domingo, 29 de enero de 2017

COMUNITAS MATUTINA 29 DE ENERO DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO



“Miren, hermanos, quienes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes”
1 Corintios 1: 26 – 27)

Lecturas:
1.   Sofonías 2: 3 y 3: 12-13
2.   Salmo 145: 7-10
3.   1 Corintios 1: 26-31
4.   Mateo 5: 1-12
Las bienaventuranzas de Jesús, en las que se condensa el proyecto de vida que él propone a quienes opten por seguirlo, son una contrariedad escandalosa para las habituales ambiciones humanas de poder, de éxito, de ganancia económica, de individualismo competitivo, de egoísmo, de gozo inmediato. El compromiso de un cristiano es, en consecuencia, vivir de modo coherente este escándalo, esta inversión de los valores que difunde y promueve la sociedad. Tal es el núcleo de la Palabra que se nos ofrece este domingo.
Es , sin lugar a dudas, una lógica desconcertante esta que procede de Jesús,  denominada como bienaventuranza, que es sinónimo de felicidad. El camino para ser feliz, según El, no es hacer parte de los círculos de los poderosos ni tener una gran capacidad adquisitiva ni brillar socialmente por los triunfos logrados, ni por la belleza física ni por el prestigio que estas realidades pueden brindar a personas que cumplan con estos requisitos. Ser feliz al estilo de Jesús es algo diametralmente opuesto!
Les proponemos, para hacer la reflexión más pedagógica, hacer un recorrido mental con dos personas bien contradictorias en esta perspectiva. De una parte les planteamos recorrer a grandes rasgos la vida del Beato Oscar Romero (1917-1980), el obispo salvadoreño que se enfrentó proféticamente a los poderosos de su  país para defender a los pobres, y por ellos dio la vida martirialmente. De otra, les sugerimos a Donald Trump, el prepotente multimillonario que acaba de asumir como presidente de los Estados Unidos de América, con su desdén por las minorías étnicas y por los inmigrantes, con su fanfarronería de rico que se siente dueño del mundo.
Qué encontramos en el uno y en el otro?  Recogen muy bien el perfil del bienaventurado seguidor de Jesús – el Beato Romero – y el del arrogante que todo lo desprecia por sentirse él la medida con la que se aprecia o desprecia a los demás – Trump - .
Es sabido que uno de los puntos clave de la predicación de los profetas de Israel era la severísima crítica a las personas que se decían muy religiosas y observantes de la Ley pero carecían de compasión y misericordia con los débiles y con los sufrientes.
 Junto con este énfasis, ellos destacaban el favor de Dios con los humildes, y el reconocimiento de esta condición como apertura para las cosas de Dios, para su amor y para su justicia, como bien lo expresa el texto de Sofonías, que es la primera lectura de este domingo: “Busquen a Yahvé, ustedes humildes de la tierra, que cumplen sus mandatos; busquen la justicia, busquen la humildad, quizá encontrarán cobijo el día de la ira de Yahvé” (Sofonías 2:3).
Cuando el pueblo y sus dirigentes se olvidan de Dios y se dedican a la idolatría, apartándose de la alianza, queda un resto fiel que se distingue justamente por las alusiones de Sofonías, cuya manera de vivir será la garantía de permanencia de ese proyecto teologal: “Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, se cobijará al amparo de Yahvé el resto de Israel” (Sofonías 3: 12).
Qué quiere decir el profeta con las expresiones pobre y humilde? Es una exaltación de la baja autoestima y de la carencia de perspicacia para descubrir los aspectos más recónditos de la vida? Es un estímulo para el apocamiento y la ingenuidad? Vale la pena que nos propongamos estas preguntas porque fácilmente se interpretan esas referencias como el diseño de un tipo de creyente que no es sagaz ni inteligente, que se minimiza y que no tiene capacidad para incidir en los desarrollos de la sociedad y en los de la misma comunidad de creyentes.
Monseñor Romero, volviendo a nuestro prototipo evangélico de hoy, fue un hombre profundamente así como indica Sofonías, austero, sin vanidades de ningún tipo, en plena sintonía con los más humildes y él mismo humilde como pocos, pero justamente de ahí le vino su inspiración para confrontar con el mayor  rigor a los poderosos de su país, a los gobernantes y a los terratenientes, a los militares y a los integrantes de los escuadrones de la muerte, por la aberrante injusticia social de El Salvador y por los inaceptables crímenes que se cometían contra la población campesina y trabajadora. No hay en él visos de apocamiento, la suya era una grandeza espiritual y evangélica!
El beato Romero es , por excelencia, un bienaventurado,  es el tipo de ser humano que propone Jesús, el que siendo así se dedica a humanizar a los demás, a construír una cultura del servicio y de la solidaridad, a no perseguir títulos y honores, a trabajar para el reconocimiento constante y creciente de la dignidad de cada persona, a favorecer a los condenados de la tierra, todo esto desde la profunda experiencia de la paternidad-maternidad de Dios.
En el relato evangélico de Mateo, el programa de Jesús – las bienaventuranzas – se pone estratégicamente en los inicios de su misión, después de las tentaciones y del llamamiento de los discípulos, señalando con esto cuál va a ser la sustancia y el contenido de su ministerio. Las podemos llamar el plan de la nueva humanidad, todo lo que sigue en el evangelio es poner en práctica esos principios, que claramente no son legislaciones, asuntos normativos, sino un proyecto de vida ofrecido a la libertad de quien desee acogerlo y ser plenamente feliz al hacerlo.
Esto es el elemento que identifica al auténtico cristianismo, es clave que lo captemos  porque la fe en Jesús, las implicaciones de ser bautizados y de ser sus seguidores, la membresía eclesial, no son adaptaciones a una institución prestadora de servicios religiosos ni acatamiento permanente de leyes, muchas de ellas prohibidoras, de lo que se trata  es de adoptar un modo de vida que se configura con el de Jesús, determinación que se hace a partir de una opción fundante y fundamental, que estructura la totalidad del proyecto de vida de quien lo acoge, como en el caso del Beato Romero y de tantos otros que han decidido vivir así.
En 1 Corintios – segunda lectura de hoy – Pablo alude a dos cosas que son determinantes, la escogencia que Dios ha hecho de lo necio del mundo, y la configuración con Jesucristo: “Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para confundir a los sabios, y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes….. De ese modo ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios. De él les viene que ustedes estén en  Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y  redención, a fin de que, como dice la escritura: el que se gloríe, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1: 27 y 29-31).
Por eso la Iglesia y cada una de sus comunidades no pueden ser un círculo restringido de selectos y de perfectos, élites de superiores, sino congregaciones de gentes que, en medio de sus fragilidades, aceptan con convicción esta lógica de vida, experimentando el don de la misericordia, acogiendo sin distingos a todos los que escojan esta dinámica evangélica, y fundamentando toda la existencia en Jesucristo.
Así nos encontramos con el ser humano moldeado por Jesús, el bienaventurado, aquel para quien Dios lo es todo, el que no cifra su valor en las riquezas y en el poder, en los títulos o en las categorías sociales, el que se vacía de sí mismo para darse todo al prójimo, aquel en quien se plasman esos indicadores de felicidad: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5: 4-9).
 La serie televisiva, de alta sintonía hoy, “House of Cards”, tiene como trama todos los entresijos del poder, las maquinaciones y estrategias de corte maquiavélico, personajes de torvas manipulaciones, intrigas, engaños y envidias, rostros externamente brillantes y educados (?), con interioridades deshechas por su ambición. Triste retrato de muchos ambientes de nuestras sociedades, como la altanería que se percibe en el nuevo habitante de la Casa Blanca.
Si por algo tiene sentido ser cristiano y estar en la Iglesia es justamente por ir en contra de esta desenfrenada egolatría, y por afirmar que es posible construír una humanidad diferente desde lo fraterno, desde lo discreto, desde lo humilde, desde la mesa servida en igualdad de condiciones para todos, desde el respeto exquisito a cada ser humano, resaltando así la trascendencia de Dios en la trascendencia de la humanidad.
Ser asi tiene su alta cuota de incomprensión y de drama, la cruz de Jesús es el más elocuente testimonio de esta afirmación, y con él, todos aquellos que en estos siglos de historia cristiana han optado por el reino de Dios y su justicia en clave de bienaventuranza, como nuestro Beato Romero, que se despojó de sus temores para seguir a Jesucristo en la dolorida historia de sus buenas gentes salvadoreñas.
A dónde vamos con todo esto? Es posible lograr una humanidad transformada por esta oferta? Seremos capaces de bajar la guardia de tantas prepotencias para entender que el futuro de los hombres y mujeres tiene en esta una gran alternativa de sentido y esperanza? Nosotros, los que cada domingo celebramos la eucaristía, tenemos el vigor para relatar con nuestras vidas esta apasionante dimensión de la felicidad?
Tal es el empeño del Papa Francisco, y de aquel del mismo nombre que inspiró su denominación, el de Asís, que con su contundente pobreza y con su talante fraternal conmovió a la sociedad de su siglo, recordando a un mundo anestesiado por el poder y la riqueza que en esto no va la verdad de la vida.

domingo, 8 de enero de 2017

COMUNITAS MATUTINA 8 DE ENERO SOLEMNIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
(Mateo 3: 17)

Lecturas:
1.   Isaías 42: 1 – 4 y 6 – 7
2.   Salmo 28: 1 – 4 y 9 – 10
3.   Hechos 10: 34 – 38
4.   Mateo 3: 13 – 17

Con la celebración de este domingo empezamos el llamado tiempo ordinario en la liturgia, que es el que ocupa más espacio cronológico durante el año. En él la Iglesia nos propone seguir paso a paso a Jesús, a través de las lecturas bíblicas que ella señala cada domingo, principalmente el evangelio. Se trata de detallar cada aspecto de Jesús, según la presentación evangélica, con el fin de conocerle, amarle y seguirle, haciendo de este proceso nuestro relato vital compaginado con el de El.
Entramos así en este hecho del bautismo que recibe Jesús de manos de Juan el Bautista, también relatado por Marcos y Lucas, y referido por Juan. El que sea coincidente en los cuatro evangelios indica su alta importancia y, según el parecer de los estudiosos de estos textos, su carácter histórico.
Comenzamos llamando la atención sobre el paso, aparentemente brusco, del Jesús niño directamente al Jesús adulto,  sin ninguna alusión a más aspectos de su infancia, tampoco de su adolescencia y juventud. Este detalle manifiesta una vez más que no estamos ante relatos biográficos en sentido estricto, sino ante interpretaciones de su persona a partir de la experiencia de fe de las comunidades primitivas.
Subrayamos el hecho de que en la Biblia la verdadera biografía comienza con el momento de la vocación del personaje al que se quiere hacer referencia – profetas, sabios, reyes, mujeres creyentes -, cuando el aludido queda plenamente integrado en los planes de Dios. Es algo similar a las autobiografías o escritos espirituales de los místicos y santos-as de la historia cristiana, como se puede apreciar en Las Confesiones de San Agustín, El Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús, La Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz, El Diario de un Alma de San Juan XXIII, o la Autobiografía de San Ignacio de Loyola. Son relatos testimoniales, de marcado acento teologal, en los que luce su dedicación total al proyecto del reino de Dios y su justicia.
Mateo pone al Jesús adulto yendo a escuchar la predicación de Juan el Bautista, quien indignado por las corruptelas de la institución religiosa de su tiempo y por las veleidades de sus gobernantes hipotecados al imperio romano, promueve un movimiento de conversión, llamando a revisar la vida a fondo, ordenándola hacia Dios, y significando exteriormente el acatamiento de esta decisión con el ritual del bautismo en las aguas del río Jordán.
Según Mateo, con este hecho del bautismo comienza el anuncio de la Buena Noticia. Por qué este evangelista pone a Jesús, aparentemente por debajo de Juan, como un oyente de su palabra profética? El relato resuelve este dilema con el diálogo entre Juan y Jesús: “Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, y tú vienes a mí? Jesús le respondió: déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia” (Mateo 3: 13 – 15).
Es clara la intención de Jesús de referir todo su ser al cumplimiento de la voluntad del Padre Dios, en este momento previo al inicio de su misión, claridad que se ve legitimada con la segunda parte del texto evangélico de este domingo: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vió al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo 3: 16 – 17).
La disposición de Jesús para las cosas de Dios es respaldada plenamente con las anteriores palabras, indica así el evangelista el ser de Jesús y de su misión, verdadero marco que contextualiza todo lo que ha de venir en su vida y ministerio. El Espíritu que viene sobre Jesús es el indicativo de su divinidad.
Tiene mucho sentido que esto se proponga al comienzo del año litúrgico y también del cronológico cuando este se vive en clave creyente. Vamos a empezar nuestras tareas habituales de familia, trabajo, estudio, ciudadanía, y queremos con entera libertad que todo nuestro proyecto de vida se refiera al seguimiento de Jesús, como clave de configuración de nuestra humanidad. Entramos entonces en contacto con este inicio del evangelio que nos presenta la identidad del Señor, como previo a todo el itinerario que haremos con El a lo largo de este año 2017.
La primera lectura – de Isaías 42 – nos presenta tres aspectos de la tarea mesiánica, que también es una óptica profunda para comprender a Jesús:
-      En primer lugar señala lo que no hará este Mesías: “No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará” (Isaías 42: 2 – 3). Quiere decir que es un Mesías sin poder al estilo del mundo, vaciado de sí mismo, en anonadamiento (kenosis) como dice Filipenses 2: 5 -11.
-      En segundo lugar señala lo que hará: “Lealmente hará justicia, no desmayará ni se quebrará, hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas” (Isaías 42: 4). Su misión es la justicia de Dios.
-      En tercer lugar señala cómo se comportará: “Yo, Yahvé, te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas” (Isaías 42: 6 – 7). La suya es una misión de impronta netamente teologal.
Y lo completa el testimonio de Pedro en el relato de Hechos de los Apóstoles, segunda lectura de hoy: “ Cómo Dios a Jesús de Nazareth le ungió con Espiritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10: 38).
Jesús, el hijo querido de Dios, habitado por el Espíritu, pone en marcha su misión, que es restaurar al ser humano de todo lo que lo destruye, el pecado, el egoísmo, la injusticia, el mal, el sufrimiento, el abandono, el fracaso, para configurarlo con el deseo de humanidad que nace de Dios y que se hace evidente en El, en su ser, en su ministerio.
Esta también es la tarea de toda persona que con libertad quiera acogerse a esta iniciativa del Padre. El relato fundamental de Jesús no es una bonita y piadosa historia para saberla y contarla, sino para apropiarla y asumirla, haciendo de ella el elemento constitutivo de nuestro ser y de nuestro quehacer. No es ninguna exageración afirmar que la vocación cristiana es la de hacerse igual a Jesús!.
Y esto se logra naciendo del Espíritu, llevando una vida según el Espíritu, que no es deshumanización ni sobrenaturalización, sino integración de Dios en nosotros para reconfigurar todo lo que somos como humanos, siguiendo el mismo modelo de humanidad del Señor Jesús.
Nuevamente volvemos a algo que es reiterado y de obligada sustancia evangélica:     que la vida así asumida no es para el poder ni para el éxito individual ni para el dinero y el consumo, ni para la indiferencia , es para el ejercicio permanente de la projimidad, para el servicio y la solidaridad, para el cuidado de los demás, para la defensa de la dignidad humana, para la negativa a idolatrar cualquier tipo de poder, incluído el religioso, tal como sucedió en el hecho original de Jesús.
Con este relato se destaca el nacimiento del Evangelio, del relato que es principio y fundamento de todo el proyecto cristiano, de la novedad de salvación y liberación que allí se contiene, del entusiasmo que suscita en muchos hasta hacer  la comunidad de los seguidores de Jesús, la Iglesia, animada como El, por el Espiritu de Dios, para significar con eficacia la acción del Señor en la historia humana, no simplemente como el recuerdo de un ideal lejano en el tiempo, sino como la vigorosa actualización de su misión con el talante sacramental que le es  inherente.
Como se pretende que la Palabra tenga influjo en nuestras vidas y las transforme, vale la pena detenernos y hacernos la gran pregunta: estamos movidos por el Espíritu? Tenemos capacidad de ser ligeros de equipaje para dejarnos determinar por El? Tenemos la certeza de hallar aquí la verdadera e inagotable felicidad? Nos sentimos movidos a ser prójimos responsables y serios con nuestros prójimos? Nos moviliza el deseo de luchar contra tanta injusticia e indignidad? Estamos disponibles para dar la vida como Jesús?
El es el puente entre lo divino y lo humano, El verdadero Dios y verdadero hombre, el que elimina esa distancia, nos invita a tener la misma experiencia que tuvo El del Padre, proponiéndola como la meta ideal de la humanidad.

La conocida expresión del Padre Arrupe,  refiriéndose al discernimiento espiritual  como “La osadía de dejarse llevar” , es una elocuente consigna para identificar este apasionante proyecto de vida al que nos invita Jesús, con su altísima dosis de docilidad y de disponibilidad, sabedores de que en esta apuesta nos sucede lo mejor que a un ser humano le puede acontecer, existencia decididamente teologal!

domingo, 1 de enero de 2017

COMUNITAS MATUTINA 1 DE ENERO SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS



“Pero María conservaba y meditaba todo en su corazón”
(Lucas 2: 19)

Lecturas:
1.   Números 6: 22 – 27
2.   Salmo 66
3.   Gálatas 4: 4 – 7
4.   Lucas 2: 13 – 20
Con esta celebración tenemos un significativo complemento de Navidad, porque su contenido se integra en la misma perspectiva del Dios a quien entendemos a partir de lo humano, como es la lógica de la encarnación, misterio en el que nuestro Dios se inserta de lleno en la condición de la humanidad, según afirmamos en la reflexión anterior.
A partir del ser humano se llega a Dios, El , para hacerse inteligible a nosotros , adopta nuestro modo de ser, realidad que es esencial en nuestra fe, lo que no es una simple estrategia de apariencia, sino una vigorosa y contundente realidad de salvación.
Así las cosas, con esta celebración se refuerza la humanidad de Jesús, afirmando la maternidad de María, en cuanto madre de este ser humano que es también divino,  ella que es el medio que hace posible la presencia histórica de la Palabra. Es posible que esto lo sepamos desde nuestra iniciación en las verdades cristianas, pero probablemente a fuerza de saberlo incurrimos en la consabida inercia de lo religioso y dejamos de asombrarnos ante la radical novedad que está contenida aquí.
Para entenderlo mejor hagamos un comentario a modo de contraste. Para las religiones de la antigüedad los dioses eran seres lejanos e inaccesibles, omnipotentes y siempre demandantes de adoración y sacrificios, con rasgos temibles que infundían en sus creyentes actitudes de miedo y angustia; en cambio, la diferencia cualitativa con el cristianismo es la total accesibilidad de Dios en este feliz acontecimiento de la encarnación,  es María el recurso humano-maternal que lo trae y lo hace presente entre nosotros. Por eso la designación hebrea del nombre Emmanuel, con el que también se llama a Jesús, el Dios-con-nosotros.
Vale la pena que los lectores sepan que la definición de María como Madre de Dios fue realizada por el Concilio de Efeso en el año 431, enseñanza que no surgió de  un asunto gratuito. Se dio en el contexto de contrarrestar las afirmaciones de Nestorio (386 – 452 ), obispo patriarca de Constantinopla, quien sostenía una total separación entre la realidad humana de Jesucristo y su realidad divina. Este tipo de pensamiento atentaba contra la manifestación plena de lo divino en lo humano, como es la fe íntegra del cristianismo, con las consecuencias en la vida práctica de una disociación total entre vida espiritual y existencia humana.
Por esta razón, el Concilio citado sale al paso de esta tendencia para afirmar que Jesús ha tenido un proceso humano, sin dejar de ser Dios, y para eso define la maternidad de María como un componente esencial de esa humanidad.
Esto, que puede parecer un malabarismo teológico de excesiva complicación, es fundamental para captar la sustancia de lo cristiano, como lo venimos afirmando, es  la manifestación plena de Dios a través de la condición humana. Esto es lo que en la Iglesia celebramos en Navidad, que encuentra su perfecto complemento en la liturgia  de este 1 de enero.
Durante mucho tiempo se ha deformado la devoción mariana, haciendo a María casi más importante que su Hijo, y atribuyéndole prerrogativas que la divinizan en exceso y le sustraen su humanidad. Es innegable el valor central que tiene ella en la configuración del cristianismo, esto mismo es lo que mueve a la Iglesia a colocarla en su justo sitio, sin minimizarla, explicitando todo el sentido de su maternidad y destacando justamente que ella sea el instrumento del que Dios se ha valido para insertar a su Hijo en la historia y en la realidad de los seres humanos.
Valgan estas consideraciones también para aportar una reflexión sobre el significado profundo de lo femenino. Recordamos aquí la expresión del fugaz pero profundo y carismático Papa Juan Pablo I, el papa de septiembre de 1978, que fue el brevísimo tiempo de su pontificado, cuando en una de sus catequesis dijo “Dios es padre pero también es madre”, que evidencia una sensibilidad particular sobre la totalidad del misterio inabarcable de Dios, en cuanto plenitud de lo humano que es femenino y es masculino simultáneamente,  en igualdad de condiciones.
El relato evangélico de hoy es muy escueto pero suficientemente elocuente para aludir a María: “Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Pero María meditaba y conservaba todo en su corazón” (Lucas 2: 16 – 19).
Recordemos que estos no son relatos biográficos en sentido estricto sino interpretaciones teológicas de la comunidad que dio origen a este evangelio, en las que quieren destacar el acontecer de la divinidad en la humanidad de Jesús y de su entorno familiar, el de María y el de José.
Igualmente  vale la pena subrayar cómo sucede lo femenino en María, siguiendo un bonito y denso modelo propuesto por el autor de espiritualidad italiano Arturo Paoli (1912-1915), quien al  hablar de la belleza femenina la formulaba como:
-      La belleza del ser
-      La belleza de dar
-      La belleza de procrear
Esta triple dimensión se manifiesta en María, mujer que acepta incondicionalmente la invitación de Dios: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (Lucas 1: 38), su feminidad se da totalmente a este proyecto , viviéndola como esposa de José y madre de Jesús, subrayando en su ser esa propiedad femenina del ser maternal, sin poner impedimentos ,  siendo el vaso que porta en sí misma la vida de Dios, y brindando a la humanidad la posibilidad de tenerlo entre nosotros, y uniendo a ello el encanto femenino de ser protectora de la vida, con esa cualidad que tienen ellas para experimentar con mayor profundidad el cuidado de los demás, la capacidad de abnegación, sin medir los sacrificios que esto demande, resplandeciendo igualmente en una hermosura que es de carácter espiritual, en el mejor significado  de este término.
Esta lectura evangélica de lo femenino, hecha desde el ser de María, es una propuesta de indudable valor  liberador para el ser humano de hoy, tanto el femenino como el masculino. Ambas realidades están expuestas a los problemas del machismo, del patriarcalismo, de la competencia entre ambos sexos demostrando quien puede más, de los estereotipos de mujer símbolo sexual o muñeca frágil, o sufrida matrona que carga sobre sí los excesos de sus varones, lo mismo que los modelos de hombres determinados por el poder y la conquista.
En el evangelio de Jesús surge una humanidad nueva y esperanzadora, con el sello sustancial de Dios, que hace posible hombres y mujeres que asuman su vida como don y servicio, como defensa de la vida y de la dignidad de todos los seres, como libertad ante los ídolos que asedian permanentemente, como ruptura con las esclavitudes, en la clave de las bienaventuranzas.
Esta novedosa y redimida humanidad es presentada por  la segunda lectura de este domingo, de la carta a los Gálatas, así: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los que estaban sometidos a la ley y nosotros recibiéramos la condición de hijos. Y como son hijos, Dios infundió en sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo Abba, es decir, Padre. De modo que no eres esclavo sino hijo, y si eres hijo, eres heredero por voluntad de Dios” (Gálatas 4: 4 – 7).
Esto quiere decir que la acción encarnatoria de Dios en Jesucristo involucra plenamente al ser humano y le garantiza un sentido total a su existencia, que en lenguaje teológico llamamos salvación y liberación, acontecer que no se da sólo en el momento de la muerte física, porque empieza de modo anticipado cuando la persona libremente acoge este don y entiende que al hacerlo está realizando la jugada maestra de su vida, asumida totalmente por el amor de Dios.
María juega aquí un papel esencial y protagónico. Su feminidad y su maternidad se dan sin límites para este proyecto!
Destaquemos , finalmente, otras señales que indica el texto de Lucas:
-      Jesús nace en Belén, referencia que tiene el significado de explicitar su condición de descendiente de David, lo conecta con toda la historia de Israel, el pueblo que inicia esta aventura de la fe.
-      Acuden a reconocerlo los pastores, los empobrecidos, los desconocidos y últimos de esa sociedad, gran significación que refuerza la tendencia teologal de favorecer la pequeñez: “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto; tal como se lo habían anunciado” (Lucas 2: 20). La filiación divina de Jesús se aparta de todo privilegio y se encarna en este contexto de humildad.
Terminemos el año 2016 y acojamos el 2017 con este espíritu de María, meditando y conservando todo en nuestro corazón, sin dejarnos entrampar por el vano honor del mundo, por las superficialidades a montón  que acompañan estas celebraciones, por las supersticiones y falsas promesas de felicidad que ofrecen los falsos profetas, y tengamos la osadía de dejarnos llevar, como María, por este camino del reino de Dios y su justicia, en el que tenemos garantizada una genuina humanidad con sello de eternidad.
Y todo esto, gracias a la mediación salvadora de Jesús el Cristo, el Hijo de María.

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