COMUNITAS
MATUTINA 27 DE SEPTIEMBRE
DOMINGO XXVI
DEL TIEMPO ORDINARIO
“Les aseguro que los publicanos y las prostitutas
llegarán antes que ustedes al reino de Dios”
(Mateo 21: 31)
Lecturas:
1.
Ezequiel 18: 25-28
2.
Salmo 24: 4-9
3.
Filipenses 2: 1-11
4.
Mateo 21: 28-32
Dice el teólogo José Antonio Pagola, refiriéndose a la
actitud de Jesús ante la institución religiosa judía de su tiempo y a su estrecha mentalidad de corte legalista: “Probablemente
sorprendió mucho su libertad ante el conjunto de normas y prescripciones en
torno a la pureza ritual. La mayor parte de las “impurezas” que podía contraer
una persona no la convertían en un “pecador”, moralmente culpable ante Dios,
pero, según el código de pureza, la apartaban del Dios santo y le impedían
entrar en el templo y tomar parte en el culto. Al parecer, en tiempos de Jesús
se vivía con bastante rigor la observancia de la pureza ritual… Jesús, por el
contrario, se relaciona con total libertad con gente considerada impura, sin
importarle la crítica de los sectores más observantes. Come con pecadores y
publicanos, toca a los leprosos y se mueve entre gente indeseable. La verdadera
identidad no consiste en excluír a paganos, pecadores e impuros. Para ser el
“pueblo de Dios” lo decisivo no es vivir “separados”, como hacen en buena parte
los sectores fariseos, ni aislarse en el desierto como los esenios de Qumrán.
En el reino de Dios, la verdadera identidad consiste en no excluír a nadie, en
acoger a todos y, de manera preferente, a los marginados”. [1]
En el ministerio de Jesús, su cuestionamiento a la minuciosidad religiosa
judía es uno de los aspectos más destacados de su misión. La obsesión que tenían
los creyentes del judaísmo de ese tiempo por seguir literalmente todas las normativas
rituales y legales sin preocuparse de la conversión del corazón y de la solidaridad con el prójimo era para él motivo primero de desacuerdo e
insatisfacción: es el planteamiento
central de la Palabra de este domingo.
Junto con esto,
conocemos bien su predilección por todos los humillados, condenados morales,
prostitutas, cobradores de impuestos, señalados como indeseables, portadores de
enfermedades “malditas” como la lepra, rechazados de la sociedad. Esta conducta
de Jesús es la más clara señal del reino de Dios que él instaura en la historia
de la humanidad: la revelación que él
hace de Dios es la de un Padre
que es garantía de sentido y
dignidad para los últimos del mundo,
ejercicio pleno de la compasión y la misericordia. [2]
Jesús desnuda los ropajes de la vanidad religiosa
y de las apariencias de santidad y de
moralidad, para llegar a la pregunta de fondo que confronta rigurosamente tales
actitudes. Para el judaísmo contemporáneo de Jesús la santidad consistía en el
acatamiento y práctica de un extenso conjunto de prescripciones relacionadas
con sus rituales. Son frecuentes las discusiones suyas con los hombres
religiosos que le ponían a prueba para verificar si era él un judío piadoso y
observante, con el fin de tener argumentos para acusarlo[3]
como blasfemo y contrario a las tradiciones religiosas de Israel.[4]
Es clásico el capítulo 23 del evangelio de Mateo, en
el que Jesús lanza siete maldiciones contra los escribas y fariseos, con
palabras muy fuertes, que aún hoy suenan con extrema severidad: “Ay
de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que purifican por fuera la copa y
el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia” .[5]Una
advertencia así no se queda solamente
para aquellos sacerdotes y maestros de la ley, también se extiende a las
prácticas religiosas de todos los tiempos de la historia, cuando ellas no están respaldadas por una vida
convertida sinceramente al amor de Dios y a la solidaridad con el prójimo.
La relación
entre el culto y la vida es indispensable, la rectitud de esta es la que
garantiza la autenticidad de aquel; lo que se significa en el rito debe
llevarse a la cotidianidad, a los diversos ámbitos de la vida, la relación de pareja,
la familia, la formación de los hijos, el ejercicio de la sexualidad, la
atención solidaria a los pobres y marginados, el reconocimiento respetuoso de
las diferencias, el cuidado del hábitat, el compromiso permanente con la
dignidad humana, la protección de la vida en todas sus formas, el manejo del
dinero y de los recursos materiales, el acceso al conocimiento, la seriedad en
los estudios, el trabajo entendido como servicio, la participación en la
construcción del bien común. Una vida íntegra referida a Dios evidencia su
plenitud en la relación con los demás, este es el culto agradable que le
debemos, todo lo que allí se celebra y expresa debe tener decisivas
implicaciones en una nueva manera de ser y de vivir, modelada según el proyecto
original de Jesús.
La parábola que
propone hoy el evangelio de Mateo alude a aquellas personas profundamente
religiosas pero negadas al amor de Dios y a sus implicaciones éticas, en
contraste con aquellos que son tenidos por no creyentes y ajenos a la Iglesia pero
sinceros en sus convicciones, y abiertos al don de Dios. Para ello señala dos actitudes: “Un
hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero le dijo: Hijo, vete hoy a
trabajar en la viña. El respondió No quiero, pero luego se arrepintió y fue.
Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. El respondió: voy, señor, pero no fue.
Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre? El primero, le dicen” .[6]
Su referencia crítica es evidente, destacando con
sutileza la actitud negligente ante la
conversión de quienes se dicen los más cumplidores de la religión, los que
presumen de ser ejemplo de vida recta, y modelo para los demás, despreciando a
quienes no viven en esta perspectiva del ritualismo externo. Es indiscutible
que una de las causas del ateísmo y de la lejanía de muchos hombres y mujeres
de la práctica religiosa es el estilo de algunos – bastantes , es preciso
reconocerlo! - que se dicen observantes,
estrictos cumplidores de sus rituales, pero con un corazón endurecido en el que
predomina la ley sobre el ser humano, presumidos de ser superiores a los demás
en su moralidad, siempre en plan de juzgar y condenar al prójimo, presentando
como base de este comportamiento la imagen de un Dios justiciero, vengativo,
implacable, sometiendo sus súbditos al servilismo y a la más amarga
religiosidad. En coherencia con la originalidad del proyecto de Jesús es imperativo negar a este tipo de Dios para
acceder al verdadero, al Padre de la libertad y de la misericordia que él nos
manifiesta. [7]
Jesús
transforma radicalmente la relación entre los seres humanos y Dios
dejando atrás el esquema de la mediación ritual para proponer el culto al Padre
en espíritu y en verdad. La vida asumida como culto agradable a El:
“Pero llega la hora, ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al
Padre en espíritu y en verdad. Porque esos son los adoradores que busca el
Padre. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en
verdad” .[8]
Muchos de los que son despreciados por ateos y agnósticos resultan de ejemplar
honestidad y rectitud en sus vidas. Las palabras de Jesús a este propósito son
durísimas: “Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas
entrarán antes que ustedes en el reino de Dios. Porque vino Juan, enseñando el
camino de la justicia, y no le creyeron, mientras que los recaudadores de
impuestos y las prostitutas sí le creyeron. Y ustedes, aún después de verlo, no
se han arrepentido ni le han creído”.[9]
Con frecuencia los cristianos somos sometidos al
examen crítico de nuestra honestidad, se nos cuestiona por exceso de formalidad
religiosa y por dureza de corazón, por manipular a Dios poniéndolo como
legitimador de posturas estrechas con respecto a la conciencia de las personas,
por hacer interpretaciones sesgadas del evangelio, por no ejercer la
misericordia, por dar prioridad a las leyes sobre la vida, por juzgar y
condenar implacablemente a los “pecadores”, por la soberbia moral.
El Evangelio siempre nos trae posibilidades de
crecimiento y conversión. Este tema de
hoy es antiguo y reiterado, pero su trasfondo es inagotable y susceptible de un
proceso constante y creciente de configuración con Jesús, con el proyecto del
Padre, realidad que se manifiesta cuando damos el salto del cristianismo de
formas externas y de minucias rituales a la pasión por la verdad que se
manifiesta en el reverso de la historia, en las muchas cruces de la humanidad,
en la indignación de Dios con las injusticias de los “buenos”: [10]
“Les aseguro que los publicanos[11] y las prostitutas
entrarán antes que ustedes en el reino de Dios”[12],
radicales palabras de Jesús para estos fariseos “observantes” , expresan el
desacuerdo radical con esa moralidad y religiosidad de formas exteriores.
[1] José Antonio Pagola. Jesús:
aproximación histórica. PPC. Madrid, 2008; páginas 250-251
[2] Carlos Gil Arbiol. La
misericordia desde las víctimas: la mirada de Jesús. Publicado en revista
Lumen, Provincia Capuchina de España, volumen 65 número 3 (2016), páginas 263 a
284. Del mismo autor El Dios de Jesús y las fronteras culturales y
religiosas. Publicado en revista Cuestiones Teológicas Universidad
Pontificia Bolivariana Medellín volumen 44 número 102 julio-diciembre 2017,
páginas 453 a 467. Jon Sobrino. La fe
en Jesucristo: ensayo desde las víctimas. Trotta. Madrid, 1999. Andrés
Torres Queiruga. Creo en Dios Padre: El Dios de Jesús como afirmación plena
del hombre. Sal Terrae. Santander, 1986.
[3] Gerhard Theissen
[4] Xavier Alegre. Los responsables
de la muerte de Jesús en https://core.ak.uk/download/pdf/47263907.pdf
[5] Mateo 23: 25
[6] Mateo 18: 28-31
[7] Juan Arias. El Dios en quien no
creo. Sígueme. Salamanca, 2003. José María Mardones. Matar a nuestros
dioses: un Dios para un creyente adulto. PPC. Madrid, 2005. Manuel Díaz
Mateos. Imágenes de Dios y dignidad humana. CEP. Lima, 2003. Ver la
excelente presentación power point de Jesús Rojano Martínez SDB titulada Cuidar
a Dios : imágenes falsas de Dios en https://catequesis.archimadrid.es/wp-content/uploads/2017/01(Cuidar-a-Dios.pdf Milan Machovec. Jesús para ateos.
Sígueme. Salamanca, 1976.
[8] Juan 4: 23-24
[9] Mateo 18: 31-32
[10] Federico Nietzsche. La genealogía
de la moral. Alianza Editorial. Madrid, 2011. José María Castillo. La
ética de Cristo. Desclée de Brower. Bilbao, 2005.
[11] Eran los cobradores de impuestos en
Palestina, en tiempos de Jesús, grupo social muy odiado por todos, estaban al
servicio del Imperio Romano y del Templo de Jerusalén, las cargas impositivas
que estas entidades eran recaudadas por estos con bastante arbitrariedad.
[12] Mateo 21:31,