“Miren, hermanos,
quienes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos
poderosos ni muchos de la nobleza. Dios ha escogido más bien a los que el mundo
tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a los débiles del
mundo para confundir a los fuertes”
1
Corintios 1: 26 – 27)
Lecturas:
1.
Sofonías 2: 3 y 3: 12-13
2.
Salmo 145: 7-10
3.
1 Corintios 1: 26-31
4.
Mateo 5: 1-12
Las bienaventuranzas de
Jesús, en las que se condensa el proyecto de vida que él propone a quienes
opten por seguirlo, son una contrariedad escandalosa para las habituales
ambiciones humanas de poder, de éxito, de ganancia económica, de individualismo
competitivo, de egoísmo, de gozo inmediato. El compromiso de un cristiano es,
en consecuencia, vivir de modo coherente este escándalo, esta inversión de los
valores que difunde y promueve la sociedad. Tal es el núcleo de la Palabra que
se nos ofrece este domingo.
Es , sin lugar a dudas,
una lógica desconcertante esta que procede de Jesús, denominada como bienaventuranza, que es
sinónimo de felicidad. El camino para ser feliz, según El, no es hacer parte de
los círculos de los poderosos ni tener una gran capacidad adquisitiva ni
brillar socialmente por los triunfos logrados, ni por la belleza física ni por
el prestigio que estas realidades pueden brindar a personas que cumplan con
estos requisitos. Ser feliz al estilo de Jesús es algo diametralmente opuesto!
Les proponemos, para
hacer la reflexión más pedagógica, hacer un recorrido mental con dos personas
bien contradictorias en esta perspectiva. De una parte les planteamos recorrer
a grandes rasgos la vida del Beato Oscar Romero (1917-1980), el obispo
salvadoreño que se enfrentó proféticamente a los poderosos de su país para defender a los pobres, y por ellos
dio la vida martirialmente. De otra, les sugerimos a Donald Trump, el
prepotente multimillonario que acaba de asumir como presidente de los Estados
Unidos de América, con su desdén por las minorías étnicas y por los
inmigrantes, con su fanfarronería de rico que se siente dueño del mundo.
Qué encontramos en el
uno y en el otro? Recogen muy bien el
perfil del bienaventurado seguidor de Jesús – el Beato Romero – y el del
arrogante que todo lo desprecia por sentirse él la medida con la que se aprecia
o desprecia a los demás – Trump - .
Es sabido que uno de
los puntos clave de la predicación de los profetas de Israel era la severísima
crítica a las personas que se decían muy religiosas y observantes de la Ley
pero carecían de compasión y misericordia con los débiles y con los sufrientes.
Junto con este énfasis, ellos destacaban el
favor de Dios con los humildes, y el reconocimiento de esta condición como
apertura para las cosas de Dios, para su amor y para su justicia, como bien lo
expresa el texto de Sofonías, que es la primera lectura de este domingo: “Busquen
a Yahvé, ustedes humildes de la tierra, que cumplen sus mandatos; busquen la
justicia, busquen la humildad, quizá encontrarán cobijo el día de la ira de
Yahvé” (Sofonías 2:3).
Cuando el pueblo y sus
dirigentes se olvidan de Dios y se dedican a la idolatría, apartándose de la
alianza, queda un resto fiel que se distingue justamente por las alusiones de
Sofonías, cuya manera de vivir será la garantía de permanencia de ese proyecto
teologal: “Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, se cobijará al
amparo de Yahvé el resto de Israel” (Sofonías 3: 12).
Qué quiere decir el
profeta con las expresiones pobre y humilde? Es una exaltación de la baja
autoestima y de la carencia de perspicacia para descubrir los aspectos más
recónditos de la vida? Es un estímulo para el apocamiento y la ingenuidad? Vale
la pena que nos propongamos estas preguntas porque fácilmente se interpretan
esas referencias como el diseño de un tipo de creyente que no es sagaz ni
inteligente, que se minimiza y que no tiene capacidad para incidir en los
desarrollos de la sociedad y en los de la misma comunidad de creyentes.
Monseñor Romero,
volviendo a nuestro prototipo evangélico de hoy, fue un hombre profundamente
así como indica Sofonías, austero, sin vanidades de ningún tipo, en plena
sintonía con los más humildes y él mismo humilde como pocos, pero justamente de
ahí le vino su inspiración para confrontar con el mayor rigor a los poderosos de su país, a los
gobernantes y a los terratenientes, a los militares y a los integrantes de los
escuadrones de la muerte, por la aberrante injusticia social de El Salvador y
por los inaceptables crímenes que se cometían contra la población campesina y
trabajadora. No hay en él visos de apocamiento, la suya era una grandeza
espiritual y evangélica!
El beato Romero es ,
por excelencia, un bienaventurado, es el
tipo de ser humano que propone Jesús, el que siendo así se dedica a humanizar a
los demás, a construír una cultura del servicio y de la solidaridad, a no
perseguir títulos y honores, a trabajar para el reconocimiento constante y
creciente de la dignidad de cada persona, a favorecer a los condenados de la
tierra, todo esto desde la profunda experiencia de la paternidad-maternidad de
Dios.
En el relato evangélico
de Mateo, el programa de Jesús – las bienaventuranzas – se pone
estratégicamente en los inicios de su misión, después de las tentaciones y del
llamamiento de los discípulos, señalando con esto cuál va a ser la sustancia y
el contenido de su ministerio. Las podemos llamar el plan de la nueva
humanidad, todo lo que sigue en el evangelio es poner en práctica esos
principios, que claramente no son legislaciones, asuntos normativos, sino un
proyecto de vida ofrecido a la libertad de quien desee acogerlo y ser
plenamente feliz al hacerlo.
Esto es el elemento que
identifica al auténtico cristianismo, es clave que lo captemos porque la fe en Jesús, las implicaciones de
ser bautizados y de ser sus seguidores, la membresía eclesial, no son
adaptaciones a una institución prestadora de servicios religiosos ni
acatamiento permanente de leyes, muchas de ellas prohibidoras, de lo que se trata
es de adoptar un modo de vida que se
configura con el de Jesús, determinación que se hace a partir de una opción
fundante y fundamental, que estructura la totalidad del proyecto de vida de
quien lo acoge, como en el caso del Beato Romero y de tantos otros que han
decidido vivir así.
En 1 Corintios –
segunda lectura de hoy – Pablo alude a dos cosas que son determinantes, la
escogencia que Dios ha hecho de lo necio del mundo, y la configuración con
Jesucristo: “Dios ha escogido más bien a los que el mundo tiene por necios para
confundir a los sabios, y ha elegido a los débiles del mundo para confundir a
los fuertes….. De ese modo ningún mortal podrá alardear de nada ante Dios. De
él les viene que ustedes estén en Cristo
Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia,
santificación y redención, a fin de que,
como dice la escritura: el que se gloríe, gloríese en el Señor” (1
Corintios 1: 27 y 29-31).
Por eso la Iglesia y
cada una de sus comunidades no pueden ser un círculo restringido de selectos y
de perfectos, élites de superiores, sino congregaciones de gentes que, en medio
de sus fragilidades, aceptan con convicción esta lógica de vida, experimentando
el don de la misericordia, acogiendo sin distingos a todos los que escojan esta
dinámica evangélica, y fundamentando toda la existencia en Jesucristo.
Así nos encontramos con
el ser humano moldeado por Jesús, el bienaventurado, aquel para quien Dios lo
es todo, el que no cifra su valor en las riquezas y en el poder, en los títulos
o en las categorías sociales, el que se vacía de sí mismo para darse todo al
prójimo, aquel en quien se plasman esos indicadores de felicidad: “Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los
que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan
por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5: 4-9).
La serie televisiva, de alta sintonía hoy,
“House of Cards”, tiene como trama todos los entresijos del poder, las
maquinaciones y estrategias de corte maquiavélico, personajes de torvas
manipulaciones, intrigas, engaños y envidias, rostros externamente brillantes y
educados (?), con interioridades deshechas por su ambición. Triste retrato de
muchos ambientes de nuestras sociedades, como la altanería que se percibe en el
nuevo habitante de la Casa Blanca.
Si por algo tiene
sentido ser cristiano y estar en la Iglesia es justamente por ir en contra de
esta desenfrenada egolatría, y por afirmar que es posible construír una
humanidad diferente desde lo fraterno, desde lo discreto, desde lo humilde,
desde la mesa servida en igualdad de condiciones para todos, desde el respeto
exquisito a cada ser humano, resaltando así la trascendencia de Dios en la
trascendencia de la humanidad.
Ser asi tiene su alta
cuota de incomprensión y de drama, la cruz de Jesús es el más elocuente
testimonio de esta afirmación, y con él, todos aquellos que en estos siglos de
historia cristiana han optado por el reino de Dios y su justicia en clave de
bienaventuranza, como nuestro Beato Romero, que se despojó de sus temores para
seguir a Jesucristo en la dolorida historia de sus buenas gentes salvadoreñas.
A dónde vamos con todo
esto? Es posible lograr una humanidad transformada por esta oferta? Seremos
capaces de bajar la guardia de tantas prepotencias para entender que el futuro
de los hombres y mujeres tiene en esta una gran alternativa de sentido y
esperanza? Nosotros, los que cada domingo celebramos la eucaristía, tenemos el
vigor para relatar con nuestras vidas esta apasionante dimensión de la
felicidad?
Tal es el empeño del
Papa Francisco, y de aquel del mismo nombre que inspiró su denominación, el de
Asís, que con su contundente pobreza y con su talante fraternal conmovió a la
sociedad de su siglo, recordando a un mundo anestesiado por el poder y la
riqueza que en esto no va la verdad de la vida.