“En
la tierra de Zabulón y Neftalí, junto al mar, más allá del río Jordán, en
Galilea, donde viven tantos gentiles, la gente que estaba en la oscuridad ha
visto una gran luz”
(Mateo
4: 15-16)
Lecturas:
1.
Isaías 8: 23 a
9:3
2.
Salmo 26
3.
1 Corintios 1:
10-17
4.
Mateo 4: 12-23
Jesús no fue un predicador
doctrinal teórico, ni maestro reformador
de la religión, ni asceta con deseos de
imponer obligaciones rituales y morales a sus seguidores. En él lo que
predomina es su condición de profeta urgido y apasionado por el reino de Dios,
pasión que para él era inminente. Este elemento es definitivo para poder captar
y asumir la esencia de su mensaje que conocemos con el nombre de Buena
Noticia-Evangelio. Dentro de esta oferta – que tiene la pretensión de ser
sentido definitivo de vida para quienes la acogen – es fundamental su énfasis
primero en la reivindicación de los seres humanos destruídos por la injusticia,
por la humillación, por el pecado, por la exclusión social, por la pobreza, por
todo lo que menoscaba su dignidad y su felicidad. [1]
En esta profecía él revela el rostro de misericordia y compasión ,
esencia de la personalidad del Padre Dios, revela así mismo el valor fundante
del ser humano y de la vida, y deja claro que en su humanidad se manifiesta la
divinidad, con su condición salvadora y liberadora, promesa también de
divinización para nosotros, los humanos. [2]
Esta promesa y su consecuente realización son el contenido de la Palabra
de este domingo. Jesús comienza su misión tomando como referencia los signos de
los tiempos: “Cuando oyó que Juan
había sido entregado, se retiró a Galilea. Pero dejó Nazaret y fue a residir en
Cafarnaúm…..”[3].
El sometimiento del que es víctima Juan el Bautista lo inquieta, lo interpreta
como una injusta intervención del poder político romano y del poder religioso
judío, reacciona en contra de este proceder por considerarlo un atropello, y
hace de esa denuncia parte integrante de su ministerio, como lo hará siempre en
adelante, para dejar claro que no es voluntad de Dios someter la libertad de
quienes quieren afirmar la primacía de la dignidad humana.
Afirmar siempre el valor de cada persona es nota distintiva del reino que
Jesús anuncia y realiza. La presencia de Jesús en la historia es la
significación mayor de un Dios que lo apuesta todo por la plenitud de hombres y
mujeres, por el sentido de sus vidas, por su salvación y liberación de toda
opresión, como la causada por el pecado y por el mismo egoísmo de seres humanos
cuyo corazón está cerrado a esa trascendencia.
Particularmente se fija en quienes están desencantados, carentes de
ilusión, frustrados, fracasados. El ministerio jesuánico consiste en
restablecer – en nombre de la paternidad-maternidad de Dios – la pasión de
vivir en amor y en libertad. [4]
Jesús realiza un anuncio que conmociona, anima la esperanza en una nueva
manera de vivir: “Conviértanse porque
el reino de los cielos ha llegado”[5].
El carácter concreto de la praxis que él adopta no es la de transformar las
relaciones él mismo directamente, sino la de invitar a otros a integrarse a ese
proyecto: “Caminando por la ribera del
mar de Galilea, vió a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés,
largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: vengan conmigo, y
los haré pescadores de hombres. Ellos dejaron las redes al instante y le
siguieron”[6].
La vocación a esa dinámica de conversión – metanoia se dice en griego,
que significa cambio de mentalidad y de rumbo en la vida, una nueva manera de ser y de hacer – no está limitada a
una determinada “casta religiosa” como ordinariamente se entiende en cierto
tipo de catolicismo tradicional, los sacerdotes y las religiosas. Es un
llamamiento que Jesús hace a todo ser humano que quiera ser plenamente tal para
ser plenamente divino, es un camino de máxima humanización cuyo correlato
determinante es la máxima divinización. [7]
Es querer de Dios que todos seamos así, con el elemento central de la libre
acogida, claro está.
En este camino hay diversidad de dones-carismas, todos orientados a lo
mismo: establecer el reino de Dios y su justicia, una novedad cualitativa que hace al hombre un
bienaventurado, que estructura las relaciones entre las personas en clave de
solidaridad-fraternidad, que no impone doctrinas ni coarta la libertad, que
ofrece a esta la posibilidad de decidir en discernimiento su deseo de crecer en
esta perspectiva.[8]
No hay un escalafonamiento de “vocaciones” de mayor a menor, de superior
a inferior, la paternidad-maternidad de Dios revelada en Jesús es la fuente de
una igualdad-dignidad que es inherente a cada ser humano, cada uno recibe del
Espíritu una determinada gracia especializada que lo conduce a la construcción
de la comunión de los discípulos del reino: “Los exhorto, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que
sean unánimes en el hablar, y no haya entre ustedes divisiones; a que estén
unidos en una misma forma de pensar y en idénticos criterios”. [9]
No consiste esta invitación de Pablo en un unanimismo acrítico sino en
una convergencia en torno a lo fundamental, es decir, el reino de Dios y su
justicia. Y la tarea que se desprende de aquí es a abrir mentes y corazones, a
sanar a los heridos en la injusta guerra de la vida, a hacer tomar conciencia
del valor de lo humano, a difundir la vitalidad liberadora de Dios, a reconocer
con amor lo diferente y a incluírlo en la mesa que él sirve para todos en
igualdad de condiciones.[10]
Mateo presenta las señales de este nuevo orden de cosas: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en
sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando las enfermedades
y dolencias de la gente”. [11].
El trabajo principal es transformar el corazón humano, hacer posible que
descubra a Dios padre-madre como el experto en hacerlo nuevo todo, conduciendo
a que los seres humanos depongamos los intereses personales, a que veamos a los
otros como coequiperos en el camino de la vida, no como competidores o adversarios,
a que cultivemos la convicción de que la diversidad de estilos y mentalidades
es una riqueza que hace posible una mayor densidad en el bien común, a que el
poder no medie nuestros vínculos, sino el servicio y la cultura de la
solidaridad.
La voluntad de Dios es la felicidad del ser humano, de esto tiene Jesús
total claridad y a eso es a lo que entrega su vida, se refiere siempre al Padre
y lo traduce en la donación de sí mismo al prójimo abatido por la infelicidad y
la injusticia.
La referencia de la primera lectura, del profeta Isaías, se inscribe en
esta perspectiva de la nueva vida de Dios: “El pueblo que andaba a oscuras percibió una luz cegadora. A los que
vivían en tierra de sombras una luz brillante los cubrió. Acrecentaste el
regocijo, multiplicaste la alegría: alegría por tu presencia, como la alegría
en la siega, como se regocijan repartiendo botín”. [12]
El profeta alude aquí a los
deportados del norte del país de Palestina los habitantes de Samaría, que fue
destruída en el año 722 a.c por el
ejército asirio. Estos lenguajes de los profetas bíblicos hay que verlos
siempre en su contexto histórico y social, ellos no pronuncian vanas retóricas,
sus palabras siempre están alentando la esperanza del pueblo en medio de
circunstancias adversas, que no han de convertirse en tragedias definitivas. De
Dios vienen siempre el sentido pleno de la vida, la libertad, la convivencia
justa, la paz. [13]
En Jesús esa esperanza se vuelve realidad, historia, posibilidad,
alternativa de vida y de sentido para muchos. Es tarea de la Iglesia significar
con eficacia el ministerio de Jesús y hacerlo vigente en cada momento de la
historia, su misión no es anunciarse a sí misma ni estructurarse como una
entidad de poder religioso, sino como la define el Concilio Vaticano II,
sacramento universal de salvación: “Cristo,
elevado de la tierra, atrajo a sí a todos los hombres. Al resucitar de entre
los muertos, envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de El
constituyó a su cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación”.
[14]
Todo el ser y quehacer de la Iglesia debe estar en función de este
carácter, hacer palpable el reino de Dios y su justicia, significar con
eficacia sacramental al Señor Jesucristo, acoger a todos los seres humanos, ser
una Iglesia en salida – como la refiere el Papa Francisco - ejercer una luminosidad que dé esperanza y
garantía a la humanidad, no imponer disciplinas ni dogmas con autoridad
vertical, ser comunidad que hace evidente la fraternidad de los hijos de Dios,
convertirse siempre, ser casa de todos, ser luz en la oscuridad, como Jesús.
[1]
CASTILLO, José María. El reino de Dios: por la vida y la dignidad de los seres
humanos. Desclée de Brower. Bilbao, 1999.
[2]
KASPER, Walter. La misericordia: clave del evangelio y de la vida cristiana.
Sal Terrae. Santander (España), 2014.
[3]
Mateo 4: 12-13
[4]
CASTILLO, José María. Dios y nuestra felicidad. Desclée de Brower. Bilbao,
2001.
[5]
Mateo 4: 17
[6]
Mateo 4: 18-20.
[7]
GONZALEZ FAUS, José Ignacio. La humanidad nueva : ensayo de cristología. Sal
Terrae. Santander (España), 1994.
[8]
COMBLIN, José. La libertad cristiana. Sal Terrae. Santander (España), 1997.
[9] 1
Corintios 1: 10
[10]
Ver el trabajo de Rafael AGUIRRE MONASTERIO “La mesa compartida” publicado en https://redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/1105/1/RLT-1995-035-B.pdf
Aguirre es profesor en la universidad jesuita de Deusto, en Bilbao (Vizcaya,
España).
[11]
Mateo 4: 23
[12]
Isaías 9: 1-2
[13]
SEVILLA JIMENEZ, Cristóbal. Crisis y esperanza en los profetas de Israel.
Publicado en SCRIPTA FULGENTINA, AÑO XXIV # 47-48 2015, páginas 7-22.
Publicación del Instituto Teológico San Fulgencio, de Murcia (España). SICRE,
José Luis. El desarrollo de la esperanza mesiánica en Israel. Cuestiones
Teológicas volumen 34 # 82, páginas 249-256. Medellín junio-diciembre 2007.
Publicación de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia
Bolivariana.
[14]
Concilio VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”,
# 48.