domingo, 31 de mayo de 2020

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 31 DE MAYO 2020 SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES


“La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló y les dijo: reciban el Espíritu Santo” (Juan 20: 21 – 22)

Lecturas
1.   Hechos 2: 1 – 11
2.   Salmo 103: 1 y 24 – 34
3.   1 Corintios 12: 3 – 7 y 12 – 13
4.   Juan 20: 19 – 23

Vamos a entrar hoy con dos asuntos claves:
-      El desánimo existencial, la pérdida del deseo de vivir, el desaliento,
la falta de espíritu
-      El mundo diverso y plural en el que vivimos
De lo primero tenemos que decir que es una enfermedad de muchos seres humanos, cosa de siempre, lamentablemente. No juzgamos esta condición, preocupados la constatamos. Se la puede llamar vacío existencial, angustia, sentimiento trágico de la vida, baja autoestima, fracaso, carencia de vitalidad. Es asunto individual y colectivo.
Tiene muchas causas, nunca está de más recordar algunas. La pobreza, las indignantes injusticias que el “establecimiento” comete en contra de millones de sus semejantes, las políticas económicas y laborales carentes de humanismo, la soledad, el fracaso en proyectos de vida, las ficciones que provienen de la felicidad artificial del consumo y de la subcultura “light”, probablemente deficiencias genéticas o procesos de formación familiar desintegrados, rechazos, condenas morales y religiosas, egoísmo de unos para desconocer a otros. Y qué tenemos? Suicidios, muertes en vida, adicciones, falta de aliento vital,  [1] el sentimiento trágico de la vida. Esto es vivir sin espíritu, vivir muriendo. Y de remate, esta perplejidad en que vivimos todos en cuarentena, previniendo el ataque de la pandemia, y sacrificando muchos aspectos valiosos de nuestra cotidianidad.
Qué reto nos plantean tantos prójimos  desanimados? El sufrimiento? La soledad que parece no tener redención? La pobreza? Las interminables afrentas que les hacen otros? El desgano ante la vida?
En otro escenario bien diferente vemos nuestro mundo, parecido al ambiente de la torre de Babel. Pluralidad de lenguas y culturas, ideas y estilos diversos, mentalidades, ahora más estimulado con la globalización y el acercamiento que causan las comunicaciones digitales. Junto a esto, intolerancias sin fin, persecuciones, acosos, guerras.
 Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias? La situación es especialmente problemática en los llamados países desarrollados y en las grandes ciudades, puntos de llegada de olas de inmigrantes que salen de sus países y regiones abrumados por la pobreza y por la violencia.[2] Salen desamparados y cuando llegan, si el egoísmo local los deja entrar, comienza un verdadero calvario. En Colombia tenemos el drama de los venezolanos – un millón ochocientos mil dicen las estadísticas – desalojados de su país por la pobreza y por su patético gobierno.
Nuestro mundo se ha convertido en un reflejo  de esa torre de Babel, el símbolo bíblico de la prepotencia humana y de la confusión causada por el egoísmo y la intolerancia.[3] El ser humano quiere ser como Dios, da la espalda al verdadero, y se erige él mismo en arrogante divinidad que desprecia al prójimo y  se desentiende de las demandas que conlleva un modo de vida en trascendencia. Es la ausencia del espíritu de la vida, el imperio del ego y de la barbarie. En este símbolo bíblico  [4] Dios confundió las lenguas y cerró para siempre la puerta de los dioses.
Grave cosa, el rico y diverso mundo de Dios, plural, multifacético, con toda su potencialidad de inclusión y comunión, se convierte en un brutal escenario de sectas, divisiones, segmentos enfrentados, hombres dominando y maltratando multitudes. [5]
Tales hechos nos retan como ciudadanos de la humanidad y como seguidores de Jesús. Bien sabemos que  el gran proyecto de Dios es la plenitud del ser humano, su trascendencia definitiva a partir de una comunidad   donde todos se reconocen como iguales, disfrutando de la creación como el gran sacramento de la vida que procede de El. El Espíritu Santo constantemente transforma nuestro corazón, modifica nuestras prioridades y nos abre a reconocer a cada ser humano como prójimo, siempre susceptible de vivir en comunión y participación.
El desencanto existencial de tantos, el tedio que merma las capacidades vitales, el desánimo, y esta universalidad que se fractura por odios y autosuficiencias, llaman exactamente a lo contrario:   construir una cultura del entusiasmo, de las ganas de vivir, del reencantamiento, de un mundo en el que se sirven muchas mesas con diversidad de comensales , de lenguas, de mentalidades, con el fin de afirmar que la solidaridad y la fraternidad no son irrealizables. El Espíritu de Dios nos mueve a llevar la contraria a los poderosos que rompen la amistad entre pueblos y religiones. [6]
A este Espíritu le llamamos creador, santificador, educador de la humanidad, defensor, inspirador de sabiduría, gracias a El crecemos en justicia, nos sumergimos en el dinamismo inagotable del amor, captamos la esencia de nuestras vidas en Dios como principio y fundamento de nuestros proyectos existenciales. El es la nueva creación, el gran fruto de la resurrección de Jesús: “ El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno; es decir, todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues así también es Cristo. Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar más que un cuerpo entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. [7]
Bajo la acción del Espíritu,[8] estamos llamados a reconocer el valor intrínseco de cada hombre y de cada mujer, a apreciar con respeto las diferencias, a promover causas comunes de justicia y fraternidad, a proteger con delicadeza todas las formas de vida, en las que reconocemos la acción creadora de Dios, haciendo efectiva  una sabiduría vinculante que haga posible los encuentros amistosos, la reconciliación y la superación de esas fracturas que tanto dolor causan a la condición humana. Y a devolver a los entristecidos las ganas de vivir, la animosidad emprendedora de las más apasionantes aventuras existenciales.
El hermoso texto que la Iglesia nos propone hoy como primera lectura   es un relato paradigmático que indica con elocuencia los efectos del Espíritu: “Residían en Jerusalén hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido , la gente se congregó y se llenó de estupor, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: acaso no son galileos todos estos que están hablando?” . [9]
 No era  fácil hablar del mensaje de Jesús en aquel diverso y complejo mundo de romanos, judíos, griegos, árabes, cada cual con sus visiones de Dios , de la vida, de lo religioso, y todas ellas opuestas y más bien generadoras de animadversión y conflicto, como lo testimonia el relato total de Hechos de los Apóstoles en las muchas confrontaciones que tuvieron Pedro, Pablo, y los primeros discípulos, con las autoridades romanas y judías.
Es el Espíritu el que inaugura este nuevo tiempo , el de la “ecumene”, el diálogo y encuentro fraterno de los opuestos que convergen ahora en el Espíritu del Resucitado, experimentando una “globalización salvífica y liberadora”, como no se había visto hasta entonces en el desarrollo de la humanidad. Cómo traer esta inspiración del Espíritu a nuestras vidas, a las dinámicas del mundo contemporáneo? Este mundo que, en medio de sus prodigiosos avances de ciencia y tecnología, de conocimiento  que propende por la emancipación de los humanos, sigue fomentando injusticias, inequidad, exclusión, mundo “civilizado” (?) que cierra las puertas y niega la acogida a los millares de sirios, africanos, que huyen de las despiadadas guerras y pobreza de sus países de origen.
El Espíritu no produce personas uniformes, manipuladas por un colectivismo que domestica y sofoca la iniciativa individual y colectiva, como lo han pretendido sistemas y modelos políticos, y también  algunas entidades y normativas religiosas. El Espíritu  es una fuerza vital que  potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes, para servir con creatividad a la madurez de la humanidad : “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que actúa todo en todos” . [10]
Los discípulos de Jesús y todo el colectivo que estaba con ellos sufrieron un inmenso desencanto después de la muerte de Jesús, sintieron que las fuerzas del mal ganaron la desigual batalla, como lo refirieron los caminantes de Emaús al misterioso peregrino que se les unió en su entristecido andar: “Jesús les preguntó: de qué van hablando ustedes por el camino? Se detuvieron tristes, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, contestó: Eres tú el único que ha estado alojado en Jerusalén y que no sabe lo que ha pasado allí en estos días? El les preguntó: qué ha pasado? Le dijeron: lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en  hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran”. [11]
La venida del Espíritu significó para aquel puñado de discípulos el fin del miedo y del pesimismo. Las puertas se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como el viento, como fuego ardiente. Autonomía, unidad en la diversidad, comunión, misión, son las notas distintivas del nuevo camino que surge en Pentecostés, animado por el Viviente, disponiéndolos a comunicar esa vitalidad a toda aquella persona abierta a esta primicia: “Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes! Y sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. [12]
Pentecostés es una magnífica oportunidad para salir al rescate de lo esencial cristiano y de lo esencial humano: dialogar, convivir en la diferencia y  en la pluralidad, enriquecernos de esto, servir, construír solidaridad, acoger, reconciliar, sanar heridas, restaurar los vínculos perdidos por el egoísmo, dar las mejores y más definitivas razones para el sentido de la vida, sembrar el mundo de esperanza, proteger la creación, disponer la mesa en igualdad de condiciones para todos, aspirar a la consumación plena en la vida inagotable del Padre común que nos llama a todos a sí, en su reino de plenitud y bienaventuranza.
Y en el centro el Hombre Nuevo: Jesús el Cristo! [13]




[1] Gilles Lipovetsky. La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama. Barcelona, 2001. Viktor Frankl. Ante el vacío existencial: hacia una humanización de la psicoterapia. Herder. Barcelona, 1990. Emil Cioran. Del inconveniente de haber nacido. Taurus. Madrid, 1981.
[2] Organización Internacional para las Migraciones OIM. Informe sobre las migraciones en el mundo 2020. Ginebra Suiza, 2019.
[3] Stefan Zweig. Castellio contra Calvino: conciencia contra violencia. Acantilado. Barcelona, 2012.
[4] Génesis 11: 1-9
[5] Academia Universal de las Culturas. La intolerancia. Prólogo de Elie Wiesel, con la participación de Paul Roceur, Julia Kristeva, Wole Soyinka, Umberto Eco, Alain Touraine, y otros. Editorial Granica. Buenos Aires, 2010.
[6] Ana Patricia Noguera de Echeverri. El reencantamiento del mundo. Universidad Nacional de Colombia. Manizales, 2004. Tzvetan Todorov. La vida en común: ensayo de antropología general. Taurus. Taurus. Barcelona , 2008. Josep Otón. El reencantamiento espiritual postmoderno. PPC. Madrid, 2014.
[7] 1 Corintios 12: 12-13
[8] Víctor Codina. Creo en el Espíritu Santo: pneumatología narrativa. Sal Terrae. Santander (España), 1997.
[9] Hechos 2: 5-7
[10] 1 Corintios 12: 4-6
[11] Lucas 24: 17-20
[12] Juan 20: 21-23.
[13] Emmanuel Sicre. Contar la experiencia del misterio pascual. Trabajo para optar al grado de Profesional en Teología. Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología. Bogotá, 2016.

domingo, 24 de mayo de 2020

COMUNITAS MATUTINA 24 DE MAYO SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR


“Todo lo ha sometido bajo sus pies, lo ha nombrado cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y se llena del que llena de todo a todos”
                                            (Efesios 1: 22-23)        
Lecturas:
1.   Hechos 1: 1-11
2.   Salmo 46
3.   Efesios 1: 17-23
4.   Mateo 28: 16-20
Hace años fue muy divulgado el libro “El ascenso del hombre[1] del británico de origen judío Jacob Bronowski,[2] cuyo propósito es el de estudiar la historia de la humanidad desde los logros del conocimiento científico y del desarrollo de las artes. El texto , que consta de 13 capítulos, es la versión escrita de una serie de TV de la BBC de Londres, con el mismo nombre. Este trabajo es un importante aporte – digámoslo así – para cultivar la autoestima del ser humano en medio de las grandes tragedias causadas por él mismo en las dos guerras mundiales y en tantas otras manifestaciones de agresión en las que se cumple dramáticamente aquello citado en reflexión anterior: el hombre es lobo para el hombre.
Muy  saludable reconocer los logros del ser humano en tan ricos y diversos campos de su acción creadora y transformadora de la realidad, en los adelantos del conocimiento científico, en los desarrollos de la tecnología, en la configuración del pensamiento humanístico y filosófico, en las grandes manifestaciones de las artes, en la organización de la sociedad, en la generación de instituciones orientadas al bien común, en las sensibilidades espirituales, en una humanidad empeñada en una mejor idem. A esto le podemos calificar como el señorío de la condición humana. [3]
En un contexto del más pleno humanismo es preciso matricularnos en una visión siempre constructiva, esperanzadora, trascendente, de las potencialidades y realizaciones de la humanidad. Un repaso histórico nos lleva por nombres, tendencias, movimientos, logros, que son razón para  altos votos de confianza en nosotros mismos.[4] Cuando cada día somos testigos de atropellos y barbaries de unos en contra de otros, acudimos a este capital para no sumirnos en el desencanto. Afirmamos nuestra convicción fundamental de fe en el señorío de muchísimos hombres y mujeres, pasados, presentes y futuros. [5]
Dado el carácter de esta reflexiones en  COMUNITAS MATUTINA, se impone pensar por qué muchas de las  visiones y realizaciones de lo humano prescinden del sentido de trascendencia, de la referencia a Dios, a lo absoluto que en El se revela. Tal vez por negligencia y excesiva cortedad de muchas manifestaciones religiosas? Tal vez por el pésimo ejemplo de muchos creyentes con sus fanatismos y sus empobrecidas y cositeras prácticas rituales? Tal vez por desmedida soberbia de muchos hombres y mujeres que se sienten autosuficientes, no necesitados de trascendencia, “sobrados de lote”, como decimos en Colombia?[6]
Veamos. Irrumpe en la historia de la  humanidad un referente fundamental, reconocido, acatado, vivido, adorado, es Jesús de Nazareth, proclamado y asumido por un grupo inicial de seguidores suyos como el Cristo de Dios, para identificarlo  con el máximo sentido creyente le llamamos el Señor, título que reconoce la plenitud humano-divina de su condición: “Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, poniéndolo por encima de todo poder, autoridad, dominio y señorío, y por encima de todo lo que existe, tanto en este tiempo como en el venidero”. [7]
El señorío de Jesús es lo que la Iglesia celebra y reconoce en esta solemnidad de la  Ascensión,   señorío que integra al ser humano, porque Dios – en la mediación salvadora de Jesucristo – hace posible que participe de esa plenitud. El Padre de Jesús – lo sabemos – no es una divinidad “para adentro”, para El mismo, buscando honores y pleitesías, el Dios que aquí  se nos revela  es un Dios totalmente dado a la humanidad, involucrándola salvíficamente en todas sus decisiones y actuaciones. Exactamente , Jesús el Cristo es la trascendencia de Dios hacia los humanos, para que todos   trascendamos hacia él.[8] Este es el contenido de esta celebración, y el de las lecturas que la Iglesia nos propone para la proclamación y vivencia en la fe.
Haciendo el habitual esfuerzo de interpretación de los textos bíblicos y dando el salto cualitativo para descubrir su sentido teológico y antropológico,  nos fijamos   en lo que significa la realidad de la Ascensión de Jesús, evento que es mucho más que un prodigio que altera las leyes ordinarias de la naturaleza. El relato de la ascensión NO es una narración histórica, es un testimonio de fe en el señorío del Resucitado: “Del mismo modo, la subida de Cristo al cielo no es igual a la subida de nuestros cohetes; estos se trasladan constantemente de un espacio a otro, se encuentran dentro del tiempo y nunca pueden salir de estas coordenadas por más lejanos que viajen por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es también un pasar, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de la inmanencia a la trascendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina, de los seres humanos a Dios”.[9] No es un hecho físico, verificable por los sentidos,  es la comunicación teológica de la plenitud de lo divino y de lo humano en el Señor Jesucristo.
En la primera lectura – de Hechos de los Apóstoles – encontramos trazados los rasgos específicos de la esperanza cristiana. En los textos de los recientes domingos de Pascua hemos escuchado a Jesús refiriendo todo su ser al Padre, aval de la totalidad de su misión y también prometiendo el Espíritu como garantía de que El permanecerá animando la vida de quienes siguen su camino, configurando la Iglesia y constituyéndose como razón y sentido de todos aquellos que opten libremente por asumir su proyecto de vida:  “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría, y hasta el confín del mundo. Dicho esto, en su presencia se elevó, y una nube se lo quitó de la vista. Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personajes vestidos de blanco se les presentaron y les dijeron: hombres de Galilea, qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido arrebatado, vendrá como lo han visto marchar al cielo”. [10]
Junto con los elementos de reconocimiento de este señorío también aparece la dimensión de universalidad del proyecto que Dios Padre nos ofrece en Jesús, hecho que subraya el trabajo constante que él hizo con sus discípulos y con otros abriéndoles la mente y el corazón a una realidad de vida que no podía limitarse al ámbito de la ley y de las tradiciones religiosas de los judíos. El señorío de Jesús es la oferta de Dios para los seres humanos de todos los tiempos de la historia, en él se realiza un novedoso humanismo que abarca la inmanencia y la trascendencia. [11]
De esta universalidad se desprende la condición misionera de la Iglesia, el envío a comunicar la Buena Noticia, a restaurar al ser humano caído por el pecado y por la injusticia, sometido por las indignidades que otros deciden para oprimir y maltratar a muchos. Cuando las seudoantropologías  neoliberales nos proponen un ser humano fundamentado en el éxito, en el poder, en la capacidad adquisitiva, en la coacción del mercado y del consumo, en la competencia desmesurada, el cristianismo nos plantea un humanismo en el que somos hijos, hermanos-prójimos y señores.
 Las siguientes palabras de Jesús no son a propósito de  un trabajo de proselitismo religioso o de aumentar numéricamente el conjunto de los seguidores, ellas son un envío claro a llenar de sentido teologal la historia de la humanidad: “ Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, vayan a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enséñenles a cumplir cuanto les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” .[12]. Por aquí transita el ascenso del ser humano, ascenso hacia Dios y hacia el prójimo, como Jesús, el Señor, el ascendido que ha descendido hasta lo más hondo de la condición humana, asumiéndola para redimirla, para liberarla, para salvarla.





[1] Jacob Bronowski. El ascenso del hombre. Paidós. Barcelona, 1985.
[2] 1908-1974.

[3] Altamente recomendable la trilogía de libros de Daniel J. Boorstin (1914-2004), historiador norteamericano:  Los descubridores, Los creadores, Los pensadores, en versión castellana publicados por la editorial Crítica de Barcelona. Es una estupenda historia de la cultura a partir de la búsqueda humana del conocimiento.
[4] Augusto Montenegro. La huella de los siglos, volumen I y II. Edición mimeografiada, Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, 1974.
[5] Yuval Noah Harari. De animales a dioses: breve historia de la humanidad. Debate. Barcelona, 2015. José Antonio Marina & Javier Rambaud. Biografía de la humanidad: historia de la evolución de las culturas. Ariel. Barcelona, 2018.
[6] José Luis Elorza. Drama y esperanza: lectura existencial del Antiguo Testamento. Verbo Divino. Estella (Navarra España), 2010.
[7] Efesios 1: 19-21
[8] Carlos Uribe Celis. Jesús la historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018. Juan Luis Segundo. La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazareth. Sal Terrae. Santander (España), 1991. Carlos Mesters. Jesús nuestro hermano. Dabar. México, 1996. Jon Sobrino. Jesús en América Latina: su significado para la fe y la cristología. Sal Terrae. Santander (España), 1999.
[9] Leonardo Boff. Hablemos de la otra vida. Sal Terrae. Santander (España), 1978; página 185.
[10] Hechos 1: 8-11
[11] Jacques Maritain. Humanismo integral. Ediciones Palabra. Madrid, 1999. Karol Wojtyla. El hombre y su destino: ensayos de antropología. Ediciones Palabra. Madrid, 2001. Thomas Merton. Humanismo cristiano. Kairós. Barcelona, 2002. Theodor Roszak. El nacimiento de una contracultura. Kairós. Barcelona, 1970.
[12] Mateo 28: 18-20

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