“Yo soy
la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él dará mucho
fruto; porque separados de mí nada pueden hacer”
(Juan 15: 5)
Lecturas:
1.
Hechos 9: 26-31
2.
Salmo 21
3.
1 Juan 3: 18-24
4.
Juan 15: 1-8
El evangelio de este domingo es el muy conocido de la
vid y los sarmientos (ramas), para entenderlo bien hay que acudir a su
simbolismo bíblico. Con ésta imagen se alude en el Antiguo Testamento al pueblo
de Dios, también la higuera y sus frutos, los higos, por ejemplo: “Como
uvas en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera descubrí a sus
padres” (Oseas 9: 10), o esta otra: “El Señor me mostró dos cestas de
higos… una tenía higos exquisitos, es decir, brevas; otra tenía higos muy
pasados, que no se podían comer” (Jeremías 24: 1-10). Los higos
exquisitos aparecen como figuras de los israelitas que en el destierro
permanecían fieles a Yahvé; los muy pasados son figura del rey, de sus
dignatarios y del resto que, infieles, permanecen en Palestina o residen
cómodamente en Egipto.
Tanto la vid que da frutos amargos (agrazones) como la
higuera se refieren al pueblo judío y de sus gobernantes, que no se han
mantenido en la perspectiva de Dios, fomentando la injusticia, el culto religioso
externo y formal, la insolidaridad con los pobres, y las idolatrías, tan
radicalmente fustigados por los profetas. El fruto que Yahvé esperaba de Israel
era el amor a Dios y al prójimo, las dos exigencias en las que se fundamenta la
ley religioso-social de este pueblo.
Practicar ese amor es hacerlo la clave esencial de
comprensión de sus opciones y de sus proyectos de vida, es realizar con
eficacia la justicia y el derecho, tal era la tarea preparatoria de la antigua
alianza en relación con el reinado de Dios prometido. Sin embargo, el
pueblo no ha tomado en serio esta
definición y deliberadamente ha roto con el proyecto original: “Pues
la viña de Yavé Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su
plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia pero brotó iniquidad; esperaba de
ellos honradez, pero se oyeron alaridos” (Isaías 5: 7).
Los profetas bíblicos enfilan sus baterías con la
denuncia permanente de las inconsistencias de la dirigencia político-religiosa,
de sus desvaríos y veleidades. El lenguaje profético es riguroso, fuerte, no da
rodeos, a menudo es también agresivo y violento, la pasión que sienten ellos
por la dignidad y por la justicia los mueve a ser tan radicales, siempre
inquietos por la manera como la mayoría hipotecan su dignidad, se olvidan de
Dios y del prójimo, hacen de su religión una entidad formal, soporte de
injusticias y depredaciones, e instauran las idolatrías del dinero, del poder,
de las ambiciones desmedidas que desconocen la solidaridad.
El mismo Jesús conmina a la higuera-Israel, en el
evangelio de Marcos, con estas fuertes palabras: “Al ver de lejos una higuera con
hojas, se fue a ver si encontraba algo en ella. Se acercó a ella, pero no
encontró nada más que hojas (es que no era tiempo de higos). Entonces le dijo:
Que nunca jamás coma nadie fruto de ti” (Marcos 11: 13-14). Con tal
expresión Jesús manifiesta el deseo vehemente de que nadie, judío o no, recurra
para su alimento-vida a la higuera-institución religiosa o dependa de ella ;
quiere que la humanidad entre definitivamente en un camino de relación con Dios
y con el prójimo, camino sustancialmente
distinto, cualitativamente diferente, lo que él propone es una lógica
existencial que supera con creces lo meramente religioso-ritual para aterrizar
en la ética del día a día, en lo que aquí llamamos con insistencia la
projimidad, ir a Dios se logra a través del ejercicio prioritario de esta, eso
es la higuera-vid que da frutos, porque está unida a Jesús.
El juicio tan tajante de Jesús sobre el templo y la institución,
que los presenta como el prototipo de lo aborrecible, se debe a que esta ha
sido infiel a la misión que Dios le había asignado, ha traicionado el
universalismo que debía encarnar, y se ha convertido en instrumento de
explotación. No es casual que , después de la maldición de la higuera, venga la
exigentísima postura de Jesús ante los vendedores que , en las afueras del
templo, realizaban su comercio religioso: “Una vez allí, entró Jesús al templo y
comenzó a echar fuera a los vendedores y compradores; volcó las mesas de los
cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie
transportase cosas por el templo” (Marcos 11: 15-16).
La institución religiosa del judaísmo, que era la
representante de Dios de modo oficial, deforma la realidad de aquel, y lo
convierte en un Dios particularista, legalista, excluyente, legitimador de la
injusticia y opresor de las conciencias. Apaga así la luz que debía iluminar a
la humanidad y cierra todo horizonte de esperanza, causando agobio moral. Es el
juicio del Mesías sobre las instituciones de Israel y constata el fracaso de la
antigua alianza y, por su parte, declara el fin de la misión del pueblo elegido
en la Historia, para dar paso a la nueva perspectiva, el reino de Dios y su
justicia, en la óptica de la Buena Noticia, del mismo Jesús.
Jesús funda una comunidad nueva, una humanidad nueva,
él es el punto de quiebre con la religiosidad fundamentalista, de ritos, de
disciplinas intransigentes, abriendo la puerta – con esencial esperanza – a un
horizonte donde el culto agradable al Padre es la ofrenda de la propia vida
inspirada plenamente en el Evangelio. Este es el marco contextual de la imagen
de la vid y los sarmientos: “Permanezcan en mí, como yo en ustedes. Lo
mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid,
tampoco ustedes podrán si no permanecen en mí” (Juan 15: 4).
Jesús no ha creado un círculo cerrado, ni un club de
perfectos, sino una comunidad en permanente expansión y apertura, ciento por
ciento incluyente y acogedora. El fruto es el ser humano nuevo, el Espíritu
trabaja con la mayor intensidad para agraciar a quienes, en pleno ejercicio de
su libertad, acojan este don, y opten por vivir en él, haciendo efectivas las
bienaventuranzas, la mesa común, el reconocimiento a la dignidad de cada
persona, la supresión de categorías y diferencias detestables, la promoción de
los últimos del mundo. Jesús es el canal de esa vitalidad: “Hijos míos, no amemos de
palabra, sólo con la boca; sino con obras y según la verdad. En esto sabremos
que somos de la verdad…(1 Juan 3: 18).
La verdad aquí
es la vida de Dios que Jesús comunica a quien se une a él: “Yo soy la vid, ustedes los
sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, dará mucho fruto; porque
separados de mí nada pueden hacer” (Juan 15: 5). Quien vive en este
amor sigue un proceso ascendente, elimina factores de muerte, todo lo que San Pablo llama “el hombre viejo”,
haciendo cada vez más que el discípulo sea libre y genuino, la fecundidad de la
relación vid-sarmientos, Jesús-ser humano, es la novedosa humanidad que tiene
en Dios , y en la relación con el prójimo , su principio y fundamento.
Los lectores habituales de este escrito semanal pueden
percibir que una de las líneas-fuerza de nuestras reflexiones es la de superar
el cristianismo ritual, jurídico, a menudo angustioso por el excesivo énfasis
en el pecado y en la culpa, con su carga de prohibiciones y del anuncio de un
Dios vengativo, para llegar al territorio de Jesús, en el que él es la vid que
alimenta al ser humano – rama sarmiento, para causar el “hombre nuevo”, el que
lleva la vida en el Espíritu, el que carga de contenido espiritual las
prácticas religiosas, y las traduce a una ética de corte profundamente humano y
evangélico.
No está en nuestro ánimo desvirtuar el amplio mundo de
lo religioso, con la diversidad y riqueza de sus expresiones, pero sí encarecer
que todo él esté saturado de evangelio, de existencia fraternal, servicial y
solidaria, porque, de lo contrario, se reduce a “beatería” y a religiosidad
exterior. La alternativa es la espiritualidad, la que se origina y alimenta en
la vida que es el mismo Señor Jesucristo: “La gloria de mi Padre está en que den
mucho fruto, y sean mis discípulos” (Juan 15: 8). Con relativa
frecuencia el magisterio de los obispos de América Latina insiste en la
necesidad de evangelizar la religiosidad popular, en la exigencia de dejar
atrás el modelo mágico-supersticioso para que sea caldo de cultivo de la vida
según el Evangelio.
Sin estar unido a Jesús no es posible que se dé un
discipulado evangélicamente fecundo. Eso se percibe con claridad, cuando en la
Iglesia se privilegian lo institucional, lo jerárquico, lo jurídico, lo
religioso sin espíritu, surge un cristianismo timorato, con parálisis, sin
potencia profética para incidir en la historia. Desafortunadamente hay muchos
grupos y prácticas de este tipo que captan personas con débil o nulo sentido
crítico, como las que – valga el ejemplo – propicia el conocido canal
Teleamiga.
La fecundidad de Jesús, la viña genuina, se traduce en
libertad de espíritu, en creatividad evangélica, en audacia misional,
apostólica, en comunidades ricas en realizaciones de servicio, de unión de los
ánimos, que brindan esperanza y sentido de vida, que alientan en medio de las
contradicciones, que acogen generosamente a todo el que a ellas llega en busca
de respuestas, que no clasifican ni condenan, ni andan a la caza de herejías,
en diálogo constante con las realidades humanas y sociales, con capacidad
creciente para anunciar el reino de Dios y su justicia, y para denunciar todo
lo que va en contra de la vid verdadera.
Saulo, luego de su conversión el gran Pablo de Tarso,
es un típico ejemplo del paso de ser higuera estéril, viña seca, a dejarse
alimentar por Jesús, unido como sarmiento-rama a la vitalidad original, esto se
testimonia en la primera lectura de hoy, de Hechos de los Apóstoles: “Cuando
llegó a Jerusalén, intentó ponerse en contacto con los discípulos, pero todos
lo tenían miedo, pues no creían que fuese discípulo. Entonces Bernabé lo tomó
consigo y lo presentó a los apóstoles, y les contó cómo había visto al Señor en
el camino, y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de
Jesús” (Hechos 9: 26-27).
La oración, el discernimiento, la formación sólida en
espiritualidad, contemplar explícitamente el misterio de Dios, de la humanidad,
de sus manifestaciones en la historia, interpretar los signos de los tiempos,
son tareas que nacen de la vid que es Jesús, no es posible llevar una vida de
cristianos responsables si no incursionamos de frente en estas prácticas que
son fundantes para seguir con eficacia este camino de nueva humanidad.