domingo, 27 de noviembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 27 DE NOVIEMBRE DOMINGO I DE ADVIENTO



“Por eso , también ustedes estén preparados, porque cuando menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”
(Mateo 24: 44)

Lecturas:
1.   Isaías 2: 1 – 5
2.   Salmo 121: 1 – 9
3.   Romanos 13: 11 – 14
4.   Mateo 24: 37 – 44

Con este domingo iniciamos el nuevo año litúrgico, en este el evangelio acompañante será el de Mateo, así como el de Lucas lo fue en el que acabamos de concluír. Este es escrito para una comunidad de cristianos provenientes del judaísmo, eso explica las frecuentes alusiones a la mentalidad y a la ley judías, y justifica su énfasis en mostrar que en la persona de Jesús se cumplen plenamente las escrituras.
La esencia del tiempo de adviento es la esperanza en Dios, en El como principio y fundamento del ser humano y de la historia. Cabe advertir que no se trata de un Dios fuera de nosotros, de nuestro tiempo, de nuestras condiciones concretas de existencia. Una interpretación inadecuada de los textos bíblicos nos presenta el advenimiento de los nuevos tiempos de salvación como algo fuera de  la realidad, y nos pone a nosotros como cruzados de brazos aguardando a que eso suceda.
 Este es uno más de los equívocos en los  que se incurre cuando el acceso a la Biblia no está mediado por un conocimiento cabal de los textos en su contexto y en su pretexto. Tal advertencia la hacemos acompañada de otra no menos esencial: un llamado de atención ante la multitud de grupos religiosos católicos y evangélicos-protestantes de tendencia “milenarista”,  de claro corte fundamentalista, que asumen literalmente los relatos y los dan como hechos inminentes, lenguaje que tiene como intención causar angustia y sentimiento de culpa y promover una conversión forzada por la cercanía “histórica” de la venida de Dios, sin implicaciones en la construcción de una nueva historia de justicia y de fraternidad.
Es penoso constatar que muchos grupos de creyentes viven a ojo cerrado un proceso de fe sin el más mínimo asomo de espíritu crítico, fácilmente manipulados por predicadores de escaso nivel en su formación bíblica, teológica y espiritual. Hechos recientes en la historia de Colombia ilustran esta afirmación.
Entremos así con gozo e ilusión en este tiempo de genuina esperanza, la que nos anima para el encuentro con Dios en esta historia y realidad nuestra, y animados por la visión de ese futuro de plenitud al que El nos llama, como el gran elemento de la vocación creyente. Por eso, vale la pena que  nos interroguemos por el peso de la esperanza en nuestra vida. Somos personas con un proyecto de vida estructurado y con una visión de futuro animada por el deseo de llegar a esta prometida plenitud?
Dice el autor francés Marcel Proust que “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos”. Para nosotros, seguidores de Jesús, esta novedosa visión proviene de la confianza en Dios y de la esperanza que de ahí se deriva. Adviento es la época propicia para lograr esto.
En la primera lectura, del profeta Isaías, se habla de la dimensión terrena de la esperanza, es la expectativa de superación de la guerra: “Vengan, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos”……”Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará la espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (Isaías 2: 3 – 4).
Por la historia recordamos que Israel vivió habitualmente en grandes conflictos entre ellos mismos y con los países vecinos, así entendemos  el texto con su propuesta de una imagen ideal que es mirar en  Dios una convergencia universal de paz y de reconciliación. Es uno de los aspectos esenciales de la llamada esperanza mesiánica de Israel.
Cómo traemos esto al tiempo presente? Una preocupante información estadística nos dice que en el mundo existen en la actualidad cerca de 650 mil millones de armas de distinto tipo y tamaño, lo que equivale a un armamento por cada diez personas en el mundo. Desde el fin de la segunda guerra mundial (1945) alrededor de treinta millones de seres humanos han perecido como consecuencia de los conflictos armados, 26 millones de ellos por el impacto de armas ligeras (? ), el 90 % de estas víctimas es población civil, no combatientes explícitos.
Cómo reaccionamos ante estos escalofriantes datos? Qué nos dice nuestra esperanza cristiana al respecto? Y si llevamos esto a Colombia, nuestra tierra saturada de violencia, incluyendo el actual forcejeo de poderes en torno a los acuerdos de paz con las FARC? Es claro que el asunto de la paz pertenece a la entraña misma de los mejores humanismos y, por supuesto, del cristianismo puro, es el legítimo deseo de una convivencia social respetuosa y dialogante, del reconocimiento del valor profundo de cada ser humano, del derecho de todos a una existencia pacífica, de la posibilidad de desarrollarnos en un ambiente de armonía, del recurso a la razón como medio para dirimir las naturales diferencias que se presentan, del cuidado de la vida en sus diversas manifestaciones y etapas.
Que sea este Adviento de 2016 un tiempo para hacernos cargo de la generación de una genuina cultura de paz en Colombia, y que sea , al mismo tiempo, el Evangelio de Jesús, una inspiración fundante para este que debe ser proyecto de todos los colombianos, creyentes y no creyentes.
En este domingo se nos habla también de vivir en vigilancia ante la segunda venida de Cristo. Qué es esto? Cómo hacerlo significativo y relevante para nosotros, hombres y mujeres del siglo 21?
Veamos la invitación que hace Pablo en la segunda lectura de hoy: “Tengan en cuenta el momento en que viven y vayan pensando en espabilarse del sueño, pues la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se acerca. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Romanos 13: 11 – 12).
No se trata de una conversión apurada por la inminencia de la muerte o por la presión que generan las situaciones límite de la vida, ni de un temor al castigo, sino de la invitación animada por la esperanza que se traduce en una existencia pulcra, activa y comprometida, éticamente responsable,  tan radical es esta propuesta que debemos ver en ella un llamamiento a que los demás nos identifiquen con el Señor Jesucristo, en su referencia radical a la voluntad del Padre y al servicio del prójimo, incluyendo la disposición para donar la vida como ofrenda de sentido y de redención.
“Revístanse más bien del Señor Jesucristo, y no anden tratando de satisfacer las malas inclinaciones de la naturaleza humana” (Romanos 13: 14), es una exhortación paulina para que nuestra humanidad se configure con la de Jesús y para que accedamos a la novedad de vida y de sentido salvador que él nos comunica.
En esta sociedad llena de estímulos para el poder y el tener, para el egocentrismo y la comodidad, para la vida baja en dinamismo ético y espiritual, para la indiferencia ante las escandalosas miserias y sufrimientos de tantos prójimos, el proyecto cristiano propone vivir “a lo Jesús”, en servicio y solidaridad, en lo que ya conocemos como projimidad, en rescate constante de la dignidad humana, en la construcción de una historia condicionada por la justicia y por la inclusión, como señales anticipadas del reino que se ha de consumar cuando crucemos la frontera hacia la bienaventuranza definitiva.
Las palabras del relato evangélico de hoy son estremecedoras, ellas nos recuerdan los tiempos críticos que vivieron las primeras comunidades cristianas, perseguidas por judíos y romanos, esto explica la invitación a la vigilancia: “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá el Señor” (Mateo 24: 42).
Qué es hoy vigilancia? Cómo explicar esta y la esperanza que la acompaña ante las crisis que afligen a tantos seres humanos? Cómo ser significativos , movilizadores hacia una existencia más digna y humana? Porque sería una traición grave a Dios y a la humanidad manejar respuestas desencarnadas, falsear la respuesta cristiana con una nueva alienación religiosa, planteando una resignación ante las vicisitudes del mundo y prometiendo como premio a esta una salvación en “otra vida”.
La esperanza cristiana tiene en su misma raíz el compromiso  con todas las búsquedas humanas de significado y trascendencia, particularmente con las de los desheredados por las miserias que causan las decisiones injustas y perversas de otros seres humanos. En estos prójimos Dios nos invita con singular exigencia a una historia de solidaridad y de modificación del gravísimo pecado de las estructuras.
En el Jesús histórico encontramos el punto de partida de nuestra fe y  su oferta  de plenitud y salvación para los seres humanos de todos los tiempos de la historia. Así, Adviento es tomar conciencia de esta plenitud. El Señor, en su existencia histórica, desplegó la totalidad de su ser , y lo hizo dándose incondicionalmente para darnos a todos la vitalidad de Dios y, en consecuencia, nos propuso a todos esa misma meta. Este es el contenido real de lo que llamamos segunda venida de Cristo.
Por eso, estén ustedes también preparados, porque, cuando menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (Mateo 24: 44), se refiere a una vida que capta lo esencial del amor de Dios y lo asume en totalidad, rechazando despilfarros, consumismos egoístas, indiferencias, desenfreno individualista y aceptando que la genuina vigilancia se da cuando vivimos todo nuestro ser en clave teologal y fraternal, como Jesús.

domingo, 20 de noviembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 20 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



“Y le pedía: Jesús acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino. Jesús le contestó: te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”
(Lucas 23: 42 – 43)

Lecturas:
1.   2 Samuel 5: 1 – 3
2.   Salmo 121: 1 – 5
3.   Colosenses 1: 12 – 20
4.   Lucas 23: 35 – 43

Con este domingo concluye el año litúrgico, destacando la figura de Jesús como plenitud de la historia, de la humanidad, como mediación definitiva para el encuentro con Dios, tal como la expresa con gran profundidad el texto de la carta de Pablo a los Colosenses, segunda lectura de hoy: “El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud y reconciliar por él y para él todas las cosas” (Colosenses 1: 18 – 20).
Ahora se impone reflexionar sobre cómo Pablo y los primeros cristianos llegan a esta profunda y clarísima definición cristológica. Y para esto es preciso acudir a la lógica del Evangelio, a la de él mismo, en su disposición de servir a todos, no a ser servido, en su negativa a todo tipo de poder y preeminencia, en su despojo de toda gloria humana, realidades . Jesús es ,por excelencia, el ser que se ha negado a todo lo que tenga que ver con la grandeza que exalta el mundo.
Sabemos que en la Cristología al Señor Jesucristo se le asignan varios títulos: Mesías, Hijo de Dios, Rey, entre los más recurrentes. Nos ocupa hoy el de rey, por el contenido de la solemnidad que celebra la Iglesia en este domingo. Debemos decir que el de rey es la menos afortunada de las denominaciones que se le dan, justamente por todos los contenidos de su vida, de su misión, por su pobreza, por su cercanía a los desheredados, por su misma condición social, por su cruz, por su anuncio de la Buena Noticia en condiciones de total desempoderamiento.
Que sea esta celebración una magnífica oportunidad para destacar los valores evangélicos como feliz remate de todo el ciclo litúrgico.
La primera lectura – de 2 Samuel – nos habla del rey como salvador en medio de grandes dificultades. Sabemos que por diversas causas de tipo político y religioso el reino de Israel se había dividido en dos: reino del sur (Judá) y reino del norte (Israel), con gran animadversión entre ambos.
 Y David, rey de Judá, es buscado por los del norte porque vieron en él la solución a las grandes crisis que vivían, esto era inaudito, por la enemistad entre los dos reinos,  era tal el carisma de David que acudieron a él en situación límite para hacerlo rey, para reconocerlo como principio de unidad  y de superación del conflicto. Este es uno de los elementos que hacen de este hombre una leyenda en toda la historia del pueblo elegido: “Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel donde el rey, a Hebrón. El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel” (2 Samuel 5: 3).
Es bueno recordar que cuando los israelitas pidieron un rey los profetas se escandalizaron y consideraron esto una apostasía porque para ellos el único posible era Yahvé, no admitían otro tipo de liderazgo; entonces solucionaron el problema haciéndolo representante de Dios y por eso le ungieron, este simbolismo del ser ungido es de mucha densidad en el Antiguo Testamento porque significa que se le confiere la misión de conducir al pueblo en nombre de Dios.
La historia deuteronomista – libro de los Reyes 1 y 2 – presenta una relación sucesiva de los reyes, y lo hace valorándolos en clave teologal, es decir, desde su fidelidad o infidelidad al proyecto de Dios y al compromiso adquirido en la unción real. Por eso encontramos en estos textos narraciones acerca de unos leales y comprometidos, y de otros que se dejaron seducir por la tentación del poder derivando en una clara ruptura de la alianza.
Este antecedente nos vuelve a la realeza de Jesús, en quien encontramos una radical referencia al Padre Dios y una permanente actitud para  cumplir su voluntad sin reservas ni limitaciones.
El texto de Lucas nos presenta a Jesús en la cruz, en medio de dos delincuentes, él totalmente escarnecido y humillado, sin poder ni gloria,  dato es esencial para comprender la asignación que se hace a él del título de rey y para darle vuelta al significado mundano que habitualmente lo acompaña: “Ha salvado a otros, que se salve a si mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido. También los soldados se burlaban de él; se acercaban, le ofrecían vinagre, y le decían: si eres el rey de los judíos, sálvate!” (Lucas 23: 36 – 37).
El relato nos recuerda con dramática elocuencia que no se trata de un reino de gloria y de magnificencia sino de servicio y de donación total de la vida. Una  constatación así  debe ponernos  en alerta contra el triunfalismo religioso que a menudo se ha colado en la vida de la Iglesia dando paso a alianzas políticas, a estilos de vida principescos, a títulos con claro sabor de paganismo ostentoso, a culto a la personalidad de algunos papas y obispos, a conductas que se alejan penosamente del Señor Crucificado.
La cruz es el símbolo por excelencia del amor crucificado,  ella es el trono de este rey humillado y ofendido.  Jesús carga con la realidad dolorosa de la humanidad, con sus dramas y tragedias, con sus pecados e inconsistencias, con la injusticia que se comete contra tantos en el mundo y, al hacerlo, redime al ser humano de su ambigüedad radical y nos abre el camino de la solidaridad, de la existencia fraternal, de la projimidad, y de la renuncia a toda pretensión de enseñorearse sobre los demás.
La cultura del placer y de la vida cómoda, la sociedad de consumo con sus destellos superficiales, el tener por encima del ser, la acumulación egoísta de bienes materiales, son una bofetada al mismísimo Dios y a la dignidad del ser humano, olvido total del sacrificio y de la abnegación, mentalidad facilista que conduce al egocentrismo perverso y al abuso sistemático de los indefensos, de los “descartados”, como dice el Papa Francisco, en claro lenguaje desafiante a esta sociedad neoliberal.
En la vida de Jesús encontramos presente la tentación del poder, alimentada por la mentalidad político-religiosa de las instituciones de su tiempo, y también interiorizada por sus discípulos y contemporáneos que se escandalizaban cuando vislumbraban para el Maestro el peligro de persecuciones, de sacrificio, de condenas, de crucifixión.
 El luchó contra toda clase de poder, incluído el religioso, como lo testimonian con tanta nitidez los cuatro relatos evangélicos en sus controversias con los hombres religiosos de su época y en  sus reprensiones a los discípulos que no terminaban de entender la nueva lógica del amor y de la misericordia encarnada en él: “No ha de ser así entre ustedes, pues el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes que sea su esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20: 26 – 28).
Pensemos cuántas tergiversaciones se han hecho de Jesús, deformando su ser y su mensaje, acomodándolo a intereses políticos o religiosos, disminuyendo la totalidad de su significado y recortando elementos que le son esenciales .

Por eso, celebrar a Jesucristo como rey del universo es un momento privilegiado para ir al rescate de todos los aspectos de su misión, y para enfatizar en el carácter de su cruz redentora, salvadora y liberadora, donde el poder que está en su raíz no es el de una autoridad mundana sino el de la compasión y la misericordia que el Padre Dios nos revela en él.
Es especialmente esclarecedor el diálogo que tiene Jesús con el llamado buen ladrón: “Y le pedía, Jesús acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino. Jesús le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23: 43), conversación que se da después de los insultos del otro reo crucificado; no vemos  aquí al justiciero implacable ni al poderoso vengativo sino al Dios de misericordia y de exquisita solidaridad con el hombre abatido por el pecado pero necesitado de sentido y de redención.
Quiere esto decir que la plenitud del ser humano se da en el servicio, al estilo de Jesús, y esto hasta la muerte, dando todo lo mejor de sí mismo hasta que no quede nada sin ser ofrecido amorosamente. Este es el centro de eso que llamamos el reino de Dios, centro de la predicación de Jesús, un nuevo orden de vida en el que Dios es todo para el ser humano en términos de rescatarlo y redimirlo de todas las ambigüedades introducidas por el pecado y por el uso equivocado de la libertad.
Así, Jesús de Nazareth, el ser humano, es el Ungido de Dios, el revelador de su realidad salvadora. Con la expresión Jesús el Cristo la primera comunidad cristiana reconoce en el ser histórico de Nazareth la impronta de Dios: “El es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades.  Todo fue creado por él y para él” (Colosenses 1: 15 – 16).
El quiere seres humanos completos, libres, capaces de manifestar lo divino a través de su humanidad, como él, conscientes de que el sentido definitivo de la vida se juega en el amor incondicional, en el reconocimiento del valor del ser humano, en la derrota de todo poder y de todo absolutismo, en el seguirlo tomando la cruz como sede de esta realeza que no es imperial sino crucificada. Este es el Señor Jesucristo, nuestro rey.

Archivo del blog