“Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron
al Señor”
(Juan 20: 20)
Lecturas:
1.
Hechos 5: 12-16
2.
Salmo 117
3.
Apocalipsis 1: 9-19
4.
Juan 20: 19-31
La más elocuente evidencia de la resurrección de Jesús
es la transformación causada en sus discípulos: frágiles, temerosos, inseguros,
acobardados, ahora se tornan en personas entusiasmadas, su existencia se
resignifica con el acontecimiento pascual, se disponen para comunicar la Buena
Noticia, haciendo de ella el centro de sus vidas, contagian esa alegría a
muchos dando origen a las primeras comunidades cristianas, son capaces de
afrontar las contradicciones y graves dificultades con las autoridades de la religión
judía y con las del Imperio Romano, en ellos se percibe una nueva humanidad. Es
Jesús, el Viviente, la raíz de esa novedosa y bienaventurada manera de ser y de
proceder.
Lo que los textos del Nuevo Testamento quieren
expresar con la palabra resurrección es la clave de todo el mensaje cristiano.
Ya afirmamos en el comentario de la semana pasada que este hecho es mucho más
que la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que trasciende la vida, nada de
lo que se propone en el evangelio tendría sentido. Lo que estos escritos quieren transmitir es
el testimonio de que El vive, y que eso incide decisivamente en sus vidas,
hasta el punto de resultar todos ellos radicalmente renovados en su ser y en su
quehacer. Son asumidos pascualmente por el Resucitado: “Al ver esto, caí a sus pies,
como muerto, pero El, tocándome con su mano derecha, me dijo: No temas, yo soy
el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para
siempre y tengo la llave de la Muerte y el Abismo”[1].
Así, podemos decir que “la cosa empezó en Galilea”[2],
el origen del cristianismo no es una estructura institucional, una nueva
normativa religiosa. Es una profecía de Dios, mediada en Jesús de Nazareth,
sucedida en la historia real de un pueblo concreto, pueblo humillado y ofendido
por la pobreza, por la dominación romana y por el maltrato sistemático
procedente de sus líderes religiosos, siempre despectivos con los más humildes.
En esa marginalidad acontece la Pascua, y son esos pescadores galileos el punto
de partida del hecho cristiano en la historia de la humanidad.
Jesús les
participa – y nos participa – de su nueva condición. En nombre de El realizan
señales de vida nueva, es Dios mismo el que se comunica a través de Jesús a estos hombres y mujeres , ellos son constituídos en portadores y transmisores
de la vitalidad pascual: “Aumentaba cada vez más el número de los
que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban los
enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro
pasara, por lo menos su sombra cubriera a uno de ellos. La multitud acudía
también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por
espíritus impuros, y todos quedaban curados”[3].
Se transforma en gozo el miedo de los discípulos: “Al
atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de
ellos, les dijo: La paz esté con Ustedes! Mientras decía esto les mostró sus
manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al
Señor”[4].
No sentían ellos
un temor pasajero, este era un
miedo justificado: el poder del judaísmo
veía con crítica sospecha a todo aquel que tuviera que ver con el Crucificado,
y estaba dispuesto a erradicar con saña los vestigios de su predicación y de su
estilo de vida porque lo consideraban altamente nocivo para su establecimiento
religioso. De igual modo, la autoridad
imperial de Roma representada en el gobernador Poncio Pilato, y en
Herodes, monarca sometido al emperador, se inquietaba porque los seguidores de
Jesús podían soliviantar al pueblo empobrecido.
Los relatos de apariciones que traen los cuatro evangelistas
son la base de esta credibilidad. No los leamos con precipitación, dediquémonos
a ellos con actitud orante y discerniente, dejando que el Espíritu nos mueva a
detectar la filigrana teológica que contienen, y también procurando que lo
mismo que sucedió a aquellos testigos primeros de la fe acontezca también a
nosotros, con la seguridad de que este movimiento no es el resultado de un
voluntarismo de nuestra parte sino un don gratuito que nos toma e involucra
nuestra libertad.
En ellos descubrimos estos cinco elementos:
1.
Jesús se hace presente en situaciones de la vida real.
Su nueva manera de presencia no tiene nada que ver con el templo ni con sus
ritos religiosos: “….llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: la paz esté
con Ustedes”[5].
El movimiento cristiano no empezó su andadura histórica como una nueva
religión, sino como una forma de vida inspirada en el Reino de Dios y su
justicia, elemento central del mensaje de Jesús, que conocemos bien por la
reiteración con la que lo afirmamos en estas reflexiones semanales. Debemos
tener presente, incluso, que a los primeros cristianos se les persiguió por
ateos, porque depositaban la garantía de su vida en un ser humano, de remate
considerado blasfemo, hereje e inmoral por quienes lo condenaron. En esa
realidad, problemática como la de tantísimos seres humanos, entra pascualmente
el Señor Jesús, entra para dar vida, para replantear lo muerto y temeroso en
vitalidad inagotable, en plenitud de sentido, en constante y creciente
entusiasmo existencial.
2.
Jesús sale al encuentro inesperadamente, es El quien
toma siempre la iniciativa, la presencia que experimentan no es una fantasía
colectiva; es más, quedan altamente sorprendidos cuando empiezan a tener la
experiencia de su nueva cualidad de vida – la del Crucificado, ahora Resucitado
– porque fue tal su abatimiento y su conciencia de fracaso que no estaba dentro
de sus perspectivas el paso de la muerte a la vida, la ahora gozosa novedad
pascual. Este hecho es total gratuidad, se les impone desde la instancia
teologal. Y los maravilla y transforma, sin que ellos lo esperaran:
“Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se
llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: la paz
esté con Ustedes!”[6]
3.
El saludo que les da Jesús significa su cercanía y
amistad con ellos, su interés por cada uno de los discípulos, en esto viene su
intención de implicarlos en la Pascua. Un hecho como este no es un suceso de espectacularidad individual en el que
el único beneficiado es Jesús. Todo lo suyo es vida para todos, sin excepción: “No
ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra,
creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que
también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo
les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos
uno – yo en ellos y tú en mí – para que sean perfectamente uno y el mundo
conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mi”[7].
4.
Hay un reconocimiento
- es el primer paso de la fe pascual – que en ellos se da en medio de
vacilaciones, dudas, temores. En el relato que trae Juan este domingo esa
incredulidad se pone de manifiesto en una figura concreta, Tomás. No quiere
decir que este discípulo era más incrédulo que los demás, o el único, sino que
se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue,
para todos, aceptar la nueva realidad. Recordemos todas las contrariedades que
en vida causaron a Jesús, los imaginarios que tenían con respecto a un triunfo
político-religioso y las posibilidades de poder y prestigio que esto contendría
para ellos, también sus rechazos a las consecuencias de cruz y de persecución a
las que Jesús aludía delante de ellos, el tremendo escándalo que esto les
causaba. Les costó salir de tales ambigüedades, Tomás es el prototipo de las
mismas: “Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con
ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: Hemos visto al
Señor! El les respondió: si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no
pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no creeré”[8].
5.
Reciben una misión, que no es ocurrencia de ellos sino
mandato de Jesús. En efecto, el anuncio misionero de la Buena Noticia fue práctica constante y determinante en la
primera comunidad. Es lo que el Papa Francisco llama “Iglesia en salida”,
preocupado por el exceso de autorreferencialidad y de privilegios de la Iglesia
institucional. Bien lo dice Leonardo Boff, el conocido teólogo brasilero: “Salida
de una Iglesia-fortaleza que protegía a los fieles de las libertades modernas
hacia una Iglesia-hospital de campaña que atiende a toda persona que la busca,
sin importar su estado moral o ideológico. Salida de una Iglesia-institución
absolutista, centrada en sí misma hacia una Iglesia-movimiento, abierta al
diálogo universal, con otras Iglesias, religiones e ideologías……Salida de una
Iglesia-de poder sagrado, de pompa y circunstancia, de palacios pontificios y
titulaciones de nobleza renacentista hacia una Iglesia-pobre y para los pobres,
despojada de símbolos de honor, servidora y portavoz profética contra el
sistema de acumulación de dinero, el ídolo que produce sufrimiento y miseria y
mata a las personas……”[9]
Aquella Iglesia Apostólica, la de Pedro y los primeros discípulos no poseía
este tipo de seguridades que hemos adquirido con el paso de los siglos, su
garantía fue el mismo Señor Resucitado, la experiencia que tuvieron de El fue
de tal calidad e intensidad que no pusieron reparos para lanzarse a divulgarla
y a configurar comunidades inspiradas en el proyecto de vida de Jesús. La
Iglesia nace de una vivencia carismático-profética, no de una determinación institucional , es de
su esencia permanecer siempre en estado de misión, entendida esta no como plan
de adoctrinamiento y de proselitismo religioso sino como la comunicación de una
experiencia que las tiene todas consigo para garantizar en plenitud el sentido
de vida de quienes se quieran acoger a ella.
La fe pascual – de la que son paradigma estos primeros
discípulos – es un evento de transformación sustancial de la vida, no con
efectos mágicos porque seguiremos con
todas las precariedades que nos son inherentes, pero sí con efectos
cualitativos, como los vividos por ellos, porque se cambia de raíz la manera de
vivir, de afrontar lo frágil y limitado de nuestro ser, haciendo de ello , que
de entrada se presenta como destructivo, una experiencia en la que el Señor nos
participa de su propia vitalidad y nos confirma para siempre en la misma.