domingo, 28 de enero de 2018

COMUNITAS MATUTINA 28 DE ENERO DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”
(Marcos 1: 22)
Lecturas:
  1. Deuteronomio 18: 15-20
  2. Salmo 94
  3. 1 Corintios 7: 32-35
  4. Marcos 1: 21-28
En el lenguaje y contenidos de la fe cristiana es común hablar de profecía, de profético, de profetismo. Qué queremos decir con eso? Porque ordinariamente se le asocia con la libertad para hablar y vivir en nombre de Dios, a menudo contraviniendo la mentalidad de las instituciones religiosas muy afianzadas en lo jurídico, en lo moral y en lo ritual.
La mejor respuesta a esta cuestión proviene del mismo Jesús. Su mayor conflicto se dió con los dirigentes de la religión judía, son frecuentes las referencias evangélicas en este sentido, en las que queda claro su radical cuestionamiento a la manipulación de la conciencia con imágenes negativas de Dios, como el justiciero, el castigador, el condenador, el vengativo, con todo lo que esto implica de dominación y de injusticia, de obstáculo a la libertad de los creyentes.
También en el Antiguo Testamento surge el movimiento profético como la tendencia para mantener vigente la auténtica relación de Dios con los israelitas, y de ellos con él, poniendo freno a los excesos y olvidos de muchos de sus reyes y sacerdotes, a sus injusticias y exclusiones, a su culto religioso pleno de solemne formalidad pero carente de ética y de compasión. El profeta tiene una autoridad que no es institucional, es profundamente carismática, surge de la experiencia transformadora en la que Dios mismo es quien convoca y legitima! Sobre esto nos ayuda a reflexionar la Palabra que la Iglesia nos propone este domingo.
La primera lectura es del libro de Deuteronomio, palabra de origen griego que significa “segunda versión de la ley de Moisés, versión renovada y liberadora (Deuteros: segundo y Nomos:ley). El proceso de confección de este texto dura unos seiscientos años, está constituído por la tradición oral de las tribus hebreas que regulaba la aplicación de justicia al interior de la comunidad, también surgen posturas contrarias a la monarquía, justamente por las incoherencias de esta, por eso proponían legislaciones renovadoras y alternativas a las injusticias del “régimen”. Después del destierro en Babilonia grupos de sabios le dieron el formato definitivo que hoy conocemos en el cuerpo bíblico. Su insistencia fundamental es la de vivir unas relaciones interhumanas justas y promotoras de la dignidad de las personas, tiene directa relación con el profetismo de Israel como garantía de unas auténticas relaciones de justicia, superando con creces el legalismo y el ritualismo de una religión prostituída.
La ley, en Deuteronomio, no es una colección de decretos desconectados, cada precepto se orienta a defender la vida y la dignidad de cada miembro de la comunidad, que nadie viva en situación de miseria y desconocimiento de su valor, deja así de ser una obligación onerosa, desagradable, violenta y pasa ser un don que Dios otorga a todo el pueblo. Este regalo se fundamenta en el derecho de cada familia a poseer lo mínimo necesario: “Por lo demás, no habrá ningún pobre a tu lado, porque el Señor te bendecirá abundantemente en la tierra que El te da como herencia” (Deuteronomio 15: 4).
Los profetas de la tendencia deuteronomista fueron definitivos para comunicar esta novedosa mentalidad y para poner coto a los injustos modelos que manipulaban a Dios a favor suyo, desconociendo las necesidades de la mayoría del pueblo. La convivencia en el país que Dios ha obsequiado al pueblo exige una renovación radical de todos, lo que se traduce en que en esta organización social el derecho divino debe prevalecer sobre las instituciones. En esta normativa la intención de Dios coincide con la expectativa humana de dignidad.
En la misma línea se inscribe la promesa sobre el profeta que va a venir: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a él a quien escucharán” (Deuteronomio 18: 15). Los profetas prometidos se van a dedicar a mantener vivo el espíritu original de la ley, de modo que esta no se quede en formalidad obligatorio sino en posibilidad liberadora, expresando las necesidades vitales de cada integrante de la comunidad.
Cuántas veces en la realidad de países y sociedades nos encontramos con leyes injustas, opresoras, contrarias a la dignidad humana. Dictaduras, decisiones que empobrecen, que coartan la libertad, que frustran las aspiraciones legítimas de las personas, modelos verticales que impiden el genuino desarrollo social. Qué tal una confrontación rigurosa de las leyes que configuran el modelo económico en la mayoría de países del mundo? Este modelo que, como dice con radicalidad profética el Papa Francisco, produce seres humanos “descartados y descartables”. Acaso el ser humano se puede descartar? Hay que tener apellidos y dinero para no ser excluído de la mesa de la vida? Hay personas que sí tienen derecho y otras que no, la mayoría? Esto que sucedía en el Israel de Deuteronomio penosamente sigue sucediendo en nuestros tiempos. Voz de alarma la que dan los nuevos profetas para denunciar tamaña inconsistencia!
El Deuteronomio da inicio a una tendencia que Jesús llevará adelante. Para El lo fundamental es que la ley esté al servicio del ser humano, que le reconozca sus derechos, que se exprese en acciones de justicia y de reivindicación, que entre a lo más profundo del corazón para que sea una ley interiorizada, una ley que promueve el sentido digno de lo más sustancial de cada persona. En eso que llamamos “el reino de Dios y su justicia” está patente el espíritu deuteronomista y , siglos después, el espíritu de Jesús.
Nuestra manera de ser y vivir en sociedad, de ser y vivir en Iglesia, está imbuída de esta intencionalidad liberadora? Aquí radica el auténtico profetismo bíblico y cristiano.
Recordamos cómo los fariseos y maestros de la ley, en tiempos de Jesús, eran expertos en legislación, en citar permanentemente argumentos de autoridad con las minuciosas prescripciones del ordenamiento jurídico-religioso del judaísmo de ese tiempo, el ser humano esclavizado por la ley y, naturalmente, infeliz por esta razón.
En contra de ellos, Jesús, libre en nombre del Padre Dios y de la dignidad de sus hijos, ejerce con autoridad un ministerio que tiene su raíz en la verdad y en el reconocimiento que se debe a la impronta digna que el creador deposita en cada persona: “Entraron en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Marcos 1: 21-22).
Jesús va a la sinagoga, participa en el mundo religioso de su pueblo pero no se deja encerrar por su estilo y su rigidez legalista. Se involucra con la gente, come con publicanos y pecadores, crítica severamente los prejuicios y tradiciones que distorsionan el sentido original de la ley, y todo esto lo realiza con “autoridad”, esencia de su profecía, la que anuncia un mundo nuevo que viene de Dios mismo, cuya voluntad no es la de una religión acartonada, saturada de preceptos y de rituales carentes de vida, sino la de un reino en el que la fraternidad, la solidaridad, el servicio, la justicia, sean determinantes de su proyecto de bienaventuranza, de plenitud para todos los seres humanos.
Jesús estaba interesado en la situación particular de cada ser humano, en sus sufrimientos, en lo que le impedía ser libre, feliz , espontáneo. Tal interés no obedecía a una estrategia política, sino a una genuina valoración de cada persona con la que se encontraba, como lo apreciamos en la escena que trae el evangelio de hoy: “Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quien eres: el Santo de Dios. Pero Jesús lo increpó diciendo: Cállate y sal de este hombre. El espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Marcos 1: 23-26).
Los milagros que se refieren en los cuatro relatos evangélicos, lo mismo que la liberación de posesiones diabólicas, son señales del nuevo orden de vitalidad y de libertad que el Padre ofrece a la humanidad en Jesús, trascendiendo la puntualidad anecdótica vamos a su significado. El es el profeta de la nueva humanidad, porta la libertad que procede de Dios, su lucha profética contra los demonios fue una lucha contra las ideologías instaladas en las sinagogas, que buscaban un mesías glorioso, triunfante, humanamente exitoso, reformador de leyes y de ritos.
Jesús nunca se identificó con estos propósitos. Por esta razón, conmina a los espíritus inmundos – o ideologías opresoras – a guardar silencio y a no tratar de seducirlo con falsas aclamaciones y reconocimientos. El pueblo sencillo sí era capaz de reconocer la propuesta de Jesús, que los liberaba de la pesada carga moral, económica, y religiosa que suponía cumplir hasta el más mínimo detalle con los seis mil y más preceptos que en ese entonces regían para regular todos los aspectos de la vida personal y social.
Jesús sorprende : “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad, da órdenes a los espíritus impuros y estos le obedecen. Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea” (Marcos 1: 27-28).
Preguntémonos: Seguimos la propuesta de Jesús de que cada ser humano tenga un valor inalienable? Creemos que nuestra tarea, como anunciadores de la Buena Noticia, es ayudar a todos a liberarse de las trabas que no les permiten madurar en libertad? Para nosotros esta Buena Noticia es normativa o la dejamos pasar con la ligereza de unas prácticas religiosas ocasionales y ligeras? Es Dios la garantía de una autoridad de la Iglesia – autoridad profética y liberadora – para instaurar su reino y su justicia?

domingo, 21 de enero de 2018

COMUNITAS MATUTINA 21 DE ENERO DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO

Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”
(Marcos 1: 14-15)
Lecturas:
  1. Jonás 3: 1-10
  2. Salmo 24
  3. 1 Corintios 7: 29-31
  4. Marcos 1: 14-20
Cuando estamos involucrados en estas tareas de entender mejor y apropiar existencialmente el cristianismo, el proyecto de Dios con la humanidad, y el camino que El nos propone en Jesús, cabe recordar el asunto clave del lenguaje y de las formulaciones de la fe, para que no nos confundamos. Esta fe se ha ido inculturando al paso de los siglos en las categorías de interpretación propias de cada época de la historia, con la intención de tornarse significativa, relevante para cada época, pero no podemos pretender que una determinada comprensión de la fe permanezca inmodificable cuando en tal o cual contexto sociocultural ese tipo de lenguaje ya no resulta apto para expresar los elementos esenciales de la fe.
De esto hemos hecho conciencia con el potente proceso de cambio iniciado con el Concilio Vaticano II (1962-1965), sucedido en el ministerio de los Papas Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978). El propósito de este concilio fue el de poner la iglesia al día, en sintonía con las sensibilidades de la humanidad contemporánea, para eso el Papa Juan acuñó la expresión italiana aggiornamento, que significa puesta al día, actualización, retorno a las fuentes del Evangelio.
Una iglesia que había permanecido distante y prevenida con los adelantos de la modernidad, con el pensamiento crítico ilustrado, con la búsqueda de autonomía y de liberación, se planteó en esta gran asamblea universal el diálogo con las realidades del mundo actual, a las que llamó con la conocida expresión de signos de los tiempos, designando así aquellas manifestaciones más expresivas de los tiempos actuales, como el clamor de dignidad y de libertad de los pobres del mundo, la inculturación del evangelio, el encuentro con la razón crítica, el diálogo con la ciencia y con la tecnología, la promoción de los derechos humanos, la presencia comprometida en el mundo de los pobres, el valor de la historia y de la experiencia existencial.
Sobre estas consideraciones iniciales es muy saludable que, al encontrarnos con los textos bíblicos, tengamos en cuenta que surgieron en contextos y realidades muy diferentes de los nuestros, por eso a ellos acudimos confiados en las mediaciones interpretativas que analizan los lenguajes originales en los que fueron escritos (hebreo antiguo, arameo, griego del común de los primeros siglos de historia cristiana), también en el conocimiento de la cultura de esos siglos, de sus sensibilidades.
Técnicamente se llama exégesis a esta tarea de estudiar los escritos para develar su contexto y su pre-texto o intención. Las nuevas traducciones de la Biblia como la de Jerusalén, Latinoamericana, Dios Habla Hoy, La Biblia libro del Pueblo de Dios, y otras, son resultado de este esfuerzo riguroso para hacer asequible el texto a las diversas comunidades y denominaciones cristianas. Desde COMUNITAS MATUTINA les recomendamos tener siempre a la mano una de estas , con sus comentarios introductorios y sus notas de pie de página, para mejor comprensión de la Palabra que se lee, se interioriza y se lleva a la vida.
Hechas estas salvedades, que consideramos esenciales, dediquémonos a la Palabra de este domingo. Hoy hacen pareja la primera (Jonás) con la tercera lectura (Marcos), es la predicación del profeta invitando a los ciudadanos de Nínive a la conversión, y también la de Jesús en los comienzos de su ministerio: “Después de que Juan fue arrestado , Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Marcos 1: 14-15).
La lectura sobre Jonás presenta un contenido positivo: el profeta atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, así lo hace, y su predicación tiene éxito porque el pueblo entra en proceso de conversión: “Los ninivitas creyeron a Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño” (Jonás 3: 5). Nínive es el símbolo de la ciudad injusta y excluyente, enceguecida por su riqueza y su éxito, olvidada de Dios y del prójimo, como tantas urbes de nuestros tiempos en los que – en escandalosa convivencia – coexisten las mayores indignidades, pobrezas, maltratos, violencias, con la opulencia y el derroche; podríamos dar el nombre de las nuevas Nínives a New York, a las Vegas, a Dubai, a París, a nuestros centros comerciales, santuarios de la sociedad de consumo, en los que la reivindicación de los pobres y de su dignidad no tienen cabida.
En este domingo el planteamiento central es el de la conversión para que la humanidad entre en la perspectiva de Dios. Esta conversión no es un asunto de moralismo individual, es la disposición para entrar en ese novedoso universo teologal en el que estamos invitados a ser profundamente humanos, demasiado humanos, para poder ser divinos. Es el mismo Jesús la mediación que nos lleva por este camino.
Ordinariamente, en una cierta interpretación cristiana, se nos inculca un proceso de cambio más individual, que no está mal pero es apenas una parte de la globalidad de la conversión. Por supuesto que ser buenas personas, fieles a los compromisos adquiridos, honestos, es cosa valiosa y definitiva, pero debemos dar el paso cualitativo – a eso nos convoca Jesús – para ingresar socialmente en eso que se llama el Reino de Dios y su justicia, bien conocido y divulgado, es la pasión por la vida y por la justicia, la radical projimidad, la afirmación constante de la dignidad humana, el servicio y la solidaridad, la negación de toda idolatría, la postura crítica ante el dinero y el poder, la limpieza de la conciencia, la comunión y la participación de todos en la construcción de una historia que sea anticipo del reino definitivo, la referencia radical al Padre como principio y fundamento de nuestro ser.
En el libro de Jonás se acude a la figura del pez que se tragó al profeta, después de la resistencia que él oponía a Dios para no asumir la invitación a predicar la conversión a los ninivitas, porque los consideraba injustos, totalmente ajenos a su Dios, excluyentes, egoístas. Yahvé insiste haciéndole ver que El también puede ejercer la misericordia con estos extranjeros, una primera evidencia de la universalidad de la revelación bíblica.
Dios no es privilegio de unos pocos, de una élite religiosa de justos y virtuosos, El es patrimonio de toda la humanidad, para esto hay que salir de los estrechos “clubes de perfectos y observantes” para encontrarnos con la totalidad de los humanos, haciéndonos ecuménicos, abiertos a todos sin excepción. Este es un punto nodal de la conversión cristiana. Somos creyentes de grupito cerrado? Poseídos por nuestro complejo de beatos? Negados a la pluralidad de caminos de fe? Presumidos con nuestra “buena conciencia”?
En el texto de la primera carta de Pablo a los Corintios encontramos que todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido en Jesús, El ha instaurado el reinado de Dios con su ministerio de salvación, de liberación, de redención, su vida es la gran narrativa de esta plenitud del ser humano en el Padre Dios. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús puso en marcha, lo hace con palabras perentorias que debemos leer no con angustia sino con la mayor esperanza, esta es su intencionalidad: “Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo” (1 Corintios 7: 29), y: “Porque la apariencia de este mundo es pasajera” (1 Corintios 7: 31). Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino entre los pobres y los afligidos, enfermos y condenados, marginados morales y sociales, excluídos y ofendidos, todos estos son rescatados y acogidos con misericordia, y los ricos convocados a una nueva manera de vida en la que el dinero y la riqueza no sean los determinantes de sus proyectos existenciales.
El texto de Marcos es un reconocimiento del comienzo del ministerio público de Jesús. La voz de Jesús recorre primero los caminos de Galilea, llega a quien quiera oírlo, no desconoce a nadie, sin exigir nada a cambio. Palabra desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas de Israel, invita a algunos a un seguimiento especial para implicarse por completo en esta novedad de Dios, ante esto sólo cabe convertirse, asumir un nuevo modo de ser y de actuar, inspirados en esos valores que El nos plantea en las bienaventuranzas.
Jesús habla del rey anhelado por los profetas y por los justos de Israel, no de un Mesías triunfante y poderoso, sino de un orden nuevo que ha de garantizar a los excluídos la justicia y el derecho, anulando la ferocidad de los opresores, invitándolos a deponer su brutalidad y a convertirse a esta aventura profundamente teologal y humanista. Se trata de abrirse a un reinado que anula las fronteras entre los pueblos, que suprime la arrogancia religioso-moral, que hace confluír a su monte santo a todas las naciones, para instaurar los tiempos de la paz y de la fraternidad. La jugada maestra de esta invitación consiste en convertirse en esperanza de los humillados y ofendidos de todos los tiempos de la historia, con una clara intención de universalismo y de inclusión.
Comenzando este año 2018 advertimos en estos textos una clara invitación al cambio de vida, a la superación de los mezquinos intereses individuales, las ambiciones desmedidas, el arribismo, la ostentación, la vanagloria, el consumismo enloquecido, para dar paso a la lógica de las mesas compartidas, de la solidaridad infatigable, de la cercanía compasiva a los que sufren, de la negativa a transar con los poderes que humillan, de la conciencia que no se vende a ninguna patraña.
Las palabras del salmo 24 nos ayudan a esclarecer esta ruta de conversión: “Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón, el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente, él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios su salvador” (Salmo 24: 3-5).

domingo, 14 de enero de 2018

COMUNITAS MATUTINA 14 DE ENERO DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús”
(Juan 1: 37)

Lecturas:
  1. 1 Samuel 3: 3-19
  2. Salmo 39
  3. 1 Corintios 1: 6: 13-20
  4. Juan 1: 35-42
Celebrado y vivido intensamente el tiempo de Navidad, entramos ahora en lo que se conoce en el ordenamiento litúrgico de la Iglesia como el tiempo ordinario, el tiempo de la cotidianidad, donde acontece la vida de la mayoría de los seres humanos. El año litúrgico no es asunto que sucede al azar, es pensado pedagógicamente para que cada comunidad cristiana pueda hacer un seguimiento sistemático – a partir de las lecturas bíblicas que se señalan para cada domingo – del proyecto que el Padre Dios realiza para nosotros en la persona de Jesús. Se trata de que El acontezca en nosotros, como sabe hacerlo, es decir, de manera salvadora y liberadora.
En esto de la existencia cotidiana estamos llamados a la filigrana, o a “hilar delgado”, como solemos decir en lenguaje coloquial. Vale decir que lo nuestro no consiste en que el sistema, las ideologías, otras personas, nos vivan la vida, sino que nosotros mismos, en ejercicio de madurez y autonomía tomemos las riendas de nuestro destino, apostándolo todo por ideales, causas nobles, proyectos de vida en los que empeñemos lo mejor de nuestro ser.
Queremos designar esto con el nombre de llamamiento o vocación, llamada a vivir una vida con sentido, aprovechada al máximo, en la que los valores de amor, servicio, espiritualidad, solidaridad, sean determinantes de todas nuestras decisiones y conductas. A esto de la vocación apuntan las lecturas de este domingo.
La primera es bien elocuente. Nos habla de un joven llamado Samuel, que había sido ofrecido a Dios por su madre, con dedicación especial. La escena del texto es sugerente: “El Señor llamó a Samuel y él respondió: aquí estoy. Samuel fue corriendo a donde estaba Elí (su maestro) y le dijo: aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí le dijo: Yo no te llamé, vuelve a acostarte. Y él se fue a acostar” (1 Samuel 3: 4-5).
Samuel aún no conoce a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, porque le ha sido inculcada, y tiene claro que debe acudir al llamado, aun cuando en las primeras ocasiones su prontitud pareció haber sido en vano. El maestro Elí comprendió que el llamado venía de Dios-Yahvé, y por eso indujo al discípulo a escuchar, a distinguir las señales de la presencia que le invitaba a una vida de más profundidad y compromiso.
Es posible que nuestras vidas estén llenas de ruido, de urgencias, de activismo, de afanes desmedidos, palabras que van y vienen sin ton ni son, redes sociales, celulares, preocupaciones, mensajes que hacen que perdamos la capacidad del silencio contemplativo, de la fecunda soledad, así podemos dejar escapar la oportunidad de Dios que habla a nuestra interioridad y nos propone dar el salto cualitativo de una vida masificada a un relato existencial saturado de significación trascendente.
Este texto de Samuel se aplica con frecuencia al asunto esencial de eso que llamamos vocación. Toda persona, en su camino de maduración, llega a percibir la seducción de unos valores que le llaman, con voz imprecisa al principio, que poco a poco se van perfilando y le invitan a salir de sí, a consagrar la vida a una gran causa. Vale la pena recordar que esto de lo vocacional no es tema especializado de sacerdotes y religiosos, todo ser humano que se tome en serio la vida tiene su llamamiento a la dignidad, a ser feliz, a ser persona significativa para su prójimo, a escribir su biografía con decoro y honestidad.Todos “tenemos vocación”!
Esas voces difusas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don que encontrar esa vocación, como la experimentó Samuel: “Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: Samuel! Samuel! El respondió: habla porque tu servidor escucha” (1 Samuel 3: 10). Esto equivale a encontrarse a sí mismo, a descubrir lo que moviliza la vida, lo que nos enamora y apasiona, es la razón fundamental de la existencia.
Es triste y desafortunado constatar el drama de tantas personas que no adivinan esta jugada maestra. Los españoles utilizan la expresión “pasotismo” para referirse a aquellos que viven sólo para el presente, sin integrar su pasado ni proyectarse al futuro, inmediatizados por lo pasajero, por sensaciones placenteras que no configuran un ser humano auténtico. Muchos domesticados por la seudocultura “light”, manipulados por las conveniencias sociales, cargan ladrillos a las mentalidades vacías de valores y de trascendencia. En estas personas lo vocacional no es un referente, penosa realidad!
Comenzando 2018, cómo se configuran en nuestras biografías estos ideales, esta conciencia de ser llamados, Dios es allí un adorno, un recurso en la desesperación, o es el principio y fundamento de nuestro amor y de nuestra libertad?Nos sentimos resueltos a salir del montón, a superar la mediocridad y el inmediatismo, a mirar al horizonte de Dios y del prójimo?Nos mueve pasar por la vida sembrando dignidad, justicia, inclusión social, el evangelio de Jesús nos resulta persuasivo y apasionante?
En este orden de cosas podemos captar mejor el sentido de las palabras que Pablo dedica a los cristianos de Corinto, en la segunda lectura de hoy, con palabras que nos pueden sonar fuertes hoy, pero que son comprensibles en el contexto de aquella ciudad de Corinto, puerto, lugar de comercio, cruce de personas de diversa índole, bullir de ideas y también de superficialidades: ”O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, y a qué precio!.Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos!” (1 Corintios 6: 19-20).
Esto de ser el cuerpo templo del Espíritu tiene que ver con aquello de que lo humano es la sacramentalidad de lo humano, a lo que aludíamos en las reflexiones de la pasada Navidad. El ser humano, relato de Dios, sabiendo que El se dice a sí mismo en las historias heroicas, en las narraciones del amor sin medida, en la lucha infatigable por la justicia y por la dignidad, en el cuidado de la vida, en la conciencia que no se vende, en la existencia auténtica. Estos son elementos esenciales de la vocación que el Padre nos propone en Jesús.
De acuerdo con esto, se impone el fino discernimiento para detectar lo que nos acerca a Dios, lo que nos aleja de El. Porque la relación con El no se queda en el ámbito de lo espiritual, sino que abarca la totalidad de la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, la cultura ciudadana, el conocimiento científico, la familia, la sexualidad.En todo momento y circunstancia debemos preguntarnos si actuamos en armonía con el plan de Dios y en fidelidad a su deseo de amor y de justicia para todos, sin excepción.
El evangelio de hoy, de Juan, es un relato vocacional, se refiere a los primeros discípulos que Jesús elige. Dos discípulos de Juan el Bautista escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como “el cordero de Dios”, y sin vacilaciones, con la misma ingenuidad del joven Samuel, siguen a Jesús, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio sustancial para sus vidas: “Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio la vuelta, y viendo que lo seguían, les preguntó: qué quieren? Ellos le respondieron: Rabbí – que significa maestro – dónde vives? Vengan y lo verán, les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día” (Juan 1: 37-39).
Estos buscadores de sentido se sienten movidos por Jesús, por su vida, por su estilo, por su Buena Noticia y por eso desean hacer parte de su grupo. Jesús, en gesto muy diciente, no guarda las distancias, sino que los invita a su cercanía, a conocer su morada, a quedarse con él, a integrarse a su causa del reino de Dios y su justicia.
Cuando aquí aludimos a los grandes testigos de la fe, como Luther King, Monseñor Romero, Teresa la de Jesús o la de Calcuta, los mártires de la UCA, y tantos otros, es porque vemos en ellos evidencia de ese llamamiento totalizante y de su respuesta generosa, que en varios casos ha llegado hasta el derramamiento de la sangre, identificándose martirialmente con el Señor Jesús y con la humanidad doliente, con su clamor de dignidad.
Muchos modelos de identidad se nos proponen hoy: el ganancioso, el cosechador de éxitos y de títulos, el rico y poderoso, el coleccionista de parejas con las que no se compromete, el de la felicidad superficial, el de la vida cómoda y carente de abnegación, el que se codea con los que son como él, vanos colectivos de máscaras y de penosas interioridades! Por contraste, la llamada de Jesús resuena proféticamente, con vigor, invitándonos a un modo de vida plasmado en las bienaventuranzas.
Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia explícita de encuentro con él. Estamos abiertos a esa invitación gratuita, desinteresada?Nos dejamos mirar por Jesús, como Pedro?: “Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: hemos encontrado al Mesías, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas, que traducido significa Pedro” (Juan 1: 41-42).
Muchas personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden elegir su vida, sino que han de aceptar lo que esta les presenta, y no pocas deben esforzarse por sobrevivir a duras penas. El llamado de Dios es ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por existir con sentido, del modo más humano posible. Y nosotros, los que hemos recibido el don de responder a una invitación, estamos para acompañar con genuina solidaridad humana y cristiana esta faena de dar sentido a todo lo que las buenas gentes hacen para responder a la llamada misteriosa del Padre de toda la humanidad.

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