“Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a
sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian”
(Lucas 6: 27)
Lecturas:
1.
1 Samuel 26:
2-23
2.
Salmo 102
3.
1 Corintios 15: 45-49
4.
Lucas 6: 27-38
El texto evangélico de hoy descompone toda lógica
humana y nos remite a un asunto que es clave en la identidad cristiana y en la
configuración de quienes nos empeñamos con ilusión en seguir el camino de Jesús.
No es nada fácil, va en contravía de nuestros amores cómodos y de ese facilismo
seudoespiritual que nos hace sentir gente de “buena conciencia”:
“Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien
a quienes los odian. Bendigan a quienes los maldicen, rueguen por quienes los
difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te
quite el manto, no le niegues la túnica”[1]
Qué se trae Jesús con esta exigencia tan extrema? Después
de la radicalidad de las bienaventuranzas, proclamadas el domingo anterior en
la versión de Lucas, nos propone otro de los hitos sustanciales del Evangelio:
amar y perdonar a los enemigos, no devolver mal por mal, hacer el bien a quien
nos maltrata, no generar ningún movimiento de venganza. Este es, para Jesús, el
gran indicador de que cumplimos con seriedad aquello de “ámense los unos a los otros como
yo los he amado” [2].
Tales palabras distan mucho de ser una piadosa expresión, un manejo retórico que
convertimos en lugar común sin detenernos a captar los desmedidos alcances que
contiene.
Este planteamiento desbarata el concepto de justicia
retributiva vigente en el Antiguo Testamento y en el derecho romano, inspirador
este último de las grandes legislaciones del mundo occidental. Es la célebre
ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente”. El término alude a un
principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía de modo
matemático un castigo que se identificaba con el delito cometido. De esta
manera, no sólo se habla de una pena equivalente, sino de una pena idéntica. En
el Antiguo Testamento es lo que se presenta como modo habitual de practicar la
justicia.
Multitud de ordenamientos jurídicos se han inspirado en
este principio. Su motivación es la de
establecer una proporcionalidad entre delito y castigo, y con ello frenar el
espíritu de venganza que surge instintivamente, y que puede alcanzar resultados
incalculables y lamentables. Lo ilustramos
con algunos ejemplos:
-
Si un arquitecto construía una casa sin la debida
solidez y esta se derrumbaba matando a sus habitantes, al referido constructor
se le castigaba condenándolo a muerte
-
Si un hijo agredía a su padre, a aquel se le cortaban
las manos
-
Si en una riña alguien rompía los huesos de su
opositor, al agresor también se le aplicaba la misma sanción
-
La mentalidad vigente en el Antiguo Testamento, la apreciamos con un ejemplo como este: “Si unos hombres se pelean, y uno
de ellos atropella a una mujer embarazada y le provoca un aborto, sin que
sobrevenga ninguna otra desgracia, el culpable deberá pagar la indemnización
que le imponga el marido de la mujer, y el pago se hará por arbitraje. Pero si
sucede una desgracia mayor, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente
por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por
herida, contusión por contusión”[3]
-
En la primera lectura de hoy se presenta un contraste
entre lo ordenado por la ley del talión
y la actitud de David, este desafía la norma dominante perdonando la vida de
Saúl, a quien en lógica debía venganza y castigo. El texto pretende demostrar
cómo en la vida de David la misericordia está unida a su valentía. Les
sugerimos leer completo el relato de 1 Samuel 26: 2-23 para comprender el
contexto, captar por qué Saúl “merecía” el castigo por parte de David, y por
qué este último antepone el perdón a la venganza: “Porque hoy el Señor te entregó
en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor. Hoy yo he
mostrado un gran aprecio por tu vida: que el Señor muestre el mismo aprecio por
la mía y me libre de todo peligro!”[4]
Valgan estas referencias para ayudar a entender la mentalidad en la que esto del castigo y/o
venganza era proporcional a la ofensa recibida, considerándose la genuina
práctica de la justicia, la normalidad y sensatez en la aplicación de la misma.
Es lo que rige la conducta de muchos seres humanos en la actualidad, la
venganza sigue a la orden del día, desde las pequeñas desavenencias hasta los
grandes conflictos de la sociedad. El odio a los enemigos es considerado como
algo natural, mientras que para Jesús el amor a ellos está totalmente inscrito
en la gran categoría del amor al prójimo.
Esto quiere
decir – gran escándalo en aquellos tiempos y en los nuestros! – que también el
enemigo es un prójimo, elemento sustancial, lo reiteramos, en el proyecto de
Jesús. Quien no asuma esto no es cristiano.
Los padres de la Iglesia – Agustín, Cipriano, Gregorio
Nacianceno, Juan Crisóstomo, Ireneo de Lyon, Ambrosio de Milán , entre muchos –
vieron en el perdón a los enemigos la gran novedad de la ética cristiana.
Alegrarse de la desgracia de quien nos ha ofendido, devolver mal por mal, son
conductas incompatibles con el seguimiento de Jesús. Lo sensato –
evangélicamente hablando – es la magnanimidad y el socorro ofrecido al enemigo
necesitado. La novedad de Jesús supera la ley del talión, nos pide no tener
actitudes condenatorias, sino abrir los espacios para que los enemigos
encuentren el camino de la conversión y de la reconciliación.
Qué decimos a las palabras de Jesús: “Sean
misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no
serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”?[5]
Cómo resuena tal
invitación en este mundo de polarizaciones políticas, aquí en Colombia
con nuestros álgidos asuntos relativos a los acuerdos de paz, con la
Jurisdicción Especial para la Paz, con la inserción de los antiguos
guerrilleros en la sociedad civil, con el asesinato constante y creciente de
los líderes sociales, con el continuo vociferar de los líderes incitando a
tomar posición unos en contra de otros? Y qué decir de nuestro hermano país
Venezuela, donde el talante furibundo se ha tomado el sentir de todos? Cómo
reaccionar evangélicamente ante la agresividad que campea en las redes
sociales? Qué sentir ante los excesos de gobernantes que continuamente invitan
a la guerra y a la venganza?
Reflexiones de hondo calado que nos llevan a un
replanteamiento radical del modo de vivir en sociedad, sin olvidar aquello de
Jesús, que podemos resumir en la expresión: “solidario con el pecador no con el pecado”. Dentro de esta lógica, cómo proceder con
gobiernos como el de Venezuela, que indiscutiblemente es responsable de grandes
injusticias y atropellos, sumiendo su país en la pobreza y en un escandaloso
desequilibrio? Cómo actuar con los sacerdotes pederastas y con los obispos que
los encubren? Qué mensaje nos dan las víctimas de estos desafueros, mancillados
en lo más esencial de su dignidad? Qué hacer con quienes han secuestrado,
realizado masacres, despojado de tierras a humildes campesinos? Cómo actuar
contra quienes se han empeñado en sembrar muerte y destrucción?
He aquí potentes preguntas para nuestra conciencia
cristiana. De una parte se presenta la indispensable sanción social y jurídica
a quienes han procedido como enemigos de la vida, de la humanidad, del bien
común, de la justicia. La historia humana sobreabunda en excesos de
proporciones colosales: las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, las
dictaduras militares en América Latina, la depredación de los países europeos
en sus antiguas colonias del Africa subsahariana, conflictos como el de Vietnam
, el Golfo Pérsico o Siria, la perversidad extrema de los narcotraficantes, la
corrupción campeante en muchos de nuestros países. Cuál es la postura cristiana
ante estas inocultables violencias e injusticias?
Y otro asunto de no menor envergadura: cómo no seguir
alimentando la espiral de venganza? Cómo hacer vigentes los valores de Jesús ,
estos de misericordia y de perdón, en sociedades tan expuestas al conflicto
como las nuestras?
Dios ama a todos los seres no por lo que ellos son,
sino por lo que El es. Su personalidad está cimentada en la compasión y en la misericordia, en El esto no conoce medida,
porque es de la condición teologal la sobreabundancia de tales dones. No son
actitudes piadosas ocasionales que ignoran la confrontación, la exigencia y la
demanda de una altísima responsabilidad moral para resarcir a la víctima. Su
fundamento es la reconfiguración integral del ser humano, la salvación y
liberación de la víctima y del victimario. El pecador responsable de los
atropellos y el afectado por los mismos tienen la misma vocación de dignidad.
La propuesta jesuánica del perdón tiene su raíz decisiva en esta mentalidad,
revolucionaria, escandalosa si se quiere para quienes viven en la ley del talión, pero siempre provocadora de una humanidad
nueva y genuinamente reconciliada.
Es clave que tengamos muy presente lo que sigue: Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, el
conformismo o la resignación ante los males causados por los agresores. Por
cuánto tiempo utilizaron los poderosos la pésimamente entendida “resignación
cristiana” para acallar las voces de quienes exigían – y siguen exigiendo – sus
derechos? No se propone renunciar a los mismos – Dios nos libre! – ni de hacer
silencio ante la injusticia, sino de renunciar a la violencia como medio
absoluto para superar las diferencias,
también con la sabiduría de renunciar a nuestros intereses de comodidad , de
poder o económicos, para entregarlos a quienes más los necesitan. En este
sentido, Jesús supera el concepto de compartir lo que se tiene, los bienes
materiales, pues ya no basta simplemente compartir el pan con el hambriento,
sino ofrecer hasta la propia vida, como garantía de reconciliación.
Amar, bendecir, orar por los enemigos, no equivale a
perder el sentido de la crítica, de la denuncia o de la reprensión. El
testimonio de perdonar y de no mover a la venganza es lo que finalmente puede
llevar a la transformación de los ofensores, aunque muchos de estos permanezcan
en su dureza: “Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a
cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del
Altísimo, porque El es bueno con los desagradecidos y con los malos”[6]
Nos hemos preguntado alguna vez cuán misericordiosos somos? Muchas veces
confundimos la misericordia y la compasión con la lástima. Esto no es
cristiano, porque el que dice tener lástima se presenta como superior al otro,
esto ya es una conducta de violencia. El auténtico practicante de la
misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos al
verdadero camino de Dios, el de la nueva humanidad que Jesús establece entre
nosotros.