domingo, 26 de enero de 2020

COMUNITAS MATUTINA 26 DE ENERO 2020 III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A


“En la tierra de Zabulón y Neftalí, junto al mar, más allá del río Jordán, en Galilea, donde viven tantos gentiles, la gente que estaba en la oscuridad ha visto una gran luz”
(Mateo 4: 15-16)
Lecturas:
1.   Isaías 8: 23 a 9:3
2.   Salmo 26
3.   1 Corintios 1: 10-17
4.   Mateo 4: 12-23

Jesús no fue un  predicador doctrinal teórico, ni  maestro reformador de la religión, ni  asceta con deseos de imponer obligaciones rituales y morales a sus seguidores. En él lo que predomina es su condición de profeta urgido y apasionado por el reino de Dios, pasión que para él era inminente. Este elemento es definitivo para poder captar y asumir la esencia de su mensaje que conocemos con el nombre de Buena Noticia-Evangelio. Dentro de esta oferta – que tiene la pretensión de ser sentido definitivo de vida para quienes la acogen – es fundamental su énfasis primero en la reivindicación de los seres humanos destruídos por la injusticia, por la humillación, por el pecado, por la exclusión social, por la pobreza, por todo lo que menoscaba su dignidad y su felicidad. [1]
En esta profecía él revela el rostro de misericordia y compasión , esencia de la personalidad del Padre Dios, revela así mismo el valor fundante del ser humano y de la vida, y deja claro que en su humanidad se manifiesta la divinidad, con su condición salvadora y liberadora, promesa también de divinización para nosotros, los humanos. [2]
Esta promesa y su consecuente realización son el contenido de la Palabra de este domingo. Jesús comienza su misión tomando como referencia los signos de los tiempos: “Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Pero dejó Nazaret y fue a residir en Cafarnaúm…..”[3]. El sometimiento del que es víctima Juan el Bautista lo inquieta, lo interpreta como una injusta intervención del poder político romano y del poder religioso judío, reacciona en contra de este proceder por considerarlo un atropello, y hace de esa denuncia parte integrante de su ministerio, como lo hará siempre en adelante, para dejar claro que no es voluntad de Dios someter la libertad de quienes quieren afirmar la primacía de la dignidad humana. 
Afirmar siempre el valor de cada persona es nota distintiva del reino que Jesús anuncia y realiza. La presencia de Jesús en la historia es la significación mayor de un Dios que lo apuesta todo por la plenitud de hombres y mujeres, por el sentido de sus vidas, por su salvación y liberación de toda opresión, como la causada por el pecado y por el mismo egoísmo de seres humanos cuyo corazón está cerrado a esa trascendencia.
Particularmente se fija en quienes están desencantados, carentes de ilusión, frustrados, fracasados. El ministerio jesuánico consiste en restablecer – en nombre de la paternidad-maternidad de Dios – la pasión de vivir en amor y en libertad. [4]
Jesús realiza un anuncio que conmociona, anima la esperanza en una nueva manera de vivir: “Conviértanse porque el reino de los cielos ha llegado[5]. El carácter concreto de la praxis que él adopta no es la de transformar las relaciones él mismo directamente, sino la de invitar a otros a integrarse a ese proyecto: “Caminando por la ribera del mar de Galilea, vió a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres. Ellos dejaron las redes al instante y le siguieron[6].
La vocación a esa dinámica de conversión – metanoia se dice en griego, que significa cambio de mentalidad y de rumbo en la vida, una nueva  manera de ser y de hacer – no está limitada a una determinada “casta religiosa” como ordinariamente se entiende en cierto tipo de catolicismo tradicional, los sacerdotes y las religiosas. Es un llamamiento que Jesús hace a todo ser humano que quiera ser plenamente tal para ser plenamente divino, es un camino de máxima humanización cuyo correlato determinante es la máxima divinización. [7] Es querer de Dios que todos seamos así, con el elemento central de la libre acogida, claro está.
En este camino hay diversidad de dones-carismas, todos orientados a lo mismo: establecer el reino de Dios y su justicia,  una novedad cualitativa que hace al hombre un bienaventurado, que estructura las relaciones entre las personas en clave de solidaridad-fraternidad, que no impone doctrinas ni coarta la libertad, que ofrece a esta la posibilidad de decidir en discernimiento su deseo de crecer en esta perspectiva.[8]
No hay un escalafonamiento de “vocaciones” de mayor a menor, de superior a inferior, la paternidad-maternidad de Dios revelada en Jesús es la fuente de una igualdad-dignidad que es inherente a cada ser humano, cada uno recibe del Espíritu una determinada gracia especializada que lo conduce a la construcción de la comunión de los discípulos del reino: “Los exhorto, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que sean unánimes en el hablar, y no haya entre ustedes divisiones; a que estén unidos en una misma forma de pensar y en idénticos criterios”. [9]
No consiste esta invitación de Pablo en un unanimismo acrítico sino en una convergencia en torno a lo fundamental, es decir, el reino de Dios y su justicia. Y la tarea que se desprende de aquí es a abrir mentes y corazones, a sanar a los heridos en la injusta guerra de la vida, a hacer tomar conciencia del valor de lo humano, a difundir la vitalidad liberadora de Dios, a reconocer con amor lo diferente y a incluírlo en la mesa que él sirve para todos en igualdad de condiciones.[10]
Mateo presenta las señales de este nuevo orden de cosas: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando las enfermedades y dolencias de la gente”. [11]. El trabajo principal es transformar el corazón humano, hacer posible que descubra a Dios padre-madre como el experto en hacerlo nuevo todo, conduciendo a que los seres humanos depongamos los intereses personales, a que veamos a los otros como coequiperos en el camino de la vida, no como competidores o adversarios, a que cultivemos la convicción de que la diversidad de estilos y mentalidades es una riqueza que hace posible una mayor densidad en el bien común, a que el poder no medie nuestros vínculos, sino el servicio y la cultura de la solidaridad.
La voluntad de Dios es la felicidad del ser humano, de esto tiene Jesús total claridad y a eso es a lo que entrega su vida, se refiere siempre al Padre y lo traduce en la donación de sí mismo al prójimo abatido por la infelicidad y la injusticia.
La referencia de la primera lectura, del profeta Isaías, se inscribe en esta perspectiva de la nueva vida de Dios: “El pueblo que andaba a oscuras percibió una luz cegadora. A los que vivían en tierra de sombras una luz brillante los cubrió. Acrecentaste el regocijo, multiplicaste la alegría: alegría por tu presencia, como la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín”. [12]
El profeta alude  aquí a los deportados del norte del país de Palestina los habitantes de Samaría, que fue destruída en el año 722 a.c  por el ejército asirio. Estos lenguajes de los profetas bíblicos hay que verlos siempre en su contexto histórico y social, ellos no pronuncian vanas retóricas, sus palabras siempre están alentando la esperanza del pueblo en medio de circunstancias adversas, que no han de convertirse en tragedias definitivas. De Dios vienen siempre el sentido pleno de la vida, la libertad, la convivencia justa, la paz. [13]
En Jesús esa esperanza se vuelve realidad, historia, posibilidad, alternativa de vida y de sentido para muchos. Es tarea de la Iglesia significar con eficacia el ministerio de Jesús y hacerlo vigente en cada momento de la historia, su misión no es anunciarse a sí misma ni estructurarse como una entidad de poder religioso, sino como la define el Concilio Vaticano II, sacramento universal de salvación: “Cristo, elevado de la tierra, atrajo a sí a todos los hombres. Al resucitar de entre los muertos, envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de El constituyó a su cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación”. [14]
Todo el ser y quehacer de la Iglesia debe estar en función de este carácter, hacer palpable el reino de Dios y su justicia, significar con eficacia sacramental al Señor Jesucristo, acoger a todos los seres humanos, ser una Iglesia en salida – como la refiere el Papa Francisco -  ejercer una luminosidad que dé esperanza y garantía a la humanidad, no imponer disciplinas ni dogmas con autoridad vertical, ser comunidad que hace evidente la fraternidad de los hijos de Dios, convertirse siempre, ser casa de todos, ser luz en la oscuridad, como Jesús.


[1] CASTILLO, José María. El reino de Dios: por la vida y la dignidad de los seres humanos. Desclée de Brower. Bilbao, 1999.
[2] KASPER, Walter. La misericordia: clave del evangelio y de la vida cristiana. Sal Terrae. Santander (España), 2014.
[3] Mateo 4: 12-13
[4] CASTILLO, José María. Dios y nuestra felicidad. Desclée de Brower. Bilbao, 2001.
[5] Mateo 4: 17
[6] Mateo 4: 18-20.
[7] GONZALEZ FAUS, José Ignacio. La humanidad nueva : ensayo de cristología. Sal Terrae. Santander (España), 1994.
[8] COMBLIN, José. La libertad cristiana. Sal Terrae. Santander (España), 1997.
[9] 1 Corintios 1: 10
[10] Ver el trabajo de Rafael AGUIRRE MONASTERIO “La mesa compartida” publicado en https://redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1105/1/RLT-1995-035-B.pdf Aguirre es profesor en la universidad jesuita de Deusto, en Bilbao (Vizcaya, España).
[11] Mateo 4: 23
[12] Isaías 9: 1-2
[13] SEVILLA JIMENEZ, Cristóbal. Crisis y esperanza en los profetas de Israel. Publicado en SCRIPTA FULGENTINA, AÑO XXIV # 47-48 2015, páginas 7-22. Publicación del Instituto Teológico San Fulgencio, de Murcia (España). SICRE, José Luis. El desarrollo de la esperanza mesiánica en Israel. Cuestiones Teológicas volumen 34 # 82, páginas 249-256. Medellín junio-diciembre 2007. Publicación de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana.
[14] Concilio VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, # 48.

domingo, 19 de enero de 2020

COMUNITAS MATUTINA 19 DE ENERO 2020 II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A


“Yo te destino a ser la  luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”
(Isaías 49: 6)

Lecturas
1.   Isaías 49: 3-6
2.   Salmo 39: 2-10
3.   1 Corintios 1: 1-3
4.   Juan 1: 29-34
Las lecturas de este domingo están atravesadas por la invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, Dios que nos reta a una manera nueva de ser humanos,   ser al mismo tiempo creación – conciencia y experiencia  liberadoras de ser resultados de la iniciativa divina -  y sociedad – libre iniciativa nuestra para configurar unos vínculos determinados por el amor y la solidaridad -. Son dos aspectos complementarios que determinan la concepción cristiana del hombre, en la que interactúan la gracia de Dios y la respuesta de nuestra libertad.  Con estas certezas advirtamos  que esta  iniciativa tiene pretensiones de universalidad, Dios es don para todos los seres humanos, El ofrece plenitud y salvación para toda la humanidad. [1]
Tal oferta es revolucionaria porque pone en crisis la concepción elitista y excluyente del judaísmo contemporáneo de Jesús, que se pretendía concesionario exclusivo del don salvífico de Dios. Sabemos que esta misma comprensión cerrada caracteriza a muchos grupos religiosos en los diversos tiempos de la historia, generando comunidades autosuficientes, arrogantes por sentirse únicos poseedores de la verdad, y superiores a quienes no participan de sus convicciones y prácticas. Así, no contribuyen a una humanidad en paz, en postura de diálogo y apertura. Penosamente, uno de los grandes factores de violencia en la historia ha sido la intransigencia de las religiones, y la postura de unas y otras que ven  a los creyentes de las diversas  como adversarios y/o competidores.
Con Jesús se inaugura una lógica de universalidad. Esta intención se vislumbra  en el Antiguo Testamento, principalmente en el profeta Isaías, del que proviene el texto de la primera lectura de hoy. En la misma,   el profeta   alude al pueblo de Israel  escogido como modelo de la nueva humanidad: “Escúchenme, costas lejanas, presten atención pueblos remotos! El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre” [2]. El texto pertenece al segundo canto del siervo de Yahvé, en el que se reconoce a Israel como ese servidor, llamado a ser paradigma del nuevo ser humano, libre en el amor, que surge del proyecto de Dios, referente para toda la humanidad.
Sucede que una deficiente comprensión de los textos bíblicos – o ignorancia de los mismos – y también unas interpretaciones incompletas o sesgadas de lo cristiano, nos conducen a estilos y prácticas igualmente limitadas. Es muy común, para poner un caso relevante, el reducir todo lo de Jesús y su evangelio a una fábula piadosa, sin vigor histórico y liberador, una religión más de corte emocional, milagrera, fantasiosa, sin una traducción adecuada en la configuración del sentido de la vida humana. Dentro de estas deficiencias de lo religioso, mal entendido y asumido, están las cerrazones y el exclusivismo ya referido.
No olvidemos que circulan muchas tendencias fundamentalistas en el ámbito religioso, claramente reñidas con la originalidad evangélica. La proliferación de grupos de este talante, dentro y fuera de la iglesia católica, es definitivamente muy problemática. Recordemos las críticas de fondo planteadas al cristianismo por parte de algunos pensadores serios, especialmente de los siglos XIX y XX, señalando el carácter alienante y esclavizante de ciertas mentalidades religiosas.[3]
 Siguiendo a Isaías,   advertimos  una misión de alcance universal: “No basta que seas mi siervo sólo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas la  luz de las naciones, para que lleves mi salvación   hasta las partes más lejanas de la tierra” [4]. Este elemento delinea el carácter excepcional de lo que Dios quiere realizar a través de este siervo ideal, mesiánico, prefiguración de Jesús, en quien se realiza plenamente ese querer salvador del Padre. Es una oferta comunicada a la libertad de todos los seres humanos a través del  grupo de israelitas deportados a Babilonia que, a pesar de estar en ese momento cautivo y expulsado de su tierra de origen, es el que garantiza la fidelidad a la voluntad liberadora de Yahvé.
El profeta que escribe este cántico de la primera lectura marca una diferencia cualitativa en cuanto a la comprensión de la salvación que promete Yahvé; siendo el tiempo doloroso del exilio, anuncia una salvación para todas las naciones, no únicamente para Israel. En la intencionalidad de Dios cabemos todos los seres humanos. Desde este anuncio no es posible dar pie a  modelos religiosos absolutistas  y excluyentes.[5]
Con Pablo, en la segunda lectura ,  encontramos una confirmación de esta universalidad del reino de Dios, saluda a la comunidad cristiana de Corinto con estas palabras:  “…a los que forman la Iglesia de Dios que está en Corinto, que en Cristo Jesús fueron santificados y llamados a formar su pueblo santo, junto con TODOS los que en TODAS PARTES invocan el nombre de Nuestro Señor Jesucristo….” [6]. Aunque Pablo escribe de modo particular a esa comunidad, su mensaje desborda los límites de espacio y de tiempo, porque es Palabra dirigida a la humanidad entera.
Mediante Jesús hemos recibido el don de ser acogidos todos por Dios para realizar en nuestras vidas la misión de hacer presente en la historia su reino y su justicia, reconocer con eficacia la dignidad de cada ser humano y de toda la realidad, hacer de este mundo un ámbito de solidaridad, asumir la pluralidad de visiones y de prácticas espirituales y humanistas como don del Espíritu, negar la supremacía violenta del poder y reconocer a Jesús como el mediador que nos configura como hijos de Dios y hermanos de todos los seres humanos.
Desde estas reflexiones dominicales animamos a nuestros lectores a cultivar una sensibilidad incluyente, abierta a las diversas manifestaciones religiones, a la rica pluralidad de los caminos que nos llevan a Dios, sin ocultar los elementos esenciales que nos identifican como cristianos y, precisamente, advirtiendo que en los mismos se contempla una respetuosa apertura a esa apasionante diversidad de las tradiciones creyentes.[7]
En Jesús apreciamos  el carácter universal de la oferta de salvación que Dios desea ofrecer a todos los humanos. Es de la esencia jesuánica la universalidad salvífica [8].
Juan el Bautista proclama:  “ Al día siguiente, Juan vió a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: Miren, ese es el Cordero de Dios , que quita el pecado del mundo” [9].  El cordero inmolado, desde el Antiguo Testamento, es figura del Dios que salva y libera, por eso en el ritual israelita de la Pascua se lo asume como el simbolismo central de esa celebración, que conmemora anualmente la intervención liberadora de Yavé para sacar al pueblo de la dominación egipcia y conducirlo a la tierra prometida.
El Hijo de Dios ofrece su vida como evidencia máxima de su amor y , al hacerlo, se presenta como la oferta definitiva del Padre para incluír a todas las gentes en esa iniciativa. En el paradigma de la entrega crucificada de Jesús no está contenida la victimización sádica del Hijo sino la afirmación radical de que sólo el amor es digno de credibilidad: “Nadie tiene mayor amor que aquel que es capaz de dar la vida por los que ama”. [10]
Juan Bautista es   testigo primero de la identidad de Jesús: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él. Yo todavía no sabía quien era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo. Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios” [11]. Juan lo anuncia como enviado del Padre, ungido por el Espíritu de Dios, en él se  concreta lo anticipado en el cántico del siervo, su misión es establecer la justicia del Reino, establecer un modo nuevo de relación con Dios, no mediado en la minuciosidad de las observancias religiosas sino en la condición humana asumida por la gratuidad del Padre que acoge en libertad esta oferta para hacerla proyecto definitivo de vida.[12]
En el magisterio del Papa Francisco  encontramos un deseo notable de  recuperar lo esencial cristiano, que es , en primerísimo lugar, el mismo Señor Jesús. Así como el Bautista testimonia a Jesús, en las palabras previas de Juan, así también la Iglesia tiene sentido en la medida en que cumpla esta misión de comunicar a Jesús y su Buena Noticia sin recortes, íntegra, esperanzadora, reconstructora de la plenitud humana afectada por el pecado y por la injusticia: “La Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo , que se queda con las puertas abiertas para que , cuando regrese, pueda entrar sin dificultad”. [13]
La Iglesia no se puede predicar a sí misma, ni comprometerse con ideologías, normas, pensamientos, que sean incompatibles con el Evangelio. Por eso,  como Juan el Bautista, tenemos la responsabilidad de  mostrar a todos  la bienaventurada integridad del Señor Jesucristo como Buena Noticia de sentido y de salvación.[14] :  “ Al día siguiente, Juan estaba allí otra vez con dos de sus seguidores. Cuando vió pasar a Jesús, Juan dijo: Miren, ese es el Cordero de Dios! Los dos seguidores de Juan lo oyeron decir esto y siguieron a Jesús.  [15]
En este mundo globalizado que transmite tantos beneficios al ser humano pero que, en desafortunada evidencia del egoísmo nuestro, excluye a miles de millones de hombres y mujeres de la mesa de la vida,  condenándolos a la pobreza y al desencanto, se impone una afirmación del valor incuestionable de cada persona, principalmente de las víctimas, y – con ella – el reconocimiento cuidadoso de la casa común, sacramento de esta solidaridad teologal establecida en el Señor Jesús.


[1] RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis. El don de Dios: antropología teológica especial. Sal Terrae. Santander (España), 1991.
[2] Isaías 49: 1
[3] Las posturas de los llamados “Maestros de la sospecha”, de significativo desarrollo en el siglo XIX, invocando los fundamentos de la razón ilustrada y de su crítica emancipatoria a las instituciones sociales, tiene en autores como Sigmund Freud, Karl Marx, Federico Nietzsche, Ludwig Feuerbach, a los principales pensadores que someten la religión al riguroso examen de la racional, para derivar en la afirmación de la no existencia de Dios como garantía de la libertad humana, y en el carácter alienante de las mediaciones religiosas. Lo que estos pensadores veían en sus respectivos contextos era elitismo religioso, absolutización de las propias doctrinas, fundamentalismo, moralismo, dogmatismo, cerrazón a los desarrollos de la razón, antípodas del espíritu científico.
[4] Isaías 49: 6
[5] PANIKKAR, Raimon. El diálogo indispensable: paz entre las religiones. Península. Barcelona, 2003.
[6] 1 Corintios 1: 2
[7] VIGIL, José María. Teología del pluralismo religioso. Abya Yala. Quito, 2003.
[8] MARTINEZ DIEZ, Felicísimo. Creer en Jesucristo: vivir en cristiano. Verbo Divino. Estella (Navarra España), 2007.  MANARANCHE, André. Creo en Jesucristo hoy. Sígueme. Salamanca, 1979.
[9] Juan 1: 29
[10] Juan 15: 13
[11] Juan 1: 32-34
[12] ESPEJA, Jesús. Jesucristo: la invención del diálogo. Verbo Divino. Estella (Navarra, España), 2005.
[13] Papa Francisco. Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio. Ediciones Paulinas. Bogotá, 2013. Número 46.
[14] PABLO VI. Exhortación Apostólica sobre El Anuncio del Evangelio Hoy Evangelii Nuntiandi. Tipografía Vaticana, diciembre de 1975. Esta exhortación es fruto del Sínodo de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.
[15] Juan 1: 29

Archivo del blog