domingo, 24 de febrero de 2019

COMUNITAS MATUTINA 24 DE FEBRERO 2019 VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


“Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian”
(Lucas 6: 27)

Lecturas:
1.   1 Samuel  26: 2-23
2.   Salmo 102
3.   1 Corintios 15: 45-49
4.   Lucas 6: 27-38

El texto evangélico de hoy descompone toda lógica humana y nos remite a un asunto que es clave en la identidad cristiana y en la configuración de quienes nos empeñamos con ilusión en seguir el camino de Jesús. No es nada fácil, va en contravía de nuestros amores cómodos y de ese facilismo seudoespiritual que nos hace sentir gente de “buena conciencia”: “Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian. Bendigan a quienes los maldicen, rueguen por quienes los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica[1]
Qué se trae Jesús con esta exigencia tan extrema? Después de la radicalidad de las bienaventuranzas, proclamadas el domingo anterior en la versión de Lucas, nos propone otro de los hitos sustanciales del Evangelio: amar y perdonar a los enemigos, no devolver mal por mal, hacer el bien a quien nos maltrata, no generar ningún movimiento de venganza. Este es, para Jesús, el gran indicador de que cumplimos con seriedad aquello de “ámense los unos a los otros como yo los he amado[2]. Tales palabras distan mucho de ser una piadosa expresión, un manejo retórico que convertimos en lugar común sin detenernos a captar los desmedidos alcances que contiene.
Este planteamiento desbarata el concepto de justicia retributiva vigente en el Antiguo Testamento y en el derecho romano, inspirador este último de las grandes legislaciones del mundo occidental. Es la célebre ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente”. El término alude a un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía de modo matemático un castigo que se identificaba con el delito cometido. De esta manera, no sólo se habla de una pena equivalente, sino de una pena idéntica. En el Antiguo Testamento es lo que se presenta como modo habitual de practicar la justicia.
Multitud de ordenamientos jurídicos se han inspirado en este principio. Su motivación  es la de establecer una proporcionalidad entre delito y castigo, y con ello frenar el espíritu de venganza que surge instintivamente, y que puede alcanzar resultados incalculables y lamentables. Lo ilustramos   con algunos ejemplos:
-      Si un arquitecto construía una casa sin la debida solidez y esta se derrumbaba matando a sus habitantes, al referido constructor se le castigaba condenándolo a muerte
-      Si un hijo agredía a su padre, a aquel se le cortaban las manos
-      Si en una riña alguien rompía los huesos de su opositor, al agresor también se le aplicaba la misma sanción
-      La mentalidad vigente en el Antiguo Testamento,  la apreciamos con un  ejemplo como este: “Si unos hombres se pelean, y uno de ellos atropella a una mujer embarazada y le provoca un aborto, sin que sobrevenga ninguna otra desgracia, el culpable deberá pagar la indemnización que le imponga el marido de la mujer, y el pago se hará por arbitraje. Pero si sucede una desgracia mayor, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión[3]
-      En la primera lectura de hoy se presenta un contraste entre lo ordenado por la  ley del talión y la actitud de David, este desafía la norma dominante perdonando la vida de Saúl, a quien en lógica debía venganza y castigo. El texto pretende demostrar cómo en la vida de David la misericordia está unida a su valentía. Les sugerimos leer completo el relato de 1 Samuel 26: 2-23 para comprender el contexto, captar por qué Saúl “merecía” el castigo por parte de David, y por qué este último antepone el perdón a la venganza: “Porque hoy el Señor te entregó en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor. Hoy yo he mostrado un gran aprecio por tu vida: que el Señor muestre el mismo aprecio por la mía y me libre de todo peligro!”[4]
Valgan estas referencias para ayudar a entender  la mentalidad en la que esto del castigo y/o venganza era proporcional a la ofensa recibida, considerándose la genuina práctica de la justicia, la normalidad y sensatez en la aplicación de la misma. Es lo que rige la conducta de muchos seres humanos en la actualidad, la venganza sigue a la orden del día, desde las pequeñas desavenencias hasta los grandes conflictos de la sociedad. El odio a los enemigos es considerado como algo natural, mientras que para Jesús el amor a ellos está totalmente inscrito en la gran categoría del amor al prójimo.
 Esto quiere decir – gran escándalo en aquellos tiempos y en los nuestros! – que también el enemigo es un prójimo, elemento sustancial, lo reiteramos, en el proyecto de Jesús. Quien no asuma esto no es cristiano.
Los padres de la Iglesia – Agustín, Cipriano, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, Ireneo de Lyon, Ambrosio de Milán , entre muchos – vieron en el perdón a los enemigos la gran novedad de la ética cristiana. Alegrarse de la desgracia de quien nos ha ofendido, devolver mal por mal, son conductas incompatibles con el seguimiento de Jesús. Lo sensato – evangélicamente hablando – es la magnanimidad y el socorro ofrecido al enemigo necesitado. La novedad de Jesús supera la ley del talión, nos pide no tener actitudes condenatorias, sino abrir los espacios para que los enemigos encuentren el camino de la conversión y de la reconciliación.
Qué decimos a las palabras de Jesús: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”?[5]
Cómo resuena tal  invitación en este mundo de polarizaciones políticas, aquí en Colombia con nuestros álgidos asuntos relativos a los acuerdos de paz, con la Jurisdicción Especial para la Paz, con la inserción de los antiguos guerrilleros en la sociedad civil, con el asesinato constante y creciente de los líderes sociales, con el continuo vociferar de los líderes incitando a tomar posición unos en contra de otros? Y qué decir de nuestro hermano país Venezuela, donde el talante furibundo se ha tomado el sentir de todos? Cómo reaccionar evangélicamente ante la agresividad que campea en las redes sociales? Qué sentir ante los excesos de gobernantes que continuamente invitan a la guerra y a la venganza?
Reflexiones de hondo calado que nos llevan a un replanteamiento radical del modo de vivir en sociedad, sin olvidar aquello de Jesús, que podemos resumir en la expresión: “solidario con el pecador   no con el pecado”.  Dentro de esta lógica, cómo proceder con gobiernos como el de Venezuela, que indiscutiblemente es responsable de grandes injusticias y atropellos, sumiendo su país en la pobreza y en un escandaloso desequilibrio? Cómo actuar con los sacerdotes pederastas y con los obispos que los encubren? Qué mensaje nos dan las víctimas de estos desafueros, mancillados en lo más esencial de su dignidad? Qué hacer con quienes han secuestrado, realizado masacres, despojado de tierras a humildes campesinos? Cómo actuar contra quienes se han empeñado en sembrar muerte y destrucción?
He aquí potentes preguntas para nuestra conciencia cristiana. De una parte se presenta la indispensable sanción social y jurídica a quienes han procedido como enemigos de la vida, de la humanidad, del bien común, de la justicia. La historia humana sobreabunda en excesos de proporciones colosales: las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, las dictaduras militares en América Latina, la depredación de los países europeos en sus antiguas colonias del Africa subsahariana, conflictos como el de Vietnam , el Golfo Pérsico o Siria, la perversidad extrema de los narcotraficantes, la corrupción campeante en muchos de nuestros países. Cuál es la postura cristiana ante estas inocultables violencias e injusticias?
Y otro asunto de no menor envergadura: cómo no seguir alimentando la espiral de venganza? Cómo hacer vigentes los valores de Jesús , estos de misericordia y de perdón, en sociedades tan expuestas al conflicto como las nuestras?
Dios ama a todos los seres no por lo que ellos son, sino por lo que El es. Su personalidad está cimentada en la compasión y en  la misericordia, en El esto no conoce medida, porque es de la condición teologal la sobreabundancia de tales dones. No son actitudes piadosas ocasionales que ignoran la confrontación, la exigencia y la demanda de una altísima responsabilidad moral para resarcir a la víctima. Su fundamento es la reconfiguración integral del ser humano, la salvación y liberación de la víctima y del victimario. El pecador responsable de los atropellos y el afectado por los mismos tienen la misma vocación de dignidad. La propuesta jesuánica del perdón tiene su raíz decisiva en esta mentalidad, revolucionaria, escandalosa si se quiere para quienes viven en la ley del  talión, pero siempre provocadora de una humanidad nueva y genuinamente reconciliada.
Es clave que tengamos muy presente lo que sigue:  Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, el conformismo o la resignación ante los males causados por los agresores. Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la pésimamente entendida “resignación cristiana” para acallar las voces de quienes exigían – y siguen exigiendo – sus derechos? No se propone renunciar a los mismos – Dios nos libre! – ni de hacer silencio ante la injusticia, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto  para superar las diferencias, también con la sabiduría de renunciar a nuestros intereses de comodidad , de poder o económicos, para entregarlos a quienes más los necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir lo que se tiene, los bienes materiales, pues ya no basta simplemente compartir el pan con el hambriento, sino ofrecer hasta la propia vida, como garantía de reconciliación.
Amar, bendecir, orar por los enemigos, no equivale a perder el sentido de la crítica, de la denuncia o de la reprensión. El testimonio de perdonar y de no mover a la venganza es lo que finalmente puede llevar a la transformación de los ofensores, aunque muchos de estos permanezcan en su dureza: “Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque El es bueno con los desagradecidos y con los malos[6]
Nos hemos preguntado alguna vez cuán  misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia y la compasión con la lástima. Esto no es cristiano, porque el que dice tener lástima se presenta como superior al otro, esto ya es una conducta de violencia. El auténtico practicante de la misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos al verdadero camino de Dios, el de la nueva humanidad que Jesús establece entre nosotros.






[1] Lucas 6: 27-29
[2] Juan 13: 34
[3] Exodo 22: 22-25
[4] 1 Samuel 26: 23-24
[5] Lucas 6: 36-37
[6] Lucas 6: 35

martes, 19 de febrero de 2019

COMUNITAS MATUTINA 17 DE FEBRERO 2019 VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


“Bienaventurados serán Ustedes cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre como malo por causa del Hijo del hombre”
(Lucas 6: 22)

Lecturas:
1.   Jeremías 17: 5-8
2.   Salmo 1
3.   1 Corintios 15: 12-20
4.   Lucas 6: 17-26

La afirmación evangélica que encabeza el escrito de hoy pertenece a la entraña más original y auténtica del mensaje de Jesús.  Nos remonta al mismo Señor, a la constante contradicción que vivió con los dirigentes judíos de su tiempo, a su muerte en cruz,  a las persecuciones y crudas incomprensiones vividas por las primeras comunidades de seguidores suyos, a las páginas heroicas escritas por los mártires de los tiempos del imperio romano,  que ofrecieron sus vidas cruentamente por el reino de Dios y su justicia, a la multitud de hombres y mujeres que en estos largos siglos de historia de la fe han dado testimonio del carácter definitivo de la misma con la entrega martirial de sus vidas, hasta niveles de un heroísmo fuera de lo común.
La carta a los Hebreos lo atestigua con dramática belleza: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con constancia la carrera que se nos propone, con los ojos fijos en Jesús, que inicia y lleva a la perfección la fe. El , en vista del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios[1]
La Palabra de este domingo nos habla de bienaventuranzas y de malaventuranzas. En este contexto se inscribe la propuesta de Jesús que invita a un modo de vida a contracorriente de las mentalidades dominantes de enriquecimiento, de ascenso en la escala del poder, de búsqueda de éxito y de privilegios, de culto a una felicidad netamente individualista, de afirmación egocéntrica de los individuos que no saben de servicio ni de solidaridad.
Las Bienaventuranzas con los pobres como protagonistas y las malaventuranzas con los ricos como destinatarios, expresan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas. Para los primeros hay una promesa de felicidad, inversa a la habitual que ofrece el mundo[2], dando sentido a su pasión por la justicia, a su sentido de la fraternidad, a la vida entendida como mesa compartida, al servicio y a la solidaridad como raíces de los proyectos existenciales. Para los segundos , las palabras son fuertes y estremecedoras: “Pero, ay de ustedes, los ricos! Porque ya han recibido su consuelo. Ay de ustedes, los que ahora están hartos, porque tendrán hambre. Ay de los que ríen ahora! , porque se afligirán y llorarán[3]
Estas promesas de felicidad son una forma literaria propia de culturas de la antigüedad (Egipto, Grecia, Mesopotamia), también en los escritos bíblicos, principalmente en los sapienciales y en los profetas. En estos últimos se considera bienaventurada a la persona que es fiel a la ley, como concreción de su fidelidad a Yahvé: “Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, sino que se recrea en la ley de Yahvé, susurrando su ley día y noche. Será como árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera, pero no será así con los malvados[4]
Estas malaventuranzas son más comunes en los profetas, cuando denuncian con severidad las inconsistencias morales y religiosas de quienes se dicen creyentes, proclamándolo con actitudes externas de observancia ritual pero  que en sus vidas distan totalmente de la voluntad de Dios. Conocemos ampliamente la referencia directa del profetismo bíblico a las injusticias cometidas por los poderosos, y la condenación sin contemplaciones que hacen de su conducta, que desconoce a los últimos del mundo, religión sin solidaridad con el prójimo es un culto vacío y acreedor de maldición: “Ay de los que dictan normas inicuas, y los que firman decretos vejatorios, excluyendo del juicio a los débiles, atropellando el derecho de los pobres de mi pueblo, haciendo de las viudas su botín y despojando a los huérfanos[5]
En la literatura sapiencial del Antiguo Testamento se insiste en un comportamiento acorde con la ley, entendiendo el cumplimiento de esta como algo muy superior a un acatamiento formal, porque es una legislación que tiene como contenido el reconocimiento del prójimo débil, empobrecido, deseoso de que    su dignidad sea tenida en cuenta.
  En la  formulación de las bienaventuranzas de Mateo y de Lucas,  Jesús va más allá porque  declara que los perseguidos por causa de la justicia, los que aman la pobreza ( que no miseria sino vida sobria sin dar a lo material la primacía), los que no se dejan tomar por la mentalidad de poder y de éxito, esos son los merecedores de la felicidad de Dios, no solo  como promesa después de la muerte sino como estatuto de una genuina humanidad, la que toma en serio vaciarse del ego, de su comodidad, para trascender hacia Dios y hacia el prójimo: “Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Bienaventurados los que tienen hambre ahora, porque serán saciados. Bienaventurados los que lloran ahora, porque reirán. Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y proscriban su nombre por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo[6]
La bienaventuranza clave es la de los pobres. Lucas recuerda la promesa del Antiguo Testamento de un Dios que venía   a actuar a favor de los oprimidos, los que tienen a Dios como único defensor, que claman constantemente a El. Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y de los oprimidos, tal como lo proclamamos en el texto evangélico de hace dos domingos[7]
Cuando se habla de “cielo” no se limita a una plenitud que sólo sucederá cuando el bienaventurado pase la frontera de la muerte hacia la vida definitiva. Con esta referencia – esencial en el evangelio – se alude a la condición de una vida plena de sentido, aquí en la existencia histórica y en la total y feliz consumación del ser humano en Dios. Se habla así del modelo ideal de ser humano según Jesús. Este no figura en las páginas sociales de los periódicos ni es aplaudido en los clubes de alta sociedad, su homenaje es en la vida de a pie, en la construcción de justicia para los humillados y ofendidos, en la íntima satisfacción de una vida ciento por ciento ofrecida a la causa de la fraternidad y de la solidaridad.
Los pobres no son bienaventurados por su condición de tales, sino porque asumiendo tal circunstancia, por situación o por opción, se empeñan en la liberación y superación de todo lo que menoscabe al ser humano en su dignidad. Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero y el poder como valores supremos – haciendo de ellos ídolos y estableciendo una “religión” que socava la libertad y que rompe los vínculos de comunión -, el pobre de la humanidad nueva de Jesús es el que opta por una sociedad justa, eliminando las causas de toda injusticia.
El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús propone como programa de vida. No se matricula en tal o cual ideología o partido político, supera con creces las clásicas polarizaciones de derecha o izquierda. Este reino está alentado por la bienaventuranza del ser humano que sabe compartir, que no acumula, que no vive inquieto por estar en la élite, que no hace carrera de privilegios.
Indudablemente se trata de un mensaje que incomoda profundamente nuestras conciencias tranquilas, acomodadas, “satisfechas” con la buena conciencia de los cumplimientos religiosos (misa, sacramentos, limosnas ocasionales). Jesús no plantea una religión más, en la que dominan los ritos, las normas, y un cuerpo de doctrinas desconectados de la realidad humana. Para El es constitutiva una confianza radical en Dios que tiene como correlato la confianza en el ser humano, entendido y vivido como prójimo. El carácter teologal de la vida – según Jesús – es simultáneo con el carácter antropológico. La verdadera divinidad se vive en el ejercicio de la más radical humanidad, esta es la plenitud del ser en la lógica del Padre-Madre Dios.
Es malo “per se” ser rico? Es bueno “per se” ser pobre”? Son las preguntas que proponemos a nuestros lectores para hacer un discernimiento hondo de la  vida a propósito de bienaventuranzas y de malaventuranzas.
 Es la nuestra una vida en permanente proceso de enriquecimiento, es el dinero el interés prioritario que nos moviliza? La pobreza y la exclusión social no tienen cabida en nuestras motivaciones? Disponemos de bienes materiales: cuáles son los criterios con los que los utilizamos?  Hay muchas posibilidades para dar un cauce evangélico a los recursos materiales, no simplemente “dando” sino implicando todo nuestro ser en ese dar, de tal modo que no sea un aporte que se da en el supermercado al terminar la compra o un cheque abundante, es nuestra vida radicalmente filial y radicalmente fraternal la que espera Dios de nosotros. El nos aguarda en los pobres: ese es el camino de la bienaventuranza!.


[1] Hebreos 12: 1-2
[2] Recordemos el significado de mundo en los relatos evangélicos. No es desprecio de la realidad material, de la experiencia histórica, de la cotidianidad de los seres humanos, con estas el evangelio tiene una comprensión totalmente solidaria, encarnada, dialogante. Mundo en los evangelios es lo contrario al Padre-Madre Dios y al prójimo, lo que va en contravía de la dignidad humana, lo que tiene que ver con la seudo felicidad manifestada en los antivalores: poder, sociedad de consumo, dinero , riquezas.
[3] Lucas 6: 24-25
[4] Salmo 1: 1-4
[5] Isaías 10: 1-2
[6] Lucas 6: 20-23
[7] Lucas 4: 16-19, es el texto programático de la misión de Jesús.

Archivo del blog