domingo, 28 de abril de 2019

COMUNITAS MATUTINA 28 DE ABRIL 2019 II DOMINGO DE PASCUA CICLO C


“Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”
(Juan 20: 20)

Lecturas:
1.   Hechos 5: 12-16
2.   Salmo 117
3.   Apocalipsis 1: 9-19
4.   Juan 20: 19-31

La más elocuente evidencia de la resurrección de Jesús es la transformación causada en sus discípulos: frágiles, temerosos, inseguros, acobardados, ahora se tornan en personas entusiasmadas, su existencia se resignifica con el acontecimiento pascual, se disponen para comunicar la Buena Noticia, haciendo de ella el centro de sus vidas, contagian esa alegría a muchos dando origen a las primeras comunidades cristianas, son capaces de afrontar las contradicciones y graves dificultades con las autoridades de la religión judía y con las del Imperio Romano, en ellos se percibe una nueva humanidad. Es Jesús, el Viviente, la raíz de esa novedosa y bienaventurada manera de ser y de proceder.
Lo que los textos del Nuevo Testamento quieren expresar con la palabra resurrección es la clave de todo el mensaje cristiano. Ya afirmamos en el comentario de la semana pasada que este hecho es mucho más que la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que trasciende la vida, nada de lo que se propone en el evangelio tendría sentido.  Lo que estos escritos quieren transmitir es el testimonio de que El vive, y que eso incide decisivamente en sus vidas, hasta el punto de resultar todos ellos radicalmente renovados en su ser y en su quehacer. Son asumidos pascualmente por el Resucitado: “Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero El, tocándome con su mano derecha, me dijo: No temas, yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y el Abismo[1].
Así, podemos decir que “la cosa empezó en Galilea[2], el origen del cristianismo no es una estructura institucional, una nueva normativa religiosa. Es una profecía de Dios, mediada en Jesús de Nazareth, sucedida en la historia real de un pueblo concreto, pueblo humillado y ofendido por la pobreza, por la dominación romana y por el maltrato sistemático procedente de sus líderes religiosos, siempre despectivos con los más humildes. En esa marginalidad acontece la Pascua, y son esos pescadores galileos el punto de partida del hecho cristiano en la historia de la humanidad.
 Jesús les participa – y nos participa – de su nueva condición. En nombre de El realizan señales de vida nueva, es Dios mismo el que se comunica a través de Jesús a  estos hombres y mujeres , ellos  son constituídos en portadores y transmisores de la vitalidad pascual: “Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a uno de ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban curados[3].
Se transforma en gozo el miedo de los discípulos: “Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los  discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: La paz esté con Ustedes! Mientras decía esto les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor[4].
No sentían ellos   un temor pasajero, este   era un miedo justificado: el poder  del judaísmo veía con crítica sospecha a todo aquel que tuviera que ver con el Crucificado, y estaba dispuesto a erradicar con saña los vestigios de su predicación y de su estilo de vida porque lo consideraban altamente nocivo para su establecimiento religioso. De igual modo, la autoridad  imperial de Roma representada en el gobernador Poncio Pilato, y en Herodes, monarca sometido al emperador, se inquietaba porque los seguidores de Jesús podían soliviantar al pueblo empobrecido.
Los relatos de apariciones que traen los cuatro evangelistas son la base de esta credibilidad. No los leamos con precipitación, dediquémonos a ellos con actitud orante y discerniente, dejando que el Espíritu nos mueva a detectar la filigrana teológica que contienen, y también procurando que lo mismo que sucedió a aquellos testigos primeros de la fe acontezca también a nosotros, con la seguridad de que este movimiento no es el resultado de un voluntarismo de nuestra parte sino un don gratuito que nos toma e involucra nuestra libertad.
En ellos descubrimos estos cinco elementos:
1.   Jesús se hace presente en situaciones de la vida real. Su nueva manera de presencia no tiene nada que ver con el templo ni con sus ritos religiosos: “….llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: la paz esté con Ustedes[5]. El movimiento cristiano no empezó su andadura histórica como una nueva religión, sino como una forma de vida inspirada en el Reino de Dios y su justicia, elemento central del mensaje de Jesús, que conocemos bien por la reiteración con la que lo afirmamos en estas reflexiones semanales. Debemos tener presente, incluso, que a los primeros cristianos se les persiguió por ateos, porque depositaban la garantía de su vida en un ser humano, de remate considerado blasfemo, hereje e inmoral por quienes lo condenaron. En esa realidad, problemática como la de tantísimos seres humanos, entra pascualmente el Señor Jesús, entra para dar vida, para replantear lo muerto y temeroso en vitalidad inagotable, en plenitud de sentido, en constante y creciente entusiasmo existencial.
2.   Jesús sale al encuentro inesperadamente, es El quien toma siempre la iniciativa, la presencia que experimentan no es una fantasía colectiva; es más, quedan altamente sorprendidos cuando empiezan a tener la experiencia de su nueva cualidad de vida – la del Crucificado, ahora Resucitado – porque fue tal su abatimiento y su conciencia de fracaso que no estaba dentro de sus perspectivas el paso de la muerte a la vida, la ahora gozosa novedad pascual. Este hecho es total gratuidad, se les impone desde la instancia teologal. Y los maravilla y transforma, sin que ellos lo esperaran: “Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: la paz esté con Ustedes![6]
3.   El saludo que les da Jesús significa su cercanía y amistad con ellos, su interés por cada uno de los discípulos, en esto viene su intención de implicarlos en la Pascua. Un hecho como este  no es un  suceso de espectacularidad individual en el que el único beneficiado es Jesús. Todo lo suyo es vida para todos, sin excepción: “No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno – yo en ellos y tú en mí – para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mi[7].
4.   Hay un reconocimiento  - es el primer paso de la fe pascual – que en ellos se da en medio de vacilaciones, dudas, temores. En el relato que trae Juan este domingo esa incredulidad se pone de manifiesto en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que este discípulo era más incrédulo que los demás, o el único, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue, para todos, aceptar la nueva realidad. Recordemos todas las contrariedades que en vida causaron a Jesús, los imaginarios que tenían con respecto a un triunfo político-religioso y las posibilidades de poder y prestigio que esto contendría para ellos, también sus rechazos a las consecuencias de cruz y de persecución a las que Jesús aludía delante de ellos, el tremendo escándalo que esto les causaba. Les costó salir de tales ambigüedades, Tomás es el prototipo de las mismas: “Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: Hemos visto al Señor! El les respondió: si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no creeré[8].
5.   Reciben una misión, que no es ocurrencia de ellos sino mandato de Jesús. En efecto, el anuncio misionero de la Buena Noticia  fue práctica constante y determinante en la primera comunidad. Es lo que el Papa Francisco llama “Iglesia en salida”, preocupado por el exceso de autorreferencialidad y de privilegios de la Iglesia institucional. Bien lo dice Leonardo Boff, el conocido teólogo brasilero: “Salida de una Iglesia-fortaleza que protegía a los fieles de las libertades modernas hacia una Iglesia-hospital de campaña que atiende a toda persona que la busca, sin importar su estado moral o ideológico. Salida de una Iglesia-institución absolutista, centrada en sí misma hacia una Iglesia-movimiento, abierta al diálogo universal, con otras Iglesias, religiones e ideologías……Salida de una Iglesia-de poder sagrado, de pompa y circunstancia, de palacios pontificios y titulaciones de nobleza renacentista hacia una Iglesia-pobre y para los pobres, despojada de símbolos de honor, servidora y portavoz profética contra el sistema de acumulación de dinero, el ídolo que produce sufrimiento y miseria y mata a las personas……[9] Aquella Iglesia Apostólica, la de Pedro y los primeros discípulos no poseía este tipo de seguridades que hemos adquirido con el paso de los siglos, su garantía fue el mismo Señor Resucitado, la experiencia que tuvieron de El fue de tal calidad e intensidad que no pusieron reparos para lanzarse a divulgarla y a configurar comunidades inspiradas en el proyecto de vida de Jesús. La Iglesia nace de una vivencia carismático-profética,  no de una determinación institucional , es de su esencia permanecer siempre en estado de misión, entendida esta no como plan de adoctrinamiento y de proselitismo religioso sino como la comunicación de una experiencia que las tiene todas consigo para garantizar en plenitud el sentido de vida de quienes se quieran acoger a ella.

La fe pascual – de la que son paradigma estos primeros discípulos – es un evento de transformación sustancial de la vida, no con efectos mágicos porque  seguiremos con todas las precariedades que nos son inherentes, pero sí con efectos cualitativos, como los vividos por ellos, porque se cambia de raíz la manera de vivir, de afrontar lo frágil y limitado de nuestro ser, haciendo de ello , que de entrada se presenta como destructivo, una experiencia en la que el Señor nos participa de su propia vitalidad y nos confirma para siempre en la misma.



[1] Apocalipsis 9: 17-18
[2] EVELY, Louis. La cosa empezó en Galilea: meditaciones sobre el evangelio según el año litúrgico, Ediciones Sígueme, Salamanca 1975.
[3] Hechos 5: 14-16
[4] Juan 20: 19-20
[5] Juan 20: 19
[6] Juan 20: 20-21
[7] Juan 17: 20-23
[8] Juan 20: 24-25
[9] Ver el texto completo en servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=715 son apenas dos páginas.

domingo, 21 de abril de 2019

COMUNITAS MATUTINA 21 DE ABRIL 2019 DOMINGO DE PASCUA 2019


“Ellos le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con El después de su resurrección”
(Hechos 10: 39-41)

Lecturas:
1.   Hechos 10: 34-43
2.   Salmo 117
3.   Colosenses 3: 1-4
4.   Juan 20: 1-9
Vale la pena que al comienzo de esta reflexión pascual pensemos con detenimiento en lo que NO es la resurrección de Jesús, siempre animados por esclarecer la originalidad de nuestra fe, superando los lugares comunes, las creencias supersticiosas, y el carácter insuficiente  de muchas de las presentaciones que se han hecho de estas realidades del Evangelio.
La teología que preparó el Concilio Vaticano II ,y que luego se desarrolló con esperanzadora intensidad,  ha hecho un esfuerzo destacado para desentrañar los contextos y los pre-textos del texto bíblico, aplicando los mejores instrumentos del análisis lingüístico y del método histórico-crítico para comprender cabalmente las condiciones socioculturales y religiosas de las comunidades en las que surgieron los diversos escritos  del Nuevo Testamento, aproximándose así   al significado genuino  de las palabras en las lenguas propias de la cultura bíblica, y para detectar las mentalidades teológicas y humanistas   que dieron origen a este cuerpo de testimonios de la fe.
Trabajar en estos elementos es una contribución fundamental para esclarecer el genuino significado de la fe judeocristiana, desarmando creencias que frecuentemente derivan en alienaciones religiosas y en supersticiones ,   presentando con nitidez la propuesta original y originante de la Buena Noticia. Al proceder   así,  en la Iglesia  promovemos  un cristianismo encarnado en la realidad, emancipador de esclavitudes, generador de estupendos seres humanos según el estilo del Señor Jesús, abiertos siempre a la trascendencia de Dios y del prójimo.
Para concentrarnos en un elemento esencial de nuestras convicciones creyentes – la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo – este esfuerzo teológico e interpretativo nos conduce a descubrir que esa resurrección no es un hecho “histórico”. Con lo cual se quiere decir no que sea un acontecimiento irreal, sino que su realidad trasciende los límites de lo físico. Justamente en esta trascendencia está la clave de su gran realismo y la raíz de nuestra esperanza.
La resurrección de Jesús no es un hecho registrable en la historia. Al  hacer esta afirmación no estamos atentando contra la verdad fundante del cristianismo sino afirmando  que esa Pascua tiene otro ámbito de realidad: el de los testigos y testimonios que experimentaron una honda y  definitiva transformación a partir de ese acontecimiento. Los relatos evangélicos no narran el hecho de la resurrección en sí mismo. Lo que se refiere son las experiencias de creyentes – los discípulos, las comunidades cristianas primitivas – que sienten a Jesús como el Viviente[1]: “Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero El desapareció de su vista. Se dijeron uno al otro: No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?”[2]
Gracias a estos testigos , la semilla de la fe se ha depositado en  millones de seres humanos, en las comunidades eclesiales que profesan a Jesucristo como Señor y Salvador . Así – testimonialmente – se ha dado ,  y se sigue dando , su paso por la historia humana, dando plenitud de sentido a todos aquellos que libremente acojan esta oferta que procede del mismo Dios: “El ángel dijo a las mujeres: Ustedes no teman. Sé que buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado, como había dicho. Acérquense a ver el lugar donde yacía. Después vayan corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a Galilea. Este es mi mensaje[3]
Importa mucho recalcar este aspecto para que podamos percibir que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un mito, sino a una verdad de fe ,  verdad que se experimenta en la nueva humanidad que se nos comunica en Jesús  . Así mismo, queremos reiterar que estas elaboraciones de la teología y de la interpretación bíblica no son invenciones de quienes se dedican a esta actividad, empeñados en derrumbar el edificio de las creencias tradicionales, sino el resultado de creyentes responsables y apasionadamente dedicados al estudio de la fe, para hacerla resplandecer y para hacerla significativa a las diversas mentalidades de la cultura contemporánea, sin sacrificar los elementos esenciales de su identidad. Es lo que llamamos la inculturación del Evangelio.
Una muy bella referencia testimonial la encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos servirá de primera lectura durante todo este tiempo pascual.  De este texto queremos desentrañar por qué la noticia del Resucitado desató la ira y la contrariedad por parte de las autoridades judías hacia los seguidores de Jesús. Estos últimos decían: “El comunicó su palabra a los israelitas y anunció la Buena Noticia de la paz por medio de Jesús, el Mesías, que es Señor de todos. Ustedes ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan. Cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder: El pasó haciendo el bien y sanando a los poseídos del diablo, porque Dios estaba con El. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén. Ellos le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios……”[4]
Tal  anuncio tiene un carácter polémico y conflictivo, los discípulos anunciaban que ese a quien los judíos crucificaron , pretendiendo con ello sofocar  definitivamente su causa, ahora es el Viviente, ha resucitado, su proyecto sigue en pie, su predilección por los humillados y ofendidos tiene total legitimidad. Su denuncia de la hipocresía religiosa del Templo, su rechazo al fariseísmo y al fundamentalismo jurídico-ritual del judaísmo de su tiempo, su insobornable libertad para anunciar un reino de justicia y de dignidad para todos, su presentación de Dios Padre, desbordante de misericordia y de compasión, están vigentes.  La potencia de este entusiasmo pascual   permanecerá en el tiempo pasando de unas generaciones a otras y no va a permitir que una  Buena Noticia tan esperanzadora se diluya ni siquiera por las contradicciones y persecuciones, como las vividas por el mismo Jesús.
Por esto se  enardecen los ánimos de las autoridades religiosas: “Mientras hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, irritados porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio de Jesús. Los detuvieron y, como ya era tarde, los metieron en prisión hasta el día siguiente. Muchos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil[5]. Los discípulos estaban testificando, comprometiendo en ello la totalidad de sus vidas, avalando con su transformación  la resurrección de aquel hombre llamado Jesús de Nazaret, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.
Al comienzo, todo pareció concluír con la crucifixión. Para el poder judío, la batalla estaba ganada. Los discípulos, desolados y con sentimiento de fracaso, desaparecieron de la escena. De entrada ,  parecía que el poder del mal , encarnado en aquellos sacerdotes y en el imperio romano tenía la razón. El crucificado era blasfemo y hereje, contrario a las tradiciones religiosas de Israel, había profanado el santo nombre de Dios pretendiendo ser su Hijo, y había acogido con notable preferencia a todos los excluídos de la religión oficial: prostitutas, pobrecía, condenados morales, publicanos. Conducta profundamente escandalosa que le hizo acreedor a la pena de muerte en la ignominia de la cruz.
Pero ahora – con emocionado gozo pascual y solidez creyente – vamos a decir  que Dios “saca la cara” por Jesús.  Con la resurrección, el Padre acredita que su misión, su palabra, sus opciones y conductas, su rechazo enfático a la religión formal sin conversión del corazón, su predilección por los últimos del mundo, sus señales milagrosas para configurar al ser humano abatido en clave de misericordia y de compasión, su despojo de todo poder y arrogancia, su condición de caminante descalzo del Reino de Dios y su justicia, tienen plena legitimidad y en ellas todos podemos  encontrar la más saludable alternativa de liberación y de salvación.
Jesús tenía razón, y no la tenían quienes lo condenaron y despreciaron su Causa. Jesús irritó a aquellas autoridades estando vivo, esto mismo acontece cuando sus seguidores, en nombre de esa libertad teologal, afirman su proyecto, lo hacen real, se comprometen con sus mismos ideales, se implican solidariamente con todos los sufrientes, denuncian el pecado y la injusticia, y anuncian que ese Reino tiene plena actualidad, que su mensaje no puede quedar secuestrado en formalidades religiosas y jurídicas, que Dios es Padre de toda la humanidad, que la misericordia y la compasión son el motor de este nuevo orden de vida.
Los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios, comprendieron existencialmente que El era el Hijo, el Señor, el Camino, la Vida, la Verdad: “Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos , que no están relatadas en este libro. Estas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de El[6]La muerte no tiene poder sobre El. Ante esto, su opción es seguir su misma ruta, comprometerse en ese seguimiento hasta la muerte y muerte de cruz, como  sucedió a la mayoría, obedeciendo a Dios, anunciando esa esperanza, aunque les costase conflictos y persecuciones.
Creer en Jesús, siguiendo a estos testigos primeros de la Pascua, es afirmar de modo contundente la validez de la Causa de Jesús, el que está Vivo para que todos vivamos gracias a El. El asunto del sentido de la vida encuentra aquí su pleno significado, no se trata de vivir de cualquier manera, llevados por una inercia rutinaria, domesticados por las costumbres sociales y religiosas, sumidos en lo anodino. Gracias a Jesús la vida es pasión de justicia y de dignidad, la fe en El no es la cómoda pertenencia a una institución prestadora de servicios religiosos, muchos de ellos penosos y anodinos. Seguir a Jesús es vivir pascualmente, aún a sabiendas de la inevitable precariedad que nos es común,
Lo esencial no es creer en Jesús, sino creer como Jesús, estar en íntima relación con Dios como El, darnos al prójimo como El, ser portadores de vida y de sentido en nombre suyo, confrontar la cultura de la muerte, no hacer del poder y de la vida cómoda unos   ídolos que hipotecan nuestra dignidad.
 Resucitados con Jesús tenemos vocación de   empeñarnos en hacer dinámica la estructura pascual de la existencia humana, en trabajar evangélicamente para que las relaciones entre todos promuevan nuevas y justas maneras de vivir, para que el cuidado de la naturaleza, la casa común que bellamente designa el Papa Francisco, sea la mesa donde todos podemos sentarnos en igualdad de condiciones, para que la vida no sea atropellada por dictaduras e ideologías deshumanizantes, para que la sociedad de consumo no sustituya la fraternidad, para que la ligereza de muchas mentalidades no arrase con la razón y la inteligencia, para que los logros de la ciencia estén al servicio de mejores posibilidades para la humanidad entera, para que nadie tenga que desplazarse de su hábitat , a marchas forzadas como sucede con tantos hermanos en esta hora de la vida: “Ví un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe. Ví la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono: Mira la morada de Dios entre los hombres, habitará con ellos; ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos….[7]
Profesamos nuestra convicción creyente en que esta certeza se implica salvíficamente en la historia y nos remite a la eternidad de Dios, gracias al Señor Resucitado.


[1] SCHYLLEEBECKX, Edward. Jesús: la historia de un viviente. Trotta, Madrid 2005.
[2] Lucas 24: 31-32
[3] Mateo 28: 5-7
[4] Hechos 10: 36-41
[5] Hechos 4: 1-4
[6] Juan 20: 30-31
[7] Apocalipsis 20: 1-3

Archivo del blog