“No
hay nada afuera del hombre que , al entrar en èl , pueda contaminarlo. Lo que
lo hace impuro es lo que sale de èl”
(Marcos
7: 15)
Lecturas:
1.
Deuteronomio 4: 1 – 2 y 5 – 8
2.
Salmo 15: 2 – 5
3.
Santiago 1: 16 – 27
4.
Marcos 7: 1 – 23
La legislación y cuerpo
normativo de mayor perfección, de màs profunda inspiración humanista, deja de
serlo si se queda como una simple formulación escrita, como un requisito que se
cumple fríamente, sin convicción y sin espíritu.
Para superar esta realidad, desafortunadamente
muy frecuente, se impone interiorizar estas determinaciones, hacerlas propias
con libertad y con sentido humanizante y generador de autonomía, esto mismo
purifica nuestras motivaciones e intenciones y las libra del autoengaño de un
cumplimiento exterior y farisaico. De lo que se trata es de evolucionar siempre
hacia una rica y generosa interioridad, capaz de asumir y de vivir el sentido
profundo y liberador de eso que llamamos la ley. A esto va la palabra de este
domingo.
Lo expresa con singular
densidad el salmo 15 (14): “Señor, quien se hospedarà en tu tienda?
Quièn habitarà en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la
rectitud; el que dice de corazón la verdad y no calumnia con su lengua, no hace
mal al prójimo ni difama al vecino…” (Salmo 15: 1 – 3).
Las lecturas de
Deuteronomio, Santiago y Marcos se enmarcan en este contexto, que es
definitivo. Aquì lo que està en juego es el nuevo tipo de ser humano que Dios
quiere configurar, libre , de recta intención, recto y honesto, a esto se
dedica toda la estrategia salvadora que El pretende con la humanidad, y que
tiene su modo màs expresivo y definitivo en la persona de Jesùs.
Sucede que una
constante tentación del ser humano es la de sustraer su significado original a
las realidades de su vida, de su comunidad de fe, de sentido, de identidad y
pertenencia. Entonces, lo que se pretende destinado a la libertad, al amor, a
la trascendencia, se convierte , por esta pecaminosidad, en formalidades, en
rituales externos, en cumplimientos sin conversión del corazón, en
autojustificaciones y soberbias desmedidas, en exterioridades sin espíritu.
El libro del
Deuteronomio – del grupo inicial de textos que llamamos Pentateuco – es
contenedor de una tendencia liberadora y renovadora de la ley de Moisès, en
momentos en que el pueblo de Israel había incurrido en esta religiosidad
externa, esterotipada, manteniendo una dualidad: la coexistencia inaceptable de
la pràctica religiosa con la vida injusta e incoherente.
Todo este texto es una corriente de radical
renovación, que encontramos formulada en palabras como estas, precedentes al
ingreso a la tierra prometida, etapa final del largo y tortuoso tiempo del
desierto: “Miren, yo les enseño los mandatos y decretos que me mandò el Señor, mi
Dios, para que los cumplan en la tierra donde van a entrar para tomar posesión
de ella. Pònganlos por obra, que ellos serán su prudencia y sabiduría ante los
demás pueblos, que al oìr estos mandatos comentaràn : Què pueblo tan sabio y
tan prudente es esa gran nación!” (Deuteronomio 4: 5 – 6) .
El pueblo que està
escuchando a Moisès es un pueblo que ha infringido reiteradamente la ley del
Señor, rompiendo deliberadamente el pacto de la alianza y generando un modo de
humanidad de espaldas a Yavè y a su propia realización y plenitud. El guía
Moisès es la voz de la conciencia, es el gran crìtico de su propio pueblo, en
la medida de sus desvarìos en la idolatrìa, en la desconfianza en Dios, en la
arrogancia de su pecado, en las pretensiones de su autosuficiencia y en la
vaciedad de su pràctica religiosa.
Què nos dice esto hoy
en medio de la crisis de corrupción y de delitos tan evidentes y tan negados al
mismo tiempo por sus responsables? Què en
este estilo tan difundido del se obedece pero no se cumple? Es el tema del
relativismo moral, favorecido por un mal entendido sentido de la autonomía, que
desarrolla una extraordinaria capacidad de autojustificación y unos
sofisticados razonamientos para negar la responsabilidad. Muchos “ciudadanos de
bien” son destacados delincuentes y enemigos de la ley que dicen cumplir y
defender.
Entrar libremente en el
universo de Dios es, simultáneamente, entrar en la profundidad misma de lo
humano, en la llamada a la autenticidad y a la limpieza del corazón. Santiago
lo propone asì: “Pero no basta con oìr el mensaje, hay que ponerlo en pràctica; de lo
contrario, se estarían engañando a ustedes mismos. Porque si uno es oyente del
mensaje y no lo practica, se parece a aquel que se miraba la cara en el espejo.
Se observò, se marchò y muy pronto se olvidò de còmo era. En cambio, el que se
fija atentamente en la ley perfecta, que es la que nos hace libres, y se
mantiene no como oyente olvidadizo, sino cumpliendo lo que ella manda, ese será
dichoso en su actividad” (Santiago 1: 22 – 25).
La coherencia entre la
Palabra y la vida es la gran preocupación de Santiago. Oìr la Palabra y no
vivir de acuerdo con ella es como el que necesita siempre del espejo para saber
quien es, porque sin èl pierde su identidad, pero està sumergido en el engaño.
Entonces, lo que aparece en ese reflejo
es una màscara, una ficción, una mentira de sì mismo. La verdadera religión
està ligada con la rectitud de vida y de conducta, con la rica interioridad que
se apropia de la ley y de su espìrìtu, haciéndola código rector de su
existencia.
Por supuesto, cabe advertir que, en este contexto , ley es mucho màs que un
cuerpo legislativo de imperiosa obligación, aquí se trata de la voluntad misma
de Dios que desea la plenitud del ser humano promoviendo un estilo como el que
señala el bellísimo salmo 15, ya referido, la nueva humanidad que se realiza en
Jesùs: “No se engañen, hermanos mìos queridos, todo lo que es bueno y perfecto
baja del cielo, del Padre de los astros, en quien no hay cambio ni sombra de
declinación. Porque quiso, nos diò vida mediante el mensaje de la verdad, para
que fuèramos los primeros frutos de la creación” (Santiago 1: 16 – 18).
Sea esto motivo para un
juicioso examen de nuestras conciencias, dejándonos confrontar por Dios y por
la realidad, explicitando nuestras motivaciones, prioridades, actitudes,
intenciones y actuaciones: què las inspira? Estamos movidos por una inercia
religioso – moral que no advertimos y que nos sumerge en el sopor y en la mediocridad? O, conscientes de lo
anterior, no hacemos nada para modificar este proceder? O incurrimos en la
frecuente conducta farisea del cumplimiento externo, del pretender ser de buena
conciencia porque se observa una ley no interiorizada?
Què sentir y pensar
ante tantas inconsecuencias del medio en el que vivimos? Las injusticias
“legales”? Las negativas de tantos delincuentes para aceptar sus graves
responsabilidades? Jueces que absuelven a grandes infractores por “vencimiento
de términos”, por “falta de pruebas”, por colaboración con lo justicia? Y todo
esto en la cara de las víctimas, de los afectados y vulnerados en sus derechos,
en su dignidad y en justicia?
Cuàl es aquí el aporte
especìfico de la fe en Jesucristo? Marcos nos introduce en esto
contraponiendo la pràctica de sus discípulos con la enseñanza de los maestros
de la ley y de los fariseos. Jesùs se pone de parte de los discípulos, pero va
mucho màs lejos y nos advierte que toda norma religiosa, tiene siempre un valor
relativo. Esto puede resultar escandaloso, pero es la contundente verdad
evangélica.
Cuando Jesùs dice : “Lo que sale del hombre es lo que contamina
al hombre. De dentro del corazón del hombre salen los malos pensamientos,
fornicación, robos, asesinatos , adulterios, codicia, malicia, fraude,
desenfreno, envidia, blasfemia, arrogancia, desatino. Todas estas maldades
salen de dentro y contaminan al hombre” ( Marcos 7: 21 – 23) està
dejando muy claro que la voluntad de Dios no viene de fuera, sòlo se puede descubrir
en el interior y està màs allà de toda ley.
Podemos seguir
manteniendo la ley y la tradición como norma, pero no debemos olvidar que Jesùs
desbaratò el sentido absoluto que le daban los fariseos. Dios no ha dado
directamente ninguna norma, estas son preceptos humanos y, en consecuencia, no
pueden tener valor absoluto. Un precepto que puede ser relevante para una
época, pierde su sentido en otra. Algunas cosas que eran importantes para el
ser humano en el pasado, han perdido ahora todo interés en orden a dar plenitud
humana.
Que no se vea esto como
un facilismo moral o un relativismo de corte subjetivo, lo que se quiere dejar
en claro es que lo que prima es la voluntad de Dios como referente de realización para el ser humano que libremente
se acoge a su proyecto de vida, aceptándolo como principio y fundamento, tal
como es manifestado en el Señor Jesucristo. Los códigos, las normas, tienen
valor y sentido si se inscriben en esta perspectiva y si son asumidas y vividas
en la clave de la libertad teologal que procede del Espìritu, que hace posible la interiorización.
El escàndalo de los
fariseos porque los discípulos de Jesùs no cumplìan con las prescripciones
rituales : “Por què no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que
comen con manos impuras”? (Marcos 7: 5), deja clara la pobreza mental y espiritual y
la estrechez de miras de estas personas, y de quienes se parecen a ellas. No
han captado el alcance de la libertad que Dios propone como dinamismo de sentido
y de plenitud .
Lo que el Maestro
critica no es la ley en sì misma sino la interpretación que se hace de ella. En
nombre de esta, oprimìan a la gente y se imponían verdaderas torturas con la
promesa o la amenaza de que sòlo asì Dios estaría de su parte. Daban a la ley
valor absoluto.
En cambio, la frase de
Jesùs es contundente: “Ustedes descuidan el mandato de Dios y
mantienen la tradición de los hombres” (Marcos 7: 8). Lo que Dios
quiere de nosotros està inscrito en nuestro mismo ser y en nosotros debemos
descubrir su proyecto liberador. La ley se cumple – dice Jesùs – cuando nos
lleva a la plenitud humana, mientras que para los fariseos la ley se cumple por
ser precepto, no por propiciar esa plenitud!