domingo, 30 de diciembre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 30 DE DICIEMBRE 2018 DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA CICLO C


“Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón”
(Lucas 2: 51)

Lecturas:

1.   Eclesiástico 3: 2-6 y 12-14
2.   Salmo 127
3.   Colosenses 3: 12-21
4.   Lucas 2: 41-52




Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia.  En ella reconocemos un aspecto clave de la encarnación: la realidad familiar de José, María y Jesús; el afecto hondo de ellos entre sí, la sobriedad de su vida doméstica, su laboriosidad y su espiritualidad, lo grandioso de su minoridad, ese estilo de Nazaret que ratifica el lenguaje del Dios que se empequeñece, que no persigue la vanagloria, que se siente más que satisfecho con esa existencia marginal, pero no por ello menos valiosa y dotada de humanismo y de espíritu revelador de la lógica del Padre Dios, siempre inusitado y sorprendente.

Los textos de la liturgia  aluden  a temas familiares. En la primera lectura,  del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos: “ Escuchen hijos míos a su padre, háganlo y se salvarán. Porque el Señor quiere que el padre sea respetado por los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre ellos. El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre amontona tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece será escuchado; quien honra a su padre tendrá larga vida, quien obedece al Señor, honra a su madre. Quien respeta al Señor honra a sus padres y sirve a los que lo engendraron”.[1]

El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todos estos consejos, aun conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad meramente rural, en la que otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deben a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.

Mediante la percepción directa experiencial y también valiéndonos de los estudios de las ciencias humanas y sociales podemos acceder a un conocimiento más completo de la diversidad de variables que afectan a la familia. No es pretensión de estas reflexiones ser profetas de desgracias, por esto reconocemos el sentido decisivo que el mundo familiar tiene en la formación del ser humano, sus valores y fortalezas, pero también proponemos una apertura crítica para hacernos conscientes de lo que deteriora la natural armonía que se espera de este núcleo original de la humanidad.

Los criterios de la cultura “light”, la alarmante superficialidad vigente en muchos medios de la sociedad, la tan trajinada sociedad de consumo, el deslumbramiento que se produce en las personas a través de la creación de necesidades artificiales y la ficción paradisíaca que pretende tener, la esclavitud del trabajo y la premura de los tiempos desmedidamente ocupados sin espacio para la ternura y el deleite hogareños, la subcultura de la velocidad, vivir siempre de prisa sin lugar para el sujeto interior, los fantasmas pretendidamente liberadores que surgen de los medios masivos de comunicación, el desinterés por el ser humano y por su dignidad, se infiltran en la familia, se propagan con dramática metástasis generando seres humanos de baja densidad ética y espiritual.

Es especialmente importante reflexionar a partir de la notable deshumanización que se vive en el mundo. El   ámbito familiar   en el que se origina el ser humano, donde se orienta su crecimiento y se modela su identidad, donde se inculca una visión valórica de la vida, donde se propicia que el niño y adolescente asuma ser honesto, solidario, servicial, auténtico, donde aprenda a vivir en comunidad y donde interiorice el valor de cada ser humano, sigue teniendo un peso notable, muy notable. Por eso,  en lenguaje cristiano y también humano no podemos subestimar el alto significado de la familia.

Cuando hay tantos seres humanos que se entregan sin reservas a promover la injusticia, la exclusión social, a maltratar sistemáticamente a los demás, a hacer del dinero y de la comodidad material sus prioridades existenciales, nos preguntamos si en estas gentes hubo una dinámica familiar que favoreció un crecimiento en integridad o si, por el contrario, lo que vieron de niños fueron  padres ansiosos de poder, de capacidad adquisitiva desmedida, de hipotecarse acríticamente a los criterios de la sociedad de consumo, de desconocer el valor de las personas y de formar  (o de-formar) a sus hijos fuera de  la lógica del bien común y del sentido de trascendencia.

Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da san Pablo en el texto de Colosenses que es la segunda lectura de hoy, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo  decisivo  para la familia de nuestro tiempo: “Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de bondad, de mansedumbre, de paciencia; sopórtense mutuamente; perdónense si alguien tiene queja de otro; el Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo. Y por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección[2]

El evangelio de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del niño Jesús en el Templo, fue escrito probablemente unos cincuenta años después de este suceso. Doce años es, aproximadamente, la época en que los niños comienzan a sentirse independientes. Para Lucas, esta primera subida de Jesús a Jerusalén es el presagio de su subida pascual y por ello, estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y resurrección del Señor.

La sabiduría de Cristo ha consistido para Lucas en entregarse desde su joven edad “a su Padre”, sin que esto quiera decir que supiera ya adónde le llevaría esa entrega. Pero en ella va incluida ciertamente la decisión de anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría. María parece que llega a presentirla. Pero, de todas formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el medio familiar. Y esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias. La educación de los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero respeto. Si no, es imposible que surja la compresión y el amor.

Dios, especialista en modelar seres humanos de primera, acude a todos los recursos para que esto sea posible. La “estrategia” teologal es una pedagogía de constante y creciente humanización, en la familia tenemos el espacio por excelencia para que esto sea posible. Los hijos no son propiedad privada de los padres, la patria potestad tiene un compromiso particular con la educación para la libertad y para la capacidad de decidir la vida responsablemente. La escena muy conocida de Jesús, extraviado de sus padres y en densa plática con los maestros de la ley, nos conecta con este tema central de la vida familiar: “Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo: Hijo, por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El replicó: por qué me buscaban? No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?[3]

Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos . El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche que presenta la cita evangélica del párrafo anterior.  La inquietud de José y María surge de la angustia experimentada, el evento es profundamente simbólico y relativo a la misión: “los asuntos de mi padre” constituyen la cuestión por excelencia en la vida de Jesús, a ellos dedica el ejercicio de la amorosa libertad aprendida en el hogar de Nazareth. El reino de Dios y su justicia totalizan su proyecto vital. La escena es mucho más que una anécdota casual, el evangelista subraya este aspecto para referirse al crecimiento teologal de Jesús, central, decisivo y decisorio.
La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas estas cosas en su corazón[4] . La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.
No es fácil entender los planes de Dios, sintonizar con El resulta muy exigente porque nos obliga a replantear de raíz la orientación de nuestra existencia, desbarata muchos de nuestros planes.   Hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo , José y María se pusieron en esa tarea, disciernen, quedan perplejos pero no se paralizan, a pesar del costo que les demandan las opciones de su hijo, se aventuran a esa exploración, y lo logran. 2) Creer en Él , María es la que ha creído, confianza plena en el Padre, sabiduría espiritual que intuye la apasionante tarea de plenitud y libertad contenida en ese proyecto.  3) Meditar la Palabra de Dios , hacerla propia, interiorizarla, convertirla en la estructura fundante del propio ser, eso hace María, que conservaba todo esto en su corazón.

El “no entender” alude a la sorprendente “lógica” de Dios, lo suyo no transita por los caminos habituales del ser humano que persigue el éxito, el hacer carrera de ascensos y de buscar privilegios y aplausos, obtener los indicadores materiales que dan prestigio. Lo de Dios es dar la vida por amor para hacer posible que muchos o todos tengan vida, eso demanda el sacrificio mayor de renunciar a las comodidades de una existencia tranquila, carente de complicaciones y de abnegación.

Esto se hace concreto en el hijo de María y de José, él es el relato mayor de un nuevo modo de vida – Buena Noticia – que tiene en la ofrenda de sí mismo – hasta la muerte y muerte de cruz – la expresión de máxima credibilidad del amor de Dios. Sólo el amor es digno de fe, Dios se hace totalmente creíble en Jesús de Nazareth, por eso es constituído como Señor y Salvador. El surge en el hogar de esos dos creyentes raizales, la jovencita judía que no se anda con rodeos para aceptar el plan del Padre, y el discreto varón, su esposo, que se hace testigo y cómplice de la mayor faena de amor en la historia de la humanidad.

En esta familia nace la nueva humanidad, el gran asunto de Dios para nosotros.


[1] Eclesiástico 3: 1-7
[2] Colosenses 3: 12-14
[3] Lucas 2: 48-50
[4] Lucas 2: 51

domingo, 23 de diciembre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 23 DE DICIEMBRE 2018 IV DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C


“Feliz la que ha creìdo que se cumplirían las cosas que le fueron dichas  de parte del Señor”
(Lucas 1: 45)

Lecturas :
1.   Miqueas 5: 1-4
2.   Salmo 79: 2-3 y 5-19
3.   Hebreos 10: 5-10
4.   Lucas 1: 39-45
En este domingo el Adviento cobra la intensidad de la gozosa espera de Marìa, central en el espíritu de estos días, porque ella es la portadora de la búsqueda de Dios al ser humano. Ella, preñada de Vida, se dispone a compartir el don con toda la humanidad.
La prisa con la que ella se pone en camino para visitar a su prima Isabel, la alegría que transparenta, son lenguaje elocuente  de su definitiva confianza en Dios. Porque creyó , se cumplirán las promesas de plenitud, de salvación, de novedad radical de sentido, para ella, para todos los humanos. En ella, su confianza teologal es  sacramental.
Esa fe no es acatamiento de cosas formuladas en doctrinas, sino  existencia que se aventura a entregarse libremente a Dios, confiando incondicionalmente en que de El proviene la mejor propuesta en la que el ser humano se puede realizar en plenitud. No son los sacrificios ni las ofrendas materiales, ni los rituales litúrgicamente perfectos, sino la vida misma que se involucra sin reservas en esta gran experiencia -  la osadìa de dejarse llevar – como decía el inolvidable Padre Arrupe .
Tan  radical confianza la expresa con claridad el texto de Hebreos,  que nos viene como segunda lectura de este domingo: “Dice primero, sacrificios y oblaciones no los quisiste, y holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron – cosas todas ofrecidas conforme a la Ley - , para añadir después: entonces aquì estoy dispuesto a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo segundo. En virtud de esa voluntad quedamos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo[1] Marìa nos ofrece esta novedad, Marìa nos regala a Jesucristo, su relato vital se inscribe en la experiencia honda de la fe, en la que se juntan la gracia de Dios, siempre incondicional, y la respuesta generosa de la propia existencia que se ofrece sin reservas para esta mediación.
La genuina relación religiosa es salir de sí mismo para recibir y dar vida, como María. El ser humano se juega el sentido de su existencia en esta dinámica relacional, en la que desborda su mismidad y se torna otredad, para Dios, para el ser humano. Religión viene de la expresión latina “re-ligare”, que quiere decir volver a  construír los vínculos que se habían perdido a causa del egoísmo, del ensimismamiento individualista. María se da toda a Dios, y con su sí,  su ser femenino, su vientre, se convierten en depósito de la Vida, que ella da sin reservas para que todos la tengan en abundancia. Su don es Jesús, el que ella recibe del Padre, el que ella comparte con toda la humanidad.
Què bueno es que, a raíz de esta experiencia fundamental de Marìa y de lo que plantea el texto anterior, podamos vivir la libertad de Dios, central en estos días de Adviento y – ojalà! –  en toda la vida. Libertad dadora de vitalidad, libertad aliada con el máximo amor del mundo.
 Se nos ha inculcado que ser agradable a Dios es entrar en una lógica religiosa de observancias y cumplimientos de ritos, ceremonias, pràcticas, los màs de ellos lejanos de nuestra cotidianidad humana, formales y solemnes, pero carentes de historia y realidad, poniendo  el énfasis en la ritualidad y no en la existencialidad, en el relato de cada dìa, en nuestra vida real.
Esta manera de presentar la relación con Dios oscurece por completo la originalidad de nuestra fe, la torna una formalidad estéril, la convierte en patrimonio de unos funcionarios religiosos, la ritualiza quitándole su potencia transformadora, le sustrae el corazón, el espíritu, el ànimo liberador, la vida misma. Nada de  esto – hay que decirlo con vigor! – tiene que ver con el verdadero plan de Dios que se ha de manifestar con total definición en Jesùs, en cuya perspectiva està la libre disposición de la jovencita de Nazareth.
Marìa es toda ella ofrenda a Dios, libre, generosa y feliz, porque descubre que la invitación que le ha hecho el Padre para ser la portadora del don máximo de la Alianza – su hijo, Jesùs – es el mayor ejercicio de radicalidad en términos de inscribir todo su ser y su quehacer de madre en el gran proyecto liberador del Padre. Es una nueva manera de ser en Dios, prototipo para todo aquel que descubra lo que ella descubrió.
Junto a ella, José, hombre de Dios, con total sentido del reino y de su justicia, es su compañero para vivir en la discreción del hogar, sobrio, austero, esta historia surgida en lo oculto, en la pobreza de su humilde condición, en la marginalidad de Belén, en la precariedad del primer “pesebre”, lejos de la vanagloria del mundo. Hermoso amor el de esta pareja, humildes de la tierra, relato de Dios para acoger la humanidad de Jesús.
Estamos ante una teología narrativa. Quiere decir esto que debemos salir de la cronología de sucesos para entrar en el mundo de las intenciones salvadoras y liberadoras de Dios con este relato. Lo que importa   es el significado de ella , abriéndose a esta novedad de vida que acontece con su maternidad, con la que  sube al ámbito de lo divino, mediación que expresa esa gran realidad de la lógica de la revelación que es Dios implicándose en lo humano, para salvar, para liberar , para re –crear.
El texto de Lucas, evangelio de hoy,  pleno de símbolos, solo los podremos apreciar si nos salimos de la anécdota de “historia sagrada” para captarlos en la clave de historia de salvación.
 Cuando dice que “se puso en camino Marìa y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judà[2], alude a que Marìa se “levanta” para una nueva vida, para resucitar, subir a la montaña es entrar en el ámbito de lo divino, la madre que da la vida al hijo, pero – y esto es esencial aquí! – es el Hijo que da vida a la madre. Por eso ella, resueltamente y sin rodeos – se apresura a llevar el Hijo a los demás. Està preñada de Dios y sabe que no es para quedárselo en sì misma sino para compartirlo desmedidamente.
La visita de Marìa a su prima Isabel significa la visita de Dios a Israel, a la humanidad. La subida de Galilea a Judà nos està adelantando la trayectoria de la vida pública de  Jesùs.  Marìa y  Jesùs (lo màs grande) se dignan visitar a lo pequeño, la prima Isabel. El Dios con nosotros se manifiesta en el sencillo signo de una visita,   que acontece fuera del marco de la religiosidad oficial, elocuente significación de que a Dios se lo encuentra en lo cotidiano, en lo simple, en el vientre de una madre, en la sobriedad de un hogar, en la realidad austera del dìa a dìa, en los amores profundos,  como la de estas dos mujeres, que significan con transparencia evangélica la disposición para vivir la novedad de Dios en la propia humanidad.
La escena nos està diciendo que la verdadera salvación siempre repercutirà en beneficio de los demás. El bien es difusivo de sì, no es posible guardarlo, decían los filósofos escolásticos, en su esencia està el ser comunicado para que otros, muchos, lo vivan y se beneficien, para que Dios irrumpa con fuerza, como en ellas, desbordando su vitalidad.
Estas reflexiones también contienen una advertencia crìtica – muy potente, por cierto! – para llamar la atención sobre las estrecheces de una religión que no es fiel a esta originalidad liberadora, como tantas veces lo señalaron con severo vigor los profetas bíblicos. Dios sucede en la vida real, los ritos se cargan de sentido si están inscritos en esa historicidad, en esa existencialidad. Lo de Dios en Jesùs – portado por Marìa – es historia verdadera, relato experiencial de una vida que se deja abordar plenamente por el Padre.
La pregunta exigente es para nosotros hoy:  Còmo portamos este mensaje, este contenido, esta apasionante posibilidad de vida y de sentido trascendente en estos contextos contemporáneos?  En esta Colombia tan henchida de vida y de gentes buenas, pero tan maltratada por injusticias y violencias, por corruptelas y exclusiones?  En este mundo hipnotizado por el consumismo y por la idolatrìa del mercado, anestesiado ante los clamores de millones de seres humanos sumidos en la marginalidad y en la pobreza?
Las palabras de la primera lectura, del profeta Miqueas, se dirigen a un pueblo que ha vivido la deportación y el exilio, la tragedia de la cautividad y del abandono, brindándoles una esperanza real que ha de superar su drama, el retorno a su tierra de origen, escenario de felicidad: “En cuanto a tì, Belèn Efratà, la menor entre los clanes de Judà, de tì sacarè al que ha de ser el gobernador de Israel; sus orígenes son antiguos, desde tiempos remotos. Por eso èl los abandonarà hasta el momento en que la parturienta dè a luz y el resto de sus hermanos vuelva con los hijos de Israel. Pastorearà con la fuerza de Yahvè , con la majestad del nombre de Yahvè, su Dios. Viviràn bien, porque entonces èl crecerà hasta los confines de la tierra[3]
Recordemos que estas palabras se formularon en un contexto histórico real, dichas, vividas y escritas con  la mayor seriedad existencial, sin la màs mínima intención de ser promesas fatuas  para calmar circunstancialmente la angustia de un pueblo. En esta misma lógica, còmo presentar a los desarraigados de hoy la real y viable posibilidad de una vida con sentido en este Dios que se deshace de su trono para abajarse con los condenados de la tierra en la gran faena de la libertad, de la salvación, de la trascendencia?
Marìa significa en sì misma esta confianza en Dios, que quiere siempre lo mejor para el ser humano. Lo reconoce Isabel cuando dice: “En cuanto oyò Isabel el saludo de Marìa, saltò de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena de Espìritu Santo y exclamò a gritos: Bendita tù entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; còmo asì viene a visitarme la madre de mi Señor?” [4]
No se nos olvide que esto sucedió en un lejano y muy humilde lugar del planeta, desconocido para la mayoría, entre pobres gentes laboriosas y hogareñas, que vivìan la certeza feliz del Dios siempre mayor, deseosas de dejarse asumir por El, con total disponibilidad y generoso corazón. No fueron hechos acontecidos en palacios imperiales ni en medio de riquezas,  para ratificar que Dios se agacha, se abaja, acontece en lo pequeño y en lo frágil.
Marìa cumple en un ciento por ciento la voluntad de Dios. Esta voluntad,  no es cualquier cosa, no es amargar la vida de la gente, no es imponer cargas pesadas, prohibiciones, culpas, miedos, imposiciones autoritarias. Esta voluntad del Padre es que los humanos lleguemos a su plenitud, a la vivencia cabal de la dignidad que nos es inherente, a hacer real e histórica la palabra felicidad, nuestra famosa y siempre evangélica bienaventuranza.
 Marìa lo sabe y por eso se arriesga a dejarse tomar por El: “Feliz la que ha creìdo que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” [5]









[1] Hebreos 10: 8-10
[2] Lucas 1: 39
[3] Miqueas 5: 1-3
[4] Lucas 1: 41-43
[5] Lucas 1: 45

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