“Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza”
(Lucas 9: 58)
Lecturas:
1.
1 Reyes 19: 16 – 21
2.
Salmo 15: 1 – 11
3.
Gàlatas 5:1 y 13 – 18
4.
Lucas 9: 51 – 62
Creer y confiar en Dios
al estilo de Jesùs es una opción radical que exige rupturas, renuncias, y – en
consecuencia – un novedoso ejercicio de la libertad que consiste en seguir el
camino del Maestro, optar por su proyecto del reino de Dios y su justicia,
renunciar a realidades que, siendo legítimas, se sacrifican en aras de ese
ideal mayor: “Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manténganse, pues, firmes y
no se dejen oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud”.[1]
Tal es
la propuesta de la Palabra en este domingo, nos la hace a través de la
generosidad del profeta Eliseo, que se despoja de sus comodidades de rico
campesino[2],
del discurso paulino sobre la libertad en Cristo desde la carta a los Gálatas[3] y,
en el contexto de la subida de Jesús a Jerusalén, el evangelio de Lucas[4]
refiere la acción de Jesús llamando a unos a seguirle y presentándoles
condiciones de alta exigencia para ese seguimiento.
Son textos vocacionales
que invitan al creyente a dar un paso adelante para superar el modelo de
cristianismo pasivo, el que se contenta
con una confortable pertenencia a la
institución eclesiástica, va a misa y practica los sacramentos, permanece en un
nivel religioso con baja espiritualidad, se imagina que eso de la vocación es
para monjas y sacerdotes, pero no se siente interpelado por la radicalidad de
la invitación de Jesús.
Porque la fe no es la cómoda adaptación a una institución prestadora
de servicios religiosos, como suele ser el caso de muchísimos cristianos, los que viven una religiosidad de inercia
sociocultural, sino un proyecto de vida que capta la totalidad del ser y del
quehacer de quien opta por el mismo. Es, como dijera el inolvidable Padre Pedro Arrupe [5],
hablando del discernimiento espiritual, “la
osadìa de dejarse llevar”[6],
en un camino de la mayor donación de sí mismo, alternativa de felicidad y plenitud. Es decir,
bienaventuranza, siguiendo el lenguaje evangélico, vocación al amor y a la
libertad.
Significativo
antecedente de esta disponibilidad es la historia del joven acomodado Eliseo ,
invitado por Elías a secundarle en su ministerio profético: “Partió de allí y encontró a
Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Tenía frente a él doce yuntas y él
estaba con la duodécima. Elías pasó a su lado y le echó su manto encima[7].
Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías………………luego
siguió a Elías y se puso a su servicio”.[8] Ya
sabemos que la tarea profética es incómoda, no hacía parte de la oficialidad
religiosa de Israel, se inquietaba con las corruptelas de los reyes y de los
dirigentes, los denunciaba con energía, recordaba con vigor los compromisos de
la alianza con Dios, eran la voz de la
conciencia en medio de las ligerezas morales de sus contemporáneos.
Eliseo abandona su vida de rico agricultor y hacendado y se entrega sin rodeos
a tal causa.
En el modo original de vivir el cristianismo y la membresía en la
Iglesia no podemos hablar de opciones de mayor categoría que otras. Todo
cristiano tiene un llamamiento del Señor a seguir su camino, inscribiendo su
humanidad en la de Jesús, asumiendo el Evangelio como programa existencial,
sirviendo al prójimo desde su estado – laico, casado, célibe, religiosa,
sacerdote -, haciendo las rupturas con aquellas realidades que no son
compatibles con este modo de ser y de vivir, y , muy especialmente, dedicándose
con generosidad al servicio del prójimo.
La Palabra de este domingo, con su densa carga
de opción y seguimiento[9] es
una invitación ciento por ciento incluyente, a cada uno se le proponen
condiciones de acuerdo con el estilo de vida por el que desee optar, donde se
sienta más feliz y realizado.
El capítulo 9 de Lucas,
es una invitación a elegir libremente este modo de vida – el de Jesús – que nos hará plenos,
con la serena capacidad de relativizar muchas realidades , no
despreciándolas sino situándolas en esta
perspectiva del Reino de Dios y su justicia. El relato se enmarca en el
contexto de la subida de Jesús a Jerusalén, a esta itinerancia le dedica diez
capítulos , es la determinación suya de encontrarse con su destino definitivo: “Como
se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a
Jerusalén”.[10]
La ciudad de Jerusalén es la sede de la
institución religiosa judía, cuyos dirigentes
veían a Jesús con sospecha y prevención, lo consideraban
persona nociva para la estabilidad del judaísmo de su tiempo. La narración es profundamente teológica: sube
al Padre para encontrarse con la muerte en cruz, consecuencia de sus opciones.
Con ello marca una pauta determinante para quien se interese en su camino.
La oferta es para tomar la vida en serio, a no permitir
que esta nos pase por delante sin generar en nosotros una densidad teologal y
antropológica que nos haga salir de la medianía, a mirar la realidad, al ser
humano, con ojos de servicio y solidaridad, a desatarnos ligazones desordenadas
que frenan nuestra libertad, a no hacernos esclavos del sistema de poder, de
dinero, de comodidad, de individualismo e indiferencia.[11]
Un incidente que se
presenta en el camino a Jerusalén nos da pie para comprender los alcances de la
libertad y determinación de Jesús, y la claridad con la que él invita a sus
discípulos a seguirle: “Así que envió mensajeros por delante, que
fueron y entraron a un pueblo de samaritanos[12]
para prepararle posada. Pero no lo recibieron porque tenía intención de ir a
Jerusalén. Ante la negativa, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: Señor,
quieres que mandemos bajar fuego del cielo y los consuma? Pero Jesús se volvió
y les reprendió y se fueron a otro pueblo”.[13]
Los samaritanos,
prevenidos ante tantas humillaciones y desconocimientos que padecían por parte
de los judíos, se imaginan que Jesús y sus acompañantes van a la toma del poder
en Jerusalén, y por eso los rechazan. Quienes van con él son los Zebedeos, los
mismos por quienes su madre intercedió ante el Maestro para que les concediera
posiciones de poder,[14]
una vez triunfara la revolución político-religiosa que ellos esperaban.
Jesús los confronta por su instinto de
venganza y con esto les advierte que su imaginario es totalmente errado, el
evangelio no practica la ley del talión “ojo por ojo y diente por diente[15].
El seguimiento de Jesús no ejerce retaliaciones de ninguna naturaleza, incluye,
perdona, respeta la diferencia.
En el evangelio de hoy,
Jesús acude a imágenes muy fuertes, respuestas que él da a tres requerimientos
de sus discípulos, a quienes invita a seguir su camino:
-
“Las zorras tienen guaridas, y las aves del
cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”
[16]
-
“Deja que los muertos entierren a sus muertos.
Tu vete a anunciar el Reino de Dios”[17]
-
“Nadie que pone la mano en el arado y mira
hacia atrás es apto para el Reino de Dios” [18]
No desprecia afectos
tan hondos como los familiares, u otros de similar naturaleza, lo que quiere
explicitar es la libertad requerida, en clave de Dios y del prójimo, para dedicarse por entero a lo que nos
está planteando: amar sin medida, dar todo de sí, reivindicar la dignidad
humana, especialmente la de los más humillados , resignificar la existencia, revelar el rostro del Padre
como un Dios de misericordia, todo esto supone renuncias, sacrificios, abnegación, pero no
autocastigo ni exaltación del sufrimiento por sí mismo. Su invitación no es
sicorrígida, no rompe la sicología de las personas ni riñe con el gozo de
vivir, es seductora, apasionante, encantadora.[19]
Así, él pide
que tengamos claridad sobre las prioridades y propósitos que nos animan,
revisando críticamente los refugios y seguridades que nos impiden correr el
riesgo de esta apasionante aventura: afectos desordenados, esclavitudes,
sometimientos emocionales, evasiones disfrazadas de religión y pietismo,
incapacidad de salir de nuestro mundo cómodo, seducción del poder y del dinero.
La autenticidad de un
ser humano se aprecia en la medida de su disposición para entregarse plenamente
a un ideal que lo ennoblezca, renunciando a lo que le impide esta intención y
adquiriendo la vida que allí se obtiene, en la que destacan el servicio, la
solidaridad, la ayuda, el amor, la rectitud ética y moral, la atención a la
humanidad desvalida.
Las renuncias que Jesús
sugiere son a realidades que nos gustan
y atraen, pero nos aclara que si las hacemos con conocimiento y libertad, se
convertirán en elección de lo mejor. Se trata de optar por lo que es bueno para
nuestro auténtico ser, recordando que la causa de Dios es la causa de la
humanidad, que él no necesita
humillarnos para llevarnos por su camino, que su mayor gloria es que los humanos
lleguemos a la más plena realización de lo nuestro en él: “Ustedes, hermanos, han sido
llamados a la libertad. Pero no tomen de esa libertad pretexto para la carne[20];
antes , al contrario, sírvanse unos a otros por amor. Pues toda la ley alcanza
su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.[21]
La vida según el
Espíritu – uno de los temas paulinos por excelencia – es acceder a esta
libertad teologal, en la que nuestra humanidad encuentra su plena
significación. Las exigencias radicales que propone Jesús en el evangelio,
debemos interpretarlas desde la perspectiva del Reino. No se refiere tanto a la
materialidad de las realidades que hay que abandonar, cuanto al desapego de
toda seguridad que es la genuina exigencia del seguimiento. Se trata de vivir
una escala de valores de acuerdo con el Reino, pero no quiere decir que haya
que renunciar a todo lo humano para luego llevar una vida desencarnada, como
suele entenderse en ciertos modelos religiosos, deshumanizando a quien los
sigue.
[1]
Gálatas 5: 1
[2] 1
Reyes 19: 16-21
[3]
Gálatas 5: 1-18
[4]
Lucas 9: 51-62
[5]
El Padre Pedro Arrupe Gondra (1907-1991), jesuita nacido en Bilbao (Vizcaya,
España), estudió medicina en Madrid, sin llegar a graduarse, ingresó a la
Compañía de Jesús en 1927, se ordenó sacerdote en 1936; en 1938, fue destinado
a la misión del Japón, allí tuvo la rica experiencia de inculturarse en el
mundo oriental, aprendió la meditación zen, le correspondió, como maestro de
novicios de los jóvenes jesuitas, ayudar a atender la gravísima emergencia
causada por la explosión de la bomba atómica en las ciudades de Hiroshima y
Nagasaki, en agosto de 1945. Esta experiencia fue para él de altísima
sensibilidad evangélica y humanitaria. Fue superior de los jesuitas del Japón
desde 1954 hasta 1965, año en el que fue elegido superior general de la
Compañía de Jesús. En el desempeño de esta misión se destacó por ser un hombre
de avanzada eclesial y evangélica, aplicó el concilio Vaticano II en su orden
religiosa, especialmente en el campo del servicio de la fe y la promoción de la
justicia. Véase LAMET, Pedro Miguel. Arrupe: testigo del siglo XX, profeta del
XXI. Mensajero. Bilbao, 2011.
[6]
CABARRUS, Carlos Rafael, S.J. La osadía de dejarse llevar. Apuntes publicados
por la revista Diakonía, Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús,
1987.
[7]
Gesto simbólico para entrar en la intimidad de alguien para invitarlo a
compartir la vida.
[8] 1
Reyes 19: 19-21
[9]
CASTILLO, José María. El seguimiento de Jesús. Sígueme. Salamanca, 1997. Es un
excelente trabajo para captar la invitación del Señor, de lo mejor que se ha
escrito en esta materia.
[10]
Lucas 9: 51
[11]
SAURI, Jorge. El hombre comprometido. Editorial Carlos Lohlé. Buenos Aires,
1965.
[12]
No olvidemos la fuerte oposición político-religiosa que había entre judíos y
samaritanos, estos eran considerados raza maldita por las gentes de la capital
Jerusalén, para ellos eran traidores a sus tradiciones religiosas.
[13]
Lucas 9: 52-55
[14]
Mateo 20: 20
[15]
Exodo 21 y Mateo 5: 38
[16]
Lucas 9: 58
[17]
Lucas 9: 60
[18]
Lucas 9: 62
[19]
BOFF, Leonardo. Jesús, un hombre de equilibrio, fantasía creadora y
originalidad. Publicado en www.redescristianas.net
[20]
Por carne, en el sentido paulino, no se entiende la corporalidad ni la
sexualidad. El significado teológico es el del sometimiento a la ley, a la
normativa religiosa que sofoca la libertad humana, y a los afectos desordenados
que llevan a la injusticia, al desamor, al pecado.
[21]
Gálatas 5: 13-14