumulación de mèritos sino por la gratuidad de ese amor que aspira a que todos entren por esa “senda estrecha”.
Por supuesto que debemos  decir que el seguimiento del proyecto del Padre demanda una existencia responsable y comprometida, no se trata de un facilismo  permisivo a ultranza,  tal propuesta va por el lado de una vida que se vive con gran intensidad humana saliendo del individualismo religioso-moral y haciéndose plena en la atención amorosa a los prójimos, configurando con ellos un mundo de comunión y de participación, de fraternidad, de humanidad que se encuentra con el Padre en el encuentro con los hermanos. Aquì està la jugada maestra de eso que llamamos salvación.
Esta  no es una frontera que hay que cruzar como cumpliendo el requisito final, es un proceso de descentración del yo que hay que llevar lo màs lejos posible. En este orden de cosas, Jesùs cuestiona a aquellos que se sienten “merecedores” del don de Dios y lo proclaman a diestra y a siniestra. Contra esta autojustificaciòn èl dice: “Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, los que estèn fuera se pondrán a llamar diciendo: Señor, abrènos! Pero les responderà: no se de dònde son ustedes. Entonces empezaràn a decir: Señor, hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas. Pero les volverá a decir: No sè de dònde son. Apàrtense todos de mì, malhechores!” (Lucas 13: 25 – 27)
Ese perfeccionismo religioso y moral , esa conciencia de ser los buenos y justificados, esa presunción que desprecia a quienes no son asì, definitivamente farisaica, reviste a menudo la forma del fundamentalismo intransigente que condena a quienes ellos juzgan como excluìdos del favor de Dios. Toda esta homofobia desatada en nuestro país, implacable, toda esa oportunista defensa de la moral pública, con claros visos de insinceridad, resultan repugnantes para Jesùs y no constituyen el proyecto de plenitud que èl nos transmite desde el Padre Dios.
La primera lectura nos da una nueva sorpresa cuando prefigura una salvación universal, incluyente, reconocedora de todos en el mundo: “Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas; vendrán y verán mi gloria. Les pondrè una señal y enviarè de ellos algunos escapados a las naciones: a Tarsis, Put y Lud, Mèsec, Ros, Tùbal, Yavàn; a las islas remotas que no oyeron mi fama ni vieron mi gloria” (Isaìas 66: 18 – 19).
Este texto pertenece a lo que los estudiosos de la Biblia llaman el tercer Isaìas (capítulos 50 a 66 de este libro del Antiguo Testamento), que delinea los nuevos tiempos mesiánicos de Israel, tiempos en los que la promesa de Yavè se cumple con creces, abarcando a todos los seres humanos, como uno de los rasgos que caracterizan esa nueva época, marcada por la determinación universal de salvación: “Y traerán a todos sus hermanos de todas las naciones como oblación a Yahvè” (Isaìas 66: 20).
Dios no se fija en la perfección absoluta que eventualmente algunos humanos pretendan lograr sino en la condición creatural que nos distingue, necesitados de gracia y de sentido, de libertad y de salvación, manteniéndonos frágiles y – desde ahì – entregados al proyecto de servir, de amar, de dignificar al prójimo, de dar la vida por la humanidad, de acoger, de bendecir. No estamos en el mundo para salvar nuestro yo sino para desprendernos de èl hasta que no quede ni rastro de lo que creìamos ser.
Un elocuentísimo ejemplo de este “cruzar la puerta estrecha” nos lo da el Padre Damiàn de Veuster (1840 – 1889), religioso belga de la congregación de los Sagrados Corazones, enviado por sus superiores a la isla de Molokai, en el reino de Hawai, que era lugar habitado por enfermos de lepra, marginados del resto del mundo por la concepción social prejuiciada que se tenía contra esta dolencia, a ellos se entregò totalmente, los sirvió sin reservas, los amò incondicionalmente, les significò la misericordia de Dios, contrajo también su enfermedad, se hizo todo para ellos. Fue canonizado por Benedicto XVI en 2009.
Una vida como esta, y como muchas que conocemos, nos dice que no estamos en el mundo para una salvación individualista, egocéntrica, sino para perdernos en beneficio de todos, al estilo de Jesùs. No son los “primeros” los que se salvan por su obsesivo cumplimiento religioso, sino los “últimos”, los que se dedican en totalidad a reconocer el amor del Padre en el amor desmedido al prójimo, hasta las últimas consecuencias.
Asì, Jesùs modifica de raíz el esquema de salvación y nos manda a vivir en gratuidad, como es el Dios que nos llama a este estilo de vida, dejando de lado la “contabilidad” de acciones buenas y la acumulación de merecimientos, asunto verdaderamente revolucionario, para dar paso al proyecto de vida que reconoce al prójimo y el debido servicio a èl , en el que se juega el sentido de la existencia de los seres auténticos y deseosos de cumplir la voluntad de Dios.
El penoso espectáculo de católicos y evangélicos llevados por una rabiosa homofobia, el talante condenatorio de muchas de estas conductas, no es ciertamente el del Señor Jesùs, esa pretendida defensa de la ortodoxia religioso – moral nace de un afán de poder, afecto desordenado que no es admisible para pasar la línea de la “puerta estrecha”.
 El yo màs peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso, envanecido de falsa santidad. Como los fariseos y los maestros de la ley, han cumplido todas las normas de la religión, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante deben considerarse “siervos inútiles”.
Tomemos las palabras de la carta a los Hebreos como dirigidas a nosotros cuando nos dejamos llevar por esta arrogancia tan contraria al espíritu del Evangelio: “Ustedes han echado en olvido la exhortación que se les dirige como a hijos: Hijo mìo, no menosprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Pues el Señor corrige a quien ama, y azota a todos los hijos que reconoce” (Hebreos 12: 5 – 6).
El humilde reconocimiento de nuestra inevitable precariedad ha de llevarnos a asumir esta lógica novedosa y liberadora de gracia, de dones recibidos y compartidos, de gozosas fraternidades construìdas con amor, y de enfático alejamiento de esa salvación egoísta que no es la que el Padre nos ofrece en Jesùs.

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