“La paz con ustedes.
Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló y les dijo:
reciban el Espíritu Santo” (Juan 20: 21 – 22)
Lecturas
1.
Hechos 2: 1 – 11
2.
Salmo 103: 1 y 24 – 34
3.
1 Corintios 12: 3 – 7 y 12 – 13
4.
Juan 20: 19 – 23
Vamos a entrar hoy con
dos asuntos claves:
-
El desánimo existencial, la pérdida del
deseo de vivir, el desaliento,
la
falta de espíritu
-
El mundo diverso y plural en el que
vivimos
De lo primero tenemos
que decir que es una enfermedad de muchos seres humanos, cosa de siempre,
lamentablemente. No juzgamos esta condición, preocupados la constatamos. Se la
puede llamar vacío existencial, angustia, sentimiento trágico de la vida, baja
autoestima, fracaso, carencia de vitalidad. Es asunto individual y colectivo.
Tiene muchas causas,
nunca está de más recordar algunas. La pobreza, las indignantes injusticias que
el “establecimiento” comete en contra de millones de sus semejantes, las
políticas económicas y laborales carentes de humanismo, la soledad, el fracaso
en proyectos de vida, las ficciones que provienen de la felicidad artificial
del consumo y de la subcultura “light”, probablemente deficiencias genéticas o
procesos de formación familiar desintegrados, rechazos, condenas morales y
religiosas, egoísmo de unos para desconocer a otros. Y qué tenemos? Suicidios,
muertes en vida, adicciones, falta de aliento vital, [1] el
sentimiento trágico de la vida. Esto es vivir sin espíritu, vivir muriendo. Y
de remate, esta perplejidad en que vivimos todos en cuarentena, previniendo el
ataque de la pandemia, y sacrificando muchos aspectos valiosos de nuestra
cotidianidad.
Qué reto nos plantean
tantos prójimos desanimados? El
sufrimiento? La soledad que parece no tener redención? La pobreza? Las
interminables afrentas que les hacen otros? El desgano ante la vida?
En otro escenario bien
diferente vemos nuestro mundo, parecido al ambiente de la torre de Babel.
Pluralidad de lenguas y culturas, ideas y estilos diversos, mentalidades, ahora
más estimulado con la globalización y el acercamiento que causan las
comunicaciones digitales. Junto a esto, intolerancias sin fin, persecuciones,
acosos, guerras.
Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas
diferencias? La situación es especialmente problemática en los llamados países
desarrollados y en las grandes ciudades, puntos de llegada de olas de
inmigrantes que salen de sus países y regiones abrumados por la pobreza y por
la violencia.[2]
Salen desamparados y cuando llegan, si el egoísmo local los deja entrar,
comienza un verdadero calvario. En Colombia tenemos el drama de los venezolanos
– un millón ochocientos mil dicen las estadísticas – desalojados de su país por
la pobreza y por su patético gobierno.
Nuestro mundo se ha
convertido en un reflejo de esa torre de
Babel, el símbolo bíblico de la prepotencia humana y de la confusión causada
por el egoísmo y la intolerancia.[3] El
ser humano quiere ser como Dios, da la espalda al verdadero, y se erige él
mismo en arrogante divinidad que desprecia al prójimo y se desentiende de las demandas que conlleva un
modo de vida en trascendencia. Es la ausencia del espíritu de la vida, el
imperio del ego y de la barbarie. En este símbolo bíblico [4] Dios
confundió las lenguas y cerró para siempre la puerta de los dioses.
Grave cosa, el rico y
diverso mundo de Dios, plural, multifacético, con toda su potencialidad de
inclusión y comunión, se convierte en un brutal escenario de sectas,
divisiones, segmentos enfrentados, hombres dominando y maltratando multitudes. [5]
Tales hechos nos retan
como ciudadanos de la humanidad y como seguidores de Jesús. Bien sabemos
que el gran proyecto de Dios es la
plenitud del ser humano, su trascendencia definitiva a partir de una
comunidad donde todos se reconocen como
iguales, disfrutando de la creación como el gran sacramento de la vida que
procede de El. El Espíritu Santo constantemente transforma nuestro corazón,
modifica nuestras prioridades y nos abre a reconocer a cada ser humano como
prójimo, siempre susceptible de vivir en comunión y participación.
El desencanto
existencial de tantos, el tedio que merma las capacidades vitales, el desánimo,
y esta universalidad que se fractura por odios y autosuficiencias, llaman
exactamente a lo contrario: construir una cultura del entusiasmo, de las
ganas de vivir, del reencantamiento, de un mundo en el que se sirven muchas
mesas con diversidad de comensales , de lenguas, de mentalidades, con el fin de
afirmar que la solidaridad y la fraternidad no son irrealizables. El Espíritu
de Dios nos mueve a llevar la contraria a los poderosos que rompen la amistad
entre pueblos y religiones. [6]
A este Espíritu le
llamamos creador, santificador, educador de la humanidad, defensor, inspirador
de sabiduría, gracias a El crecemos en justicia, nos sumergimos en el dinamismo
inagotable del amor, captamos la esencia de nuestras vidas en Dios como
principio y fundamento de nuestros proyectos existenciales. El es la nueva
creación, el gran fruto de la resurrección de Jesús: “ El cuerpo humano, aunque tiene
muchos miembros, es uno; es decir, todos los miembros del cuerpo, no obstante
su pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues así también es Cristo. Porque hemos
sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar más que un cuerpo
entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un
solo Espíritu”. [7]
Bajo la acción del
Espíritu,[8]
estamos llamados a reconocer el valor intrínseco de cada hombre y de cada
mujer, a apreciar con respeto las diferencias, a promover causas comunes de
justicia y fraternidad, a proteger con delicadeza todas las formas de vida, en
las que reconocemos la acción creadora de Dios, haciendo efectiva una sabiduría vinculante que haga posible los
encuentros amistosos, la reconciliación y la superación de esas fracturas que
tanto dolor causan a la condición humana. Y a devolver a los entristecidos las
ganas de vivir, la animosidad emprendedora de las más apasionantes aventuras
existenciales.
El hermoso texto que la
Iglesia nos propone hoy como primera lectura es un relato paradigmático que indica con
elocuencia los efectos del Espíritu: “Residían en Jerusalén hombres piadosos,
venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido
, la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en
su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: acaso no son galileos todos
estos que están hablando?” . [9]
No era
fácil hablar del mensaje de Jesús en aquel diverso y complejo mundo de
romanos, judíos, griegos, árabes, cada cual con sus visiones de Dios , de la
vida, de lo religioso, y todas ellas opuestas y más bien generadoras de
animadversión y conflicto, como lo testimonia el relato total de Hechos de los
Apóstoles en las muchas confrontaciones que tuvieron Pedro, Pablo, y los
primeros discípulos, con las autoridades romanas y judías.
Es el Espíritu el que
inaugura este nuevo tiempo , el de la “ecumene”, el diálogo y encuentro
fraterno de los opuestos que convergen ahora en el Espíritu del Resucitado,
experimentando una “globalización salvífica y liberadora”, como no se había visto
hasta entonces en el desarrollo de la humanidad. Cómo traer esta inspiración
del Espíritu a nuestras vidas, a las dinámicas del mundo contemporáneo? Este
mundo que, en medio de sus prodigiosos avances de ciencia y tecnología, de conocimiento
que propende por la emancipación de los
humanos, sigue fomentando injusticias, inequidad, exclusión, mundo “civilizado”
(?) que cierra las puertas y niega la acogida a los millares de sirios,
africanos, que huyen de las despiadadas guerras y pobreza de sus países de
origen.
El Espíritu no produce
personas uniformes, manipuladas por un colectivismo que domestica y sofoca la
iniciativa individual y colectiva, como lo han pretendido sistemas y modelos
políticos, y también algunas entidades y
normativas religiosas. El Espíritu es
una fuerza vital que potencia en cada
uno las diferentes cualidades y aptitudes, para servir con creatividad a la
madurez de la humanidad : “Hay diversidad de carismas, pero un mismo
Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de
actuaciones, pero un mismo Dios que actúa todo en todos” . [10]
Los discípulos de Jesús
y todo el colectivo que estaba con ellos sufrieron un inmenso desencanto
después de la muerte de Jesús, sintieron que las fuerzas del mal ganaron la
desigual batalla, como lo refirieron los caminantes de Emaús al misterioso
peregrino que se les unió en su entristecido andar: “Jesús les preguntó:
de qué van hablando ustedes por el camino? Se detuvieron tristes, y uno de
ellos, que se llamaba Cleofás, contestó: Eres tú el único que ha estado alojado
en Jerusalén y que no sabe lo que ha pasado allí en estos días? El les
preguntó: qué ha pasado? Le dijeron: lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta
poderoso en hechos y en palabras delante
de Dios y de todo el pueblo; y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestras
autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran”.
[11]
La venida del Espíritu
significó para aquel puñado de discípulos el fin del miedo y del pesimismo. Las
puertas se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como el viento, como
fuego ardiente. Autonomía, unidad en la diversidad, comunión, misión, son las
notas distintivas del nuevo camino que surge en Pentecostés, animado por el
Viviente, disponiéndolos a comunicar esa vitalidad a toda aquella persona
abierta a esta primicia: “Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así
los envío yo a ustedes! Y sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu
Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a
quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. [12]
Pentecostés es una magnífica
oportunidad para salir al rescate de lo esencial cristiano y de lo esencial
humano: dialogar, convivir en la diferencia y en la pluralidad, enriquecernos de esto,
servir, construír solidaridad, acoger, reconciliar, sanar heridas, restaurar
los vínculos perdidos por el egoísmo, dar las mejores y más definitivas razones
para el sentido de la vida, sembrar el mundo de esperanza, proteger la
creación, disponer la mesa en igualdad de condiciones para todos, aspirar a la
consumación plena en la vida inagotable del Padre común que nos llama a todos a
sí, en su reino de plenitud y bienaventuranza.
Y en el centro el
Hombre Nuevo: Jesús el Cristo! [13]
[1]
Gilles Lipovetsky. La era del
vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama. Barcelona,
2001. Viktor Frankl. Ante el vacío existencial: hacia una humanización de la
psicoterapia. Herder. Barcelona, 1990. Emil Cioran. Del inconveniente de
haber nacido. Taurus. Madrid, 1981.
[2]
Organización Internacional para las
Migraciones OIM. Informe sobre las migraciones en el mundo 2020. Ginebra
Suiza, 2019.
[3]
Stefan Zweig. Castellio contra
Calvino: conciencia contra violencia. Acantilado. Barcelona, 2012.
[4] Génesis 11: 1-9
[5]
Academia Universal de las Culturas. La
intolerancia. Prólogo de Elie Wiesel, con la participación de Paul Roceur,
Julia Kristeva, Wole Soyinka, Umberto Eco, Alain Touraine, y otros. Editorial
Granica. Buenos Aires, 2010.
[6]
Ana Patricia Noguera de Echeverri. El
reencantamiento del mundo. Universidad Nacional de Colombia. Manizales,
2004. Tzvetan Todorov. La vida en común: ensayo de antropología general.
Taurus. Taurus. Barcelona , 2008. Josep Otón. El reencantamiento espiritual
postmoderno. PPC. Madrid, 2014.
[7] 1 Corintios 12: 12-13
[8] Víctor Codina. Creo en el Espíritu
Santo: pneumatología narrativa. Sal Terrae. Santander (España), 1997.
[9] Hechos 2: 5-7
[10] 1 Corintios 12: 4-6
[11] Lucas 24: 17-20
[12] Juan 20: 21-23.
[13] Emmanuel Sicre. Contar la experiencia
del misterio pascual. Trabajo para optar al grado de Profesional en
Teología. Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología. Bogotá, 2016.