“Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”
(Mateo 6: 24)
Lecturas:
Isaías 49: 14 – 15
Salmo 61: 2 – 9
1 Corintios 4: 1 – 5
Mateo 6: 24 – 34
En la tradición judeo cristiana se nos ha inculcado el sentido de Dios como generoso, sobreabundante en sus dones para la humanidad, solidario con nuestros gozos y sufrimientos, cercano y plenamente comprometido con nuestra felicidad. Para los musulmanes ese mismo Dios único es concebido como “Alá, el compasivo, el misericordioso”.
Esta conciencia sobre la divinidad es soporte para nuestra existencia, principio y fundamento de todo lo que somos y hacemos. Sin embargo, cabe preguntar qué pasa cuando todas las seguridades de la vida se nos caen, cuando la enfermedad, el dolor, el sentimiento de fracaso, nos invaden?
La primera lectura de este domingo ofrece una buena pista en este sentido. El texto recuerda que el pueblo de Israel fue deportado ignominiosamente a Babilonia, una migración masiva en condiciones dramáticas y, junto con eso, constata el desencanto de estos israelitas que se sentían abandonados por Yavé, escépticos de que pudieran restablecerse como nación libre y pacífica.
Situación similar a la que viven tantas gentes en estos tiempos inmisericordes, despojados de su derecho a vivir en tierra propia, y sometidas a las mil humillaciones de la exclusión!
Entonces la tarea del profeta es animar y estimular a esta comunidad resignada y entristecida: “Sión decía: El Señor me abandonó, Dios se olvidó de mí. Pero, acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré” (Isaías 49: 14-15). Isaías insiste en la incondicionalidad del amor de Dios.
La ternura de Dios está vigente, su preocupación de madre por el bienestar de sus hijos no se ha perdido, su fidelidad a la alianza cobra mayor sentido en estos tiempos de crisis y de frustración. El profeta lo hace aludiendo a Dios como madre, expresión que nos lleva a poner en tela de juicio la definición exclusivamente masculina que hemos hecho de El, lo mismo que todo el patriarcalismo y sus consecuencias de machismo y de desconocimiento de la mujer.
Recordamos cuando, en septiembre de 1978, el Papa Juan Pablo I, inolvidable con sus breves semanas de ministerio como Obispo de Roma, dijo en una de sus catequesis que Dios es Padre pero también es Madre, refiriéndose a la delicadeza de su amor, a su exquisitez con la humanidad, a su finísima implicación en nuestra existencia. Tema este que tomó el teólogo Leonardo Boff en su bellísimo libro “El rostro materno de Dios”.
Miremos así esos momentos de la vida cuando esta se nos desarma por la soledad, el desamor, el fracaso, las enfermedades, las pérdidas, frecuentemente incurrimos en la desesperación y en el vacío, demandando a Dios su olvido.
En contrapartida, la mejor espiritualidad nos trae el testimonio de creyentes sólidos que han afrontado con profunda entereza las inevitables adversidades existenciales, lenguaje que nos alienta a descubrir en el sufrimiento la mano providente de Dios que nos estimula constantemente a vivir con significado y con esperanza.
Cómo somos nosotros en este sentido? Nos dejamos asumir por el amor desbordante de Dios? Tenemos sentido de gratuidad y de compasión? Nos abrimos a resignificar nuestras penurias y sufrimientos dando paso a esta misericordia única y restauradora? Somos también profetas que alentamos a muchos a recuperar la esperanza y la ilusión de vivir? Nuestro modo de ser es relato de Dios?
El evangelio de Mateo brinda un excelente aporte a la fundamentación teologal de nuestro ser planteándonos el asunto clave de la providencia divina: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas. Por lo tanto, yo les digo: no se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir. No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa?” (Mateo 6: 24-25).
Quiere decir que lo prioritario es el reino de Dios y su justicia, aclarando que no se trata de un “deísmo providencialista” sino de una responsabilidad existencial que nos lleva a captar con sabiduría lo esencial de nosotros mismos, de nuestras relaciones con los demás, con la configuración de la sociedad, del hacer de la historia un escenario de libertad y de dignidad.
No leamos en las palabras de Jesús intenciones ingenuas que nos llevan a desentendernos del “aquí y del ahora”, del compromiso por vivir una digna y sobria materialidad, ni tampoco permitamos que un mensaje como este se convierta en pretexto para quitarnos las grandes responsabilidades que tenemos, ni mucho menos para hablar de un Dios que interviene artesanalmente para decidir la marcha del mundo hasta en sus más mínimos detalles.
Hoy día, después de que la modernidad ha dejado claro que Dios no interviene ni puede intervenir en las leyes de la naturaleza para hacer que nos vaya bien, la fe en la Providencia debe reformularse radicalmente. No sólo no tenemos por qué creer en la intervención de Dios sobre las causas segundas, sino que podemos creer en forma adulta, como personas que se consideran enteramente responsables de su destino, con una convicción esencial de que Dios nos confiere su gracia pero cuenta con la respuesta de nuestra libertad para construír un mundo solidario, autónomo, honesto, justo, fraternal.
Precisamente una de las formas de esa responsabilidad es la de no incurrir en la idolatría del dinero, y de todo lo que viene acompañándolo. Volvemos a las fuertes críticas de los profetas de Israel contra las idolatrías que sustraen al ser humano su autonomía y su dignidad, una de ellas esta de hacer del enriquecimiento el objetivo central de la vida.
Son interminables las evidencias de este culto al Dios dinero. En el documento programático de su ministerio como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, el Papa Francisco dice: “Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero,ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano!! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (Exodo 32: 1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de una economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo” (Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio, # 55).
El agobio desmedido por los bienes materiales nos hace perder el sentido de Dios, el sentido de lo humano, la conciencia de las necesidades del prójimo, el sentido de la justicia y de la solidaridad, esta es una de las grandes y dramáticas realidades de estos tiempos de la historia. Las severísimas palabras de Francisco así lo advierten.
Jesús no está diciendo que nos olvidemos del trabajo y del esfuerzo por lograr un sustento que nos permita satisfacer con dignidad nuestras necesidades básicas. El nos está convocando a eliminar las desigualdades hirientes, a no permitir que unos seres humanos sean oprimidos y explotados por otros, a construír un modo de vida austero, en el que la disposición para compartir y para distribuír equitativamente los bienes sea estructurante de los modelos sociales y económicos, y de nuestros proyectos de vida.
Cuáles son los valores que están en juego?: “Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas. No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios problemas” (Mateo 6: 33-34).
Este texto contribuye a que entendamos el valor relativo de los bienes terrenos en comparación con el valor supremo de Dios y de su reinado, y también a que asumamos el valor absoluto del ser humano, especialmente del más requerido de cercanía y de reivindicación.
Las dos realidades nos exigen entrar de lleno en el dinamismo de la trascendencia, del salir de nosotros mismos, teniendo como referencia al Señor Jesús, en su configuración fundamental con el Padre-Madre Dios y con el prójimo, datos constitutivos de su proyecto vital, del que nos invita a hacer parte.
Un especial testimonio de esta dedicación a Dios y al hermano lo tenemos en Pablo, quien en la lectura de hoy está atendiendo a unas críticas que le hacen algunos en Corinto, juicio que parece apresurado e inmaduro. El se esfuerza en aclarar el sentido de su misión con palabras que son extensivas a la de todos los que se dedican al ministerio apostólico: “Ustedes deben considerarnos simplemente como ayudantes de Cristo, encargados de enseñar los designios secretos de Dios. Ahora bien , el que recibe un encargo debe demostrar que es digno de confianza” (1 Corintios 4: 1 – 2).
Vivir con coherencia este servicio exige un total rectitud, de abnegación, de no establecer clasificaciones a la hora de darse a los unos o a los otros, no haciendo acepción de personas ni preferencias, llevando un modo de vida sobrio y austero, y dejando que el Señor se transparente en nosotros, sin ambicionar títulos o premios, dando a entender en todo que nuestra confianza en El nos compromete a la projimidad, a la justicia, al servicio. No tenemos más prioridad que esta.
En el trajín de la gran ciudad: transmilenio, medios de comunicación que nos saturan, preocupaciones personales, la dura realidad que a menuda nos abruma, cabe esta pregunta: ¿hundo la cabeza en la arena como el avestruz para evadir? ¿qué hago?
domingo, 26 de febrero de 2017
domingo, 19 de febrero de 2017
COMUNITAS MATUTINA 19 DE FEBRERO DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
“Ustedes
han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les
digo: amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan…”
(Mateo 5: 43 – 44)
Lecturas:
1.
Levítico 19: 1-2 y
17-18
2.
Salmo 102: 1-8 y 10-13
3.
1 Corintios 3: 16-23
4.
Mateo 5: 38-48
La
vocación que todo ser humano recibe de Dios es a ser santos, a ser perfectos, a
cultivar una excelente humanidad, participando de la propia perfección de Dios,
en quien destaca como sustancia de esta invitación el camino del amor
incondicional, a El mismo, a todos los seres humanos, con preferencia de los
humillados y ofendidos, a la naturaleza, a sí mismo.
Sólo hay santidad cuando el ser humano se
despoja de sus intereses particulares y trasciende hacia el Otro que es Dios y,
en consecuencia, hacia el prójimo; no es posible una santidad desconectada de los demás.
En
esta clave se impone revisar el concepto y la práctica del ser santo. Cierto
estereotipo muy extendido nos lo presenta con sabor de perfeccionismo angelical, de
desentendimiento de las cosas de la vida real, alejado de la cotidianidad, de
los gozos normales de la vida, de las fragilidades inherentes a todos los
humanos.
En
las lecturas de este domingo se nos ofrece la alternativa de una santidad
inserta en el mundo y totalmente entregada al ejercicio de la projimidad,
afirmación que pone en tela de juicio esa santidad desteñida a la que nos
estamos refiriendo.
La
primera lectura proviene del código de
santidad del libro del Levítico – uno de los cinco textos del Pentateuco -, que
plantea claramente la responsabilidad con el prójimo: “No odies en tu corazón a tu
hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no cargues con un pecado por su
causa. No te vengarás ni guardarás rencor a tus paisanos. Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Yo, Yahvé” (Levítico 19: 17-1).
Buena
parte de este código de santidad está orientada a la regulación del
comportamiento social dominado por el mandamiento del amor al prójimo. De acuerdo
con esto, el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el
respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es esencial en la
Ley y en los Profetas, es el asunto que determina nuestra relación con Dios,
elemento fundamental de la fe.
El creyente que interioriza este mandato y lo integra a su
vida es el que puede participar legítimamente de la promesa de salvación dada
por Dios a su pueblo. Su santidad se manifiesta en el trato exquisito que nos
da:
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No
nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Salmo
102: 8 – 10).Claro testimonio de la
santidad de Dios que nos compromete a vivir en esa misma perspectiva!
Cuando
en el lenguaje de los profetas leemos sus fuertes diatribas contra la religión
de Israel ,más preocupada por la perfección del culto exterior, por la riqueza
del templo, por la solemnidad de las ceremonias, que por la justicia debida al
prójimo, constatamos la prioridad que la mejor tradición bíblica concede a la
íntima conexión entre santidad y projimidad, entre santidad y justicia, entre
santidad y amor.
En
el texto de la segunda lectura – de la primera carta a los Corintios – Pablo
considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu: “Acaso
no saben ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en
ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque
el templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes mismos” (1
Corintios 3: 16-17).
Esto
lo podemos definir como la esencia teologal de la dignidad humana. Cada persona
es presencia concreta de Dios en la historia. Detengámonos en esta
consideración y dejemos que ella entre a lo más hondo de nuestro ser. Decir esto equivale a
establecer la primacía del ser humano por encima de cualquier otro interés y –
por supuesto – confronta cualquier escala de valores, las más habituales
estructuradas sobre el dinero, sobre los apellidos, sobre los títulos, sobre el
poder y, en general, sobre tantas distinciones y jerarquizaciones introducidas
por el pecado.
Pablo
está llamando la atención a los cristianos de Corinto sobre su condición de
templos del Espíritu y al mismo tiempo les advierte sobre los peligros que los
amenazan, provenientes de aquellos que pretenden anular el mensaje del Señor
Crucificado, de su donación amorosa y definitiva, para dar paso a discursos de
sabiduría humana, permeados por el poder y por la ambiciosa dominación de unos
sobre otros, por el desconocimiento de la identificación de Dios con la
debilidad de los humanos y de su solidaridad con los últimos del mundo.
Así,
el ser humano viene a ser un sacramento de Dios, una significación eficaz de su
presencia, acompañada de la gracia que transforma y que propicia la entrega, el
servicio, la abnegación, la atención a cada persona, el reconocimiento de su
valor, sin diferencias ni categorías.
Esto
que decimos suele ser lugar común. Es profesado por la declaración universal de
los derechos humanos, también por las constituciones de los estados, por los
programas de los partidos políticos, por las tradiciones religiosas, todo el
mundo lo sabe, pero al verificar su impacto en las relaciones
efectivas entre los hombres nos encontramos con la escandalosa distancia de
estos ideales.
Las
legiones de migrantes que huyen de la violencia y del hambre, los millones de
seres humanos descartados por el sistema excluyente del mercado y de la
capacidad adquisitiva, el rechazo de los países ricos para que estos colectivos
ingresen a sus territorios, la segregación recial, las afrentas a la libertad
religiosa, la infame perversidad del sistema económico vigente en el mundo, las
interminables violencias contra los indefensos, y tantos hechos contrarios a
esas proclamaciones nos hacen ver que en la raíz de muchos corazones no alberga
una sensibilidad humanitaria ni una aceptación del valor esencial de lo humano.
Por
eso, las palabras de Pablo deben tener tanta resonancia para nosotros, que nos
decimos seguidores de Jesús. El dice que el verdadero templo donde habita Dios
son las personas. Es en ellas, en el amor a ellas donde se da el auténtico
culto a Dios, especialmente en aquellos cuya dignidad ha sido profanada por el
pecado de la injusticia.
En
estos años recientes hemos escuchado al Papa Francisco profesar esta convicción
del valor sustancial del ser humano, y rechazar enfáticamente la economía de
mercado y la sociedad de consumo que produce seres humanos descartables , en la
medida en que el referido sistema no los considera productivos sino engorrosos.
En esta perspectiva de la fe cristiana y en la sensibilidad de otras
tradiciones religiosas y humanistas, también muy respetables, estamos llamados
a afirmar la sacralidad de todas las formas de vida, destacando la centralidad
del ser humano.
En
el texto de Mateo se da un paso adelante que es perdonar y amar al enemigo:”
También han oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les
digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así ustedes serán
hijos de su Padre que está en el cielo; pues El hace que su sol salga sobre
malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si ustedes
aman solamente a quienes los aman, qué premio recibirán?” (Mateo 5:
43-46)
Este
amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo que permite el odio al
enemigo, expresado en la famosa ley del talión: “ojo por ojo y diente por diente”
(Mateo 5: 38), legitimación del rencor y de la venganza, raíz de tantos
conflictos y desavenencias en la humanidad. Lo que Jesús pide se sale del circulo de los habituales afectos que
tenemos: familia, amigos, grupos de pertenencia, personas con quienes nos
identificamos y, en cambio, nos proyecta
a los que parecerían no merecer nuestro amor, o incluso parecerían merecer
nuestro desamor.
Ser
perfectos como Dios significa vivir en un amor sin límites, dejando atrás la
pobre lógica de esa ley del talión, y conformando una sociedad en la que la
justicia, la compasión, la misericordia, la solidaridad, son los ejes que la
articulan. Dentro de esto el perdón al enemigo y la reconciliación tienen un
peso decisivo.
El
Evangelio de Jesús siempre es radical y supera con creces los mínimos de
nuestra justicia limitada, que El mismo cuestiona con rigor cuando dice: “Y si
saludan solamente a sus hermanos, qué hacen de extraordinario? Hasta los
paganos se portan así. Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el
cielo es perfecto” (Mateo 5: 47-48).
Cuando
simplemente dejamos de hacer el mal no alcanzamos el bien moral supremo, la
santidad, porque podemos estar pecando por omisión del bien, paradójicamente.
Esta propuesta del amor a los enemigos, de altísima exigencia espiritual y
ética, es el salto cualitativo que marca la diferencia, donde salimos de
nuestro confortable ámbito de cumplimientos mínimos para entrar en la
radicalidad del amor que nos asemeja a Dios.
Para
lograrlo se impone una experiencia espiritual profunda, mística, que nos lleva
a contemplar el misterio indecible de Dios en el misterio del ser humano,
verdadero santuario que nos hace salir del intimismo cómodo para construír un
modo de vida que sienta con el otro, que experimente el dolor del otro, y que
también nos confiera la osadía de desarmar al enemigo con esa expresión
sobreabundante de amor que es el perdón. Como el que se hace tan indispensable
en esta hora de la historia colombiana.
domingo, 12 de febrero de 2017
COMUNITAS MATUTINA 12 DE FEBRERO DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
“Ustedes
han oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado.
Pero yo les digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado”
(Mateo 5: 21-22)
Lecturas:
1.
Eclesiástico 15: 16 –
20
2.
Salmo 118: 1-5;17-18 y
33-34
3.
1 Corintios 2: 6 – 10
4.
Mateo 5: 17 – 37
La
libertad, la posibilidad de decidir con autonomía, el emanciparse de tutelas
esclavizantes, son grandes sensibilidades del ser humano, especialmente en
estos tiempos en los que han entrado en crisis las realidades que se enseñorean
sobre las personas para decidir sus vidas desde fuera de ellas mismas.
Esto
es particularmente álgido en el ámbito de lo religioso. Durante siglos, la
institución eclesiástica, con su pretensión de administrar la relación entre
Dios y los seres humanos, se ha erigido en legisladora y en determinadora de
las conciencias, de sus opciones, poniendo como gran legitimador al mismo Dios,
y estableciendo salvación o condenación, según haya acatamiento de sus leyes o
apartamiento de ellas.
Esto sucedió en un determinado contexto del
desarrollo de la sociedad, en el que esta situación se consideraba normal, pero
pasados muchos siglos, y viviendo en ámbitos completamente diferentes resulta
muy problemático empeñarse en su vigencia.
Estamos
entrando en una zona de alta susceptibilidad, para la Iglesia, para la cultura
moderna, para todos los humanos, principales implicados en la cuestión. Jesús ,
en el texto del evangelio de este domingo, nos introduce en el más allá de la
ley, en su espíritu, y nos conduce a la
relación profunda de la libertad humana frente a Dios, cuestionando en su raíz la
configuración legalista del judaísmo de su tiempo y dando una pauta decisiva
para sus seguidores en todas las épocas de la historia.
En
su libro “El malestar religioso de nuestra cultura”, el teólogo y
filósofo español Juan Martín Velasco, estudia juiciosamente el impacto de la
cultura moderna sobre la religión, la explicitación de la razón ilustrada y
crítica, la secularización de la sociedad, los movimientos emancipatorios del
siglo XX, las luces que brindan las ciencias sociales y humanas en esta
perspectiva de autonomía, y ofrece – al mismo tiempo – unas líneas de
superación del conflicto a partir de una espiritualidad cristiana que sintoniza
con las grandes preocupaciones de la modernidad, poniendo a dialogar el
espíritu original del Evangelio con tales aspiraciones liberadoras, siempre tan
legítimas y tan reveladoras de lo más profundo de la humanidad. Recomendable
lectura para quienes deseen profundizar en el asunto.
La
primera lectura – del libro del Eclesiástico – nos sitúa frente a la gran
posibilidad de la libertad, que es la de
elegir: “ El te ha puesto delante fuego y agua, alarga tu mano y toma lo que
quieras. Qué grande es la sabiduría del Señor, tiene un gran poder y todo lo
ve!” (Eclesiástico 15: 16 – 18), con esta escueta afirmación el autor
bíblico reconoce el sentido de la libertad, el discernimiento, la postura del
hombre ante alternativas que – debidamente ponderadas – le permiten tomar una
decisión, en el ejercicio maravilloso de la responsabilidad, y de la capacidad
de hacerse a sí mismo.
A
esto lo conocemos en lenguaje clásico como el libre albedrío, tema clave de la
filosofía y de la teología porque hace parte esencial de todo ser humano que se
tome en serio su vida queriendo estructurarla responsablemente, examinando con
sentido crítico las alternativas que se le plantean y decidiendo ante ellas el
sentido mismo de su existencia, de su felicidad, de lo que lo hace plenamente
humano, de lo que le permite desarrollar todas las potencialidades de su ser.
Por
otra parte, la segunda lectura – de la primera carta a los Corintios – nos
dice: “Sin embargo, entre los perfectos hablamos de sabiduría, pero no de la
sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo, abocados a la ruina,
sino de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde
antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida por los jefes de este
mundo….” (1 Corintios 2:6-7).
Es
preciso recordar, a propósito de este texto, que mundo en los escritos paulinos
no significa la realidad de la vida, lo material, lo concreto, lo histórico,
sino lo que se opone a las intenciones liberadoras de Dios, lo que es egoísta,
injusto, pecaminoso, lo que impide al ser humano su pleno desarrollo; y por
“perfecto” se entiende no un grupo de iniciados sino los que han entendido a
Jesús y se empeñan libremente en vivir según su proyecto.
Ya
hemos hablado varias veces de la colisión que se produce entre lo que Jesús
plantea y la manera de ser y de pensar de ciertas mentalidades humanas, influídas
por mentalidades legalistas, religioso-rituales, económicas, sociales. Jesús
entra en abierta contradicción con estos “mapas mentales” porque no ve en ellas
posibilidades de libertad para el ser humano, porque cifran su saber en
cumplimientos externos sin conversión al amor de Dios y al amor del prójimo,
porque no hay en ellos espíritu de fraternidad y de servicio, simplemente
observancias, las más de ellas verdaderamente opresoras.
Esta
aclaración es muy importante para entender lo que nos quiere decir Pablo con la
sabiduría de Dios, escondida y misteriosa, que no es otra cosa que lo que él mismo llama “la locura
de la cruz”, el amor máximo de Dios a la humanidad expresado en Jesús, en su
historia, en su preferencia por los últimos, por los pecadores, por los
condenados, en su entregarse al poder religioso judío y al poder político
romano para ser juzgado como reo, blasfemo, subversivo y ser por ello
crucificado. Ofrenda que es garantía de redención, de salvación, de rescate de
la vida verdadera, para toda la humanidad!
De esta sabiduría es de la que requerimos para
poder vivir en una feliz libertad nuestra relación con Dios y nuestra
apropiación de lo que entendemos por esa voluntad suya y por ley.
El
texto evangélico que se propone para este domingo sigue como continuidad de las
bienaventuranzas. El autor está escribiendo para judíos convertidos al
cristianismo, por eso su lenguaje y continuas referencias a las tradiciones de
Israel, a la ley, a sus prácticas religiosas, podemos descubrir que no lo hace en línea de continuidad sino
justamente en abierta discontinuidad, que es donde conectamos con nuestro gran tema de la
libertad y del significado de la ley.
Sabemos
que el cristianismo se ha inculturado en diferentes modelos de pensamiento, de
cultura, de sensibilidades sociales y religiosas, esto fue especialmente fuerte
en los primeros siglos de presencia cristiana en el mundo, a través de las
visiones griega y romana, situaciones que han permanecido en el tiempo, no
siempre con la feliz capacidad de hacer relevante el mensaje del Evangelio.
Esta cuestión – que no vamos a abordar con detalle – es preocupación del
magisterio de la Iglesia, de los teólogos, de los pastoralistas, de los
estudiosos de la Biblia, siempre con la intención de purificar el mensaje
original de Jesús de adherencias que lo oscurecen y le hacen mala “publicidad”.
En
este orden de cosas, uno de los problemas gruesos que se han filtrado al cristianismo, es el de
presentarnos a Dios como una entidad suprema, autoritaria, distante de los
humanos, que se encarna en una institución poderosa – la Iglesia – que
dictamina lo que es bueno y lo que es malo, obligando a sus creyentes a
proceder en el sentido en que ella lo decida, so pena de pecado, de culpa, de
condenación.
Estas
palabras están animadas por el deseo de esclarecer la luz de la fe para que
esta cumpla con su propósito de liberar y salvar al ser humano, dándole
elementos críticos para vivir su libertad y su actitud ante la ley. Para ello
es esencial el texto del evangelio de hoy, que nos dice claramente que la letra
mata y el espíritu da vida: “No piensen que he venido a abolir la ley y
los profetas. No he venido a abolirlos sino a darles cumplimiento. Les
aseguro que, mientras duren el cielo y
la tierra, no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la ley hasta que
todo suceda” (Mateo 5: 17-18).
La
oferta espiritual y religiosa de Jesús es 100 % opuesta a la de los fariseos y
maestros de la ley, El defiende la actitud ante el espíritu de la ley y no el
cumplimiento por sí mismo, desconectado este de Dios y de lo más íntimo del
corazón humano, y advierte sobre el
conocido peligro del legalismo, dando a entender que las personas inmaduras
necesitan de un sistema establecido y a este atribuyen la verdad definitiva sin
confrontarse con el mismo Dios y con la realidad de la vida:
“Porque les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y
fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mateo 5: 20).
La
redacción del texto utiliza la contraposición “Ustedes han oído que se dijo a
sus antepasados…..pero yo les digo….” para indicar con esto la radical
novedad del espíritu de los mandamientos, que consiste en ir mucho más allá de
lo que está mandado puntualmente , siempre inspirándose en el total amor al
Padre y al prójimo, sin limitaciones.
Planteando
los casos establecidos por la ley judía ante el asesinato, el adulterio, el
divorcio, y el juramento, Jesús determina la radicalidad de la nueva actitud
que El propone como esencial en el espíritu del Evangelio, en la que se aspira
a la conversión plena del corazón y a la erradicación de toda violencia.
“Ustedes
han oído que se dijo a los antepasados: no matarás, pues el que mate será reo
ante el tribunal. Pues yo les digo que todo aquel que se encolerice contra su
hermano será reo ante el tribunal….” (Mateo
5:21-22), son palabras que indican claramente que la ley no se refiere solo al
acto puntual de matar sino a todo aquello que atente contra la projimidad,
contra la dignidad del hermano.
Con
esto volvemos a recordar que los fariseos, y todos los que se les parecen,
cumplen la ley como una función exterior, sin estar convertidos a Dios y al
hermano, y hacen de su observancia un mero requisito, que ellos pretenden
implantar como obligatorio para todos.
En cambio, Jesús alude a las exigencias del
propio ser, y en esto surge de nuevo la cuestión de la libertad, ser libre
pertenece a lo más íntimo de la condición humana, Jesús así lo asume y por eso
nos guía por el sendero fino del espíritu que ha de inspirar nuestras conductas
y observancias, trascendiendo su materialidad formal e imprimiéndoles un
significado liberador y definitivo.
Las
palabras del salmo 118 explicitan el significado de todo lo dicho, el espíritu
del que acoge la voluntad de Dios como norma determinante de su vida,
haciéndolo con plena libertad y con la conciencia de que allí su relato
existencial trasciende y se deja liberar por ese amor superior: “
Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor, dichoso el
que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón” (Salmo 118: 1-2)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Archivo del blog
-
►
2023
(51)
- ► septiembre (5)
-
►
2022
(51)
- ► septiembre (4)
-
►
2021
(52)
- ► septiembre (4)
-
►
2020
(63)
- ► septiembre (4)
-
►
2019
(49)
- ► septiembre (5)
-
►
2018
(51)
- ► septiembre (5)
-
►
2016
(35)
- ► septiembre (4)
-
►
2015
(53)
- ► septiembre (5)
-
►
2014
(52)
- ► septiembre (4)
-
►
2013
(61)
- ► septiembre (5)
-
►
2012
(175)
- ► septiembre (6)