sábado, 29 de junio de 2019

COMUNITAS MATUTINA 30 DE JUNIO DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza
(Lucas 9: 58)
Lecturas:
1.   1 Reyes 19: 16 – 21
2.   Salmo 15: 1 – 11
3.   Gàlatas  5:1 y 13 – 18
4.   Lucas 9: 51 – 62
Creer y confiar en Dios al estilo de Jesùs es una opción radical que exige rupturas, renuncias, y – en consecuencia – un novedoso ejercicio de la libertad que consiste en seguir el camino del Maestro, optar por su proyecto del reino de Dios y su justicia, renunciar a realidades que, siendo legítimas, se sacrifican en aras de ese ideal mayor: “Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manténganse, pues, firmes y no se dejen oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud”.[1]
 Tal  es la propuesta de la Palabra en este domingo, nos la hace a través de la generosidad del profeta Eliseo, que se despoja de sus comodidades de rico campesino[2], del discurso paulino sobre la libertad en Cristo desde la carta a los Gálatas[3] y, en el contexto de la subida de Jesús a Jerusalén, el evangelio de Lucas[4] refiere la acción de Jesús llamando a unos a seguirle y presentándoles condiciones de alta exigencia para ese seguimiento.
Son textos vocacionales que invitan al creyente a dar un paso adelante para superar el modelo de cristianismo pasivo, el que  se contenta con una confortable pertenencia  a la institución eclesiástica, va a misa y practica los sacramentos, permanece en un nivel religioso con baja espiritualidad, se imagina que eso de la vocación es para monjas y sacerdotes, pero no se siente interpelado por la radicalidad de la invitación de Jesús.
 Porque la fe no es la  cómoda adaptación a una institución prestadora de servicios religiosos, como suele ser el caso de muchísimos cristianos,  los que viven una religiosidad de inercia sociocultural, sino un proyecto de vida que capta la totalidad del ser y del quehacer de quien opta por el mismo. Es, como dijera el inolvidable  Padre  Pedro Arrupe [5], hablando del discernimiento espiritual,  “la osadìa de dejarse llevar[6], en un camino de la mayor donación de sí mismo, alternativa  de felicidad y plenitud. Es decir, bienaventuranza, siguiendo el lenguaje evangélico, vocación al amor y a la libertad.
Significativo antecedente de esta disponibilidad es la historia del joven acomodado Eliseo , invitado por Elías a secundarle en su ministerio profético: “Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Tenía frente a él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Elías pasó a su lado y le echó su manto encima[7]. Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías………………luego siguió a Elías y se puso a su servicio”.[8] Ya sabemos que la tarea profética es incómoda, no hacía parte de la oficialidad religiosa de Israel, se inquietaba con las corruptelas de los reyes y de los dirigentes, los denunciaba con energía, recordaba con vigor los compromisos de la alianza con Dios, eran la voz de la  conciencia en medio de las ligerezas morales de sus contemporáneos. Eliseo abandona su vida de rico agricultor y hacendado y se entrega sin rodeos a tal causa.
En el  modo original  de vivir el cristianismo y la membresía en la Iglesia no podemos hablar de opciones de mayor categoría que otras. Todo cristiano tiene un llamamiento del Señor a seguir su camino, inscribiendo su humanidad en la de Jesús, asumiendo el Evangelio como programa existencial, sirviendo al prójimo desde su estado – laico, casado, célibe, religiosa, sacerdote -, haciendo las rupturas con aquellas realidades que no son compatibles con este modo de ser y de vivir, y , muy especialmente, dedicándose con generosidad al servicio del prójimo.
 La Palabra de este domingo, con su densa carga de opción y seguimiento[9] es una invitación ciento por ciento incluyente, a cada uno se le proponen condiciones de acuerdo con el estilo de vida por el que desee optar, donde se sienta más feliz y realizado.
El capítulo 9 de Lucas, es una invitación a elegir libremente este  modo de vida – el de Jesús – que nos hará plenos, con  la serena capacidad de  relativizar muchas realidades , no despreciándolas  sino situándolas en esta perspectiva del Reino de Dios y su justicia. El relato se enmarca en el contexto de la subida de Jesús a Jerusalén, a esta itinerancia le dedica diez capítulos , es la determinación suya de encontrarse con su destino definitivo: “Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”.[10]
 La ciudad de Jerusalén es la sede de la institución religiosa judía, cuyos dirigentes   veían a Jesús  con sospecha y prevención, lo consideraban persona nociva para la estabilidad del judaísmo de su tiempo.  La narración es profundamente teológica: sube al Padre para encontrarse con la muerte en cruz, consecuencia de sus opciones. Con ello marca una pauta determinante para quien se interese en su camino.
La oferta es  para tomar la vida en serio, a no permitir que esta nos pase por delante sin generar en nosotros una densidad teologal y antropológica que nos haga salir de la medianía, a mirar la realidad, al ser humano, con ojos de servicio y solidaridad, a desatarnos ligazones desordenadas que frenan nuestra libertad, a no hacernos esclavos del sistema de poder, de dinero, de comodidad, de individualismo e indiferencia.[11]
Un incidente que se presenta en el camino a Jerusalén nos da pie para comprender los alcances de la libertad y determinación de Jesús, y la claridad con la que él invita a sus discípulos a seguirle: “Así que envió mensajeros por delante, que fueron y entraron a un pueblo de samaritanos[12] para prepararle posada. Pero no lo recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Ante la negativa, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: Señor, quieres que mandemos bajar fuego del cielo y los consuma? Pero Jesús se volvió y les reprendió y se fueron a otro pueblo”.[13]
Los samaritanos, prevenidos ante tantas humillaciones y desconocimientos que padecían por parte de los judíos, se imaginan que Jesús y sus acompañantes van a la toma del poder en Jerusalén, y por eso los rechazan. Quienes van con él son los Zebedeos, los mismos por quienes su madre intercedió ante el Maestro para que les concediera posiciones de poder,[14] una vez triunfara la revolución político-religiosa que ellos esperaban.
 Jesús los confronta por su instinto de venganza y con esto les advierte que su imaginario es totalmente errado, el evangelio no practica la ley del talión “ojo por ojo y diente por diente[15]. El seguimiento de Jesús no ejerce retaliaciones de ninguna naturaleza, incluye, perdona, respeta la diferencia.
En el evangelio de hoy, Jesús acude a imágenes muy fuertes, respuestas que él da a tres requerimientos de sus discípulos, a quienes invita a seguir su camino:
-      Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza[16]
-      Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tu vete a anunciar el Reino de Dios[17]
-      Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios[18]
No desprecia afectos tan hondos como los familiares, u otros de similar naturaleza, lo que quiere explicitar es la libertad requerida, en clave de Dios  y del prójimo,  para dedicarse por entero a lo que   nos está planteando: amar sin medida, dar todo de sí, reivindicar la dignidad humana, especialmente la de los más humillados ,  resignificar  la existencia, revelar el rostro del Padre como un Dios de misericordia, todo esto supone  renuncias, sacrificios, abnegación, pero no autocastigo ni exaltación del sufrimiento por sí mismo. Su invitación no es sicorrígida, no rompe la sicología de las personas ni riñe con el gozo de vivir, es seductora, apasionante, encantadora.[19]
Así, él   pide que tengamos claridad sobre   las prioridades y propósitos que nos animan, revisando críticamente los refugios y seguridades que nos impiden correr el riesgo de esta apasionante aventura: afectos desordenados, esclavitudes, sometimientos emocionales, evasiones disfrazadas de religión y pietismo, incapacidad de salir de nuestro mundo cómodo, seducción del poder y del dinero.
La autenticidad de un ser humano se aprecia en la medida de su disposición para entregarse plenamente a un ideal que lo ennoblezca, renunciando a lo que le impide esta intención y adquiriendo la vida que allí se obtiene, en la que destacan el servicio, la solidaridad, la ayuda, el amor, la rectitud ética y moral, la atención a la humanidad desvalida.
Las renuncias que Jesús sugiere   son a realidades que nos gustan y atraen, pero nos aclara que si las hacemos con conocimiento y libertad, se convertirán en elección de lo mejor. Se trata de optar por lo que es bueno para nuestro auténtico ser, recordando que la causa de Dios es la causa de la humanidad, que él  no necesita humillarnos para llevarnos por su camino, que su mayor gloria es que los humanos lleguemos a la más plena realización de lo nuestro en él: “Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no tomen de esa libertad pretexto para la carne[20]; antes , al contrario, sírvanse unos a otros por amor. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.[21]
La vida según el Espíritu – uno de los temas paulinos por excelencia – es acceder a esta libertad teologal, en la que nuestra humanidad encuentra su plena significación. Las exigencias radicales que propone Jesús en el evangelio, debemos interpretarlas desde la perspectiva del Reino. No se refiere tanto a la materialidad de las realidades que hay que abandonar, cuanto al desapego de toda seguridad que es la genuina exigencia del seguimiento. Se trata de vivir una escala de valores de acuerdo con el Reino, pero no quiere decir que haya que renunciar a todo lo humano para luego llevar una vida desencarnada, como suele entenderse en ciertos modelos religiosos, deshumanizando a quien los sigue.





[1] Gálatas 5: 1
[2] 1 Reyes 19: 16-21
[3] Gálatas 5: 1-18
[4] Lucas 9: 51-62
[5] El Padre Pedro Arrupe Gondra (1907-1991), jesuita nacido en Bilbao (Vizcaya, España), estudió medicina en Madrid, sin llegar a graduarse, ingresó a la Compañía de Jesús en 1927, se ordenó sacerdote en 1936; en 1938, fue destinado a la misión del Japón, allí tuvo la rica experiencia de inculturarse en el mundo oriental, aprendió la meditación zen, le correspondió, como maestro de novicios de los jóvenes jesuitas, ayudar a atender la gravísima emergencia causada por la explosión de la bomba atómica en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. Esta experiencia fue para él de altísima sensibilidad evangélica y humanitaria. Fue superior de los jesuitas del Japón desde 1954 hasta 1965, año en el que fue elegido superior general de la Compañía de Jesús. En el desempeño de esta misión se destacó por ser un hombre de avanzada eclesial y evangélica, aplicó el concilio Vaticano II en su orden religiosa, especialmente en el campo del servicio de la fe y la promoción de la justicia. Véase LAMET, Pedro Miguel. Arrupe: testigo del siglo XX, profeta del XXI. Mensajero. Bilbao, 2011.
[6] CABARRUS, Carlos Rafael, S.J. La osadía de dejarse llevar. Apuntes publicados por la revista Diakonía, Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús, 1987.
[7] Gesto simbólico para entrar en la intimidad de alguien para invitarlo a compartir la vida.
[8] 1 Reyes 19: 19-21
[9] CASTILLO, José María. El seguimiento de Jesús. Sígueme. Salamanca, 1997. Es un excelente trabajo para captar la invitación del Señor, de lo mejor que se ha escrito en esta materia.
[10] Lucas 9: 51
[11] SAURI, Jorge. El hombre comprometido. Editorial Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1965.
[12] No olvidemos la fuerte oposición político-religiosa que había entre judíos y samaritanos, estos eran considerados raza maldita por las gentes de la capital Jerusalén, para ellos eran traidores a sus tradiciones religiosas.
[13] Lucas 9: 52-55
[14] Mateo 20: 20
[15] Exodo 21 y Mateo 5: 38
[16] Lucas 9: 58
[17] Lucas 9: 60
[18] Lucas 9: 62
[19] BOFF, Leonardo. Jesús, un hombre de equilibrio, fantasía creadora y originalidad. Publicado en www.redescristianas.net
[20] Por carne, en el sentido paulino, no se entiende la corporalidad ni la sexualidad. El significado teológico es el del sometimiento a la ley, a la normativa religiosa que sofoca la libertad humana, y a los afectos desordenados que llevan a la injusticia, al desamor, al pecado.
[21] Gálatas 5: 13-14

domingo, 23 de junio de 2019

COMUNITAS MATUTINA 23 DE JUNIO 2019


Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) Ciclo C
“Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los fue dando a los discípulos para que, a su vez, se los sirvieran a la gente”
(Lucas 9: 16)
Lecturas
1.   Génesis 14: 18 – 20
2.   Salmo 109: 1 – 4
3.   1 Corintios 11: 23 – 26
4.   Lucas 9: 11 – 17
Dice  el teólogo español José María Castillo , a propósito de la teología de los sacramentos : “La Iglesia es fiel a Jesús cuando celebra, por la fuerza del Espíritu, los mismos gestos simbólicos que realizó Jesús: cuando se adhiere a su destino y comulga con su vida, cuando perdona los pecados y libera a los hombres de las fuerzas de esclavitud y muerte que operan  en la sociedad, cuando sana las raíces del mal y del sufrimiento que oprimen a todos los crucificados de la tierra. Cuando todo eso no son palabras, sino experiencias reales y concretas, vividas cada día en cada comunidad de fe, entonces cada una de esas comunidades expresa auténticamente tales experiencias mediante los símbolos fundamentales de nuestra fe a los que llamamos sacramentos”.[1]
En este contexto de reconocer y celebrar hoy el sacramento eucarístico, la referencia nos ayuda a situar el correcto sentido y práctica de los sacramentos y, en particular, de este, al que llamamos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la eucaristía.  Esta claridad es esencial porque   caemos  a menudo en la tentación de hacer de ellos  prácticas rituales desconectadas de la historia real de las personas y, -  lo que es más grave aún! - de la realidad de Jesús y del significado original y originante de su sacramentalidad. El carácter genuino de la religión cristiana tiene en la fuerza significativa y transformadora de lo humano un elemento hermenéutico determinante para su comprensión y vivencia.[2]
En muchos casos hemos convertido la eucaristía en un culto de adoración, desprovisto de fraternidad, de servicio, de comunión y  de participación, desconociendo así el proyecto de Jesús, que le da pleno sentido a la cena del pan y del vino como compartir fraterno y como significación sacramental de la Iglesia. Se torna una “presencia-en-sí”, como un espectáculo litúrgico al que se venera sin tomar en cuenta - con la seriedad que el sacramento amerita -  la comunidad, los seres humanos concretos que allí se congregan para profesar la fe, también la fraternidad, el servicio, la solidaridad. Es decir,  los elementos de ética evangélica – esenciales todos ellos! – propios de la Buena Noticia de Jesús.[3]
 Recordemos que la eucaristía es un sacramento, que es la unión de un signo con una realidad significada: “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en memoria mía. Pues cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que venga”.[4] Vivir en memoria de Jesús es reproducir en nosotros los rasgos constitutivos de su existencia: la amorosa referencia al Padre y al prójimo.
Es muy diciente el comienzo del texto evangélico de este domingo, que refiere la multiplicación de los panes y los peces, gesto en el que los estudiosos de los evangelios ven una clara alusión eucarística: “Pero la gente lo supo y le siguieron. El los acogía, les hablaba del Reino de Dios y curaba a los que tenían necesidad de ser curados[5]. Ratifican estas palabras que la conducta de Jesús nunca se desentiende de las problemáticas de las personas que le siguen y escuchan, hace suyas sus expectativas, sus dolencias, y se implica en ellas salvíficamente. Hay siempre en Jesús una actitud constante y creciente de cordialidad,[6] tomando el sentido de este palabra en su más legítima etimología: lo que nace del corazón y recibe con afecto y con respeto al prójimo
La realidad histórica de Jesús, su pasión, su muerte, su cruz, constituyen el lenguaje por excelencia del amor de Dios a la humanidad, tal donación es la que da sentido y salva, recrea y redime, y propone como proyecto de vida a quien aspire a seguirlo, configurarse con El y hacer de la propia vida una amorosa ofrenda, en los mismos términos en los que El lo hizo, es el contenido central de este sacramento y el que le confiere significado existencial y transformador: “ Porque yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía. Asimismo, tomó el cáliz después de cenar y dijo: Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebieren , hagánlo en memoria mía” [7], sabiendo que en ese anuncio-memorial está contenido el vivir exactamente como él, en servicio del prójimo. Si no es así, se prostituye el sacramento.
El primer signo es el pan partido y preparado para ser comido, señal indicativa   de lo que fue Jesús toda su vida. La clave  no reside en el pan como cosa, sino   en el hecho de que está partido y  dispuesto para ser compartido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era: la vida del Padre Dios que a través de la mediación salvadora y liberadora de Jesús se hace vitalidad, transformación, plenitud, para quienes se benefician de este don.
El pan se parte para comerlo, la fuerza del signo está en la disponibilidad para ser comido. Jesús estuvo siempre dispuesto para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar, aunque esa actitud tuvo como consecuencia que los jefes de su religión lo aniquilaran.
El segundo signo es la sangre derramada, teniendo presente que para los judíos la sangre es la vida misma, esta hace alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás, preferentemente para los pobres, los condenados morales, los sin nombre, los humillados, los desconocidos, los ignorados.
Esta feliz constatación tiene implicaciones éticas y existenciales definitivas para la existencia cristiana. Si bien  los sacramentos tienen un aspecto ritual celebrativo, es preciso ir al fondo de la cuestión para captar y asumir vitalmente el contenido del sacramento: Jesús que se parte y se comparte para darnos la vida del Padre, involucrando a quien lo recibe en su misma perspectiva de vida: entregarse a la causa del reino de Dios y su justicia, reconocer afectiva y efectivamente a cada ser humano como prójimo, generando un nuevo tejido de relaciones determinado por el espíritu de las bienaventuranzas, construyendo una lógica de fraternidad, de servicio y de solidaridad.[8]
En ese contexto, entendemos la significación del relato de Lucas, que la Iglesia nos propone este domingo, la multiplicación de los panes y de los peces.
Nos pone a consideración de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca al antiguo Israel, en su marcha de Egipto a Canaán, camino de la libertad, peregrinación hacia la tierra de la promesa, cuando es socorrido en su hambre y en su sed gracias a la intercesión de Moisés.
Jesús se preocupa sinceramente por quienes le siguen, y así pide a sus discípulos que hagan todo lo necesario para proveer a la muchedumbre: “El les dijo: denles ustedes de comer. Pero ellos respondieron: no tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente. Jesús dijo entonces a sus discípulos: hagan que se acomoden por grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así y acomodaron a todos.” [9]
La misericordia y  la compasión de Jesús quedan subrayadas de forma absoluta. En lo que fue El durante su vida podemos descubrir la presencia de Dios como don. Por eso, cuando celebramos este sacramento tomamos conciencia de la realidad divina en nosotros. Esta toma de conciencia debe llevarnos a vivir esa realidad tal como la vivió Jesús.
Quiere decir todo lo anterior que el sacramento eucarístico no es una realidad en sí misma, sino una realidad ordenada a la Iglesia, que es la comunidad de los discípulos de Jesús, para significar con eficacia todo eso que llamamos Evangelio, Buena Noticia: que todos los seres humanos somos acogidos por la paternidad misericordiosa de Dios, que desde ahí se configura una comunidad en la que todos entran en igualdad de condiciones, que la dignidad humana brilla con luz propia, que el poder, el dinero, y demás ídolos, no son realidades centrales en la vida de los seres humanos, y que la projimidad es la nueva categoría que tiene como aval al mismísimo Padre de Jesús.[10]
En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el amor. El amor que es Dios manifestado en el don que de sí mismo hizo Jesús durante su vida. Esto somos nosotros en esta nueva perspectiva: don total, amor total, sin límites. Al comer y beber el pan y el vino consagrados, estamos completando el signo. Lo que equivale a decir que hacemos nuestra su vida y nos comprometemos a identificarnos con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando “como” a Jesús, sino cuando me dejo comer, como hizo él.
Se trata de liberarnos del ego religioso y moral, que presume de bueno y superior a los demás, autocomplaciente y lejano de las necesidades de los prójimos, para ingresar en el camino del nosotros, de la fraternidad sin reservas, del apropiarnos de los dolores y de los gozos de ellos, dando paso a la sustancia del sacramento, que es la mesa servida por el mismo Jesús, por nosotros con El, para hacer efectiva en la práctica cotidiana esa nueva manera de ser. Comulgar significa asumir libremente el compromiso de hacer nuestro todo lo que es y hace Jesús.
Esta significación es de extrema abundancia y generosidad, ilimitada como el amor de Dios, como la ofrenda de Jesús: “ Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los fue dando a los discípulos para que, a su vez, se los sirvieran a la gente. Comieron todos hasta saciarse, y se recogieron doce canastos con los trozos que les habían sobrado” . [11]
La realidad esencial es el amor de Dios presente en nosotros. Los signos sacramentales son medios para llegar eficazmente a la realidad significada, y vivirla. Si esto hacemos,  nuestro verdadero ser ya no será el nuestro sino él  en nosotros, y nosotros en los prójimos amados y servidos.
 Este sacramento es así, una significación eficaz de la nueva vida que se ha de consumar en la plenitud cuando pasemos la frontera de la muerte hacia la Vida, que desde ya se ha de anticipar en  las prácticas de nuestra cotidianidad, negando la prelación al poder y a la exclusión, abriendo siempre la posibilidad real de que cada hombre y cada mujer sean reconocidos en su dignidad y en su originalidad.


[1] CASTILLO, José María. Símbolos de libertad: teología de los sacramentos. Ediciones Sígueme. Salamanca 1982, página 458. BOROBIO, Dionisio. Historia y teología comparada de los sacramentos. Sígueme. Salamanca, 2012. GONZALEZ FAUS, José Ignacio. Símbolos de fraternidad: sacramentología para empezar. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2006.
[2] TORNOS, Andrés. Cuando hoy vivimos la fe: teología para tiempos difíciles. San Pablo. Madrid, 1995. URTEAGA, Jesús María. El valor divino de lo humano. Rialp. Madrid, 2008.
[3] SCHRAGE, Wolfgang. Etica del Nuevo Testamento. Sígueme. Salamanca, 1987.VIDAL, Marciano. Para comprender la ética cristiana. Verbo Divino. Estella, 1998.
[4] 1 Corintios 11: 25-26
[5] Lucas 9: 11
[6] Cordial, cordialidad, vienen del latín cor-cordis. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española lo define como afectuoso, que tiene la virtud de fortalecer el corazón.
[7] 1 Corintios 11: 23-25
[8] PABLO VI. Encíclica Mysterium Fidei, 1965. JUAN PABLO II. Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 2003. GESTEIRA GARZA,Manuel. Eucaristía misterio de comunión. Sígueme. Salamanca, 1995. LEON-DUFOUR,Xavier. La fracción del pan: culto y existencia en el Nuevo Testamento. Cristiandad. Madrid, 1983. ALVEAR, Enrique. La Eucaristía sacramento de la liberación integral del hombre. Arquidiócesis de Santiago de Chile, 1980.
[9] Lucas 9: 13-15
[10] CARAVIAS, José Luis. Vivir como hermanos: reflexiones bíblicas sobre la hermandad. Apuntes fotocopiados, Jesuítas Paraguay. DE ROUX, Rodolfo Eduardo. Eucaristía y comunión. Publicado en revista Theologica Xaveriana, número 133, año 2000.
[11] Lucas 9: 16-17

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