domingo, 21 de enero de 2018

COMUNITAS MATUTINA 21 DE ENERO DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO

Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”
(Marcos 1: 14-15)
Lecturas:
  1. Jonás 3: 1-10
  2. Salmo 24
  3. 1 Corintios 7: 29-31
  4. Marcos 1: 14-20
Cuando estamos involucrados en estas tareas de entender mejor y apropiar existencialmente el cristianismo, el proyecto de Dios con la humanidad, y el camino que El nos propone en Jesús, cabe recordar el asunto clave del lenguaje y de las formulaciones de la fe, para que no nos confundamos. Esta fe se ha ido inculturando al paso de los siglos en las categorías de interpretación propias de cada época de la historia, con la intención de tornarse significativa, relevante para cada época, pero no podemos pretender que una determinada comprensión de la fe permanezca inmodificable cuando en tal o cual contexto sociocultural ese tipo de lenguaje ya no resulta apto para expresar los elementos esenciales de la fe.
De esto hemos hecho conciencia con el potente proceso de cambio iniciado con el Concilio Vaticano II (1962-1965), sucedido en el ministerio de los Papas Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978). El propósito de este concilio fue el de poner la iglesia al día, en sintonía con las sensibilidades de la humanidad contemporánea, para eso el Papa Juan acuñó la expresión italiana aggiornamento, que significa puesta al día, actualización, retorno a las fuentes del Evangelio.
Una iglesia que había permanecido distante y prevenida con los adelantos de la modernidad, con el pensamiento crítico ilustrado, con la búsqueda de autonomía y de liberación, se planteó en esta gran asamblea universal el diálogo con las realidades del mundo actual, a las que llamó con la conocida expresión de signos de los tiempos, designando así aquellas manifestaciones más expresivas de los tiempos actuales, como el clamor de dignidad y de libertad de los pobres del mundo, la inculturación del evangelio, el encuentro con la razón crítica, el diálogo con la ciencia y con la tecnología, la promoción de los derechos humanos, la presencia comprometida en el mundo de los pobres, el valor de la historia y de la experiencia existencial.
Sobre estas consideraciones iniciales es muy saludable que, al encontrarnos con los textos bíblicos, tengamos en cuenta que surgieron en contextos y realidades muy diferentes de los nuestros, por eso a ellos acudimos confiados en las mediaciones interpretativas que analizan los lenguajes originales en los que fueron escritos (hebreo antiguo, arameo, griego del común de los primeros siglos de historia cristiana), también en el conocimiento de la cultura de esos siglos, de sus sensibilidades.
Técnicamente se llama exégesis a esta tarea de estudiar los escritos para develar su contexto y su pre-texto o intención. Las nuevas traducciones de la Biblia como la de Jerusalén, Latinoamericana, Dios Habla Hoy, La Biblia libro del Pueblo de Dios, y otras, son resultado de este esfuerzo riguroso para hacer asequible el texto a las diversas comunidades y denominaciones cristianas. Desde COMUNITAS MATUTINA les recomendamos tener siempre a la mano una de estas , con sus comentarios introductorios y sus notas de pie de página, para mejor comprensión de la Palabra que se lee, se interioriza y se lleva a la vida.
Hechas estas salvedades, que consideramos esenciales, dediquémonos a la Palabra de este domingo. Hoy hacen pareja la primera (Jonás) con la tercera lectura (Marcos), es la predicación del profeta invitando a los ciudadanos de Nínive a la conversión, y también la de Jesús en los comienzos de su ministerio: “Después de que Juan fue arrestado , Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Marcos 1: 14-15).
La lectura sobre Jonás presenta un contenido positivo: el profeta atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, así lo hace, y su predicación tiene éxito porque el pueblo entra en proceso de conversión: “Los ninivitas creyeron a Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño” (Jonás 3: 5). Nínive es el símbolo de la ciudad injusta y excluyente, enceguecida por su riqueza y su éxito, olvidada de Dios y del prójimo, como tantas urbes de nuestros tiempos en los que – en escandalosa convivencia – coexisten las mayores indignidades, pobrezas, maltratos, violencias, con la opulencia y el derroche; podríamos dar el nombre de las nuevas Nínives a New York, a las Vegas, a Dubai, a París, a nuestros centros comerciales, santuarios de la sociedad de consumo, en los que la reivindicación de los pobres y de su dignidad no tienen cabida.
En este domingo el planteamiento central es el de la conversión para que la humanidad entre en la perspectiva de Dios. Esta conversión no es un asunto de moralismo individual, es la disposición para entrar en ese novedoso universo teologal en el que estamos invitados a ser profundamente humanos, demasiado humanos, para poder ser divinos. Es el mismo Jesús la mediación que nos lleva por este camino.
Ordinariamente, en una cierta interpretación cristiana, se nos inculca un proceso de cambio más individual, que no está mal pero es apenas una parte de la globalidad de la conversión. Por supuesto que ser buenas personas, fieles a los compromisos adquiridos, honestos, es cosa valiosa y definitiva, pero debemos dar el paso cualitativo – a eso nos convoca Jesús – para ingresar socialmente en eso que se llama el Reino de Dios y su justicia, bien conocido y divulgado, es la pasión por la vida y por la justicia, la radical projimidad, la afirmación constante de la dignidad humana, el servicio y la solidaridad, la negación de toda idolatría, la postura crítica ante el dinero y el poder, la limpieza de la conciencia, la comunión y la participación de todos en la construcción de una historia que sea anticipo del reino definitivo, la referencia radical al Padre como principio y fundamento de nuestro ser.
En el libro de Jonás se acude a la figura del pez que se tragó al profeta, después de la resistencia que él oponía a Dios para no asumir la invitación a predicar la conversión a los ninivitas, porque los consideraba injustos, totalmente ajenos a su Dios, excluyentes, egoístas. Yahvé insiste haciéndole ver que El también puede ejercer la misericordia con estos extranjeros, una primera evidencia de la universalidad de la revelación bíblica.
Dios no es privilegio de unos pocos, de una élite religiosa de justos y virtuosos, El es patrimonio de toda la humanidad, para esto hay que salir de los estrechos “clubes de perfectos y observantes” para encontrarnos con la totalidad de los humanos, haciéndonos ecuménicos, abiertos a todos sin excepción. Este es un punto nodal de la conversión cristiana. Somos creyentes de grupito cerrado? Poseídos por nuestro complejo de beatos? Negados a la pluralidad de caminos de fe? Presumidos con nuestra “buena conciencia”?
En el texto de la primera carta de Pablo a los Corintios encontramos que todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido en Jesús, El ha instaurado el reinado de Dios con su ministerio de salvación, de liberación, de redención, su vida es la gran narrativa de esta plenitud del ser humano en el Padre Dios. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús puso en marcha, lo hace con palabras perentorias que debemos leer no con angustia sino con la mayor esperanza, esta es su intencionalidad: “Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo” (1 Corintios 7: 29), y: “Porque la apariencia de este mundo es pasajera” (1 Corintios 7: 31). Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino entre los pobres y los afligidos, enfermos y condenados, marginados morales y sociales, excluídos y ofendidos, todos estos son rescatados y acogidos con misericordia, y los ricos convocados a una nueva manera de vida en la que el dinero y la riqueza no sean los determinantes de sus proyectos existenciales.
El texto de Marcos es un reconocimiento del comienzo del ministerio público de Jesús. La voz de Jesús recorre primero los caminos de Galilea, llega a quien quiera oírlo, no desconoce a nadie, sin exigir nada a cambio. Palabra desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas de Israel, invita a algunos a un seguimiento especial para implicarse por completo en esta novedad de Dios, ante esto sólo cabe convertirse, asumir un nuevo modo de ser y de actuar, inspirados en esos valores que El nos plantea en las bienaventuranzas.
Jesús habla del rey anhelado por los profetas y por los justos de Israel, no de un Mesías triunfante y poderoso, sino de un orden nuevo que ha de garantizar a los excluídos la justicia y el derecho, anulando la ferocidad de los opresores, invitándolos a deponer su brutalidad y a convertirse a esta aventura profundamente teologal y humanista. Se trata de abrirse a un reinado que anula las fronteras entre los pueblos, que suprime la arrogancia religioso-moral, que hace confluír a su monte santo a todas las naciones, para instaurar los tiempos de la paz y de la fraternidad. La jugada maestra de esta invitación consiste en convertirse en esperanza de los humillados y ofendidos de todos los tiempos de la historia, con una clara intención de universalismo y de inclusión.
Comenzando este año 2018 advertimos en estos textos una clara invitación al cambio de vida, a la superación de los mezquinos intereses individuales, las ambiciones desmedidas, el arribismo, la ostentación, la vanagloria, el consumismo enloquecido, para dar paso a la lógica de las mesas compartidas, de la solidaridad infatigable, de la cercanía compasiva a los que sufren, de la negativa a transar con los poderes que humillan, de la conciencia que no se vende a ninguna patraña.
Las palabras del salmo 24 nos ayudan a esclarecer esta ruta de conversión: “Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón, el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente, él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios su salvador” (Salmo 24: 3-5).

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