domingo, 14 de enero de 2018

COMUNITAS MATUTINA 14 DE ENERO DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús”
(Juan 1: 37)

Lecturas:
  1. 1 Samuel 3: 3-19
  2. Salmo 39
  3. 1 Corintios 1: 6: 13-20
  4. Juan 1: 35-42
Celebrado y vivido intensamente el tiempo de Navidad, entramos ahora en lo que se conoce en el ordenamiento litúrgico de la Iglesia como el tiempo ordinario, el tiempo de la cotidianidad, donde acontece la vida de la mayoría de los seres humanos. El año litúrgico no es asunto que sucede al azar, es pensado pedagógicamente para que cada comunidad cristiana pueda hacer un seguimiento sistemático – a partir de las lecturas bíblicas que se señalan para cada domingo – del proyecto que el Padre Dios realiza para nosotros en la persona de Jesús. Se trata de que El acontezca en nosotros, como sabe hacerlo, es decir, de manera salvadora y liberadora.
En esto de la existencia cotidiana estamos llamados a la filigrana, o a “hilar delgado”, como solemos decir en lenguaje coloquial. Vale decir que lo nuestro no consiste en que el sistema, las ideologías, otras personas, nos vivan la vida, sino que nosotros mismos, en ejercicio de madurez y autonomía tomemos las riendas de nuestro destino, apostándolo todo por ideales, causas nobles, proyectos de vida en los que empeñemos lo mejor de nuestro ser.
Queremos designar esto con el nombre de llamamiento o vocación, llamada a vivir una vida con sentido, aprovechada al máximo, en la que los valores de amor, servicio, espiritualidad, solidaridad, sean determinantes de todas nuestras decisiones y conductas. A esto de la vocación apuntan las lecturas de este domingo.
La primera es bien elocuente. Nos habla de un joven llamado Samuel, que había sido ofrecido a Dios por su madre, con dedicación especial. La escena del texto es sugerente: “El Señor llamó a Samuel y él respondió: aquí estoy. Samuel fue corriendo a donde estaba Elí (su maestro) y le dijo: aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí le dijo: Yo no te llamé, vuelve a acostarte. Y él se fue a acostar” (1 Samuel 3: 4-5).
Samuel aún no conoce a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, porque le ha sido inculcada, y tiene claro que debe acudir al llamado, aun cuando en las primeras ocasiones su prontitud pareció haber sido en vano. El maestro Elí comprendió que el llamado venía de Dios-Yahvé, y por eso indujo al discípulo a escuchar, a distinguir las señales de la presencia que le invitaba a una vida de más profundidad y compromiso.
Es posible que nuestras vidas estén llenas de ruido, de urgencias, de activismo, de afanes desmedidos, palabras que van y vienen sin ton ni son, redes sociales, celulares, preocupaciones, mensajes que hacen que perdamos la capacidad del silencio contemplativo, de la fecunda soledad, así podemos dejar escapar la oportunidad de Dios que habla a nuestra interioridad y nos propone dar el salto cualitativo de una vida masificada a un relato existencial saturado de significación trascendente.
Este texto de Samuel se aplica con frecuencia al asunto esencial de eso que llamamos vocación. Toda persona, en su camino de maduración, llega a percibir la seducción de unos valores que le llaman, con voz imprecisa al principio, que poco a poco se van perfilando y le invitan a salir de sí, a consagrar la vida a una gran causa. Vale la pena recordar que esto de lo vocacional no es tema especializado de sacerdotes y religiosos, todo ser humano que se tome en serio la vida tiene su llamamiento a la dignidad, a ser feliz, a ser persona significativa para su prójimo, a escribir su biografía con decoro y honestidad.Todos “tenemos vocación”!
Esas voces difusas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don que encontrar esa vocación, como la experimentó Samuel: “Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: Samuel! Samuel! El respondió: habla porque tu servidor escucha” (1 Samuel 3: 10). Esto equivale a encontrarse a sí mismo, a descubrir lo que moviliza la vida, lo que nos enamora y apasiona, es la razón fundamental de la existencia.
Es triste y desafortunado constatar el drama de tantas personas que no adivinan esta jugada maestra. Los españoles utilizan la expresión “pasotismo” para referirse a aquellos que viven sólo para el presente, sin integrar su pasado ni proyectarse al futuro, inmediatizados por lo pasajero, por sensaciones placenteras que no configuran un ser humano auténtico. Muchos domesticados por la seudocultura “light”, manipulados por las conveniencias sociales, cargan ladrillos a las mentalidades vacías de valores y de trascendencia. En estas personas lo vocacional no es un referente, penosa realidad!
Comenzando 2018, cómo se configuran en nuestras biografías estos ideales, esta conciencia de ser llamados, Dios es allí un adorno, un recurso en la desesperación, o es el principio y fundamento de nuestro amor y de nuestra libertad?Nos sentimos resueltos a salir del montón, a superar la mediocridad y el inmediatismo, a mirar al horizonte de Dios y del prójimo?Nos mueve pasar por la vida sembrando dignidad, justicia, inclusión social, el evangelio de Jesús nos resulta persuasivo y apasionante?
En este orden de cosas podemos captar mejor el sentido de las palabras que Pablo dedica a los cristianos de Corinto, en la segunda lectura de hoy, con palabras que nos pueden sonar fuertes hoy, pero que son comprensibles en el contexto de aquella ciudad de Corinto, puerto, lugar de comercio, cruce de personas de diversa índole, bullir de ideas y también de superficialidades: ”O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, y a qué precio!.Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos!” (1 Corintios 6: 19-20).
Esto de ser el cuerpo templo del Espíritu tiene que ver con aquello de que lo humano es la sacramentalidad de lo humano, a lo que aludíamos en las reflexiones de la pasada Navidad. El ser humano, relato de Dios, sabiendo que El se dice a sí mismo en las historias heroicas, en las narraciones del amor sin medida, en la lucha infatigable por la justicia y por la dignidad, en el cuidado de la vida, en la conciencia que no se vende, en la existencia auténtica. Estos son elementos esenciales de la vocación que el Padre nos propone en Jesús.
De acuerdo con esto, se impone el fino discernimiento para detectar lo que nos acerca a Dios, lo que nos aleja de El. Porque la relación con El no se queda en el ámbito de lo espiritual, sino que abarca la totalidad de la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, la cultura ciudadana, el conocimiento científico, la familia, la sexualidad.En todo momento y circunstancia debemos preguntarnos si actuamos en armonía con el plan de Dios y en fidelidad a su deseo de amor y de justicia para todos, sin excepción.
El evangelio de hoy, de Juan, es un relato vocacional, se refiere a los primeros discípulos que Jesús elige. Dos discípulos de Juan el Bautista escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como “el cordero de Dios”, y sin vacilaciones, con la misma ingenuidad del joven Samuel, siguen a Jesús, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio sustancial para sus vidas: “Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio la vuelta, y viendo que lo seguían, les preguntó: qué quieren? Ellos le respondieron: Rabbí – que significa maestro – dónde vives? Vengan y lo verán, les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día” (Juan 1: 37-39).
Estos buscadores de sentido se sienten movidos por Jesús, por su vida, por su estilo, por su Buena Noticia y por eso desean hacer parte de su grupo. Jesús, en gesto muy diciente, no guarda las distancias, sino que los invita a su cercanía, a conocer su morada, a quedarse con él, a integrarse a su causa del reino de Dios y su justicia.
Cuando aquí aludimos a los grandes testigos de la fe, como Luther King, Monseñor Romero, Teresa la de Jesús o la de Calcuta, los mártires de la UCA, y tantos otros, es porque vemos en ellos evidencia de ese llamamiento totalizante y de su respuesta generosa, que en varios casos ha llegado hasta el derramamiento de la sangre, identificándose martirialmente con el Señor Jesús y con la humanidad doliente, con su clamor de dignidad.
Muchos modelos de identidad se nos proponen hoy: el ganancioso, el cosechador de éxitos y de títulos, el rico y poderoso, el coleccionista de parejas con las que no se compromete, el de la felicidad superficial, el de la vida cómoda y carente de abnegación, el que se codea con los que son como él, vanos colectivos de máscaras y de penosas interioridades! Por contraste, la llamada de Jesús resuena proféticamente, con vigor, invitándonos a un modo de vida plasmado en las bienaventuranzas.
Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia explícita de encuentro con él. Estamos abiertos a esa invitación gratuita, desinteresada?Nos dejamos mirar por Jesús, como Pedro?: “Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: hemos encontrado al Mesías, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas, que traducido significa Pedro” (Juan 1: 41-42).
Muchas personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden elegir su vida, sino que han de aceptar lo que esta les presenta, y no pocas deben esforzarse por sobrevivir a duras penas. El llamado de Dios es ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por existir con sentido, del modo más humano posible. Y nosotros, los que hemos recibido el don de responder a una invitación, estamos para acompañar con genuina solidaridad humana y cristiana esta faena de dar sentido a todo lo que las buenas gentes hacen para responder a la llamada misteriosa del Padre de toda la humanidad.

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