domingo, 26 de mayo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 26 DE MAYO 2019 VI DOMINGO DE PASCUA CICLO C


“Si alguno me ama, guardará mi palabra , y mi Padre le amará ; y vendremos a él y haremos morada en él”
(Juan 14: 23)
Lecturas
1.   Hechos 15: 1-29
2.   Salmo 66: 2-8
3.   Apocalipsis 21: 10-14 y 22-23
4.   Juan 14:23-29

La experiencia pascual tiene consecuencias muy concretas de transformación cualitativa en las personas y comunidades que la experimentan. Ese resultado consiste en que Dios nos asume a través de la mediación de Jesús y nos constituye como humanidad nueva, lo vemos claro en los primeros discípulos que, como ya lo señalamos, pasaron del temor, la inseguridad,  y la insuficiente comprensión que tenían de la persona de Jesús,  al coraje apostólico, a la disposición de máxima generosidad para ofrecer sus vidas a la causa de la Buena Noticia: “Despójense del hombre viejo , que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renueven su mente espiritual, y revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa[1].
Un aspecto particular de la capacidad renovadora de la Pascua está en el cambio cualitativo  que se fue dando en materia de comprensión y vivencia de la rigurosa normativa religiosa y moral del judaísmo de ese tiempo. Es lo que propone la primera lectura de este domingo – de Hechos de los Apóstoles – en la que se da una controversia sobre la práctica de la circuncisión y la obligatoriedad con la que un grupo de tendencia judaizante pretendía imponerla a los recién convertidos al camino de Jesús.
 No terminaban de entender que lo sucedido con él no se limitaba a ser una simple reforma de la religión tradicional. Es un orden de vida sustancialmente nuevo, densamente teologal y humano, en el que se propone un proyecto arraigado en la libertad y en el amor, en la doble referencia fundante de Jesús: el Padre Dios y el prójimo-hermano[2]. El incidente que narra el texto de Hechos es esclarecedor al respecto.
Se plantea una situación  específica que da pie a una discrepancia en la primitiva comunidad cristiana pero también a un discernimiento que tiene todo el  sentido para quienes deseamos vivir en el proyecto de Jesús.
Es el  asunto  de la obligatoriedad del cumplimiento de la ley judía para los convertidos cristianos procedentes del paganismo, insistencia que provenía de un grupo de judíos neo cristianos que aún no entendían  la novedad radical de la salvación realizada en Jesucristo, superando la antigua lógica de la relación con Dios fundamentada en el cumplimiento minucioso de la complicada maraña normativa del judaísmo: “Bajaron algunos de Judea que adoctrinaban así a los hermanos: si ustedes no se circuncidan  conforme a la costumbre mosaica, no podrán salvarse. Esto fue ocasión de una acalorada discusión de Pablo y Bernabé contra ellos[3]
Esto, que podría verse como una anécdota curiosa, da pie para un debate, diálogo y posterior discernimiento, que hace referencia  directa a qué es lo que verdaderamente salva y libera en la novedosa lógica de plenitud que el Padre nos ofrece en Jesucristo. En la tradición cristiana se le conoce como el Concilio de Jerusalén, el primero en la historia de los veinte concilios ecuménicos[4]
Conocemos bien las severas confrontaciones que Jesús  hace a los sacerdotes y maestros de la ley por su fundamentalismo legalista y por su cerrazón e intransigencia ante la iniciativa de la misericordia de Dios que quiebra esa mentalidad, como se aprecia en tantas escenas de los relatos evangélicos: “El les respondió: Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, según está escrito: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, pues enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición de los hombres[5]
Pablo -  primero fariseo radical  y perseguidor de los discípulos de Jesús -  es ahora un testigo convencido de que lo sucedido en Jesús es   un hecho salvífico que introduce algo cualitativamente novedoso para la relación de los humanos con Dios y para su esperanza de vida y salvación: es el mismo Jesús que anula la justicia de la ley y se ofrece él mismo como mediación definitiva para este encuentro en el que el  ser humano accede a   su verdadera y definitiva realización .
Por eso llevan el tema a un discernimiento comunitario: “Así que decidieron que Pablo y Bernabé y algunos más de ellos subieran a Jerusalén, adonde los apóstoles y presbíteros ,para tratar esta cuestión”, proceso que concluye felizmente con estas palabras: “Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponerles más cargas que estas indispensables…… [6](aquí la mención de las mismas)
Es un caso típico de contraste entre la absolutización de leyes humanas y la auténtica voluntad de Dios. Esta última es siempre liberadora y causa de crecimiento en humanidad y sentido de trascendencia.  Las prescripciones y determinaciones legales son medios relativos a un fin, la ley debe estar  al servicio del ser humano y de su libertad, nunca  al revés: “El sábado ha sido instituído para el hombre y no el hombre para el sábado[7] .
En la práctica de Jesús este es un asunto central, él deja muy claro que el querer de Dios no pasa por agobiar a las personas con normas minuciosas,  lo suyo es el ejercicio de la compasión y de la misericordia, sin que esto equivalga a un relativismo permisivo que no propone exigencias y responsabilidades mayores a quien se compromete con este camino del Evangelio.[8]
Este es uno de los núcleos, como bien sabemos, del pensamiento que San Pablo expone en sus cartas, justamente para que en esos tiempos de primera evangelización quedara suficientemente claro que el acontecimiento de Jesús no era, ni es, una simple reforma del viejo judaísmo, sino una novedad radical de salvación, universal, incluyente, de total misericordia, la justicia que Dios ofrece a toda la humanidad que se quiera acoger a ella, expresada de modo decisivo en Jesús, en la donación de su vida, en su muerte, en su Pascua.
Cuántas veces absolutizamos normas humanas! Esto en el ámbito religioso ha sido particularmente problemático: milimetrías , estrecheces mentales, que han servido más bien para generar culpa y angustia, que esperanza y salvación. El  hecho  materia del relato nos revela que la Buena Noticia de Jesús es por esencia liberadora, saturada de cercanía de Dios al ser humano, provocadora de sentido, genuina liberación que sitúa las normativas en su carácter de mediación referida a este proyecto fundamental[9]
 Así las cosas, hagámonos preguntas como estas:  distinguimos las costumbres, normas y prácticas religiosas de lo esencial cristiano? Estamos encadenados a esa vieja mentalidad y nos empeñamos en imponerla a otros? O, más bien, nos dejamos sorprender por el Espíritu y nos llenamos de la sabiduría esencial que hace de todo ese conjunto determinaciones un medio pedagógico que no puede ni debe oscurecer la justicia salvadora que se nos da en Jesús?
En la complejidad que nos suscita el lenguaje del Apocalipsis descubrimos otro aspecto de esta novedad: Jesús es el verdadero templo, en El se supera la localización puntual en tiempos, lugares, rituales, prácticas, porque Dios asume la historia y realidad del ser humano en su Hijo y a través de El, y hace de todo lo humano el espacio de su acontecer salvador: “Pero no ví santuario alguno en ella, porque su santuario es el Señor, el Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbren , porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero[10]
El templo de Dios es la realidad, El sucede en nuestra historia, en nuestra humanidad, en lo cotidiano, no separándose de ella sino integrándose para que todo el devenir nuestro  se articule en una unidad de sentido. Esta es la Jerusalén del futuro, ya iniciada,  a la que alude la segunda lectura. Es el futuro felicísimo , razón de nuestra esperanza, que llegará a su consumación cuando vayamos a la bienaventuranza definitiva, que encuentra en esta historia un espacio privilegiado de anticipación en las realizaciones propias del reino de Dios y su justicia.
Con esto queda derrumbada la mentalidad que distingue lo profano de lo sagrado, creando un ámbito de superioridad, ciertamente ficticio y artificial. El Dios Padre que se nos ha revelado en Jesús se despoja de esa sacralidad e ingresa en  la historia de modo encarnatorio,   camina con nosotros , confiriendo significado salvador-liberador a los nobles aconteceres en  los que construimos sentido y  en los que buscamos su voluntad.
Lo ratifica Juan cuando dice: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él[11] .
 El ser humano es el lugar donde Dios realiza sus intenciones de vida y plenitud!  Por eso, el constante tema de la dignidad humana, que no es  veleidad ideológica, sino el espacio de su amorosa intervención!
La vida según el Espíritu es el inmenso y desbordante espacio de un Dios profundamente apasionado por el ser humano y por su historia, un Dios que no acepta esclavitudes ni designios humanos sacralizados, un Dios   empeñado en hacernos siempre libres, que mira con predilección a los escarnecidos. El buen Dios Padre, mediado en Jesucristo e integrado a nosotros gracias al Espíritu, es   el mayor vocero de esta dignidad que el egoísmo de tantos pierde y prostituye: “Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manténganse, pues, firmes y no se dejen oprimir  nuevamente bajo el yugo de la esclavitud[12].



[1] Efesios 4: 22-24
[2] GONZALEZ FAUS, José Ignacio. Proyecto de hermano: visión creyente del hombre. Sal Terrae. Santander (España),1987.
[3] Hechos 15: 1-2
[4] ALBERIGO, Giuseppe. Historia de los Concilios Ecuménicos. Ediciones Sígueme. Salamanca, 1993.
[5] Marcos 7: 6-8
[6] Hechos 15: 2 y 28-29
[7] Marcos 2: 27. Respuesta de Jesús a las quejas de unos fariseos que se escandalizaron porque sus discípulos  realizaban actividades que estaban “prohibidas” por la ley judía.
[8] VIDAL, Marciano. Para conocer la ética cristiana. Editorial Verbo Divino. Estella (Navarra, España), 1998.
[9] Un teólogo que se ha esforzado por estudiar juiciosamente la originalidad de Jesús y de su Evangelio, y por confrontar críticamente el excesivo predominio de lo ritual y jurídico sobre lo profético y carismático, es el conocido José María Castillo Sánchez (n. 1929). Entre sus obras destacamos “La alternativa cristiana”, “La humanización de Dios”, “Espiritualidad para insatisfechos”, “El seguimiento de Jesús”, “El reino de Dios: por la vida y la dignidad de los seres humanos”, “La iglesia que quiso el Concilio”, “Dios y nuestra felicidad”.
[10] Apocalipsis 21: 22-23
[11] Juan 14: 22
[12] Gálatas 5: 1

domingo, 19 de mayo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 19 DE MAYO 2019 V DOMINGO DE PASCUA


“En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”
(Juan 13: 35)

Lecturas:
1.   Hechos 14: 19-28
2.   Salmo 144
3.   Apocalipsis 21: 1-5
4.   Juan 13: 31-35

La gran tentación que tenemos los seres humanos con la realidad  esencial del amor es que este  se nos pueda volver  un lugar común, una retórica de circunstancias, un lenguaje bonito que  hablamos sin mayores implicaciones de compromiso y responsabilidad real con  otros seres humanos concretos, principalmente – siempre lo decimos, recordemos que  es un leitmotiv evangélico – con aquellos a quienes se  niega la eficacia del amor.
El evangelio de este domingo tiene como planteamiento central este asunto, definitivo para quienes tomen en serio su humanidad y  -  junto con ello y dentro de ello -  el seguimiento de Jesús. Son palabras que así,  dichas  con la llaneza con la  que lo propone el texto, parecen algo muy leve, pero no es así.
 Lo que aquí se presenta es una exigencia de primer orden para configurar la existencia  del ser humano en el máximo grado posible de autenticidad. Por eso   haremos el esfuerzo de presentarlo en toda su radicalidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros[1].
Estas palabras son sacadas de un discurso de Jesús en el cuarto evangelio, exactamente después del gesto simbólico del lavatorio de los pies. Recordemos que esta acción de Jesús tiene el valor de paradigma central en su propuesta. Aquí, la diferencia entre el maestro y los discípulos no queda abolida, es puesta de manifiesto de forma evidente. Sólo reconociendo que el discípulo no es mayor que su señor, ni el enviado más grande que quien lo envía, es posible apreciar la inversión de valores propuesta por Jesús. El es el maestro que ahora asume frente a sus discípulos el papel de siervo, y lo constituye como actitud fundante de la existencia cristiana: “Si yo, que soy el Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes[2]. El ministerio de la Iglesia es el  servicio amoroso, nunca el encumbramiento de vanagloria y de poder. El lavatorio de los pies es un texto programático para esta misión.
Este elemento es esencial en la cristología del evangelio de Juan.  Cuando la  comunidad que da origen a este texto  está diciendo esto  es porque ya lo ha vivido a fondo y porque reconoce en ese rasgo una característica inherente a la identidad de Jesús y al proyecto de vida de quienes desean hacerse sus discípulos. Solo el que hace suya la vida de Dios – como Jesús – será capaz de desplegarla en sus relaciones con los demás. La manifestación de esa vitalidad es el amor efectivo a todos los seres humanos. Si esto no se da en la Iglesia, en la multitud de denominaciones cristianas, no hay seguimiento de Jesús ni discipulado ni legítima confesión de fe.
Durante siglos hemos insistido demasiado en cuestiones accidentales, en cumplimiento de normas, principalmente prohibiciones, en rituales y en doctrinas, sin preocuparnos de enmarcar estas realidades en el contexto original del amor de Dios mediado en Jesús y comunicado a todos para que lo convirtamos en el centro de nuestros proyectos de vida. No quiere decir que las normas , la liturgia, el cuerpo doctrinal, deban pasar a segundo plano y desestimarse, pero sí impone una clarificación de las mismas en la dinámica del amor que da la vida definitiva del Padre, si ellas tienen como cimiento el amor adquieren todo su sentido, si no, están fuera del proyecto de Dios. Es rasgo distintivo de los cristianos, lo dice claramente Jesús en el texto evangélico que nos ocupa este domingo: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos, en el amor que se tengan los unos a los otros[3]. Sólo el amor es digno de fe[4]
El amor que pide Jesús tiene que manifestarse en todos los aspectos de la existencia. La nueva comunidad no se caracterizará por su fortaleza institucional, su distintivo  será el amor manifestado y vivido. Jesús no funda un club de perfectos cuyos miembros deban ajustarse a unos estatutos, sino una comunidad que experimenta a Dios como Padre. Así, cada discípulo se configura con él, haciéndose hijo y hermano, como él.
“Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto[5] A qué gloria alude? Dónde está  esa gloria? Esta   se da donde sucede el amor sin reservas, como en el caso de Jesús, que hace de toda su vida una donación de sí mismo, en nombre del Padre y de cada ser humano, y se propone como modelo del nuevo ser varón-mujer  que surge en el reino de Dios y su justicia. Original de Juan es que esa gloria no se manifiesta en actos espectaculares de poder sino en la conducta de dar la vida para que todos lo tengan en abundancia.
La credibilidad del cristianismo está mediada en aquellos hombres y mujeres que hacen de su vida una ofrenda constante y creciente de sí mismos para participar a muchos la vitalidad teologal, que es dignidad, libertad, sentido de vida, trascendencia. Queda entonces claro que no se trata de una majestad exaltada por razones de poder , es el Dios crucificado[6] para quien morir por amor a los demás es su mayor gloria, porque es la mayor manifestación posible de amor. La gloria de Jesús no es algo posterior a su muerte, es esa misma muerte por amor. En consecuencia, dar gloria a Dios es vivir en esa misma perspectiva de amorosa donación.
Cuando el Papa Francisco, con sus conocidas expresiones de “Iglesia en salida”, “pastores con olor a oveja”, “Iglesia que debe renunciar a ser autorreferencial”, nos pone dede frente a este mandato determinante de Jesús, y nos recuerda con exigencia  que es un imperativo de la vida según el Evangelio.
 Todo su lenguaje de no a la economía de la exclusión y a la idolatría del dinero, su fuerte y profético llamado de atención sobre el modelo socioeconómico que “descarta” millones de seres humanos”, es directamente proporcional a este mandamiento nuevo del amor: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. “Primerear”, sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluídos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe involucrarse. Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos…..”[7]
El destacado entusiasmo apostólico de Pablo y Bernabé sólo puede tener explicación en este dinamismo del amor: hacer frente a la que eran sometidos por las autoridades judías y romanas, fundar nuevas comunidades de creyentes, cuidarlas y conservarlas, pasar las fronteras del exclusivismo judío y hacer de la Buena Noticia de Jesús una realidad universal, ecuménica, dirigida a todos los seres humanos, servir con delicadeza a cada persona, dedicarse con preferencia a los enfermos y empobrecidos, son elocuentes evidencias de su deseo de dar la vida para significar que con Jesús ha llegado un nuevo orden de vida – siempre liberador y salvador – para toda la humanidad: “Al día siguiente, partió con Bernabé rumbo a Derbe. Después de haber evangelizado esta ciudad y haber hecho numerosos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia. Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios[8]. Tal  conducta apostólica es modélica para las comunidades cristianas de todos los tiempos de la historia.
La donación del amor  no se puede reducir a “los mismos con los mismos”, constituyendo,  como se suele decir con ironía,  “una sociedad de elogios mutuos”, pecado en el que a menudo incurrimos constiuyendo grupos cristianos de autocontemplación, con cierto complejo de superioridad moral y religiosa, señalando con actitud condenatoria a quienes no creen y viven como ellos. No se trata de amar solamente a quienes nos resultan simpáticos porque participan de nuestras convicciones. El amor cristiano es desbordante, no sabe de límites, se orienta a los seres humanos de todas las condiciones, creencias, identidades, contextos, culturas.
El texto de Apocalipsis – segunda lectura – alienta nuestra esperanza con su magnífica visión: “Después ví un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más…..Esta es la morada de Dios entre los hombres: El habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. El secará todas sus lágrimas y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó[9].
Es la gran meta de nuestros esfuerzos por transformar las realidades de muerte y desamor que nos rodean, redimiendo al mundo con la fuerza pascual del Resucitado. Todo el trabajo por la justicia, por la promoción de la dignidad humana, por el perdón y la reconciliación, tiene raigambre pascual y amorosa. El Evangelio es creíble cuando nosotros, los cristianos, nos dejamos de retóricas piadosas , de moralismos y de elitismo religiosos, para insertarnos en las realidades dramáticas del ser humano, haciendo lo posible para levantarlos de sus penurias, aprendiendo nosotros también de ellos, de sus maneras de dar vida y de resucitar. Es el mundo nuevo que surge desde Jesús.
En esta hora dolorosa, causada por el escándalo de sacerdotes y religiosos que abusan de niños y adolescentes, y defraudan con máxima gravedad a familias que han confiado en ellos, y por obispos y superiores que, con falso sentido de protección de la imagen eclesial, silencian estos casos, ofendiendo más a las víctimas, debemos volver al origen de nuestra fe, con la esperanza de una purificación radical.
 Amando a las víctimas, reivindicándolas en su dignidad, asumiendo posturas de altísima exigencia ante los  pederastas, dejando de lado el silencio ominoso,  llevando vidas transparentes, experimentando a fondo el amor de Dios y del prójimo, insertándonos amorosamente en la realidad del ser humano, recuperaremos el camino de la credibilidad. Porque lo nuestro es el ser humano, en nombre de Dios, como Jesús, con el profetismo propio de los cielos nuevos y de la tierra nueva.



[1] Juan 13: 34-35
[2] Juan 13: 14-15
[3] Juan 13: 35
[4] Von BALTHASAR, Hans Urs. Sólo el amor es digno de fe. Ediciones Sígueme, Salamanca 1995.
[5] Juan 13: 31-32
[6] MOLTMANN, Jürgen. El Dios crucificado: la cruz de Cristo como base y crítica de la teología cristiana. Ediciones Sígueme, Salamanca 2010. SOBRINO,Jon. El principio misericordia: bajar de la cruz a los pueblos crucificados. UCA Editores. San Salvador, 2012.
[7] Papa FRANCISCO. Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), número 24.
[8] Hechos 14: 21-22
[9] Apocalipsis 21: 1 y 3-4

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