domingo, 29 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 29 DE OCTUBRE DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

Maestro, cuál es el mandamiento mayor de la ley? El le dijo: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás tu prójimo como a ti mismo”
(Mateo 22: 37-40)

Lecturas:
  1. Exodo 22: 20-26
  2. Salmo 17
  3. 1 Tesalonicenses 1: 5-10
  4. Mateo 22: 34-40
En los domingos anteriores, en los textos del evangelio que se han proclamado, hemos visto cómo diversos grupos religiosos del judaísmo se han enfrentado a Jesús, planteándole preguntas y cuestiones capciosas con el fin de buscar argumentos para acusarlo ante las autoridades, y en ningún caso sus insidias han resultado exitosas. Ahora lo intentan de nuevo: “Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo. Entonces uno de ellos le preguntó, con el ánimo de ponerlo a prueba: Maestro, cuál es el mandamiento mayor de la ley?” (Mateo 22: 34-36).
Para comprender la malicia de la pregunta es preciso recordar que la ley judía vigente en aquellos tiempos constaba de 613 mandamientos (248 mandatos y 365 prohibiciones), que tenían diversos grados de dificultad, por las implicaciones que conllevaban. Era una legislación minuciosa que demandaba de los fieles la más rigurosa observancia, cuyo seguimiento se traducía en los dos grandes merecimientos de quienes se sentían verdaderos creyentes de la fe de Israel: la pureza ritual y la pureza legal, asuntos que traían obsesionados a los sacerdotes del templo, a los saduceos, a los fariseos, también a los esenios.
El gran indicador de la calidad religiosa de un judío era su estricto cumplimiento de todo lo prescrito en estos códigos, sin permitirse la más mínima laxitud.
El ánimo de estos hombres se exalta con la libertad que manifiesta Jesús ante las instituciones de esta religión, libertad que no es anarquía sino referencia fundante y definitiva a una realidad que es superior a esa ley. El lo deja muy claro con su respuesta al fariseo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22: 37-40).
Con sagacidad, Jesús responde correctamente a sabiendas de la trampa contenida en la pregunta, haciéndolo con una novedad que lo diferencia cualitativamente del judaísmo tradicional: pone el amor al prójimo en el mismo plano del amor a Dios. Su respuesta conecta con la más genuina tradición de los profetas bíblicos, estos denunciaron – lo sabemos bien – con mucha fuerza el deseo de llegar a Dios de modo intimista e individualista, desentendiéndose del prójimo.
Durante siglos la religión de Israel se manifestó en cultos de gran solemnidad, en sacrificios costosos, en ricas ofrendas, todo ello sin justicia y sin responsabilidad con la dignidad del prójimo pobre. Por eso, encontramos con reiteración la insistencia por la reivindicación de viudas y huérfanos, de oprimidos de toda clase.
Dios y el prójimo no son magnitudes separables, la autenticidad del culto no descansa en la pompa litúrgica sino en la justicia: “Las manos de ustedes están llenas de sangre: lávense, purifíquense, aparten sus fechorías de mi vista, desistan de hacer el mal y aprendan a hacer el bien; busquen lo que es justo, reconozcan los derechos del oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda” (Isaías 1:15-17).
Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y en la de Jesús, están en el mismo nivel, se implican mutuamente. No es posible adorar a Dios si no se reconoce al prójimo en su dignidad: “De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas” (Mateo 22: 40).
La primera lectura – del libro del Exodo – es muy significativa en este sentido. Hace parte del llamado código de la alianza cuyas prescripciones no se quedaban en normativas de tipo litúrgico, sino que ponía su énfasis en la protección de los humillados y ofendidos, forasteros desplazados por la guerra, jornaleros del campo, víctimas de las injusticias.
Esa legislación recuerda los beneficios del éxodo – la gran experiencia de libertad de los israelitas – y el cambio de condiciones para las tribus hebreas que pasaron de la servidumbre a ser un pueblo libre, gracias a la intervención de Yahvé mediada en el liderazgo de Moisés. En nombre de eso, no es posible olvidarse de quienes carecen de reconocimiento y de todo lo necesario para vivir con dignidad: “No maltratarás al forastero , ni lo oprimirás, pues forasteros fueron ustedes en el país de Egipto. No vejarás a viuda alguna ni huérfano. Si los vejas y claman a mí, yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira…” (Exodo 22: 20-22).
También el texto de Exodo alude al grave pecado de la usura: “Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, no le exigirás intereses” (Exodo 22: 24). Jesús y muchos de los buenos creyentes de Israel se sorprenderían con dolor y escándalo de la usura que está en la base de la economía de nuestro tiempo, los intereses con los que los países ricos gravan a los países pobres, la carga impositiva que no se traduce en beneficios sociales de calidad y cubrimiento suficiente, los préstamos que hacen las entidades financieras sometiendo a sus deudores a penalidades que se ejecutan sin clemencia.
Tal es la “sofisticada” usura del capitalismo neoliberal! Y muchos de los que la practican se dicen creyentes en Dios. Dónde quedan la primacía del amor teologal y de su correlativo amor fraternal? Las finanzas internacionales y nacionales son impúdicamente especulativas, dominan la vida y el trabajo de las mayorías.
El Papa Francisco lo ha denunciado con intensidad, cuando habla de un sistema económico que crea seres humanos “descartables” porque no pagan o porque no producen. Explotar al ser humano es faltar con alta gravedad a ese mandamiento primordial y simultáneo, como lo plantea sin rodeos Jesús en el evangelio de hoy.
Jesús cambia de raíz los sombríos mandamientos judíos, sobresaturados de normas y de rituales vacíos de amor y de vitalidad, y los re-significa afirmando que la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana son los fundamentos de la auténtica religiosidad. El amor es el espíritu que anima la legislación que procede de Dios, el verdadero culto es el que se ejerce en la projimidad.
En la base de muchos ateísmos está el escándalo que damos los creyentes cuando somos al mismo tiempo tan religiosos y estrictos en cumplimientos y tan indiferentes a la suerte de los que sufren pobrezas y constante falta de oportunidades.
El cristianismo que surgió con la contrarreforma en el siglo XVI, como respuesta a las consecuencias del movimiento de Martín Lutero, fue muy jurídico y muy ritual, y la relación con los pobres predominantemente asistencial y paternalista. Fueron los movimientos emancipatorios que empezaron con la Revolución Francesa, el pensamiento de Carlos Marx, las críticas de los maestros de la sospecha (Freud, Marx, Feuerbach, Nietzsche) a la religión , las llamadas de atención al cristianismo para integrar la dimensión teologal con la dimensión de la projimidad y de la solidaridad.
Por eso el espíritu del Concilio Vaticano II, los movimientos teológicos y pastorales surgidos de ahí, de modo particular la teología de la liberación, se fijan en el necesario y complementario vínculo entre el amor prioritario a Dios y el amor prioritario al pobre, como lo refleja claramente Jesús en sus palabras, en sus preferencias, en su estilo decididamente teologal y, por lo mismo, fraternal y solidario. La opción preferencial por los pobres es normativa del seguimiento de Jesús.
Nosotros vivimos hoy en sociedades que tienen más normas que las que había en el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones. Vivimos también en un mundo en el que buena parte de la población mundial vive en pobreza y en miseria con cifras muy preocupantes y pecaminosas. El sistema económico vigente requiere como contraparte para generar riqueza “equilibrarse” creando individuos y sociedades paupérrimas, realidad que Juan Pablo II calificó como “capitalismo salvaje”.
La respuesta de Jesús al docto fariseo tiene hoy toda la actualidad, se trata de provocar una indignación teologal y una indignación ética. Si de veras es nuestra decisión seguir el Evangelio, es imperativo volver por los fueros de estos dos amores simultáneos.
Consideremos finalmente lo que dice el teólogo José María Castillo, en la óptica de las reflexiones que nos ocupan este domingo: “Estando así las cosas, se comprende el sentido exacto y el alcance de que tuvo el entusiasmo popular que se produjo en cuanto Jesús se puso a decirle a aquel pueblo que ya llegaba el reino, pero no como lo anunciaban los dirigentes, no como el yugo de la religión que le iba a oprimir aún más, sino como vida, como libertad, como gozo y alegría, como dignidad para cuantos se veían y eran vistos como indignos, como pecadores despreciables o como endemoniados peligrosos. En definitiva, el reino como plenitud de vida” (Castillo, José María.El reino de Dios: por la vida y la dignidad de los seres humanos. Desclée de Brower, Bilbao,1999;página 76).

domingo, 22 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 22 DE OCTUBRE DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Entonces les replicó: páguenle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”
(Mateo 22: 21)

Lecturas:
  1. Isaías 45: 1-6
  2. Salmo 95: 1-10
  3. 1 Tesalonicenses 1: 1-5
  4. Mateo 22: 15-21
Dios y la relación que la humanidad tiene con El no pueden utilizarse para justificar tal o cual determinación política, tal o cual ordenamiento jurídico de la sociedad, pero el Evangelio sí tiene implicaciones en este sentido, en la perspectiva de la dignidad humana, de los derechos de todos los miembros de una comunidad y de la configuración del bien común ordenado a la justicia, a la igualdad, al reconocimiento de lo que a todos corresponde en ejercicio de esa condición.
Desde la óptica del reino de Dios y su justicia se pueden valorar los diversos sistemas sociopolíticos, se confronta igualmente el ejercicio del poder, se hace un análisis crítico sobre sus ejecutorias y se insta a quienes lo detentan para que todo su quehacer esté orientado a la construcción de comunidades incluyentes, solidarias, promotoras de la equidad, garantizando que los beneficios sociales cubran a todos en igualdad de condiciones. Por estas razones, el evangelio no se matricula en ninguna ideología o colectividad partidista, lo suyo es la constante afirmación de la dignidad del ser humano en nombre de la paternidad-maternidad de Dios. A estas consideraciones nos conduce la Palabra de este domingo.
El ser humano, que es imagen de Dios, sólo es para El, no se pueden hipotecar su libertad y sus derechos a ningún sistema, a los poderes de este mundo. Si estos últimos están dotados de sabiduría y de juicio recto obrarán como servicio al ser humano, promoviendo su autonomía, creando las condiciones de posibilidad para el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Lo contrario son las tiranías y las dictaduras, los totalitarismos, la política determinada por intereses mezquinos, de grupos sin sensibilidad social. En este contexto entendemos y asumimos la frase contundente de Jesús en el evangelio de hoy: “Páguenle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 21).
Miremos cómo nos orienta la primera lectura en esta misma línea. Es del llamado “Segundo Isaías”, conocido como el profeta de la consolación. Elemento constante de su ministerio son sus palabras que fuertes, que confrontan con mucha severidad a los israelitas, pero al final son portadoras de ánimo, esperanza, deseo de vivir, certeza de la intervención salvadora y liberadora de Dios en su historia, denuncia de la injusticia de las naciones y promesa de recompensas para los más débiles del mundo.
Yahvé habla a Ciro, rey de Persia, que no conoce a Dios, para confiarle la misión de liberar a su pueblo de la opresión y de la injusticia. El no conocer a Dios no es impedimento para participar de su acción liberadora. Un no judío sirve de mediación adecuada para la actuación de Dios, afirmación totalmente novedosa e inusitada en el contexto del Antiguo Testamento, como vislumbrando la universalidad de la voluntad salvadora de Yahvé, el ir más allá de las fronteras en búsqueda de todos los seres humanos: “El Señor consagró a Ciro como rey, lo tomó de la mano para que dominara las naciones y desarmara los reyes” (Isaías 45: 1),… “Yo soy el Señor, no hay otro; fuera de mí no hay Dios. Yo te he preparado para la lucha sin que tú me conocieras, para que sepan todos de oriente a occidente, que fuera de mi no hay ningún otro. Yo soy el Señor, no hay otro” (Isaías 45: 5-6).
Tal afirmación monoteísta no es la expresión de un Dios mezquino, celoso, egoísta, que no admite divinidades rivales. El Dios único es para que el ser humano sea único, libre de idolatrías y de esclavitudes, sólido en la conciencia y vivencia de su dignidad. La libertad que procede de Dios es la alternativa que emancipa a la humanidad de sometimientos y servidumbres.
La lucha feroz de los profetas bíblicos en contra de las tentaciones idolátricas de Israel nace justamente de su pasión por la dignidad del ser humano, para que esta no sea prostituída por los poderes del mundo.
En Pablo – 1 Carta a los Tesalonicenses, segunda lectura de hoy – la realidad que Isaías presenta como alianza es elección en comunidad: “Pablo, Silvano y Timoteo, saludan a la comunidad de los creyentes de la ciudad de Tesalónica, que están unidos a Dios el Padre y al Señor Jesucristo. Que Dios derrame su gracia y su paz sobre ustedes” (1 Tesalonicenses 1:1).
El evangelio de Mateo propuesto para este domingo es un texto sobre el que se han hecho múltiples interpretaciones sesgadas y distorsionadas. Su verdadero contexto es un ambiente social en el que se divinizaba y absolutizaba al emperador de Roma. El fragmento que se proclama hoy forma parte de una serie de controversias entre Jesús , los fariseos y otros grupos judíos, sobre asuntos como los impuestos debidos al César, la resurrección de los muertos, el mandamiento principal de la ley.
El telón de fondo es la profunda y consistente libertad de Jesús ante la ley romana y ante la institución religiosa del judaísmo: “Después de esto, los fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo. Así que mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de Herodes, a decirle: Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que enseñas de veras el camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que diga la gente, porque no hablas para darles gusto. Danos, pues, tu opinión: está bien que paguemos impuestos al emperador romano , o no?” (Mateo 22: 15-17).
Bajo el tema del tributo, una realidad que sufrían también las primeras comunidades cristianas y también las judías, bajo el régimen del imperio romano, el pueblo vive ahora las consecuencias de una monarquía que exprime a los pobres para sostener su estructura. Los más pobres son los que padecen con mayor rigor esta política fiscal, porque la tasa impositiva recaía sobre los que trabajaban la tierra: el eterno drama de la injusticia de unos poderosos en contra de los débiles.
El emperador de Roma cargaba sobre sí el influjo del mundo religioso de Egipto y de Grecia. La relación de los romanos con estos dioses era parte de su cotidianidad, el emperador era para ellos un dios, Roma era una teocracia.
Para las comunidades cristianas que entendían y vivían a Dios como Padre-Abba, misericordioso y compasivo, solidario con la humanidad, incondicional en sus manifestaciones de amor, era inaceptable esa identificación del emperador con una divinidad y la consideraban definitivamente alienante. Por esto se enfrentan a la religión oficial y se afianzan en su vida comunitaria centrada en la persona de Jesús, y referida al Padre y a todos los hermanos.
Cuando Jesús dice taxativamente: “Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 21), estas comunidades dejan ver que no les convence en lo más mínimo la pretendida divinidad del emperador, porque para ellos el verdadero Dios se manifiesta en el amor, en la justicia, en la igualdad, en el servicio fraterno, en la práctica de la solidaridad.
En la actualidad no hay emperadores que se presenten como Dios, pero sí hay estructuras sociales, políticas, económicas, incluso religiosas, que están muy lejos de reflejar la comunión entre los hermanos y todas las implicaciones que se derivan de allí, sigue el afán de unos por dominar a otros, sigue el predominio de intereses egoístas, siguen ejercicios del poder que no se interesan por el bien común, siguen violencias y manipulaciones del hombre por el hombre.
Por eso, la frase de Jesús sigue teniendo vigencia y actualidad: el ser humano creador por Dios se debe a El mismo, fuente de la dignidad y de la autonomía, y no a estas entidades que no tienen su fundamento en la trascendencia de Dios y en la consecuente trascendencia de hombres y mujeres.
En el campo eclesial estamos llamados a trabajar todos por una iglesia más cercana a la propuesta de Jesús, más centrada en las personas, en las relaciones entre hermanos, en una evangélica comunión y participación, y menos pendiente de la estructura vertical, una iglesia en salida, como nos lo recuerda con tanta insistencia el Papa Francisco.
Dar a Dios lo que es de Dios” es que se escuche a Jesús, que se acoja su buena noticia, que se acepte el mensaje del reino, que se lleve una vida según las bienaventuranzas, que se adopte una actitud de conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y religioso, que no se sacrifique la dignidad del ser humano en aras de poderes opresores, que se reivindique a los humillados y ofendidos.
Como sabemos, a los herodianos y a los fariseos lo anterior los traía sin cuidado. De ahí la severidad de Jesús en sus expresiones hacia ellos, que bien podría haberles hecho preguntas como estas: Es lícito poner el sábado por encima del hombre? Es lícito llamar la atención de la gente para que les hagan reverencias? Es lícito pagar los diezmos y olvidar la justicia y la sinceridad?
La comunidad cristiana que dio origen a este evangelio sacó de aquí consecuencias muy prácticas, defiende la primacía de la humanidad sobre poderes y legislaciones, y a estos los confrontan para que se dediquen con responsabilidad y empeño a la construcción del bien común, sin pretensiones de absolutizarse. Esto está en la raíz del humanismo cristiano y del pensamiento social que este implica.

domingo, 15 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 15 DE OCTUBRE DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Prepara Yahvé para todos los pueblos en este monte un convite de manjares enjundiosos, un convite de vinos generosos: manjares sustanciosos y gustosos, vinos generosos, con solera”
(Isaías 25: 6)

Lecturas:
  1. Isaías 25: 6-10
  2. Salmo 22: 1-6
  3. Filipenses 4: 12-14 y 19-20
  4. Mateo 22: 1-14
El salmo 22 y Filipenses, segunda lectura de este domingo, ponen de relieve el cuidado y la protección de Dios hacia la humanidad: “Yahvé es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar. Me conduce a fuentes tranquilas, allí reparo mis fuerzas” (Salmo 22: 1-3), y Pablo comunica a los cristianos de Filipos el testimonio de la compañía divina en su vida y el deseo de que esta se extienda a toda la comunidad: “Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo con Aquel que me da fuerzas” (Filipenses 4: 12-13).
Dios se manifiesta como sólo lo sabe hacer El: salvando, liberando, dando vida, manteniendo en sus creaturas el dinamismo de su vitalidad, todo esto con la connotación de universalidad, este deseo teologal quiere ser para todos los seres humanos, don ofrecido a la libertad de cada persona, no se impone ni violenta autonomías.
El relato de Mateo – otra parábola como las de los domingos anteriores – comparte ese horizonte de acogida universal, pero se encuentra con el rechazo violento de tal iniciativa, expresado en la parábola del banquete nupcial: “Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero estos no quisieron venir. Volvió a enviar otros siervos, con este encargo: Digan a los invitados, miren , mi banquete está preparado. Ya han sido matados mis novillos y animales cebados, y todo está a punto. Vengan a la boda. Pero ellos no hicieron caso y se fueron: el uno a su campo, el otro a su negocio, y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron” (Mateo 22: 3-6).
Ante tan rotunda negativa el rey ordena a su servidores que vayan a todos los lugares, sin contemplar categorías ni disposiciones morales, llamada universal que supera todas las diferencias humanas y reúne a todos en un mismo banquete. Es una voluntad salvadora, ilimitada, que aprovecha la hostilidad de unos – alusión a los judíos, especialmente a sus dirigentes, como ya se ha visto en los anteriores domingos – para manifestarse con esas características de incondicionalidad y de abundancia.
Pero en la segunda parte (versículos 11 a 14) hay un cambio brusco: haber entrado no confiere el derecho automático a permanecer, para participar plenamente en los beneficios del banquete es preciso aceptar el don de la fe, la invitación que hace Jesús en nombre del Padre, el deseo deliberado de seguirle con todas sus implicaciones. Este es el contenido del “vestido de fiesta” que refiere el evangelista: uno de los presentes no ha sido capaz de asumir el compromiso ético implicado en la llamada.
La tristeza ante Israel por no haber aceptado la invitación puede transferirse a los miembros de la comunidad eclesial que no sean capaces de vivir las exigencias que dimanan de la fiesta nupcial. Recordemos que los relatos evangélicos son escritos mucho tiempo después de los sucesos históricos de Jesús, surgidos en unas comunidades que se enfrentan a incomprensiones y contradicciones por parte de los judíos intransigentes que siguen viendo a Jesús y a sus seguidores como un peligro para la estabilidad de su religión y de su ordenamiento social.
Esa manifestación de dureza va directamente a la cerrazón de los judíos, a ellos provoca en la parábola con la invitación: “Vayan, pues, a los cruces de los caminos e inviten a la boda a cuantos encuentren. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales” (Mateo 22: 9-10), y añade una postura de mayor radicalidad con el rechazo a quien no portaba el traje de bodas.
Esta referencia es un llamado a los miembros “mudos” de la comunidad, incapaces de producir frutos coherentes con su confesión de fe, y también convocatoria a tomar en serio la invitación del rey. El banquete del reino es un don gratuito de Dios pero exige que cada persona tenga la disposición de aceptar los requerimientos que conlleva la invitación.
En este caso lo que quiere decir Jesús es que los creyentes, las personas religiosas, en este caso los judíos de tradición, se niegan a aceptar la invitación, mientras que los paganos sí lo hacen. Bien sabemos que este asunto es reiterado en la predicación de Jesús, con sus connotaciones de crítica a la no conversión de quienes se dicen primeros observantes de la ley y los profetas, y también de apertura universal a todo aquel que libremente acoja el don gratuito de Dios. La parábola es una interpretación del conflicto que tenía la comunidad de Mateo con las autoridades judías.
Llegan todos, buenos y malos, no hay distinciones morales pero, una vez en el banquete, hay que asumir la lógica del reino de Dios y su justicia. En el lenguaje de Jesús hay siempre una combinación de exigencia y de misericordia, seguir su camino es incluyente, lo suyo no parte de un moralismo rígido, solidario con el pecador no con el pecado, se compadece profundamente de las debilidades humanas, mira el trasfondo humilde de quien quiere dejarse seducir por su propuesta, pero al mismo tiempo demanda seriedad y compromiso en el seguimiento. No es asunto de medianías ni de cumplimientos externos.
Por otra parte, el texto de Isaías – primera lectura – es de notable belleza teológica, el profeta está hablando a un pueblo que vive la peor crisis de su historia, lo hace con una visión muy lúcida y esperanzadora, seductora oferta para un pueblo sumido en la miseria y el desencanto. El intento de Isaías es que el pueblo supere la dura prueba, con la certeza de que Dios salva y consuela a todos: “Enjugará el Señor Yahvé las lágrimas de todos los rostros, y acabará con el oprobio de su pueblo en toda la superficie del país” (Isaías 25: 8).
En el Antiguo Testamento el banquete tiene el significado de los tiempos mesiánicos, de la irrupción definitiva del favor de Dios para transformar la tristeza y devolver el sentido de la vida a los desencantados, El siempre dispuesto a saciar los más hondos anhelos del ser humano: “Aquí tenemos a nuestro Dios: esperamos que El nos salvara; El es Yahvé, en quien esperábamos; celebremos con alegría su victoria” (Isaías 25: 9).
Los nuevos invitados son todos los seres humanos, sin importar ni raza ni condición social, ni religiosidad y – lo más escandaloso para los judíos y similares – sin importar si son buenos o malos. Aquí hay un dato decisivo para comprender la misión de Jesús, su Buena Noticia que resignifica la vida de los condenados morales, de los humillados y ofendidos, de los desolados por causa de las injusticias de sus semejantes, de los rechazados por las instancias de religión y de moralidad.
Tal mensaje tiene hoy las mismas implicaciones que en tiempos de Jesús. Dios sigue llamando a todos, sin excepción, pero cada uno responde según sus prioridades e intereses. El centro del mensaje es la iniciativa universal de salvación que se origina en el Padre, su intención de que todos los seres humanos lleguen a su plenitud; con esto, no admite la soberbia religioso moral de quienes presumen ser los administradores de los dones de gracia y salvación, despreciando y condenando a quienes – según ellos – no poseen las condiciones de santidad y de moralidad para hacerse acreedores a tales beneficios.
En este orden de cosas, apreciemos estas palabras del Papa Francisco en la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” (Sobre el amor en el matrimonio y en la familia): “Cristo ha introducido como emblema de sus discípulos sobre todo la ley del amor y del don de sí a los demás, y lo hizo a través de un principio que un padre o una madre suelen testimoniar en su propia existencia: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15: 13). Fruto del amor son también la misericordia y el perdón. En esta línea, es muy emblemática la escena que muestra a una adúltera en la explanada del templo de Jerusalén, rodeada de sus acusadores, y luego sola con Jesús que no la condena y la invita a una vida más digna” (Juan 8: 1-11). (Amoris Laetitia, número 27).
Para el auténtico proyecto cristiano no es admisible que unos pocos se sientan los elegidos y denigren de la mayoría. La conciencia de la fragilidad humana invita al realismo y a la esperanza, propiciando que todos nos sintamos destinatarios del amor de Dios, sin juzgarnos con hipocresía, conscientes de nuestros límites pero gozosos y esperanzados por sentirnos invitados al banquete del reino.
No es posible que algunos sigan empeñados en el pequeño y mezquino negocio de una salvación individual sin darse cuenta de que una salvación que no se ejerce en clave de solidaridad no es ni humana ni cristiana. Gran pecado de muchos en el mundo cristiano ha sido poner un envoltorio repugnante al evangelio, llenando la fe cristiana de prohibiciones, de miedos y culpas, de dogmatismos y milimetrías jurídicas, secuestrando la Buena Noticia y la esperanza de muchos en el mundo.
La parábola de este domingo es fuerte confrontación a estas mentalidades estrechas e invitación para acceder al evangelio de la misericordia y de la compasión.

domingo, 8 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 8 DE OCTUBRE DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Mi amigo tenía una viña en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó en medio una torre, y excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero sólo dio agraces”
(Isaías 5: 1-2)
Lecturas:
1.   Isaías 5: 1-5
2.   Salmo 79: 9-20
3.   Filipenses 4: 6-9
4.   Mateo 21: 33-43

La imagen de la viña es hondamente familiar para la mayoría de los pueblos del Cercano Oriente, para ellos es la parcela de tierra cultivada con especial esmero, de allí se deriva el sustento básico de la familia.
Ese patrimonio era la forma de sentirse vinculado a su grupo social y fundamentaba su derecho de ciudadanía, su arraigo en un territorio, determinante de su sentido de identidad: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: mi amigo tenía una viña en fértil terreno. Removió la tierra, la limpió de piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar” (Isaías 5: 1-2).
Un vínculo así es similar al que tienen nuestros campesinos con sus terrenos cultivables, a los que dedican lo mejor de sus esfuerzos, son su espacio de realización, también el lugar de crecimiento y vida de su familia. Poseer la tierra da significado a todo su proyecto existencial, ámbito de su humanidad. Desde ahí se comprende la ilusión con la que el viñador, el agricultor, se entrega a la faena de disponer el terreno, de sembrar la semilla, de cultivar, de recoger la cosecha, de la que se esperan siempre los mejores resultados.
Qué nos quiere decir Isaías en esta primera lectura de hoy? Cuáles son nuestras viñas? Cuáles los esfuerzos en torno a ellas? Cuáles las expectativas que abrigamos con ellas? Se trata de los lugares de sentido en los que se desarrolla nuestra vida: familia, estudios, trabajo, comunidad, amistades, gran sociedad, iglesia,  donde acontecen nuestras capacidades de creación y de expresión, de trascendencia en los demás, de construcción del bien común, de generación de vínculos de pertenencia a un territorio espiritual, emocional, afectivo.
En esos ámbitos estamos trabajando para maneras de vida significativas, en las que nos jugamos lo más definitivo de nuestra condición humana. A propósito de esto, recordamos la bella novela “Los Campesinos” del polaco Wladyslaw Reymont (1867-1925), reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1924. En ella el autor, siguiendo el itinerario de las cuatro estaciones del año, describe con lujo de detalles y con gran sensibilidad psicológica  la vida de los habitantes del campo en su patria, todas las implicaciones de la vida campesina, la faena agrícola, el compromiso con la tierra, su espiritualidad, la fiesta de la cosecha, la recolección de los frutos esperados.
Pero sucede que esta expectativa de fecundidad, de buenos frutos, se ve truncada por la presencia del mal, del egoísmo, del desorden de una libertad que se realiza sin referencia trascendente: “Y esperó que diera uvas pero dio frutos agrios” (Isaías 5: 2). Qué sentimos cuando nuestras viñas no dan los resultados anhelados, cuando los suyos son frutos agrios, contradicciones, deslealtades, arrogancias, injusticias, desamores?
El profeta Isaías acude a este lenguaje para señalar el desencanto de Dios por las muchas abominaciones que se cometían en el reino de Judá: “La viña del Señor Todopoderoso es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantación preferida. El esperó de ellos derecho, y ahí tienen: asesinatos; esperó justicia y ahí tienen :  lamentos” (Isaías 5: 7).
Cuando miramos la realidad contemporánea qué nos dicen estas imágenes de la viña decepcionante? Qué decir de la corrupción de magistrados de nuestra corte suprema de justicia? Qué esperar de las reiteradas conductas perversas de políticos que saquean sin compasión el tesoro público? Qué pensar de los excesos de la sociedad de bienestar, enloquecida con el consumo, ostentando una capacidad adquisitiva que a menudo es obtenida a costa de los más pobres? Qué nos dicen los permanentes clamores de millones de seres humanos sumidos en el abandono y en la miseria?
El cuestionamiento severo que hacen los profetas bíblicos parte de las realidades sociales que se vivían en ese tiempo, totalmente incompatibles con la voluntad de Dios, con los compromisos adquiridos en la alianza con Yavé, con la profesión de religiosidad del pueblo hebreo. Les resultaba indignante el olvido de la fundamentación ética de la vida, la indolencia de los llamados creyentes, la insensibilidad ante el drama de huérfanos y viudas.
 El discurso profético era de total pertinencia para su contexto, la mayoría de las veces de gran severidad. Siempre tuvieron una postura crítica ante las instancias de poder – responsables de los “frutos agrios” - , en el texto de hoy Isaías se vale de una vieja canción de amor para acerar su palabra y hacer caer en cuenta al pueblo de Israel de su inconsistencia y de su rechazo al querer de Dios.
Jesús – en el texto del evangelio de hoy – se vale del mismo tema de la viña para llamar la atención sobre las problemáticas similares a las que se vivían en tiempo de Isaías. Los grupos religiosos integristas – saduceos, fariseos, maestros de la ley – pensaban que la salvación exclusiva de Israel era la única meta de la historia, lo restante, el sentido de vida de quienes no eran judíos, la justicia debida a los pobres, la misericordia y la compasión, los tenían sin cuidado, esto no hacía parte de sus desafíos vitales.
La parábola de los viñadores homicidas integra  un bloque compacto del evangelio de Mateo – los capítulos 21 a 25 – en el que el autor quiere destacar la tensión creciente entre Jesús y las autoridades judías, preparando el desenlace de su pasión y de su muerte. El desnuda la intransigencia y cerrazón de los dirigentes del judaísmo. En esta secuencia se encuentran la expulsión de los vendedores del templo, la controversia sobre la autoridad de Jesús, el conocido capítulo 23 con su fuerte diatriba en contra de los fariseos, entre otros elementos centrales, en los que los responsables de la religión judía van acumulando argumentos para condenarle.
Para Jesús, el reino de Dios está abierto a todos sin excepción, principalmente a les gentes de buena voluntad, a todos los dedicados al amor y a la justicia. Para él no pesan las diferencias raciales ni socioeconómicas ni religiosas, lo que define su interés es el de aquellos que se disponen a vivir en solidaridad y en fraternidad.
Naturalmente, esto le trajo la malquerencia de los jefes religiosos y de los observantes. También con sus discípulos tuvo diferencias de fondo cuando se daba cuenta que su enseñanza sobre el reino no calaba hondo en ellos, viendo que seguían con sus aspiraciones de poder y con sus grandes temores ante el sacrificio y la posibilidad de entregar la vida sin esperar recompensa.
Esos grupos se consideraban los concesionarios exclusivos de Dios, ellos son los viñadores homicidas: “Finalmente, les envió a su hijo pensando: a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: este es el heredero, vamos matémosle y quedémonos con su herencia. Y agarrándolo lo echaron fuera de la viña y lo mataron” (Mateo 21: 37-39).
Jesús los desafía abiertamente y, mediante la comparación con la viña, les muestra que su ortodoxia recalcitrante no conduce a la salvación. El reino de Dios no es propiedad de ningún grupo en particular, nadie lo tiene asegurado bajo el título de raza o de pertenencia a una religión en particular.
El ministerio de Jesús es compromiso con la vida de todos en igualdad de condiciones: acoger a los excluídos, anuncio de la gran utopía de Dios que abre horizontes de esperanza a los últimos del mundo. Son estas las grandes evidencias de la voluntad del Padre que envía a Jesús para que todos tengan vida en abundancia, los frutos maduros que se esperan de la viña: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10: 10).
Las denuncias de Jesús nos indican que el mensajero del Dios de la vida no puede permitir que el ser humano esté siempre agobiado por experiencias de muerte: prohibiciones, prácticas religiosas alienantes, moralismos neuróticos, pobreza, vulneración de sus derechos, decisiones injustas de gobiernos y sistemas económicos. Jesús quiere que la vida de los seres humanos sea un testimonio permanente del Dios enamorado de la humanidad, a la que comunica su inagotable vitalidad: “Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor amigo de la vida” (Sabiduría 11: 26).
El poema de la viña referido por Isaías tiene  lugar en el año 735 a.c., en la dura confrontación del profeta con sus contemporáneos, cuando se esperaba que Israel – la viña – diera frutos de justicia y sólo respondió con delitos y abominaciones. Siglos más tarde – hacia el año 29 d.c. – Jesús confronta con la misma intensidad a los sacerdotes y miembros del sanedrín, y les dice la elocuente parábola de los viñadores homicidas. Ellos responden a Jesús diciendo que ya conocen el poema, siempre presumiendo de su saber religioso, y Jesús les responde afirmando que hay una diferencia sustancial: esta viña sí da frutos, el problema reside en que los viñadores los roban.

Qué mensaje nos queda? El amor de Dios se retribuye con el amor al prójimo, no con el culto externo. El mal estaba en esas autoridades religiosas que se resistían a la novedad que Jesús les proponía, sintiendo que su observancia de los ritos y las leyes los justificaba sin necesidad de convertirse al prójimo sufriente. Ante eso Jesús es fuerte en su expresión final: “Por eso les digo que se les quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos” (Mateo 21: 43). Estos hombres confundieron los derechos de Dios con sus intereses mezquinos, Jesús puso en evidencia esta incoherencia del templo y de la ley y por eso se hizo acreedor a la condena y a la muerte en cruz. Es la “suerte” que corren los profetas que no venden su conciencia……

domingo, 1 de octubre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 1 DE OCTUBRE DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO



“Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al reino de Dios”
(Mateo 21: 31)
Lecturas:
1.   Ezequiel 18: 25-28
2.   Salmo 24: 4-9
3.   Filipenses 2: 1-11
4.   Mateo 21: 28-32

Dice el teólogo José Antonio Pagola, refiriéndose a la actitud de Jesús ante la institución religiosa judía de su tiempo y a su rígida y estrecha mentalidad de corte legalista: “Probablemente sorprendió mucho su libertad ante el conjunto de normas y prescripciones en torno a la pureza ritual. La mayor parte de las “impurezas” que podía contraer una persona no la convertían en un “pecador”, moralmente culpable ante Dios, pero, según el código de pureza, la apartaban del Dios santo y le impedían entrar en el templo y tomar parte en el culto. Al parecer, en tiempos de Jesús se vivía con bastante rigor la observancia de la pureza ritual… Jesús, por el contrario, se relaciona con total libertad con gente considerada impura, sin importarle la crítica de los sectores más observantes. Come con pecadores y publicanos, toca a los leprosos y se mueve entre gente indeseable. La verdadera identidad no consiste en excluír a paganos, pecadores e impuros. Para ser el “pueblo de Dios” lo decisivo no es vivir “separados”, como hacen en buena parte los sectores fariseos, ni aislarse en el desierto como los esenios de Qumrán. En el reino de Dios, la verdadera identidad consiste en no excluír a nadie, en acoger a todos y, de manera preferente, a los marginados” (PAGOLA, José Antonio. Jesús: aproximación histórica. Páginas 250,251.)
Con esta extensa cita queremos dejar claro que en el ministerio de Jesús su cuestionamiento a la minuciosidad religiosa judía es fundamental, debido a esa obsesión por seguir literalmente todas las normativas rituales y legales sin preocuparse de la conversión del corazón y de la solidaridad con el prójimo. Este es el planteamiento central de la Palabra de este domingo.
Jesús desnuda los ropajes de la vanidad religiosa y  de las apariencias de santidad y de moralidad, para llegar a la pregunta de fondo que enfrenta las intenciones  de  tantas formalidades, nos interroga por la verdad de lo que somos y hacemos, por las prioridades que determinan nuestra conducta, y nos confronta para que accedamos a la transparencia del ser y del hacer, ante Dios, ante nosotros mismos, ante los demás.
Para el judaísmo contemporáneo de Jesús la santidad consistía en el acatamiento y práctica de un extenso conjunto de prescripciones relacionadas con sus rituales. Son frecuentes las discusiones suyas con los hombres religiosos que le ponían a prueba para verificar si era él un judío piadoso y observante, con el fin de tener argumentos para acusarlo.
En este sentido es clásico el capítulo 23 del evangelio de Mateo, en el que Jesús lanza siete maldiciones contra los escribas y fariseos, con palabras muy fuertes, que aún hoy suenan con extrema severidad: “Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia” (Mateo 23: 25).
Es claro que tal advertencia no se queda solamente para aquellos sacerdotes y maestros de la ley, también se extiende a las prácticas religiosas de todos los tiempos de la historia cuando ellas no están respaldadas por una vida convertida sinceramente al amor de Dios y a la solidaridad con el prójimo. Nos dice esto algo de fondo para nuestras vidas?
 La relación entre el culto y la vida es indispensable, la rectitud de esta es la que garantiza la autenticidad de aquel; lo que se significa en el rito debe llevarse a la cotidianidad, a los diversos ámbitos de la vida, la relación de pareja, la familia, la formación de los hijos, el ejercicio de la sexualidad, la atención solidaria a los pobres y marginados, el reconocimiento respetuoso de las diferencias, el cuidado del hábitat, el compromiso permanente con la dignidad humana, la protección de la vida en todas sus formas, el manejo del dinero y de los recursos materiales, el acceso al conocimiento, la seriedad en los estudios, el trabajo entendido como servicio, la participación en la construcción del bien común.
Una vida íntegra referida a Dios evidencia su plenitud en la relación con los demás, este es el culto agradable que le debemos, todo lo que allí se celebra y expresa debe tener decisivas implicaciones en una nueva manera de ser y de vivir, modelada según el proyecto original de Jesús. Esto  era lo que no  entendían los intransigentes judíos, por eso alude a ellos con la parábola de los dos hijos, tan cruda y rigurosa.
Señala dos actitudes: “Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. El respondió No quiero, pero luego se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. El respondió: voy, señor, pero no fue. Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre? El primero, le dicen” (Mateo 18: 28-31).
Su referencia crítica es evidente, destacando con la sutileza de este ejemplo la actitud negligente ante la conversión de quienes se dicen los más cumplidores de la religión, los que presumen de ser ejemplo de vida recta, y modelo para los demás, despreciando a quienes no viven en esta perspectiva del ritualismo externo.
Jesús lo que hace es transformar radicalmente la relación entre los seres humanos y Dios dejando atrás el esquema de la mediación ritual para proponer el culto al Padre en espíritu y en verdad. La vida asumida como culto agradable a El: “Pero llega la hora, ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque esos son los adoradores que busca el Padre. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Juan 4: 23-24).
En qué   aspectos concretos nos toca esta exigente alusión del Señor? Suscitan estas   palabras en nosotros un honesto examen de conciencia?
Muchos de los que despreciamos por ateos y agnósticos resultan de ejemplar honestidad y rectitud en sus vidas. Las palabras de Jesús a este propósito son durísimas: “Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de Dios. Porque vino Juan, enseñando el camino de la justicia, y no le creyeron, mientras que los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron. Y ustedes, aún después de verlo, no se han arrepentido ni le han creído” (Mateo 18: 31-32).
Con frecuencia los cristianos somos sometidos al examen crítico de nuestra honestidad, se nos cuestiona por exceso de formalidad religiosa y por dureza de corazón, por manipular a Dios poniéndolo como legitimador de posturas estrechas con respecto a la conciencia de las personas, por hacer interpretaciones sesgadas del evangelio, por no ejercer la misericordia, por dar prioridad a las leyes sobre la vida, por juzgar y condenar implacablemente a los “pecadores”, por la soberbia moral.
Ante esto, el modo humilde y realista del Papa Francisco es un polo a tierra que nos regresa a la originalidad de Jesús, nos recuerda que somos frágiles , que no tenemos todas las respuestas, que nuestra condición es inevitablemente precaria. De ahí su constante insistencia en fijar la atención en los condenados morales, en los millones de seres que la sociedad indignamente llama “desechables”, en las gentes de la calle, en las interminables legiones de refugiados, en los que no son significativos para una sociedad entretenida con la producción y con el consumo.
Ante ellos Francisco nos dice que debemos ver en sus vidas un reclamo potente de Dios, una protesta radical suya que dice que los “buenos” mancillan su obra creadora, que se limpia la conciencia con pasatiempos religiosos, escuchemos algo de lo que dijo hace tres semanas en Medellín: “Antenoche, una chica con capacidades especiales, en el grupo que me dio la bienvenida en la Nunciatura, habló de que en el núcleo de lo humano está la vulnerabilidad, y explicaba por qué. Y a mí se me ocurrió preguntarle: Todos somos vulnerables? Sí, todos, dijo ella. Pero hay alguien que no es vulnerable? Me contestó: Dios. Pero Dios quiso hacerse vulnerable y salir a callejear con nosotros , quiso salir a vivir nuestra historia tal como era, quiso hacerse hombre en medio de una contradicción, en medio de algo incomprensible, con la aceptación de una chica que no comprendía, pero obedece, y de un hombre justo que siguió lo que le fue mandado, pero todo eso en medio de contradicciones” (Papa Francisco en Medellín, 9 de septiembre de 2017. Discurso en el encuentro con religiosas, sacerdotes y consagrados).
El Evangelio siempre nos trae posibilidades de crecimiento y  de conversión. Este tema de hoy es antiguo y reiterado, pero su trasfondo es inagotable y susceptible de un proceso constante y creciente de configuración con Jesús, con el proyecto del Padre, realidad que se manifiesta cuando damos el salto del cristianismo de formas externas y de minucias rituales a la pasión por la verdad que se manifiesta en el reverso de la historia, en las muchas cruces de la humanidad, en la indignación de Dios con las injusticias de los buenos.
Las palabras de Pablo en la segunda lectura de este domingo nos ponen frente a Jesús y el drama de su fragilidad: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien a pesar de su condición divina no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Filipenses 2: 5-8).

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