“Pues el Hijo del
hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”
(Lucas
19: 10)
Lecturas:
1.
Sabidurìa 11: 22 a 12: 2
2.
Salmo 144: 1 – 14
3.
2 Tesalonicenses 1: 11 a 2: 2
4.
Lucas 19: 1 – 10
“El mundo entero es ante tì como
un gramo en la balanza, como gota de rocìo matutino sobre la tierra. Pero te
compadeces de todos porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los
hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de
lo que hiciste, pues, si algo odiases, no lo habrìas creado” (Sabidurìa
11: 22 – 24), bella meditación que reconoce el inmenso y desbordante amor de
Dios, su compromiso incondicional con todas las creaturas y su constante decisión
de mantenernos siempre en el dinamismo de su vitalidad.
Este trato agradecido,
cercano, consciente de la misericordia sustancial de Dios, nos pone a pensar en
el lenguaje sobre El, en la forma como se nos ha inculcado la fe en El, en las
imágenes que tenemos acerca de lo divino, y en las conductas correspondientes a
ellas. Es complejo hablar de esto porque se trata de un proceso de siglos en el
que los contenidos de la fe se inculturaron en unas categorías de pensamiento
que resultan extrañas para muchos de los seres humanos de hoy.
Siempre pensamos en
Dios como el que està arriba, el omnipotente, la majestad suprema, estilo
propio de una mentalidad monárquica y jerárquico, y al ser humano como sometido
y humillado. Tal manera de presentarlo
resulta incompatible con las sensibilidades contemporáneas de autonomía y de
libertad, de solidaridad y cercanìa fraterna. Asì se explica que en muchos ambientes sociales
asistamos al eclipse de Dios o, por lo menos, al oscurecimiento de su realidad
y a no pocas crisis de fe, o alejamiento definitivo de las convicciones
creyentes.
El texto citado del
libro de la Sabidurìa nos ayuda poderosamente
a cambiar esa imagen, aproximándonos a un Dios solidario,
decididamente favorable al ser humano y a la vida, compasivo, capaz de penetrar
amorosamente en mentes y corazones, nunca distante sino cercano, comprometido, Dios portador de una vitalidad que siempre
està participando a todo lo que es fruto de su amorosa creatividad.
El lenguaje sobre Dios
resulta de la cultura, de las mediaciones filosóficas y sociales propias de
cada momento de la historia, y no se puede
pretender que esos diversos modos sean eternos porque se corre el peligro de hacerse inadecuado e
insuficiente para expresar todo lo que queremos decir sobre El.
Este hermoso escrito nos
conecta con el Dios de los mìsticos y contemplativos, de los humildes y
agradecidos, lo saca del pedestal de lejanìa y lo torna próximo a nuestra
existencia cotidiana. De aquí se
desprende el trabajo esencial de la
buena teología y de la catequesis para saber comunicar a Dios como el que es,
siempre amorosamente dedicado al ser
humano.
Por estas razones ,
afirmamos con esperanza y felicidad que
nosotros somos, por excelencia, el asunto prioritario de El. Su interés es
nuestra plenitud, nuestro crecimiento, nuestro sentido de la vida, nuestra
razón fundamental para vivir con significado y con ilusión. Nosotros somos el
asunto esencial en la agenda de Dios, a quien Jesùs nos revela como Padre
misericordioso y compasivo.
Muchos de los que se
apartan de la fe y afirman su ateísmo o su agnosticismo, lo hacen llevados por ese estilo poco
persuasivo del Dios que prohíbe, vigila, castiga, llena de miedos y de culpas,
con los consiguientes estilos de creyentes temerosos, apocados, aprisionados
por un tinglado religioso fundamentado en normas y en rituales desencarnados.
No es este el Dios que se nos ha manifestado en Jesùs!
El relato de Lucas en
el evangelio de hoy es altamente expresivo en orden a modificar radicalmente
nuestra idea y experiencia de Dios. Este es el siempre compasivo, el amigo de
la vida, el que ama entrañablemente todo lo que existe, como lo reconoce el pasaje
citado. Es, en síntesis, el Dios misericordioso, el Dios inserto en los gozos y
esperanzas, en las penurias y sufrimientos de la humanidad, con la intención
resuelta de salvar, de re-crear, de liberar, de llenar de sentido la totalidad
de nuestra existencia.
El tema fundamental de
este pasaje es sobre el trato que se da al pecador, sobre la mentalidad
excluyente y condenatoria que se daba en tiempos de Jesùs a quienes eran
públicamente reconocidos como tales y, en general, a ese modo religioso
intransigente, despectivo, moralista, tan frecuente en muchos de nuestros mapas
mentales y en nuestras actitudes soberbias, en las que subyace esa pretensión –
ciertamente injusta y antievangélica! – de rechazar a aquellos a quienes
consideramos que no se ajustan a nuestros canones de comportamiento religioso y
moral.
Cuando Jesùs se fija en
Zaqueo, quien previamente había hecho un gran esfuerzo para verle, para dejarse
tocar por su misericordia, los presentes se escandalizan: “Al verlo, todos murmuraban: ha
ido a hospedarse en casa de un pecador” (Lucas 19: 7), con esto, el
evangelista destaca una vez màs, como ya lo ha hecho antes, ese estilo
arrogante de quienes se sienten portadores de la verdad y de la correcta
religiosidad. Por ser rico y por ser cobrador de impuestos era visto con
notable antipatía.
Que sea esta coyuntura
un momento para preguntarnos sobre nosotros, sobre nuestro medio social, sobre
el modo de proceder cuando nos encontramos con alguien que ha fallado,
probablemente personas cercanas a nosotros, un miembro de familia. Còmo reaccionamos?
Discriminamos y condenamos? Nos rasgamos las vestiduras y lo lanzamos al
escarnio y a la humillación?
Vale la pena detenerse
con honda autocrìtica en tantos procedimientos moralistas propios de muchos
ambientes religiosos, la homofobia, especialmente la obsesión con todo lo
relativo a la sexualidad, el rechazo inmisericorde y totalmente lejano de la
sensibilidad de Dios.
En Jesùs se experimenta
un nuevo modo de captar a Dios, de sentirlo, de vivenciarlo, marca cualitativa que – con enorme gozo – nos
lleva a salir de esa prisión del lenguaje que deforma nuestra percepción de El: “
Cuando Jesùs llegó a aquel sitio, alzò la vista y le dijo: Zaqueo, baja pronto,
conviene que hoy me quede en tu casa” (Lucas 19: 5), indicando
claramente el interés por esta persona y el deseo de involucrarse con èl para replantear todo su proyecto vital.
Asì, Zaqueo se hace
discípulo y asume todas las exigencias que
esto exige, como la de modificar de raíz su actitud con los pobres y
frente al dinero y a los bienes materiales, condiciones indispensables para el
seguimiento de Jesùs: “Se apresurò a bajar y lo recibió con
alegría” (Lucas 19: 6) y “Señor, voy a dar la mitad de mis
bienes a los pobres, y, sin en algo
defraudè a alguien, le devolverè cuatro veces màs” (Lucas 19: 8).
Con la mirada de Jesùs
renace la dignidad del ser humano que es amado por El, este es el contenido de
la misericordia , elemento constitutivo de su misión y de todo el proyecto
cristiano.
Por otra parte,
recordamos que en el evangelio de Lucas es especialmente claro el énfasis en la negativa de Jesùs al modo de
vida egoísta e insolidario de los ricos. A este propósito recordamos la contundente expresión de Marìa, en la plegaria conocida
como el Magnificat: “Desplegò la fuerza de su brazo, dispersò a los de corazón altanero,
derribò a los potentados de sus tronos y exaltò a los humildes, a los
hambrientos colmò de bienes y despidió a los ricos con las manos vacìas”
(Lucas 1: 51 – 53).
Surge entonces la pregunta: no es el favor de
Dios para los ricos, no pueden ellos salvarse? El relato de Zaqueo plantea el
asunto bien a fondo.
Jesùs considera dignamente a Zaqueo por eso quiere alojarse en su casa, entrar en
su vida, sentarse con èl en su mesa, y
abrirle la perspectiva de una vida de solidaridad con los débiles y excluìdos.
Este comportamiento es la respuesta elocuente al espinoso asunto planteado.
No es en la riqueza desmedida, muchas veces
lograda a costa de los pobres, donde el ser humano se realiza y donde hace
posible su sintonía con Dios y con el prójimo. Este criterio evangélico es normativo para
todo aquel que se interese con seriedad por configurar su vida con el programa
de Jesùs. Zaqueo se da cuenta de esto y expresa con nitidez su ruptura con el
mundo de la injusticia, es ahora una nueva persona avalada por el mismo Señor: “Hoy
ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abrahan,
pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”
(Lucas 19: 9 – 10).
Desde el Evangelio,
Buena Noticia de salvaciòn, deducimos el cambio radical de concepción del ser
humano, de la indigna instrumentalización y de la cosificación a la que son
sometidos muchos hombres y mujeres, Jesùs nos traslada al ámbito de la
gratuidad y del reconocimiento del valor inherente a cada persona, superando el
modelo de dominación injusta por el de la comunión y el encuentro. Esto se hace
posible desde el Dios verdadero que es misericordia, fuerza restauradora de la
humanidad para hacerla como El, gratuita y amorosa.
Vivir asì es participar
de lo que Pablo dice a los Tesalonicenses: “Que nuestro Dios los haga dignos de la
vocación y lleve a tèrmino con su poder todo el deseo de ustedes de hacer el
bien y la actividad de la fe” (2 Tesalonicenses 1: 11).