“Yo les digo: pidan y
se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá”
Lucas
11: 9
Lecturas:
1.
Génesis 18: 20 – 32
2.
Salmo 137: 1 – 8
3.
Colosenses 2: 12 – 14
4.
Lucas 11: 1 – 13
El Padrenuestro – oración
tradicional que identifica el cristianismo, ofrecido por el evangelio de
este domingo – expresa el nuevo modo de relación con Dios que nos trae Jesús,
no lo podemos reducir a una simple oración de petición como es la visión
habitual que se tiene de ella. Al contrario, es la puerta de entrada de una
novedosa relación con Dios, síntesis de los vínculos que el ser humano
establece con el absoluto, con los demás, consigo mismo. En esta plegaria Jesús
nos participa de su experiencia del Padre, y la constituye en el paradigma de
nuestro encuentro con esa realidad que,
en el decir de San Ignacio de Loyola en su texto de los Ejercicios
Espirituales, es el principio y fundamento del ser humano.[1]
Jesús plasma su
vivencia a través de los cauces de la cultura judía de aquellos tiempos, era la
suya, en ella se formó y creció, era el modo religioso de sus contemporáneos.
Pero más allá del formato externo de tradición judía, la propuesta es
totalmente revolucionaria porque empieza a llamar a Dios Padre, con la conocida
palabra ABBA, el tratamiento de mayor intimidad y cariño con el que los
hijos aluden a su padre, dejando entrever una confianza plena. Marca un punto
de quiebre con respecto a las habituales demandas que hacemos a Dios, con
tantas peticiones y solicitudes, en la práctica le estamos diciendo lo que
tiene que hacer, claramente la vivimos como
una relación imperativa, es Dios el que se tiene que plegar a nuestros
intereses, porque a menudo también lo
utilizamos para legitimar desafueros contra la humanidad: tendencias políticas,
violencias, clasismos, fundamentalismos moralistas, exclusiones, infiernos,
culpabilidades, angustias sin término. Nos pasamos la vida achacando al buen
Dios tantas cosas que no tienen nada que ver con su amor original y originante
hacia nosotros.
Por contraste, la experiencia que surge en el Padre Nuestro es
de apasionante gratuidad y libertad!![2]: “También
les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se
le abrirá”.[3]
La voluntad de Dios no es cualquier invención humana, es el querer del Padre
que desea siempre nuestra bienaventuranza y cabal realización de nuestras
aspiraciones de felicidad.
Sí, esto último hay que
reiterarlo con pedagógica insistencia, porque la religiosidad dominante se
entiende como una transacción comercial con Dios: Tú, Dios, omnipotente, me
beneficias con la concesión de todos los favores que te estoy pidiendo. Si el
procedimiento es exitoso, entonces yo te hago el favor de creer en Ti y de
mantenerme fiel a la mediación religiosa en la que estoy ejerciendo esta
creencia; si no es así, me decepciono, y te doy la espalda porque no te dejaste
manipular por mí. Es como si Dios fuera una gran central de abastecimiento de
milagros, de “resultados” como los que exige la actual sociedad a sus
trabajadores: productividad, eficiencia, utilidades, indicadores “positivos”.[4] El
verdadero problema consiste en que casi
nunca nos dejamos sorprender por la gratuidad del Dios que se revela en Jesús!
El pone en juego una
disposición de confianza absoluta en Aquel que es todo para la humanidad: “Y yo
rogaré al Padre, y El les dará otro Paráclito[5]
para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo
no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen,
porque El permanece con ustedes y está en ustedes. No los dejaré huérfanos,
volveré a ustedes”.[6]
Qué decir de esto en la
sociedad de la autosuficiencia
científica y tecnológica, profundamente racional y apasionada por la constante
afirmación de la autonomía del ser humano y de la realidad? Cómo hablar de Dios
Padre en sociedades y mundos huérfanos,
dominados por el poder y el capital, con
grupos de humanos que sustraen a las
mayorías su capacidad de decisión y el libre ejercicio de su dignidad? Cómo
convertirnos en relatos de un Dios liberador, ciento por ciento comprometido
con la causa de la plenitud de la humanidad, enamorado a más no poder de esta
condición nuestra, exigente sí – y en la más alta medida – pero también
Padre-Madre que da todo de sí para que nuestra existencia se llene de sentido?[7]
Las lecturas que se nos
proponen este domingo hacen una invitación a mirar la propia vida, individual y
comunitaria, como un proceso constante y creciente de confianza en Dios a
partir de la experiencia de la oración, de la disposición para escucharlo desde
nuestra realidad, como se nos planteaba el domingo anterior.
Hagamos el esfuerzo de
salirnos de los esquemas religiosos habituales para entrar en el seductor mundo
del ABBA de Jesús, el Dios compasivo y misericordioso, no se trata de un piadoso lugar común, sino de
una vigorosa realidad en la que adquirimos plena conciencia de nuestro propio
ser y del ser de Dios actuando en
nosotros para hacernos el obsequio de una vida con sentido : “Padre, santificado sea tu Nombre, que venga
tu reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes
caer en la tentación”. [8]
Los seres humanos
siempre tenemos la tentación de confiar excesivamente en nosotros mismos, cada
época de la historia va superando a la anterior en este modo que con frecuencia
se reviste de vanidad, soberbia, arrogancia.
Tal constatación debe llevarnos a pensar que es
bueno y saludable el esfuerzo humano para hacer del mundo más habitable y
equitativo; pero, también nos hace una señal de alerta para mirar con exigente
rigor estas posibilidades cuando pierden su referencia humanizante, para no
derivar en una humanidad engreída y desconocedora de su inevitable
contingencia.
El siglo XX y lo que va
corrido del XXI son escenario privilegiado para verificar estas realidades. Los
mayores desarrollos científicos, los avances de la medicina para controlar y
erradicar enfermedades, aumentando el promedio de vida, el prodigio de la tecnología
informática y digital que hacen del mundo una aldea global, como hace cuarenta
años lo indicara el teórico de la comunicación Marshall Mc Luhan,[9] el
cultivo de las ciencias humanas para favorecer la emancipación de hombres y
mujeres de toda tutela esclavizante, son, entre muchos ejemplos, indicadores de
los logros del ser humano para comprenderse
a sí mismo, el mundo, la naturaleza, desarrollando un poder
transformador de la misma.
Pero también este mismo
escenario de la historia ha sido el ámbito de los mayores crímenes e ignominias
en contra de la humanidad. Como
resultado tenemos las dictaduras del
nazismo y del comunismo, las guerras mundiales y los reiterados conflictos en
uno y otro lugar del planeta con su dolorosa carga de víctimas que se pueden
contar por millones, los modelos económicos y políticos que no se fundamentan
en la dignidad humana sino en el incremento del poder y del capital, y las
interminables alienaciones que hipotecan la libertad y la felicidad de los
humanos.[10]
Ante esto, qué decir
desde la fe en Dios, asumida y vivida como confianza radical en esa realidad
que da todo sentido a nuestra
existencia, habilitándonos para emprender la vida como proyecto de plenitud,
aquí en esta historia y en este diario acontecer, proyectándonos hacia el
futuro definitivo de la trascendencia en la que vivir será bienaventuranza inagotable en el amor de ese
Dios?
El evangelio de Lucas
invita a que nos hagamos conscientes de la eficacia de la experiencia de
oración, viviéndola en la misma perspectiva de Jesús. Dios nos da resultados
porque hace de nosotros estupendos seres humanos, en clave de gratuidad, de
vida recta, como bien lo sabemos por ese diseño que se nos comunica en las
Bienaventuranzas.[11]
La primera lectura,
mediante el regateo entre Abrahán y Yahvé a propósito de los escándalos de dos
ciudades – Sodoma y Gomorra, símbolos de decadencia moral y espiritual - presenta el contraste entre las fuerzas del
mal, favorecidas por el mismo ser humano que no logra presentar el resultado
de hombres justos, y la bondad y misericordia
de Dios, dispuesto siempre a crear posibilidades de esperanza.
Abrahán caracteriza al
creyente sincero, que confía sin reservas en su Dios, sabedor de que este es
justo y misericordioso: “Abrahán lo abordó y le dijo: Así que vas a
borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. Vas
a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere
dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que
corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes . Va a fallar una injusticia el
juez de toda la tierra?” [12]
El mal y las desgracias proceden del ser humano que se vuelve sobre sí mismo de
modo arrogante y emprende la destrucción en contra de sus semejantes y del
mundo creado originalmente en armonía. Filósofos y pensadores han dedicado
notables esfuerzos al planteamiento de la pregunta por el sentido de la vida
ante la realidad del mal, muchos de ellos concluyendo en un sentimiento de
absurdo y de tragedia, con marcada desconfianza hacia el mismo ser humano.[13]
Nuestra postura es la
de ponernos confiadamente en las manos
del Dios que está de nuestra parte, a quien sólo interesa nuestra felicidad, y
por eso se empeña en dotarnos del Espíritu para estar en un dinamismo constante
de vitalidad y re-creación. Tal es el Dios confiable que se nos revela en
Jesús, y a quien nos dirigimos en el diálogo orante para encontrar siempre los
mejores caminos para el buen vivir.
Una experiencia de
oración como esta es uno de los modos
contundentes que tiene nuestra fe cristiana para ir en contravía profética de
ese mundo vanidoso al que nos referíamos al principio, brindándonos también los
elementos para hacer una crítica a las falsas imágenes de Dios – justiciero,
vengativo, vigilante, intransigente, policía – que conllevan falsas imágenes
del ser humano – sometido, indigno, egoísta, miedoso, desconfiado - , imaginarios
que son incompatibles con la originalidad liberadora de la experiencia de Jesús
y del modo como El nos lleva al Padre y al hermano.
Pedir es
experimentarnos contingentes y necesitados, genuino ejercicio creatural; buscar
es movilizarnos para buscar el Reino y su justicia, haciéndolo efectivo en
nosotros; llamar es clamar denunciando la injusticia y demandando el acontecer
de Dios para que esta se trueque en el mundo de prójimos querido por El.
El salmo 137 es un
hermoso testimonio del creyente que se reconoce acogido y escuchado por Dios: “Te
doy gracias por tu amor y tu verdad, pues tu promesa supera a tu renombre. El
día en que grité me escuchaste, aumentaste mi vigor interior” (Salmo
137: 2 – 3).
El llamamiento que se
nos hace es a ser testigos de esta vitalidad desbordante que vivimos en una
intimidad como la que Jesús vivía con el Padre, contemplando el gozoso misterio
que es sustancia de nuestro ser y sintiéndonos enviados a configurar un tejido
de buenas noticias y realizaciones, de mesas servidas para todos, de dignidades
siempre reconocidas, de reivindicaciones atendidas, de comuniones interminables.
[1]
SAN IGNACIO DE LOYOLA. Ejercicios Espirituales . San Pablo. Madrid, 1996. En el
numeral 23 del texto San Ignacio propone al ejercitante la perspectiva fundante
del sentido de la vida, netamente teologal, netamente perspectiva de libertad y
de plena realización de su humanidad.
[2]
JEREMIAS, Joachim. ABBA: El mensaje central del Nuevo Testamento. Sígueme.
Salamanca, 1993. VALLES, Carlos. Dejar a Dios ser Dios. Sal Terrae. Santander
(España), 1987.
[3]
Lucas 11: 9-10
[4]
TRIGO,Pedro. En el mercado de Dios: un Dios más allá del mercado. Sal Terrae.
Santander (España), 2003.
[5]
Paráclito: el defensor, el que intercede para ayudar, para consolar, para
comunicar ánimo y vitalidad.
[6]
Juan 14: 16-18
[7]
MARTIN VELASCO,Juan. El encuentro con Dios. Caparrós Editores. Madrid, 1995.
[8]
Lucas 11: 2-4
[9] McLUHAN,Marshall.
La aldea global. Gedisa. Madrid, 1999.
[10] VALVERDE,
Carlos. Génesis, estructura y crisis de la modernidad. BAC. Madrid, 1997.
[11]
Mateo 5: 1-11; Lucas 6: 20-23
[12]
Génesis 18: 23-25
[13]
BRAVO LAZCANO, Carlos. El problema del mal. Ediciones Facultad de Teología
Universidad Javeriana. Bogotá, 2003.