“Allí
proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: el tiempo se ha
cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la
Buena Noticia”
(Marcos
1: 14-15)
Lecturas:
- Jonás 3: 1-10
- Salmo 24
- 1 Corintios 7: 29-31
- Marcos 1: 14-20
Cuando
estamos involucrados en estas tareas de entender mejor y apropiar
existencialmente el cristianismo, el proyecto de Dios con la
humanidad, y el camino que El nos propone en Jesús, cabe recordar el
asunto clave del lenguaje y de las formulaciones de la fe, para que
no nos confundamos. Esta fe se ha ido inculturando al paso de los
siglos en las categorías de interpretación propias de cada época
de la historia, con la intención de tornarse significativa,
relevante para cada época, pero no podemos pretender que una
determinada comprensión de la fe permanezca inmodificable cuando en
tal o cual contexto sociocultural ese tipo de lenguaje ya no resulta
apto para expresar los elementos esenciales de la fe.
De
esto hemos hecho conciencia con el potente proceso de cambio iniciado
con el Concilio Vaticano II (1962-1965), sucedido en el ministerio de
los Papas Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978). El propósito
de este concilio fue el de poner la iglesia al día, en sintonía con
las sensibilidades de la humanidad contemporánea, para eso el Papa
Juan acuñó la expresión italiana aggiornamento,
que significa puesta al día, actualización, retorno a las fuentes
del Evangelio.
Una
iglesia que había permanecido distante y prevenida con los adelantos
de la modernidad, con el pensamiento crítico ilustrado, con la
búsqueda de autonomía y de liberación, se planteó en esta gran
asamblea universal el diálogo con las realidades del mundo actual, a
las que llamó con la conocida expresión de
signos de los tiempos,
designando así aquellas manifestaciones más expresivas de los
tiempos actuales, como el clamor de dignidad y de libertad de los
pobres del mundo, la inculturación del evangelio, el encuentro con
la razón crítica, el diálogo con la ciencia y con la tecnología,
la promoción de los derechos humanos, la presencia comprometida en
el mundo de los pobres, el valor de la historia y de la experiencia
existencial.
Sobre
estas consideraciones iniciales es muy saludable que, al encontrarnos
con los textos bíblicos, tengamos en cuenta que surgieron en
contextos y realidades muy diferentes de los nuestros, por eso a
ellos acudimos confiados en las mediaciones interpretativas que
analizan los lenguajes originales en los que fueron escritos (hebreo
antiguo, arameo, griego del común de los primeros siglos de historia
cristiana), también en el conocimiento de la cultura de esos siglos,
de sus sensibilidades.
Técnicamente
se llama
exégesis
a esta tarea de estudiar los escritos para develar su contexto y su
pre-texto o intención. Las nuevas traducciones de la Biblia como la
de Jerusalén, Latinoamericana, Dios Habla Hoy, La Biblia libro del
Pueblo de Dios, y otras, son resultado de este esfuerzo riguroso para
hacer asequible el texto a las diversas comunidades y denominaciones
cristianas. Desde COMUNITAS
MATUTINA
les recomendamos tener siempre a la mano una de estas , con sus
comentarios introductorios y sus notas de pie de página, para mejor
comprensión de la Palabra que se lee, se interioriza y se lleva a la
vida.
Hechas
estas salvedades, que consideramos esenciales, dediquémonos a la
Palabra de este domingo. Hoy hacen pareja la primera (Jonás) con la
tercera lectura (Marcos), es la predicación del profeta invitando a
los ciudadanos de Nínive a la conversión, y también la de Jesús
en los comienzos de su ministerio: “Después
de que Juan fue arrestado , Jesús se dirigió a Galilea. Allí
proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: el tiempo se ha
cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la
Buena Noticia”
(Marcos 1: 14-15).
La
lectura sobre Jonás presenta un contenido positivo: el profeta
atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, así lo hace, y
su predicación tiene éxito porque el pueblo entra en proceso de
conversión:
“Los ninivitas creyeron a Dios, decretaron un ayuno y se vistieron
con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño”
(Jonás
3: 5). Nínive es el símbolo de la ciudad injusta y excluyente,
enceguecida por su riqueza y su éxito, olvidada de Dios y del
prójimo, como tantas urbes de nuestros tiempos en los que – en
escandalosa convivencia – coexisten las mayores indignidades,
pobrezas, maltratos, violencias, con la opulencia y el derroche;
podríamos dar el nombre de las nuevas Nínives a New York, a las
Vegas, a Dubai, a París, a nuestros centros comerciales, santuarios
de la sociedad de consumo, en los que la reivindicación de los
pobres y de su dignidad no tienen cabida.
En
este domingo el planteamiento central es el de la conversión para
que la humanidad entre en la perspectiva de Dios. Esta conversión no
es un asunto de moralismo individual, es la disposición para entrar
en ese novedoso universo teologal en el que estamos invitados a ser
profundamente humanos, demasiado humanos, para poder ser divinos. Es
el mismo Jesús la mediación que nos lleva por este camino.
Ordinariamente,
en una cierta interpretación cristiana, se nos inculca un proceso de
cambio más individual, que no está mal pero es apenas una parte de
la globalidad de la conversión. Por supuesto que ser buenas
personas, fieles a los compromisos adquiridos, honestos, es cosa
valiosa y definitiva, pero debemos dar el paso cualitativo – a eso
nos convoca Jesús – para ingresar socialmente en eso que se llama
el Reino de Dios y su justicia, bien conocido y divulgado, es la
pasión por la vida y por la justicia, la radical projimidad, la
afirmación constante de la dignidad humana, el servicio y la
solidaridad, la negación de toda idolatría, la postura crítica
ante el dinero y el poder, la limpieza de la conciencia, la comunión
y la participación de todos en la construcción de una historia que
sea anticipo del reino definitivo, la referencia radical al Padre
como principio y fundamento de nuestro ser.
En
el libro de Jonás se acude a la figura del pez que se tragó al
profeta, después de la resistencia que él oponía a Dios para no
asumir la invitación a predicar la conversión a los ninivitas,
porque los consideraba injustos, totalmente ajenos a su Dios,
excluyentes, egoístas. Yahvé insiste haciéndole ver que El también
puede ejercer la misericordia con estos extranjeros, una primera
evidencia de la universalidad de la revelación bíblica.
Dios
no es privilegio de unos pocos, de una élite religiosa de justos y
virtuosos, El es patrimonio de toda la humanidad, para esto hay que
salir de los estrechos “clubes de perfectos y observantes” para
encontrarnos con la totalidad de los humanos, haciéndonos
ecuménicos, abiertos a todos sin excepción. Este es un punto nodal
de la conversión cristiana. Somos creyentes de grupito cerrado?
Poseídos por nuestro complejo de beatos? Negados a la pluralidad de
caminos de fe? Presumidos con nuestra “buena conciencia”?
En
el texto de la primera carta de Pablo a los Corintios encontramos que
todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido en Jesús, El
ha instaurado el reinado de Dios con su ministerio de salvación, de
liberación, de redención, su vida es la gran narrativa de esta
plenitud del ser humano en el Padre Dios. Lo absolutamente definitivo
es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús puso en
marcha, lo hace con palabras perentorias que debemos leer no con
angustia sino con la mayor esperanza, esta es su intencionalidad: “Lo
que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo”
(1 Corintios 7: 29),
y: “Porque la apariencia de este mundo es pasajera”
(1 Corintios 7: 31). Dios hace nuevas todas las cosas realizando la
utopía de su Reino entre los pobres y los afligidos, enfermos y
condenados, marginados morales y sociales, excluídos y ofendidos,
todos estos son rescatados y acogidos con misericordia, y los ricos
convocados a una nueva manera de vida en la que el dinero y la
riqueza no sean los determinantes de sus proyectos existenciales.
El
texto de Marcos es un reconocimiento del comienzo del ministerio
público de Jesús. La voz de Jesús recorre primero los caminos de
Galilea, llega a quien quiera oírlo, no desconoce a nadie, sin
exigir nada a cambio. Palabra desnuda y vibrante como la de los
antiguos profetas de Israel, invita a algunos a un seguimiento
especial para implicarse por completo en esta novedad de Dios, ante
esto sólo cabe convertirse, asumir un nuevo modo de ser y de actuar,
inspirados en esos valores que El nos plantea en las
bienaventuranzas.
Jesús
habla del rey anhelado por los profetas y por los justos de Israel,
no de un Mesías triunfante y poderoso, sino de un orden nuevo que ha
de garantizar a los excluídos la justicia y el derecho, anulando la
ferocidad de los opresores, invitándolos a deponer su brutalidad y a
convertirse a esta aventura profundamente teologal y humanista. Se
trata de abrirse a un reinado que anula las fronteras entre los
pueblos, que suprime la arrogancia religioso-moral, que hace confluír
a su monte santo a todas las naciones, para instaurar los tiempos de
la paz y de la fraternidad. La jugada maestra de esta invitación
consiste en convertirse en esperanza de los humillados y ofendidos de
todos los tiempos de la historia, con una clara intención de
universalismo y de inclusión.
Comenzando
este año 2018 advertimos en estos textos una clara invitación al
cambio de vida, a la superación de los mezquinos intereses
individuales, las ambiciones desmedidas, el arribismo, la
ostentación, la vanagloria, el consumismo enloquecido, para dar paso
a la lógica de las mesas compartidas, de la solidaridad infatigable,
de la cercanía compasiva a los que sufren, de la negativa a transar
con los poderes que humillan, de la conciencia que no se vende a
ninguna patraña.
Las
palabras del salmo 24 nos ayudan a esclarecer esta ruta de
conversión: “Quién
podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto
sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón, el que no
rinde culto a los ídolos ni jura falsamente, él recibirá la
bendición del Señor, la recompensa de Dios su salvador”
(Salmo 24: 3-5).
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