“Comieron
todo lo que quisieron”
(Juan 6: 11)
Lecturas:
1.
2 Reyes 4: 42-44
2.
Salmo 144
3.
Efesios 4: 1-6
4.
Juan 6: 1-15
El domingo anterior, el relato de Marcos nos dejó en
la antesala del muy conocido milagro de la multiplicación de los panes y de los
peces. En su lugar, la liturgia nos lleva durante cinco domingos con el
capítulo sexto del evangelio de Juan, el más largo y denso de los 4 evangelios.
El autor elabora una teología del seguimiento, una honda reflexión de cómo se
vive el camino de Jesús, la configuración de nuestra humanidad con la de El y
con su divinidad. Este material, como los demás relatos evangélicos, se elaboró
como catequesis , proceso que duraba varios años, dada la hondura con la que se
quería disponer a quienes se entusiasmaban con el nuevo camino que surgía de Jesús, para llegar
con suficiente conocimiento y actitud a la recepción del bautismo.
La simbología de Juan es muy potente, se vale de
recursos judíos como la numerología y la cábala, eso supone un conocimiento de
estos códigos por parte de los destinatarios, hoy nos parece complicado
captarlo, pero en ese contexto de inicios del camino cristiano era algo común,
patrimonio religioso y cultural de la mayoría de las personas.
Juan nos habla con frecuencia de pan, el alimento
espiritual. El monte es el lugar donde habita la divinidad. Sentarse es la
señal de la enseñanza por parte de los maestros-rabinos. “Estaba cerca de la Pascua”
no es un dato cronológico sino teológico. La gente no sube a Jerusalén, como
era su obligación por la ley judía, sino que busca en Jesús la salvación y la
liberación que la institución religiosa no puede darles. Proclamarle rey es afianzar las seguridades que se buscan,
apenas materiales, y también es desconocimiento del servicio salvífico que se
encarna en El.
El dinero es lo que había desplazado a Dios del
templo. Utilizado por el sistema opresor, es el causante de la injusticia y de
las ambiciones que alienan al ser humano y lo alejan de su esencia
trascendente. Comprar pan es un bien necesario para la vida, a cambio de
dinero, inventado este para dominar y crear inequidad. El vendedor dispone del
alimento, lo cede sólo bajo ciertas condiciones que él decide.
La vida – lamentablemente – no está al alcance de
todos, sino mediatizada por el poder. Jesús no acepta esta mentalidad ni las
estructuras que le dan soporte, pero quiere saber si sus discípulos la aceptan;
el discípulo Felipe no ve solución, doscientos denarios era el salario de medio
año: “
Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia El tanta gente, preguntó a
Felipe: dónde nos procuraremos panes para que coman estos? Se lo decía para
probarle, porque ya sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: doscientos
denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco” (Juan 6:
5-7).
En cambio, Andrés muestra una solución diferente;
habla de los panes y de los peces como algo de lo que se puede disponer, su
mente sí está mediada por la gratuidad: “Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano
de Simón Pedro, le dijo: aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y
dos peces; pero, qué es eso para tantos? Replicó Jesús: hagan que se recueste
la gente. La gente se recostó eran unos cinco mil” (Juan 6: 8-9). El
jovencito que tiene los alimentos representa al insignificante grupo de los
discípulos, es un pequeño , humilde, desposeído de importancia social y
religiosa en aquel contexto, pero no retiene, no acumula, dispone su alimento
para que todos coman. Esta es la lógica del reino de Dios que Jesús anuncia y
realiza.
Comer recostado era indicativo de libertad, Jesús
quiere que todos se sientan personas íntegras, con su propia responsabilidad,
la madurez de su autonomía , no quiere servidumbres de ninguna clase. También
tiene todo el peso significativo el hecho de no estar realizando este signo ni
en el templo ni en la sinagoga, Dios no acontece en los límites de una
institución religiosa como la judía, sino en el mismo Jesús, en la humanidad,
en su realidad, en su historia, en su existencia cotidiana; “había
en el lugar mucha hierba” (Juan 6: 10), se refiere a la abundancia de
los tiempos mesiánicos, a la extrema e incondicional generosidad de Dios.
“Tomó Jesús entonces los panes y, después de dar
gracias, los repartió entre todos los que estaban recostados, y lo mismo los
peces. Comieron todo lo que quisieron. Cuando se saciaron dijo a sus
discípulos: recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda” (Juan
6: 11-12). La acción de gracias expresa la conexión con el ámbito de la
divinidad, de donde proceden los dones de la vida, la gracia que confiere
bienaventuranza, el alimento es regalo de Dios a todos, nadie lo puede acaparar
para provecho propio, es la mesa servida para todos en igualdad de condiciones,
es imperativo liberar de la acumulación egoísta para que todos accedan a los
bienes de la vida, esto es definitivo en el proyecto de Jesús. Los sobrantes no
tienen sentido de resto sino de sobreabundancia, los trozos que sobran de la
comunión eucarística no se pueden desechar porque la comunidad cristiana debe
continuar con la obra de la entrega y del compartir. Tiene alto significado que en el Nuevo Testamento a la eucaristía se
la designe como “la fracción del pan”, porque no es simplemente pan, es pan
partido, que se parte y se comparte para la vida de todos , eso es Jesús, sin
rodeos. Darse todo , sin guardarse nada para El.
El capítulo cuarto del segundo libro de los Reyes, del
que proviene la primera lectura de hoy, refiere la actividad del profeta
Eliseo: socorre a una viuda, su ministerio de auxilio con la mujer sunamita y
con su hijo, la liberación de una olla envenenada, y también una multiplicación
de panes, a propósito del obsequio de panes y grano fresco que un hombre le
ofrece como muestra de gratitud: “Eliseo dijo: dáselo a la gente y que
coman. Su servidor replicó: cómo voy a ofrecer esto a cien hombres? El dijo :
dáselo a le gente y que coman, porque esto dice Yahvé: comerán y sobrará. Lo
puso ante ellos, que comieron y dejaron todavía sobras, conforme a la palabra
de Yahvé” (2 Reyes 4: 42-44). Esta es la actitud que subyace en el
gesto de Jesús, el profetismo bíblico anticipa estas realidades de abundancia,
de justicia, de mesa compartida, de Dios que se da a todos ilimitadamente, es
la gran señal de los tiempos mesiánicos, la irrupción de la salvación
definitiva en la historia de la humanidad.
Qué pasa con quienes se dicen cristianos y acumulan
sin medida? Qué pasa con estos países donde predomina el cristianismo católico,
ahora también el evangélico y pentecostal, en disonancia total con sociedades
injustas y fracturadas por la pobreza y la desigualdad? Hemos reducido lo
cristiano a rituales, a doctrinas asumidas teóricamente, a moralismos
individuales, sin trascendencia social? En la memorable conferencia de obispos
latinoamericanos reunida en Medellín en agosto de 1968, con el aval y la
dirección del Papa Pablo VI, se decía: “Existen muchos estudios sobre la situación
del hombre latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que margina a
grandes grupos humanos. Esa miseria, como hecho colectivo, es una
injusticia que clama al cielo. Quizás no
se ha dicho suficientemente que los esfuerzos llevados a cabo no han sido
capaces, en general, de asegurar el respeto y la realización de la justicia en
todos los sectores de las respectivas comunidades nacionales”[1]
Este contexto del magisterio episcopal de América
Latina se hizo hace cincuenta años. Cómo es la situación de hoy, tanto tiempo
después , de economía de mercado, de neoliberalismo implacable, cuántos son los
millones de pobres e indigentes en nuestro continente de mayoría cristiana? En
qué criterios se inspiran las políticas sociales y económicas de nuestros
gobiernos? Las palabras proféticas de tantos cristianos se tienen en cuenta, o
son lanzadas al vacío? Qué sucede con quienes no quieren vivir en la perspectiva de la
multiplicación de los panes y de los peces?
Sucede que no se reconoce la novedad de Jesús! Al
intentar hacerle rey demuestran que no han entendido nada: “Sabiendo Jesús que intentaban
venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte El solo”
(Juan 6: 15). La multitud queda satisfecha con haber comido, pero la
trascendencia del mensaje no les interesa; Jesús les pide entrar en la misma
dinámica de generosidad, pero ellos no quieren dar, quieren seguir dependiendo,
recibiendo gratis sin asumir la responsabilidad de generar nuevas mesas
compartidas. La solución no es recibir sino tomar en serio a Jesús y optar por
la ruptura del egoísmo y por la generación de una lógica existencial permanente
con estas características.
Jesús no se deja obnubilar con la iniciativa de
hacerle rey, no entra dentro de su
opción fundamental por la voluntad del Padre. Por eso vuelve al monte (lugar de
la divinidad) y lo hace en soledad, un
rechazo frontal a los apetitos desordenados de poder, de prestigio, de
espectacularidad. Lo suyo es la donación radical del amor.
Consumismo, carrerismo social, comodidad sin
solidaridad, competencia individualista, vida fácil, indicadores sociales de
aceptación, poder, siguen siendo ídolos que alienan al ser humano y lo
desentienden del prójimo, de la vida en igualdad, de la dignidad de los seres
humanos caidos como consecuencia de estos modelos excluyentes, de
religiosidades sin capacidad de salvación y de liberación. Practicamos la
religión sólo para ganarnos unos favores individuales de Dios? Lo usamos para
nuestros intereses? Volvemos la relación con Dios una religioncita ritual sin
fuerza profética, sin panes y peces de abundancia desmedida para significar la
vida nueva que Jesús, en nombre del Padre, nos comunica?
El cristianismo es la religión del totalmente Otro,
Dios, que se nos vuelve realidad existencial, histórica, próxima, en los
totalmente otros, que son los prójimos, los seres humanos concretos, y esto nos
lo pone en evidencia sacramental el Señor Jesucristo, el Otro, Dios, nos remite
a los Otros, los seres humanos, para multiplicar los panes y los peces, con
Jesús en el centro.
A raíz de divisiones y pugnas que se daban en la
comunidad cristiana de Efeso, envidias, recelos, Pablo los exhorta a la unidad,
consecuencia de lo que venimos reflexionando en este domingo, no una unidad de
pacifismo ingenuo sino una efectiva y afectiva projimidad fundamentada en el
Señor: “Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que vivan de una
manera digna de la llamada que han recibido: con toda humildad, mansedumbre y paciencia,
soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del
Espíritu mediante el vínculo de la paz. Pues uno solo es el cuerpo y uno solo
el Espíritu, como una es la esperanza a la que han sido llamados”
(Efesios 4: 1-4).
Tener a los otros en más estima que a uno mismo,
apostarlo todo por la felicidad de los otros, la negación de los protagonismos
egoístas, son las grandes oportunidades para la comunión, para la mesa que se
sirve para todos, señal de que se acoge el don ilimitado de Dios, los panes y
los peces que desbordan generosamente y construyen comunidad y participación en
el Señor. Aquí residen las más definitivas razones para la esperanza….
[1] II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano. Medellín agosto septiembre 1968. Documento Final,
Conclusiones, Capítulo Justicia # 1.