domingo, 30 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 30 DE JULIO DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo encuentra, vuelve a esconderlo y, de tanta alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel”
(Mateo 13: 44)
Lecturas:
  1. 1 Reyes 3: 5-12
  2. Salmo 118
  3. Romanos 8: 28-30
  4. Mateo 13: 44-46
Cuál es aquella realidad que determina y estructura todo nuestro proyecto de vida? Qué es aquello que nos mueve en grado máximo y hace que todo lo que somos y hacemos se oriente a ese ideal? Cuál es la realidad que estructura todo lo nuestro en términos de pasión y felicidad?
A responder estos interrogantes se orientan las sencillísimas parábolas del tesoro y de la perla, que nos propone el evangelio de este domingo. Recordemos nuevamente el contexto que vivía la comunidad de Mateo, todos convertidos del judaísmo a la nueva fe en Jesús, viviendo entre contradicciones e incomprensiones se preguntaban si valía la pena seguir este camino, si el asunto de Jesús tenía la suficiente fuerza para totalizar sus vidas y para llenarlas de sentido.
El esfuerzo de este relato evangélico es demostrar que sí se dan las mejores y más contundentes razones para la esperanza apostándolo todo por este seguimiento y por la configuración radical de la existencia en la clave del Evangelio, a sabiendas de que no se trata de un camino de éxitos en el sentido en el que el mundo entiende esto, ni tampoco de ascensos en la escala del poder ni de adquisición de dinero y comodidades.
Con Jesús, el Padre Dios nos ofrece ese proyecto llamado Reino, el nuevo orden de cosas en el que la felicidad no está dada por las posesiones materiales ni por la carrera del poder sino por una bienaventuranza que parte de dejarse encontrar por Dios – gratuitamente, bien lo sabemos – y que asume ver la vida desde una óptica de solidaridad, de servicio, de fraternidad, de lucha por la justicia, de mesa compartida, como lo hemos afirmado a menudo en estas reflexiones dominicales.
Ese es el tesoro, esa es la perla , que sugiere este relato evangélico.
Dice el teólogo español José Antonio Pagola a propósito de esto: “ El reino de Dios es la clave para captar el sentido que Jesús da a su vida y para entender el proyecto que quiere ver realizado en Galilea, en el pueblo de Israel y, en definitiva, en todos los pueblos. Jesús no enseña en Galilea una doctrina religiosa para que sus oyentes la aprendan bien. Anuncia un acontecimiento para que aquellas gentes lo acojan con gozo y con fe. Nadie ve en él a un maestro dedicado a explicar las tradiciones religiosas de Israel. Se encuentran con un profeta apasionado por una vida más digna para todos, que busca con todas sus fuerzas que Dios sea acogido y que su reinado de justicia y misericordia se vaya extendiendo con alegría. Su objetivo no es perfeccionar la religión judía sino contribuír a que se implante cuanto antes el tan añorado reino de Dios y, con él, la vida, la justicia, y la paz” (PAGOLA, José Antonio. Jesús: aproximación histórica. Editorial PPC. Madrid, 2007; página 88)
Estas palabras son alusión directa y muy explícita a esa realidad que Jesús nos presenta como el valor último y decisivo para llenar de sentido cualquier vida humana que desee optar por esta alternativa, asumiendo que hay que hacer rupturas con aquellas cosas que nos impiden vivir con libertad tal propuesta: afectos desordenados, ambiciones egoístas, deseo de brillar socialmente, búsqueda de privilegios, cambiando todo esto por una vida en la que el genuino culto a Dios se da en la construcción de la projimidad y en la realización efectiva de la dignidad y de la justicia para todos.
Hoy la situación es bien diferente de la que vivía aquella perpleja comunidad de Mateo que se planteaba la pregunta radical de sentido en la persona de Jesús.
Vivimos un mundo complejo, en el que coexisten los grandes avances de ciencia y tecnología, el prodigio de la cultura digital y de las comunicaciones, los logros de las ciencias humanas y sociales afirmando todo lo que tiene que ver con la libertad, con grandes injusticias, violencias y escandalosos desconocimientos de la dignidad de las personas.
Junto a ellos viene el resurgimiento de tendencias fundamentalistas, religiosas y políticas, que afirman con soberbia sus verdades desconociendo las búsquedas legítimas de los demás, que desconocen con agresividad a quienes invocan la compasión, la misericordia, la superación del fanatismo religioso y la promoción de un mundo pluralista y respetuoso de la diferencia.
Cómo ser aquí seguidores de Jesús? Cómo ser como el hombre de la parábola que se encuentra gozoso con el tesoro y hace todo lo mejor para quedarse con él? Cómo aportar a la humanidad el espíritu original del Evangelio dejando de lado esa religiosidad cositera, neurótica y promotora de miedos y de sentimientos de culpa? Cómo anunciar que Dios está siempre enamorado de la humanidad y que su deseo es la felicidad del ser humano? Cómo rescatar a Jesús para que el ser humano de hoy vuelva por los fueros de su dignidad?
El seguimiento de Jesùs y la consiguiente acogida de su proyecto son la mejor posibilidad de construir una humanidad con sentido trascendente y comprometida con una visión que propicia una manera de vivir que va màs allà de lo establecido convencionalmente, una vida que no se contenta con seguir el proceso social habitual de estudiar, de trabajar, de obtener seguridad económica, de “triunfar”, de ser personas importantes.
El reino de Dios y su justicia desborda esos lìmites y se constituye en un universo desbordado de solidaridad, de compasión, de justicia, de posibilidades para todos en igualdad de condiciones, no se agota en tal o cual modelo político-econòmico, lo suyo propio es una inspiración que reanima teologal y humanamente todas las realizaciones para dotarlas de sentido definitivo.
Este proyecto está estructurado en torno a la referencia radical y simultànea al Padre de Jesùs y al prójimo, una relación de amor total y apasionado, el descubrimiento de que la voluntad de Dios es que el ser humano llegue a la felicidad, que todas sus potencialidades se realicen, que no sea sometido a ninguna esclavitud, que su existencia estè siempre animada por eso que llamamos la Buena Noticia, el Evangelio, que su dignidad sea siempre reconocida y promovida, que se den unas condiciones tales que hagan viable siempre la inclusión y la mesa compartida , que todos asuman que Dios es principio y fundamento de la humanidad y que esta certeza nos lleva a tener la esperanza segura de que nuestra vida no es un absurdo.
Es penoso constatar la instrumentalización de la religión para someter indignamente al ser humano, ver còmo se distorsionan los orígenes de esta fe liberadora y se la transforma en una ideología que persuade de obligaciones, onerosas, de un cùmulo de creencias desconectadas de la vida, de pràcticas alienantes, de condenaciones morales, de presentación de un Dios vengativo y justiciero, sòlo dispuesto al castigo.
El tesoro que Jesùs nos invita a adquirir no tiene nada que ver con esas sombrìas perspectivas. Lo suyo se llama bienaventuranza, proyecto de felicidad, que no minimiza las responsabilidades morales ni exime a nadie de asumirlas y de vivirlas, pero sì se empeña a garantizar que en Dios , el que se nos ha manifestado decisivamente en Jesùs, se da una convergencia con la tarea humana de buscar sentido a la vida.
Digamos que Dios es como estar enamorado, para poner un ejemplo de inmensa felicidad que nos ayuda a comprender ese misterio maravilloso y seductor.
Cuando los humanos nos sentimos asì, nos experimentamos mejores, sanos, libres, surgen en nosotros todas las virtualidades a las que podemos acceder, entendemos y aceptamos a los demás, nos comprometemos juiciosamente en el seguimiento de los màs nobles ideales, el deseo de solidaridad surge espontáneamente, nos tornamos transparentes, la pasión por la justicia se hace esencial en nuestras decisiones y conductas.
El acontecer de Dios en el ser humano se da través de la configuración con Jesùs, la gracia nos lleva a identificarnos con El, a que nuestra humanidad sea asumida y transformada, como dice Pablo: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues Dios predestinò a reproducir la imagen de su Hijo a los que conoció de antemano, para que asì fuera su Hijo el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8: 28-29).
Esta es la nueva humanidad, cimiento de esa feliz realidad que nos lleva al descubrimiento gozoso de la novedad en la que nuestra existencia resuelve sus incertidumbres y es acreditada por Dios como esperanza segura de una historia en la que empezamos a anticipar la plenitud de la eternidad construyendo un mundo en el que no sean el poder y la injusta dominación los estructurantes de las relaciones sociales sino el servicio, el sentido de solidaridad, la restauración de la dignidad que muchos han perdido por causa de la injusticia.
Cuando el Papa Francisco se pronuncia a favor de una economía con rostro humano, cuando rechaza con vigor ese sistema social que crea personas descartadas, que sòlo favorece a ricos y poderosos, està afirmando uno de los pilares del tesoro de Jesùs, patrimonio de todos, iniciando èl mismo esa salida para bajar a la Iglesia de los pedestales, llevándola, con Jesùs y como Jesùs, a salir a las calles de la vida, a encontrarse con todos los seres humanos y a ser noticia de vida, de libertad, de rescate de la felicidad.
Esta es la oferta, vamos a ser capaces de despojarnos de seguridades para obtener tan seductor y apasionante tesoro?

domingo, 23 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 23 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Les propuso esta otra parábola: el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo”
(Mateo 13: 24).

Lecturas:
  1. Sabiduría 12: 13-19
  2. Salmo 85: 5-16
  3. Romanos 8: 26-27
  4. Mateo 13: 24-30
Cómo hacernos conscientes de la presencia del mal en nosotros? Cómo asumir que Dios es quien puede liberarnos de las tendencias desordenadas del egoísmo, la injusticia, el afán de lucro material, el deseo de dominar a los demás, la arrogancia, el apetito de poder? Cómo ser realistas , advirtiendo críticamente que en nosotros coexisten la cizaña y la buena hierba?
Y cómo desarrollar, a partir de esta constatación, una visión siempre optimista de la condición humana, en la clave de un Dios que al mismo tiempo ejerce su misericordia con ilimitada generosidad pero que también confronta con severidad y nos propone altas exigencias desde la clave de las bienaventuranzas?
Confiemos en que la Palabra que se nos propone este domingo nos ayude a hacer claridad sobre estos interrogantes, cuyas respuestas atinadas contribuirán a cualificar nuestra humanidad, con sus correspondientes evidencias de una manera de vivir inspirada por el mejor humanismo trascendente, espiritual, ético, solidario.
La primera lectura alude a la historia de pecado de los israelitas, a la idolatría y absolutizaciones en las que incurrieron, dando la espalda a Dios a sí mismos, a sus prójimos, desconociendo lo pactado con Yavé. Es, por supuesto, retrato de lo que acontece en muchos ámbitos del mundo contemporáneo.
Qué hace Dios ante la realidad del pecado? Hacer la vista gorda? Entrar en una ira desaforada y vengarse de este pueblo desleal? O – mejor – dar todo de sí mismo en el ejercicio de la misericordia, propiciando una conciencia crítica de la deshumanización que trae consigo el pecado, y creando las condiciones más saludables para una vida libre en el amor y la justicia?
Tengamos presente que este ejercicio lo podemos hacer con más sentido si inscribimos en él la historia de la humanidad y la nuestra propia, siempre afirmando que esta revisión de lo pecaminoso en nosotros no parte de un pesimismo radical sobre nuestras posibilidades ni de un moralismo de corte fundamentalista, como desafortunadamente se ha filtrado en muchos ámbitos del cristianismo.
Propio de la fe cristiana es la esperanza que tiene su aval en el mismo Dios que tiende permanentemente hacia nosotros su mano plena de vitalidad y de constantes señales para que replanteemos nuestros proyectos de vida, cuando estos dejan de lado el amor.
Aquella marca original de valor y de optimismo, testimoniada en el Génesis, es esencial en las convicciones de nuestra fe: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1: 26-27), desde ella estamos animados por una visión saludable, constructiva, esperanzadora, del ser humano y de su historia, conciencia que no impide la autocrítica juiciosa cuando verificamos los efectos de una libertad que no se ajusta a la abundancia de esa gratuidad amorosa del Padre.
Vemos en el devenir de la humanidad grandes realizaciones, desarrollos de humanismo y espiritualidad, de vida éticamente valiosa, de creaciones culturales extraordinarias, de búsqueda apasionante del conocimiento para desvelar los más hondos misterios de la realidad y de la naturaleza, de aplicaciones que contribuyen a mejorar la calidad de vida de los humanos y a proteger los recursos naturales, del sentido de justicia que favorece el reconocimiento de la dignidad humana. Estos y muchos más son testimonios que validan el radical optimismo teologal con el que hemos sido creados!
Pero también, cuántos hechos que van en contravía de esta bondad que Dios imprime en sus creaturas! Guerra, violencia, muerte, destrucción irresponsable del hábitat, segregación racial, poblaciones enteras forzadas a migrar de sus tierras de origen, ofensas interminables a la dignidad humana, discriminaciones de todo tipo, homofobia, intolerancia, economía sin corazón, ejercicio arbitrario del poder, espacios dramáticos en los que se niega la creaturalidad y se desbarata el proyecto teologal de armonía y plenitud.
Cómo procede Dios ante esto?: “Eres justo, gobiernas el universo con justicia y juzgas indigno de tu poder condenar a quien no merece castigo. Porque tu poder es el principio de la justicia y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos” (Sabiduría 12: 15-18), el Dios nuestro no es el terrorista vengativo que algunos grupos religiosos presentan sino el siempre empeñado en hacer posible que el ser humano encuentre los senderos de una existencia digna, en el esperanzador clima de la misericordia.
Dios es dador de vida, creador comprometido con su creatura, con su pedagogía de garantizar que permanezcamos en el dinamismo de lo más sano y constructivo, articulando la denuncia del desorden contenido en el pecado con el anuncio de la misericordia que es noticia de esperanza para toda la humanidad que asuma con libertad vivir en esta gratuidad.
La cizaña que se junta a la buena hierba es la injusticia que el egoísmo exacerbado de algunos seres humanos siembra para impedir la vida y la dignidad, la economía que no se inspira en la lógica de la mesa compartida sino en la ambición de posesión y de dominio esclavizante, la brutalidad de guerras como las de Siria, Iraq, Afganistán, Sudán, Camerún, las pobrezas apabullantes que someten a tantos hombres y mujeres a condiciones humillantes, el ensañamiento moralista contra las comunidades LGBTI, la trata de mujeres y de niños, las torpes veleidades de no pocos gobernantes.
Y la buena hierba? Es la capacidad restauradora que procede de Dios para reordenar la interioridad humana y, sobre esta base, reestructurar la historia en clave de projimidad, de inclusión, de respeto a la diversidad étnica, religiosa, cultural, ideológica, de acogida de la nueva humanidad que el Padre Dios nos trae con Jesús.
El reino de Dios es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña” (Mateo 13: 25-26), sencilla imagen en la que Jesús demuestra que en el centro mismo del ser humano coexisten la gratuidad de los dones de Dios con el uso egoísta que hacemos de la libertad.
De qué manera la personalidad misericordiosa del Padre se hace vida en nosotros para germinar como semilla que da frutos de nueva humanidad, como la de Jesús? Cómo ser nosotros relatos de ese amor salvador y liberador? 
El trigo y la cizaña que crecen juntos nos invita a un serio realismo teologal, humano, para advertir la convivencia de esas dos tendencias, y para emprender el camino de una espiritualidad seria, abierta a Dios, al prójimo, a la historia, en la que tengamos la osadía de dejarnos llevar por ese amor fundante y liberador que se nos revela en el Señor Jesús, sabiendo que : “El Espíritu viene también en ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles” (Romanos 8: 26).
Dios no funge como el implacable vengador que erradica sin más la cizaña maltratando las posibilidades del trigo, aprehendamos en nosotros esa dimensión de misericordia, siempre empeñada en que nada de lo bueno se frustre, no nos asustemos con esta convivencia del trigo y la cizaña, más bien permitamos que el Padre trabaje en nosotros, y ofrezcamos nuestra libertad como terreno abonado que deja florecer la semilla , de la que nace todo lo bueno que el ser humano puede hacer para construir un mundo configurado con el proyecto original de Dios.

 

domingo, 16 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 16 DE JULIO DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

Incluso la creación espera ansiosa y desea vivamente el momento en que se revele nuestra condición de hijos de Dios”
(Romanos 8: 19)

Lecturas:
  1. Isaìas 55: 10-11
  2. Salmo 64
  3. Romanos 8: 18-23
  4. Mateo 13: 1-23
La comunicación que Dios hace de sì mismo – su Palabra – siempre contiene la intención de hacer partìcipe al ser humano y a toda la creación de esa vitalidad esencial. El tèrmino hebreo del texto original es DABAR, expresión que significa palabra dinámica, palabra creadora. Una reflexión y apropiación comprometida de tal realidad es lo que pretenden los textos que la Iglesia nos propone para hoy, conscientes de que una oferta así supone la aceptación o rechazo por parte de la libertad humana.
Buena introducción al asunto, clave para nuestra vida de creyentes, nos la ofrece el texto del profeta Isaìas, perteneciente a lo que los estudiosos llaman el tercer Isaìas, cuyos contenidos dominantes son de esperanza y consolaciòn: “Del mismo modo que descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allà de vacío, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dè simiente al sembrador y produzca pan para comer, asì será la palabra de mi boca: no tornarà a mì de vacío, pues realizarà lo que me he propuesto y será eficaz en lo que le mande” (Isaìas 55: 10-11).
La palabra de Yahvè es semejante a la responsabilidad del mensajero que no vuelve sino hasta el cumplimiento cabal de la misión encomendada, esta es la de saturar de vida teologal al ser humano, de llenarlo de sentido a partir de la experiencia de Dios en su historia concreta.
Cabe recordar que esta tercera parte de Isaìas està alentada por la esperanza en la restauración de Israel, de la que ya se empiezan a ver señales concretas que dan pie y firmeza a esta expectativa. El profeta no està haciendo alusiones retòricas, èl es testigo fiel del acontecer salvador y liberador de Dios en las realidades de los israelitas de aquellos tiempos, El inspira sus contenidos de fecundidad, de vida, de las mejores razones para reencantar la historia de sus contemporáneos y paisanos.
Asì se nos prepara el terreno para la clásica y muy conocida parábola del sembrador, que propone el evangelio de este domingo. Es todo el capìtulo 13 de Mateo que nos ocuparà este y los dos domingos venideros, con varias parábolas que responden a las siguientes inquietudes de esa comunidad de primeros cristianos provenientes del judaísmo:
  • Por què no aceptan todos el mensaje de Jesùs (parábola del sembrador)
  • Què actitud debemos adoptar con los que rechazan el mensaje? (El trigo y la cizaña)
  • Tiene futuro este mensaje aceptado por tan pocas personas? (El trigo y la cizaña)
  • Vale la pena comprometerse con este mensaje? (El tesoro y la piedra preciosa)
  • Què ocurrirà a los que aceptan el mensaje pero no viven de acuerdo con los ideales del reino de Dios y su justicia? (la red y la pesca)
Mateo y su comunidad, responsables de este evangelio, reflejan la preocupación que les suscitaba la hostilidad e indiferencia a la Buena Noticia de Jesùs, esto era parte esencial de lo que vivían y sentían hacia el año 80 de la era cristiana. Conocer estas inquietudes, ya formuladas en los interrogantes referidos, nos ayuda a captar el mensaje de este conjunto de parábolas.
En coherencia con lo anterior, y dado que no hacemos una simple arqueología del texto bíblico, sino una actualización del mismo, explicitando su vigencia para nosotros, estamos llamados a preguntarnos el por qué de nuestras deficiencias, también las de nuestro contexto social y religioso, con respecto a la disposición para acoger la propuesta del Evangelio:
  • Vivimos una simple religiosidad de inercia sociocultural, cómodamente adaptados a ella sin asumir los retos demandantes del seguimiento de Jesús?
  • Nos incomoda la propuesta de justicia y de solidaridad, de reivindicación de los humillados y ofendidos del mundo, porque lesiona nuestros intereses económicos y de prestigio social?
  • Nuestra mentalidad nos instala en un cristianismo ritual-legalista sin conversión del corazón?
  • El afán de lo inmediato no nos permite crear las condiciones de posibilidad para el cultivo del espíritu del reino de Dios y su justicia?
  • Consideramos que tomar a Jesús en serio es una exageración, que lo suyo apenas da para un recuerdo piadoso sin vigencia en la historia de hoy?
  • Estamos habituados a manipular a Dios y a la religión como legitimadores de nuestros intereses de poder, de posicionamiento social, de bienestar económico?
  • En definitiva…. .Jesús nos escandaliza y nos resulta inaceptable aceptar su entrega, su cruz, su opción por los desfavorecidos, su inquebrantable fidelidad a la voluntad del Padre Dios?
Que sean estas cuestiones acicate para estimular una reflexión de fondo acerca de nuestras actitudes y aptitudes ante la invitación que Dios nos hace a través de Jesús y de su Evangelio, haciéndonos conscientes de que la jugada maestra de esto no reside en aumentar las estadísticas del proselitismo cristiano sino de incrementar la calidad de la vivencia evangélica con sus decisivas consecuencias en una mejor humanidad, con sentido radical de trascendencia hacia Dios y hacia el prójimo.
El texto de la parábola, que de entrada a muchos les puede parecer anodino, es una cuestión de fondo para nuestra vida, para los motivos y prioridades que la determinan, sacude nuestros intereses, nos indica que otro mundo – justo, libre, digno – es posible , y que espera de nosotros una respuesta entusiasta y comprometida, siempre rebasando las fronteras del simple cumplimiento religioso. Se trata de implicarnos en la construcción de una nueva humanidad según el modelo de Jesús!
Hagamos un ejercicio de evaluación siguiendo la misma secuencia del relato:
  • Cerrazón radical para el evangelio? “Cuando alguien oye la palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón” (Mateo 13: 19)
  • Entusiasmo inicial y luego inconstancia y evasión del compromiso? “El que fue sembrado en pedregal es el que oye la palabra y de momento la recibe con alegría, pero como no tiene raíz en sí mismo, por ser inconstante, sucumbe en seguida…..” (Mateo 13:20-21)
  • Afecto desordenado por el confort, la riqueza, los privilegios de la sociedad? “El que fue sembrado entre los abrojos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas, sofocan la palabra, que queda sin fruto” (Mateo 13: 22).
La preocupación de Jesús no es la de hacernos un juicio implacable y luego emitir un fallo intransigente y condenatorio, sino la de provocar en nosotros el máximo ejercicio de autenticidad a partir del replanteamiento radical de todo lo que da sentido a nuestros proyectos existenciales, invitándonos a cambiar totalmente el principio y fundamento de lo que somos y hacemos, pasando del individualismo al amor solidario, del narcisismo a la lógica de la projimidad, de la indiferencia confortable a la atención a los pobres y excluídos, donde se darán las condiciones óptimas para apostar nuestra humanidad en pos de la de Jesús: “Y el que fue sembrado en tierra buena es el que oye la palabra y la entiende; este sí que da fruto y produce: uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mateo 13: 23).
La pedagogía de las parábolas es utilizada por Jesús para descubrir las posibilidades insospechadas de la realidad, favorece entrever la utopía del Reino, facilita que adoptemos la postura del compromiso gozoso con la invitación que él nos hace a seguirlo en su causa.
En el caso que nos ocupa hoy, la fecundidad de la semilla no es cuestión de cantidad , de incremento masivo de los miembros de la Iglesia, de “marketing” religioso, como lo pretenden las neoiglesias de corte fundamentalista, sino de calidad en la lógica humano-evangélica de quienes responden, de asegurarse que quienes se disponen a ser tierra fecunda hallen en el proyecto de Jesús la mejor alternativa para realizar su humanidad, y ya sabemos bien que el gran indicador de esta fecundidad es la projimidad, la vida según el Espíritu, la apropiación del talante de las Bienaventuranzas.
En la segunda lectura de hoy – de la carta a los Romanos - Pablo habla de una gran expectativa de vida que da sentido de plenitud al ser humano, a su historia, a la creación, es el gran terreno que espera ser abonado por la semilla de Dios: “Pues sabemos que la creación entera viene gimiendo hasta el presente y sufriendo dolores de parto. También nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando la liberación de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación está relacionada con la esperanza” (Romanos 8: 22-24).
Es el futuro fértil de Dios en nosotros! El, que nos hace hijos y hermanos, que nos invita a disponer los bienes de la creación para beneficio de todos, que hace de nuestra condición humana una dignísima sacramentalidad de su amor, que está incondicionalmente comprometido con nuestra felicidad, que en Jesús ha depositado la semilla más promisoria para que todo en la historia sea definitivamente humano, definitivamente divino!

domingo, 9 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 9 DE JULIO DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Por aquel entonces, tomò Jesùs la palabra y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado todas estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla”
(Mateo 11: 25)

Lecturas:
  1. Zacarìas 9: 9-10
  2. Salmo 144: 1-14
  3. Romanos 8: 8-13
  4. Mateo 11: 25-30

La simplicidad de Dios nos asusta y escandaliza porque estamos habituados a modos muy solemnes y sacralizados, refiriéndonos a El con el mismo lenguaje con el que se alude a poderosos emperadores, gobernantes y demás gentes consideradas importantes por la sociedad. Las lecturas de hoy nos ayudan a comprender la primera afirmación, y hacen posible que desarmemos ese tinglado complejo con el que buscamos a Dios para encontrarnos con El, descalzo y despojado de arrogancias, tal como nos lo revela Jesùs.
En la primera comunidad cristiana todos sus integrantes eran gente sencilla, no se gloriaban de nada, dòciles al Espìritu del Señor, seguían con entusiasmo el proyecto original de Jesùs y carecían de los prejuicios legales y rituales que caracterizaban a los sabios y entendidos.
Estos últimos se sentían seguros y confiados por creer que lo sabían todo sobre Dios y sobre la religión, se sentían sus expertos, y asì presumìan ante la comunidad, con un problema muy grave: no estaban convertidos al amor de Dios, al sentido solidario con el prójimo; lo suyo era una religiosidad autosuficiente, que se vanagloriaba de su pericia teológica y jurídica, sin reparar en la necesaria e imperativa conversión del corazón.
Para la lógica que propone el Evangelio, los sencillos son aquellos en quienes descubrimos ausencia de cálculos interesados, agendas ocultas, intenciones dobles, estilos soterrados; es decir, los pobres, los humildes, los silenciados de aquella sociedad y religión. Naturalmente , los sacerdotes y los maestros de la ley los despreciaban por considerarlos ignorantes de la ley religiosa judía e ineptos para el cumplimiento de la misma.
Queda claro que tales dueños de la verdad desconocían – y desconocen - que todo lo que procede de Dios es don inmerecido, gratuidad pura, que no repara en medidas y en autojustificaciones, que se da ilimitadamente a todos los seres humanos libres que quieren ser depositarios del beneficio de su amor.
Por feliz contraste, los sencillos, los “sin voz”, hacen patente que el encuentro con Dios – revelado por Jesùs como Padre compasivo y misericordioso – no se da por el conocimiento erudito de su ser ni por la rigurosa observancia de las prescripciones morales y religiosas, sino a través de la disposición para vivir en esa perspectiva de lo gratuito.
La profecía de Zacarías - primera lectura de hoy - hace un aporte valioso en este mismo sentido. Los fanáticos religiosos de esos tiempos anteriores a Jesús tenían la expectativa de un Mesías triunfante y lleno de poder que vendría a vengarse de los enemigos de Israel y a restaurar el prestigio político y religioso de la nación.
El profeta se aparta de esta idea y propone un estilo alternativo de mesianismo, lo manifiesta con estas palabras: “Exulta sin límite, Jerusalén, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna” (Zacarias 9: 9). Es un fuerte realismo el que propone el texto, pone en tela de juicio los vanos ideales de triunfalismo y ratifica la sana mentalidad contracultural del profetismo bíblico, determinado por la humildad, por el sentido de la justicia, por la construcción de la paz, por la negativa a toda retaliación.
Disidencia total que se hizo historia y realidad en Jesús de Nazareth, entronizando el talante de los sencillos y humildes de corazón, en quienes encuentra las mejores condiciones de posibilidad para la sabiduría del Evangelio.
Esto es lo que hace decir a Jesùs las palabras iniciales del texto evangélico que se nos propone este domingo: “ Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios inteligentes, y se las has revelado a gente sencilla” (Mateo 11: 25).
La ley judía, vigente en tiempos de Jesùs era minuciosa y llena de rigurosas normativas, tenía màs de 600 preceptos y 5.000 prescripciones, descritas al detalle, y determinaba que su estricta observancia era lo que garantizaba la justicia de un ser humano ante Dios, lo demás no contaba; quien no cumplìa con este cùmulo de reglas era despreciable ante los aludidos líderes religiosos y, en consecuencia, ante Dios mismo. Ordenamiento legal que se convertía en verdadero obstáculo para muchos en Israel, superando las posibilidades reales de cumplimiento.
A esto es a lo que Jesùs llama yugo: “Vengan a mì todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les proporcionarè descanso. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mì, que soy manso y humilde de corazón, y hallaràn descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11: 28-30), es la intención del Señor liberarnos de esas ataduras, de la religión entendida como reglamentaciones de extrema rigidez, de los rituales sin vida y sin esperanza, para introducirnos en el camino de la gratuita misericordia del Padre.
Es esto una invitación al facilismo religioso-moral, a minimizar las responsabilidades que nos competen cuando decidimos seguir a Jesùs y a su Evangelio? Es la antesala del relativismo y de la permisividad? Es el relajamiento de las costumbres? La respuesta contundente es no, y vamos a ver por què.
En el proyecto del Señor hay unas implicaciones de seriedad y de alto compromiso, el mismo relato de su vida asì lo evidencia, la incomprensión de que fue vìctima, el juicio al que se le sometiò, la condena a muerte, su crucifixión, son el mejor argumento para aclarar la posible ambigüedad que suscita ese trueque radical de la religiosidad obligada y obligante por la relación de gracia y de misericordia que en èl Dios introduce en la historia de la humanidad.
Dios no comparte leyes ni conocimiento ni ritos, El se da a sì mismo, nos ofrece su propia vitalidad, la vida según el Espìritu, como podemos apreciarlo en la segunda lectura de hoy, de la carta de Pablo a los Romanos: “Mas ustedes no viven según la carne, sino según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes” (Romanos 8: 9).
Todo el capítulo 8 de Romanos, que es clásico en la teología paulina, hace patente la nueva lógica de libertad y de salvación que se inaugura con Jesús. Con la expresión “según la carne” se entiende en el lenguaje bíblico al ser humano dominado por el egoísmo y por la injusticia, por los afectos desordenados, por la ausencia de gratuidad y de amor, también por fundamentar su relación con Dios en la ya referida observancia de la ley sin apertura al Padre y al prójimo.
Valgan estas consideraciones para que pensemos en el agobio de las prohibiciones, en la religión saturada de normas, en la cultura fundamentalista de los mil y un requisitos. Dónde queda aquí la gracia de Dios, que se nos ofrece como don incondicional? Cuántas lesiones psicológicas ha causado esa perspectiva intransigente, cuántos alejamientos de Dios, cuántas infelicidades, cuántos desencantos, cuántas violencias en su nombre?
El camino de Jesús es la vida, no la ley: “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes” (Romanos 8: 11).
En los procesos de educación y formación en la fe hay que inculcar el sentido de la espiritualidad como el proceder de Dios Padre que acontece liberando y sanando, nunca dispensándonos de una vida responsable y comprometida, con unos claros referentes de seriedad evangélica que han de traducirse a nuestros modos de vida , a nuestros criterios y conductas, siempre alentados por la esperanza que es inherente a la Buena Noticia.
Las reflexiones que aquí consignamos son conscientes de los compromisos profundos a los que accedemos como creyentes, en materia de valores éticos, en términos de fidelidad al estado de vida que hemos asumido con libertad, a las opciones que se desprenden de la decisión fundamental de seguir el camino de Jesús, nunca propiciando laxitudes ni medianías en tales responsabilidades, pero siempre imbuídos de la perspectiva del Dios gratuito que se revela a los sencillos.
Así mismo se impone hacer claridad en algo que juzgamos esencial para la calidad de nuestra vivencia cristiana: Dios es el que justifica, es su gracia, no nuestros merecimientos, lo que nos lleva por los caminos de su amor, si en el desarrollo de la vida adquirimos una formación sólida, esta ha de ponerse en esta clave, en lógica de gratuidad, no de presunción de ser más religiosos o más observantes que quienes no han tenido estas posibilidades.
Mateo, en el evangelio de hoy, conecta con las expectativas de los postergados. Jesús no se identifica con los mesianismos de su época, a El lo que le importa es hacer vigente la gran utopía de Dios, con eso entronca con los ideales de aquellos profetas bíblicos que preveían un modelo alternativo de sociedad y, en la raíz de todo, anunciando al mismo tiempo una manera novedosa y liberadora para la experiencia de Dios.
Jesús propone una comunidad “piloto” que se encarna en el espíritu de las Bienaventuranzas, una comunidad que quiebra la lógica de la prepotencia y afirma la feliz novedad de la vida según el Espíritu, en la que los pobres, los despojados de vanidades y suficiencias, los dóciles a la gratuidad del reino de Dios y su justicia se encuentren en su lugar natural.

domingo, 2 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 2 DE JULIO DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

El que no tome su cruz y me siga , no es digno de mì”
(Mateo 10: 38)

Lecturas:
  1. 2 Reyes 4: 8-16
  2. Salmo 88
  3. Romanos 6: 3-11
  4. Mateo 10: 37-42
La prioridad que determina toda la misión de Jesús es el reino de Dios y su justicia. Como bien sabemos, esto se refiere a que él nos manifiesta a Dios como un padre misericordioso y compasivo, totalmente comprometido con la felicidad de los seres humanos, deseoso de que nuestras vidas lleguen a su plenitud y realización, con el énfasis - también muy conocido - en la preferencia por los últimos del mundo y de la sociedad, por los pecadores y condenados morales, por todos aquellos a quienes se excluye de los beneficios de la vida, materiales y espirituales.
Esta aseveración es normativa para quienes deseen tomar en serio la propuesta del Evangelio.
Este criterio nos ayuda a comprender las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, palabras que suenan fuertes y nos pueden dejar intranquilos si no comprendemos el contexto inicial. Exactamente eso es lo que asumen los cristianos primitivos, bien conscientes ellos de no estar haciendo una reforma religiosa del judaísmo ni propendiendo para que las personas participaran con mayor asiduidad de los ritos religiosos o sean observantes de sus minuciosidades legales.
Tienen claro que lo que han descubierto en Jesús muerto y resucitado es una nueva manera de ser humanos que tiene su principio y fundamento en la paternidad de Dios y en la referencia a los hombres y a las mujeres como prójimos dignos de reconocimiento y de justicia, con la diferencia cualitativa de la lucha radical contra toda injusticia y desacato a la dignidad humana, siempre en nombre de Dios, siguiendo el mismo patrón de comportamiento del Señor Jesús.
Anunciar a un Mesías crucificado era una contravención a todo el ordenamiento social y religioso de su tiempo, no se nos olvide que Jesús fue proscrito, condenado y sentenciado por el poder político romano y por el poder religioso del sanedrín y de los sacerdotes del templo de Jerusalén. Lo que ellos hacían era una denuncia vehemente de un sistema de valores, creencias e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los “valores” indiscutibles de la sociedad.
Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades sacerdotales de Jerusalén, los gendarmes del imperio, que un grupo minoritario de hombres y de mujeres, llenos de esperanza y de entusiasmo apostólico, cuestionara ese orden de cosas y anunciara que otra sociedad es posible, que el ser humano es merecedor de justicia, de respeto, de compasión, todo esto en nombre de Dios?
Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia gozosa del Señor Resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades judeo-palestinas, que esto los comprometía a lanzarse a una misión de características universales, siguiendo las intenciones mismas de Jesús, trascendiendo las fronteras del mundo judío.
Lo suyo no era la configuración de una nueva institución religiosa con sus estructuras, normativas y autoridades, sino la generación de comunidades de discípulos alentados por el Espíritu de Dios y dispuestos a rescatar la vigencia de la dignidad de los seres humanos, con la inspiración de las Bienaventuranzas, el programa que Jesús propone para la creación de esta nueva humanidad.
Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo plantee con tanta dureza, como lo hace en el texto del evangelio de hoy, las exigencias del seguimiento de Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10: 37), tales palabras no contienen un desprecio de la realidad familiar, pero sí nos invitan a determinar cuál es el motor que impulsa nuestras vidas y a ordenar todas nuestras intenciones y conductas en la perspectiva fundante de ese seguimiento, aclarando que si la familia llega a constituír una afección desordenada, es decir, que no se inscribe en la dinámica del reino de Dios, se invita a hacer con ella una ruptura liberadora.
Mateo escribe un evangelio para comunidades judías que se han convertido al cristianismo. En ese contexto, la referencia al desapego familiar alude a la estima desmesurada que los judíos tenían por sus parientes, asunto que se podía convertir en un apego paralizante. Ante eso, el proyecto de Jesús demanda más porque se trata de un amor siempre mayor y universal referido a todo tipo de prójimo, capaz de trascender el limitado ámbito de la familia, de la raza, o de la nación.
Amar a Jesús no se reduce a una dimensión intimista, individual, privada. Seguir su camino es amar a Dios y al ser humano como él los amó, hasta la donación total de la propia vida, es darse por completo a su proyecto que es la gran utopía del Padre Dios, un amor que llega incluso al extremo del perdón a los enemigos y de la inclusión de los mismos en su universo de afectos y solidaridades. Esto explica con nitidez las fuertes palabras de este evangelio.
El que no tome su cruz y me siga detrás no es digno de mi. El que encuentre su vida, la perderá , y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mateo 10: 38-39), son expresiones que vienen a corroborar lo anterior. Al respecto, se impone aclarar que el camino cristiano no es el de renuncias voluntaristas que rompen el dinamismo afectivo de la persona, ni el de prácticas penitenciales que violenten a quien decida tomar esta opción de la Buena Noticia. Es preciso hacer un severo control de calidad a ciertos contenidos y prácticas que bajo el título de cristianas se han desviado de la originalidad del Evangelio y se han convertido en un conjunto de religiosidades rituales, legalistas, que a menudo sofocan la libertad y la humanidad misma de quien los sigue.
Tomar la cruz y seguir a Jesús es asumir con radical generosidad que en El descubrimos la alternativa genuina de la libertad y del amor, perder la vida por él es dar lo mejor de sí para implantar en la historia de la humanidad una lógica en la que todos los somos iguales, en la que la mesa de la vida sea servida equitativamente , en la que la dignidad de los hijos del mismo Padre sea constantemente reconocida, en la que el servicio y la solidaridad sean sustanciales en los proyectos de vida de quienes se comprometan con esta causa.
Siguiendo aquello que tantas veces hemos afirmado en estas reflexiones, no podemos eludir el carácter contestatario y contracultural de la Buena Noticia de Jesús. Cuando el mundo y la sociedad deciden que el poder y el dinero son los indicadores de felicidad, el proyecto evangélico afirma y realiza la fraternidad y la mesa compartida, y se desposee de toda pretensión de dominio sobre los demás para indicar que el reino de Dios y su justicia pasa esencialmente por asumir al prójimo como la responsabilidad determinante de la felicidad.
Por otra parte, Pablo afirma muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal, tal es el sentido de la segunda lectura de este domingo: “Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6: 4).
Ser cristianos es morir a todo tipo de apego, familiar, económico, cultural, incluyendo el afecto desordenado a sí mismo. La novedad evangélica se manifiesta en la transformación radical de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos volcados hacia la humanidad sufriente, hacia las causas mayores de justicia y de libertad, hacia la significación sacramental de la Iglesia que tiene su centro y sentido en la persona de Jesús y en la realización de la “salida misionera” para anunciar a todos esa noticia cargada de esperanza y de vitalidad teologal.
La presencia del Resucitado es la convicción central en la que se arraigan estas orientaciones, es la que hace posible dejar atrás eso que Pablo llama el hombre viejo para acceder a la novedad pascual: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él” (Romanos 6: 8 – 10).
Esta realidad, que fundamenta la fe de la Iglesia, no es un acontecimiento para el “más allá”, ella empieza en la historia cuando acogemos el don de Jesús, cuando optamos por vivir como él, cuando nos dejamos impregnar por su pasión por el reino de Dios y su justicia, cuando renunciamos al vano honor del mundo y nos empeñamos en ser servidores de todos llevándolos por las sendas del Padre hasta la consumación definitiva cuando pasemos la frontera de esta vida hacia la Vida.

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