domingo, 26 de marzo de 2017

COMUNITAS MATUTINA 26 DE MARZO DOMINGO IV DE CUARESMA



“Porque en otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en todo tipo de bondad, justicia y verdad”
(Romanos 5: 8-9).
Lecturas:
1.   1 Samuel 16: 1;6-7 y 10-13
2.   Salmo 22
3.   Romanos 5: 8-14
4.   Juan 9: 1-41
Dada la configuración esencialmente religiosa de los israelitas era para ellos clave saber quien era el enviado de Dios y poder desarrollar un discernimiento tal que les permitiera identificarlo. Sabemos por el Antiguo Testamento que muchos se presentaban alardeando de serlo y hacían gala de sus particulares cualidades para argumentar esta condición, esto mismo hacìa difícil tan importante distinción.
Lo que nos refiere la primera lectura – del libro 1 de Samuel – revela esas complicaciones. Este profeta, Samuel, estaba empeñado en sacar al pueblo del atolladero en el que se encontraba por sus propias crisis internas y por el enemigo que los amenazaba, los filisteos. Surgiò Saùl, pero pronto los defraudò, se convirtió en un tirano insoportable y no estuvo a la altura de la misión encomendada.
Samuel permanece en su intención  y define el gesto de la unciòn profética como el que va a legitimar a quien sea el escogido, proceso que empieza descartando varios candidatos , hermanos todos,  que aparentemente cumplìan con los requerimientos. Finalmente, se inclina por el que de entrada parecía el màs insignificante de todos, y lo hace siguiendo este criterio: “No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. Yahvè no ve lo mismo que el hombre, pues el hombre se fija en las apariencias, pero Yahvè escudriña el interior” (1 Samuel 16: 6-7). Así se inspira la unción de los reyes del antiguo Israel como señal de su consagración y de la misión que se les confía.
Esto confirma la lógica de Dios manifestada frecuentemente en toda la revelación, El se manifiesta en lo discreto, en lo humilde, en lo que no tiene pretensiones de poder y vanagloria. Lo mismo viene a suceder en el caso de Jesùs, a quien no reconocen sus contemporáneos judíos, especialmente los líderes religiosos, porque veìan en èl a alguien muy poco vinculado con el templo, con la ley y con sus rituales. Tambièn su origen pobre era impedimento para ser reconocido. Estos contenidos  hacen parte de las intenciones del evangelio de Juan, destacar que Jesùs es el ungido, el Mesìas, y que justamente eso que para los sacerdotes y maestros de la ley era obstáculo es lo que lo hace significativo en la comunidad cristiana apostólica.
El relato de la curación del ciego de nacimiento que nos trae este domingo el evangelio de Juan tiene que ver directamente con esta reivindicación, es un texto de notable riqueza simbólica que sale al paso del escepticismo judío y del profundo desprecio que estos vanidosos observantes de la Ley sentían por la persona de Jesùs, El acaba de decir en el capìtulo anterior: “Yo soy la luz del mundo, la persona que me siga no caminarà en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12). Sigamos ahora con el contraste y con la novedad que surge del mismo Jesús.
Se propone aquí un camino que lleva al hombre de las tinieblas a la luz, de la opresión a la libertad, de la minusvalía a la plenitud,  lo hace porque està dotado por Dios de la autoridad para hacerlo, tal como lo reconocen las comunidades primitivas, para afirmar asì su convicción de fe ante el desconocimiento por parte del mundo judío.
Las señales y prodigios que Jesùs realiza causaron gran impacto entre los pobres  y, por lo  mismo, fueron motivo de controversia: “Algunos fariseos comentaban: este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado. Otros decían: pero como puede un pecador realizar semejantes signos? Y había disensión entre ellos” (Juan 9: 16). Sus discípulos, partir de la experiencia pascual, comprendìan el sentido liberador y salvífico de esta señales, porque no se trataba solamente de poner remedio a las limitaciones humanas – ceguera, lepra, parálisis – sino de restaurar al ser humano en toda su dignidad.
Conocemos bien el drama de los marginales en tiempos de Jesùs, ser excluìdos de la religión oficial y de la integración al cuerpo social, como sucede hoy en tantos lugares del mundo, en los que se excluye a personas incluso con razones de tipo religioso y moral (ver la agresividad homofóbica que, por ejemplo, se vive en tantos grupos cristianos fundamentalistas).
A este ciego de nacimiento Jesùs lo libera del peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que èl es y vale, sin importar las etiquetas que los prejuicios le habían impuesto, es la esencia del relato de Juan: “Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva y untò con el barro los ojos del ciego. Luego le dijo: vete, làvate en la piscina de Siloè (que quiere decir enviado). El fuè, se lavò y volvió ya viendo” Juan 9: 5-7).
Se trata de un drama teológico, de gran belleza y portador de esperanza definitiva para el ser humano. Todos quedan inquietos y se preguntan por què el ciego ha recuperado la vista, pues su invidencia era de nacimiento. Les parece a ellos imposible  que un simple hombre como Jesùs sea capaz de obrar una maravilla asì, es su permanente incredulidad y su cerrazón a todo lo que el Padre Dios quiere realizar en El para abrir a una novedosa y liberadora manera de relación espiritual y religiosa que no es la de ley y el templo sino la del amor y la misericordia.
La argumentación judía se esmera en ir contra Jesùs: obra el prodigio en dìa sábado, sagrado para ellos e inadmisible que  en el algo se haga distinto de asistir al culto ritual; es mendigo y persona sin relevancia social; interrogan a sus padres para cerciorarse de su ceguera y de su origen; le preguntan con insistencia enfermiza buscando los argumentos para descalificar a Jesùs, y al final: “Jamàs se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si este no viniera de Dios, no podría hacer nada. Ellos le respondieron: has nacido todo entero en pecado y pretendes darnos lecciones? Y lo echaron fuera” (Juan 9: 32-34).
Jesùs se hace el encontradizo con el ahora recuperado y vidente hombre, y en este nuevo encuentro el ciego llega a ver plenamente no sòlo la luz sino la gloria de Dios, reconociendo en El al enviado definitivo, al que tiene la posibilidad de rehacerle su humanidad y rescatar su dignidad: “Tù crees en el Hijo del hombre? El respondió: Y quien es, Señor, para que crea en èl? Jesùs le dijo: le has visto, es el que està hablando contigo. A lo que èl contestò: Creo, Señor y se postrò ante El” (Juan 9: 35 – 38).
Este es el mensaje que Juan quiere transmitir narrando este drama, Jesùs es el enviado de Dios, El va màs allà del establecimiento religioso, de la ley, y en nombre del Padre rescata al ser humano y lo constituye en dignidad. Lo que llamamos reino de Dios y su justicia se caracteriza por esta plenitud de humanidad, que es verdaderamente revolucionaria porque no se reduce en los lìmites de unos preceptos y observancias sino que se manifiesta con la vitalidad total del Padre llamada misericordia.
En estos días nuestros en los que muchos grupos llamados cristianos se declaran en cruzadas “anti”,  vale la pena, como elemento esencial de nuestra fe, hacer un discernimiento juicioso y responsable para explicitar esto que es tan decisivo y esperanzador para la humanidad. Los movimientos homofóbicos, la satanización de los acuerdos de paz en Colombia, el espíritu de secta que alienta en muchas de estas iglesias, la obsesión con lo legal y lo ritual, son elocuentes evidencias de la falta de una genuina experiencia del amor de Dios y síntomas de una decadencia de la fe que no toma en cuenta ni a Jesùs ni a su Buena Noticia.
El ciego es ahora un “ungido”, como Jesùs (el simbolismo de la unciòn con barro), ha sido transformado por el Espìritu. Este hombre estaba limitado y carecia de libertad antes de su encuentro con El; su vida està ahora plena de sentido, pierde el miedo y comienza a ser èl mismo, no solo en su interior sino ante la comunidad.
Era un mendigo , dependía de los demás, ahora Jesús le da movilidad y autonomía, lo constituye hombre cabal. Realiza el prodigio en sábado, circunstancia que no limita la acción de Jesús, recordando aquello de “El sábado ha sido instituído para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado” (Marcos 2:27-28). Amasar barro estaba prohibido por la ley. Al amasar barro el día séptimo prolonga el día sexto de la creación, Jesús culmina la creación del ser humano, El es la nueva humanidad.
El relato finaliza con la adoración de Jesús por parte de este hombre. Se postró es el mismo verbo que se utiliza en el Nuevo Testamento para designar la adoración debida a Dios. Jesús es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El ciego, expulsado de la sinagoga, ingresa ahora al verdadero santuario, Jesús, donde se rinde el culto en espíritu y en verdad, que se anunció a la samaritana, en el evangelio del domingo anterior.
Esta convicción esencial es la que hace decir a Pablo: “Vivan como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en todo tipo de bondad, justicia y verdad. Examinen que es lo que agrada al Señor y no participen en las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5: 8-10).
Jesús, el Señor, el Cristo, procedente de un bajo perfil social, vilipendiado y rechazado por sacerdotes y fariseos, es el Enviado, luz del mundo, salvador, liberador, redentor de la humanidad. El hace nuevo al ser humano y lo llena de luminosidad teologal. Este es el significado de la Palabra que se nos ofrece este domingo.

domingo, 19 de marzo de 2017

COMUNITAS MATUTINA 19 DE MARZO DOMINGO III DE CUARESMA



“Pero llega la hora (ya estamos en ella), en que los adoradores  verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren”
(Juan 4:23)
Lecturas:
1.   Exodo 17: 3-7
2.   Salmo 94: 1-9
3.   Romanos 5: 1-2 y 5-8
4.   Juan 4: 5-42

La experiencia de confiar en Dios – la fe – no es una minimización ni un sometimiento del ser humano, sino la gran posibilidad de acceder al sentido definitivo de la vida, a la genuina humanización , a la auténtica libertad. El ser humano ,siempre en búsqueda de significado pleno para su ser y para su quehacer, vive sediento de una realidad que le colme esta constante peregrinación existencial. Esto es lo que quieren decir las lecturas de hoy con el denso simbolismo del agua, según lo refieren los relatos del Éxodo y del evangelio de Juan, en la muy conocida escena del diálogo de Jesús con la mujer samaritana.
Conocemos bien el significado de la historia de los israelitas atravesando el desierto – en el Exodo – guiados por Moisés hacia la tierra prometida, resumen de todas sus esperanzas. Pero – como sucede en toda biografía humana – este proceso no se da sin crisis y angustias, producto de la lejanía de la respuesta final y de la natural actitud de querer encontrar la felicidad cuanto antes y a menor costo.
Esto se plasma con claridad en la narración de la primera lectura: “Pero el pueblo, sediento, murmuraba de Moisés: por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces Moisés clamó a Yahvé y dijo: Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean” (Exodo 17:3-4), expresión que refleja muy bien el carácter paradigmático de toda la historia del Exodo y de la teología y la antropología que hay en él, es la condición humana expresada con notable elocuencia en sus gozos y esperanzas, también en sus dolores y vacíos, en sus plenitudes y en sus carencias.
Qué o quién podrá calmar con creces estas expectativas? Cómo conectamos esta historia con la nuestra? Cuáles son las dimensiones insatisfechas de nuestro ser? Dónde hallamos las respuestas? Cuáles son esas realidades con las que pretendemos encontrar sentido y plenitud?
Ante los grandes dramas humanos , como Auschwitz y otros de naturaleza parecida, se suele hablar del silencio de Dios. Es lo que plantea la excelente película “Silencio” del director Martin Scorsese, que por estos días se empieza a proyectar en las salas de cine de nuestro país. Qué hacer cuando la vida nos pone en situaciones límite, cuando el mal invade y domina los escenarios de la historia? Esta es la protesta de los israelitas ante Moisés, cuando la sed y las insatisfacciones les hacían dudar de un Dios que para ellos estaba callado.
La respuesta se significa en la roca del Horeb que empieza a manar agua: “Yo estaré allí ante ti, junto a la roca del Horeb; golpea la roca y saldrá agua para que beba el pueblo” (Exodo 17:6), elemento vital, esencial para la calidad de vida de todos los humanos y de todos los seres vivos, adquiere así el sentido de Dios como saciedad del espíritu humano siempre anhelante de plenitudes y felicidades sin término.
Conviene estar alerta ante esto porque es el asunto por excelencia de la humanidad, asunto que ocupa las respuestas que provienen de las diversas tradiciones religiosas y espirituales, de los juiciosos esfuerzos de la filosofía, de las múltiples maneras como el ser humano canaliza su pregunta fundamental por el sentido de la existencia.
Algunos lo responden desde el sentimiento trágico de la vida indicando que esta carencia esencial no tiene alternativa de respuesta, dejando a la humanidad expuesta al absurdo definitivo. Otros construyen paraísos efímeros en la cultura de lo fácil, en el bienestar material, en el poder y en el dinero, o en religiosidades fundamentadas en miedos e inferioridades, haciendo de sus dioses divinidades que se solazan con la precariedad humana mirándola con desprecio.
Entremos así en la riqueza espiritual y teologal de este clásico relato del evangelio de Juan,  anticipando que este evangelista también nos acompañará durante el IV y V domingo de cuaresma, con las historias del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro. Son relatos muy propios de la teología del cuarto evangelio, que es ciento por ciento simbólico, estrategia que desplaza a la realidad no para ignorarla sino para hacerla más contundente en su posibilidad de expresar cabalmente la intención que Dios se trae a través de la persona de Jesús.
Jesús – en nombre de Dios – es agua que calma la sed (samaritana), luz que abre a la auténtica luminosidad (ciego de nacimiento), vida que trasciende todas las contingencias a las que estamos expuestos los humanos, siendo la más dramática la de la muerte (Lázaro).
En Juan no hay símiles sino identificaciones que el evangelista maneja mediante sofisticadas composiciones teológicas, del estilo de “Yo soy el buen pastor” (Juan 10:11), “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11:24), “Yo soy el camino, la verdad, y la vida” (Juan 14:5), con las que este autor y la comunidad  primitiva de creyentes en la que él está arraigado dan a entender que Jesús es la manifestación plena de Dios y respuesta a las infatigables búsquedas humanas de significado, trascendiendo las barreras religiosas de aquel tiempo y de todos los tiempos de la historia.
Tenemos presente que los judíos veían con profundo desprecio a los samaritanos porque los consideraban herejes y blasfemos, en cuanto se habían separado del culto central del templo de Jerusalén e históricamente habían permitido la entrada de otras creencias y prácticas religiosas. Para un judío los samaritanos eran una maldición.
Jesús rompe con esta segregación, también con la de un varón pidiendo de beber a una mujer: “Llegó entonces una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: dame de beber. La samaritana le respondió: cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer de Samaría? (Es que los judíos no se tratan con los samaritanos)” (Juan 4: 7-9), con esta sencilla plática se abre el asunto central de todo el relato: la superación del aislamiento y del fundamentalismo de las religiones, cuando estas se pretenden poseedoras exclusivas de la verdad de Dios y de la mediación de salvación, desconociendo las posibilidades que tengan las otras en este mismo sentido.
Viene así una pregunta delicada: cuál es la religión verdadera? Qué es lo que determina esta condición? Jesús llega al núcleo profundo de la religación del ser humano con Dios con estas palabras y contenidos: “Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad….” (Juan 4: 21-23).
Como esto último es tan sensible,  vale la pena aclarar que no se trata de despreciar la diversidad religiosa, ni los valores de sentido y trascendencia que hay en las múltiples tradiciones de fe, ayudando a las mismas a esclarecerse y a superar algunos aspectos que en no pocos momentos de la historia las han hecho antipáticas, justamente cuando algunas de ellas se erigen en monopolizadoras de Dios y de las verdades que lo quieren formular.
El Concilio Vaticano II en su declaración sobre la libertad religiosa “Dignitatis Humanae”, dijo:” Este Concilio declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se la impida que actúe conforme a ella en privado o en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón humana” (CONCILIO VATICANO II. Declaración sobre la Libertad Religiosa, “Dignitatis Humanae, Número 2).
En el diálogo de Jesús con la samaritana se habla de tres pozos o fuentes de agua: los de Moisés y Jacob que son limitados e incompletos, y el de Jesús que es decisivo e inagotable, aludiendo con ello al carácter pleno de la manifestación que Dios hace de sí en la persona de Jesús, como satisfacción total de la sed humana de salvación y de sentido.
Jesús trasciende las fronteras de las religiones y es constituído por Dios en oferta salvífica universal. El es el agua viva que sustituye a la ley y al templo de los judíos, y también al culto samaritano. Tal  es la clave de comprensión de este hermoso relato: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, pues el agua que yo le dé se convertirá en el en fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4: 13-14).
En la conversación hay referencias a los cinco maridos que ha tenido esta mujer, alusión a los diferentes cultos religiosos que llegaron a Samaría, hecho que no es obstáculo para que el Padre se mantenga incondicional en su oferta a esta comunidad, Dios no baja la guardia en su intención salvadora, ningún límite ni abandono de los que solemos tener los humanos impide a Dios permanecer siempre gratuito, siempre dispuesto para responder a nuestra sed de vida. El es la respuesta que no tiene fin.
Jesús es el lugar del encuentro con Dios, El es la vitalidad definitiva, este culto nuevo suprime las distancias religiosas y nos lleva a la vida como ámbito de esta religación.

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