“Porque todo el que se
ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”
(Lucas
14: 11)
Lecturas:
1.
Eclesiàstico 3: 19 – 21 y 30 – 31
2.
Salmo 67: 4 – 11
3.
Hebreos 12: 18 y 22 – 24
4.
Lucas 14: 1 y 7 – 14
El ser humano solamente
es capaz de abrirse a la revelación de Dios y a la del prójimo cuando se baja
de sus grandezas y vanaglorias y reconoce gozosamente sus lìmites; tal es el contenido central de la Palabra que
la Iglesia nos ofrece en este domingo.
Esta afirmación es esencial para “desarmar”
las posibles interpretaciones erróneas a que se puede dar pie con las
advertencias que hace Jesùs en el evangelio a propósito de minimizarse al
máximo para ser màs queridos y aceptados. Esto último es astucia humana y no
humildad evangélica!
En la lógica misma del
proceder de Dios con la humanidad està definido este estilo de abajamiento, de
anonadamiento, de vaciamiento de sì mismo, que en la versión griega del Nuevo
Testamento se expresa con la palabra kenosis, que significa despojo total
de sì mismo, renuncia a toda pretensión de grandeza, y donación amorosa de todo
lo que se es, como lo dice con tanta densidad el texto clásico de Filipenses: “Tengan
entre ustedes los mismo sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición
divina no codiciò el ser igual a Dios, sino que se despojò de sì mismo tomando
la condición de esclavo” (Filipenses 2: 5 – 7).
El contexto del relato
evangélico es muy claro: los judíos principales del tiempo de Jesùs tenìan la costumbre de dar un banquete los
sàbados, con el fin de afianzar su importancia social y de ganar reconocimiento
y aplauso, y lo realzaban invitando a alguna persona destacada, asì como se
hace en nuestros días con la infinidad de eventos para rendir homenajes, hacer
premiaciones, inaugurar determinadas realizaciones, y darse postín con la
nòmina de invitados de alta sociedad.
Es de admirar la
libertad de Jesùs cuando se dirige al anfitrión, proponiendo uno de los màs
determinantes criterios evangélicos: “Notando còmo los invitados elegían los
primeros puestos, les dijo una parábola: cuando alguien te invite a una boda,
no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro màs
distinguido que tù y, viniendo el que te invitò a tì y a èl, te diga: deja el
sitio a este, y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto” (Lucas
14: 7 – 9).
Es simple estrategia,
habilidad para luego ganar prestigio y aplauso con una humildad aparente? Què
pretende Jesùs con esto? El aconseja no buscar los honores ante los demás, como medio para hacerse valer.
El examen atento de este relato evangélico nos pone en guardia ante las
tentaciones del ego, unas por el lado de la soberbia, y otras por el de la
falsa humildad, ambas igualmente reveladoras de arrogancia.
Toda vanagloria es
diametralmente opuesta al proyecto de Jesùs. Este criterio ha de ser motivo de
un constante examen de conciencia individual y eclesial para detectar en
saludable discernimiento la presencia del mal espíritu que nos lleva a hacer
carrera en búsqueda de posiciones de poder, a esgrimir cualquier título o
condición social para enseñorearnos sobre los demás, a dejarnos seducir por la
mentalidad de ascensos en un orden jerárquico, a olvidar el talante de servicio
y de despojo de los intereses personales.
Por eso, en la segunda
parte de su intervención en el ya referido banquete, dice: “Porque todo el que se ensalce
será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lucas 14: 11),
como una de las frases que resumen con mayor elocuencia profética el talante
suyo que quiere hacer extensivo a todos los que se interesen por segur su mismo
camino.
El quiere trastocar
comportamientos y estilos que tenemos como normales para entrar en una dinámica
nueva en la perspectiva del reino de Dios y su justicia, en la que la
“minoridad” es definitiva, siguiendo también su propio imperativo de acoger con
misericordia a los pobres, a los desheredados, a los desconocidos, a los
solitarios, a los condenados morales.
Vale la pena que nos
detengamos un poco en la falsa humildad porque esta es una màscara de la
vanidad, una manera de buscar ser legitimados por los demás, que también es
llevar a tal punto el desprecio de sì mismo que incurrimos en eso que se llama
hoy baja autoestima, pusilanimidad, apocamiento. Ni lo uno ni lo otro hacen
parte del proyecto de Jesùs, justamente porque su deseo es infundir en sus seguidores una humanidad
saludable, apta para lo que venimos llamando como projimidad.
Ser humildes es
reconocernos en nuestro verdadero ser, sin màs ni menos: “Cuanto màs grande seas, màs
debes humillarte, y alcanzaràs el favor del Señor. Porque grande es el poder
del Señor, pero son los humildes quienes le glorifican” (Eclesiàstico
3: 18 – 20).
Se trata de conocer la verdad de lo que somos,
de asumirla con entereza y realismo y de vivir siempre en ese proceso de
autoconocimiento, en el que identificamos con claridad lo que San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios
Espirituales llama el “subjecto”, tarea que nos permite asumir con paz nuestras
fortalezas, cualidades, valores, alcances, junto con nuestras deficiencias y
lìmites, y configurar allì el sujeto que es apto para apropiar coherentemente
el estilo de Jesùs
En la Iglesia penetrò
el espíritu jerárquico del imperio romano, junto con la mentalidad griega de
categorías y escalafones de mayor a menor, estableciendo también personas de
mayor y de menor valor. Dònde està eso en el evangelio, en la pràctica del
cristianismo primitivo, en el proceder del Señor Jesùs?
No hay ningún
fundamento bíblico para fundamentar tal jerarquización, porque: “Saben
ustedes que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. No ha de ser asì entre ustedes, pues el que
quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera
ser el primero entre ustedes , que sea su esclavo; de la misma manera que el
Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida
como rescate por muchos” (Mateo 20: 25 – 28).
Durante el Concilio
Vaticano II un grupo de obispos de diversos lugares del mundo firmaron un
documento llamado El Pacto de las
Catacumbas en el que se comprometieron a llevar un estilo de vida sencillo y
austero, a despojarse de todo símbolo externo de poder, y a servir
preferencialmente a los màs pobres.
Entre ellos recordamos
a figuras de decidido estilo evangélico como Dom Helder Càmara (Brasil), Luigi
Betazzi (Italia), Manuel Larraìn (Chile), Vicente Zazpe (Argentina), Leonidas
Proaño (Ecuador), Sergio Mèndez Arceo (Mèxico), y a otros que con sus vidas
fieles hasta el final avalaron la responsabilidad adquirida en este pacto,
llamando la atención con prudencia cristiana a sus hermanos obispos para dejar
de lado toda pretensión de primacía y superioridad.
Sea este recuerdo una
invitación para que nuestro crecimiento cristiano se oriente en una perspectiva
semejante , renunciando con libertad a todo lo que oscurezca en nosotros la
cercanìa de Dios y de los hermanos.
Tambièn, en el mismo
texto de hoy, Jesùs alude, con el
ejemplo de invitar al banquete a familiares y amigos, al interés humano de
buscar apoyo para soportar privilegios: “Cuando des una comida o una cena no llames
a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no
sea que que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un
banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. Asì
seràs dichoso, porque, al no poder corresponderte, seràs recompensado en la
resurrección de los justos” ( Lucas 14: 12 – 14).
Quiere decir Jesùs que
en ese tipo de invitaciones no vamos màs allà de un egoísmo amplificado a los
que están de nuestra parte. El amor que èl nos pide debe trascender nuestros
intereses personales, buscar el bien de
los demás sin esperar nada a cambio, experimentando la felicidad silenciosa de
la entrega, de dar vida y dignidad a los demás, de contribuir discretamente a
su humanización.
En definitiva, humildad
es aceptar que somos creaturas, feliz resultado de un amor siempre mayor que
nos considera a todos iguales, sustancial en el espíritu de las
bienaventuranzas, que nos propone un modo de vida construido a partir de esa
gratuidad original, deponiendo la desconfianza y el deseo inveterado de dominar
o utilizar a los otros.
Dice el salmo de hoy:
“Padre de huérfanos, tutor de viudas es Dios en su santa morada; Dios de un
hogar a los desvalidos, abre a los cautivos la puerta de la dicha”
(Salmo 67: 6 – 7), como un reconocimiento de que en la identidad de Dios està
la protección de los débiles, la compasión con su sufrimiento y la decisión de
reconstruìrlos en su dignidad y en su integridad.
No es la arrogancia el
camino para lograr una humanidad nueva, es el modo humilde, discreto, amoroso,
el que hace posible construir la comunión, el respeto a lo diferente, la
inclusión, la restauración de las víctimas, como la tarea que nos espera en
Colombia con este deseado proceso de paz.