“Los
dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús”
(Juan
1: 37)
Lecturas:
- 1 Samuel 3: 3-19
- Salmo 39
- 1 Corintios 1: 6: 13-20
- Juan 1: 35-42
Celebrado
y vivido intensamente el tiempo de Navidad, entramos ahora en lo que
se conoce en el ordenamiento litúrgico de la Iglesia como el tiempo
ordinario, el tiempo de la cotidianidad, donde acontece la vida de la
mayoría de los seres humanos. El año litúrgico no es asunto que
sucede al azar, es pensado pedagógicamente para que cada comunidad
cristiana pueda hacer un seguimiento sistemático – a partir de las
lecturas bíblicas que se señalan para cada domingo – del proyecto
que el Padre Dios realiza para nosotros en la persona de Jesús. Se
trata de que El acontezca en nosotros, como sabe hacerlo, es decir,
de manera salvadora y liberadora.
En
esto de la existencia cotidiana estamos llamados a la filigrana, o a
“hilar delgado”, como solemos decir en lenguaje coloquial. Vale
decir que lo nuestro no consiste en que el sistema, las ideologías,
otras personas, nos vivan la vida, sino que nosotros mismos, en
ejercicio de madurez y autonomía tomemos las riendas de nuestro
destino, apostándolo todo por ideales, causas nobles, proyectos de
vida en los que empeñemos lo mejor de nuestro ser.
Queremos
designar esto con el nombre de llamamiento o vocación, llamada a
vivir una vida con sentido, aprovechada al máximo, en la que los
valores de amor, servicio, espiritualidad, solidaridad, sean
determinantes de todas nuestras decisiones y conductas. A esto de la
vocación apuntan las lecturas de este domingo.
La
primera es bien elocuente. Nos habla de un joven llamado Samuel, que
había sido ofrecido a Dios por su madre, con dedicación especial.
La escena del texto es sugerente: “El
Señor llamó a Samuel y él respondió: aquí estoy. Samuel fue
corriendo a donde estaba Elí (su maestro) y le dijo: aquí estoy
porque me has llamado. Pero Elí le dijo: Yo no te llamé, vuelve a
acostarte. Y él se fue a acostar”
(1 Samuel 3: 4-5).
Samuel
aún no conoce a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia,
porque le ha sido inculcada, y tiene claro que debe acudir al
llamado, aun cuando en las primeras ocasiones su prontitud pareció
haber sido en vano. El maestro Elí comprendió que el llamado venía
de Dios-Yahvé, y por eso indujo al discípulo a escuchar, a
distinguir las señales de la presencia que le invitaba a una vida de
más profundidad y compromiso.
Es
posible que nuestras vidas estén llenas de ruido, de urgencias, de
activismo, de afanes desmedidos, palabras que van y vienen sin ton ni
son, redes sociales, celulares, preocupaciones, mensajes que hacen
que perdamos la capacidad del silencio contemplativo, de la fecunda
soledad, así podemos dejar escapar la oportunidad de Dios que habla
a nuestra interioridad y nos propone dar el salto cualitativo de una
vida masificada a un relato existencial saturado de significación
trascendente.
Este
texto de Samuel se aplica con frecuencia al asunto esencial de eso
que llamamos vocación. Toda persona, en su camino de maduración,
llega a percibir la seducción de unos valores que le llaman, con voz
imprecisa al principio, que poco a poco se van perfilando y le
invitan a salir de sí, a consagrar la vida a una gran causa. Vale la
pena recordar que esto de lo vocacional no es tema especializado de
sacerdotes y religiosos, todo ser humano que se tome en serio la vida
tiene su llamamiento a la dignidad, a ser feliz, a ser persona
significativa para su prójimo, a escribir su biografía con decoro y
honestidad.Todos “tenemos vocación”!
Esas
voces difusas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen de
la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda
nuestra vida. No hay mayor don que encontrar esa vocación, como la
experimentó Samuel: “Entonces
vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: Samuel!
Samuel! El respondió: habla porque tu servidor escucha”
(1 Samuel 3: 10). Esto equivale a encontrarse a sí mismo, a
descubrir lo que moviliza la vida, lo que nos enamora y apasiona, es
la razón fundamental de la existencia.
Es
triste y desafortunado constatar el drama de tantas personas que no
adivinan esta jugada maestra. Los españoles utilizan la expresión
“pasotismo” para referirse a aquellos que viven sólo para el
presente, sin integrar su pasado ni proyectarse al futuro,
inmediatizados por lo pasajero, por sensaciones placenteras que no
configuran un ser humano auténtico. Muchos domesticados por la
seudocultura “light”, manipulados por las conveniencias sociales,
cargan ladrillos a las mentalidades vacías de valores y de
trascendencia. En estas personas lo vocacional no es un referente,
penosa realidad!
Comenzando
2018, cómo se configuran en nuestras biografías estos ideales, esta
conciencia de ser llamados, Dios es allí un adorno, un recurso en la
desesperación, o es el principio y fundamento de nuestro amor y de
nuestra libertad?Nos sentimos resueltos a salir del montón, a
superar la mediocridad y el inmediatismo, a mirar al horizonte de
Dios y del prójimo?Nos mueve pasar por la vida sembrando dignidad,
justicia, inclusión social, el evangelio de Jesús nos resulta
persuasivo y apasionante?
En
este orden de cosas podemos captar mejor el sentido de las palabras
que Pablo dedica a los cristianos de Corinto, en la segunda lectura
de hoy, con palabras que nos pueden sonar fuertes hoy, pero que son
comprensibles en el contexto de aquella ciudad de Corinto, puerto,
lugar de comercio, cruce de personas de diversa índole, bullir de
ideas y también de superficialidades: ”O
no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita
en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se
pertenecen, sino que han sido comprados, y a qué precio!.Glorifiquen
entonces a Dios en sus cuerpos!”
(1 Corintios 6: 19-20).
Esto
de ser el cuerpo templo del Espíritu tiene que ver con aquello de
que lo humano es la sacramentalidad de lo humano, a lo que aludíamos
en las reflexiones de la pasada Navidad. El ser humano, relato de
Dios, sabiendo que El se dice a sí mismo en las historias heroicas,
en las narraciones del amor sin medida, en la lucha infatigable por
la justicia y por la dignidad, en el cuidado de la vida, en la
conciencia que no se vende, en la existencia auténtica. Estos son
elementos esenciales de la vocación que el Padre nos propone en
Jesús.
De
acuerdo con esto, se impone el fino discernimiento para detectar lo
que nos acerca a Dios, lo que nos aleja de El. Porque la relación
con El no se queda en el ámbito de lo espiritual, sino que abarca la
totalidad de la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la
política, la cultura ciudadana, el conocimiento científico, la
familia, la sexualidad.En todo momento y circunstancia debemos
preguntarnos si actuamos en armonía con el plan de Dios y en
fidelidad a su deseo de amor y de justicia para todos, sin excepción.
El
evangelio de hoy, de Juan, es un relato vocacional, se refiere a los
primeros discípulos que Jesús elige. Dos discípulos de Juan el
Bautista escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como “el
cordero de Dios”, y sin vacilaciones, con la misma ingenuidad del
joven Samuel, siguen a Jesús, se disponen a ser sus discípulos, lo
que conllevará un cambio sustancial para sus vidas: “Los
dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio
la vuelta, y viendo que lo seguían, les preguntó: qué quieren?
Ellos le respondieron: Rabbí – que significa maestro – dónde
vives? Vengan y lo verán, les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se
quedaron con él ese día” (Juan
1: 37-39).
Estos
buscadores de sentido se sienten movidos por Jesús, por su vida, por
su estilo, por su Buena Noticia y por eso desean hacer parte de su
grupo. Jesús, en gesto muy diciente, no guarda las distancias, sino
que los invita a su cercanía, a conocer su morada, a quedarse con
él, a integrarse a su causa del reino de Dios y su justicia.
Cuando
aquí aludimos a los grandes testigos de la fe, como Luther King,
Monseñor Romero, Teresa la de Jesús o la de Calcuta, los mártires
de la UCA, y tantos otros, es porque vemos en ellos evidencia de ese
llamamiento totalizante y de su respuesta generosa, que en varios
casos ha llegado hasta el derramamiento de la sangre, identificándose
martirialmente con el Señor Jesús y con la humanidad doliente, con
su clamor de dignidad.
Muchos
modelos de identidad se nos proponen hoy: el ganancioso, el
cosechador de éxitos y de títulos, el rico y poderoso, el
coleccionista de parejas con las que no se compromete, el de la
felicidad superficial, el de la vida cómoda y carente de abnegación,
el que se codea con los que son como él, vanos colectivos de
máscaras y de penosas interioridades! Por contraste, la llamada de
Jesús resuena proféticamente, con vigor, invitándonos a un modo de
vida plasmado en las bienaventuranzas.
Seguir
a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una
experiencia explícita de encuentro con él. Estamos abiertos a esa
invitación gratuita, desinteresada?Nos dejamos mirar por Jesús,
como Pedro?: “Al
primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo:
hemos encontrado al Mesías, que traducido significa Cristo. Entonces
lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: Tú eres
Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas, que traducido
significa Pedro”
(Juan 1: 41-42).
Muchas
personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden
elegir su vida, sino que han de aceptar lo que esta les presenta, y
no pocas deben esforzarse por sobrevivir a duras penas. El llamado
de Dios es ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por
existir con sentido, del modo más humano posible. Y nosotros, los
que hemos recibido el don de responder a una invitación, estamos
para acompañar con genuina solidaridad humana y cristiana esta faena
de dar sentido a todo lo que las buenas gentes hacen para responder a
la llamada misteriosa del Padre de toda la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario