domingo, 29 de abril de 2018

COMUNITAS MATUTINA 29 DE ABRIL DOMINGO V DE PASCUA


“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada pueden hacer”
(Juan 15: 5)
Lecturas:
1.   Hechos 9: 26-31
2.   Salmo 21
3.   1 Juan 3: 18-24
4.   Juan 15: 1-8
El evangelio de este domingo es el muy conocido de la vid y los sarmientos (ramas), para entenderlo bien hay que acudir a su simbolismo bíblico. Con ésta imagen se alude en el Antiguo Testamento al pueblo de Dios, también la higuera y sus frutos, los higos, por ejemplo: “Como uvas en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera descubrí a sus padres” (Oseas 9: 10), o esta otra: “El Señor me mostró dos cestas de higos… una tenía higos exquisitos, es decir, brevas; otra tenía higos muy pasados, que no se podían comer” (Jeremías 24: 1-10). Los higos exquisitos aparecen como figuras de los israelitas que en el destierro permanecían fieles a Yahvé; los muy pasados son figura del rey, de sus dignatarios y del resto que, infieles, permanecen en Palestina o residen cómodamente en Egipto.
Tanto la vid que da frutos amargos (agrazones) como la higuera se refieren al pueblo judío y de sus gobernantes, que no se han mantenido en la perspectiva de Dios, fomentando la injusticia, el culto religioso externo y formal, la insolidaridad con los pobres, y las idolatrías, tan radicalmente fustigados por los profetas. El fruto que Yahvé esperaba de Israel era el amor a Dios y al prójimo, las dos exigencias en las que se fundamenta la ley religioso-social de este pueblo.
Practicar ese amor es hacerlo la clave esencial de comprensión de sus opciones y de sus proyectos de vida, es realizar con eficacia la justicia y el derecho, tal era la tarea preparatoria de la antigua alianza en relación con el reinado de Dios prometido. Sin embargo, el pueblo  no ha tomado en serio esta definición y deliberadamente ha roto con el proyecto original: “Pues la viña de Yavé Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia pero brotó iniquidad; esperaba de ellos honradez, pero se oyeron alaridos” (Isaías 5: 7).
Los profetas bíblicos enfilan sus baterías con la denuncia permanente de las inconsistencias de la dirigencia político-religiosa, de sus desvaríos y veleidades. El lenguaje profético es riguroso, fuerte, no da rodeos, a menudo es también agresivo y violento, la pasión que sienten ellos por la dignidad y por la justicia los mueve a ser tan radicales, siempre inquietos por la manera como la mayoría hipotecan su dignidad, se olvidan de Dios y del prójimo, hacen de su religión una entidad formal, soporte de injusticias y depredaciones, e instauran las idolatrías del dinero, del poder, de las ambiciones desmedidas que desconocen la solidaridad.
El mismo Jesús conmina a la higuera-Israel, en el evangelio de Marcos, con estas fuertes palabras: “Al ver de lejos una higuera con hojas, se fue a ver si encontraba algo en ella. Se acercó a ella, pero no encontró nada más que hojas (es que no era tiempo de higos). Entonces le dijo: Que nunca jamás coma nadie fruto de ti” (Marcos 11: 13-14). Con tal expresión Jesús manifiesta el deseo vehemente de que nadie, judío o no, recurra para su alimento-vida a la higuera-institución religiosa o dependa de ella ; quiere que la humanidad entre definitivamente en un camino de relación con Dios y con el prójimo, camino  sustancialmente distinto, cualitativamente diferente, lo que él propone es una lógica existencial que supera con creces lo meramente religioso-ritual para aterrizar en la ética del día a día, en lo que aquí llamamos con insistencia la projimidad, ir a Dios se logra a través del ejercicio prioritario de esta, eso es la higuera-vid que da frutos, porque está unida a Jesús.
El juicio tan tajante de Jesús sobre el templo y la institución, que los presenta como el prototipo de lo aborrecible, se debe a que esta ha sido infiel a la misión que Dios le había asignado, ha traicionado el universalismo que debía encarnar, y se ha convertido en instrumento de explotación. No es casual que , después de la maldición de la higuera, venga la exigentísima postura de Jesús ante los vendedores que , en las afueras del templo, realizaban su comercio religioso: “Una vez allí, entró Jesús al templo y comenzó a echar fuera a los vendedores y compradores; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie transportase cosas por el templo” (Marcos 11: 15-16).
La institución religiosa del judaísmo, que era la representante de Dios de modo oficial, deforma la realidad de aquel, y lo convierte en un Dios particularista, legalista, excluyente, legitimador de la injusticia y opresor de las conciencias. Apaga así la luz que debía iluminar a la humanidad y cierra todo horizonte de esperanza, causando agobio moral. Es el juicio del Mesías sobre las instituciones de Israel y constata el fracaso de la antigua alianza y, por su parte, declara el fin de la misión del pueblo elegido en la Historia, para dar paso a la nueva perspectiva, el reino de Dios y su justicia, en la óptica de la Buena Noticia, del mismo Jesús.
Jesús funda una comunidad nueva, una humanidad nueva, él es el punto de quiebre con la religiosidad fundamentalista, de ritos, de disciplinas intransigentes, abriendo la puerta – con esencial esperanza – a un horizonte donde el culto agradable al Padre es la ofrenda de la propia vida inspirada plenamente en el Evangelio. Este es el marco contextual de la imagen de la vid y los sarmientos: “Permanezcan en mí, como yo en ustedes. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco ustedes podrán si no permanecen en mí” (Juan 15: 4).
Jesús no ha creado un círculo cerrado, ni un club de perfectos, sino una comunidad en permanente expansión y apertura, ciento por ciento incluyente y acogedora. El fruto es el ser humano nuevo, el Espíritu trabaja con la mayor intensidad para agraciar a quienes, en pleno ejercicio de su libertad, acojan este don, y opten por vivir en él, haciendo efectivas las bienaventuranzas, la mesa común, el reconocimiento a la dignidad de cada persona, la supresión de categorías y diferencias detestables, la promoción de los últimos del mundo. Jesús es el canal de esa vitalidad: “Hijos míos, no amemos de palabra, sólo con la boca; sino con obras y según la verdad. En esto sabremos que somos de la verdad…(1 Juan 3: 18).
 La verdad aquí es la vida de Dios que Jesús comunica a quien se une a él: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, dará mucho fruto; porque separados de mí nada pueden hacer” (Juan 15: 5). Quien vive en este amor sigue un proceso ascendente, elimina factores de muerte, todo  lo que San Pablo llama “el hombre viejo”, haciendo cada vez más que el discípulo sea libre y genuino, la fecundidad de la relación vid-sarmientos, Jesús-ser humano, es la novedosa humanidad que tiene en Dios , y en la relación con el prójimo , su principio y fundamento.
Los lectores habituales de este escrito semanal pueden percibir que una de las líneas-fuerza de nuestras reflexiones es la de superar el cristianismo ritual, jurídico, a menudo angustioso por el excesivo énfasis en el pecado y en la culpa, con su carga de prohibiciones y del anuncio de un Dios vengativo, para llegar al territorio de Jesús, en el que él es la vid que alimenta al ser humano – rama sarmiento, para causar el “hombre nuevo”, el que lleva la vida en el Espíritu, el que carga de contenido espiritual las prácticas religiosas, y las traduce a una ética de corte profundamente humano y evangélico.
No está en nuestro ánimo desvirtuar el amplio mundo de lo religioso, con la diversidad y riqueza de sus expresiones, pero sí encarecer que todo él esté saturado de evangelio, de existencia fraternal, servicial y solidaria, porque, de lo contrario, se reduce a “beatería” y a religiosidad exterior. La alternativa es la espiritualidad, la que se origina y alimenta en la vida que es el mismo Señor Jesucristo: “La gloria de mi Padre está en que den mucho fruto, y sean mis discípulos” (Juan 15: 8). Con relativa frecuencia el magisterio de los obispos de América Latina insiste en la necesidad de evangelizar la religiosidad popular, en la exigencia de dejar atrás el modelo mágico-supersticioso para que sea caldo de cultivo de la vida según el Evangelio.
Sin estar unido a Jesús no es posible que se dé un discipulado evangélicamente fecundo. Eso se percibe con claridad, cuando en la Iglesia se privilegian lo institucional, lo jerárquico, lo jurídico, lo religioso sin espíritu, surge un cristianismo timorato, con parálisis, sin potencia profética para incidir en la historia. Desafortunadamente hay muchos grupos y prácticas de este tipo que captan personas con débil o nulo sentido crítico, como las que – valga el ejemplo – propicia el conocido canal Teleamiga.
La fecundidad de Jesús, la viña genuina, se traduce en libertad de espíritu, en creatividad evangélica, en audacia misional, apostólica, en comunidades ricas en realizaciones de servicio, de unión de los ánimos, que brindan esperanza y sentido de vida, que alientan en medio de las contradicciones, que acogen generosamente a todo el que a ellas llega en busca de respuestas, que no clasifican ni condenan, ni andan a la caza de herejías, en diálogo constante con las realidades humanas y sociales, con capacidad creciente para anunciar el reino de Dios y su justicia, y para denunciar todo lo que va en contra de la vid verdadera.
Saulo, luego de su conversión el gran Pablo de Tarso, es un típico ejemplo del paso de ser higuera estéril, viña seca, a dejarse alimentar por Jesús, unido como sarmiento-rama a la vitalidad original, esto se testimonia en la primera lectura de hoy, de Hechos de los Apóstoles: “Cuando llegó a Jerusalén, intentó ponerse en contacto con los discípulos, pero todos lo tenían miedo, pues no creían que fuese discípulo. Entonces Bernabé lo tomó consigo y lo presentó a los apóstoles, y les contó cómo había visto al Señor en el camino, y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús” (Hechos 9: 26-27).
La oración, el discernimiento, la formación sólida en espiritualidad, contemplar explícitamente el misterio de Dios, de la humanidad, de sus manifestaciones en la historia, interpretar los signos de los tiempos, son tareas que nacen de la vid que es Jesús, no es posible llevar una vida de cristianos responsables si no incursionamos de frente en estas prácticas que son fundantes para seguir con eficacia este camino de nueva humanidad.

domingo, 22 de abril de 2018

COMUNITAS MATUTINA 22 DE ABRIL DOMINGO IV DE PASCUA


“Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo modo, el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas”
(Juan 10: 14-15)
Lecturas:
1.   Hechos 4: 8-12
2.   Salmo 117
3.   1 Juan 3: 1-2
4.   Juan 10: 11-18
El texto del evangelio de este domingo tiene su contexto en la polémica sostenida entre Jesús y los fariseos, luego de la curación del ciego de nacimiento, contenida en el capítulo 9 de Juan, cuando esos hombres religiosos se escandalizaron, como solían hacerlo, cuando les llevaron al hombre con su vista recuperada: “Algunos fariseos comentaban: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros decían: pero cómo puede un pecador realizar semejantes signos? Y había disensión entre ellos” (Juan 9: 16-17), luego cuando se dirigen a los padres del invidente para comprobar si lo era de nacimiento, estos  se atemorizan y no dan el testimonio pedido porque: “Sus padres decían esto por miedo a los judíos, pues estos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno lo reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga” (Juan 9: 22).
Los maestros de la ley y  los fariseos, bien conocidos porque continuamente nos referimos a su postura religiosa de rigorismo legalista y de soberbia por sentirse los perfectos observantes de la ley judía, siempre están a la caza de pecadores, muy lejanos de la misericordia y de la compasión, sin comprometerse en una sincera conversión del corazón a Dios y al prójimo, y con el deseo de perseguir y excluír a quien no procede como ellos. Ese mismo modelo se repite en los fundamentalistas religiosos de nuestro tiempo.
 Por eso, en el ambiente  de sospecha de ellos hacia Jesús, este hace su reflexión – puesta en boca suya por el evangelista Juan y por la comunidad en la que se origina este evangelio – para salir al paso de su escándalo;  con máxima severidad les responde al final del capítulo: “Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: Es que también nosotros somos ciegos? Jesús les respondió: Si fueran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, su pecado sigue en ustedes” (Juan 9: 39-41). Les recomendamos leer completo el capítulo 9 de Juan para enterarse bien del contexto y poder así apropiar mejor la reflexión que tradicionalmente llamamos del buen pastor.
Jesús alude fuertemente a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, que no es propietario de las ovejas, las abandona y huye, cuando ve venir al lobo; y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. Como es asalariado no le importan nada las ovejas” (Juan 10: 11-13),  confrontación extremadamente rigurosa!
Lo que dice Jesús a estos fariseos es una denuncia en toda regla, más allá de la anécdota puntual , es una nueva manifestación de su parte para poner en tela de juicio la lógica religiosa del judaísmo, que se pretende superior por su fijación obsesiva en el aspecto de los ritos y de las minuciosas observancias jurídicas, en las que se cifra el mérito del ser humano ante Dios, sin mirar en lo más mínimo la dimensión de su espiritualidad y sus implicaciones en la conducta cotidiana, especialmente en lo referente al prójimo y, más exactamente, al prójimo humillado y escarnecido por la injusticia de sus semejantes. No traen la buena noticia de Dios, son mercenarios que imponen cargas desbordantes de injusticia!
Queda claro también que todo poder – en este caso el religioso – que no se pone al servicio del pueblo , es contrario a Dios. Es el asunto clave que plantea la reflexión del buen pastor, que piadosamente en los medios católicos se asigna solamente a los obispos y a los sacerdotes. No es estrictamente así, lo que está proponiendo Jesús es una manera de ser y de vivir que se extiende, sin excepción, a todo el que aspire a seguir su camino, para marcar un contraste con aquellos que sólo se interesan por sí mismos, por sus tinglados legales, por sus ambiciones de poder y de dinero,  por sus egos y sus privilegios, por sus deseos desordenados de dominar y oprimir a quienes no tienen sus posibilidades. A estos es a quienes Jesús llama con fuerza profética “asalariados y mercenarios”, palabras fortísimas que contienen un juicio a tales  maneras de ser y de proceder.
Este evangelio fue escrito setenta años después de la muerte de Jesús y nos cuenta lo que ese grupo de primeros cristianos pensaban de él. Ellos se sentían dirigidos por él, a su proyecto ofrecían sus vidas, y por eso estaban comprometidos en seguir sus directrices. En el Antiguo Testamento el título de pastor se asignaba a Dios o a los dirigentes; en el tiempo de Jesús, el pastor era el dueño de un pequeño rebaño, a las que cuidaba como si fueran miembros de su familia, cobijándolas bajo el mismo techo, dando a cada una un nombre propio. De ellas dependía el sustento familiar. El lenguaje alegórico es de una sabiduría extraordinaria, el maestro les habla en el lenguaje de su cotidianidad y lo lleva a los asuntos cruciales del reino de Dios y su justicia.
El pastor modelo está en contraposición con el mercenario. Estos últimos abundan en todos los tiempos de la historia, los poderosos que se dedican a gobernar con injusticia, a perseguir y a violentar, a imponer cargas superiores a las posibilidades de la gente, a absolutizarse y sentirse indispensables para tal país o entidad o grupo humano (“cizaña” les llamó el pasado viernes santo el Arzobispo de Bogotá, Cardenal Rubén Salazar), hay tantos Hitler y Stalin, tantos Trump y Bush, tantos Pinochet y Somozas, Maduros y pretendidos mesías, desafortunadamente seguidos por masas alucinadas y alienadas. También caben aquí  los líderes religiosos que, fanatizados por su absolutismo y deseo de manipular conciencias, inculcan convicciones que son incompatibles con la Buena Noticia de Jesús.
El ser humano nuevo, pascual, resucitado, que surge del proyecto de Jesús, es diametralmente opuesto a esto: “Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo modo, el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas” (Juan 10: 14-15), es una afirmación evangélica esencial que nos invita a romper con las ambiciones desmedidas de poder y de bienestar material, a deshacernos del ego ensimismado, a renunciar a todo afán de oprimir y explotar para acceder al nuevo modo de ser,  porque toda la vida, todo cuidado, toda responsabilidad,  debe ser orientado a  las ovejas que se nos confían. Así  es la pastoralidad que surge del evangelio, implicándonos a todos los que nos dejamos seducir por la  oferta  de Jesús.
En este orden de cosas, es bueno referirnos al excesivo culto a la personalidad de obispos y sacerdotes que, en muchos medios católicos se tiene por estas figuras. Tienen demasiado poder, se sienten el centro de la Iglesia, subestiman a los laicos, las decisiones se concentran sólo en ellos, es un modelo clerical y centralista que no se compadece ni con el evangelio ni con los lineamientos de renovación determinados por el Concilio Vaticano II y por la legítima sensibilidad de autonomía y de madurez que nos ofrece la cultura contemporánea, con el respaldo de muchos desarrollos de las ciencias humanas y sociales.
 La Iglesia es  comunidad, una en la fe en el mismo Dios, centrada en la persona del Señor Jesucristo, asumidos por un solo bautismo, diversa en carismas y ministerios, y referida toda a la comunión y a la participación del cuerpo eclesial, en el proyecto original evangélico no caben clases superiores e inferiores, el modelo clerical no tiene su origen en las intenciones de Jesús sino en las deformaciones surgidas del poder. Todo cristiano está llamado a ser un buen pastor para  la humanidad entera!
Cuando el papa Francisco dice que la Iglesia debe dejar de ser autorreferencial, que los pastores deben tener olor a oveja, cuando alude críticamente  a posturas de condenación y excomunión, cuando con dolor habla de seres humanos descartados por un sistema económico – el capitalismo neoliberal – claramente perverso y excluyente, cuando propone aperturas pastorales con los divorciados vueltos a casar, cuando nos alerta por posturas homofóbicas, está tomando en serio el pastoreo de Jesús y recupera esa originalidad evangélica: “También tengo otras ovejas , que no son de este redil; también a esas debo conducir: escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor” (Juan 10: 16).
La idea original de este texto evangélico es la de dar la vida por las ovejas. Es una interpretación de la vida de Jesús como servicio a toda la humanidad. Así lo comprendieron y vivieron esos primeros discípulos cristianos. También es conveniente recordar que no se trata de pastores con dulzura ingenua, sino con el vigor suficiente para dar lo mejor de sí mismos a favor de las ovejas, hasta la donación cruenta de la vida, si es el caso. Les sugerimos pensar con seriedad en ese número, grande también en calidad, de los líderes sociales que, empeñados en llevar adelante este proceso de paz, no ahorran esfuerzos para trabajar por la reivindicación de las víctimas, por la restitución de tierras, por la recuperación de los derechos arrebatados por los violentos, por los políticos, por los terratenientes, estos sí asalariados y mercenarios. Estos siniestros señores de la muerte los persiguen y los asesinan, porque no soportan la insobornable limpieza y justicia de sus vidas!
En esta lógica cabemos todos, los esposos, las mujeres luchadoras que llevan adelante familias y proyectos comunitarios, los ancianos sabios y experimentados, la juventud con sus ideales a flor de piel, los maestros y los académicos, los líderes sociales, los obispos y los presbíteros, el papa, las religiosas, los que se dedican al servicio de los pobres, los que transmiten la formación en la fe, los artistas, los emprendedores. todos somos una comunidad pastoral, en la que no hay ni primeros  ni últimos, todos en igualdad de condiciones alineándonos con el proyecto original de Jesús, el paradigma de pastor que va a la cruz por las ovejas de todos los tiempos de la historia.
Desvivirse significa mostrar incesante y vivo interés, solicitud y amor por las personas, según lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Es exactamente lo que queremos decir de Jesús. La entrega de la vida física es la manifestación total de su continua entrega durante su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El máximo don de sí es la comunicación plena de lo que se es. Se trata de que su vida, plena de Dios, puesta al servicio de todos, prenda y se desarrolle en los demás. Seguir este dinamismo del buen pastor significa que todos mantengamos vigente esta originalidad del desvivirse por el prójimo. Este dar la vida empalma con el espíritu de Pascua porque esta es el don que Jesús hace de la vida de Dios para todos. El, el modelo de pastor, demuestra que es el verdadero porque ofrece toda su vida por sus ovejas. Ante su auditorio de líderes judíos, que lo odian e intentan matarlo, Jesús afirma que es precisamente su prontitud para desafiar la muerte lo que hace manifestarse en él el amor del Padre.
Jesús afirma su absoluta libertad en su entrega. Nadie puede quitarle la vida, él la da por propia iniciativa. Indica así que, aunque las circunstancias históricas sean las que van a llevarlo a la muerte cruenta, eso puede suceder porque él ha hecho su opción de guiar ese amor hasta las últimas consecuencias. Un seguidor suyo, excepcional y bien conocido, el Beato Romero de América, dijo, en esta perspectiva: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Jesús es libre para dar la vida por amor a las ovejas, Romero y los muchos testigos de la  fe en la historia cristiana, lo son en igual medida. Y este testimonio es también invitación para que hagamos exactamente lo mismo, libertad y amor hasta lo definitivo.
Las palabras testimoniales de Pedro, en la segunda lectura de hoy, resuenan con especial actualidad, retándonos para que todos  nos involucremos en el proyecto de ser testigos pascuales: “El es la piedra que ustedes, los constructores, han despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4: 11-12).
Ser testigos de estos acontecimientos decisivos es vivir como el pastor que se desvive por sus ovejas!

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