domingo, 25 de septiembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 25 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

“Si no hacen caso a Moisès y a los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite”
(Lucas 16: 31)
Lecturas:
1.   Amòs 6: 1 y 4 – 7
2.   Salmo 145: 7 – 10
3.   1 Timoteo 6: 11 – 16
4.   Lucas 16: 19 – 31
El mensaje de Jesùs que, en uno de sus elementos màs determinantes, lleva a optar preferencialmente por los pobres y a denunciar con crudeza la indiferencia de los ricos, con seguridad resulta antipático y reiterativo para muchos. Què hacer ante esto? Callar o limar la aspereza de estos contenidos para no perder adeptos? O mantenerse firme en el vigor original del Evangelio,  aùn a costa de resultar ingratos a los ojos de quienes viven sumergidos en el mundo de las riquezas?
Siguiendo al mismo Jesùs, todo indica que la actitud cristiana seria es la segunda. Este es – una vez màs – el énfasis que nos ofrece el texto de Lucas escogido para este domingo, evangelio que destaca la conciencia misericordiosa  del Señor con respecto a los excluìdos y oprimidos,  cuyas carencias son resultado de la insensibilidad de los que disfrutan con exageración egoísta de los bienes materiales, tipificados en el rico Epulòn de la parábola .
La primera lectura, del profeta Amòs,  como el domingo anterior, conecta con esta intención de Jesùs: “Ay de los que se sienten seguros en Siòn y de los que confían en la montaña de Samarìa, la gente màs notable de la capital de las naciones, a quienes acude la casa de Israel!” (Amòs 6: 1), este texto – del siglo VIII antes de Cristo – inspira la parábola que trae a cuento Lucas para contrastar la desmedida abundancia del rico Epulòn y la dramática pobreza de Làzaro, cuya necesidad no conmueve a aquel.
Amòs vivió en un contexto muy parecido, con gente millonaria que se podía dar toda clase de lujos y derroches, y multitud de pobres que a duras penas sobrevivìan, tal como sucede en nuestro tiempo. Este profeta se dirige a la clase alta de las dos capitales – Jerusalèn y Samarìa – y denuncia con rigor su forma de vida: “Los que beben vino en anchas copas y se ungen con los mejores perfumes, pero no lamentan el desastre de Josè” (Amòs 6: 6), refirièndose con tal alusión a lo que sucede en todo el país.
Como castigo, Amòs les anuncia: “Por eso, ahora iràn al destierro a la cabeza de los cautivos y cesarà la orgìa de los sibaritas” (Amòs 6: 7), texto que participa de la doctrina de la retribución, propia del Antiguo Testamento, asì también lo que padece Epulòn, consecuencia  de su nulo interés por la persona de Làzaro.
Esta parábola es clave para entender mucho de lo que en el evangelio se dice constantemente sobre la actitud ante el dinero y los bienes que con èl se pueden adquirir,  mensaje que nos lleva con gran realismo a mirar el escàndalo del abismo entre ricos y pobres, la sociedad de consumo con su infinidad de objetos innecesarios, el consumismo y el despilfarro que caracterizan a los países del primer mundo y a las clases pudientes en el mundo entero, en contravía del hambre, del desempleo, de la miseria, en la que viven miles de millones de personas, los Làzaros de todos los tiempos de la historia, cuya carencia no es producto de la casualidad sino efecto incuestionable   de un modelo socioeconómico que necesita producir pobres a gran escala para mantenerse “en equilibrio”.
Hay que hacer una advertencia esencial para no errar en la interpretación de este texto de Lucas: el premio del pobre y el castigo del rico no se quedan en la “otra vida”. Recordamos la durísima crìtica del marxismo clásico cuando desvela la religión como opio del pueblo, al invitar a todos los últimos del mundo a resignarse con su miseria prometiéndoles que en el màs allà serán premiados con la bienaventuranza y la salvación eternas.
 Tal promesa es definitivamente inmoral y antievangélica porque uno de los elementos sustanciales de la Buena Noticia de Jesùs es la reivindicación real, histórica, del ser humano en su integridad, abierto a la trascendencia pero trabajando con ahinco para que en justicia se le reconozcan sus derechos y su dignidad. Este es el motivo  que anima la conciencia humana y cristiana cuando propende con machacona insistencia por la solidaridad con todos los condenados de la tierra.
Para comprender por què el rico, que comìa y vestìa de lo suyo, es lanzado al infierno, debemos referirnos brevemente al concepto de rico y de pobre en la Biblia. Para nosotros el uno y el otro son conceptos que aluden a una situación social y económica. Rico es el que posee mucho màs de lo necesario para vivir y puede acumular bienes en demasìa, y pobre es el diametralmente opuesto, el que carece de todo, el que vive en constante necesidad, con el agravante de que , en general, su condición apenas mueve a compasiones ocasionales, a limosnas fruto de piedades del momento, sin tocar en su raíz la estructuras de la sociedad que promueven este estado de cosas.
Pobres, en el Antiguo Testamento, sobre  todo a partir del destierro en Babilonia, eran aquellos que no tenìan otro valedor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo, que no tenìan nada en què apoyar su existencia, no tenìan a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Tal confianza era la que los hacìa gratos a Yavè , que no les podía fallar. Por eso en este contexto, lo sociológico no se puede desligar de lo religioso.
Hagamos el esfuerzo de revisar con detenimiento informes socioeconómicos de países ricos y de países pobres, de sociedades ricas en países pobres y veamos los indicadores de posibilidades de acceso a los bienes básicos, al mínimo vital, en contraste con el consumo, el gasto irresponsable, los excesos de quienes tienen mucho màs allà de lo necesario para una vida digna. Es claramente escandaloso, contradictorio, y habla pèsimamente del mundo en el que vivimos y del modelo social y económico que favorece estas distancias de riquezas desbordantes y pobrezas que paralizan a tantos seres humanos.
Continuamente los medios de comunicación nos traen imágenes dolorosas: los migrantes de países africanos, de Siria, de Pakistàn, de Amèrica Latina, de Afganistàn, buscando afanosamente ingresar a los países de Europa Occidental o a Estados Unidos y Canadà, soñando encontrar allì la solución a sus inmensas necesidades. Y, de otra parte, las políticas de los gobiernos de estos países opulentos, que restringen estas poblaciones y las devuelven a su drama, cuando no mueren en el mar sin lograr su intento.
Tengamos en cuenta el clamor intenso del Papa Francisco quien, desde el comienzo de su ministerio como Obispo de Roma y antes, en su pastoreo de la Iglesia de Buenos Aires, llama la atención sobre esta seudocultura opulenta que trata a muchos seres humanos como desechables y los “descarta” porque no son funcionales para el sistema de producción y de consumo: “Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Asì se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas” (Encìclica Laudato Si: sobre el cuidado de la casa común, número 56).
Jesùs quiere hacernos caer en cuenta de una falsa actitud religioso – moral, que es la de confundir rectitud a los ojos de Dios con el cumplimiento de las minuciosidades rituales y legales que se absolutizan con detrimento de la justicia y solidaridad debidas a quienes carecen de todo. La verdadera religiosidad – para El – reside en la construcción de una comunidad de hermanos, donde la dignidad humana sea el principio decisivo de la misma.
Siguiendo aquello de “caridad es hacer hombres, no mendigos”, estamos llamados a superar el asistencialismo y paternalismo de las caridades de momento para dar paso a un paradigma en el que la solidaridad sea estructurante de todo el tejido social, disminuyendo al mismo tiempo la abundancia de los ricos y la carencia de los pobres en la perspectiva de bienes compartidos en igualdad de condiciones, trascendiendo también los intereses políticos y económicos de los grupos de poder, de una y otra tendencia ideològica.
Proponer esto asì resulta de alto idealismo, quijotesco si se quiere, pero este debe ser el horizonte ètico que inspire una nueva humanidad. De lo contrario, seguiremos sometidos al designio funesto de seres humanos que utilizan a sus semejantes como mercancías y los descartan cuando nos les resultan ùtiles, mientras aquellos siguen anestesiados en su mundo de excesos.
No podemos desarrollar nuestra religiosidad sin contar con el pobre. Un cierto tipo de predicación incompleta del cristianismo, olvidando lo sustancial del Evangelio, ha desarrollado un individualismo casi absoluto, haciendo de la relación con Dios un tratamiento vertical que desconoce al prójimo. En el mensaje original de Jesùs el camino para llegar a Dios es el compromiso solidario con el prójimo, afirmación que  no admite medianìas ni discursos que la oscurezcan. El verdadero grado de acercamiento a Dios es el acercamiento al otro, todo lo demás es idolátrico.
Pablo, en la parte final de su primera carta a Timoteo, exhorta a este a vivir en la nueva humanidad, que es definitiva para este proyecto de fraternidad entre los seres humanos: “Tù, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas; corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura” (1 Timoteo 6: 11).

El rico Epulòn es la vieja humanidad, la que ignora el sufrimiento del hermano, la que desperdicia y gasta sin sentido ètico, la que es incapaz de la justicia y de la projimidad. Si bien, nuestra esperanza està cifrada en una plenitud total màs allà de la muerte, que llamamos salvación, nuestra historia actual, y en ella nosotros como actores comprometidos, debemos hacer de la misma un sacramento anticipado de esa trascendencia total, dedicándonos sin reservas a la restauración de los caìdos por causa de la inequidad y de la riqueza irresponsable.

domingo, 18 de septiembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 18 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO



“Ningùn criado puede servir a dos señores, porque aborrecerà a uno y amarà al otro; o bien se dedicarà a uno y despreciarà al otro. No pueden servir a Dios y al dinero”
                                               (Lucas 16: 13)
Lecturas:
1.   Amòs 8: 4 – 7
2.   Salmo 112: 1 – 8
3.   1 Timoteo 2: 1 – 8
4.   Lucas 16: 1 – 13

Como es tendencia dominante en los evangelios, en esta parábola del administrador sagaz que nos presenta hoy el relato de Lucas, Dios se nos evidencia como el único Señor al que vale la pena dedicarse por entero, porque en El se encuentran la genuina libertad y la genuina humanidad. Es, una vez màs, la afirmación contundente del principio constitutivo del reino de Dios y su justicia, como categoría determinante de un proyecto de vida trascendente, liberado y liberador.
Podemos entender el texto en su contexto: la confrontación de Jesùs con los fariseos, a quienes Lucas caracteriza como avaros y siempre dispuestos a ridiculizar sus enseñanzas, haciéndole preguntas y comentarios capciosos para descubrirlo como infractor de la ley judía y contrario a sus principios y tradiciones jurídico – religiosas.
Partiendo del ejemplo del administrador astuto, de la habilidad con la que maneja su crisis con el amo,  ganándose el favor de los acreedores de este último, Jesùs nos lleva a descubrir valores que son claves para el nuevo proyecto de vida que èl propone: nosotros no somos dueños de los bienes materiales sino administradores, a  partir de una ética del compartir y de la projimidad, con la prioridad bien conocida de los pobres y excluìdos, reiteración que seguramente resulta molesta a muchos, pero que es imperativo explicitarla porque hace parte sustancial de esta propuesta.
Vayamos a la primera lectura – del profeta Amòs – para ambientar con mayor precisión las reflexiones de este domingo: “Escuchen esto los que pisotean a los pobres, los que quieren suprimir a los humildes de la tierra. Dicen: cuàndo pasarà el novilunio para poder vender el grano y el sábado para dar salida al trigo, achicar la medida y aumentar el peso, cambiando las balanzas para robar, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, y vender hasta el salvado del grano?” (Amòs 8: 4 – 6).
Palabras fuertes y de altísima severidad en contra de los ricos y explotadores - con total vigencia en el desequilibrado e injusto mundo de hoy! – con las que el profeta denuncia esos corazones pervertidos por la ambición de riquezas y pertenencias sin compadecerse de las necesidades y carencias de los màs pobres, idòlatras del dios dinero al que se someten indignamente.
En el profetismo de Israel el acatamiento del verdadero Dios va de la mano del compromiso ètico y humanitario con los humillados y ofendidos del mundo, tal como lo hemos planteado  continuamente en estas reflexiones dominicales.
El desarrollo emancipatorio del siglo XX con su afirmación del primado de la razón crìtica e ilustrada, proyectada en el conocimiento científico, se olvidò del asunto fundamental de la solidaridad y de la sensibilidad con esos otros èticos que son los prójimos abatidos por la pobreza, por la negación de sus derechos, y se obnubilò con el progreso de la tecnología, con la lógica desmedida del mercado, y cambiò los ideales humanistas por los de un desarrollo desalmado, en cuya raíz hay una perversidad intrínseca, que es la de concentrar la riqueza en pocas manos, creando miseria y hambre en las mayorìas.
 A este tipo de concepción hay que señalar crìticamente como alienación de la condición humana. Aquì se inscribe la praxis de Jesùs que denuncia la idolatrìa del dinero y  advierte sobre la pecaminosidad que allì se contiene. De ahì que èl nos diga con tanta claridad:”Ningùn criado puede servir a dos señores, porque aborrecerà a uno y amarà al otro; o bien se dedicarà a uno y despreciarà al otro. No se puede servir a Dios y al dinero” (Lucas 16: 13).
Los ídolos que quitan al ser humano su dignidad y su libertad son el dinero, el afán enfermizo de riquezas, la absolutización del poder, con lo que se pasa por encima de los seres humanos y se los instrumentaliza como medios para lograr estos fines de modo despiadado.
En este sentido es el mensaje de Amòs, profeta del siglo VIII antes de Cristo, que cuestionò fuertemente la impiedad de sus contemporáneos, manifestada en el recurso a trampas para obtener màs ganancias, como dice la cita referida, y en el comercio humano reflejado en el tràfico y compra de seres humanos como esclavos.
No caigamos en la tentación de mirar atrás en la historia para justificarnos y decir que son cosas de tiempos pasados. Para superar esa tendencia irresponsable dejemos que estas cifras nos ilustren al respecto: el 20 % de los màs ricos del planeta controlan el 83 % de la producción mundial; el 20 % de los màs ricos del planeta controlan el 81 % del gasto de energía; ese mismo 20 % , controla el 80.5 % del ahorro, ellos mismos controlan el 80.6 % de la inversión del mundo. Y también: las 350 personas màs ricas del mundo reciben en la actualidad rentas equivalentes al ingreso de 2.400 millones de seres humanos, el 45 % de la población del planeta, con el escàndalo de que estos últimos se debaten dìa a dìa entre la vida y la muerte, a causa de la miseria que genera el maligno sistema económico que domina en nuestro tiempo.
Por eso, la advertencia de Jesùs, aludiendo a la astucia de ese administrador, es una invitación a cambiar totalmente nuestra manera de pensar y de sentir, no sòlo por ir a contracorriente de ese desorden, sino porque muchas veces los principios que lo sostienen tienen su argumento en creencias religiosas que ponen a Dios de parte de los ricos y de los poderosos, justificando asì la injusticia con los màs desfavorecidos. Quien quiera vivir cumpliendo la voluntad de Dios no puede hacer parte de ese juego inmisericorde.
Cuando nos dice: “Y es que los hijos de este mundo son màs sagaces con los de su clase que los hijos de la luz!” (Lucas 16: 8) nos està invitando a tener una astucia según el Evangelio para comprometernos en un modo de vida que sea de servicio, de comunión, de solidaridad, de responsabilidad ètica con los prójimos caìdos,  que demandan de nosotros una transformación radical de esa lógica de ganancia egoísta por una de fraternidad y de gratuidad.
Cada uno, en ejercicio de un discernimiento responsable, debe encontrar la manera de actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para el yo falseado por el egoísmo y por el dinero, sino para el verdadero ser, cuyos rasgos descansan en la entrega sin reservas al bien del prójimo, con miras a generar una cultura de la solidaridad.
Cabe asì detectar la sinceridad de nuestras intenciones y de las conductas que resultan de allí. Y esto debe remitirnos a examinar esos estilos de excesiva confianza en las cosas externas: dinero, posesiones, prestigio social, títulos, relaciones, indicadores funestos del “ser bien” que nos alejan de Dios y del hermano. Jesùs propone que seamos sagaces para deducir de allì ventajas espirituales, esas sì profundamente humanas y solidarias.
Estos criterios egoístas han hecho carrera y se han “normalizado”, hasta el punto de convertirse en notas  de identificación de la gente sensata, seria  y respetable, todo esto canonizado por la aprobación de la buena sociedad. No hace falta dar muchas vueltas para comprobar que ponemos màs interés en lo material que en lo espiritual. Asì, resulta penoso verificar que personas que han tenido acceso a una buena formación humana y acadèmica, tengan en esta materia de ética esencial y de projimidad unas mentalidades deplorables por su cortedad de miras y por su egoísmo disfrazado de sensatez, apariencias deleznables que claman al cielo!
Definitivamente, servir a dos dioses, en los términos de disyuntiva que nos presenta Jesùs, es descubrir una esencial incompatibilidad. El Dios que se nos revela en Jesùs no es un tirano programador de conciencias, ni se satisface con el servilismo y con la miseria, El es un Padre que tiene en la dignidad humana su  màs profunda y comprometedora sacramentalidad, el rostro de Dios es el del prójimo que requiere ser reconocido como humano merecedor de todo bien.
El dinero, los bienes materiales, las cosas, las posesiones, no son asuntos de exclusividad individual y de goce solitario, en esta nueva ética que surge de la Buena Noticia ellos adquieren su verdadero significado cuando se ponen al servicio de los hermanos, cuando se inspiran en una lógica de comunión y de participación.
Esto también tiene relación directa con el actual proceso de paz que vivimos en Colombia, la violencia es – en muchísimas de sus expresiones – el recurso desesperado de los que quieren lograr el cumplimiento de sus derechos porque a través de las vìas legales e institucionales no han podido hacerlo. Esta constatación también implica una seria responsabilidad de quienes no hemos tomado las armas pero hemos pecado por omisiòn, con silencio cómplice y con  una vida hundida en comodidades que nos insensibilizan ante el dolor de los pobres.
Nuestra vida no puede tener dos fines últimos, sòlo podemos tener uno. Todos los demás objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último y definitivo , que es el que hemos venido planteando. El asunto de Jesùs reside en que pongamos todo lo que somos y tenemos al servicio de lo que vale de veras, que es – dicho escuetamente – el reconocimiento afectivo y afectivo de la dignidad humana, principalmente la de aquellos que son víctimas del sistema. Esto es normativo para quien quiera tomar en serio su condición de cristiano!

domingo, 11 de septiembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 11 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO



“Pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado”
(Lucas 15: 32)
Lecturas:
1.   Exodo 32: 7 – 11 y 13 – 14
2.   Salmo 50: 3 – 4 y 12 – 19
3.   1 Timoteo 1: 12 – 17
4.   Lucas 15: 1 – 32
En materia religiosa lo màs grave que hemos hecho los humanos – y seguimos haciéndolo!! – es distorsionar por completo a Dios, haciendo de èl una proyección de nuestros deseos e intenciones, con gran frecuencia desequilibrados, injustos y  excluyentes .
No es en vano el trabajo  de  algunos pensadores notables que  han recogido tendencias de la humanidad para negar con vehemencia imágenes de Dios. Es el ateísmo surgido de los “maestros de la sospecha” como Marx, Freud, Feuerbach, Nietzsche, que se niegan a aceptar a un Dios que oprime a la humanidad, que sofoca sus tendencias naturales de gozo y felicidad, que frustra el ímpetu vital que llevamos dentro, que nos condena a castigos excesivos y despiadados.
Las lecturas de este domingo, y màs concretamente el texto del capìtulo 15 de Lucas , son una poderosa ayuda para someter a la màs rigurosa crìtica estas concepciones  falseadas de Dios, que también conllevan concepciones  falseadas de los seres humanos en cuanto nos dejamos seducir por el egoísmo, por la intransigencia y por la incapacidad de perdonar, por la violencia ejercida sobre los demás, por utilizarlos como objetos desconociendo su dignidad, por no dar pie a la esperanza y al amor.
Miremos el contexto del evangelio de hoy: “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a èl para oìrle. Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban: este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lucas 15: 1 – 2), el escueto párrafo de Lucas describe muy bien la esperanza que suscita Jesùs en los pecadores, su tratamiento distinto y misericordioso hacia ellos, en abierto contraste con la envidia y presunción de los que se sentían muy religiosos y estrictos observantes de la ley.
A esto,  Jesùs responde con las tres parábolas que leemos en el capìtulo 15 de Lucas, todas ellas atravesadas por la revelación del Dios misericordioso, cercano, transformador del ser humano, tan distante del justiciero implacable de muchas mentalidades religioso-morales, como las de aquellos arrogantes maestros y sacerdotes del templo.
Es de notar que a la murmuración y crìtica de sus adversarios ,Jesùs no responde con un ataque durísimo a su hipocresía sino contando de manera muy pedagógica, como era su estilo, las tres parábolas que insisten en el gozo inmenso del Padre por el pecador que se deja liberar de sus afecciones desordenadas, y que recibe humildemente el don de la compasión y de la misericordia.
Claramente los fariseos y similares tenìan una idea equivocada de Dios, lo asociaban con la ley, con el cumplimiento riguroso de esta, haciendo de tal lógica la estructura fundante de la religiosidad y de lo que ellos entendían como santidad, también con el aspecto correlativo de la culpabilizaciòn y castigo de quien iba en contra de este ordenamiento. Jesùs desbarata esta concepción cuando afirma la bondad absoluta de Dios para todos nosotros!
Es el esfuerzo desmedido que se simboliza en el pastor que va en busca de la oveja perdida: “Les digo que, de igual modo, habrá màs alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lucas 15: 7), o la emoción de la mujer que busca su moneda extraviada: “Les digo que, del mismo modo, habrá alegría entre los àngeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lucas 15: 10).
Definitivamente el Dios que se nos revela en Jesùs, Abba Padre – Madre, no es el rìgido contabilista de faltas y pecados, siempre a la cacerìa despiadada de los malvados, que establece una escala milimétrica de condenas y castigos de acuerdo al tamaño de la pecaminosidad. Este Dios , que es la esencia de lo que llamamos con esperanza Buena Noticia – Evangelio , es siempre vuelto amorosamente hacia el ser humano en disposición de salvación, de liberación, de reconstrucción exquisita de lo desfigurado por el pecado y por la injusticia.
La parábola del Padre compasivo es, desde las categorías de los fariseos y de los guardianes de la ley, escandalosa y provocadora en cuanto rompe los ídolos de toda religión, frutos de los intereses egoístas que pretenden manipular a la divinidad. El Dios de Jesùs se identifica con cada una de sus creaturas haciéndolas partìcipes de todo lo que El es.
Son tres las actitudes que encontramos en la parábola:
-      La del hijo menor que queriendo ser libre rompe con el hogar paterno: “Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchò a un país lejano, donde malgastò su hacienda viviendo como un libertino” (Lucas 15: 13).
-      La del Padre compasivo que se puso dichoso por el retorno del hijo y ordenò la celebración de una fiesta para festejar el retorno al hogar: “Traigan el novillo cebado, màtenlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mìo había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado” (Lucas 15: 23 – 24).
-      La del hermano mayor que manifiesta su inconformidad y envidia porque a su hermano, malo y pecador, le hacen tal festejo: “Hace muchos años que te sirvo y jamàs dejè de cumplir una orden tuya. Sin embargo, nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. Y ahora que ha venido ese hijo tuyo que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para èl el novillo cebado” (Lucas 15: 29 – 30).
Con la sabia sencillez de este lenguaje metafórico, Jesùs nos induce a considerar en cuàl actitud estamos, en què Dios confiamos, cuàles son las implicaciones del mismo para nuestra vida, y nos lleva a descubrir un Padre -  Madre que nada tiene que ver con el vasallaje servil, con el juez meticuloso que investiga y condena, con el autoritario que defiende su gloria por encima de todo. Es un Dios que no es “autorreferencial”, como dice Francisco, un Dios que no sabe de pedestales sino de encuentros y abrazos saturados de misericordia!
Vale la pena que nos planteemos con hondura esta lógica salvadora del Dios de Jesùs, genuina sustancia del cristianismo, en esta hora de nuestro país cuando nos disponemos a entrar en un proceso de paz que supone toda la capacidad de perdón y de reconciliación para emprender un nuevo dinamismo social donde no estemos empeñados en apropiarnos de la vida, bienes y conciencia de los demás, sino en aventurarnos en la tarea de construir un país incluyente, reconocedor de derechos y dignidades, y capaz de poner punto final a esta dramática historia de violencia.
El Dios de Jesùs es don absoluto y total. De esto es testigo Pablo, y asì lo testimonia en su carta a Timoteo, segunda lectura de este domingo: “Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesùs, Señor nuestro, que me considerò digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mì que antes fuì un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontrè misericordia porque obrè por ignorancia cuando no era creyente. Pero la gracia de nuestro Señor sobreabundò en mì….” (1 Timoteo 1: 12 – 14).
Pablo, fariseo de pura cepa, implacable en su persecución a los primeros discípulos de Jesùs, representante de ese estilo religioso autojustificado y desbordado de vanidad moral y ritual, es desarmado y trastocado en sus convicciones cuando se encuentra con esta evidencia ilimitada de misericordia y amorosa cercanìa. Argumento contundente a favor de la certeza de que no somos nosotros los que buscamos a Dios, sino El que siempre està a nuestra disposición buscándonos para darnos la mejor y màs saludable posibilidad de vida digna y significativa.
Si somos capaces de entrar en esta comprensión ,  cambiarà nuestra idea de los “buenos” y de los “malos”. El no nos ama porque seamos buenos, simplemente lo hace porque somos sus creaturas, por esto El lo apuesta todo por nosotros. La bondad, este orden de cosas, es porque Dios està en nosotros , muy a menudo a pesar de nosotros mismos. Esta es la gran manifestación de su total gratuidad!
En el relato del Exodo – primera lectura de hoy – encontramos buenas pistas para respaldar este gozoso descubrimiento. Dios “se hace” el que va a castigar al pueblo por su dedicación a la idolatrìa, por querer manipularlo y someterlo a sus intereses. Ante esto,  Moisès, sabedor de las entrañas amorosas de Yavè, intercede para que se descubra su realidad misericordiosa: “Abandona el ardor de tu cólera y arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo” (Exodo 32: 12).
Moisès tiene  firme seguridad en la misericordia de Dios y, siendo responsable de este pueblo que va por el desierto, no desecha el compromiso que tiene con su gente, aùn a pesar del pecado y del alejamiento. Esta misma disposición es la que està presente todo el tiempo en Jesùs, cuya vida es toda para esta causa del amor ilimitado y de la mano tendida para rehacer al ser humano de su desvarìo.
Dios solo puede amar, el perdón en El significa que su amor no acaba cuando nosotros fallamos, como pasa entre los humanos, que nos apartamos de alguien porque deshace los vínculos establecidos. La autèntica revolución del cristianismo, del seguimiento de Jesùs, es esta gratuidad que no sabe de lìmites, este amor apasionado por la humanidad, este terco empeño en perdonarnos y darnos siempre la oportunidad de la vida trascendente y libre del desamor.

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